lunes, 30 de diciembre de 2013

05/01/2014 - 2º domingo de Navidad (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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5 de enero de 2014

2º domingo de Navidad (A)


EVANGELIO

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre, enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz,
sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino,
y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Éste es de quien dije:
"El que viene detrás de mí,
pasa delante de mí,
porque existía antes que yo"».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la Ley se dio por medio de Moisés,
la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás:
el Hijo único,
que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
5 de enero de 2014

RECUPERAR LA FRESCURA DEL EVANGELIO

En el prólogo del evangelio de Juan se hacen dos afirmaciones básicas que nos obligan a revisar de manera radical nuestra manera de entender y de vivir la fe cristiana, después de veinte siglos de no pocas desviaciones, reduccionismos y enfoques poco fieles al Evangelio de Jesús.
La primera afirmación es ésta: “La Palabra de Dios se ha hecho carne”. Dios no ha permanecido callado, encerrado para siempre en su misterio. Nos ha hablado. Pero no se nos ha revelado por medio de conceptos y doctrinas sublimes. Su Palabra se ha encarnado en la vida entrañable de Jesús para que la puedan entender y acoger hasta los más sencillos.
La segunda afirmación dice así: “A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”. Los teólogos hablamos mucho de Dios, pero ninguno de nosotros lo ha visto. Los dirigentes religiosos y los predicadores hablamos de él con seguridad, pero ninguno de nosotros ha visto su rostro. Solo Jesús, el Hijo único del Padre, nos ha contado cómo es Dios, cómo nos quiere y cómo busca construir un mundo más humano para todos.
Esta dos afirmaciones están en el trasfondo del programa renovador del Papa Francisco. Por eso busca una Iglesia enraizada en el Evangelio de Jesús, sin enredarnos en doctrinas o costumbres  “no directamente ligadas al núcleo del Evangelio”. Si no lo hacemos así, “no será el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas”.
La actitud del Papa es clara. Solo en Jesús se nos ha revelado la misericordia de Dios. Por eso, hemos de volver a la fuerza transformadora del primer anuncio evangélico, sin eclipsar la Buena Noticia de Jesús y “sin obsesionarnos por una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia”.
El Papa piensa en una Iglesia en la que el Evangelio pueda recuperar su fuerza de atracción, sin quedar obscurecida por otras formas de entender y vivir hoy la fe cristiana. Por eso, nos invita a “recuperar la frescura original del Evangelio” como lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y, al mismo tiempo, lo más necesario”, sin encerrar a Jesús “en nuestros esquemas aburridos”.
No nos podemos permitir en estos momentos vivir la fe sin impulsar en nuestras comunidades cristianas la conversión a Jesucristo y a su Evangelio a la que nos llama el Papa. Él mismo nos pide a todos “que apliquemos con generosidad y valentía sus orientaciones sin prohibiciones ni miedos”.


José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
2 de enero de 2011

EL ROSTRO HUMANO DE DIOS

No recuperaremos los cristianos el vigor espiritual que necesitamos en estos tiempos de crisis religiosa, si no aprendemos a vivir nuestra adhesión a Jesús con una calidad nueva. Ya no basta relacionarnos con un Jesús mal conocido, vagamente captado, confesado de manera abstracta o admirado como un líder humano más.
¿Cómo redescubrir con fe renovada el misterio que se encierra en Jesús? ¿Cómo recuperar su novedad única e irrepetible? ¿Cómo dejarnos sacudir por sus palabras de fuego? El prólogo del evangelio de Juan nos recuerda algunas convicciones cristianas de suma importancia.
En Jesús ha ocurrido algo desconcertante. Juan lo dice con términos muy cuidados: «la Palabra de Dios se ha hecho carne». No se ha quedado en silencio para siempre. Dios se nos ha querido comunicar, no a través de revelaciones o apariciones, sino encarnándose en la humanidad de Jesús. No se ha "revestido" de carne, no ha tomado la "apariencia" de un ser humano. Dios se ha hecho realmente carne débil, frágil y vulnerable como la nuestra.
Los cristianos no creemos en un Dios aislado e inaccesible, encerrado en su Misterio impenetrable. Nos podemos encontrar con él en un ser humano como nosotros. Para relacionarnos con él, no hemos de salir de nuestro mundo. No hemos de buscarlo fuera de nuestra vida. Lo encontramos hecho carne en Jesús.
Esto nos hace vivir la relación con él con una profundidad única e inconfundible. Jesús es para nosotros el rostro humano de Dios. En sus gestos de bondad se nos va revelando de manera humana cómo es y cómo nos quiere Dios. En sus palabras vamos escuchando su voz, sus llamadas y sus promesas. En su proyecto descubrimos el proyecto del Padre.
Todo esto lo hemos de entender de manera viva y concreta. La sensibilidad de Jesús para acercarse a los enfermos, curar sus males y aliviar su sufrimiento, nos descubre cómo nos mira Dios cuando no ve sufrir, y cómo nos quiere ver actuar con los que sufren. La acogida amistosa de Jesús a pecadores, prostitutas e indeseables nos manifiesta cómo nos comprende y perdona, y cómo nos quiere ver perdonar a quienes nos ofenden.
Por eso dice Juan que Jesús está «lleno de gracia y de verdad». En él nos encontramos con el amor gratuito y desbordante de Dios. En él acogemos su amor verdadero, firme y fiel. En estos tiempos en que no pocos creyentes viven su fe de manera perpleja, sin saber qué creer ni en quién confiar, nada hay más importante que poner en el centro de las comunidades cristianas a Jesús como rostro humano de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 – RECREADOS POR JESÚS

DIOS ENTRE NOSOTROS

La palabra se hizo carne.

El evangelista San Juan, al hablarnos de la encarnación del Hijo de Dios, no nos dice nada de todo ese mundo tan familiar de los pastores, el pesebre, los ángeles y el Niño Dios con María y José. San Juan se adentra en el misterio desde otra hondura.
En Dios estaba la Palabra, la Fuerza de comunicación y revelación de Dios. En esa Palabra había vida y había luz. Esa Palabra puso en marcha la creación entera. Nosotros mismos somos fruto de esa Palabra misteriosa. Esa Palabra ahora se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros.
A los hombres nos sigue pareciendo todo esto demasiado hermoso para ser verdadero. Un Dios hecho carne, identificado con nuestra debilidad, respirando nuestro aire y sufriendo nuestros problemas. Y seguimos buscando a Dios arriba, en los cielos, cuando está abajo en la tierra.
Una de las grandes contradicciones de los cristianos es confesar con entusiasmo la encarnación de Dios y olvidar luego que Cristo está ahora en medio de nosotros. Y sin embargo, después de la encarnación, a Dios sólo lo podremos encontrar entre los hombres, con los hombres, en los hombres.
Dios ha bajado a lo profundo de nuestra existencia y la vida nos sigue pareciendo vacía. Dios ha venido a habitar en el corazón humano y sentimos un vacío interior insoportable. Dios ha venido a reinar entre nosotros y parece estar totalmente ausente en nuestras relaciones.
Dios ha asumido nuestra carne y seguimos sin saber vivir debidamente lo carnal. Dios se ha encarnado en un cuerpo humano y olvidamos que nuestro cuerpo es templo del espíritu.
También entre nosotros se cumplen las palabras de San Juan: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron». Dios busca acogida en nosotros y nuestra ceguera cierra las puertas a Dios.
Y sin embargo, es posible abrir los ojos y contemplar al Hijo de Dios «lleno de gracia y de verdad». El que cree, siempre ve algo. Ve la vida envuelta en gracia y en verdad. Tiene en sus ojos una luz para descubrir en el fondo de la existencia la verdad y la gracia de ese Dios que lo llena todo.
¿Hemos visto nosotros? ¿Estamos todavía ciegos? ¿Nos vemos solamente a nosotros? ¿La vida nos refleja solamente las pequeñas preocupaciones que llevamos en nuestro corazón? Dejemos que nuestra alma se sienta penetrada por esa luz y esa vida de Dios que también hoy quieren habitar en nosotros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
2 de enero de 2005

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO

VINO AL MUNDO

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros

El hombre de hoy mira más que nunca hacia adelante. El Futuro le preocupa. No es sólo curiosidad. Es inquietud. Estamos ya escarmentados. Sabemos que los humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor. Son pocos los que creen hoy en grandes proyectos para la humanidad.
Hemos progresado mucho, pero el futuro del mundo es tan incierto como siempre o incluso más oscuro e indescifrable que nunca. ¿Quién se atreve hoy a arriesgar algún pronóstico? ¿Quién sabe hacia dónde nos está llevando esto que llamamos «progreso»?
Las posturas pueden ser diversas. Algunos se encierran en un optimismo ingenuo: «el hombre es inteligente, todo irá cada vez mejor». Otros caen en una secreta resignación: «no se puede esperar otra cosa de los políticos, nada nuevo van a aportar las religiones, hay que agarrarse a lo que tenemos». Hay quienes se hunden en la desesperanza: «ya no somos dueños del futuro, estamos cometiendo errores que nos acercan a la destrucción».
Hay una manera sencilla de definir a los cristianos. Son hombres y mujeres que tienen esperanza. Es su rasgo fundamental. Ya san Agustín decía que «esperar a Dios significa tenerlo» y el poeta Peguy nos recordaba que la esperanza es «la fe que le gusta a Dios».
Los cristianos no pretendemos conocer el futuro del mundo mejor que los demás. Sería una ingenuidad entender el lenguaje apocalíptico de los evangelios como un reportaje sobre lo que va a suceder al final. Viviendo día a día la marcha del mundo, también nosotros nos debatimos entre la inquietud y la resignación. Sólo Dios es nuestra esperanza.
El porvenir último del mundo es Dios. Lo sepamos o no, estamos colocados ante él. La historia se encamina hacia su encuentro. Al final, todo lo finito muere en Dios, y en Dios alcanza su verdad última. Dios es el final misterioso del mundo.
En las fiestas de Navidad se nos recuerda algo que puede hacer sonreír a más de uno, pero que, para el creyente, es la fuerza más sólida para mantener la esperanza: Dios nos ha venido al mundo encarnándose en Jesús. Muchos no lo acogen pero quienes lo hacen, conocen su «gracia» y su «verdad».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
3 de enero de 1999

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA

¿PODÉIS?

Los suyos no le recibieron.

Este año me suenan de manera diferente las palabras con que el evangelista san Juan describe el inmenso error de la humanidad al no acoger a Dios: «Vino al mundo y el mundo no le conoció... Vino a su casa y los suyos no le recibieron. » Son muchos los que ya no esperan a Dios ni les preocupa en absoluto recibirlo en sus vidas. Les basta recibir con euforia el Año Nuevo.
He podido contemplar en los telediarios de Sky News cómo se recibe en el mundo el año nuevo. He visto a las gentes de Londres reunidas para escuchar las campanadas del Big Ben e iniciar la «noche loca» del Año Nuevo, el espectáculo de los fuegos artificiales sobre el cielo de Nueva York, las clases elegantes de París brindando con el mejor champagne, los jóvenes de Nueva Sydney saludando el año con la primera borrachera.
Lo que no he podido ver en ningún canal es cómo se recibe al Año Nuevo en los barrios de Kigali o Bujumbura, en los poblados de Etiopía o en la periferia de Calcuta. No habrá fuegos artificiales porque no tienen luz para iluminar sus casas destartaladas. No brindarán con champagne porque los he visto recorrer kilómetros para buscar agua potable. No organizarán el «gran cotillón de Nochevieja» con solomillo braseado al vino tinto con hongos y «festival de repostería selecta», porque tendrán que contentarse con algo de mandioca o unos trozos de boniato.
Cuando Jesús invitaba a «acoger el reino de Dios y su justicia», no estaba proclamando un mensaje espiritual y etéreo. Estaba señalando el único camino que nos puede llevar a los hombres hacia un futuro más humano y más dichoso para todos. Pensemos, por un momento, que los hombres acogen realmente a Dios como Padre de todos y como criterio absoluto de la existencia humana. En esa misma medida tendría que reinar en la Tierra la solidaridad fraterna, los poderosos no podrían abusar de los débiles, ni los ricos ignorar a los pobres, ni los países satisfechos del Norte abandonar a los pueblos hambrientos de la Tierra.
Este mensaje constituye el núcleo esencial del evangelio y lo hemos de tomar en serio quienes nos decimos cristianos. No para amargarnos las fiestas o dejar de disfrutar de la vida, sino para que nos ayude a escuchar en el fondo de nuestra conciencia una pregunta ineludible: «¿podéis ser felices sabiendo que no todos pueden tener parte en vuestra felicidad?» Estoy convencido de que seríamos más humanos y más felices si nos atreviéramos a poner un límite a nuestro bienestar para poder compartirlo con los pueblos pobres de la Tierra.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
3 de enero de 1993

ATENCION A LO INTERIOR

La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

Confieso que no puedo soportar programas televisivos como Rifi-Rafe que pretenden abordar el misterio de Dios en medio de altercados, arremetidas al contrario y aplausos cerrados a cualquier vulgaridad. Me producen disgusto y pena. Son el mejor ejemplo de lo que no hay que hacer para encontrarse con Dios.
A Dios no se le busca así. Como un ser extraño que, tal vez, existe en algún lugar lejano y desconocido, y que, de vez en cuando, puede ser tema curioso de discusión, algo así como la existencia de los extraterrestres.
Para encontrarse con Dios es necesario descender al fondo de uno mismo y saber exponerse al misterio que se encierra dentro de cada uno de nosotros. Quien no encuentra a Dios en su interior, difícilmente lo encontrará en lugar alguno.
Por eso, lo mejor que podemos hacer todos, creyentes e increyentes, no es entablar polémicas «cara al público» para embestir cada uno a su contrario de la manera más ingeniosa posible, sino ayudarnos a encontrar la actitud más acertada para ponernos en contacto con «lo profundo» de la existencia.
La primera dificultad que encuentran muchas personas hoy para percibir las huellas de Dios en el mundo y los signos de su presencia en nosotros es la poca capacidad para llegar a su interior. Configurados por una cultura que nos arrastra siempre hacia lo exterior, no aciertan a descender hasta su propio misterio. Dom Helder Cámara acostumbraba a decir que somos bien pobres «si no comprendemos que es con los ojos cerrados como se ve todo mejor».
Por eso, con diferentes lenguajes, todas las religiones invitan a la «vida interior». No es una llamada a vivir replegados sobre nosotros mismos y cerrados a la vida, sino una invitación a hallar el «espacio» donde la persona puede encontrarse con Dios y desde donde puede comenzar a vivir la existencia entera con un sentido, una fundamentación y un horizonte diferentes.
Incluso cuando uno, al bajar a su interioridad, sólo encuentra soledad profunda y un silencio aplastante, «algo sucede» en la persona. Experimentar la propia fragilidad, la incapacidad de conocer y dominar nuestro destino, el misterio que, por todas partes, penetra nuestra existencia, puede conducir a la persona a vivir abierta a la trascendencia, aunque, de momento, no pueda darle un nombre concreto.
La alegoría de Cristo como «verdadera vid» y los hombres como «sarmientos», no hace sino recordarnos que siempre es posible la comunicación vital con El. A través de Cristo, la presencia amorosa de Dios puede llegar como «savia renovadora» a cualquier vida y en cualquier momento. Por eso, el Concilio Vaticano II afirmaba que «todo hombre puede encontrar a Dios de una manera que sólo Dios conoce».
En medio de estas fiestas de Navidad, la liturgia cristiana nos recuerda que «a Dios nadie le ha visto jamás», pero Cristo, su Hijo, «lo ha dado a conocer». Por eso, quien lo escucha con sinceridad interior experimenta también hoy que, por medio de El, nos llegan «la gracia y la verdad» de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE

ALERGIA A LA MISA

Los suyos no la recibieron.

Son muchos los que, aun confesándose cristianos, han abandonado casi totalmente la práctica dominical. Basta escucharlos con atención para descubrir en ellos una especie de «alergia» hacia la misa.
Algunos dicen que les aburre el carácter repetitivo de la celebración dominical. Desearían algo más vivo y espontáneo. Sin embargo, el carácter repetitivo es algo inherente a la misma condición humana. Toda nuestra vida está hecha de gestos y actividades que se repiten de manera regular. Lo importante es no vivir de manera rutinaria, con esa «alma habituada» de la que hablaba Peguy.
¿Es rutinaria la misa dominical para quien pide perdón por los errores y pecados concretos cometidos durante la semana, para quien agradece a Dios todo lo bueno y positivo, para quien pide al Señor luz y fuerza para enfrentarse a la vida siempre nueva de cada día?
Hay quienes dicen que les resulta una liturgia hipócrita y artificial, que queda muy lejos de esa vida real donde cada uno ha de mostrar con hechos la fe que lleva dentro.
Pero, ¿es hipócrita escuchar, semana tras semana, el evangelio de Jesucristo, recordar sus exigencias y su interpelación, y renovar el compromiso de ser cada vez más coherente con las propias convicciones? ¿No es más hipócrita llamarse creyente y vivir, semana tras semana, sin recordar siquiera a Dios?
Otros se alejan de la misa como de algo mágico, un conjunto de ritos extraños y anacrónicos, envueltos en un lenguaje hermético e impenetrable, que difícilmente puede decirle algo a un hombre enraizado en la cultura moderna?
Pero, ¿es algo mágico buscar el encuentro personal con Cristo, alimentar la propia fe en la escucha del evangelio, buscar la renovación profunda de nuestro ser en el contacto vivificador con la comunidad creyente y con el Señor presente en la eucaristía?
Hay quienes rechazan la misa porque la Iglesia ha insistido en su carácter obligatorio. No están dispuestos a someterse por más tiempo a una obligación precisamente el día en que uno puede liberarse del trabajo y de otras cargas profesionales.
Pero, ¿se puede ser creyente sin sentirse nunca urgido interiormente a alabar y dar gracias a Dios? ¿Se puede ser cristiano sin sentirse nunca llamado a comulgar con Cristo?
Durante las fiestas de Navidad hay un texto que se escucha repetidamente en la liturgia: «La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre... Vino a su casa, y los suyos no la recibieron». ¿No es una interpelación para todos? ¿No estamos abandonando a quien desea hacerse más presente en nuestra vida?
A pesar de todas las limitaciones y defectos que puede tener la celebración concreta de la misa en una comunidad cristiana, la eucaristía puede ser para muchos la única experiencia que alimente hoy su fe. Hemos de preguntarnos con sinceridad: ¿Por qué he abandonado en realidad esa misa dominical que podría reavivar mi fe?  

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
4 de enero de 1987

PODEMOS CAMBIAR

La tiniebla no la recibió...

Sólo algunos lo dicen, pero son muchos los que lo piensan. Si Dios ha venido al mundo, ¿por qué todo sigue exactamente igual que si no hubiera venido? ¿A qué viene celebrar el nacimiento de Cristo y cantar paz y fraternidad, si el mundo seguirá tan mal como siempre?
Los creyentes deberíamos escuchar con atención estas preguntas que parecen cuestionar y poner en aprieto nuestra fe cristiana. En realidad, son planteamientos que nos ayudan a profundizar más en nuestro ser de creyentes.
Cuando el evangelista San Juan narra la Navidad no nos describe lo que ocurrió en Belén, sino lo que sucede en los corazones de los hombres cuando llega Dios. Unos lo rechazan y otros lo acogen.
La Navidad es algo que sucede en el corazón de cada hombre, en el núcleo más libre y personal de cada uno. El que acoge a Dios desde su ser más íntimo, encuentra luz para caminar, fuerza para luchar, alegría para vivir.
Pero no todos lo acogen. Con la venida de Cristo nada cambia para quien no quiere cambiar. Nada se ilumina para aquel que huye de la luz. Nada nuevo sucede en quien no se quiere renovar.
Y es que Dios siempre se acerca a los hombres respetando nuestra libertad. No se ha hecho hombre para sustituir al hombre o anular nuestra responsabilidad.
Por eso Dios no es un mago venido al mundo a hacer desaparecer el mal con sus artes fantásticas, dejándonos a los hombres boquiabiertos. Dios ha venido a compartir nuestras luchas y esfuerzos y sostenernos en nuestro caminar hacia un mundo siempre mejor.
Este sistema puede cambiar aunque traten de convencernos de que no puede haber otro mejor y que para subsistir necesita la muerte de millones de hombres, víctimas del hambre. Esta sociedad puede cambiar aunque traten de persuadirnos de que sólo dejando en el paro a millones de hombres se puede avanzar.
Pero no cambiará sólo con gritos, protestas y críticas estériles. Cambiará con la lucha solidaria, lenta, tenaz de todos los que realmente deseen cambiar.
Cambiará si cambiamos nuestros egoísmos colectivos, nuestras reivindicaciones insolidarias, nuestra inhibición y pasividad ante los abusos e injusticias.
Todo podrá cambiar si un día nos atrevemos a creer que todo hombre y toda mujer es mi hermano y mi hermana. Los que crean esto “entenderán» la Navidad. Los demás seguirán en tinieblas aunque la luz sigue brillando.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS

DIOS ENTRE NOSOTROS

Y acampó entre nosotros.

El evangelista San Juan, al hablarnos de la Encarnación del Hijo de Dios, no nos dice nada de todo ese mundo tan familiar de los pastores, el pesebre, los ángeles y el Niño Dios con María y José. San Juan se adentra en el misterio desde otra hondura.
En Dios estaba la Palabra, la Fuerza de comunicación y revelación de Dios. En esa Palabra había vida y había luz. Esa Palabra puso en marcha la creación entera. Nosotros mismos somos fruto de esa Palabra misteriosa. Esa Palabra ahora se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros.
A los hombres nos sigue pareciendo todo esto demasiado hermoso para ser verdadero. Un Dios hecho carne, identificado con nuestra debilidad, respirando nuestro aire y sufriendo nuestros problemas.
Y seguimos buscando a Dios arriba, en los cielos, cuando está abajo en la tierra. Y seguimos persiguiéndole fuera, sin acogerlo con fe en nuestro interior.
Una de las grandes contradicciones de los cristianos es confesar con entusiasmo la encarnación de Dios y olvidar luego que Cristo está ahora en medio de nosotros. Y sin embargo, después de la En carnación, a Dios sólo le podremos encontrar entre los hombres, con los hombres, en los hombres.
Dios ha bajado a lo profundo de nuestra existencia y la vida nos sigue pareciendo vacía. Dios ha venido a habitar en el corazón de los hombres y sentimos un vacío interior insoportable. Dios ha venido a reinar entre nosotros y parece estar totalmente ausente en nuestras relaciones.
Dios ha asumido nuestra carne y seguimos sin saber vivir debidamente lo carnal. Dios se ha encarnado en un cuerpo humano y olvidamos que nuestro cuerpo es templo del espíritu.
También entre nosotros se cumplen las palabras de San Juan: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron». Dios busca acogida en nosotros y nuestra ceguera cierra las puertas a Dios.
Y sin embargo, es posible abrir los ojos y contemplar al Hijo de Dios «lleno de gracia y de verdad». El que cree, siempre ve algo. Ve la vida envuelta en gracia y en verdad. Tiene en sus ojos una luz para descubrir en el fondo de la existencia la verdad y la gracia de ese Dios que lo llena todo.
¿Hemos visto nosotros? ¿Estamos todavía ciegos? ¿Nos vemos solamente a nosotros? ¿La vida nos refleja solamente las pequeñas preocupaciones que llevamos en nuestro corazón?
Dejemos que nuestra alma se sienta penetrada por esa luz y esa vida de Dios que también hoy quieren habitar en nosotros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
4 de enero de 1981

Y LOS SUYOS NO LE RECIBIERON

Y los suyos no le recibieron.

No es fácil acoger a Dios y permitir que se adentre en nuestras vidas Los «creyentes» siempre corremos el riesgo de encubrir nuestra falta de acogida a Dios bajo la apariencia de una fe que, tantas veces, confesamos sólo verbalmente.
Hay preguntas sencillas que sólo enunciarlas arrojan ya una luz grande, capaz de desenmascarar nuestras confesiones más firmes.
¿Dejamos a Dios encarnarse en nuestras vidas o nos limitamos a confesar la Encarnación de Dios, viviendo una vida prácticamente «atea»? ¿Vivimos convirtiéndonos o nos limitamos a creer en la conversión? ¿Amamos o nos limitamos a creer en el amor, sin dejar de ser los viejos egoístas de siempre?
Si tuviéramos algo más de sensibilidad para captar la verdad del evangelio, descubriríamos que el fondo de nuestro corazón sigue sin estar «evangelizado». Nos daríamos cuenta de que nos hemos afincado en la Iglesia cada uno con nuestros intereses y egoísmos, impermeables a la llamada de Jesús.
Y, sin embargo, Dios sigue viniendo. Y, de muchas maneras, su interpelación y su llamada nos seguirán alcanzando también durante este nuevo año que acabamos de estrenar.
Es cierto que también este año continuaremos cometiendo los mismos errores y las mismas equivocaciones. Y que seguiremos estropeando cada día nuestra vida, y obstaculizando a cada momento nuestra convivencia.
Pero, también es verdad que un año nuevo es siempre tiempo abierto, algo inédito todavía, tiempo de gracia, lleno de nuevas posibilidades.
Y un hombre siempre puede cambiar. Aunque, a veces, nos cueste creerlo, siempre podemos ser mejores. Todavía podemos ser más humanos. También este año nuevo.
Podremos tener más arrugas, pero también más corazón. Podremos tener más años, pero menos egoísmos. Podremos tener gestos más humanos, aunque en estos momentos comprobemos que todavía somos una calamidad.
Este año podemos creer un poco más que Dios es bueno y nos quiere. Podemos descubrir que está más cerca de nosotros de lo que sospechamos.
Podemos sentir que todavía nos llama desde el fondo de nuestro ser, porque sentimos que el amor, la sinceridad y la alegría están todavía vivos en algún rincón de nuestra conciencia. Todavía le podemos recibir en nuestra casa.

José Antonio Pagola



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