lunes, 24 de junio de 2013

30/06/2013 - 13º domingo Tiempo ordinario (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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30 de junio de 2013

13º domingo Tiempo ordinario (C)


EVANGELIO

Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Te seguiré adonde vayas.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,51-62

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante.
De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron:
- Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?
Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.
Mientras iban de camino, le dijo uno:
- Te seguiré adonde vayas.
Jesús le respondió:
- Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.
A otro le dijo:
- Sígueme.
Él respondió:
- Déjame primero ir a enterrar a mi padre.
Le contestó:
- Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios.
Otro le dijo:
- Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.
Jesús le contestó:
- El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
30 de junio de 2013

CÓMO SEGUIR A JESÚS

Jesús emprende con decisión su marcha hacia Jerusalén. Sabe el peligro que corre en la capital, pero nada lo detiene. Su vida solo tiene un objetivo: anunciar y promover el proyecto del reino de Dios. La marcha comienza mal: los samaritanos lo rechazan. Está acostumbrado: lo mismo le ha sucedido en su pueblo de Nazaret.
Jesús sabe que no es fácil acompañarlo en su vida de profeta itinerante. No puede ofrecer a sus seguidores la seguridad y el prestigio que pueden prometer los letrados de la ley a sus discípulos. Jesús no engaña a nadie. Quienes lo quieran seguir tendrán que aprender a vivir como él.
Mientras van de camino, se le acerca un desconocido. Se le ve entusiasmado:”Te seguiré adonde vayas”. Antes que nada, Jesús le hace ver que no espere de él seguridad, ventajas ni bienestar. Él mismo “no tiene dónde reclinar su cabeza”. No tiene casa, come lo que le ofrecen, duerme donde puede.
No nos engañemos. El gran obstáculo que nos impide hoy a muchos cristianos seguir de verdad a Jesús es el bienestar en el que vivimos instalados. Nos da miedo tomarle en serio porque sabemos que nos exigiría vivir de manera más generosa y solidaria. Somos esclavos de nuestro pequeño bienestar. Tal vez, la crisis económica nos puede hacer más humanos y más cristianos.
Otro pide a Jesús que le deje ir a enterrar a su padre antes de seguirlo. Jesús le responde con un juego de palabras provocativo y enigmático: “Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú vete a anunciar el reino de Dios”. Estas palabras desconcertantes cuestionan nuestro estilo convencional de vivir.
Hemos de ensanchar el horizonte en el que nos movemos. La familia no lo es todo. Hay algo más importante. Si nos decidimos a seguir a Jesús, hemos de pensar también en la familia humana: nadie debería vivir sin hogar, sin patria, sin papeles, sin derechos. Todos podemos hacer algo más por un mundo más justo y fraterno.
Otro está dispuesto a seguirlo, pero antes se quiere despedir de su familia. Jesús le sorprende con estas palabras: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios”. Colaborar en el proyecto de Jesús exige dedicación total, mirar hacia adelante sin distraernos, caminar hacia el futuro sin encerrarnos en el pasado.
Recientemente, el Papa Francisco nos ha advertido de algo que está pasando hoy en la Iglesia: “ Tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, sacándonos de nuestros horizontes, con frecuencia limitados, cerrados y egoístas, para abrirnos a los suyos.


José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
27 de junio de 2010

SIN INSTALARSE NI MIRAR ATRÁS

Seguir a Jesús es el corazón de la vida cristiana. Lo esencial. Nada hay más importante o decisivo. Precisamente por eso, Lucas describe tres pequeñas escenas para que las comunidades que lean su evangelio, tomen conciencia de que, a los ojos de Jesús, nada puede haber más urgente e inaplazable.
Jesús emplea imágenes duras y escandalosas. Se ve que quiere sacudir las conciencias. No busca más seguidores, sino seguidores más comprometidos, que le sigan sin reservas, renunciando a falsas seguridades y asumiendo las rupturas necesarias. Sus palabras plantean en el fondo una sola cuestión: ¿qué relación queremos establecer con él quienes nos decimos seguidores suyos?
Primera escena. Uno de los que le acompañan se siente tan atraído por Jesús que, antes de que lo llame, él mismo toma la iniciativa: «Te seguiré adonde vayas». Jesús le hace tomar conciencia de lo que está diciendo: «Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros nido», pero él «no tiene dónde reclinar su cabeza».
Seguir a Jesús es toda una aventura. Él no ofrece a los suyos seguridad o bienestar. No ayuda a ganar dinero o adquirir poder. Seguir a Jesús es "vivir de camino", sin instalarnos en el bienestar y sin buscar un falso refugio en la religión. Una Iglesia menos poderosa y más vulnerable no es una desgracia. Es lo mejor que nos puede suceder para purificar nuestra fe y confiar más en Jesús.
Segunda escena. Otro está dispuesto a seguirle, pero le pide cumplir primero con la obligación sagrada de «enterrar a su padre». A ningún judío puede extrañar, pues se trata de una de las obligaciones religiosas más importantes. La respuesta de Jesús es desconcertante: «Deja que los muertos entierren a sus muertos: tú vete a anunciar el reino de Dios».
Abrir caminos al reino de Dios trabajando por una vida más humana es siempre la tarea más urgente. Nada ha de retrasar nuestra decisión. Nadie nos ha de retener o frenar. Los "muertos", que no viven al servicio del reino de la vida, ya se dedicarán a otras obligaciones religiosas menos apremiantes que el reino de Dios y su justicia.
Tercera escena. A un tercero que quiere despedir a su familia antes de seguirlo, Jesús le dice: «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios». No es posible seguir a Jesús mirando hacia atrás. No es posible abrir caminos al reino de Dios quedándonos en el pasado. Trabajar en el proyecto del Padre pide dedicación total, confianza en el futuro de Dios y audacia para caminar tras los pasos de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
1 de julio de 2007

MOVERSE

Mientras iban de camino.

Las primeras generaciones cristianas nunca olvidaron que ser cristiano es «seguir» a Jesús y vivir como él. Así de claro y sencillo. Por eso le da Lucas tanta importancia a tres dichos de Jesús.
A Jesús no se le puede seguir buscando seguridad, pues él «no tiene donde reclinar la cabeza». Para seguir a Jesús, hay que olvidarse de otras obligaciones pues lo primero es «anunciar el reino de Dios». A Jesús no se le puede seguir «mirando hacia atrás» pues quien le sigue así, «no vale para el reino de Dios».
«Seguir» a Jesús es una metáfora que los discípulos aprendieron por los caminos de Galilea. Para ellos significa en concreto: no perder de vista a Jesús; no quedarse parados lejos de él; caminar, moverse y dar pasos tras él. «Seguir» a Jesús exige una dinámica de movimiento. Por eso, el inmovilismo dentro de la Iglesia es una enfermedad mortal: mata la pasión por seguir a Jesús compartiendo su vida, su causa y su destino.
El instinto por sobrevivir en medio de la sociedad moderna nos lleva hoy a los cristianos a buscar seguridad. La jerarquía se afana por recuperar un apoyo social que va decreciendo. Las comunidades cristianas pierden peso y fuerza para influir en el ambiente. No sabemos «dónde reclinar la cabeza». Es el momento de aprender a seguir a Jesús de manera más despojada y vulnerable, pero también más auténtica y real.
En la Iglesia vivimos con frecuencia distraídos por costumbres y obligaciones que provienen del pasado pero no ayudan hoy a generar vida evangélica. Hay pastores que se sienten como «muertos dedicados a enterrar muertos». Es el momento de volver a Jesús y buscar primero el reino de Dios. Sólo así nos colocaremos en la verdadera perspectiva para entender y vivir la fe cristiana como quería él.
Pero quienes miran sólo para atrás, no valen para el reino de Dios. Cuando se ahoga la creatividad, se mata la imaginación evangélica y se controla toda novedad como peligrosa, se está promoviendo una religión estática que impide el seguimiento vivo a Jesús. Es el momento de buscar una vez más «vino nuevo en odres nuevos». Lo pedía Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
27 de junio de 2004

HACERSE CRISTIANO

(ver homilía del año 1986)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
1 de julio de 2001

DIOS NO ES VIOLENTO

Se volvió y los regañó.

Jesús no aceptó ninguna forma de violencia. Al contrario, la quiso eliminar de raíz. No hay duda alguna. Lo han proclamado siempre los cristianos y lo afirma rotundamente la investigación actual. La no violencia es uno de los rasgos esenciales de la actuación y del mensaje de Jesús. En el relato de Lucas, Jesús reacciona enérgicamente y reprende a sus discípulos porque desean que «el fuego del cielo» destruya a los odiados samaritanos que no los han acogido.
Sin embargo, sorprendentemente, esta no violencia de Jesús no ha sido considerada normativa ni relevante para el cristianismo. A lo largo de los siglos, los cristianos la han considerado como algo desconectado de la fe o del comportamiento cristiano. Se ha llegado incluso a bendecir guerras, cruzadas y posiciones militaristas, sin tener conciencia de ir contra algo esencial de la fe cristiana.
¿Dónde está la raíz de esta contradicción? Según diversos teólogos, el cristianismo sigue atrapado por la idea del Dios violento de la Biblia, sin atreverse a seguir a Jesús. Se conoce y se admira la no violencia del Maestro de Galilea, pero en la conciencia social de los pueblos «cristianos» sigue vivo y operante el arquetipo de un Dios justiciero y castigador que se impone a todos porque tiene más fuerza que nadie. Es este Dios el que nos lleva una y otra vez a la guerra.
Si algo quiso Jesús fue arrancar de las conciencias la imagen de un Dios violento. Sus gestos, sus palabras, su vida entera revelan a un Dios Padre que no se impone nunca por la violencia. Para Jesús, acoger el Reino de Dios significa precisamente eliminar toda forma de violencia entre los individuos y entre los pueblos. Su mensaje es siempre el mismo: «Dios es un Padre que está cerca. Sólo quiere una vida más digna y dichosa para todos. Cambiad vuestra manera de pensar y de actuar, y creed en esta Buena Noticia».
La fe de Jesús no ha logrado todavía cambiar la inclinación humana al recurso a la violencia. Quienes dominan el mundo sólo parecen entender el lenguaje de la guerra. Piensan «imponer la justicia» actuando a imagen del Dios violento del Antiguo Testamento. Hay que cambiar y creer en el Dios de Jesús. No es absurdo intentar caminos no violentos. Lo absurdo es que haya todavía alguien que siga creyendo en la guerra a pesar de tantos siglos de su bárbara inutilidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
28 de junio de 1998

¿HACIA DÓNDE?

Te seguiré a donde vayas.

Es muy difícil que una persona haga el recorrido de su vida sin preguntarse nunca por el sentido de su existencia. Por muy monótona y rutinaria que sea su vida, tarde o temprano terminará por escuchar las preguntas que lleva en el fondo de su ser: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿qué me espera?, ¿qué sentido tiene todo?
Estas preguntas pueden brotar en momentos de crisis y desgracia o en las horas de gozo más intenso. Le pueden sorprender durante el silencio de la noche o en el bullicio de una fiesta. Se las plantea el esposo feliz rodeado de su esposa e hijos, y el vagabundo que camina solitario por las calles. La mujer que sufre en la cama de un hospital y la que se broncea al sol en una playa de moda.
Es inútil que algunos filósofos nos digan que «no tiene sentido buscar sentido a la vida». (J. Sádaba). El ser humano quiere saber de dónde viene y a dónde va. En el nuevo milenio se seguirán haciendo las mismas preguntas que en milenios anteriores, pues la cuestión del sentido de la vida no es un entretenimiento para personas desocupadas, sino un asunto en el que «nos va la vida».
Por eso es tan grave que el hombre moderno se vaya quedando sin Dios y sin nada que pueda dar coherencia y sentido, fundamento y finalidad a la vida. Ya no se aceptan verdades ni metas absolutas. Hay que aprender —se dice— a vivir sin un sentido último. Según el filósofo de Turín, Gianni Váttimo, la tarea actual de la filosofía ha de ser «enseñar a vivir en la condición de quien no se dirige a ninguna parte».
Pero, ¿cómo vivir sin dirigirse a ninguna parte?, ¿qué le espera al ser humano si ya no sabe cuándo progresa y cuándo retrocede, cuando construye y cuándo se destruye? El hombre de hoy no parece sentir necesidad de una «salvación religiosa» del pecado y de la muerte, pero necesita ser salvado del nihilismo y el sinsentido que parece invadirlo todo.
Tarde o temprano, el verdadero creyente se sitúa ante Cristo con este tipo de preguntas: ¿qué es para Jesús vivir?, ¿cómo entiende la vida?, ¿dónde está el secreto de su estilo de vivir? No lo hace para encontrar recetas con las que resolver problemas concretos de su vida, sino para orientar y dar sentido a su existencia entera. Es más tarde cuando, atraído por la vida de Jesús, dice convencido: «Te seguiré a donde vayas».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
2 de julio de 1995

INVIERNO EN LA IGLESIA

Tú vete a anunciar el Reino de Dios.

En los últimos años de su vida, el célebre teólogo K. Rahner decía que en Europa la fe se halla en «tiempo invernal». Luego han sido varios los teólogos europeos que han usado la misma metáfora para describir el momento actual de la Iglesia. Se trata, sin duda, de una expresión dura, pero que viene sugerida por algunos indicios graves. Sólo señalaré los que se apunta con más fuerza.
Bastantes cristianos se sienten sacudidos en su misma identidad. No están seguros de ser creyentes. Tampoco aciertan a comunicarse con Dios. La teólogo I.F. Górres hablaba hace unos años de la «secreta increencia » que crece en el interior mismo de la Iglesia. Por otra parte, no parece que las Iglesias estén consiguiendo transmitir la fe a las nuevas generaciones.
Otro dato importante es la pérdida de credibilidad del cristianismo. La Iglesia ya no despierta la confianza de hace unos años. Su palabra, muchas veces autoritaria y exigente, no tiene el peso moral de otros tiempos. La autoridad religiosa viene cuestionada hacia dentro y hacia fuera de la Iglesia. Al cristianismo se le piden hechos y no discursos.
Además, «lo cristiano» parece cada vez más irrelevante social- mente. El teólogo de Tubinga, N. Greinacher acaba de afirmar que «la Iglesia se está convirtiendo cada vez más en un fenómeno marginal de nuestra sociedad». En algunos ambientes, su actuación ni siquiera es considerada digna de discusión o de crítica.
La imagen de K. Rahner encerraba, sin embargo, un sentido más hondo que el de la «rigidez hibernal». En cada invierno se anuncia ya la primavera y, bajo los campos helados, la vida se prepara para un nuevo renacer. Pero, nada importante nace de forma fácil. El mismo Rahner pedía, en primer lugar, radicalidad, retorno a las raíces espirituales. «Es difícil saber de qué modo y con qué medios hacerlo, pero si el cristianismo estuviera marcado por la radicalidad, surgiría la primavera en la Iglesia. » Hoy no tenemos santos entre nosotros o, tal vez, ni somos capaces de reconocerlos. Este es nuestro primer problema.
Además, la Iglesia ha de acercarse al dolor del hombre actual, a su vacío interior, a su impotencia para encontrarse con Dios. Para nadie es fácil creer. Y la Iglesia tiene que desprenderse de falsas seguridades para acompañar a los hombres y mujeres de hoy en la búsqueda de sentido y esperanza. El «restauracionismo» sólo conduce a peligrosos atascos de endurecimiento y crispación. Lo que necesitamos es conversión personal y colectiva al Dios vivo de Jesucristo.
Tal vez ha llegado el momento en que la Iglesia, olvidando cuestiones secundarias, ha de escuchar la llamada de Jesús: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
28 de junio de 1992

Contra la violencia

Les regaño.

La primera reacción de muchos al oír hablar de la no-violencia es una reacción de escepticismo o desconfianza. En el fondo, son pocos los que creen de verdad que los graves conflictos que enfrentan a los hombres puedan resolverse sin acudir a la violencia.
Somos herederos de una larga tradición en la que la violencia ha jugado un papel decisivo. La historia que se nos ha enseñado es una historia de guerras. Desde niños se nos ha hecho creer que las armas son el único medio eficaz para lograr la victoria.
Las mismas Iglesias han contribuido a que la historia de Europa haya sido una historia violenta. Alejándose del Espíritu de Cristo han elaborado diferentes teologías que justificaban la violencia o permitían a los combatientes emprender «guerras santas» o, al menos, «justas».
Se diría que la humanidad no acierta a liberarse de la fatalidad de la violencia. A finales ya de este siglo que ha conocido guerras horribles, a nadie parece conmover demasiado que se desencadenen nuevos combates dentro de la misma Europa para resolver los conflictos entre los pueblos, o que se siga predicando entre nosotros la necesidad de la violencia.
Por eso, uno de los signos más esperanzadores en este momento de la historia es el nacimiento de grupos y movimientos comprometidos en crear una nueva cultura de no-violencia. Una cultura que no consiste en estériles condenas de la violencia, sino en la creación de un pensamiento nuevo sobre los conflictos y en la búsqueda de caminos y estrategias para luchar eficazmente por la justicia sin introducir nuevas violencias.
Tal vez, el primer paso sea desenmascarar la maldad que encierra toda violencia. Sobre nosotros siguen pesando ideologías que nos llevan a pensar que la violencia no sólo es necesaria, sino incluso honorable. En nuestro subconsciente colectivo la violencia aparece asociada a las causas más nobles de justicia y de libertad, como la reacción natural de hombres movidos por la nobleza, el sacrificio, la generosidad o el honor.
Es necesario tomar conciencia de que estamos totalmente equivocados. La violencia engendra siempre un proceso deshumanizador que pervierte radicalmente las relaciones entre los hombres, introduce en la historia nuevas injusticias y obstaculiza de nuevo el camino hacia la reconciliación.
De ahí la necesidad de buscar alternativas eficaces a la violencia poniendo en práctica métodos y estrategias que fuercen a resolver los conflictos por las vías del diálogo, el acercamiento de posturas y el acuerdo.
La Iglesia ha de comprometerse decididamente por esta cultura de la no-violencia si quiere ser fiel a aquel Jesús que fustigó la típica reacción de violencia destructora de unos discípulos que pedían «fuego del cielo» para acabar con una aldea que no los había acogido.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
2 de julio de 1989

LA NO-VIOLENCIA DE JESUS

Les regaño.

La escena es significativa. Los samaritanos, pueblo hostil a los judíos, rechazan a Jesús y le niegan la hospitalidad acostumbrada. La reacción de Santiago y Juan es rápida: “Señor, ¿quieres que mandemos fuego del cielo que acabe con ellos?”. Jesús les reprende y los invita a marchar a otra aldea.
Muchas veces los cristianos no hemos sabido ver algo que M. Gandhi descubrió con gozo al leer el evangelio: la profunda convicción de Jesús de que sólo la no-violencia puede salvar a la humanidad.
Después de su encuentro con el evangelio, Gandhi escribía estas palabras: “Leyendo toda la historia de esta vida… me parece que el cristianismo está todavía por realizar… Mientras no hayamos arrancado de raíz la violencia de nuestra civilización, Cristo no ha nacido todavía”.
La vida entera de Jesús ha sido, desde el principio hasta el fin, una llamada a resolver los problemas de la humanidad por caminos no violentos.
La violencia tiende siempre a destruir. Lleva dentro de sí misma la tendencia al exceso. Pretende solucionar los problemas de la convivencia humana arrasando al que considera enemigo, pero no hace sino poner en marcha una reacción en cadena que no tiene fin.
Jesús urge a “hacer violencia a la violencia”. El verdadero enemigo del hombre hacia el que tenemos que dirigir nuestra agresividad no es el otro, sino nuestro propio “yo” egoísta, capaz de destruir a quien se nos oponga.
Es una equivocación creer que el mal se puede detener con el mal y la injusticia con la injusticia. El respeto total a cada hombre y cada mujer, tal como lo entiende Jesús, está pidiendo un esfuerzo constante por reducir progresivamente la mutua violencia para ir extendiendo la cooperación, el diálogo y la búsqueda común de la justicia.
Los cristianos hemos de preguntarnos por qué no hemos sabido todavía extraer del evangelio todas las consecuencias de la “no-violencia” de Jesús ni le hemos dado el papel central que ha de ocupar en la vida y la predicación de las iglesias.
Paradójicamente, han sido los países de tradición cristiana los primeros en hacer posible el deseo de los discípulos. Ya tenemos sobre nuestras cabezas ese “paraguas nuclear” que puede hacer bajar fuego del cielo y arrasarnos a todos.
Tal vez, uno de los mayores pecados de las Iglesias actuales sea el no promover e impulsar con fuerza y convicción un movimiento de no violencia que vaya desarrollando una cultura diferente de la que están imponiendo hoy los profetas del armamentismo y el “equilibrio del terror”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
29 de junio de 1986

HACERSE CRISTIANO

Sígueme.

Ser cristiano no es tener fe sino irse haciendo creyente. Con frecuencia, entendemos la vida cristiana de una manera muy estática y no la vivimos como un proceso de crecimiento y seguimiento constante a Jesús.
Sin embargo, en realidad, se es cristiano cuando se está caminando tras las huellas del Maestro. Por eso, quizás deberíamos decir que somos cristianos, pero, sobre todo, nos vamos haciendo cristianos en la medida en que nos atrevemos a seguir a Jesús.
Para no pocos, la vida cristiana se reduce más o menos a vivir una moral muy general que consiste sencillamente en «hacer el bien y evitar el mal». Eso es todo.
No han entendido que el seguimiento a Jesús es algo mucho más profundo y vivo, y de exigencias más concretas. Se trata de irnos abriendo dócilmente al Espíritu de Jesús para vivir como él vivió y pasar por donde él pasó.
Por eso, el cristiano no sólo evita el mal, sino que lucha contra el mal y la injusticia como lo hizo Jesús, para eliminarlos y suprimirlos de entre los hombres. No sólo hace el bien, sino que lucha por un mundo mejor, adoptando la postura concreta de Jesús y tomando sus mismas opciones.
No basta buscar la voluntad de Dios de cualquier manera sino buscarla siguiendo muy de cerca las huellas de Jesús. Como ha dicho P. Miranda, «la cuestión no está en si alguien busca a Dios o no, sino en si lo busca donde él mismo dijo que estaba».
A veces pensamos que es difícil saber cuál es la voluntad de Dios en nuestra vida. Y sin embargo, sabemos muy bien cuál es el estilo de vida sencillo, austero, fraterno, cercano a los pobres, que debemos reproducir día a día siguiendo a Jesús.
Hay cosas que son muy claras si nos ponemos a seguir a Jesús. «La voluntad de Dios no es un misterio por lo menos en cuanto atañe al hermano y se trata del amor» (E. Kasemann).
Ciertamente es arriesgado y exigente seguir a Jesús. No se puede servir a Dios y al dinero, no se puede echar mano al arado y volver la vista atrás, puede uno quedarse sin apoyo alguno donde reclinar su cabeza.
Pero es lo único que puede infundir verdadera alegría a nuestra vida. Cuando el creyente se esfuerza por seguir a Jesús día a día, va experimentando de manera creciente que sin ese "seguir a Jesús", su vida sería menos vida, más inerte, más vacía y más sin sentido.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
26 de junio de 1983

UN CRISTIANO DE SEGUIMIENTO

Sígueme.

En momentos de crisis como el que estamos viviendo es grande la tentación de buscar seguridad, volver a posiciones fáciles, y llamar de nuevo a las puertas de una religión que nos “proteja” de tanto problema y conflicto.
Por eso, un creyente que lo quiera ser de verdad debe preguntarse una y otra vez: ¿Cómo ser cristiano hoy? Y naturalmente, la respuesta es la de siempre. Hay que volver a Jesús. Hay que volver a una espiritualidad de seguimiento a Jesús.
Se trata de configurar toda nuestra vida cristiana en el seguimiento a Jesús, sin caer en la tentación de seguir otros intereses ni otras corrientes que aparentemente nos pueden ofrecer una “seguridad religiosa”, pero que nos alejan del espíritu del evangelio.
J. B. Metz nos ha hablado del desafío más grave al que nos enfrentamos los cristianos en Europa. Decidirnos entre “una religión burguesa” o “un cristianismo de seguimiento”.
Seguir a Jesús no significa huir hacia un pasado ya muerto, sin tratar de vivir hoy con el espíritu que le animó a él. Como ha dicho alguien con ingenio, se trata de vivir hoy “con el aire de Jesús” y no “al aire que más sopla”.
Este seguimiento no consiste primariamente en apropiarnos de un conjunto de ideas nuevas, ni en pasar a pertenecer a un grupo de selectos, sino en hacer de Jesús el eje único de nuestro vivir diario y en ponernos decididamente al servicio de los que él llamaba reino de Dios.
Este seguimiento a Jesús implica casi siempre caminar “contra corriente” en actitud de rebeldía y ruptura frente a costumbres, modas, corrientes de opinión que no concuerdan con el espíritu del evangelio.
Y esto exige no solamente resistirse a dejarse domesticar por una sociedad superficial y consumista, sino incluso saber contradecir a los propios amigos y familiares cuando nos invitan a seguir caminos contrarios del evangelio.
Por eso, el seguir a Jesús implica también estar dispuesto a la conflictividad y a la cruz. Estar dispuesto a compartir su suerte. Aceptar libremente el riesgo de una vida crucificada como la suya, sabiendo que nos espera resurrección.
¿Ya no somos los cristianos de hoy capaces de escuchar la llamada siempre viva de Jesús: “Sígueme”?

José Antonio Pagola


domingo, 23 de junio de 2013

29/06/2013 - San Pedro y San Pablo, apóstoles (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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29 de junio de 2013

San Pedro y San Pablo, apóstoles (C)


EVANGELIO

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 13-19

Tu eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos.

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
-«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron:
-«Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremias o uno de los profetas.»
Él les preguntó:
-«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
-«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió:
-«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo:
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
Fecha

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

EL SERVICIO DE PEDRO

Jesús conversa con sus discípulos en la región de Cesarea de Filipo, no lejos de las fuentes del Jordán. El episodio ocupa un lugar destacado en el evangelio de Mateo. Probablemente, quiere que sus lectores no confundan las «iglesias» que van naciendo de Jesús con las «sinagogas» o comunidades judías donde hay toda clase de opiniones sobre él.
Lo primero que hay que aclarar es quién está en el centro de la Iglesia. Jesús se lo pregunta directamente a sus discípulos: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde en nombre de todos: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Intuye que Jesús no es sólo el Mesías esperado. Es el «Hijo de Dios vivo». El Dios que es vida, fuente y origen de todo lo que vive. Pedro capta el misterio de Jesús en sus palabras y gestos que ponen salud, perdón y vida nueva en la gente.
Jesús le felicita: «Dichoso tú… porque eso sólo te lo ha podido revelar mi Padre del cielo». Ningún ser humano «de carne y hueso» puede despertar esa fe en Jesús. Esas cosas las revela el Padre a los sencillos, no a los sabios y entendidos. Pedro pertenece a esa categoría de seguidores sencillos de Jesús que viven con el corazón abierto al Padre. Esta es la grandeza de Pedro y de todo verdadero creyente.
Jesús hace a continuación una promesa solemne: «Tú eres Pedro y sobre testa piedra yo edificaré mi Iglesia». La Iglesia no la construye cualquiera. Es Jesús mismo quien la edifica. Es él quien convoca a sus seguidores y los reúne en torno a su persona. La Iglesia es suya. Nace de él.
Pero Jesús no es un insensato que construye sobre arena. Pedro será «roca» en esta Iglesia. No por la solidez y firmeza de su temperamento pues, aunque es honesto y apasionado, también es inconstante y contradictorio. Su fuerza proviene de su fe sencilla en Jesús. Pedro es prototipo de los creyentes e impulsor de la verdadera fe en Jesús.
Este es el gran servicio de Pedro y sus sucesores a la Iglesia de Jesús. Pedro no es el «Hijo del Dios vivo», sino «hijo de Jonás». La Iglesia no es suya sino de Jesús. Sólo Jesús ocupa el centro. Sólo el la edifica con su Espíritu. Pero Pedro invita a vivir abiertos a la revelación del Padre, a no olvidar a Jesús y a centrar su Iglesia en la verdadera fe.

José Antonio Pagola

HOMILIA

CONSTRUIR LA IGLESIA DE JESÚS

Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

La Iglesia que conocemos hoy entre nosotros se nos ofrece como una organización sociológica que abarca a todos los ciudadanos que son registrados como bautizados a los pocos días de su nacimiento.
No es fkil ver en ella a la comunidad de los que han descubierto el evangelio, han creído con gozo en Jesucristo salvador e intentan vivir desde las exigencias y la esperanza del mensaje de Jesús.
La Iglesia ha venido a ser en nuestra sociedad una institución de la que no se puede decir que sea el conjunto de hombres y mujeres que se esfuerzan por vivir de acuerdo con el evangelio.
La pertenencia a la Iglesia no se debe a que una persona haya descubierto a Jesucristo y se convierta a la fe, sino, sencillamente, a que ha nacido en un familia de bautizados. En consecuencia, los miembros de la Iglesia no son necesariamente los convertidos al evangelio, sino los nacidos en determinados países «cristianos» o en determinados grupos sociológicos. De esta manera, la Iglesia deja de ser la comunidad de convertidos a Jesús y se configura como la masa de bautizados que piden con mayor o menor frecuencia unos servicios religiosos.
Necesitamos caminar desde una Iglesia entendida como un mero hecho sociológico, hacia una Iglesia entendida como la comunidad de los que viven esforzándose por seguir a Jesucristo.
Necesitamos comunidades cristianas en las que las exigencias del evangelio sean bien conocidas y claramente propuestas. Comunidades de hombres y mujeres que saben muy bien a qué se comprometen cuando deciden libremente entrar a formar parte de la comunidad cristiana.
Comunidades en las que todos se sientan responsables y protagonistas de la misión evangelizadora de la Iglesia. Comunidades no separadas ni disociadas las unas de las otras, sino estrechamente relacionadas y unidas para hacer presente también hoy la fuerza del evangelio en nuestra sociedad.
¿No son éstas algunas de nuestras necesidades más urgentes en estos momentos? Nuestra Iglesia diocesana así lo ha entendido. Durante dos días, más de ciento cincuenta creyentes de Guipúzcoa, de entre ellos casi un centenar de seglares, se han reunido alrededor del Obispo para reflexionar juntos sobre el modelo de Iglesia que debemos buscar y los pasos concretos que debemos dar.
Es sólo un signo modesto de una Iglesia que busca renovarse y convertirse en la comunidad que Jesús quiso construir sobre Pedro, portador fiel de u evangelio.

José Antonio Pagola

HOMILIA

CONFESAR CON LA VIDA

¿Quién decís que soy yo?

¿Quién decís que soy yo? Todos los evangelistas sinópticos recogen esta pregunta dirigida por Jesús a sus discípulos en la región de Cesarea de Felipe. Para los primeros cristianos era muy importante recordar una y otra vez a quién estaban siguiendo, cómo estaban colaborando en su proyecto y por quién estaban arriesgando su vida.
Cuando nosotros escucharnos hoy esta pregunta, tendemos a pronunciar las fórmulas que ha ido acuñando el cristianismo a lo largo de los siglos: Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, el Salvador del mundo, el Redentor de la humanidad... ¿Basta pronunciar estas palabras para convertirnos en «seguidores» de Jesús?
Por desgracia, se trata con frecuencia de fórmulas aprendidas a una edad infantil, aceptadas de manera mecánica, repetidas de forma ligera, y afirmadas más que vividas.
Confesamos a Jesús por costumbre, por piedad o por disciplina, pero vivimos sin captar la originalidad de su vida, sin escuchar la novedad de su llamada, sin dejamos atraer por su amor misterioso, sin contagiamos de su libertad, sin esforzarnos en seguir su trayectoria.
Lo adoramos como «Dios» pero no es el centro de nuestra vida. Lo confesamos como «Señor» pero vivimos de espaldas a su proyecto, sin saber muy bien cómo era y qué quería. Le decimos «Maestro» pero no vivimos motivados por lo que motivaba su vida. Vivimos como miembros de una religión, pero no somos discípulos de Jesús.
Paradójicamente, la «ortodoxia» de nuestras fórmulas doctrinales nos puede dar seguridad, dispensándonos al mismo tiempo de un encuentro vivo con Jesús. Hay cristianos muy «ortodoxos» que viven una religiosidad instintiva, pero no conocen por experiencia lo que es nutrirse de Jesús. Se sienten «propietarios» de la fe, alardean incluso de su ortodoxia, pero no conocen el dinamismo del Espíritu de Cristo.
No nos hemos de engañar. Cada uno hemos de ponemos ante Jesús, dejamos mirar directamente por él y escuchar desde el fondo de nuestro ser sus palabras: ¿quién soy yo realmente para vosotros? A esta pregunta se responde con la vida más que con palabras sublimes.

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿QUÉ MISTERIO SE ENCIERRA EN ÉL?

¿Quién decís que soy yo?

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Cada uno ha de responder. No basta seguir repitiendo fórmulas y tópicos sobre Jesús. Es necesario un esfuerzo por intuir cada vez mejor qué misterio se encierra en este hombre en el que los creyentes descubrimos como en ninguna otra parte el rostro vivo de Dios. Voy a señalar algunos aspectos que destacan hoy investigadores y especialistas sobre Jesús.
Jesús fue un profeta que comunicó a las gentes una experiencia única y original de Dios, sin desfigurarla con los miedos, ambiciones y fantasmas que las religiones suelen proyectar de ordinario sobre la divinidad.
Para Jesús, Dios es amor compasivo. La compasión es la manera de ser de Dios, su primera reacción ante el ser humano y ante la creación entera. Por eso, Jesús habla, actúa, vive y muere movido por la compasión.
Jesús sólo vivió para implantar en el mundo lo que él llamaba «el reino de Dios». Fue su gran sueño. La pasión que alentó su vida entera. Quería ver realizado entre los hombres el proyecto de Dios: una vida más digna y dichosa para todos, ahora y para siempre.
Jesús no se dedicó a organizar una religión más perfecta desarrollando una teología más precisa sobre Dios o una liturgia más digna. Lo que verdaderamente le preocupó fue la felicidad de la gente. Por eso se entregó a eliminar el sufrimiento y a luchar contra todo lo que hace daño o permite la humillación de las personas.
Jesús amó a los más pobres e indefensos de la sociedad. Otros muchos lo han hecho también antes y después de él. Lo más sorprendente es que, por encima de los pobres, nada ha amado más Jesús que a ellos, ni siquiera la religión, la ley o las tradiciones más venerables.
¿Quién es este hombre que, además de vivir sólo para la felicidad de los demás, se ha atrevido a sugerir que Dios se parece a él, pues sólo quiere y busca una vida más digna y dichosa para todos? ¿Qué misterio se encierra en él? Para intuirlo, nada mejor que seguir sus pasos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

ENCONTRARSE CON ALGUIEN

¿ Quién decís que soy yo?

Los cristianos hemos olvidado con demasiada frecuencia que la fe no consiste en creer algo, sino en creer en Alguien. No se trata de adherirnos fielmente a un credo y, mucho menos, de aceptar ciegamente «un conjunto extraño de doctrinas», sino de encontramos con Alguien vivo que da sentido radical a nuestra existencia.
Lo verdaderamente decisivo es encontrarse con la persona de Jesucristo y descubrir, por experiencia personal, que es el único que puede responder de manera plena a nuestras preguntas más decisivas, nuestros anhelos más profundos y nuestras necesidades más últimas.
En nuestros tiempos, se hace cada vez más difícil creer en algo. Las ideologías más firmes, los sistemas más poderosos, las teorías más brillantes se han ido tambaleando al descubrirnos sus limitaciones y profundas deficiencias.
El hombre moderno, escarmentado de dogmas e ideologías, quizás está dispuesto todavía a creer en personas que le ayuden a vivir dando un sentido nuevo a su existencia. Por eso ha podido decir el teólogo K Lehmann que «el hombre moderno sólo será creyente cuando haya hecho una experiencia auténtica de adhesión a la persona de Jesucristo».
Produce tristeza observar la actitud de sectores católicos cuya única obsesión parece ser «conservar la fe» como «un depósito de doctrinas» que hay que saber defender contra el asalto de nuevas ideologías y corrientes.
Creer es otra cosa. Antes que nada, los cristianos hemos de preocupamos de reavivar nuestra adhesión profunda a la persona de Jesucristo. Sólo cuando vivamos «seducidos» por él y trabajados por la fuerza regeneradora de su persona, podremos contagiar también hoy su espíritu y su visión de la vida. De lo contrario, proclamaremos con los labios doctrinas sublimes, al mismo tiempo que seguimos viviendo una fe mediocre y poco convincente.
Los cristianos hemos de responder con sinceridad a esa pregunta interpeladora de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Ibn Arabi escribió que «aquel que ha quedado atrapado por esa enfermedad que se llama Jesús, no puede ya curarse». ¿Cuántos cristianos podrían hoy intuir desde su experiencia personal la verdad que se encierra en estas palabras?

José Antonio Pagola

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DICHOSO

Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

Con frecuencia pensamos que seremos más felices el día en que cambie el entorno que nos rodea, cuando las personas nos traten mejor o cuando nos sucedan cosas buenas. En el fondo buscamos que la vida se adapte a nuestros deseos. Creemos que entonces seremos felices.
Sin embargo, hay una pregunta que no podemos ni debemos eludir. Para conocer la felicidad, ¿tiene que suceder algo fuera de mí, o justamente dentro de mí mismo?, ¿tienen que cambiar los demás, o tengo que cambiar yo?, ¿ha de mejorar el mundo que me rodea, o he de transformarme yo?
En el relato que nos ofrece el evangelista Mateo, Jesús le declara feliz a Pedro por algo que ha ocurrido en su interior: el Padre del cielo le ha revelado que Jesús no es un profeta más, sino «el Mesías, el Hijo de Dios vivo». No es difícil detectar dos matices en las palabras de Cristo: «Qué suerte tienes, Simón, hijo de Jonás, porque el Padre te ha desvelado una verdad tan decisiva.» Pero, al mismo tiempo: «Qué dichoso eres por haberte abierto a esa luz que el Padre ha puesto en ti.»
A nosotros nos puede resultar un tanto extraño que una «revelación interior» pueda convertirse en fuente de felicidad. Sin embargo, pocas cosas pueden desencadenar una experiencia tan gozosa y estable como el descubrir con luz nueva las convicciones fundamentales que sostienen la vida de la persona.
Los cristianos olvidamos con frecuencia un dato elemental. Lo que encontramos al comienzo del cristianismo no es una doctrina, sino una experiencia vivida con fe por los primeros discípulos. La fe cristiana nació cuando unos hombres y mujeres se encontraron con Cristo y experimentaron en él la cercanía de Dios. Este encuentro dio un sentido nuevo a sus vidas; descubrieron a Dios como Padre cercano y bueno; pusieron en Cristo todas sus esperanzas de salvación.
Ahora bien, lo que para ellos fue una experiencia viva, a nosotros nos llega como una tradición religiosa que ha sido formulada en un lenguaje concreto y ha cristalizado a lo largo de los siglos en un determinado cuerpo doctrinal. Pero, evidentemente, ser creyente es mucho más que aceptar dócilmente esa doctrina. Cada uno hemos de vivir nuestra propia experiencia y hacer nuestra la fe primera de aquellos discípulos.
No basta afirmar teóricamente que Cristo es el Hijo de Dios encarnado o atribuirle títulos tan solemnes como Salvador del Mundo o Redentor de la Humanidad. Es necesario, además, creer en él, adherirnos a su persona, abrirnos a su acción salvadora, acoger su palabra, dejarnos trabajar por su Espíritu. Por eso, también hoy dichoso el creyente que, al confesar a Cristo como «Mesías, Hijo de Dios vivo», no sólo afirma una verdad doctrinal del Credo, sino que se deja iluminar internamente por el Padre.

José Antonio Pagola

HOMILIA

CUESTION DE FONDO

¿Quién decís que soy yo?

La pregunta de Jesús a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», no es sólo una pregunta dirigida por el Maestro a sus primeros seguidores. Es la cuestión fundamental a la que hemos de responder siempre los que nos confesamos cristianos.
Nuestra primera reacción puede ser encontrar rápidamente una respuesta doctrinal y confesar de manera rutinaria que Jesús es el «Hijo de Dios encarnado», el «Redentor» del mundo, el «Salvador» de la humanidad. Títulos todos ellos muy solemnes y ortodoxos, sin duda, pero que pueden ser pronunciados sin contenido vital alguno.
La pregunta de Jesús no nos pide simplemente nuestra opinión. Nos interpela, sobre todo, acerca de nuestra actitud ante Jesucristo. Y ésta no se refleja sólo en nuestras palabras y afirmaciones verbales, sino, sobre todo, en nuestro seguimiento concreto a Jesucristo. Como ha escrito algún teólogo: «La breve proposición: ‘Yo creo que Jesús es el Hijo de Dios’ significa algo completamente distinto si la pronuncia Francisco de Asís o la pronuncia uno de los actuales dictadores sudamericanos. El Dios de estos hombres no es el mismo, o, al menos, el Dios que cada uno invoca para dirigir su conducta.»
Las palabras de Jesús piden una opción radical, O bien Jesús es para nosotros un personaje más junto a otros muchos de la humanidad, o bien es la Persona decisiva que nos proporciona la comprensión última de la existencia, da una orientación nueva a nuestra vida y nos ofrece la esperanza definitiva.
La pregunta « ¿quién decís que soy yo?», cobra entonces un contenido nuevo. No es ya una cuestión sobre Jesús, sino sobre nosotros mismos. Una interpelación sobre mi fe y mi vida. ¿Quién soy yo? ¿En quién creo? ¿Desde dónde oriento mi existencia? ¿A qué se reduce mi fe?
Todos hemos de recordar una y otra vez que la fe no se identifica con las fórmulas que pronunciamos. Para comprender mejor el alcance de «lo que yo creo» es necesario verificar «cómo vivo», a qué aspiro, en qué me comprometo.
Por eso, la pregunta de Jesús, más que un examen sobre nuestra ortodoxia, debería ser el llamamiento a un estilo de vida cristiano. Evidentemente, no se trata de decir o creer cualquier cosa acerca de Cristo. Pero, tampoco de hacer solemnes profesiones de fe ortodoxa para vivir luego muy lejos del espíritu que esa misma proclamación de fe exige y lleva consigo.

José Antonio Pagola

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LA IGLESIA DE JESUCRISTO

Edificaré mi Iglesia.

Todos los sondeos y estadísticas muestran de manera palpable que el mensaje de la Iglesia va perdiendo progresivamente su influencia en la sociedad occidental. El hombre contemporáneo escucha otros «evangelios» y atiende a otros «profetas».
Son muchos los que critican fuertemente la historia concreta del cristianismo y echan en cara a la Iglesia graves traiciones. Ha llegado el momento en el que los papeles se han invertido, y ya no es la Iglesia la que juzga al mundo, sino éste el que juzga a la Iglesia.
El hombre actual, terriblemente práctico y crítico, observa el cristianismo y no constata, al parecer, nada especial. Lo mismo que en el mundo, ve también en la Iglesia hombres y mujeres vacíos, superficiales, hipócritas o sin esperanza.
El evangelio parece haberse convertido en algo inofensivo. El mensaje de la Iglesia no encuentra casi nunca una reacción de resistencia hostil, sino de total indiferencia. Según el teólogo ortodoxo Paul Evdokimov, «los cristianos han hecho todo lo posible para esterilizar el evangelio; se diría que lo han sumergido en un líquido neutralizante».
El hecho cristiano parece resonar entonces en el vacío. La Iglesia no introduce apenas contraste en el interior del mundo. Los cristianos han perdido, en gran parte, su fuerza de fermento en medio de la masa.
¿No es ésta la gran derrota de la Iglesia contemporánea? ¿Cómo leer desde esta situación la promesa de Jesús: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará»?
Antes que nada, hemos de recordar que Jesús habla de «su Iglesia», de una Iglesia que él mismo ha de edificar sobre Pedro. Sus palabras, por tanto, no garantizan la consistencia de cualquier Iglesia, sino de una Iglesia que sea realmente «presencia de Jesucristo».
Ahora bien, Jesucristo no es sólo «doctrina», sino Vida de Dios encarnada, salvación hecha vida. Por ello, lo que se ha de construir sobre Pedro no es solamente un cuerpo de doctrina ortodoxa, sino el Cuerpo vivo de la presencia de Cristo en el mundo.
Jesucristo no es tampoco «palabras vacías», sino novedad de vida auténticamente humana. Por eso, la Iglesia ha de ser un foco de vida y no un lugar donde se produce «un vocabulario suplementario», pero donde el modo de pensar y de obrar es semejante al del mundo.
Jesucristo no es sólo «preocupación ética», sino enraizamiento de la vida en el Dios Creador y Padre. Por eso, lo que la Iglesia ha de poner en el mundo no es simplemente «creencia moral», sino vida que dimane del Trascendente.
Es esta Iglesia de Jesucristo la que el mundo actual necesita y la que nunca será derrotada.

José Antonio Pagola

HOMILIA

A LA ESCUCHA DE OTRO

Te lo ha revelado mi Padre.

Para crecer en fe no basta leer libros sobre temas religiosos ni escuchar las palabras y discursos que pronuncian otros creyentes, aunque éstos sean eclesiásticos de prestigio.
Lo importante es saber escuchar como Pedro lo que nos revela interiormente no alguien de carne y hueso, sino el Padre que está en el cielo y en el fondo de nosotros mismos.
Escuchar a Dios siempre es un don, algo que se nos regala gratuitamente pero, al mismo tiempo, es algo que ha de ser recibido y preparado por nosotros.
A nosotros se nos pide remover los obstáculos que nos impiden estar atentos y en silencio. Descender al fondo de nosotros y de la vida. Superar la dispersión y la superficialidad. Y luego, dejar que en nuestro interior «acontezca algo”.
Pero, ¿es esto posible alimentados exclusivamente por el periódico, la radio o la televisión que apenas nos permiten escuchar en nosotros otra voz que no sea el ruido del acontecer diario?
¿Es esto posible cuando vivimos ocupados por esa actividad tan absorbente, el medio más eficaz, en realidad, para olvidarnos de quiénes somos, qué buscamos y hacia dónde caminamos?
Cada vez son más las cosas que hemos de hacer y los compromisos que hemos de atender. Tal vez nos programamos inconscientemente así con la oculta intención de carecer de tiempo para detenernos.
Vivimos guiados por una consigna realmente peligrosa: “Date prisa», lo que, en el fondo, viene a decir “no pienses», “no escuches”, “vive aturdido”, “huye fuera de ti mismo».
Consciente de esta vida nuestra tan agitada y atropellada, me atrevo, sin embargo, a recoger aquí la invitación tan conocida de S. Anselmo en su Proslogion porque la considero de total actualidad.
Alguno leerá estas frases apresuradamente y tendrá la impresión de que las ha entendido porque ha entendido la conexión entre unas palabras y otras.
Sin embargo, sólo las entenderá quien lea en ellas una invitación a vivir en su propia experiencia lo que esas palabras sugieren.
“Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas.
Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de El. Di a Dios: Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro».

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿QUIEN ES PARA NOSOTROS?

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

No es fácil intentar responder con sinceridad a la pregunta de Jesús: «quién decís que soy yo?».
En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros? Su persona nos llega a través de veinte siglos de imágenes, fórmulas, ideologizaciones, experiencias, interpretaciones culturales.., que van desvelando y velando al mismo tiempo su riqueza insondable.
Pero, además, cada uno de nosotros vamos revistiendo a Jesús de lo que nosotros somos. Y proyectamos en él nuestros deseos, aspiraciones, intereses y limitaciones. Y casi sin darnos cuenta, lo empequeñecemos y desfiguramos incluso cuando tratamos de exaltarlo.
Pero Jesús sigue vivo. Los cristianos no lo hemos podido disecar con nuestra mediocridad. No permite que lo disfracemos. No se deja etiquetar ni reducir a unos ritos, unas fórmulas, unas costumbres.
Jesús siempre desconcierta a quien se acerca a él con una postura abierta y sincera. Siempre es distinto de lo que esperábamos. Siempre abre nuevas brechas en nuestra vida, rompe nuestros esquemas y nos empuja a una vida nueva.
Cuanto más se le conoce, más sabe uno que todavía está empezando a descubrirlo. Seguir a Jesús es avanzar siempre, no establecer- se nunca, crear, construir, crecer.
Jesús es peligroso. Percibimos en él una entrega a los hombres que desenmascara todo nuestro egoísmo. Una pasión por la justicia que sacude todas nuestras seguridades, privilegios y comodidad. Una ternura y una búsqueda de reconciliación y perdón que deja al descubierto nuestra mezquindad. Una libertad que rasga nuestras mil esclavitudes y servidumbres.
Y sobre todo, intuimos en él un misterio de apertura, cercanía y proximidad a Dios que nos atrae y nos invita a abrir nuestra existencia al Padre.
A Jesús lo iremos conociendo en la medida en que nos entreguemos a él. Sólo hay un camino para ahondar en su misterio: seguirle.
Seguir humildemente sus pasos, abrirnos con él al Padre, actualizar sus gestos de amor y ternura, mirar la vida con sus ojos, compartir su destino doloroso, esperar su resurrección.
Y sin duda, saber orar muchas veces desde el fondo de nuestro corazón: «Creo, Señor, ayuda mi incredulidad».

José Antonio Pagola

HOMILIA

NUESTRA IMAGEN DE CRISTO

¿Quién decís que soy yo?

La pregunta decisiva de Jesús: «Quién decís que soy yo? » sigue pidiendo todavía una respuesta entre los creyentes de nuestro tiempo.
No todos tenemos la misma imagen de Jesús. Y esto, no sólo por d carácter inagotable de su personalidad, sino, sobre todo, porque cada uno de nosotros vamos elaborando nuestra imagen de Jesús a partir de nuestros propios intereses y preocupaciones, condicionados por nuestra sicología personal y e1 medio social al que pertenecemos, y marcados de manera decisiva por la formación religiosa que hemos recibido.
Y sin embargo, la imagen de Cristo que podamos tener cada uno, tiene importancia decisiva para nuestra vida creyente, pues, condiciona esencialmente nuestra manera de entender y vivir la fe.
Una imagen empobrecida, unilateral, parcial o falsa de Jesús nos conducirá a una vivencia empobrecida, unilateral, parcial o falsa de la fe.
De ahí la importancia de tomar conciencia de las posibles deformaciones de nuestra visión de Jesús y de purificar nuestra adhesión a Jesucristo.
Por otra parte, es pura ilusión pensar que uno cree en Jesucristo porque «cree» en un dogma o porque está dispuesto a creer «en lo que la santa Madre Iglesia cree».
En realidad, cada creyente cree en lo que cree él, es decir, en lo que personalmente va descubriendo en su seguimiento a Jesucristo, aunque naturalmente, lo haga dentro de la comunidad cristiana.
Por desgracia, son bastantes los cristianos que entienden y viven su religión de tal manera que probablemente nunca podrán tener una experiencia un poco viva de lo que es encontrarse personalmente con Cristo.
Ya en una época muy temprana de su vida, se han hecho una idea infantil de Jesús, cuando quizás no se habían planteado todavía con suficiente lucidez las cuestiones y preguntas a las que Cristo puede responder.
Más tarde, ya no han vuelto a repensar su fe en Jesucristo, bien porque la consideran algo banal y sin importancia alguna para sus vidas, bien porque no se atreven a examinarla con seriedad y rigor por temor a perderla, bien porque se contentan con conservarla de manera indiferente y apática, sin eco alguno en su ser.
Desgraciadamente no sospechan lo que Jesús podría ser para su vida. M. Legaut escribía esta frase dura pero quizás muy real: «Esos cristianos ignoran quién es Jesús y están condenados por su misma religión a no descubrirlo jamás».

José Antonio Pagola