lunes, 28 de mayo de 2018

03-06-2018 - SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (B)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.

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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (B)



EVANGELIO

Esto es mi cuerpo. Ésta es mi sangre.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 14-12-16. 22-26

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:

- «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?»

Él envió a dos discípulos, diciéndoles:

- «ld a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?"

Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.»

Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:

- «Tomad, esto es mi cuerpo.»

Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron.

Y les dijo:

- «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.»

Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2017-2018 -
3 de junio de 2018

EUCARISTÍA Y CRISIS

(Ver homilía del ciclo B - 2011-2012)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2014-2015 -
7 de junio de 2015

LA CENA DEL SEÑOR

(Ver homilía del 14 de junio de 2009)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2011-2012 -
10 de junio de 2012

EUCARISTÍA Y CRISIS

Todos los cristianos lo sabemos. La eucaristía dominical se puede convertir fácilmente en un "refugio religioso" que nos protege de la vida conflictiva en la que nos movemos a lo largo de la semana. Es tentador ir a misa para compartir una experiencia religiosa que nos permite descansar de los problemas, tensiones y malas noticias que nos presionan por todas partes.

A veces somos sensibles a lo que afecta a la dignidad de la celebración, pero nos preocupa menos olvidarnos de las exigencias que entraña celebrar la cena del Señor. Nos molesta que un sacerdote no se atenga estrictamente a la normativa ritual, pero podemos seguir celebrando rutinariamente la misa, sin escuchar las llamadas del Evangelio.

El riesgo siempre es el mismo: comulgar con Cristo en lo íntimo del corazón, sin preocuparnos de comulgar con los hermanos que sufren. Compartir el pan de la eucaristía e ignorar el hambre de millones de hermanos privados de pan, de justicia y de futuro.

En los próximos años se pueden ir agravando los efectos de la crisis mucho más de lo que nos temíamos. La cascada de medidas que se dictan irán haciendo crecer entre nosotros una desigualdad injusta. Iremos viendo cómo personas de nuestro entorno más o menos cercano se van quedando a merced de un futuro incierto e imprevisible.

Conoceremos de cerca inmigrantes privados de una asistencia sanitaria adecuada, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o medicación, familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas por el desahucio, gente desasistida, jóvenes sin un futuro nada claro... No lo podremos evitar. O endurecemos nuestros hábitos egoístas de siempre o nos hacemos más solidarios.

La celebración de la eucaristía en medio de esta sociedad en crisis puede ser un lugar de concienciación. Necesitamos liberarnos de una cultura individualista que nos ha acostumbrado a vivir pensando solo en nuestros propios intereses, para aprender sencillamente a ser más humanos. Toda la eucaristía está orientada a crear fraternidad.

No es normal escuchar todos los domingos a lo largo del año el Evangelio de Jesús, sin reaccionar ante sus llamadas. No podemos pedir al Padre "el pan nuestro de cada día" sin pensar en aquellos que tienen dificultades para obtenerlo. No podemos comulgar con Jesús sin hacernos más generosos y solidarios. No podemos darnos la paz unos a otros sin estar dispuestos a tender una mano a quienes están más solos e indefensos ante la crisis.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
14 de junio de 2009

LA CENA DEL SEÑOR

Tomad, esto es mi cuerpo.

Los estudios sociológicos lo destacan con datos contundentes: los cristianos de nuestras iglesias occidentales están abandonando la misa dominical. La celebración, tal como ha quedado configurada a lo largo de los siglos, ya no es capaz de nutrir su fe ni de vincularlos a la comunidad de Jesús.

Lo sorprendente es que estamos dejando que la misa «se pierda» sin que este hecho apenas provoque reacción alguna entre nosotros. ¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana? ¿Cómo podemos permanecer pasivos, sin capacidad de tomar iniciativa alguna? ¿Por qué la jerarquía permanece tan callada e inmóvil? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación con más fuerza y dolor?

La desafección por la misa está creciendo incluso entre quienes participan en ella de manera responsable e incondicional. Es la fidelidad ejemplar de estas minorías la que está sosteniendo a las comunidades, pero ¿podrá la misa seguir viva sólo a base de medidas protectoras que aseguren el cumplimiento del rito actual?

Las preguntas son inevitables: ¿No necesita la Iglesia en su centro una experiencia más viva y encarnada de la cena del Señor, que la que ofrece la liturgia actual? ¿Estamos tan seguros de estar haciendo hoy bien lo que Jesús quiso que hiciéramos en memoria suya?

¿Es la liturgia que nosotros venimos repitiendo desde siglos la que mejor puede ayudar en estos tiempos a los creyentes a vivir lo que vivió Jesús en aquella cena memorable donde se concentra, se recapitula y se manifiesta cómo y para qué vivió y murió Jesús? ¿Es la que más nos puede atraer a vivir como discípulos suyos al servicio de su proyecto del reino del Padre?

Hoy todo parece oponerse a la reforma de la misa. Sin embargo, cada vez será más necesaria si la Iglesia quiere vivir del contacto vital con Jesucristo. El camino será largo. La transformación será posible cuando la Iglesia sienta con más fuerza la necesidad de recordar a Jesús y vivir de su Espíritu. Por eso también ahora lo más responsable no es ausentarse de la misa sino contribuir a la conversión a Jesucristo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

18 de junio de 2006

UNA DESPEDIDA INOLVIDABLE

Celebrar la eucaristía es revivir la última cena que Jesús celebró con sus discípulos y discípulas la víspera de su ejecución. Ninguna explicación teológica, ninguna ordenación litúrgica, ninguna devoción interesada nos ha de alejar de la intención original de Jesús. ¿Cómo diseño él aquella cena? ¿Qué es lo que quería dejar grabado para siempre en sus discípulos? ¿Por qué y para qué debían seguir reviviendo una vez y otra vez aquella despedida inolvidable?

Antes que nada, Jesús quería contagiarles su esperanza indestructible en el reino de Dios. Su muerte era inminente; aquella cena era la última. Pero un día se sentaría a la mesa con una copa en sus manos para beber juntos un «vino nuevo». Nada ni nadie podrá impedir ese banquete final del Padre con sus hijos e hijas. Celebrar la eucaristía es reavivar la esperanza: disfrutar desde ahora con esa fiesta que nos espera con Jesús junto al Padre.

Jesús quería, además, prepararlos para aquel duro golpe de su ejecución. No han de hundirse en la tristeza. La muerte no romperá la amistad que los une. La comunión no quedará rota. Celebrando aquella cena podrán alimentarse de su recuerdo, su presencia y su espíritu. Celebrar la eucaristía es alimentar nuestra adhesión a Jesús, vivir en contacto con él, seguir unidos.

Jesús quiso que los suyos nunca olvidaran lo que había sido su vida: una entrega total al proyecto de Dios. Se lo dijo mientras les distribuía un trozo de pan a cada uno: «Esto es mi cuerpo; recordadme así: entregándome por vosotros hasta el final para haceros llegar la bendición de Dios». Celebrar la eucaristía es comulgar con Jesús para vivir cada día de manera más entregada, trabajando por un mundo más humano.

Jesús quería que los suyos se sintieran una comunidad. A los discípulos les tuvo que sorprender lo que Jesús hizo al final de la cena. En vez de beber cada uno de su copa, como era costumbre, Jesús les invitó a todos a beber de una sola: ¡la suya! Todos compartirían la «copa de salvación» bendecida por él. En ella veía Jesús algo nuevo: «Ésta es la nueva alianza en mi sangre». Celebrar la eucaristía es alimentar el vínculo que nos une entre nosotros y con Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
18 de junio de 2006

EXPERIENCIA DECISIVA

Tomad, esto es mi cuerpo.

Como es natural, la celebración de la misa ha ido cambiando a lo largo de los siglos. Según la época, teólogos y liturgistas han ido destacando algunos aspectos y descuidando otros. La misa ha servido de marco para celebrar coronaciones de reyes y papas, rendir homenajes o conmemorar victorias de guerra. Los músicos la han convertido en concierto. Los pueblos la han integrado en sus devociones y costumbres religiosas...

Después de veinte siglos, puede ser necesario recordar algunos de los rasgos esenciales de la última Cena del Señor, tal como era recordada y vivida por las primeras generaciones cristianas.

En el fondo de esa cena hay algo que jamás será olvidado: sus seguidores no quedarán huérfanos. La muerte de Jesús no podrá romper su comunión con él. Nadie ha de sentir el vacío de su ausencia. Sus discípulos no se quedan solos, a merced de los avatares de la historia. En el centro de toda comunidad cristiana que celebra la eucaristía está Cristo vivo y operante. Aquí está el secreto de su fuerza.

De él se alimenta la fe de sus seguidores. No basta asistir a esa cena. Los discípulos son invitados a «comer». Para alimentar nuestra adhesión a Jesucristo, necesitamos reunirnos a escuchar sus palabras e introducirlas en nuestro corazón, y acercarnos a comulgar con él identificándonos con su estilo de vivir. Ninguna otra experiencia nos puede ofrecer alimento más sólido.

No hemos de olvidar que «comulgar» con Jesús es comulgar con alguien que ha vivido y ha muerto «entregado» totalmente por los demás. Así insiste Jesús. Su cuerpo es un «cuerpo entregado» y su sangre es una «sangre derramada» por la salvación de todos. Es una contradicción acercarnos a «comulgar» con Jesús, resistiéndonos egoístamente a preocuparnos de algo que no sea nuestro propio interés.

Nada hay más central y decisivo para los seguidores de Jesús que la celebración de esta cena del Señor. Por eso hemos de cuidarla tanto. Bien celebrada, la eucaristía nos moldea, nos va uniendo a Jesús, nos alimenta de su vida, nos familiariza con el evangelio, nos invita a vivir en actitud de servicio fraterno, y nos sostiene en la esperanza del reencuentro final con él.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
22 de junio de 2003

HACER MEMORIA

Tomad. Esto es mi cuerpo.

Jesús creó un clima especial en aquella cena de despedida que compartió con los suyos la víspera de su ejecución. Sabía que era la última. Ya no volvería a sentarse a la mesa con ellos hasta la fiesta final junto al Padre. Quería dejar bien grabado en su recuerdo lo que había sido siempre su vida: pasión por Dios y entrega total a todos.

Esa noche lo vivía todo con tal intensidad que, al repartir- les el pan y distribuirles el vino, les vino a decir estas palabras memorables: «Así soy yo. Os doy mi vida entera. Mirad: este pan es mi cuerpo roto por vosotros; este vino es mi sangre derramada por todos. No me olvidéis nunca. Haced esto en memoria mía. Recordadme así: totalmente entregado a vosotros. Esto alimentará vuestras vidas».

Para Jesús, era el momento de la verdad. En esa cena se reafirmó en su decisión de ir hasta el final en su fidelidad al proyecto de Dios. Seguiría siempre del lado de los débiles, moriría enfrentándose a quienes deseaban otra religión y otro Dios olvidado del sufrimiento de la gente. Daría su vida sin pensar en sí mismo. Confiaba en el Padre. Lo dejaría todo en sus manos.

Celebrar la eucaristía es hacer memoria de este Jesús, grabando dentro de nosotros cómo fue él hasta el final. Reafirmarnos en nuestra opción por vivir siguiendo sus pasos. Tomar en nuestras manos nuestra vida y compromisos para intentar vivirlos hasta las últimas consecuencias.

Celebrar la eucaristía es, sobre todo, decir como él: «Esta vida mía no la quiero guardar exclusivamente para mí. No la quiero acaparar sólo para mi propio interés. Quiero pasar por esta tierra reproduciendo en mí algo de lo que él vivió. Sin encerrarme en mi egoísmo; contribuyendo desde mi entorno y mi pequeñez a hacer un mundo más humano».

Es fácil hacer de la eucaristía otra cosa muy distinta de lo que es. Basta con ir a misa a cumplir una obligación, olvidando lo que Jesús vivió en la última cena. Basta con comulgar, pensando sólo en nuestro bienestar interior. Basta con salir de la iglesia sin decidirnos nunca a vivir de manera más entregada.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
25 de junio de 2000

MESA ABIERTA A TODOS

Mientras comían.

Nosotros hablamos de «misa» o de «Eucaristía». Pero los primeros cristianos la llamaban «la cena del Señor» o incluso «la mesa del Señor». Tenían todavía muy presente que celebrar la Eucaristía no es sino actualizar la cena que Jesús compartió con sus discípulos la víspera de su ejecución. Pero, como advierten hoy los exégetas, aquella «última cena» fue solamente la última de una larga cadena de comidas y cenas que Jesús acostumbraba celebrar con toda clase de gentes.

Las comidas tenían entre los judíos un carácter sagrado que a nosotros hoy se nos escapa. Para una mente judía el alimento viene de Dios. Por eso, la mejor manera de tomarlo es sentarse a la mesa en actitud de acción de gracias y compartiendo el pan y el vino como hermanos. La comida no era sólo para alimentarse, sino el momento mejor para sentirse todos unidos y en comunión con Dios, sobre todo el día sagrado del sábado en que se comía, se cantaba, se escuchaba la Palabra de Dios y se disfrutaba de una larga sobremesa.

Por eso, los judíos no se sentaban a la mesa con cualquiera. No se come con extraños o desconocidos. Menos aún, con pecadores, impuros o gente despreciable. ¿Cómo compartir el pan, la amistad y la oración con quienes viven lejos de la amistad de Dios?

La actuación de Jesús resultó sorprendente y escandalosa. Jesús no seleccionaba a sus comensales. Se sentaba a la mesa con publicanos, dejaba que se le acercaran las prostitutas, comía con gente impura y marginada, excluida de la Alianza con Dios. Los acogía no como moralista sino como amigo. Su mesa estaba abierta a todos, sin excluir a nadie. Su mensaje era claro: todos tienen un lugar en el corazón de Dios.

Después de veinte siglos de cristianismo, la Eucaristía puede parecer hoy una celebración piadosa reservada sólo a personas ejemplares y virtuosas. Parece que se han de acercar a comulgar con Cristo quienes se sientan dignos de recibirlo con alma pura. Sin embargo, la «mesa del Señor» está abierta a todos como siempre.

La Eucaristía es para personas abatidas y humilladas que anhelan paz y respiro; para pecadores que buscan perdón y consuelo; para gentes que viven con el corazón roto hambreando amor y amistad. Jesús no viene al altar para los justos, sino para los pecadores; no se ofrece a los sanos, sino a los enfermos. Es bueno recordarlo en la fiesta del Corpus.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
29 de mayo de 1997

ENCUENTRO PERSONAL

Tomad, esto es mi cuerpo.

Hace unos años, quienes se acercaban a recibir la comunión, adoptaban después de comulgar una actitud peculiar de silencio y recogimiento sagrado. Hoy, por lo general, no es así. Se entonan cantos de alabanza y acción de gracias, se subraya más la participación comunitaria, pero se corre el riesgo de restarle hondura a la comunión personal con Cristo. Falta a veces el silencio y la unción que permitirían un encuentro más vivo con él. El riesgo es evidente: convertir la comunión en un rito externo y rutinario que «anuncia» el final ya cercano de la misa.

Sin embargo, comulgar no es «hacer algo», sino «encontrarnos con alguien». La comunión sacramental es para el creyente un encuentro personal con Cristo, cargado de misterio, de gracia y de fe. Cristo sale a nuestro encuentro y nosotros vamos al encuentro de Cristo. Como todo encuentro interpersonal, también éste pide atención consciente, entrega confiada y, sobre todo, amor.

Es cierto que, en la comunión eucarística, Cristo se ofrece siempre, de manera segura e indefectible (la teología clásica hablaba del ex opere operato). Pero, para que este ofrecimiento objetivo se haga realidad personal en cada creyente, es necesaria la respuesta libre y consciente de quien se acerca a comulgar (el opus operantis de los teólogos).

Dicho de manera sencilla, el encuentro eucarístico con Cristo exige, antes que nada, una atención consciente. Recordar con quién me voy a encontrar, qué es lo que conozco de Cristo, qué espero de él, qué significa para mí. Cada cristiano tiene su idea personal de Cristo, más o menos clara, más o menos interiorizada. La comunión con Cristo no es un «encuentro a ciegas». Al acercarnos a comulgar, sabemos a quién buscamos.

Pero el encuentro pide, sobre todo, amor y entrega confiada. Las personas se encuentran de manera más plena cuando entre ellas se establece un diálogo confiado y una comunicación amistosa y cordial. Lo mismo sucede en la comunión eucarística. Lo más importante es el diálogo entre Cristo y el creyente que busca la presencia de la persona amada.

Todo esto no son palabras. Es la experiencia de quien comulga con fe. La presencia de Cristo se hace entonces más real, su Persona adquiere un significado más profundo, crece la confianza del creyente. Cristo es el Absoluto que no puede faltar, el horizonte de todas las experiencias, la fuente que llena la vida de fortaleza, de paz y de alegría interior. La comunión de cada domingo no es un rito más. Puede ser el encuentro vital que alimenta y fortalece nuestra fe. Es bueno recordarlo en esta fiesta del Corpus Christi.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
2 de junio de 1994

NO ES MUCHO UNA HORA

Tomad, esto es mi cuerpo.

Se han extendido estos años objeciones diversas contra la práctica dominical. Algunas suenan a eslogan: «la misa no me dice nada», «la fe no consiste en ir a misa», «nadie es mejor por ir a misa». Sin duda, hay algo de verdad detrás de ese lenguaje. De los sondeos realizados se deduce, sin embargo, que los motivos principales por los que se abandona la misa dominical son la comodidad y la falta de interés religioso. La persona valora más el descanso o las actividades del fin de semana. Prefiere «dormir más» o «estar más libre».

Por otra parte, el ambiente que en otros tiempos favorecía la práctica dominical, hoy actúa en contra. Todo invita a no ir a misa. De hecho, quien sale de su casa para dirigirse a la iglesia a participar en la misa dominical, hace un gesto que contrasta con la conducta y costumbres de la mayoría.

Este descenso de la práctica religiosa no es tan negativo como pudiera parecer. Por una parte, está provocando un proceso de aclaración que era necesario; ahora conocemos mejor la importancia que le damos a la fe, y la debilidad o la fuerza de nuestras convicciones religiosas. Por otra parte, cada vez son menos los que practican por pura obligación o por tradición familiar. Hoy van a misa quienes quieren alimentar su fe y vivirla con cierta coherencia.

De esta forma se está descubriendo mejor la razón de ser y los valores que quiere proteger el llamado «precepto dominical». Como escribe X Basurko, «el domingo no es importante porque sea de precepto, sino que es de precepto porque es algo vital, tanto para el creyente como para la comunidad cristiana». De hecho, la misa del domingo es para muchos cristianos el único momento de encuentro con Dios y la única experiencia que alimenta su fe.

El creyente se reserva una hora para celebrar la eucaristía como núcleo del domingo. Como dice el Catecismo holandés, «una hora semanal no es mucho para quien cree que su vida y su dicha vienen de la mano de Dios». Sin embargo, esa hora vivida desde dentro, como una experiencia de encuentro con Dios, puede ser el mejor alimento de la fe en tiempos nada fáciles.

La fiesta del Corpus es una invitación a reavivar la eucaristía dominical. Hace bien detenerse cada semana para encontrarse con otros creyentes, escuchar juntos el evangelio de Jesús, expresar nuestro agradecimiento a Dios por el regalo de la vida, y alimentamos del mismo Cristo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
30 de mayo de 1991

COMULGAR

Tomad, esto es mi cuerpo.

"Dichosos los llamados a la cena del Señor". Así dice el sacerdote mientras muestra a todo el pueblo el pan eucarístico antes de comenzar su distribución. ¿Qué eco tienen hoy estas palabras en quienes las escuchan?

Son muchos, sin duda, los que se sienten dichosos de poder acercarse a comulgar para encontrarse con Cristo y alimentar en él su vida y su fe. No pocos se levantan automáticamente para realizar una vez más un gesto rutinario y vacío de vida. Un número importante de personas no se sienten llamadas a participar y tampoco experimentan por ello insatisfacción ni pena alguna.

Y, sin embargo, comulgar puede ser para el cristiano el gesto más importante y central de toda la semana, si se hace con toda su expresividad y dinamismo.

La preparación comienza con el canto o recitación del Padre nuestro. No nos preparamos cada uno por su cuenta para comulgar individualmente. Comulgamos formando todos una familia que, por encima de tensiones y diferencias, quiere vivir fraternalmente invocando al mismo Padre y encontrándonos todo en el mismo Cristo.

No se trata de rezar un "Padre nuestro" dentro de la misa. Esta oración adquiere una profundidad especial en este momento. El gesto del sacerdote con las manos abiertas y alzadas es una invitación a adoptar una actitud confiada de invocación.

Las peticiones resuenan de una manera diferente al ir a comulgar: "danos el pan" y alimenta nuestra vida en esta comunión; "venga tu Reino" y venga Cristo a esta comunidad; "perdona nuestras ofensas" y prepáranos a recibir a tu Hijo...

La preparación continúa con el abrazo de paz, gesto sugestivo y lleno de fuerza que nos invita a romper los aislamientos, las distancias y la insolidaridad egoísta. El rito, precedido por una doble oración en que se pide la paz, no es simplemente un gesto de amistad. Expresa el compromiso de vivir contagiando "la paz del Señor", restañando heridas, eliminando odios, reavivando el sentido de fraternidad, despertando la solidaridad.

La invocación "Señor, no soy digno", dicha con fe humilde y con el deseo de vivir de manera más sana es el último gesto antes de acercarse cantando a recibir al Señor. La mano extendida y abierta expresa la actitud de quien, pobre e indigente, se abre a recibir el pan de la vida.

El silencio agradecido y confiado que nos hace conscientes de la cercanía de Cristo y de su presencia viva en nosotros, la oración de toda la comunidad cristiana y la última bendición ponen fin a la comunión.

Una pregunta en esta festividad del "Corpus Christi". ¿No se reafirmaría nuestra fe si acertáramos a comulgar con más hondura?

José Antonio Pagola




Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


lunes, 21 de mayo de 2018

27-05-2018 - La Santísima Trinidad (B)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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La Santísima Trinidad (B)



EVANGELIO

Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.

Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.

Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

- «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.

Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.

Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2017-2018 -
27 de mayo de 2018

EL MEJOR AMIGO

(Ver homilía del ciclo B - 2011-2012)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2014-2015 -
31 de mayo de 2015

LO ESENCIAL DEL CREDO

(Ver homilía del 07 de junio de 2009)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2011-2012 -
3 de junio de 2012

EL MEJOR AMIGO

En el núcleo de la fe cristiana en un Dios trinitario hay una afirmación esencial. Dios no es un ser tenebroso e impenetrable, encerrado egoístamente en sí mismo. Dios es Amor y solo Amor. Los cristianos creemos que en el Misterio último de la realidad, dando sentido y consistencia a todo, no hay sino Amor. Jesús no ha escrito ningún tratado acerca de Dios. En ningún momento lo encontramos exponiendo a los campesinos de Galilea doctrina sobre él. Para Jesús, Dios no es un concepto, una bella teoría, una definición sublime. Dios es el mejor Amigo del ser humano.

Los investigadores no dudan de un dato que recogen los evangelios. La gente que escuchaba a Jesús hablar de Dios y le veía actuar en su nombre, experimentaba a Dios como una Buena Noticia. Lo que Jesús dice de Dios les resulta algo nuevo y bueno. La experiencia que comunica y contagia les parece la mejor noticia que pueden escuchar de Dios. ¿Por qué?

Tal vez lo primero que captan es que Dios es de todos, no solo de los que se sienten dignos para presentarse ante él en el Templo. Dios no está atado a un lugar sagrado. No pertenece a una religión. No es propiedad de los piadosos que peregrinan a Jerusalén. Según Jesús, "hace salir su sol sobre buenos y malos". Dios no excluye ni discrimina a nadie. Jesús invita a todos a confiar en él: "Cuando oréis decid: ¡Padre!".

Con Jesús van descubriendo que Dios no es solo de los que se acercan a él cargados de méritos. Antes que a ellos, escucha a quienes le piden compasión porque se sienten pecadores sin remedio. Según Jesús, Dios anda siempre buscando a los que viven perdidos. Por eso se siente tan amigo de pecadores. Por eso les dice que él "ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido".

También se dan cuenta de que Dios no es solo de los sabios y entendidos. Jesús le da gracias al Padre porque le gusta revelar a los pequeños cosas que les quedan ocultas a los ilustrados. Dios tiene menos problemas para entenderse con el pueblo sencillo que con los doctos que creen saberlo todo.

Pero fue, sin duda, la vida de Jesús, dedicado en nombre de Dios a aliviar el sufrimiento de los enfermos, liberar a  poseídos por espíritus malignos, rescatar a leprosos de la marginación, ofrecer el perdón a pecadores y prostitutas..., lo que les convenció que Jesús experimentaba a Dios como el mejor Amigo del ser humano, que solo busca nuestro bien y solo se opone a lo que nos hace daño. Los seguidores de Jesús nunca pusieron en duda que el Dios encarnado y revelado en Jesús es Amor y solo Amor hacia todos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
7 de junio de 2009

LO ESENCIAL DEL CREDO

… en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

A lo largo de los siglos, los teólogos cristianos han elaborado profundos estudios sobre la Trinidad. Sin embargo, bastantes cristianos de nuestros días no logran captar qué tienen que ver con su vida esas admirables doctrinas.

Al parecer, hoy necesitamos oír hablar de Dios con palabras humildes y sencillas, que toquen nuestro pobre corazón, confuso y desalentado, y reconforten nuestra fe vacilante. Necesitamos, tal vez, recuperar lo esencial de nuestro credo para aprender a vivirlo con alegría nueva.

«Creo en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra».

No estamos solos ante nuestros problemas y conflictos. No vivimos olvidados Dios es nuestro «Padre» querido. Así lo llamaba Jesús y así lo llamamos nosotros. Él es el origen y la meta de nuestra vida. Nos ha creado a todos sólo por amor, y nos espera a todos con corazón de Padre al final de nuestra peregrinación por este mundo.

Su nombre es hoy olvidado y negado por muchos. Nuestros hijos se van alejando de él, y los creyentes no sabemos contagiarles nuestra fe, pero Dios nos sigue mirando a todos con amor. Aunque vivamos llenos de dudas, no hemos de perder la fe en un Dios Creador y Padre pues habríamos perdido nuestra última esperanza.

«Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor».

Es el gran regalo que Dios ha hecho al mundo. Él nos ha contado cómo es el Padre. Para nosotros, Jesús nunca será un hombre más. Mirándolo a él, vemos al Padre: en sus gestos captamos su ternura y comprensión. En él podemos sentir a Dios humano, cercano, amigo.

Este Jesús, el Hijo amado de Dios, nos ha animado a construir una vida más fraterna y dichosa para todos. Es lo que más quiere el Padre. Nos ha indicado, además, el camino a seguir: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Si olvidamos a Jesús, ¿quién ocupará su vacío?, ¿quién nos podrá ofrecer su luz y su esperanza?

«Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida».

Este misterio de Dios no es algo lejano. Está presente en el fondo de cada uno de nosotros. Lo podemos captar como Espíritu que alienta nuestras vidas, como Amor que nos lleva hacia los que sufren. Este Espíritu es lo mejor que hay dentro de nosotros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
11 de junio de 2006

SÓLO AMOR

… en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

¿Es necesario creer en la Trinidad, ¿se puede?, ¿sirve para algo?, ¿no es una construcción intelectual innecesaria?, ¿cambia en algo nuestra fe en Dios y nuestra vida cristiana si no creemos en el Dios trinitario? Hace dos siglos Kant escribía estas palabras: «Desde el punto de vista práctico, la doctrina de la Trinidad es perfectamente inútil».

Nada más lejos de la realidad. La fe en la Trinidad cambia no sólo nuestra manera de mirar a Dios sino también nuestra manera de entender la vida. Confesar la Trinidad de Dios es creer que Dios es un misterio de comunión y de amor. Dios no es un ser frío, cerrado e impenetrable, inmóvil e indiferente. Dios es un foco de amor insondable. Su intimidad misteriosa es sólo amor y comunicación. Consecuencia: en el fondo último de la realidad dando sentido y existencia a todo no hay sino Amor. Todo lo existente viene del Amor.

El Padre es Amor originario, la fuente de todo amor. Él empieza el amor: «Sólo él empieza a amar sin motivos, es más, es él quien desde siempre ha empezado a amar» (E. Jüngel). El Padre ama desde siempre y para siempre, sin ser obligado ni motivado desde fuera. Es el «eterno Amante». Ama y seguirá amando siempre. Nunca retirará su amor y fidelidad. De él sólo brota amor. Consecuencia: creados a su imagen, estamos hechos para amar. Sólo amando acertamos a vivir plenamente.

El ser del Hijo consiste en recibir el amor del Padre. Él es el «Amado eternamente» antes de la creación del mundo. El Hijo es el Amor que acoge, la respuesta eterna al amor del Padre. El misterio de Dios consiste pues en dar y en recibir amor. En Dios, dejarse amar no es menos que amar. ¡Recibir amor es también divino! Consecuencia: creados a imagen de Dios, estamos hechos no sólo para amar sino para ser amados.

El Espíritu Santo es la comunión del Padre y del Hijo. Él es el Amor eterno entre el Padre amante y el Hijo amado, el que revela que el amor divino no es cerrazón o posesión celosa del Padre ni acaparamiento egoísta del Hijo. El amor verdadero es siempre apertura, don, comunicación hasta sus criaturas. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5, 5). Consecuencia: creados a imagen de ese Dios, estamos hechos para amarnos mutuamente sin acaparar y sin encerrarnos en amores ficticios y egoístas.

José Antonio Pagola

HOMILIA

11 de junio de 2006

MINIATURA DE DIOS

A lo largo de veinte siglos de cristianismo, grandes teólogos han escrito estudios profundos sobre la Trinidad, tratando de pensar conceptualmente el misterio de Dios. Sin embargo, ellos mismos dicen que, para saber de Dios, lo importante no es «discurrir» mucho, sino «saber» algo del amor.

La razón es sencilla. La teología cristiana viene a decir, en definitiva, que Dios es Amor. No es una realidad fría e impersonal, un ser triste, solitario y narcisista. No hemos de imaginarlo como poder impenetrable, encerrado en sí mismo. En su ser más íntimo, Dios es amor, vida compartida, amistad gozosa, diálogo, entrega mutua, abrazo, comunión de personas.

Lo grande es que nosotros estamos hechos a imagen de ese Dios. El ser humano es una especie de «miniatura» de Dios. Es fácil intuirlo. Siempre que sentimos necesidad de amar y ser amados, siempre que sabemos acoger y buscamos ser acogidos, cuando disfrutamos compartiendo una amistad que nos hace crecer, cuando sabemos dar y recibir vida, estamos saboreando el «amor trinitario» de Dios. Ese amor que brota en nosotros proviene de él.

Por eso, el mejor camino para aproximarnos al misterio de Dios no son los libros que hablan de él, sino las experiencias amorosas que se nos regalan en la vida. Cuando dos jóvenes se besan, cuando dos enamorados se entregan mutuamente, cuando dos esposos hacen brotar de su amor una nueva vida, están viviendo experiencias que, incluso cuando son torpes e imperfectas, apuntan hacia Dios.

Quien no sabe nada de dar y recibir amor, quien no sabe compartir ni dialogar, quien solo se escucha a sí mismo, quien se cierra a toda amistad, quien busca su propio interés, quien sólo sabe ganar dinero, competir y triunfar, ¿qué puede saber de Dios?

El amor trinitario de Dios no es un amor excluyente, un «amor egoísta» entre tres. Es amor que se difunde y regala a todas las criaturas. Por eso, quien vive el amor desde Dios, aprende a amar a quienes no le pueden corresponder, sabe dar sin apenas recibir, puede incluso «enamorarse» de los más pobres y pequeños, puede entregar su vida a construir un mundo más amable y digno de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
15 de junio de 2003

LA FIESTA DE DIOS

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

¿Cómo se comunicaba Jesús con Dios?, ¿qué sentimientos despertaba en su corazón?, ¿cómo le experimentaba día a día? Una cuidadosa investigación lleva a una doble conclusión: Jesús le sentía a Dios como Padre, y lo vivía todo impulsado por su Espíritu.

Jesús se sentía «hijo querido» de Dios. Siempre que se comunica con él, lo llama Padre. No le sale otra palabra. Para él, Dios no es el «Santo» del que hablan todos, sino el «Compasivo». No habita en el Templo acogiendo sólo a los de corazón limpio y manos inocentes. Jesús lo ve llenando la creación entera, sin excluir a nadie de su amor compasivo. Cada mañana disfruta porque Dios hace salir su sol sobre buenos y malos.

Ese Padre tiene un gran proyecto en su corazón: hacer de la tierra una casa habitable. Jesús no duda. Dios no descansará hasta ver a sus hijos e hijas disfrutando juntos de una fiesta final. Nadie lo podrá impedir: ni la crueldad de la muerte ni la injusticia de los hombres. Como nadie puede impedir que llegue la primavera y lo llene todo de vida.

Jesús vive lleno de Dios, y movido por su Espíritu, sólo se dedica a una cosa: hacer un mundo más humano para todos. Todos han de conocer la Buena Noticia, sobre todo los que menos se lo esperan: los pecadores y los despreciados. Dios no da a nadie por perdido. A todos busca, a todos llama. No vive controlando a sus hijos, sino abriendo a cada uno caminos hacia una vida más humana. Quien escucha hasta el fondo su propio corazón, le está escuchando a él.

Ese Espíritu le empuja a Jesús hacia los que más sufren. Es normal, pues ve grabados en el corazón de Dios los nombres de los más solos y desgraciados. Los que para nosotros no son nadie, ésos son precisamente los predilectos de Dios. Jesús sabía que a ese Dios no le entienden los grandes sino los pequeños. Su amor lo descubren quienes le buscan porque no tienen a nadie que enjugue sus lágrimas.

La mejor manera de creer en el Dios trinitario no es tratar de entender las explicaciones de los teólogos, sino seguir los pasos de Jesús que vivió como Hijo querido de un Dios Padre y que, movido por su Espíritu, se dedicó a hacer un mundo más amable para todos. Es bueno recordarlo hoy que celebramos la fiesta de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
18 de junio de 2000

TERNURA

.... en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

El misterio de Dios supera infinitamente lo que la mente humana puede captar. Pero Dios ha creado nuestro corazón con un deseo infinito de buscarle de tal manera que no encontrará descanso más que en Él., Nuestro corazón, con su deseo insaciable de amar y ser amado, nos abre un resquicio para intuir el misterio inefable de Dios.

En el delicioso relato de «El Principito», A. de Saint Exupéry hace esta admirable afirmación: «Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos». Es una forma bella de exponer la intuición de los teólogos medievales:

«Ubi amor, ibi est oculus»: «donde reina el amor, allí hay ojos que saben ver». San Agustín lo había dicho de un modo más directo: «Si ves el amor, ves la Trinidad».

Cuando el cristianismo habla de la Trinidad quiere decir que Dios, en su misterio más íntimo, es amor compartido. Dios no es una idea oscura y abstracta; no es una energía oculta, una fuerza peligrosa; no es un ser solitario y sin rostro, apagado e indiferente; no es una sustancia fría e impenetrable. Dios es Ternura desbordante de amor.

Ese Dios trinitario es fuente y cumbre de toda ternura. La ternura inscrita en el ser humano tiene su origen y su meta en la Ternura que constituye el misterio de Dios. Por eso, la ternura no es un sentimiento más; es signo de madurez y vitalidad interior; brota en un corazón libre, capaz de ofrecer y de recibir amor, un corazón «parecido» al de Dios.

La ternura es la «huella» más clara de Dios en la creación; lo mejor que ha desarrollado la historia humana; lo que mide el grado de humanidad de una persona. Esta ternura se opone a dos actitudes muy difundidas en nuestra cultura: la «dureza de corazón» entendida como barrera, como muro, como apatía e indiferencia ante el otro; el «repliegue sobre uno mismo», el egocentrismo, la ausencia de solicitud y cuidado del otro.

El mundo se encuentra ante una grave alternativa entre una «cultura de la ternura» y, por tanto, del amor y de la vida, o una «cultura del egoísmo», y por tanto, de la indiferencia, la violencia y la muerte. Quienes creen en la Trinidad saben qué han de promover.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
25 de mayo de 1997

MISTERIO

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Lo sepa o no, el ser humano está siempre remitido a un Misterio sagrado que lo constituye y orienta desde el fondo de su existencia. Este Misterio es lo más originario y fundamental de nuestro ser, pero, por ello mismo, lo más oculto y desapercibido. Nos habla con más claridad cuando guardamos silencio, y se nos hace más presente cuando, desde la experiencia de nuestros propios límites, captamos su ausencia. A este Misterio los creyentes llamamos Dios.

Es posible que alguno no caiga nunca en cuenta de su presencia, pero él constituye lo más íntimo en nosotros y, a la vez, lo más trascendente. El hombre o la mujer que acoge su propia existencia con amor y responsabilidad absoluta, el que busca y espera con confianza la plenitud de la vida, se está encontrando con Dios, cualquiera que sea el nombre que le dé. En realidad, su verdadero nombre sólo es pronunciado con verdad cuando enmudecemos ante su Misterio.

Es difícil captar, bajo el trajín de la vida diaria, las experiencias más profundas de nuestra existencia, pero todos sabe mos que nadie es dueño de su propia vida: todos venimos de lo desconocido y nos encaminamos hacia lo desconocido. Lo queramos o no, hemos de tomar postura ante el Misterio que nos envuelve. Podemos cerrar los ojos a lo esencial de la existencia y encerrarnos en nuestra propia finitud o podemos abrirnos confiadamente al Misterio que intuimos en el fondo de todo. A esto último los creyentes llamamos creer en Dios.

Quien se abre así a Dios puede experimentar, en su historia más íntima, que ese Misterio silencioso y lejano es, al mismo tiempo, amor cercano. Ese amor de Dios es la salvación del ser humano y el verdadero sentido de todo cuanto existe. A este amor de Dios intuido de alguna manera en lo hondo de nuestra existencia llamamos los cristianos gracia.

Esta gracia es ofrecida a todos como luz y como promesa de vida eterna. Actúa en cada hombre y en cada mujer desde el fondo de su ser, aun antes de que asuma una religión o entre en una iglesia. Toda persona puede acoger ese amor salvador de Dios siempre que viva responsablemente el amor, escuche fielmente la voz de su conciencia y confíe en el Misterio de Dios a pesar de todas la tinieblas y oscuridades. Esta confianza fundamental en Dios podemos compartirla quienes nunca pronunciarán el nombre de la Trinidad y quienes bajo este nombre adoramos y agradecemos su Amor eterno.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
29 de mayo de 1994

¿VACIO MENTAL O ENCUENTRO CON DIOS?

… en el nombre del Padre, y del Ho, y del Espíritu Santo...

Está creciendo el número de personas, creyentes o no, que buscan en la meditación una especie de terapia eficaz contra el «stress» o el desequilibrio interior provocados por el ritmo agitado de la vida moderna. Basta leer los anuncios de los periódicos para comprobar la oferta de los diferentes centros, gurús o yoguis.

Por otra parte, el contacto cada vez más frecuente con las religiones orientales y sus métodos de meditación está llevando a no pocos cristianos a incorporar técnicas como el zen o el yoga, desconocidas entre nosotros hasta hace unos años.

Todo ello puede ser enormemente positivo y enriquecedor para los cristianos de Occidente si sabemos reavivar la originalidad de la meditación cristiana sin desfigurarla ni sustituirla con elementos extraños. De ahí la necesidad de algunos criterios claros.

Antes que nada, hemos de recordar que la meditación cristiana es diálogo personal, íntimo y profundo entre el hombre y Dios. Una meditación que desembocara solo en un estado de quietud o en «una inmersión en el abismo indeterminado de la divinidad» no es todavía encuentro gozoso con el Dios trinitario. La meditación cristiana es alabanza e invocación confiada al Padre, escucha fiel del Hijo, transformación gozosa en el Espíritu Santo.

Por otra parte, las diversas técnicas pueden ser una preparación óptima para la contemplación cristiana, conduciendo a la persona de la agitación y dispersión al recogimiento y silencio interior, necesarios para el encuentro personal con Dios. Pero las técnicas no «producen» automáticamente la «experiencia de Dios», que siempre es un acontecimiento de gracia. Por eso, no hay que confundir nunca las sensaciones de quietud y distensión que generan ciertos ejercicios síquico-físicos con la comunicación espiritual con Dios.

Asimismo, el «vacío mental» que se logra a través de ciertas técnicas no tiene en sí mismo valor religioso cristiano si no lleva a la persona a «llenarse» de la riqueza del Dios trinitario, misterio de amor insondable, que suscita en el orante la adoración, la acción de gracias y la invocación confiada.

Por último, no hemos de olvidar que la meditación cristiana conduce a la purificación de la persona, liberándola, sobre todo, de ese egoísmo desordenado que la lleva a acaparar las cosas y las personas para someterlas a su propio yo como a su destino último. Una «experiencia de Dios» que no transforma moralmente a la persona, es un engaño. El Dios cristiano siempre remite al orante a la práctica del amor al prójimo.

La fiesta de la Trinidad es una invitación a la acogida gozosa del misterio gratuito de Dios. San Cirilo de Jerusalén decía que «la Trinidad se revela a quien ¡a acoge como gracia y no a quien la manipula como una presa del entendimiento».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
26 de mayo de 1991

RECUPERAR UN SIMBOLO

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Los gestos simbólicos pueden ayudarnos a vivir la existencia con más hondura, pero, repetidos de manera distraída, pueden convertirse en algo mecánico y rutinario, vacío de todo significado vital.

Así sucede con frecuencia con esa cruz que los cristianos hemos aprendido desde niños a trazar sobre nosotros mismos y que resume toda nuestra fe sobre el misterio de Dios y sobre el espíritu que ha de animar nuestra vida entera.

Esa cruz es "la señal del cristiano" que ilumina nuestro caminar diario. Ella nos recuerda a un Dios cercano, entregado por nosotros. Esa cruz nos da esperanza. Nos enseña el camino. Nos asegura la victoria final en Cristo resucitado.

Pero ese gesto tiene un significado más hondo. Al hacer la cruz con nuestra mano, desde la frente hasta el pecho y desde el hombro izquierdo hasta el derecho, consagramos nuestra frente, boca y pecho, expresando así el deseo de acoger el misterio de Dios Trinidad en nosotros y la trayectoria que queremos dar a nuestra vida.

Esto es lo que queremos: que los pensamientos que elabora nuestra mente, las palabras que pronuncia nuestra boca, los sentimientos y deseos que nacen de nuestro pecho, sean los de un hombre o mujer que viva "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".

El gesto nos anima así a superar la dispersión de nuestra vida unificando todas nuestras actividades para vivir desde una confianza total en el Padre, siguiendo fielmente al Hijo encarnado en Jesús, dejándonos impulsar por la acción del Espíritu en nosotros.

Al mismo tiempo, este gesto realizado conscientemente en medio de una sociedad que va vaciando la vida de su grandeza y misterio, nos invita a vivir adorando el misterio trinitario de Dios, origen, fundamento y meta última de toda la creación, y dándole gracias por el don misterioso de la vida.

El creyente vive envuelto por este símbolo tan expresivo. Lo hacemos al comenzar la Eucaristía y al recibir la bendición final, al iniciar y terminar una oración, al bendecir la mesa, al empezar el día y al acostarnos. Si lo hiciéramos de manera consciente, podría ser un mensaje de alegría y salvación en medio de nuestra vida.

En esta fiesta de la Trinidad hemos de recordar que el misterio de la Trinidad no es un asunto para la reflexión exclusiva de los teólogos o la experiencia de los místicos. También un humilde creyente, alejado incluso de la práctica religiosa, puede elevar su corazón hasta Dios y santiguarse despacio en el nombre de la Trinidad, agradeciendo arrepentido su perdón y alabando gozoso su amor insondable.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
29 de mayo de 1988

TRINIDAD

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Desgraciadamente, la Trinidad no representa nada realmente decisivo en la vida de muchos cristianos.

Su fe gira en torno a dos polos: Por una parte, un Dios lejano, más o menos indefinido, al que se teme o invoca en las situaciones límite. Y por otra, ese Jesús más o menos conocido del que hablan los evangelios.

Si por un imposible, la Trinidad fuera eliminada un día de la doctrina cristiana, nada cambiaría en su corazón ni en su vida.

La Trinidad les resulta una idea extraña y abstrusa. Una especie de «teorema religioso” para entretenimiento de teólogos desocupados pero sin incidencia alguna en la vida práctica.

Sin embargo, es el Dios trinitario cuya imagen llevamos impresa en nuestro propio ser, quien fundamenta la estructura más profunda del hombre.

Dios es Padre, es don, comunicación, fuente de vida. Dios es Hijo, es acogida, respuesta agradecida y amorosa. Dios es Espíritu, es intercambio de vida, comunión y diálogo de amor.

Dar. Acoger. Intercambiar vida y amor. Esa es la necesidad más profunda que se encierra en el ser humano.

Siempre que amamos con ternura y hacemos nacer la vida a nuestro alrededor, siempre que somos amados con respeto y acogemos en nosotros ese amor o amistad, siempre que compartimos e intercambiamos vida, estamos saboreando el amor trinitario del que brota nuestro verdadero ser.

Lo sepa o no, el hombre, para ser plenamente humano, necesita amar, ser amado y compartir amorosamente la vida.

Por ello, quien viva sólo para sí, en actitud narcisista, en la pura contemplación de sí mismo, no llegará nunca a ser humano. Como tampoco lo será el autosuficiente que crea bastarse a sí mismo y no necesitar de nadie para vivir.

Pero las consecuencias son todavía más graves. Cuando marginamos a alguien excluyéndolo de nuestra amistad o solidaridad o arrinconándolo en la soledad o el desprecio, lo estamos deshumanizando.

Cuando vivimos en actitud paternalista o de manera dominante y machista, estamos impidiendo que crezca a nuestro alrededor una vida verdaderamente humana.

Confesar la Trinidad como fuente última de nuestro ser exige vivir de manera trinitaria, generando y acogiendo vida, en una actitud de intercambio amoroso y creador.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
2 de junio de 1985

DIOS ES HUMILDE

en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

En otros tiempos, «Dios» fue una palabra llena de sentido para muchos hombres y mujeres. Hoy son cada vez más los que se avergüenzan de hablar de Dios de manera seria. Para muchos, Dios trae malos recuerdos. No interesa pensar en él. Es mejor «pasar» de Dios.

¿Cuál es la raíz profunda de este «ateísmo mediocre» que sigue creciendo en el corazón de tantos que, incluso, se llaman cristianos? Quizás, muchos de ellos han experimentado a Dios como alguien prepotente, tirano poderoso ante el que tenemos que defender nuestra libertad, rival invencible que nos roba la espontaneidad y la felicidad.

Sin darse cuenta, siguiendo la invitación de F. Nietzsche, están matando en su corazón a este Dios indeseado porque están secretamente convencidos de que ¿s un ser prepotente que nos estropea la vida avasallando nuestra libertad.

No saben que ese Dios tirano y dominador contra el que inconscientemente se rebelan, es un fantasma que no existe en la realidad.

La clave para recuperar de nuevo la fe en el verdadero Dios sería, para muchos, descubrir que Dios es amigo humilde y respetuoso. Dios no es un ídolo satisfecho de sí mismo y de su poder. No es un tirano narcisista que se goza y se complace en su omnipotencia.

Dios no grita, no se impone, no coacciona. Dios no se exhibe. No se ofrece en espectáculo. Son muchos los que se quejan de que Dios es demasiado invisible y no interviene espectacularmente en nuestras vidas, ni siquiera para reaccionar ante tantas injusticias. No han descubierto todavía que Dios es invisible porque es discreto y respeta hasta el final la libertad de los hombres.

La fiesta de la Trinidad nos vuelve a recordar algo que olvidamos una y otra vez. Dios sólo es Amor y su gloria y su poder consiste sólo en amar. Para nosotros, la gloria siempre es algo ambiguo y nos sugiere renombre, éxito por encima de todo, triunfo sobre los demás, poder que puede con los otros... La gloria de Dios es otra cosa.

Dios sólo es amor y, precisamente por eso, no puede sino amar. Dios no puede manipular, humillar, abusar, destruir. Dios sólo puede acercarse a nosotros para que nosotros podamos ser nosotros mismos. «La gloria de Dios consiste en que el hombre esté lleno de vida» como dice S. Ireneo.

Muchos hombres y mujeres cambiarían su actitud ante Dios si descubrieran que su idea de Dios es una «degradación lamentable» y si aprendieran a creer en un Dios humilde y respetuoso, amigo de la vida y la felicidad de los hombres, un Dios que no sabe ni puede hacer otra cosa que querernos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
6 de junio de 1982

DIOS

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Alguien ha dicho que «la humanidad sufre hoy la más terrible de todas las experiencias: la lejanía de Dios» (L. Boros). Lo cierto es que para muchos contemporáneos, Dios es algo lejano y vago, algo que se confunde casi con lo ilusorio e irreal.

De hecho, son bastantes los que casi insensiblemente, van pasando poco a poco de una fe débil y superficial a un ateísmo también débil y superficial, sin detenerse con sinceridad ante la realidad de quien es origen y destino último de nuestro ser.

¿Cómo dar de nuevo un contenido vivo a ese nombre de «Dios» cuando uno lo ha ido vaciando de vida, con una fe banal y una existencia mediocre? ¿Cómo aprender de nuevo a vivir con gozo ante Dios?

Quizás el gesto primero y más espontáneo del hombre actual al sentirse interpelado por Dios, sea la retirada, la huída cobarde y silenciosa. ¿Cómo ponerse de nuevo en camino hacia El?

Probablemente hemos de redescubrir, antes que nada, que Dios en su realidad más profunda es trinidad. Es decir, que Dios no es algo frío e impersonal, un ser solitario e inerte, sino vida compartida, amor comunitario, amistad gozosa, ternura vida en plenitud.

Dios no es alguien que nos ciega con su poder divino. Dios es amor que nos acoge, amistad que nos envuelve, ternura que nos busca por todos los caminos de nuestra existencia.

Por eso la presencia de Dios en el mundo es humilde y discreta, como lo es siempre la presencia de la ternura y el amor verdadero.

Sólo quien sabe de amor sabe de Dios. Sólo quien es capaz de vivir incondicionalmente la amistad, de irradiar amor y bondad en esta sociedad egoísta, de poner un poco de justicia y ternura en la construcción de este mundo, puede encontrar a Dios.

Es el amor vivido incondicionalmente el que purifica nuestras falsas imágenes de Dios, y nos coloca en la verdad y la humildad necesarias para acercarnos al Dios trinitario.

Ireneo de Lyon escribió una frase que se ha hecho famosa aunque no es fácil de traducir: «gloria Dei, vivens homo». Y viene a decir esto: el hombre que más honra a Dios es aquél que está más lleno de vida. Ciertamente, el hombre que da más gloria a la Trinidad es aquél que con más fuerza y más pureza vive el amor y la ternura.

Nuestra sociedad no necesita «defensores triunfalistas» que nos hagan la propaganda de Dios, sino testigos humildes que con su vida nos hagan percibir el amor y la amistad de Dios por los hombres.

José Antonio Pagola




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