lunes, 25 de junio de 2018

01-07-2018 - 13º domingo Tiempo ordinario (B)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.

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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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13º domingo Tiempo ordinario (B)



EVANGELIO

Contigo hablo, niña, levántate.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 5, 21-43 (lectura breve: 5.21-24.35-43)

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva». Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente (que lo apretujaba).

(Se interrumpe en la lectura breve).

Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente, preguntando: «Quién me ha tocado el manto?». Los discípulos le contestaron: «yes cómo te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”». El seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. El le dijo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud».

(Se reanuda en la lectura breve).

 (Todavía estaba hablando, cuando) llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?». Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe». No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: « ¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida». Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»). La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2017-2018 -
1 de julio de 2018

LA FE GRANDE DE UNA MUJER

(Ver homilía del ciclo B - 2011-2012)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2014-2015 -
28 de junio de 2015

HERIDAS SECRETAS

(Ver homilía del 28 de junio de 2009)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2011-2012 -
1 de julio de 2012

LA FE GRANDE DE UNA MUJER

La escena es sorprendente. El evangelista Marcos presenta a una mujer desconocida como modelo de fe para las comunidades cristianas. De ella podrán aprender cómo buscar a Jesús con fe, cómo llegar a un contacto sanador con él y cómo encontrar en él la fuerza para iniciar una vida nueva, llena de paz y salud.

A diferencia de Jairo, identificado como "jefe de la sinagoga" y hombre importante en Cafarnaún, esta mujer no es nadie. Solo sabemos que padece una enfermedad secreta, típicamente femenina, que le impide vivir de manera sana su vida de mujer, esposa y madre.

Sufre mucho física y moralmente. Se ha arruinado buscando ayuda en los médicos, pero nadie la ha podido curar. Sin embargo, se resiste a vivir para siempre como una mujer enferma. Está sola. Nadie le ayuda a acercarse a Jesús, pero ella sabrá encontrarse con él.

No espera pasivamente a que Jesús se le acerque y le imponga sus manos. Ella misma lo buscará. Irá superando todos los obstáculos. Hará todo lo que pueda y sepa. Jesús comprenderá su deseo de una vida más sana. Confía plenamente en su fuerza sanadora.

La mujer no se contenta solo con ver a Jesús de lejos. Busca un contacto más directo y personal. Actúa con determinación, pero no de manera alocada. No quiere molestar a nadie. Se acerca por detrás, entre la gente, y le toca el manto. En ese gesto delicado se concreta y expresa su confianza total en Jesús.

Todo ha ocurrido en secreto, pero Jesús quiere que todos conozcan la fe grande de esta mujer. Cuando ella, asustada y temblorosa, confiesa lo que ha hecho, Jesús le dice: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud". Esta mujer, con su capacidad para buscar y acoger la salvación que se nos ofrece en Jesús, es un modelo de fe para todos nosotros.

¿Quién ayuda a las mujeres de nuestros días a encontrarse con Jesús? ¿Quién se esfuerza por comprender los obstáculos que encuentran en la Iglesia actual para vivir su fe en Cristo "en paz y con salud"? ¿Quién valora la fe y los esfuerzos de las teólogas que, sin apenas apoyo y venciendo toda clase de resistencias y rechazos, trabajan sin descanso por abrir caminos que permitan a la mujer vivir con más dignidad en la Iglesia de Jesús?

Las mujeres no encuentran entre nosotros la acogida, la valoración y la comprensión que encontraban en Jesús. No sabemos mirarlas como las miraba él. Sin embargo, con frecuencia, ellas son también hoy las que con su fe en Jesús y su aliento evangélico sostienen la vida de nuestras comunidades cristianas.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
28 de junio de 2009

HERIDAS SECRETAS

Hija, tu fe te ha curado.

No conocemos su nombre. Es una mujer insignificante, perdida en medio del gentío que sigue a Jesús. No se atreve a hablar con él como Jairo, el jefe de la sinagoga, que ha conseguido que Jesús se dirija hacia su casa. Ella no podrá tener nunca esa suerte.

Nadie sabe que es una mujer marcada por una enfermedad secreta. Los maestros de la Ley le han enseñado a mirarse como una mujer «impura», mientras tenga pérdidas de sangre. Se pasado muchos años buscando un curador, pero nadie ha logrado sanarla. ¿Dónde podrá encontrar la salud que necesita para vivir con dignidad?

Muchas personas viven entre nosotros experiencias parecidas. Humilladas por heridas secretas que nadie conoce, sin fuerzas para confiar a alguien su «enfermedad», buscan ayuda, paz y consuelo sin saber dónde encontrarlos. Se sienten culpables cuando muchas veces solo son víctimas.

Personas buenas que se sienten indignas de acercarse a recibir a Cristo en la comunión; cristianos piadosos que han vivido sufriendo de manera insana porque se les enseñó a ver como sucio, humillante y pecaminoso todo lo relacionado con el sexo; creyentes que, al final de su vida, no saben cómo romper la cadena de confesiones y comuniones supuestamente sacrílegas... ¿No podrán conocer nunca la paz?

Según el relato, la mujer enferma «oye hablar de Jesús» e intuye que está ante alguien que puede arrancar la «impureza» de su cuerpo y de su vida entera. Jesús no habla de dignidad o indignidad. Su mensaje habla de amor. Su persona irradia fuerza curadora.

La mujer busca su propio camino para encontrarse con Jesús. No se siente con fuerzas para mirarle a los ojos: se acercará por detrás. Le da vergüenza hablarle de su enfermedad: actuará calladamente. No puede tocarlo físicamente: le tocará solo el manto. No importa. No importa nada. Para sentirse limpia basta esa confianza grande en Jesús.

Lo dice él mismo. Esta mujer no se ha de avergonzar ante nadie. Lo que ha hecho no es malo. Es un gesto de fe. Jesús tiene sus caminos para curar heridas secretas, y decir a quienes lo buscan: «Hija, hijo, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
2 de julio de 2006

NO A LA DOMINACIÓN MASCULINA

Vete en paz.

El incidente narrado por Marcos es atractivo. Una mujer avergonzada y temerosa se acerca a Jesús secretamente, con la confianza de quedar curada de una enfermedad que la humilla desde hace tiempo. Arruinada por los médicos, sola y sin futuro, viene a Jesús con una fe grande. Sólo busca una vida más digna y más sana.

En el trasfondo del relato se adivina un grave problema. La mujer sufre pérdidas de sangre: una enfermedad que la obliga a vivir en un estado de discriminación e impureza ritual. Las leyes religiosas le obligan a evitar el contacto con Jesús y, sin embargo, es precisamente ese contacto el que la podría curar.

La curación se produce cuando aquella mujer, educada en unas categorías religiosas que la condenan a la discriminación, logra liberarse de la ley para confiar en Jesús. En aquel profeta, enviado de Dios, hay una fuerza capaz de salvar a la mujer. Ella «notó que su cuerpo estaba curado»; Jesús «notó la fuerza salvadora que había salido de él».

Este episodio, aparentemente insignificante, es un exponente más de lo que se recoge de manera constante en las fuentes evangélicas: la actuación salvadora de Jesús, comprometido siempre en liberar a la mujer de la exclusión social, de la opresión del varón en la familia patriarcal y de la dominación religiosa dentro del pueblo de Dios.

Sería anacrónico presentar a Jesús como un feminista de nuestros días, comprometido en la lucha por la igualdad de derechos entre mujer y varón. Su actuación es más radical. La superioridad del varón y la sumisión de la mujer no vienen de Dios. Por eso, entre sus seguidores han de desaparecer. Jesús concibe su movimiento como un espacio sin dominación masculina.

La relación entre varones y mujeres sigue enferma, incluso dentro de la Iglesia. Las mujeres no pueden notar «la fuerza salvadora» que sale de Jesús. Es uno de nuestros pecados. El camino de la curación es claro: suprimir las leyes, costumbres, estructuras y prácticas que generan discriminación de la mujer, y hacer de la Iglesia un espacio sin dominación masculina.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR

REZAR CON SINCERIDAD

No temas, basta que tengas fe.

Mucho antes de las investigaciones de Freud y del psicoanálisis, los grandes maestros de la vida espiritual habían advertido ya de las numerosas trampas en que puede caer la persona cuando reza a Dios. Pero, sin duda, los análisis de Freud han sembrado una sospecha más radical: la oración más sencilla y aparentemente más sincera puede encerrar graves autoengaños y alimentar fantasías infantiles y neuróticas. En el fondo, la cuestión es ésta: ¿Con quién está hablando realmente una persona cuando dice hablar con Dios? ¿Qué hace cuando se dirige a alguien a quien no se ve y que no contesta? Por mucho que hable con Dios, ¿no está encerrada en su propio yo?

Para no pocos, la divulgación de esta «cultura de la sospecha» ha supuesto el derrumbe de su religión. Ya no aciertan a rezar. Todo les parece engaño y patología. No pueden y no quieren rezar. No se comunican con Dios. Su vida se va haciendo cada vez más atea.

Otros, por el contrario, es ahora cuando están purificando su religión de ilusiones infantiles poco sanas. Poco a poco van descubriendo un rostro nuevo de Dios. Hoy rezan de forma distinta. La fe comienza a ser para ellos el mejor estímulo para vivir de manera digna y esperanzada.

Lo primero es no confundir a Dios con cualquier cosa. Dios está más allá de nuestros sentimientos e ilusiones. No se identifica con las representaciones, símbolos o ritos creados por los hombres. El que reza no ha de caer en la trampa de «fabricarse» un Dios a su gusto y para su uso particular.

Dios, por otra parte, no es una especie de «seguro» fácil que protege de la dureza de la vida. Es una equivocación alimentar la ilusión de un Dios que está ahí, siempre a mano, ofreciendo soluciones mágicas a los problemas del ser humano. Dios no se deja poseer ni manejar como un objeto más de consumo.

Por otra parte, lejos de apartar de la realidad, la oración verdadera lleva a afrontar su dureza y, lo que es más importante, a empeñarse en su transformación. Cuando una persona se va haciendo cada vez más huidiza ante los conflictos, más intolerante e intransigente con los otros, más encerrada en sus propios intereses y, en definitiva, más egoísta, su oración es puro «juego imaginativo». Invocar al Padre es hacerse hermano. Rezar al Dios del evangelio conduce a vivir evangélicamente. Orar a un Dios Amor es disponerse a amar responsablemente.

Marcos nos describe en su relato dos reacciones muy diferentes ante la oración de Jairo, preocupado sólo por la salud de su hija. La de sus criados que le invitan a la resignación realista: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?» Y la de Jesús que le invita a la confianza total: «No temas; basta que tengas fe».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
2 de julio de 2000

TABÚ

La niña no está muerta.

La palabra «mortal» ha servido desde siempre para designar al hombre. Ésta es su condición. El ser humano es mortal: en cualquier momento puede morir y, ciertamente, cada instante lo acerca un poco más a su final. Lo decía de manera gráfica Heidegger: «Desde que nace, el hombre es lo bastante viejo para morir».

Pero no es sólo que «puede» morir, sino que «tiene» que morir. Nadie escapa a la muerte. Es inútil nuestro afán de vivir, nuestro deseo de no enfermar, no envejecer, sobrevivir. Durante muchos años se puede vivir sin sentir la amenaza de la muerte, pero llega un día en que la enfermedad, el mal funcionamiento de algún órgano o la jubilación comienzan a hacernos pensar que también nosotros estamos acercándonos a nuestro final.

Casi siempre los humanos han tratado de olvidar la muerte, a ver si desaparece. Lo decía ya B. Pascal: «Los hombres, para ser felices, no ha hiendo podido encontrar remedio a la muerte... han tomado la decisión de no pensar en ella». No son menos ingenuas las sociedades progresistas del tercer milenio que han convertido la muerte en el gran «tabú»: no hay que hablar de ella, no hay que pronunciar el nombre de ciertas enfermedades, hay que vivir como si fuéramos inmortales.

Sin embargo, cuando leemos el grito de M. de Unamuno, sabemos que está expresando lo que todos sentimos en el fondo de nuestro ser: «No quiero morirme, no, no quiero ni quiero quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo, que me soy y me siento ahora y aquí». Queremos vivir, no desaparecer, no caer en la nada.

El hombre de nuestros días sigue repitiendo los viejos caminos de siempre para eludir la certeza de su muerte. Algunos intentan vivir sin esperanza, aunque sin caer en una desesperación angustiosa. Otros se lanzan a vivir a tope lo inmediato cerrando los ojos a todo futuro. Hay quienes viven sin tomar en serio ningún amor y ninguna esperanza, sin arriesgarse en ninguna lucha, sin ligarse a nada ni a nadie.

Cada uno sigue su camino pero nadie puede sustraerse a ciertas preguntas: ¿qué me espera en la muerte?, ¿qué va a ser de mí y de todos mis anhelos?, ¿me aguarda la nada?, ¿hay algo o alguien que me espera para acoger mi deseo de vida y llevarme a una vida plena? El relato que nos presenta a Jesús devolviendo la vida a la niña que todos creen muerta, está escrito desde la fe en un Dios que, al resucitar a Jesús, nos ha revelado que sólo quiere la vida del ser humano, incluso por encima de la muerte.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE

DIOS QUIERE LA VIDA

Niña, levántate.

EJ ser humano se siente mal ante el misterio de la muerte. Nos da miedo lo desconocido. Nos aterra despedirnos para siempre de nuestros seres queridos para adentramos, en la soledad más absoluta, en un mundo inexplorado en el que no sabemos exactamente qué es lo que nos espera.

Por otra parte, incluso en estos tiempos de indiferencia e incredulidad, la muerte sigue envuelta en una atmósfera religiosa. Ante el final se despierta en no pocos el recuerdo de Dios o las imágenes que cada uno nos hacemos de él. De alguna manera, la muerte desvela nuestra secreta relación con el Creador, bien sea de abandono confiado, de inquietud ante el posible encuentro con su misterio o de rechazo abierto a toda trascendencia.

Es curioso observar que son bastantes los que asocian la muerte con Dios, como si ésta fuera algo ideado por él para asustarnos o para hacernos caer un día en sus manos. Dios sería un personaje siniestro que nos deja en libertad durante unos años, pero que nos espera al final en la oscuridad de esa muerte tan temida.

Sin embargo, la tradición bíblica insiste una y otra vez en que Dios no quiere la muerte. El ser humano, fruto del amor infinito de Dios, no ha sido pensado ni creado para terminar en la nada. La muerte no puede ser el objetivo o la intención última del proyecto de Dios sobre el hombre.

Desde las culturas más primitivas hasta las filosofías más elaboradas sobre la inmortalidad del alma, la humanidad se ha rebelado siempre contra la muerte. El hombre sabe que morir es algo natural dentro del proceso biológico del viviente, pero, al mismo tiempo, intuye más o menos oscuramente que esa muerte no puede ser su último destino.

La esperanza en una vida eterna se fue gestando lentamente en la tradición bíblica no por razones filosóficas o consideraciones sobre la inmortalidad del alma, sino por la confianza total en la fidelidad de Dios. Si esperamos la vida eterna es sólo porque Dios es fiel a sí mismo y fiel a su proyecto. Como dijo Jesús en una frase inolvidable: «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos» (Lucas 20, 38).

Dios quiere la vida del ser humano. Su proyecto va más allá de la muerte biológica. La fe del cristiano, iluminada por la resurrección de Cristo, está bien expresada por el salmista: «No me entregarás a la muerte ni dejarás a tu amigo conocer la corrupción» (Salmo 16, 10). La actuación de Jesús agarrando con su mano a la joven muerta para rescatarla de la muerte es encarnación y signo visible de la acción de Dios, dispuesto a salvar de la muerte a todo ser humano.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
26 de junio de 1994

REZAR DESPUES DE FREUD

No temas; basta que ten gas fe.

Mucho antes de las investigaciones de Freud y del psicoanálisis, los grandes maestros de la vida espiritual habían advertido ya de las numerosas trampas en que puede caer la persona cuando reza a Dios. Pero, sin duda, los análisis de Freud han sembrado una sospecha más radical: la oración más sencilla y aparentemente más sincera puede encerrar graves autoengaños y alimentar fantasías infantiles y neuróticas. En el fondo, la cuestión es ésta: ¿Con quién está hablando realmente una persona cuando dice hablar con Dios? ¿Qué hace cuando se dirige a alguien a quien no se ve y que no contesta? Por mucho que hable con Dios, ¿no está encerrada en su propio yo?

Para no pocos, la divulgación de esta «cultura de la sospecha» ha supuesto el derrumbe de su religión. Ya no aciertan a rezar. Todo les parece engaño y patología. No pueden y no quieren rezar. No se comunican con Dios. Su vida se va haciendo cada vez más atea.

Otros, por el contrario, es ahora cuando están purificando su religión de ilusiones infantiles poco sanas. Poco a poco van descubriendo un rostro nuevo de Dios. Hoy rezan de forma distinta. La fe comienza a ser para ellos el mejor estímulo para vivir de manera digna y esperanzada.

Lo primero es no confundir a Dios con cualquier cosa. Dios está más allá de nuestros sentimientos e ilusiones. No se identifica con las representaciones, símbolos o ritos creados por los hombres. El que reza no ha de caer en la trampa de «fabricarse» un Dios a su gusto y para su uso particular.

Dios, por otra parte, no es una especie de «seguro» fácil que protege de la dureza de la vida. Es una equivocación alimentar la ilusión de un Dios que está ahí, siempre a mano, ofreciendo soluciones mágicas a los problemas del ser humano. Dios no se deja poseer ni manejar como un objeto más de consumo.

Por otra parte, lejos de apartar de la realidad, la oración verdadera lleva a afrontar su dureza y, lo que es más importante, a empeñarse en su transformación. Cuando una persona se va haciendo cada vez más huidiza ante los conflictos, más intolerante e intransigente con los otros, más encerrada en sus propios intereses y, en definitiva, más egoísta, su oración es puro «juego imaginativo». Invocar al Padre es hacerse hermano. Rezar al Dios del evangelio conduce a vivir evangélicamente. Orar a un Dios Amor es disponerse a amar responsablemente.

Marcos nos describe en su relato dos reacciones muy diferentes ante la oración de Jairo, preocupado solo por la salud de su hija. La de sus criados que le invitan a la resignación realista: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?» Y la de Jesús que le invita a la confianza total: «No temas; basta que tengas fe. »

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
30 de junio de 1991

UN PROBLEMA NO SUPERADO

No temas; basta que tengas fe.

La cultura moderna ha divulgado un modo diferente de mirar la muerte. El morir ya no interesa como hecho trascendente, ni como destino misterioso del ser humano. Se trata sencillamente de la interrupción de un proceso biológico, un “fenómeno natural” que hemos de aceptar como algo normal y ordinario. Pero, a decir verdad, nadie siente la propia muerte como algo natural, sino como un final absurdo e inhumano.

Por otra parte, se esperaba que el progreso y el bienestar generalizado harían olvidar poco a poco el “pequeño problema de la muerte”, pero los hombres y mujeres de hoy siguen sintiendo la misma rabia e impotencia de siempre, cuando presienten cercano su final: “Esto era todo? ¿Por qué tengo que morir ahora?”.

Por eso, no es extraño leer hoy afirmaciones como la del teólogo alemán Heinz Zahrnt en su último estudio: “El problema de la muerte y de lo que viene después de la muerte no es un problema superado. Está ahí tan vivo como siempre e, incluso, sus- cita un interés renovado”.

De hecho, se leen con avidez las experiencias vividas por individuos “vueltos a la vida”, que pretenden decirnos lo que sucede en la muerte. Las gentes acuden cada vez más a recibir “mensajes del más allá” a través de personas mediadoras que, se dice, pueden comunicar con las almas de los difuntos. Se ponen de moda diversas formas de “reencarnación” elaboradas a partir de antiguas doctrinas orientales.

Pero la muerte no admite “soluciones de compromiso”. Inútil recibir pretendidos “mensajes del más allá” o escuchar relatos de los “reanimados” que, naturalmente, no han experimentado la muerte. Inútil también buscar refugio en teorías reencarnacionistas tan alejadas con frecuencia de su inspiración oriental. Ante la muerte, sólo cabe una alternativa. O el hombre se pierde para siempre, o bien es acogido por Dios para la vida.

La esperanza de los cristianos en la vida eterna tiene como fundamento único la confianza total en la fidelidad de Dios que, como dice Jesús, es “un Dios de vivos y no de muertos”. El posee la vida en plenitud. Donde él actúa, se despierta la vida. También en el interior de la muerte.

En el momento de morir yo no podré disponer de mi vida. No podré ya relacionarme con nadie. Nadie podrá hacer nada por mí. No hay apoyos ni garantías de nada. Estaré solo ante la destrucción. O hay un Dios Creador que me saca de la muerte, o todo habrá terminado para siempre.

En ese momento la fe del creyente se hará total. La confianza se convertirá en abandono absoluto en el misterio de Dios. La única manera cristiana de morir es hacer de la muerte el acto final de confianza total en un Dios que me ama sin fin.

Nuestra preocupación hoy no ha de ser satisfacer nuestra curiosidad sobre el más allá, ni alejar nuestros temores recurriendo a teorías prestadas de otras religiones, sino acrecentar nuestra fe en el Dios de la vida.

Hemos de escuchar en toda su hondura las palabras de Jesús al jefe de la sinagoga de Cafarnaum, ante la muerte de su hija: “No temas. Solamente ten fe “.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
26 de junio de 1988

RECUPERAR LA FEMINIDAD

Vete en paz y con salud.

La hemorroisa de la que habla el episodio evangélico es una mujer enferma en las raíces mismas de su feminidad. Aquellas pérdidas de sangre que viene padeciendo desde hace doce años la excluyen de la intimidad y el amor conyugal.

Según las normas del Levítico es impura ante sus propios ojos y ante los demás. Una mujer intocable y frustrada que queda excluida del deseo y el amor del varón.

Su ser más íntimo de mujer está herido. Su sangre se derrama inútilmente. Su vida se desgasta en la esterilidad.

El evangelista la describe como una mujer ignorada y solitaria, avergonzada de sí misma, perdida en el anonimato de la multitud.

La curación de esta mujer se produce cuando Jesús se deja tocar por ella y la mira con amor y ternura desconocida: “Hija... vete en paz y Con salud”.

La sicoanalista católica Françoise Dolto, al comentar esta curación en su estudio “El evangelio ante el psicoanálisis”, señala que “una mujer sólo se sabe y se siente femenina mediante un hombre que cree en ella. Es en los ojos de un hombre, en su actitud, donde una mujer se sabe femenina». Para aquella mujer enferma ese hombre ha sido Jesús.

En nuestra sociedad se despierta poco a poco la sensibilidad colectiva ante la violencia y las agresiones que la mujer padece. Crecen las denuncias, se agiliza el código penal, se abren centros para mujeres maltratadas.

Pero somos todavía poco conscientes del sufrimiento oculto y la tragedia de tantas mujeres frustradas en su ser más íntimo de mujer.

Mujeres perdidas en el anonimato de los hogares y las faenas caseras cuya dedicación y entrega apenas valora nadie.

Mujeres inseguras de sí mismas, atemorizadas por su propio marido, que viven culpabilizándose de sus desaciertos y depresiones porque no encuentran el apoyo y la comprensión que necesitan.

Mujeres vencidas por la soledad, cansadas ya de luchar y sufrir en silencio, que no aman ni son amadas con la ternura que su ser de mujer está pidiendo.

Mujeres desgastadas y afeadas por la dureza de la vida, que descuidan su cuerpo y su feminidad porque hace mucho tiempo que nadie las mira ni las besa con amor.

Mujeres que recuperarían su ser auténtico de mujer si se encontraran con la mirada acogedora y curadora de un esposo o un verdadero amigo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
30 de junio de 1985

NUESTRA INJUSTICIA CON LAS MUJERES

Salió fuerza de él.

Jesús adoptó ante las mujeres una postura tan sorprendente que desconcertó, incluso, a sus mismos discípulos.

En aquella sociedad judía donde el varón daba gracias a Dios cada día por no haber nacido mujer, no era fácil entender la nueva postura de Jesús, acogiendo sin discriminaciones a hombres y mujeres en la nueva comunidad.

Si algo se desprende con claridad de actitud es que, para él, hombres y mujeres tienen igual dignidad personal, sin que la mujer tenga que ser objeto del dominio del varón.

Sin embargo, los cristianos no hemos sido capaces todavía de extraer todas las consecuencias que se siguen de la actitud del Maestro. R. Laurentin ha llegado a decir que se trata de «una revolución ignorada» por la Iglesia.

Por lo general, los varones seguimos sospechando de todo movimiento feminista y reaccionamos secretamente contra cualquier planteamiento que pueda poner en peligro nuestra situación privilegiada sobre la mujer.

En ina Iglesia, dirigida por varones, no hemos sido capaces de descubrir todo el pecado que se encierra en el dominio que los hombres ejercemos, de muchas maneras, sobre las mujeres. Y lo cierto es que apenas se escuchan desde el interior de la Iglesia voces que, en nombre de Cristo, urjan a los varones a una profunda conversión.

Para justificar nuestra supremacía masculina hemos ido consolidando un presupuesto secreto pero enormemente eficaz «los varones son los únicos que realmente importan, mientras que las mujeres existen únicamente por referencia a ellos» (M. French).

Los creyentes hemos de tomar conciencia de que el actual dominio de los varones sobre las mujeres no es «algo natural», sino una estructura y un comportamiento profundamente viciados por el egoísmo y la imposición injusta de nuestro poder.

¿Es posible superar este dominio masculino? La revolución urgida por Jesús no se realiza despertando la agresividad mutua ni promoviendo entre los sexos una guerra que acarrearía nuevos riesgos para nuestra supervivencia humana. Jesús llama a «una revolución de las conciencias» que nos haga vivir de otra manera las relaciones que nos unen a unos con otros.

Las diferencias ente los sexos, además de su función en el origen de una nueva vida, han de ser encaminadas hacia la cooperación, el apoyo y el crecimiento mutuos.

Los varones hemos de escuchar con mucha más lucidez y sinceridad la interpelación de aquel de quien, según el relato evangélico, «salió fuerza» para curar a la mujer.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
27 de junio de 1982

CURARSE

Tu fe te ha curado.

Los cristianos pasamos a veces por alto que Jesús, más que atribuirse a sí mismo las curaciones que realiza, recuerda a los enfermos algo realmente sorprendente: Tu fe te ha curado.

Jesús los despide invitándoles a no olvidar nunca esta verdad. En el hombre que cree hay siempre algo que le puede salvar, reconstruir y liberar de todo lo que le impide vivir.

Contrariamente a lo que pensaba S. Freud, los análisis de Erik H. Erikson llevan a pensar que en el fondo de todo ser humano existe una «confianza de base», una «confianza original» que permite el ulterior desarrollo de nuestra vida.

Toda vida humana reposaría sobre esta confianza implícita, con frecuencia inconsciente, como una fuerza que secretamente estaría alimentando toda nuestra existencia.

El pensamiento de Jesús va más lejos. El hombre que sabe creer en el Dios de la vida, y acierta a confiar su existencia en el Padre, posee en sí mismo una fuerza capaz de liberarlo de lo que le deshumaniza y destruye como hombre.

Quizás los cristianos no nos atrevemos ya a creer que la fe puede seguir hoy curando a los hombres. No sabemos apreciar la fuerza sanadora que se encierra en el corazón de un hombre habitado por la fe.

Y sin embargo, hoy la fe puede curarnos. Hombres extraños a sí mismos, incapaces de despojarse de su «máscara social», hombres condenados a no ser nunca lo que habrían podido llegar a ser, pueden descubrir en la fe una fuerza capaz de reavivar las posibilidades de generosidad, nobleza y humanidad que todavía se encierran en su corazón.

Hombres esclavos del dinero y la autosatisfacción, insensibles a la vida de los demás, hombres cuya vida no crece ni tiende hacia nada, hombres de «alma mutilada», podrían encontrar en la fe una fuerza capaz de recrear y reanimar su vivir diario.

Alguien ha dicho que «el corazón de los hombres de nuestro tiempo se asfixia lentamente, a causa de la ausencia universal de bondad» (M. Delbrel).

La indiferencia por el sufrimiento de ios desvalidos domina la economía. El cinismo y la mentira se han apoderado de la vida política y de las relaciones internacionales. El olvido gigantesco del hambre, la miseria y la muerte de millones de seres humanos es general.

Este mundo está enfermo en sus raíces, en la orientación misma del corazón humano y de la vida. Necesita una curación «radical». Y es ésta precisamente la oferta y el reto más apasionante del evangelio: una fe capaz de sanar al hombre de sus raíces.

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


domingo, 24 de junio de 2018

29-06-2018 - San Pedro y San Pablo, apóstoles


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
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San Pedro y San Pablo, apóstoles



EVANGELIO

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 13-19

Tu eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos.

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:

-«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»

Ellos contestaron:

-«Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremias o uno de los profetas.»

Él les preguntó:

-«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»

Simón Pedro tomó la palabra y dijo:

-«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»

Jesús le respondió:

-«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.

Ahora te digo yo:

Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.

Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»

Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
29 de junio de 2014

SOLO JESÚS EDIFICA LA IGLESIA

El episodio tiene lugar en la región pagana de Cesarea de Filipo. Jesús se interesa por saber qué se dice entre la gente sobre su persona. Después de conocer las diversas opiniones que hay en el pueblo, se dirige directamente a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.

Jesús no les pregunta qué es lo que piensan sobre el sermón de la montaña o sobre su actuación curadora en los pueblos de Galilea. Para seguir a Jesús, lo decisivo es la adhesión  a su persona. Por eso, quiere saber qué es lo que captan en él.

Simón toma la palabra en nombre de todos y responde de manera solemne: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús no es un profeta más entre otros. Es el último Enviado de Dios a su pueblo elegido. Más aún, es el Hijo del Dios vivo. Entonces Jesús, después de felicitarle porque esta confesión sólo puede provenir del Padre, le dice: “Ahora yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

Las palabras son muy precisas. La Iglesia no es de Pedro sino de Jesús. Quien edifica la Iglesia no es Pedro, sino Jesús. Pedro es sencillamente “la piedra” sobre la cual se asienta “la casa” que está construyendo Jesús. La imagen sugiere que la tarea de Pedro es dar estabilidad y consistencia a la Iglesia: cuidar que Jesús la pueda construir, sin que sus seguidores introduzcan desviaciones o reduccionismos.

El Papa Francisco sabe muy bien que su tarea no es “hacer las veces de Cristo”, sino cuidar que los cristianos de hoy se encuentren con Cristo. Esta es su mayor preocupación. Ya desde el comienzo de su servicio de sucesor de Pedro decía así: “La Iglesia ha de llevar a Jesús. Este es el centro de la Iglesia. Si alguna vez sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús, sería una Iglesia muerta”.

Por eso, al hacer público su programa de una nueva etapa evangelizadora, Francisco propone dos grandes objetivos. En primer lugar, encontrarnos con Jesús, pues  “él puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestras comunidades... Jesucristo puede también romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo”.

En segundo lugar, considera decisivo “volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio” pues, siempre que lo intentamos, brotan nuevos caminos, métodos creativos, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual”. Sería lamentable que la invitación del Papa a impulsar la renovación de la Iglesia no llegara hasta los cristianos de nuestras comunidades.

José Antonio Pagola

HOMILIA

EL SERVICIO DE PEDRO

Jesús conversa con sus discípulos en la región de Cesarea de Filipo, no lejos de las fuentes del Jordán. El episodio ocupa un lugar destacado en el evangelio de Mateo. Probablemente, quiere que sus lectores no confundan las «iglesias» que van naciendo de Jesús con las «sinagogas» o comunidades judías donde hay toda clase de opiniones sobre él.

Lo primero que hay que aclarar es quién está en el centro de la Iglesia. Jesús se lo pregunta directamente a sus discípulos: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde en nombre de todos: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Intuye que Jesús no es sólo el Mesías esperado. Es el «Hijo de Dios vivo». El Dios que es vida, fuente y origen de todo lo que vive. Pedro capta el misterio de Jesús en sus palabras y gestos que ponen salud, perdón y vida nueva en la gente.

Jesús le felicita: «Dichoso tú… porque eso sólo te lo ha podido revelar mi Padre del cielo». Ningún ser humano «de carne y hueso» puede despertar esa fe en Jesús. Esas cosas las revela el Padre a los sencillos, no a los sabios y entendidos. Pedro pertenece a esa categoría de seguidores sencillos de Jesús que viven con el corazón abierto al Padre. Esta es la grandeza de Pedro y de todo verdadero creyente.

Jesús hace a continuación una promesa solemne: «Tú eres Pedro y sobre testa piedra yo edificaré mi Iglesia». La Iglesia no la construye cualquiera. Es Jesús mismo quien la edifica. Es él quien convoca a sus seguidores y los reúne en torno a su persona. La Iglesia es suya. Nace de él.

Pero Jesús no es un insensato que construye sobre arena. Pedro será «roca» en esta Iglesia. No por la solidez y firmeza de su temperamento pues, aunque es honesto y apasionado, también es inconstante y contradictorio. Su fuerza proviene de su fe sencilla en Jesús. Pedro es prototipo de los creyentes e impulsor de la verdadera fe en Jesús.

Este es el gran servicio de Pedro y sus sucesores a la Iglesia de Jesús. Pedro no es el «Hijo del Dios vivo», sino «hijo de Jonás». La Iglesia no es suya sino de Jesús. Sólo Jesús ocupa el centro. Sólo el la edifica con su Espíritu. Pero Pedro invita a vivir abiertos a la revelación del Padre, a no olvidar a Jesús y a centrar su Iglesia en la verdadera fe.

José Antonio Pagola

HOMILIA

CONSTRUIR LA IGLESIA DE JESÚS

Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

La Iglesia que conocemos hoy entre nosotros se nos ofrece como una organización sociológica que abarca a todos los ciudadanos que son registrados como bautizados a los pocos días de su nacimiento.

No es fácil ver en ella a la comunidad de los que han descubierto el evangelio, han creído con gozo en Jesucristo salvador e intentan vivir desde las exigencias y la esperanza del mensaje de Jesús.

La Iglesia ha venido a ser en nuestra sociedad una institución de la que no se puede decir que sea el conjunto de hombres y mujeres que se esfuerzan por vivir de acuerdo con el evangelio.

La pertenencia a la Iglesia no se debe a que una persona haya descubierto a Jesucristo y se convierta a la fe, sino, sencillamente, a que ha nacido en un familia de bautizados. En consecuencia, los miembros de la Iglesia no son necesariamente los convertidos al evangelio, sino los nacidos en determinados países «cristianos» o en determinados grupos sociológicos. De esta manera, la Iglesia deja de ser la comunidad de convertidos a Jesús y se configura como la masa de bautizados que piden con mayor o menor frecuencia unos servicios religiosos.

Necesitamos caminar desde una Iglesia entendida como un mero hecho sociológico, hacia una Iglesia entendida como la comunidad de los que viven esforzándose por seguir a Jesucristo.

Necesitamos comunidades cristianas en las que las exigencias del evangelio sean bien conocidas y claramente propuestas. Comunidades de hombres y mujeres que saben muy bien a qué se comprometen cuando deciden libremente entrar a formar parte de la comunidad cristiana.

Comunidades en las que todos se sientan responsables y protagonistas de la misión evangelizadora de la Iglesia. Comunidades no separadas ni disociadas las unas de las otras, sino estrechamente relacionadas y unidas para hacer presente también hoy la fuerza del evangelio en nuestra sociedad.

¿No son éstas algunas de nuestras necesidades más urgentes en estos momentos? Nuestra Iglesia diocesana así lo ha entendido. Durante dos días, más de ciento cincuenta creyentes de Guipúzcoa, de entre ellos casi un centenar de seglares, se han reunido alrededor del Obispo para reflexionar juntos sobre el modelo de Iglesia que debemos buscar y los pasos concretos que debemos dar.

Es sólo un signo modesto de una Iglesia que busca renovarse y convertirse en la comunidad que Jesús quiso construir sobre Pedro, portador fiel de u evangelio.

José Antonio Pagola

HOMILIA

CONFESAR CON LA VIDA

¿Quién decís que soy yo?

¿Quién decís que soy yo? Todos los evangelistas sinópticos recogen esta pregunta dirigida por Jesús a sus discípulos en la región de Cesarea de Felipe. Para los primeros cristianos era muy importante recordar una y otra vez a quién estaban siguiendo, cómo estaban colaborando en su proyecto y por quién estaban arriesgando su vida.

Cuando nosotros escucharnos hoy esta pregunta, tendemos a pronunciar las fórmulas que ha ido acuñando el cristianismo a lo largo de los siglos: Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, el Salvador del mundo, el Redentor de la humanidad... ¿Basta pronunciar estas palabras para convertirnos en «seguidores» de Jesús?

Por desgracia, se trata con frecuencia de fórmulas aprendidas a una edad infantil, aceptadas de manera mecánica, repetidas de forma ligera, y afirmadas más que vividas.

Confesamos a Jesús por costumbre, por piedad o por disciplina, pero vivimos sin captar la originalidad de su vida, sin escuchar la novedad de su llamada, sin dejamos atraer por su amor misterioso, sin contagiamos de su libertad, sin esforzarnos en seguir su trayectoria.

Lo adoramos como «Dios» pero no es el centro de nuestra vida. Lo confesamos como «Señor» pero vivimos de espaldas a su proyecto, sin saber muy bien cómo era y qué quería. Le decimos «Maestro» pero no vivimos motivados por lo que motivaba su vida. Vivimos como miembros de una religión, pero no somos discípulos de Jesús.

Paradójicamente, la «ortodoxia» de nuestras fórmulas doctrinales nos puede dar seguridad, dispensándonos al mismo tiempo de un encuentro vivo con Jesús. Hay cristianos muy «ortodoxos» que viven una religiosidad instintiva, pero no conocen por experiencia lo que es nutrirse de Jesús. Se sienten «propietarios» de la fe, alardean incluso de su ortodoxia, pero no conocen el dinamismo del Espíritu de Cristo.

No nos hemos de engañar. Cada uno hemos de ponemos ante Jesús, dejamos mirar directamente por él y escuchar desde el fondo de nuestro ser sus palabras: ¿quién soy yo realmente para vosotros? A esta pregunta se responde con la vida más que con palabras sublimes.

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿QUÉ MISTERIO SE ENCIERRA EN ÉL?

¿Quién decís que soy yo?

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Cada uno ha de responder. No basta seguir repitiendo fórmulas y tópicos sobre Jesús. Es necesario un esfuerzo por intuir cada vez mejor qué misterio se encierra en este hombre en el que los creyentes descubrimos como en ninguna otra parte el rostro vivo de Dios. Voy a señalar algunos aspectos que destacan hoy investigadores y especialistas sobre Jesús.

Jesús fue un profeta que comunicó a las gentes una experiencia única y original de Dios, sin desfigurarla con los miedos, ambiciones y fantasmas que las religiones suelen proyectar de ordinario sobre la divinidad.

Para Jesús, Dios es amor compasivo. La compasión es la manera de ser de Dios, su primera reacción ante el ser humano y ante la creación entera. Por eso, Jesús habla, actúa, vive y muere movido por la compasión.

Jesús sólo vivió para implantar en el mundo lo que él llamaba «el reino de Dios». Fue su gran sueño. La pasión que alentó su vida entera. Quería ver realizado entre los hombres el proyecto de Dios: una vida más digna y dichosa para todos, ahora y para siempre.

Jesús no se dedicó a organizar una religión más perfecta desarrollando una teología más precisa sobre Dios o una liturgia más digna. Lo que verdaderamente le preocupó fue la felicidad de la gente. Por eso se entregó a eliminar el sufrimiento y a luchar contra todo lo que hace daño o permite la humillación de las personas.

Jesús amó a los más pobres e indefensos de la sociedad. Otros muchos lo han hecho también antes y después de él. Lo más sorprendente es que, por encima de los pobres, nada ha amado más Jesús que a ellos, ni siquiera la religión, la ley o las tradiciones más venerables.

¿Quién es este hombre que, además de vivir sólo para la felicidad de los demás, se ha atrevido a sugerir que Dios se parece a él, pues sólo quiere y busca una vida más digna y dichosa para todos? ¿Qué misterio se encierra en él? Para intuirlo, nada mejor que seguir sus pasos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

ENCONTRARSE CON ALGUIEN

¿ Quién decís que soy yo?

Los cristianos hemos olvidado con demasiada frecuencia que la fe no consiste en creer algo, sino en creer en Alguien. No se trata de adherirnos fielmente a un credo y, mucho menos, de aceptar ciegamente «un conjunto extraño de doctrinas», sino de encontramos con Alguien vivo que da sentido radical a nuestra existencia.

Lo verdaderamente decisivo es encontrarse con la persona de Jesucristo y descubrir, por experiencia personal, que es el único que puede responder de manera plena a nuestras preguntas más decisivas, nuestros anhelos más profundos y nuestras necesidades más últimas.

En nuestros tiempos, se hace cada vez más difícil creer en algo. Las ideologías más firmes, los sistemas más poderosos, las teorías más brillantes se han ido tambaleando al descubrirnos sus limitaciones y profundas deficiencias.

El hombre moderno, escarmentado de dogmas e ideologías, quizás está dispuesto todavía a creer en personas que le ayuden a vivir dando un sentido nuevo a su existencia. Por eso ha podido decir el teólogo K Lehmann que «el hombre moderno sólo será creyente cuando haya hecho una experiencia auténtica de adhesión a la persona de Jesucristo».

Produce tristeza observar la actitud de sectores católicos cuya única obsesión parece ser «conservar la fe» como «un depósito de doctrinas» que hay que saber defender contra el asalto de nuevas ideologías y corrientes.

Creer es otra cosa. Antes que nada, los cristianos hemos de preocupamos de reavivar nuestra adhesión profunda a la persona de Jesucristo. Sólo cuando vivamos «seducidos» por él y trabajados por la fuerza regeneradora de su persona, podremos contagiar también hoy su espíritu y su visión de la vida. De lo contrario, proclamaremos con los labios doctrinas sublimes, al mismo tiempo que seguimos viviendo una fe mediocre y poco convincente.

Los cristianos hemos de responder con sinceridad a esa pregunta interpeladora de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Ibn Arabi escribió que «aquel que ha quedado atrapado por esa enfermedad que se llama Jesús, no puede ya curarse». ¿Cuántos cristianos podrían hoy intuir desde su experiencia personal la verdad que se encierra en estas palabras?

José Antonio Pagola

HOMILIA

DICHOSO

Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

Con frecuencia pensamos que seremos más felices el día en que cambie el entorno que nos rodea, cuando las personas nos traten mejor o cuando nos sucedan cosas buenas. En el fondo buscamos que la vida se adapte a nuestros deseos. Creemos que entonces seremos felices.

Sin embargo, hay una pregunta que no podemos ni debemos eludir. Para conocer la felicidad, ¿tiene que suceder algo fuera de mí, o justamente dentro de mí mismo?, ¿tienen que cambiar los demás, o tengo que cambiar yo?, ¿ha de mejorar el mundo que me rodea, o he de transformarme yo?

En el relato que nos ofrece el evangelista Mateo, Jesús le declara feliz a Pedro por algo que ha ocurrido en su interior: el Padre del cielo le ha revelado que Jesús no es un profeta más, sino «el Mesías, el Hijo de Dios vivo». No es difícil detectar dos matices en las palabras de Cristo: «Qué suerte tienes, Simón, hijo de Jonás, porque el Padre te ha desvelado una verdad tan decisiva.» Pero, al mismo tiempo: «Qué dichoso eres por haberte abierto a esa luz que el Padre ha puesto en ti.»

A nosotros nos puede resultar un tanto extraño que una «revelación interior» pueda convertirse en fuente de felicidad. Sin embargo, pocas cosas pueden desencadenar una experiencia tan gozosa y estable como el descubrir con luz nueva las convicciones fundamentales que sostienen la vida de la persona.

Los cristianos olvidamos con frecuencia un dato elemental. Lo que encontramos al comienzo del cristianismo no es una doctrina, sino una experiencia vivida con fe por los primeros discípulos. La fe cristiana nació cuando unos hombres y mujeres se encontraron con Cristo y experimentaron en él la cercanía de Dios. Este encuentro dio un sentido nuevo a sus vidas; descubrieron a Dios como Padre cercano y bueno; pusieron en Cristo todas sus esperanzas de salvación.

Ahora bien, lo que para ellos fue una experiencia viva, a nosotros nos llega como una tradición religiosa que ha sido formulada en un lenguaje concreto y ha cristalizado a lo largo de los siglos en un determinado cuerpo doctrinal. Pero, evidentemente, ser creyente es mucho más que aceptar dócilmente esa doctrina. Cada uno hemos de vivir nuestra propia experiencia y hacer nuestra la fe primera de aquellos discípulos.

No basta afirmar teóricamente que Cristo es el Hijo de Dios encarnado o atribuirle títulos tan solemnes como Salvador del Mundo o Redentor de la Humanidad. Es necesario, además, creer en él, adherirnos a su persona, abrirnos a su acción salvadora, acoger su palabra, dejarnos trabajar por su Espíritu. Por eso, también hoy dichoso el creyente que, al confesar a Cristo como «Mesías, Hijo de Dios vivo», no sólo afirma una verdad doctrinal del Credo, sino que se deja iluminar internamente por el Padre.

José Antonio Pagola

HOMILIA

CUESTION DE FONDO

¿Quién decís que soy yo?

La pregunta de Jesús a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», no es sólo una pregunta dirigida por el Maestro a sus primeros seguidores. Es la cuestión fundamental a la que hemos de responder siempre los que nos confesamos cristianos.

Nuestra primera reacción puede ser encontrar rápidamente una respuesta doctrinal y confesar de manera rutinaria que Jesús es el «Hijo de Dios encarnado», el «Redentor» del mundo, el «Salvador» de la humanidad. Títulos todos ellos muy solemnes y ortodoxos, sin duda, pero que pueden ser pronunciados sin contenido vital alguno.

La pregunta de Jesús no nos pide simplemente nuestra opinión. Nos interpela, sobre todo, acerca de nuestra actitud ante Jesucristo. Y ésta no se refleja sólo en nuestras palabras y afirmaciones verbales, sino, sobre todo, en nuestro seguimiento concreto a Jesucristo. Como ha escrito algún teólogo: «La breve proposición: ‘Yo creo que Jesús es el Hijo de Dios’ significa algo completamente distinto si la pronuncia Francisco de Asís o la pronuncia uno de los actuales dictadores sudamericanos. El Dios de estos hombres no es el mismo, o, al menos, el Dios que cada uno invoca para dirigir su conducta.»

Las palabras de Jesús piden una opción radical, O bien Jesús es para nosotros un personaje más junto a otros muchos de la humanidad, o bien es la Persona decisiva que nos proporciona la comprensión última de la existencia, da una orientación nueva a nuestra vida y nos ofrece la esperanza definitiva.

La pregunta « ¿quién decís que soy yo?», cobra entonces un contenido nuevo. No es ya una cuestión sobre Jesús, sino sobre nosotros mismos. Una interpelación sobre mi fe y mi vida. ¿Quién soy yo? ¿En quién creo? ¿Desde dónde oriento mi existencia? ¿A qué se reduce mi fe?

Todos hemos de recordar una y otra vez que la fe no se identifica con las fórmulas que pronunciamos. Para comprender mejor el alcance de «lo que yo creo» es necesario verificar «cómo vivo», a qué aspiro, en qué me comprometo.

Por eso, la pregunta de Jesús, más que un examen sobre nuestra ortodoxia, debería ser el llamamiento a un estilo de vida cristiano. Evidentemente, no se trata de decir o creer cualquier cosa acerca de Cristo. Pero, tampoco de hacer solemnes profesiones de fe ortodoxa para vivir luego muy lejos del espíritu que esa misma proclamación de fe exige y lleva consigo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

LA IGLESIA DE JESUCRISTO

Edificaré mi Iglesia.

Todos los sondeos y estadísticas muestran de manera palpable que el mensaje de la Iglesia va perdiendo progresivamente su influencia en la sociedad occidental. El hombre contemporáneo escucha otros «evangelios» y atiende a otros «profetas».

Son muchos los que critican fuertemente la historia concreta del cristianismo y echan en cara a la Iglesia graves traiciones. Ha llegado el momento en el que los papeles se han invertido, y ya no es la Iglesia la que juzga al mundo, sino éste el que juzga a la Iglesia.

El hombre actual, terriblemente práctico y crítico, observa el cristianismo y no constata, al parecer, nada especial. Lo mismo que en el mundo, ve también en la Iglesia hombres y mujeres vacíos, superficiales, hipócritas o sin esperanza.

El evangelio parece haberse convertido en algo inofensivo. El mensaje de la Iglesia no encuentra casi nunca una reacción de resistencia hostil, sino de total indiferencia. Según el teólogo ortodoxo Paul Evdokimov, «los cristianos han hecho todo lo posible para esterilizar el evangelio; se diría que lo han sumergido en un líquido neutralizante».

El hecho cristiano parece resonar entonces en el vacío. La Iglesia no introduce apenas contraste en el interior del mundo. Los cristianos han perdido, en gran parte, su fuerza de fermento en medio de la masa.

¿No es ésta la gran derrota de la Iglesia contemporánea? ¿Cómo leer desde esta situación la promesa de Jesús: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará»?

Antes que nada, hemos de recordar que Jesús habla de «su Iglesia», de una Iglesia que él mismo ha de edificar sobre Pedro. Sus palabras, por tanto, no garantizan la consistencia de cualquier Iglesia, sino de una Iglesia que sea realmente «presencia de Jesucristo».

Ahora bien, Jesucristo no es sólo «doctrina», sino Vida de Dios encarnada, salvación hecha vida. Por ello, lo que se ha de construir sobre Pedro no es solamente un cuerpo de doctrina ortodoxa, sino el Cuerpo vivo de la presencia de Cristo en el mundo.

Jesucristo no es tampoco «palabras vacías», sino novedad de vida auténticamente humana. Por eso, la Iglesia ha de ser un foco de vida y no un lugar donde se produce «un vocabulario suplementario», pero donde el modo de pensar y de obrar es semejante al del mundo.

Jesucristo no es sólo «preocupación ética», sino enraizamiento de la vida en el Dios Creador y Padre. Por eso, lo que la Iglesia ha de poner en el mundo no es simplemente «creencia moral», sino vida que dimane del Trascendente.

Es esta Iglesia de Jesucristo la que el mundo actual necesita y la que nunca será derrotada.

José Antonio Pagola

HOMILIA

A LA ESCUCHA DE OTRO

Te lo ha revelado mi Padre.

Para crecer en fe no basta leer libros sobre temas religiosos ni escuchar las palabras y discursos que pronuncian otros creyentes, aunque éstos sean eclesiásticos de prestigio.

Lo importante es saber escuchar como Pedro lo que nos revela interiormente no alguien de carne y hueso, sino el Padre que está en el cielo y en el fondo de nosotros mismos.

Escuchar a Dios siempre es un don, algo que se nos regala gratuitamente pero, al mismo tiempo, es algo que ha de ser recibido y preparado por nosotros.

A nosotros se nos pide remover los obstáculos que nos impiden estar atentos y en silencio. Descender al fondo de nosotros y de la vida. Superar la dispersión y la superficialidad. Y luego, dejar que en nuestro interior «acontezca algo”.

Pero, ¿es esto posible alimentados exclusivamente por el periódico, la radio o la televisión que apenas nos permiten escuchar en nosotros otra voz que no sea el ruido del acontecer diario?

¿Es esto posible cuando vivimos ocupados por esa actividad tan absorbente, el medio más eficaz, en realidad, para olvidarnos de quiénes somos, qué buscamos y hacia dónde caminamos?

Cada vez son más las cosas que hemos de hacer y los compromisos que hemos de atender. Tal vez nos programamos inconscientemente así con la oculta intención de carecer de tiempo para detenernos.

Vivimos guiados por una consigna realmente peligrosa: “Date prisa», lo que, en el fondo, viene a decir “no pienses», “no escuches”, “vive aturdido”, “huye fuera de ti mismo».

Consciente de esta vida nuestra tan agitada y atropellada, me atrevo, sin embargo, a recoger aquí la invitación tan conocida de S. Anselmo en su Proslogion porque la considero de total actualidad.

Alguno leerá estas frases apresuradamente y tendrá la impresión de que las ha entendido porque ha entendido la conexión entre unas palabras y otras.

Sin embargo, sólo las entenderá quien lea en ellas una invitación a vivir en su propia experiencia lo que esas palabras sugieren.

“Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas.

Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de El. Di a Dios: Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro».

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿QUIEN ES PARA NOSOTROS?

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

No es fácil intentar responder con sinceridad a la pregunta de Jesús: «quién decís que soy yo?».

En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros? Su persona nos llega a través de veinte siglos de imágenes, fórmulas, ideologizaciones, experiencias, interpretaciones culturales.., que van desvelando y velando al mismo tiempo su riqueza insondable.

Pero, además, cada uno de nosotros vamos revistiendo a Jesús de lo que nosotros somos. Y proyectamos en él nuestros deseos, aspiraciones, intereses y limitaciones. Y casi sin darnos cuenta, lo empequeñecemos y desfiguramos incluso cuando tratamos de exaltarlo.

Pero Jesús sigue vivo. Los cristianos no lo hemos podido disecar con nuestra mediocridad. No permite que lo disfracemos. No se deja etiquetar ni reducir a unos ritos, unas fórmulas, unas costumbres.

Jesús siempre desconcierta a quien se acerca a él con una postura abierta y sincera. Siempre es distinto de lo que esperábamos. Siempre abre nuevas brechas en nuestra vida, rompe nuestros esquemas y nos empuja a una vida nueva.

Cuanto más se le conoce, más sabe uno que todavía está empezando a descubrirlo. Seguir a Jesús es avanzar siempre, no establecer- se nunca, crear, construir, crecer.

Jesús es peligroso. Percibimos en él una entrega a los hombres que desenmascara todo nuestro egoísmo. Una pasión por la justicia que sacude todas nuestras seguridades, privilegios y comodidad. Una ternura y una búsqueda de reconciliación y perdón que deja al descubierto nuestra mezquindad. Una libertad que rasga nuestras mil esclavitudes y servidumbres.

Y sobre todo, intuimos en él un misterio de apertura, cercanía y proximidad a Dios que nos atrae y nos invita a abrir nuestra existencia al Padre.

A Jesús lo iremos conociendo en la medida en que nos entreguemos a él. Sólo hay un camino para ahondar en su misterio: seguirle.

Seguir humildemente sus pasos, abrirnos con él al Padre, actualizar sus gestos de amor y ternura, mirar la vida con sus ojos, compartir su destino doloroso, esperar su resurrección.

Y sin duda, saber orar muchas veces desde el fondo de nuestro corazón: «Creo, Señor, ayuda mi incredulidad».

José Antonio Pagola

HOMILIA

NUESTRA IMAGEN DE CRISTO

¿Quién decís que soy yo?

La pregunta decisiva de Jesús: «Quién decís que soy yo? » sigue pidiendo todavía una respuesta entre los creyentes de nuestro tiempo.

No todos tenemos la misma imagen de Jesús. Y esto, no sólo por d carácter inagotable de su personalidad, sino, sobre todo, porque cada uno de nosotros vamos elaborando nuestra imagen de Jesús a partir de nuestros propios intereses y preocupaciones, condicionados por nuestra sicología personal y e1 medio social al que pertenecemos, y marcados de manera decisiva por la formación religiosa que hemos recibido.

Y sin embargo, la imagen de Cristo que podamos tener cada uno, tiene importancia decisiva para nuestra vida creyente, pues, condiciona esencialmente nuestra manera de entender y vivir la fe.

Una imagen empobrecida, unilateral, parcial o falsa de Jesús nos conducirá a una vivencia empobrecida, unilateral, parcial o falsa de la fe.

De ahí la importancia de tomar conciencia de las posibles deformaciones de nuestra visión de Jesús y de purificar nuestra adhesión a Jesucristo.

Por otra parte, es pura ilusión pensar que uno cree en Jesucristo porque «cree» en un dogma o porque está dispuesto a creer «en lo que la santa Madre Iglesia cree».

En realidad, cada creyente cree en lo que cree él, es decir, en lo que personalmente va descubriendo en su seguimiento a Jesucristo, aunque naturalmente, lo haga dentro de la comunidad cristiana.

Por desgracia, son bastantes los cristianos que entienden y viven su religión de tal manera que probablemente nunca podrán tener una experiencia un poco viva de lo que es encontrarse personalmente con Cristo.

Ya en una época muy temprana de su vida, se han hecho una idea infantil de Jesús, cuando quizás no se habían planteado todavía con suficiente lucidez las cuestiones y preguntas a las que Cristo puede responder.

Más tarde, ya no han vuelto a repensar su fe en Jesucristo, bien porque la consideran algo banal y sin importancia alguna para sus vidas, bien porque no se atreven a examinarla con seriedad y rigor por temor a perderla, bien porque se contentan con conservarla de manera indiferente y apática, sin eco alguno en su ser.

Desgraciadamente no sospechan lo que Jesús podría ser para su vida. M. Legaut escribía esta frase dura pero quizás muy real: «Esos cristianos ignoran quién es Jesús y están condenados por su misma religión a no descubrirlo jamás».

José Antonio Pagola




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