lunes, 29 de mayo de 2017

04-06-2017 - Domingo de Pentecostés (A)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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Domingo de Pentecostés (A)


EVANGELIO

Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Recibid el Espíritu Santo.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-«Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. »
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2016-2017 -
4 de junio de 2017

VIVIR A DIOS DESDE DENTRO

Hace unos años, el gran teólogo alemán, Karl Rahner, se atrevía a afirmar que el principal y más urgente problema de la Iglesia de nuestro tiempo es su "mediocridad espiritual". Estas eran sus palabras: el verdadero problema de la Iglesia es "seguir caminando con resignación y aburrimiento cada vez mayores caminos comunes de una mediocridad espiritual."
El problema no ha hecho más que agravarse en estas últimas décadas. De poco han servido los intentos de reforzar las instituciones, salvaguardar la liturgia o vigilar la ortodoxia. En el corazón de muchos cristianos se está apagando la experiencia interior de Dios.
La sociedad moderna ha apostado por "el exterior". Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos presiona para movernos con prisa, casi sin detenerse en nada ni en nadie. La paz no encuentra rendijas para penetrar hasta nuestro corazón. Vivimos casi siempre en la corteza de la vida. Se nos está olvidando lo que es saborear la vida desde dentro. Por ser humana, a nuestra vida le falta una dimensión esencial: la interioridad.
Es triste observar que tampoco en las comunidades cristianas sabemos cuidar y promover la vida interior. Muchos no saben lo que es el silencio del corazón, no se enseña a vivir la fe desde dentro. Privados de la experiencia interior, sobrevivimos olvidando nuestra alma: escuchando palabras con los oidos y pronunciando oraciones con los labios, mientras nuestro corazón está ausente.
En la Iglesia se habla mucho de Dios, pero, ¿dónde y cuándo escuchamos los creyentes la presencia callada de Dios en lo más profundo del corazón? ¿Dónde y cuándo acogemos al Espíritu del Resucitado en nuestro interior? ¿Cuándo vivimos en comunión con el Misterio de Dios desde dentro?
Acoger el Espíritu de Dios quiere decir dejar de hablar sólo con un Dios al que casi siempre colocamos lejos y fuera de nosotros, y aprender a escucharlo en el silencio del corazón. Dejar de pensar a Dios con la cabeza, y aprender a percibirlo en lo más íntimo de nuestro ser.
Esta experiencia interior de Dios, real y concreta, transforma nuestra fe. Uno se sorprende de cómo ha podido vivir sin descubrirlo antes. Ahora sabe por qué es posible creer incluso en una cultura secularizada. Ahora conoce una alegría interior nueva y diferente. Me parece muy difícil de mantener por mucho tiempo la fe en Dios en medio de la agitación y la frivolidad de la vida moderna, sin conocer, aunque sea de manera humilde y sencilla, alguna experiencia interior del Misterio de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2013-2014 -
8 de Junio de 2014

VIVIR A DIOS DESDE DENTRO

(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
12 de Junio de 2011

INVOCACIÓN

Según San Juan, el Espíritu hace presente a Jesús en la comunidad cristiana, recordándonos su mensaje, haciéndonos caminar en su verdad, interiorizando en nosotros su mandato del amor. A ese Espíritu invocamos en esta fiesta de Pentecostés.
Ven Espíritu Santo y enséñanos a invocar a Dios con ese nombre entrañable de "Padre" que nos enseñó Jesús. Si no sentimos su presencia buena en medio de nosotros, viviremos como huérfanos. Recuérdanos que sólo Jesús es el camino que nos lleva hasta él. Que sólo su vida entregada a los últimos nos muestra su verdadero rostro. Sin Jesús nunca entenderemos su sed de paz, de justicia y dignidad para todos sus hijos e hijas.
Ven Espíritu Santo y haznos caminar en la verdad de Jesús. Sin tu luz y tu aliento, olvidaremos una y otra vez su Proyecto del reino de Dios. Viviremos sin pasión y sin esperanza. No sabremos por qué le seguimos ni para qué. No sabremos por qué vivir y por qué sufrir. Y el Reino seguirá esperando colaboradores.
Ven Espíritu Santo y enséñanos a anunciar la Buena Noticia de Jesús. Que no echemos cargas pesadas sobre nadie. Que no dictaminemos sobre problemas que no nos duelen ni condenemos a quienes necesitan sobre todo acogida y comprensión. Que nunca quebremos la caña cascada ni apaguemos la mecha vacilante.
Ven Espíritu Santo e infunde en nosotros la experiencia religiosa de Jesús. Que no nos perdamos en trivialidades mientras descuidamos la justicia, la misericordia y la fe. Que nada ni nadie nos distraiga de seguirlo como único Señor. Que ninguna doctrina, práctica o devoción nos aleje de su Evangelio.
Ven Espíritu Santo y aumenta nuestra fe para experimentar la fuerza de Jesús en el centro mismo de nuestra debilidad. Enséñanos a alimentar nuestra vida, no de tradiciones humanas ni palabras vacías, sino del conocimiento interno de su Persona. Que nos dejemos guiar siempre por su Espíritu audaz y creador, no por nuestro instinto de seguridad.
Ven Espíritu Santo, transforma nuestros corazones y conviértenos a Jesús. Si cada uno de nosotros no cambia, nada cambiará en su Iglesia. Si todos seguimos cautivos de la inercia, nada nuevo y bueno nacerá entre sus seguidores. Si no nos dejamos arrastrar por su creatividad, su movimiento quedará bloqueado.
Ven Espíritu Santo y defiéndenos del riesgo de olvidar a Jesús. Atrapados por nuestros miedos e incertidumbres, no somos capaces de escuchar su voz ni sentir su aliento. Despierta nuestra adhesión pues, si perdemos el contacto con él, seguirá creciendo en nosotros el nerviosismo y la inseguridad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - Recreados por Jesús
11 de mayo de 2008

BARRO ANIMADO POR EL ESPÍRITU

Recibid el Espíritu Santo.

Juan ha cuidado mucho la escena en que Jesús va a confiar a sus discípulos su misión. Quiere dejar bien claro qué es lo esencial. Jesús está en el centro de la comunidad llenando a todos de su paz y su alegría. Pero a los discípulos les espera una misión. Jesús no los ha convocado sólo para disfrutar de él, sino para hacerlo presente en el mundo.
Jesús los «envía». No les dice en concreto a quiénes han de ir, qué han de hacer o cómo han de actuar: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Su tarea es la misma de Jesús. No tienen otra: la que Jesús ha recibido del Padre. Tienen que ser en el mundo lo que ha sido él.
Ya han visto a quiénes se ha acercado, cómo ha tratado a los más desvalidos, cómo ha llevado adelante su proyecto de humanizar la vida, cómo ha sembrado gestos de liberación y de perdón. Las heridas de sus manos y su costado les recuerdan su entrega total. Jesús los envía ahora para que «reproduzcan» su presencia entre las gentes.
Pero sabe que sus discípulos son frágiles. Más de una vez ha quedado sorprendido de su «fe pequeña». Necesitan su propio Espíritu para cumplir su misión. Por eso, se dispone a hacer con ellos un gesto muy especial. No les impone sus manos ni los bendice, como hacía con los enfermos y los pequeños: «Exhala su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo».
El gesto de Jesús tiene una fuerza que no siempre sabemos captar. Según la tradición bíblica, Dios modeló a Adán con «barro»; luego sopló sobre él su «aliento de vida»; y aquel barro se convirtió en un «viviente». Eso es el ser humano: un poco de barro, alentado por el Espíritu de Dios. Y eso será siempre la Iglesia: barro alentado por el Espíritu de Jesús.
Creyentes frágiles y de fe pequeña: cristianos de barro, teólogos de barro, sacerdotes y obispos de barro, comunidades de barro... Sólo el Espíritu de Jesús nos convierte en Iglesia viva. Las zonas donde su Espíritu no es acogido, quedan «muertas». Nos hacen daño a todos, pues nos impiden actualizar la presencia viva de Jesús. Muchos no pueden captar en nosotros la paz, la alegría y la vida renovada por Cristo. No hemos de bautizar sólo con agua, sino infundir el Espíritu de Jesús. No sólo hemos de hablar de amor, sino amar a las personas como las amaba él.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
15 de mayo de 2005

ALIENTO DE VIDA

Recibid el Espíritu Santo.

Los hebreos se hacían una idea muy bella y real del misterio de la vida. Así describe la creación del hombre un viejo relato del siglo ix antes de Cristo: «El Señor Dios modeló al hombre del barro de la tierra. Luego, sopló en su nariz aliento de vida. Y así el hombre se convirtió en un viviente».
Es lo que dice la experiencia. El ser humano es barro. En cualquier momento se puede desmoronar. ¿Cómo caminar con pies de barro? ¿Cómo mirar la vida con ojos de barro? ¿Cómo amar con corazón de barro? Sin embargo, este barro ¡ vive! En su interior hay un aliento que le hace vivir. Es el Aliento de Dios. Su Espíritu vivificador.
Al final de su evangelio, Juan ha descrito una escena grandiosa. Es el momento culminante de Jesús resucitado. Según su relato, el nacimiento de la Iglesia es una «nueva creación». Al enviar a sus discípulos, Jesús «sopla su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo».
Sin el Espíritu de Jesús, la Iglesia es barro sin vida: una comunidad incapaz de introducir esperanza, consuelo y vida en el mundo. Puede pronunciar palabras sublimes sin comunicar «algo» de Dios a los corazones. Puede hablar con seguridad y firmeza sin afianzar la fe de las personas. ¿De dónde va a sacar esperanza si no es del aliento de Jesús? ¿Cómo va a defenderse de la muerte sin el Espíritu del resucitado?
Sin el Espíritu creador de Jesús, podemos terminar sin que nadie en la Iglesia crea en algo diferente. Todo debe ser como ha sido. No está permitido soñar en grandes novedades. Lo más seguro es una religión estática y controlada, que cambie lo menos posible. Lo que hemos recibido de otros tiempos es también lo mejor para los nuestros. Nuestras generaciones han de celebrar su fe vacilante con el lenguaje y los ritos de hace muchos siglos. Los caminos están marcados. No hay que preguntarse por qué.
¿Cómo no gritar con fuerza: «¡Ven, Espíritu Santo! Ven a tu Iglesia. Ven a liberarnos del miedo, la mediocridad y la falta de fe en tu fuerza creadora»? No hemos de mirar a otros. Hemos de abrir cada uno nuestro propio corazón.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
19 de mayo de 2002

CUIDAR EL CORAZÓN

Recibid el Espíritu Santo.

En la cultura actual el «corazón» es la sede del amor. No ha sido siempre así. Según una tradición que hunde sus raíces en la fe bíblica y que fue cultivada por grandes místicos de los primeros siglos, el «corazón» es lo más íntimo de la persona, el lugar desde donde el individuo puede integrar y armonizar todas las dimensiones de su ser.
La visión de estos padres y madres del desierto es grandiosa. El ser humano no es sólo un compuesto biológico: un alma aprisionada en la carne, un «pobre animal» zarandeado por toda clase de fuerzas y pulsiones. En lo más íntimo de su «corazón» hay un espacio donde puede acoger al Espíritu de Dios que es fuente de vida, integración y armonía de toda la persona.
En la soledad del desierto, estos hombres y mujeres llegaron a conocerse interiormente de una manera difícil de superar. Para ellos, el pecado no es un «asunto moral», sino la fuerza que descentra al individuo, lo disgrega y le hace perder su armonía destruyendo la alegría interior.
Lo peor que le puede suceder a una persona es vivir con un corazón de piedra, reseco y endurecido, incapaz de abrirse al Espíritu Santo; un corazón cerrado al amor y la ternura, dividido y disperso, sin fuerza para unificar su ser y alimentar su vida.
Los hombres y mujeres de hoy creemos saber mucho de todo y no sabemos siquiera cuidar nuestro corazón. Víctimas de nuestra frivolidad, no conocemos una vida armoniosa e integrada: vivimos aburridos a fuerza de buscar diversión; siempre cambiando y siempre perseguidos por la monotonía; siempre en busca de bienestar y siempre decepcionados. Nos falta un corazón abierto al Espíritu de Dios que nos haga conocer dónde está la fuente de vida.
Por eso, invocar al Espíritu de Dios no es una oración más. Gritar desde el fondo de nuestro ser: «Ven, Espíritu Santo», es desear vida nueva. Nuestro corazón de piedra se puede convertir en corazón de carne; nuestro vacío interior se puede llenar de Espíritu. La fiesta cristiana de Pentecostés vivida en esta actitud de invocación debería ser punto de partida de una vida renovada por el Espíritu.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
23 de mayo de 1999

CURACIÓN MÁS PROFUNDA

Recibid el Espíritu Santo.

La medicina occidental va corrigiendo poco a poco su olvido del papel del espíritu en la curación de la persona. Hoy se reconoce abiertamente que un ochenta por cien de las enfermedades modernas (cáncer, infarto, disfunciones diversas, estrés) son de origen psicosomático en su carácter o están condicionadas por el deterioro espiritual de la persona. Es normal que la ciencia médica se ocupe de analizar las causas y el proceso de cada enfermedad concreta, pero es lamentable que nadie preste mayor atención a la existencia de la persona que puede estar enferma en la raíz de su ser, a un nivel más profundo que el detectado por los médicos.
Hoy se advierte una convergencia notable entre quienes se adentran a estudiar el misterio del enfermar humano y sus causas más profundas. Según los estudiosos, son sobre todo dos los factores que hacen enfermar hoy a muchos: la falta de sentido y la necesidad de amor. Es difícil que conozcan una vida más sana si no conocen una experiencia más viva del amor o no encuentran una razón para vivir. No se trata sólo de encontrar el sentido de la vida familiar, amorosa o económica, sino el sentido de la existencia misma, que libere al individuo de la sensación de vacío, absurdo y frustración. No se trata de vivir experiencias amorosas de cualquier tipo, sino de saberse amado de manera plena y segura.
La experiencia del Espíritu fue vivida desde el origen del cristianismo como la experiencia del amor indestructible de Dios a cada uno de nosotros. Lo describe san Pablo de manera insuperable: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 5). Esta es la convicción radical del creyente: «Yo soy amado por Dios, no porque soy bueno, santo y sin pecado, sino porque El es bueno, santo y me ama con amor insondable. Soy aceptado incondicionalmente. Nadie me podrá separar del amor que Dios me tiene y que se me ha revelado en Cristo».
De este «saberse amado» por Dios nace estabilidad interior y paz: «puedo confiar, ningún mal es definitivo, nada me pude destruir para siempre. Puedo vivir sin odiarme; las heridas del pasado siguen ahí; mi mediocridad no desaparece, pero lo importante es la seguridad del amor de Dios». Esta convicción cura interiormente. Este amor vivido en la fe dura hasta la muerte y más allá de la muerte. Ya no cesa. Es promesa de vida eterna. Algo de esto es acoger en nosotros el Espíritu Santo de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
26 de mayo de 1996

LA GRACIA DEL ESPÍRITU

Recibid el Espíritu Santo.

No es fácil hablar del Espíritu Santo. El hombre contemporáneo se pone inmediatamente en guardia frente a todo aquello que no puede verificar con pruebas tangibles, y lo «espiritual» sugiere a no pocos un mundo desconocido, extremadamente incierto y etéreo. ¿Quién puede creer hoy en el Espíritu Santo?
Por otra parte, ¿qué es creer en el Espíritu Santo? La catequesis cristiana ha olvidado con frecuencia la importancia de enseñar a creer en la acción del Espíritu de Dios. Muchos cristianos invocan al Padre, se esfuerzan por vivir como Jesús, pero ignoran casi por completo la acción del Espíritu. El Credo de Nicea afirma que es «Señor y dador de vida», pero para bastantes creyentes, sigue siendo el gran desconocido.
Yo sé que no es posible comunicar a otros la propia fe a través de palabras. Sé también que cada uno tiene su forma concreta de vivir la experiencia cristiana y que cada uno ha de abrirse a la acción del Espfritu desde su propio ser. Pero voy a tratar de decir con palabras sencillas la experiencia que viven no pocos creyentes.
Dios me ha creado y me ha dado la vida. No ha sido cosa mía. Mi vida sólo tiene una explicación: «A mí hay alguien que me ama incluso antes de que haya llegado a la existencia.» Pero Dios no es para mí una fuerza que ha puesto en marcha mi vida para después desentenderse. Esta vida que yo vivo y experimento ahora mismo, está siendo creada, sostenida y animada por su Espíritu.
Mi vida entera está así bajo el signo del amor. Acontecimientos, personas, gozos y sufrimientos, errores y aciertos..., nada escapa o queda fuera del amor de Dios. Ni siquiera mi pecado y mediocridad son un obstáculo. El Espfritu de Dios me sigue envolviendo con su amor.
La teología cristiana ha acuñado una palabra clave para hablar de esta experiencia: la vida entera se me ofrece como «gracia». Habito un mundo que se me ha regalado. Vivo en un momento de la historia que yo no he elegido. Soy amado por personas que no han sido creadas por mí. Mi vida no es sólo fruto de mi trabajo, ni siquiera resultado de lo que me aportan los demás. Debo mucho a muchas personas, pero ¿a quién he de agradecer el amor que siento, la confianza que me anima, la esperanza que me sostiene, la vida que me habita? Yo no me «explico» mi existencia sin el Espíritu de Dios.
Sin duda, también el no creyente puede experimentar la vida como gracia y regalo, pues el Espíritu de Dios actúa en todos, y nadie puede vivir si no es sostenido por su amor. Por eso, Gilbert K. Chesterton dijo en alguna ocasión que «el momento más enojoso tal vez para un ateo es cuando siente que debe agradecer y no sabe a quién». En esta fiesta de Pentecostés, los cristianos agradecemos y acogemos con fe la gracia del Espíritu.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
30 de mayo de 1993

ORACION DE UN HOMBRE MEDIOCRE

Recibid el Espíritu Santo.

Señor, hoy celebramos ese gran regalo que Tú nos haces a todos y a cada uno de los seres humanos y que es tu Espíritu Santo. Hoy es Pentecostés.
¿Por qué siento esta mañana con fuerza tan especial mi vacío interior y la mediocridad de mi corazón? Mis horas, mis días, mi vida está llena de todo, menos de Tí. Cogido por las ocupaciones, trabajos e impresiones, vivo disperso y vacío, olvidado casi siempre de tu cercanía. Mi interior está habitado por el ruido y el trajín de cada día. Mi pobre alma es como «un inmenso almacén» donde se va metiendo de todo. Todo tiene cabida en mí, menos Tú.
Y luego, esa experiencia que se repite una y otra vez. Llega un momento en que ese ruido interior y ese trajín agitado me resultan más dulces y confortables que el silencio sosegado junto a Tí.
Dios de mi vida, ten misericordia de mí. Tú sabes que cuando huyo de la oración y el silencio, no quiero huir de Ti. Huyo de mí mismo, de mi vacío y superficialidad. ¿Dónde podría yo refugiarme con mi rutina, mis ambigüedades y mi pecado? ¿Quién podría entender, al mismo tiempo, mi mediocridad interior y mi deseo de Dios?
Dios de mi alegría, yo sé que Tú me entiendes. Siempre has sido y serás lo mejor que yo tengo. Tú eres el Dios de los pecadores. También de los pecadores corrientes, ordinarios y mediocres como yo. Señor, ¿no hay algún camino en medio de la rutina, que me pueda llevar hasta Ti? ¿No hay algún resquicio en medio del ruido y la agitación, donde yo me pueda encontrar contigo?
Tú eres «el eterno misterio de mi vida». Me atraes como nadie, desde el fondo de mi ser. Pero, una y otra vez, me alejo de Ti calladamente hacia cosas y personas que me parecen más acogedoras que tu silencio.
Penetra en mí con la fuerza consoladora de tu Espíritu. Tú tienes poder para actuar en esa profundidad mía donde a mí se me escapa casi todo. Renueva mi corazón cansado. Despierta en mí el deseo. Dame fuerza para comenzar siempre de nuevo; aliento para esperar contra toda esperanza; confianza en mis derrotas; consuelo en las tristezas.
Dios de mi salvación, sacude mi indiferencia. Límpiame de tanto egoísmo. Llena mi vacío. Enséñame tus caminos. Tú conoces mi debilidad e inconstancia. No te puedo prometer grandes cosas. Yo viviré de tu perdón y misericordia. Mi oración de Pentecostés es hoy humilde como la del salmista: «Tu Espíritu que es bueno, me guíe por tierra llana» (Sal 142, 10).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
3 de junio de 1990

ORAR NO ES TAN DIFÍCIL

Recibir el Espíritu.

Todo parece indicar que estamos perdiendo el sentido de la profundidad y del misterio. Son muchos los que no conocen ya los caminos que conducen a la interioridad. Muchos los que no aciertan a encontrarse con Dios.
Por eso, hay preguntas que fácilmente le brotan a uno en esta fiesta de Pentecostés: ¿Podemos aprender a abrirnos al Espíritu? ¿Podemos recuperar el gusto por la oración? ¿Qué puede hacer hoy un hombre o una mujer que desea encontrar a Dios y no tiene a nadie que le enseñe a orar?
Desde este pequeño rincón quiero ofrecer algunas sugerencias que, tal vez, pueden despertar en alguno la búsqueda de Dios.
Antes que nada, hemos de recordar algo muy importante. Si yo no encuentro a Dios dentro de mí, difícilmente lo encontraré fuera. Si, por el contrario, puedo percibirlo en mi interior, lo podré descubrir en medio de la vida.
Para abrirme a Dios, he de adoptar siempre una actitud de confianza y amistad. Dios me ama, me entiende y me perdona como yo mismo no soy capaz de amarme, entenderme y perdonarme. Puedo sentirme seguro ante su amor insondable.
Ante Dios me presento tal como soy en realidad. Dejando a un lado ese «personaje» que trato de ser ante los demás o que los demás creen que soy. Dios me conoce y me mira con amor. No tiene sentido tratar de defenderme, engañarle o camuflarme.
Ante Dios he de estar yo todo entero, con mi cuerpo relajado, un espíritu atento y una respiración en calma. Yo, con lo que siento y vivo en ese momento. Con mis deseos y necesidades. Con mis miedos, alegrías y sufrimientos.
En la oración casi siempre comenzamos por hablar nosotros a Dios cuando lo más importante y decisivo es escuchar. Escuchar lo que brota dentro de nosotros. Hacer silencio para percibir la presencia amorosa y gozosa de Dios.
Todo lo que es parte de mi vida puede ser ocasión de oración. Una alegría, un dolor, un éxito, un fracaso, un problema, una necesidad, un momento feliz. Así la oración se hace a veces invocación, a veces acción de gracias, otras, alabanza o petición de perdón.
No se necesita hablar mucho ante Dios. Bastan unas pocas palabras, repetidas una y otra vez despacio y con fe: «Dios mío, te necesito». «Tú conoces mi debilidad». «Enséñame a vivir». «Tú sólo eres grandes y bueno». «Ten compasión de mí que no soy capaz de cambiar». «Te doy gracias porque nos amas». «Tu fuerza me sostiene siempre». «Guíame por el camino recto». «Despierta en mí la alegría». «Enséñame a orar».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
7 de junio de 1987

CURARSE POR DENTRO

Recibid el Espíritu Santo.

La medicina actual reconoce abiertamente que las enfermedades modernas que padecen muchos hombres y mujeres tienen su origen a un nivel más profundo que la úlcera de estómago o el deterioro del sistema nervioso.
Lo que destruye la salud de muchas personas no es un mal funcionamiento bioquímico ni siquiera un siquismo alterado. El mal es más profundo. Es el mismo ser de esa persona el que está enfermo y necesita ser curado.
No es de extrañar que la sociedad moderna esté tomando mayor conciencia de la importancia de las dietas, los hábitos de vida y los diferentes métodos de relajación para una vida más sana.
Por otra parte, comienza a vislumbrar las posibilidades que se encierran en el yoga, el control mental o la meditación zen.
Pero el hombre occidental sigue ignorando en gran parte el papel del Espíritu en la curación de la persona.
Sin embargo, la enfermedad más profunda de todo hombre es su caducidad, su infidelidad a sí mismo, su limitación, esa impotencia para darse a sí mismo lo que anda buscando, el miedo existencial a perderse.
Por eso, aunque queramos ignorarlo, la pregunta clave que hemos de hacernos es ésta: ¿Qué es lo que nos puede permitir sentirnos bien desde la raíz misma de nuestro ser?
La respuesta compartida hoy por no pocos estudiosos del ser humano apunta en una misma dirección: la verdadera seguridad y curación del hombre nace de la experiencia de saberse amado de manera total y absoluta.
Y esta experiencia, en último término, es una experiencia religiosa. El hombre se siente salvado cuando vive la experiencia de que es aceptado y amado incondicionalmente.
No se trata de que soy amado porque soy bueno, santo y sin pecado. Es algo mucho más decisivo y asombroso. Soy amado por Dios tal como soy, con mis pecados y mediocridad. Soy amado aunque no cambie.
Esta es la experiencia que impactó a los primeros creyentes: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 5).
Una experiencia que nos permite vivir con confianza total a los niveles más profundos de nuestro ser y nuestra conciencia. Una experiencia que nos ayuda a liberarnos de tantas fijaciones negativas que pueblan nuestro espíritu.
Una fe en la que nos podemos refugiar con nuestra debilidad y nuestras ambigüedades. Una fe que nos ayuda a soportarnos a nosotros mismos y a mirar compasivamente y hasta con cierto humor nuestras cobardías, neurosis y pecados.
Una experiencia que nos trabaja silenciosamente desde dentro y nos defiende de la destrucción. «Ven, Espíritu Santo y sana en nosotros lo que está enfermo ».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
10 de junio de 1984

DADOR DE VIDA

Recibid el Espíritu Santo.

Según estimaciones de sicólogos norteamericanos, la mayoría de Las personas sólo viven al diez por cien de sus posibilidades.
Ven el diez por cien de la belleza del mundo que los rodea. Escuchan el diez por cien de la música, la poesía y la vida que hay a su alrededor. Sólo están abiertos al diez por cien de sus emociones, su ternura y su pensamiento. Su corazón vibra sólo al diez por cien de su capacidad de amar. Son personas que morirán sin haber vivido realmente.
Algo semejante se podría decir de muchos cristianos. Morirán sin haber conocido nunca por experiencia personal lo que podía haber sido para ellos la vida creyente.
En esta mañana de Pentecostés muchos volverán a confesar aburridamente su fe en el Espíritu Santo «Señor y dador de vida», sin sospechar toda la energía, el impulso y la vida que pueden recibir de él.
Y sin embargo, ese Espíritu, dinamismo misterioso de la vida íntima de Dios, es el regalo que el Padre nos hace en Jesús a los creyentes, para llenarnos de vida.
Es ese Espíritu el que nos enseña a saborear la vida en toda su hondura, a no malgastarla de cualquier manera, a no pasar superficialmente junto a lo esencial.
Es ese Espíritu el que nos infunde un gusto nuevo por la existencia y nos ayuda a encontrar una armonía nueva con el ritmo más profundo de nuestra vida.
Es ese Espíritu el que nos abre a una comunicación nueva y más profunda con Dios, con nosotros mismos y con los demás.
Es ese Espíritu el que nos invade con una alegría secreta, dándonos una trasparencia interior, una confianza en nosotros mismos y una amistad nueva con las cosas.
Es ese Espíritu el que nos libra del vacío interior y la difícil soledad, devolviéndonos la capacidad de dar y recibir, de amar y ser amados.
Es ese Espíritu el que nos enseña a estar atentos a todo lo bueno y sencillo, con una atención especialmente fraterna a quien sufre porque le falta la alegría de vivir.
Es ese Espíritu el que nos hace renacer cada día y nos permite un nuevo comienzo a pesar del desgaste, el pecado y el deterioro del vivir diario.
Este Espíritu es la vida misma de Dios que se nos ofrece como don. El hombre más rico, poderoso y satisfecho, es un desgraciado si le falta esta vida del Espíritu.
Este Espíritu no se compra, no se adquiere, no se inventa ni se fabrica. Es un regalo de Dios. Lo único que podemos hacer es preparar nuestro corazón para acogerlo con fe sencilla y atención interior.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
7 de junio de 1981

HOMBRES VACIOS

Recibid el Espíritu Santo.

Quizás nuestro verdadero problema no sea tanto el tener que enfrentarnos diariamente a diversos problemas y conflictos como el no contar con fuerza interior y energía espiritual para acometerlos.
Apenas nos atrevemos a confesar la pobreza y el vacío que vislumbramos, cuando somos capaces de asomarnos con sinceridad a nuestro mundo interior.
Infraalimentados espiritualmente y con una «vida interior» raquítica, terminamos por ser juguete de las ms variadas manipulaciones.
Volcados hacia fuera, incapaces de escuchar las aspiraciones más nobles y los deseos más humanos que surgen de nuestro interior, vivimos como «robots» programados y dirigidos desde el exterior.
El hombre actual tiene una necesidad casi obsesiva de estar informado, y las noticias le llegan dondequiera que se encuentre mediante la prensa, la radio o la televisión. Todo esto añade una dimensión nueva a su existencia.
Vivimos recibiendo una información constante de todo, pero sin capacidad de asimilarla y sin fuerza interior para reaccionar con verdadera libertad y crecer como seres humanos dueños de sí mismos.
Desde fuera nos dicen lo que debemos pensar, los ídolos que debemos admirar, los productos que necesitamos comprar, la concepción de la vida que tenemos que aceptar.
Y hay personas que se identifican tan bien con las consignas recibidas que acaban por vivir con alma de dóciles esclavos, satisfechos y contentos.
En la actual sociedad no se puede ser verdaderamente libre sin luchar por una libertad interior y sin cultivar y enriquecer la vida del espíritu en el silencio, el encuentro con uno mismo, la reflexión y la apertura a Dios.
Los primeros creyentes hablaban del hombre interior, es decir, del hombre que sabe vivir desde dentro, escuchando desde lo ms íntimo de su ser la voz del Espíritu y esforzándose por ser dócil a su llamada.
En esta mañana de Pentecostés, debemos escuchar el grito de Pablo de Tarso: «No apaguéis el Espíritu». Porque también hoy es verdad la convicción de los primeros cristianos: «Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad».

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


lunes, 22 de mayo de 2017

28-05-2017 - 7º Domingo de Pascua - La Ascensión del Señor (A)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
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7º Domingo de Pascua - La Ascensión del Señor (A)


EVANGELIO

Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.

+ Conclusión del santo evangelio según san Mateo 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a .-ellos, Jesús les dijo:
-«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.
Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2016-2017 -
28 de mayo de 2017

ABRIR EL HORIZONTE

Ocupados solo en el logro inmediato de un mayor bienestar y atraídos por pequeñas aspiraciones y esperanzas, corremos el riesgo de empobrecer el horizonte de nuestra existencia perdiendo el anhelo de eternidad. ¿Es un progreso? ¿Es un error?
Hay dos hechos que no es difícil comprobar en este nuevo milenio en el que vivimos desde hace unos años. Por una parte, está creciendo en la sociedad humana la expectativa y el deseo de un mundo mejor. No nos contentamos con cualquier cosa: necesitamos progresar hacia un mundo más digno, más humano y dichoso.
Por otra parte, está creciendo el desencanto, el escepticismo y la incertidumbre ante el futuro. Hay tanto sufrimiento absurdo en la vida de las personas y de los pueblos, tantos conflictos envenenados, tales abusos contra el Planeta, que no es fácil mantener la fe en el ser humano.
Sin embargo, el desarrollo de la ciencia y la tecnología esta logrando resolver muchos males y sufrimientos. En el futuro se lograrán, sin duda, éxitos todavía más espectaculares. Aún no somos capaces de intuir la capacidad que se encierra en el ser humano para desarrollar un bienestar físico, psíquico y social.
Pero no sería honesto olvidar que este desarrollo prodigioso nos va “salvando” solo de algunos males y de manera limitada. Ahora precisamente que disfrutamos cada vez más del progreso humano, empezamos a percibir mejor que el ser humano no puede darse a sí mismo todo lo que anhela y busca.
¿Quién nos salvará del envejecimiento, de la muerte inevitable o del poder extraño del mal? No nos ha de sorprender que muchos comiencen a sentir la necesidad de algo que no es ni técnica ni ciencia ni doctrina ideológica. El ser humano se resiste a vivir encerrado para siempre en esta condición caduca y mortal.
Sin embargo, no pocos cristianos viven hoy mirando exclusivamente a la tierra, Al parecer, no nos atrevemos a levantar la mirada más allá de lo inmediato de cada día. En esta fiesta cristiana de la Ascensión del Señor quiero recordar unas palabras del aquél gran científico y místico que fue Theilhard de Chardin: “Cristianos, a solo veinte siglos de la Ascensión, ¿qué habéis hecho de la esperanza cristiana?”.
En medio de interrogantes e incertidumbres, los seguidores de Jesús seguimos caminando por la vida, trabajados por una confianza y una convicción. Cuando parece que la vida se cierra o se extingue, Dios permanece. El misterio último de la realidad es un misterio de Bondad y de Amor. Dios es una Puerta abierta a la vida que nadie puede cerrar.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2013-2014 -
1 de junio de 2014

ABRIR EL HORIZONTE

(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
5 de junio de 2011

ESCUELA DE JESÚS

La situación que se vive hoy en nuestras comunidades cristianas no es nada fácil. En nuestro corazón de seguidores de Jesús surgen no pocas preguntas: ¿Dónde reafirmar nuestra fe en estos tiempos de crisis religiosa? ¿Qué es lo importante en estos momentos? ¿Qué hemos de hacer en las comunidades de Jesús? ¿Hacia dónde hemos de orientar nuestros esfuerzos?
Mateo concluye su relato evangélico con una escena de importancia excepcional. Jesús convoca por última vez a sus discípulos para confiarles su misión. Son las últimas palabras que escucharán de Jesús: las que han de orientar su tarea y sostener su fe a lo largo de los siglos.
Siguiendo las indicaciones de las mujeres, los discípulos se reúnen en Galilea. Allí había comenzado su amistad con Jesús. Allí se habían comprometido a seguirlo colaborando en su proyecto del reino de Dios. Ahora vienen sin saber con qué se pueden encontrar. ¿Volverán a verse con Jesús después de su ejecución?
El encuentro con el Resucitado no es fácil. Al verlo llegar, los discípulos «se postran» ante él; reconocen en Jesús algo nuevo; quieren creer, pero «algunos vacilan». El grupo se mueve entre la confianza y la tristeza. Lo adoran pero no están libres de dudas e inseguridad. Los cristianos de hoy los entendemos. A nosotros nos sucede lo mismo.
Lo admirable es que Jesús no les reprocha nada. Los conoce desde que los llamó a seguirlo. Su fe sigue siendo pequeña, pero a pesar de sus dudas y vacilaciones, confía en ellos. Desde esa fe pequeña y frágil anunciarán su mensaje en el mundo entero. Así sabrán acoger y comprender a quienes a lo largo de los siglos vivirán una fe vacilante. Jesús los sostendrá a todos.
La tarea fundamental que les confía es clara: «hacer discípulos» suyos en todos los pueblos. No les manda propiamente a exponer doctrina, sino a trabajar para que el mundo haya hombres y mujeres que vivan como discípulos y discípulas de Jesús. Seguidores que aprendan a vivir como él. Que lo acojan como Maestro y no dejen nunca de aprender a ser libres, justos, solidarios, constructores de un mundo más humano.
Mateo entiende la comunidad cristiana como una "escuela de Jesús". Seremos muchos o pocos. Entre nosotros habrá creyentes convencidos y creyentes vacilantes. Cada vez será más difícil atender a todo como quisiéramos. Lo importante será que entre nosotros se pueda aprender a vivir con el estilo de Jesús. El es nuestro único Maestro. Los demás somos todos hermanos que nos ayudamos y animamos mutuamente a ser sus discípulos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - Recreados por Jesús
4 de mayo de 2008

HACER DISCÍPULOS DE JESÚS

Haced discípulos.

Mateo describe la despedida de Jesús trazando las líneas de fuerza que han de orientar para siempre a sus discípulos, los rasgos que han de marcar a su Iglesia para cumplir fielmente su misión.
El punto de arranque es Galilea. Ahí los convoca Jesús. La resurrección no los debe llevar a olvidar lo vivido con él en Galilea. Allí le han escuchado hablar de Dios con parábolas conmovedoras. Allí lo han visto aliviando el sufrimiento, ofreciendo el perdón de Dios y acogiendo a los más olvidados. Es eso precisamente lo que han de seguir trasmitiendo.
Entre los discípulos hay «creyentes» y hay quienes «vacilan». El narrador es realista. Los discípulos «se postran». Sin duda, quieren creer, pero en algunos se despierta la duda y la indecisión. Tal vez están asustados, no pueden captar todo lo que aquello significa. Mateo conoce la fe frágil de las comunidades cristianas. Si no contaran con Jesús pronto se apagaría.
Jesús «se acerca» y entra en contacto con ellos. Él tiene la fuerza y el poder que a ellos les falta. El resucitado ha recibido del Padre la autoridad del Hijo de Dios con «pleno poder en el cielo y en la tierra». Si se apoyan en él, no vacilarán.
Jesús les indica con toda precisión cuál ha de ser su misión. No es propiamente «enseñar doctrina». No es sólo «anunciar al resucitado». Sin duda, los discípulos de Jesús habrán de cuidar diversos aspectos: «dar testimonio del resucitado», «proclamar el evangelio», «implantar comunidades»..., pero todo estará finalmente orientado a un objetivo: «hacer discípulos» de Jesús.
Esta es nuestra misión: hacer «seguidores» de Jesús, que conozcan su mensaje, sintonicen con su proyecto, aprendan a vivir como él y reproduzcan hoy su presencia en el mundo. Actividades tan fundamentales como el bautismo, compromiso de adhesión a Jesús, y la enseñanza de «todo lo mandado» por él, son vías para aprender a ser sus discípulos. Jesús les promete su presencia y ayuda constante. No estarán solos ni desamparados. Ni aunque sean pocos. Ni aunque sean sólo dos o tres.
Así es la comunidad cristiana. La fuerza del resucitado lo llena todo con su Espíritu. Todo está orientado a aprender y enseñar a vivir corno Jesús y desde Jesús. El sigue vivo en sus comunidades. Sigue con nosotros y entre nosotros curando, perdonando, acogiendo... humanizando la vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
8 de mayo de 2005

PACIENCIA

Yo estoy con vosotros

La Ascensión es para el creyente una llamada a «seguir esperando» a pesar de las decepciones, desengaños y desalientos que amenazan de continuo nuestro caminar hacia el hogar definitivo. A lo largo de la vida podemos sentir una doble tentación: o bien desistir de la marcha porque el camino nos resulta demasiado fatigoso, o bien anticipar la llegada a la meta porque el camino se nos hace demasiado largo.
La Ascensión es un buen día para escuchar la exhortación de la Carta de Santiago: « Tened paciencia hasta que llegue el día del Señor». Hoy se habla poco de la paciencia. Tenemos miedo de caer en una postura de resignación o debilidad, indigna del ser humano. Olvidamos que, según S. Pablo, la paciencia engendra esperanza (Rom 5, 4).
Naturalmente, hemos de entenderla bien, pues la paciencia no consiste en adoptar una postura de «dimisión» ante la vida. Al contrario, el hombre paciente resiste activamente a las adversidades, manteniendo un espíritu firme y fuerte ante el desgaste de los años. Pero en nuestros días hemos de recordar, sobre todo, que la paciencia se opone a esa prisa y ansiedad que nos hacen vivir inquietos y agitados, siempre corriendo, aunque no sepamos muy bien hacia donde.
Hemos de aprender a respetar el ritmo de la vida. Cada cosa tiene su tiempo. Es una insensatez estirar el tallo de una planta para acelerar su crecimiento. Lo inteligente es regar bien la vida y saber esperar. Tener paciencia con nosotros mismos y con el caminar de la historia.
Es peligrosa «la huida hacia adelante» del impaciente que adopta siempre las posiciones que cree mas progresistas sólo para sacudirse de encima el pasado, que se casa cuanto antes sólo por alejarse del hogar paterno o que busca un nuevo amor sólo por olvidar mejor su anterior fracaso amoroso.
Hemos de aprender a recorrer pacientemente nuestro propio camino. Un camino único y original. Con sus gozos y sus tristezas, sus logros sus fracasos, sus momentos buenos y sus momentos malos. Recordemos los versos llenos de fe y de verdad de León Felipe. «Nadie fue ayer ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios, por este camino que yo voy. Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol, y un camino virgen Dios».
En ese caminar, los creyentes sabemos que no estamos solos. Nos acompaña el Resucitado. Su presencia nos sostiene, sus palabras nos llenan de nuevo aliento: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
12 de mayo de 2002

SALVACIÓN

Yo estoy con vosotros.

Hay dos hechos que todos podemos comprobar cada uno a nuestra manera. Por una parte, está creciendo en la sociedad moderna la expectativa y el deseo de un futuro mejor. No nos contentamos con cualquier cosa. Queremos algo diferente. El mundo debería ser más digno, más justo, más humano y feliz para todos.
Al mismo tiempo, está creciendo el desencanto, el escepticismo y hasta el miedo ante el futuro. Vamos viendo a lo largo de la vida tantos sufrimientos absurdos en las personas y en los pueblos, tanta injusticia y abuso, tantas guerras y miserias que no es fácil mantener la esperanza.
El ser humano ha logrado resolver muchos males y sufrimientos valiéndose de la ciencia y de la técnica. En el futuro logrará éxitos todavía más espectaculares. Aún no somos capaces de intuir la capacidad que se encierra en la mente humana para desarrollar el bienestar físico, psíquico y social.
Sin embargo, este desarrollo nos va «salvando» sólo de algunos males y de manera muy limitada. Ahora que disfrutamos más de los avances de la ciencia, empezamos a ver con más claridad que el ser humano no puede darse a sí mismo todo lo que anda buscando. Hay cosas que nunca logrará resolver la técnica, y los científicos lo saben mejor que nadie: tener que envejecer, no poder escapar de la muerte, el poder extraño del mal. La historia es muy obstinada y sigue generando una y otra vez sufrimiento, intolerancia, guerras y muerte.
Después de una conferencia que he tenido recientemente en una ciudad española sobre «El sentido de la fe hoy», alguien manifestó que el hombre actual no necesita ya de ningún Dios «salvador». Otro me indicó que hablar de la «salvación de Dios», además de falso y anacrónico, es hoy una ideología ofensiva para el hombre moderno.
Comprendo estas posiciones pero no me pueden convencer. Son muchos los que reclaman «algo» que no es técnica, ni ciencia, ni doctrina ideológica. Algo o alguien donde poder poner su esperanza última. El cristiano puede vivir lleno de dudas e incertidumbres, pero vislumbra dónde está la salvación final. Es lo que hoy nos recuerda la fiesta de la Ascensión de Jesús a la vida eterna del Padre.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
16 de mayo de 1999

AMOR Y FIESTA

Yo estoy con vosotros.

A lo largo de los siglos se han divulgado formas muy diversas de «imaginar» el cielo. A veces se ha considerado el paraíso como una especie de «país de las maravillas», situado más allá de las estrellas, el «happy end» de la película terrestre, olvidando prácticamente a Dios como fuente del cumplimiento definitivo del ser humano.
Otras veces, por el contrario, se ha insistido casi exclusivamente en la «visión beatífica de Dios», como si la contemplación de la esencia divina excluyera o hiciera superflua toda otra felicidad o experiencia placentera que no fuera la comunicación de Dios con las almas.
Se habla también con frecuencia de la «paz eterna» que expresa bien el fin de las fatigas de esta vida, pero que puede reducir indebidamente el rico contenido de la plenitud final a una experiencia inerte, monótona y poco atractiva.
La teología contemporánea es muy sobria al hablar del cielo. Los teólogos se cuidan mucho de describirlo con representaciones ingenuas. Nuestra plenitud final está más allá de cualquier experiencia terrestre aunque la podemos evocar, esperar y anhelar como el fascinante cumplimiento en Dios de esta vida que hoy alienta en nosotros. Los teólogos acuden, sobre todo, al lenguaje del amor y de la fiesta.
El amor es la experiencia más honda y plenificante del ser humano. Poder amar y poder ser amado de manera íntima, plena, libre y total: ésa es la aspiración más radical que espera cumplimiento pleno. Si el cielo es algo, ha de ser experiencia plena del amor: amar y ser amados, conocer la comunión gozosa con Dios y con las criaturas, experimentar el gusto de la amistad y el éxtasis del amor en todas sus dimensiones.
Pero, «donde se goza el amor nace la fiesta». Sólo en el cielo se cumplirán plenamente estas palabras de san Ambrosio de Milán. Allí será «la fiesta del amor reconciliador de Dios». La fiesta de una creación sin muerte, rupturas ni dolor; la fiesta de la amistad entre todos los pueblos, razas, religiones y culturas; la fiesta de las almas y de los cuerpos; la plenitud de la creatividad y de la belleza; el gozo de la libertad total.
Los cristianos de hoy miramos poco al cielo. No sabemos levantar nuestra mirada más allá de lo inmediato de cada día. No nos atrevemos a esperar mucho de nada ni de nadie, ni siquiera de ese Dios revelado como Amor infinito y salvador en Cristo resucitado. Lo decía Teilhard de Chardin hace unos años: «Cristianos, a sólo veinte siglos de la Ascensión, ¿ qué habéis hecho de la esperanza cristiana?»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
19 de mayo de 1996

OLVIDO DEL CIELO

Yo estoy con vosotros.

Un hombre se pierde cuando pierde su centro. Un hombre no vive cuando no se toma tiempo para vivir. Un cristiano no sabe por qué es cristiano cuando no disfruta de su fe. Un cristiano se pierde cuando pierde el horizonte de un Dios Salvador y no espera ni recuerda nunca la felicidad eterna.
Hay algo nuclear en la fe cristiana. Se puede formular así en pocas palabras: Lo más importante, lo más decisivo de la vida está siempre a salvo, bajo la misericordia infinita de Dios. Aun cuando todo se hunda, Dios está ahí, Roca última de salvación.
El creyente camina por la vida trabajado por esta convicción: cuando no tienes ya a nadie que te ayude, cuando no ves ninguna otra salida, cuando la vida se cierra o se extingue, Dios está siempre ahí. Para él nadie está definitivamente perdido. Su fidelidad y su bondad están por encima de todo, por encima incluso de nuestra mediocridad y falta de fe, por encima de la misma muerte. Desde Cristo resucitado nos llegan estas palabras consoladoras: «He abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar» (Ap 3, 8).
Esta fe no le quita dureza a la vida. No dispensa al cristiano del sufrimiento y las penalidades de la existencia. Todo parece seguir igual. Los problemas siguen ahí como siempre. Sin embargo, todo cambia porque se puede «esperar contra toda esperanza». En medio de la incertidumbre y la desgracia se puede entrever en el horizonte la Bondad salvadora de Dios.
Una de las mayores carencias de nuestro modo actual de vivir la fe es posiblemente el olvido del cielo. No hace mucho exponía yo la visión cristiana del cielo en dos ciudades diferentes (Santander y San Sebastián). En ambos lugares percibí en los oyentes una atención e interés inusitados. Al final de la exposición fueron bastantes las personas que se me acercaron para expresarme la misma queja: «Por qué hemos olvidado tanto el cielo?, ¿por qué se habla tan poco de la felicidad eterna?, ¿por qué se nos priva del gozo que genera la esperanza en la salvación última de Dios?»
Ocupados sólo en el logro inmediato de un mayor bienestar y atraídos por pequeñas y variadas esperanzas, corremos el riesgo de empobrecer el horizonte de nuestra vida perdiendo el anhelo de felicidad eterna. Grave error. En el relato de la Ascensión del Señor, dos hombres vestidos de blanco se dirigen a los discípulos con estas palabras: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?» (Hch 1, 11). El redactor quiere, sin duda, alertar a los cristianos del riesgo de vivir la fe soñando en el cielo sin comprometerse día a día en la tierra. Hoy probablemente necesitamos escuchar también lo contrario: «Creyentes del siglo veinte, ¿qué hacéis en la tierra sin mirar nunca al cielo?»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
23 de mayo de 1993

UN ARTE DIFICIL

Yo estoy con vosotros.

El hombre contemporáneo no sabe cómo morir. Ya no acierta a vivir la muerte desde la fe religiosa de hace algunos años, pero todavía no ha aprendido una actitud nueva y digna ante el propio morir.
Hay quienes mueren de manera solitaria. Viven para sí solos y mueren para sí solos. Son personas que, al perder el sentido hondo de la vida, han perdido también el sentido de la muerte. Mejor morir de manera rápida e inconsciente.
Hay también quienes esperan la muerte como la extinción definitiva de todo. No es fácil. La muerte no deja de ser un misterio. El último y más decisivo. Por eso, se viven los últimos momentos buscando al máximo la distracción. Enfermo y familiares hablan de todo, se ocupan de mil detalles. Nadie se atreve a afrontar lo inevitable.
Algunos parecen adoptar una actitud entre nihilista y escéptica. Es famosa la frase de Rabelais ya moribundo: Me voy a buscar el gran «quizá». Algo semejante. Se piensa que, tal vez, haya algo después de la muerte, pero no se sabe cómo adentrarse hacia ese gran «quizá».
H. Küng sugería hace unos años que tendría que darse otra vez algo así como un «ars moriendi» (un arte de morir), no al estilo de aquellos libros difundidos en las épocas de grandes epidemias y en el ambiente fúnebre de la baja Edad Media, pero sí un «arte de morir» impregnado de sentido humano. ¿Por qué no va a ser posible morir de una forma distinta, no sin dolores y preocupaciones, pero sí desde una confianza básica?
Personalmente estoy convencido de que no hay una manera más humana de morir que la de quien se despide dando gracias por la vida (a pesar de todo lo malo) y pidiendo perdón por tanta mediocridad y miseria que lleva uno consigo. Más aún. Pienso que toda persona, cualquiera que haya sido su trayectoria religiosa o moral, puede morir abandonándose confiadamente al Misterio último de la existencia.
El creyente vive esto desde la fe en Dios. No se abandona a la oscuridad, al vacío o la nada. Se confía a un Padre. En El está la última verdad. «El es el único que me ama tal como soy. Vuelvo a El. Ahora seré plenamente comprendido, liberado de la culpa, definitivamente aceptado y perdonado.»
Esta fe no elimina sin más el temor o la oscuridad. Pero pone sentido, luz y esperanza en el morir del ser humano. «Cuando se quiebran todas las garantías, soportes y puentes con los que tratamos de asegurar nuestra vida, cuando no encontramos suelo ninguno bajo nuestros pies y nos hundimos en la inconsciencia total, cuando ya no podemos tener relaciones con ningún semejante y ningún semejante con nosotros, entonces la fe se revela como lo que, por su propia naturaleza, siempre es o debería ser: un abandono exclusivamente a Dios» (Heinz Zahrnt).
La Ascensión no es sólo la fiesta de la esperanza cristiana. Es una fiesta que nos invita a todos a dar un sentido más humano y esperanzado a nuestro morir.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
27 de mayo de 1990

PACIENCIA

Yo estoy cotí vosotros.

La Ascensión es para el creyente una llamada a «seguir esperando» a pesar de las decepciones, desengaños y desalientos que amenazan de continuo nuestro caminar hacia el hogar definitivo.
A lo largo de la vida podemos sentir una doble tentación: o bien desistir de la marcha porque el camino nos resulta demasiado fatigoso, o bien anticipar la llegada a la meta porque el camino se nos hace demasiado largo.
La Ascensión es un buen día para escuchar la exhortación de la Carta de Santiago: «Tened paciencia hasta que llegue el día del Señor».
Hoy se habla poco de la paciencia. Tenemos miedo de caer en una postura de resignación o debilidad, indigna del ser humano. Olvidamos que, según S. Pablo, la paciencia engendra esperanza (Rm 5,4).
Naturalmente, hemos de entenderla bien, pues la paciencia cristiana no consiste en adoptar una postura de «dimisión» ante la vida. Al contrario, el hombre paciente resiste activamente a las adversidades, manteniendo un espíritu firme y fuerte ante el desgaste de los años.
Pero en nuestros días hemos de recordar, sobre todo, que la paciencia se opone a esa prisa y ansiedad que nos hacen vivir inquietos y agitados, siempre corriendo, aunque no sepamos muy bien hacia donde.
Hemos de aprender a respetar el ritmo de la vida. Cada cosa tiene su tiempo. Es una insensatez estirar el tallo de una planta para acelerar su crecimiento. Lo inteligente es regar bien la vida y saber esperar. Tener paciencia con nosotros mismos y con el caminar de la historia.
Es peligrosa «la huida hacia adelante» del impaciente que adopta siempre las posiciones que cree más progresistas sólo para sacudirse de encima el pasado, que se casa cuanto antes sólo por alejarse del hogar paterno o que busca un nuevo amor sólo por olvidar mejor su anterior fracaso amoroso.
Hemos de aprender a recorrer pacientemente nuestro propio camino. Un camino único y original. Con sus gozos y sus tristezas, sus logros y sus fracasos, sus momentos buenos y sus momentos malos.
Recordemos los versos llenos de fe y de verdad de León Felipe: «Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios, por este camino que yo voy. Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol, y un camino virgen Dios».
En ese caminar, los creyentes sabemos que no estamos solos. Nos acompaña el Resucitado. Su presencia nos sostiene, sus palabras nos llenan de nuevo aliento: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
31 de mayo de 1987

UN TREN EXTRAÑO

Hasta el fin del mundo.

Erase una vez un tren lleno de viajeros que corría veloz sin detenerse jamás.
Dentro del tren, todo era movimiento, ruido y agitación. Los viajeros se instalaban cada uno a su manera y procuraban organizarse su viaje lo mejor posible. Lo sorprendente era que ninguno de ellos sabía a dónde se dirigía.
Eran frecuentes dentro del tren las disputas y enfrentamientos pues casi todos luchaban por viajar en los coches de primera y se disputaban los asientos más cómodos y seguros. Aunque nadie conocía exactamente hacia dónde corría el tren.
Mientras tanto, eran bastantes los que aprovechaban el viaje para montarse su propio negocio. En el tren se vendían y compraban toda clase de objetos, ingenios y juguetes para hacer más cómodo y agradable el trayecto. A veces, todo el tren parecía una gran feria o mercado ambulante. Nadie conocía, sin embargo, el destino último del tren.
Algunos, los menos, se interesaron por estudiar la estructura y el funcionamiento del tren. Con esfuerzo y constancia admirables llega ron a desentrañar muchos secretos de su maquinaria y aprendieron a aprovechar mucho mejor sus resortes. Sin embargo, no podían adivinar hacia dónde se dirigía aquella máquina tan poderosa y bella.
La mayoría buscaba algún pasatiempo para hacer más soportable el viaje. Bastantes se entretenían ante la pantalla de un “video”. Algunos ojeaban aburridos las revistas de siempre con las noticias y reportajes de siempre. Otros dormitaban en sus asientos. A nadie parecía preocuparle el final del viaje.
Con el tiempo, se fue imponiendo dentro del tren una consigna extraña. Los viajeros se dijeron unos a otros: “Puesto que no sabemos a dónde se dirige el tren, no pensemos más en ello. No nos preguntemos cuál es nuestro destino final. Sin duda, viajaremos más tranquilos”.
Y la consigna se fue extendiendo y, dentro del tren, ya nadie preguntaba por el destino último del viaje y, cuando alguno lo hacía, los demás lo miraban con extrañeza y algunos, tal vez, con sonrisa burlona: Acaso, ¿no es lo más normal viajar sin preguntarse hacia dónde nos dirigimos?
En esta fiesta de la Ascensión y después de leer esta parábola, sólo una pregunta: ¿Es sensato vivir sin preguntarnos nunca por la última meta de nuestra vida?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
3 de junio de 1984

EL GRAN SECRETO

Sabed que yo estoy con vosotros.

Jesús no es un difunto. Es alguien vivo que ahora mismo está presente en el corazón de la historia y en nuestras propias vidas.
No hemos de olvidar que ser cristiano no es admirar a un personaje del pasado que con su doctrina puede aportarnos todavía alguna luz sobre el momento presente. Ser cristiano es encontrarse ahora con un Cristo lleno de vida cuyo Espíritu nos hace vivir.
Por eso Mateo no nos ha dejado relato alguno sobre la ascensión de Jesús. Ha preferido que queden grabadas en el corazón de los creyentes estas últimas palabras del resucitado: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
Este es el gran secreto que alimenta y sostiene al verdadero creyente: el poder contar con el resucitado como compañero único de existencia.
Día a día, él está con nosotros disipando las angustias de nuestro corazón y recordándonos que Dios es alguien próximo y cercano a cada uno de nosotros.
El está ahí para que no nos dejemos dominar nunca por el mal, la desesperación o la tristeza. El infunde en lo más íntimo de nuestro ser la certeza de que no es la violencia o la crueldad sino el amor, la energía suprema que hace vivir al hombre más allá de la muerte.
El nos contagia la seguridad de que ningún dolor es irrevocable, ningún fracaso es absoluto, ningún pecado imperdonable, ninguna frustración decisiva.
El nos ofrece una esperanza inconmovible en un mundo cuyo horizonte parece cerrarse a todo optimismo ingenuo. El nos descubre el sentido que puede orientar nuestras vidas en medio de una sociedad capaz de ofrecernos medios prodigiosos de vida, sin poder decirnos para qué hemos de vivir.
El nos ayuda a descubrir la verdadera alegría en medio de una civilización que nos proporciona tantas cosas sin poder indicarnos qué es lo que nos puede hacer verdaderamente felices.
En él tenemos la gran seguridad de que el amor triunfará. No nos está permitido el desaliento. No puede haber lugar para la desesperanza. Esta fe no nos dispensa del sufrimiento ni hace que las cosas resulten más fáciles. Pero es el gran secreto que nos hace caminar día a día llenos de vida, de ternura y esperanza. El resucitado está con nosotros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
31 de mayo de 1981

ESTOY CON VOSOTROS

Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo.

Mateo no ha querido terminar su narración evangélica con el relato de la Ascensión. Su evangelio, redactado en condiciones difíciles y críticas para las comunidades creyentes, pedía un final diferente al de Lucas.
Una lectura ingenua y equivocada de la Ascensión podía crear en aquellas comunidades la sensación de orfandad y abandono, ante la partida definitiva de Jesús.
Por eso, Mateo terminará su evangelio con una frase inolvidable de Jesús resucitado: «Sabed que yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».
Esta es la fe que ha animado a las comunidades cristianas desde sus comienzos. No estamos solos, perdidos en medio de la historia, abandonados a nuestras propias fuerzas y a nuestro pecado. El está con nosotros.
En momentos como los que estamos viviendo los creyentes hoy, es fácil caer en lamentaciones, desalientos y derrotismo. Se diría que hemos olvidado algo que necesitamos urgentemente recordar: El está con nosotros.
Los teólogos reunidos con ocasión del Concilio Vaticano II constataban unánimes la falta de una verdadera teología de la presencia de Cristo en la Iglesia. Una preocupación equivocada por defender y precisar la presencia del Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía, ha empobrecido, sin duda, la fe en una actuación viva y profunda del Señor resucitado en toda la comunidad cristiana.
Sin embargo, para los primeros creyentes, Jesús no es un personaje del pasado, un difunto a quien se venera y da culto, sino alguien vivo, que anima, vivifica y llena con su espíritu a la comunidad creyente.
Cuando dos o tres creyentes se reúnen en su nombre, allí está él en medio de ellos. Los encuentros de los creyentes no son asambleas vacías de hombres huérfanos que tratan de alentarse unos a otros. En medio de ellos está el resucitado, con su aliento y fuerza dinamizadora. Olvidarlo es arriesgarnos a debilitar de raíz nuestra esperanza.
Pero, todavía hay algo más. Cuando nos encontramos con un hombre necesitado, despreciado y abandonado, nos estamos encontrando con aquel que quiso solidarizarse con ellos de manera radical.
Por eso, nuestra adhesión actual a Cristo en ningún lugar se verifica mejor que en la ayuda y solidaridad con el necesitado. «Cuanto hicisteis a uno de estos pequeños me lo hicisteis a mí».

José Antonio Pagola



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