lunes, 29 de julio de 2013

04/08/2013 - 18º domingo Tiempo ordinario (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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4 de agosto de 2013

18º domingo Tiempo ordinario (C)


EVANGELIO

Lo que has acumulado, ¿de quién será?

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 12,13-21

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:
- Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.
Él le contestó:
- Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?
Y dijo a la gente:
- Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.
Y les propuso una parábola:
- Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha.
Y se dijo: haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: «Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida».
Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?».
Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
4 de agosto de 2013

CONTRA LA INSENSATEZ

Cada vez sabemos más de la situación social y económica que Jesús conoció en la Galilea de los años treinta. Mientras en las ciudades de Séforis y Tiberíades crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Los campesinos se quedaban sin tierras y los terratenientes construían silos y graneros cada vez más grandes.
En un pequeño relato, conservado por Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella situación tan contraria al proyecto querido por Dios, de un mundo más humano para todos. No narra esta parábola para denunciar los abusos y atropellos que cometen los terratenientes, sino para desenmascarar la insensatez en que viven instalados.
Un rico terrateniente se ve sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo gestionar tanta abundancia. “¿Qué haré?”. Su monólogo nos descubre la lógica insensata de los poderosos que solo viven para acaparar riqueza y bienestar, excluyendo de su horizonte a los necesitados.
El rico de la parábola planifica su vida y toma decisiones. Destruirá los viejos graneros y construirá otros más grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede acumular bienes para muchos años. En adelante, solo vivirá para disfrutar:”túmbate, come, bebe y date buena vida”. De forma inesperada, Dios interrumpe sus proyectos: “Imbécil, esta misma noche, te van a exigir tu vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”.
Este hombre reduce su existencia a disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el centro de su vida está solo él y su bienestar. Dios está ausente. Los jornaleros que trabajan sus tierras no existen. Las familias de las aldeas que luchan contra el hambre no cuentan. El juicio de Dios es rotundo: esta vida solo es necedad e insensatez.
En estos momentos, prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera alarmante la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano: ”los ricos, sobre todo los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo los más pobres, se van haciendo mucho más pobres” (Zygmunt Bauman).
Este hecho no es algo normal. Es, sencillamente, la última consecuencia de la insensatez más grave que estamos cometiendo los humanos: sustituir la cooperación amistosa, la solidaridad y la búsqueda del bien común de la Humanidad por la competición, la rivalidad y el acaparamiento de bienes en manos de los más poderosos del Planeta.
Desde la Iglesia de Jesús, presente en toda la Tierra, se debería escuchar el clamor de sus seguidores contra tanta insensatez, y la reacción contra el modelo que guía hoy la historia humana.


José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
1 de agosto de 2010

DESENMASCARAR LA INSENSATEZ

Necio… Así será el que amasa riquezas.

El protagonista de la pequeña parábola del "rico insensato" es un  terrateniente como aquellos que conoció Jesús en Galilea. Hombres poderosos que explotaban sin piedad a los campesinos, pensando sólo en aumentar su bienestar. La gente los temía y envidiaba: sin duda eran los más afortunados. Para Jesús, son los más insensatos.
Sorprendido por una cosecha que desborda sus expectativas, el rico propietario se ve obligado a reflexionar: «¿Qué haré?». Habla consigo mismo. En su horizonte no aparece nadie más. No parece tener esposa, hijos, amigos ni vecinos. No piensa en los campesinos que trabajan sus tierras. Sólo le preocupa su bienestar y su riqueza: mi cosecha, mis graneros, mis bienes, mi vida...
El rico no se da cuenta de que vive encerrado en sí mismo, prisionero de una lógica que lo deshumaniza vaciándolo de toda dignidad. Sólo vive para acumular, almacenar y aumentar su bienestar material: «Construiré graneros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come y date buena vida».
De pronto, de manera inesperada, Jesús le hace intervenir al mismo Dios. Su grito interrumpe los sueños e ilusiones del rico: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?». Ésta es la sentencia de Dios: la vida de este rico es un fracaso y una insensatez.
Agranda sus graneros, pero no sabe ensanchar el horizonte de su vida. Acrecienta su riqueza, pero empequeñece y empobrece su vida. Acumula bienes, pero no conoce la amistad, el amor generoso, la alegría ni la solidaridad. No sabe dar ni compartir, sólo acaparar. ¿Qué hay de humano en esta vida?
La crisis económica que estamos sufriendo es una "crisis de ambición": los países ricos, los grandes bancos, los poderosos de la tierra... hemos querido vivir por encima de nuestras posibilidades, soñando con acumular bienestar sin límite alguno y olvidando cada vez más a los que se hunden en la pobreza y el hambre. Pero, de pronto nuestra seguridad se ha venido abajo.
Esta crisis no es una más. Es un "signo de los tiempos" que hemos de leer a la luz del evangelio. No es difícil escuchar la voz de Dios en el fondo de nuestras conciencias: "Basta ya de tanta insensatez y tanta insolidaridad cruel". Nunca superaremos nuestras crisis económicas sin luchar por un cambio profundo de nuestro estilo de vida: hemos de vivir de manera más austera; hemos de compartir más nuestro bienestar.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
5 de agosto de 2007

INSENSATEZ TOTAL

Un hombre rico tuvo una gran cosecha.

Jesús conoció en Galilea una grave crisis socio-económica. Mientras en Séforis y Tiberíades crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Los campesinos se quedaban sin tierras y los terratenientes construían silos y graneros cada vez más grandes y hermosos. ¿Qué pensaba Jesús de aquella situación?
Como siempre, habló con toda claridad en una pequeña parábola. Un rico terrateniente se vio sorprendido por una cosecha que superaba todas sus expectativas. Ante el inesperado problema, sólo se pregunta una cosa: ¿Qué haré? Eso se preguntan también los campesinos pobres que escuchan a Jesús: ¿Qué hará?, ¿se acordará de los que viven de hambre?
Pronto toma una decisión de hombre poderoso: no construirá un granero más. Los destruirá todos y construirá otros nuevos y más grandes. Sólo él disfrutará de aquella inesperada cosecha: «túmbate, come, bebe y date buena vida». Es lo más inteligente. Los pobres no piensan así. Este hombre es cruel e inhumano: ¿no sabe que, acaparando para sí toda la cosecha, está privando a otros de lo que necesitan para vivir?
De forma inesperada interviene Dios. Aquel rico morirá esa noche sin disfrutar de sus bienes. Por eso, Dios lo llama «necio» y hace una pregunta: «lo que ha acumulado, ¿de quién será?». Los pobres no tienen duda alguna: esas cosechas con qué Dios bendice los campos de Israel, ¿no han de ser antes que nadie de los más pobres?
La parábola desenmascara la realidad de Galilea. El rico no es un monstruo; hace lo habitual. Los poderosos sólo piensan en su bienestar. Siempre es así. Los ricos van acaparando cada vez más bienes y los pobres se van hundiendo cada vez más en la miseria. Son «imbéciles»: destruyen la vida de los pobres y no pueden asegurar la suya.
Ésta es la verdad que el Primer Mundo no puede ya ocultar ni disimular: nos creemos sociedades inteligentes, democráticas y progresistas y sólo somos unos «insensatos» crueles e inhumanos, que viven de la miseria de millones de seres humanos, de la que, en buena parte, somos responsables por nuestra injusticia, indiferencia o prepotencia.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
1 de agosto de 2004

NECIOS

Necio… Así será el que amasa riquezas.

Uno de los rasgos más llamativos en la predicación de Jesús, es, quizás, la lucidez con que ha sabido desenmascarar todo el poder alienante y deshumanizador que se puede encerrar en las riquezas.
La visión de Jesús no es la de un moralista que se preocupa de saber cómo adquirimos nuestros bienes y cómo los usamos. El riesgo de quien vive disfrutando de sus riquezas es olvidar su condición de hijo de un Dios Padre y de hermano de todos los hombres.
De ahí el grito de alerta de Jesús: «No podéis servir a Dios y al dinero». No puede un hombre ser fiel a un Dios Padre, que busca la justicia, la solidaridad y la fraternidad de todos los hombres, y, al mismo tiempo, vivir pendiente de sus bienes y riquezas.
El dinero puede dar poder, fama, prestigio, seguridad, bienestar..., pero, en la medida en que esclaviza a la persona, la cierra a Dios Padre, la hace olvidar su condición de hombre y hermano, y la lleva a romper la solidaridad con los otros. Dios no puede reinar en la vida de un hombre dominado por el dinero.
La raíz profunda está en que las riquezas despiertan en nosotros la necesidad insaciable de tener siempre más. Y entonces crece en la persona la necesidad de acumular, capitalizar, y poseer siempre más y más.
Jesús considera como una verdadera locura, insensatez y alienación la vida de aquellos terratenientes de Palestina, obsesionados por almacenar sus cosechas en graneros cada vez más grandes. Es una verdadera idiotez consagrar todas las energías, la imaginación, el tiempo y los mejores esfuerzos a adquirir y conservar nuestras propias riquezas.
Cuando, al final de la vida, Dios se acerca al rico para recoger su vida, se pone de manifiesto que la ha malgastado. Su vida carece de contenido y valor. «Necio... Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios».
Un día el pensamiento cristiano descubrirá con una claridad que quizás hoy no nos resulta tan diáfana, la profunda contradicción que existe entre el espíritu que anima al capitalismo y el espíritu que anima el proyecto de vida intentado y querido por Jesús. Y esta contradicción no se resuelve ni con la profesión de fe de quienes viven con espíritu capitalista ni con toda la beneficencia que puedan hacer con sus ganancias.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
5 de agosto de 2001

DE MANERA INTELIGENTE

Necio.

«Túmbate, come, bebe y date buena vida»: ésta consigna del hombre rico de la parábola evangélica no es nueva. Ha sido el ideal de no pocos a lo largo de la historia, pero hoy se vive a gran escala y bajo una presión social tan fuerte que es difícil cultivar un estilo de vida más sobrio y sano.
Hace tiempo que la sociedad moderna ha institucionalizado el consumo: casi todo se orienta a disfrutar de productos, servicios y experiencias siempre nuevas. La consigna del bienestar es clara: «date buena vida». A través de las marcas y modelos de los más variados objetos lo que se nos ofrece es juventud, elegancia, seguridad, feminidad o virilidad, naturalidad, poder, vitalidad. La vida la hemos de alimentar en el consumo.
Otro factor decisivo en la marcha de la sociedad actual es la moda. Siempre ha habido en la historia de los pueblos corrientes y gustos fluctuantes. Lo nuevo es el «imperio de la moda» que se ha convertido en el guía principal de la sociedad moderna. Ya no son las religiones ni las ideologías las que orientan los comportamientos de la mayoría. La publicidad y la seducción de la moda van sustituyendo a la Iglesia, la familia o la escuela. Es la moda la que nos enseña a vivir y a satisfacer las «necesidades artificiales» del momento.
Otro rasgo que marca el estilo moderno de vida es la seducción de los sentidos y el cuidado de lo externo. Hay que atender el cuerpo, la línea, el peso, la gimnasia y los chequeos; hay que aprender terapias y remedios nuevos; hay que seguir de cerca los programas de consejos médicos y culinarios. Hay que aprender a «sentirse bien» con uno mismo y con los demás; hay que saber moverse de manera hábil en el campo del sexo: conocer todas las formas de posible disfrute, gozar y acumular experiencias nuevas.
Sería un error «satanizar» esta sociedad que ofrece tantas posibilidades para cuidar las diversas dimensiones del ser humano y para desarrollar una vida integral e integradora. Pero no sería menos equivocado dejarse arrastrar frívolamente por cualquier moda o reclamo reduciendo la existencia a puro bienestar material. La parábola evangélica invita a descubrir la insensatez que se puede encerrar en este planteamiento de la vida.
Para acertar en la vida no basta pasarlo bien. El ser humano no es sólo un animal hambriento de placer y bienestar. Está hecho también para cultivar el espíritu, conocer la amistad y la ternura, experimentar el misterio de lo transcendente, agradecer la vida, vivir la solidaridad. Es inútil quejarse de la sociedad actual. Lo importante es actuar de manera inteligente.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
2 de agosto de 1998

VIVIR MOTIVADOS

Guardaos de toda codicia.

Las recientes y abundantes investigaciones en torno a la motivación no hacen sino subrayar cada vez más su importancia. No basta que el individuo posea una personalidad brillante o unas cualidades admirables. Sólo la persona bien motivada llegará más lejos y crecerá de manera creativa.
Todos actuamos en la vida «motivados» de alguna manera por unos objetivos o una meta. A veces son motivaciones claras, bien conocidas por nosotros. Otras, pueden estar más ocultas y permanecer incluso como enmascaradas. A veces son convicciones enraizadas en lo más hondo de nuestro ser. Otras, son más bien «motivaciones prestadas» que nos llevan actuar gregariamente imitando a otros.
Por todo ello, es importante hacerse en algún momento preguntas como éstas: «¿por qué hago esto?», «¿por qué vivo así?», «¿para qué vivo de esta manera?», «¿qué busco con todo esto?». La motivación que se esconde tras estas preguntas es la que, de hecho, nos va ir configurando a lo largo de los años.
Una motivación sana mantiene viva a la persona, la hace crecer, alimenta su creatividad. Por otra parte, estar motivado significa vivir esperanzado. Lo primero que deteriora la depresión es la motivación. Desmotivado no se puede vivir con ilusión; la persona cae en la tristeza, el aburrimiento y la oscuridad.
También en la vivencia de la fe religiosa es importante la motivación. Cuando se vive con «motivaciones prestadas» porque falta una experiencia personal de Dios o sólo se conoce su amor «de oídas», es fácil que la religión se convierta en un comportamiento externo que se vive sin ilusión alguna y que fácilmente puede apagarse cualquier día.
La parábola del «rico insensato» describe la vida de un hombre motivados sólo por un objetivo: ganar y enriquecerse; y, a partir de esto, «comer, beber y darse buena vida». ¿No es esta la motivación secreta de muchas vidas, privadas de cualquier ideal más noble? Vidas gastadas en ganar dinero, ajenas totalmente al Dios del amor. Jesús las considera vidas «necias».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
1995

¿DE QUE SIRVE?

Necio.

Entre nosotros se ha extendido ampliamente la convicción de que lo importante para vivir intensamente es «obtenerlo todo y ahora mismo». Una educación excesivamente permisiva, una falta casi total de autodisciplina, un ambiente social lleno de estímulos que empujan sólo a ganar, gozar, gastar y disfrutar, el miedo a no vivir a tope, el deseo de no aparecer como fracasados o reprimidos.., está llevando a no pocos a un estilo de vida donde la renuncia no tiene ya lugar alguno.
Sin embargo, son bastantes los que comienzan a constatar que no es ése el camino acertado para vivir en plenitud. Cuando, sistemáticamente, vamos satisfaciendo nuestros deseos de manera inmediata, no crecemos interiormente. La persona no acierta a saborear la satisfacción obtenida. El espíritu no se aquieta. Siempre surge un nuevo deseo más apremiante y excitante que el anterior.
Se comienza entonces a vivir en tensión, sin saber ya cómo saciar apetencias y ambiciones nuevas. La existencia se convierte en una carrera donde lo único que llena es tener siempre más y disfrutar con mayor intensidad. Pero, lograda la satisfacción, llega de nuevo con frecuencia el vacío, el decaimiento o el hastío. Y de nuevo, vuelta a empezar atrapados en una trampa que no tiene fin. Quizás esta experiencia pueda ayudar a entender mejor las palabras de Jesús. « ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? »
Lo queramos o no, el ser humano no está hecho para quedar satisfecho con cualquier cosa. El hombre madura y crece como persona cuando sabe renunciar a la satisfacción inmediata y caprichosa de sus deseos en aras de una libertad, unos valores y una plenitud de vida más noble y más digna.
Más aún, Si uno quiere obtenerlo todo ahora, inmediatamente, a cualquier precio y de cualquier manera, corre el riesgo de perderse definitivamente. La vida es más que esta vida. No basta pasarse esta vida estrujándola al máximo. Lo decisivo es vivir buscando una vida plena y eterna. La vida de un hombre que vive sólo para acumular, comer, beber y darse buena vida es, según la parábola de Jesús, una «necedad».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
2 de agosto de 1992

ACUMULAR

Guardaos de toda codicia.

Muchas cosas han cambiado en poco tiempo sobre nuestro pequeño planeta. Ha quedado atrás el enfrentamiento entre superpotencias. Al Este ya no hay enemigos sino aliados. Desacreditado el sistema marxista, conquistan el consenso universal, el mercado libre y la sociedad de consumo.
Lo importante ahora es diseñar un nuevo orden internacional. Concentrar todos los esfuerzos en reconstruir nuestro viejo solar continental. Esa Europa comunitaria que se ha convertido en la meta hacia la que hay que avanzar con decisión.
Pero se olvida que, de nuevo, el gran perdedor es el Tercer Mundo. Según todos los indicios, los marginados de la tierra se quedan sin asidero ideológico y sin futuro revolucionario. Y, por otra parte, «solidaridad» es una palabra demasiado larga e incómoda para tener cabida en la vida trepidante de Occidente.
Ya cayó el muro de Berlín, y hemos de felicitarnos por ello, pero ese otro muro, el que separa al mundo pobre del mundo rico, está más alto y mejor vigilado que nunca.
Ahí siguen boyantes el intercambio desigual, la extorsión financiera, el monopolio de la tecnología y de la información científica, el envío de residuos radiactivos y basuras peligrosas que nadie quiere. Sin embargo, apenas se habla ya de imperialismo, y es que ahora «los imperialistas» somos nosotros.
Por otra parte, comienza a tomar cuerpo en Europa un «apartheid» universal ante quienes no pertenecen a nuestra comunidad. Brotes de racismo, intolerancia y discriminación, cada vez más frecuentes, castigan a los intrusos que saltan el muro con el que tratamos de defender nuestra «Europa de los mercaderes».
Casi sin darnos cuenta, Occidente va cayendo en una alarmante mezquindad e insolidaridad. Nos preocupa el colesterol, y olvidamos el hambre y la miseria de ese Tercer Mundo, cada vez más molesto y desagradable.
Hablando recientemente de este «eclipse de la solidaridad», Mario Benedetti decía que «la propia Iglesia restringe su solidaridad a la parcela de las oraciones». Ciertamente no es así. Y para desmentirlo ahí están esos miles y miles de misioneros extendidos por todo el mundo conviviendo con los más pobres de la Tierra.
Pero, tal vez, hay algo cierto en las palabras del escritor uruguayo. Mientras tantos misioneros se desviven por un desarrollo más humano del Tercer Mundo, nosotros nos contentamos a menudo con celebrar fechas como el Domund rezando una oración distraída o aquilatando el donativo que tranquilizará nuestra conciencia.
La parábola del rico insensato que vive acumulando riquezas y echando a perder su vida, puede estar dirigida directamente a nosotros. Nos preocupamos mucho por mejorar nuestro nivel de vida, pero, ¿no es una vida cada vez menos solidaria y, por tanto, menos humana?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
6 de agosto de 1989

NECIOS

Necio.

Los grandes almacenes y supermercados que han ido surgiendo entre nosotros son, sin duda, uno de los símbolos más esclarecedores de la vida contemporánea.
Pocos lugares más apropiados para observar al hombre de hoy sumergiéndose en ese universo de objetos, tratando de encontrar en las cosas la identidad que no es capaz de descubrir en sí mismo.
Se diría que las palabras del rico de la parábola se han convertido en consigna general: “Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida”.
Y eso es todo: adquirir el último modelo, beber el mejor vino, poseer el aparato más sofisticado, pasar las vacaciones en la playa de moda.
Siempre ha sido tentador para los hombres dejarse llevar por el disfrute, incontrolado de las cosas. Lo que resulta sorprendente en esta sociedad es ver a tantas personas que creen encontrar en ese estilo de vida su auténtica personalidad.
Hombres y mujeres que, tal vez, quedarían desconcertados si conocieran aquella observación del famoso economista Galbraith: «Para estudiar en profundidad toda la gama de la angustia, lo mejor que podría hacer el psiquiatra es irse a observar a un supermercado».
Gentes que no aceptarían la crítica radical de E. Fromm al consumidor de la sociedad occidental “eterno niño de pecho que llora reclamando su biberón”.
Personas que no se avergüenzan de ese “consumo ostentoso” estudiado hace muchos años por Veblen, y encaminado únicamente a impresionar a los demás. Hombres y mujeres que se atreven a exhibirse con una aureola especial sólo porque poseen el último modelo o el más sofisticado o el más costoso, sin darse cuenta de que esos “objetos’ no son sino “prótesis” ridículas donde pretenden apoyar una personalidad mutilada.
Jesús lo volvería a repetir. “NECIOS”. Necios todos nosotros si no sabemos encontrar metas más humanas a nuestra vida. Necios si no sabemos descubrir cuáles son nuestras verdaderas necesidades.
Necios y “criminales”, pues todo esto sucede mientras en el mundo cien mil personas mueren diariamente de hambre, según cifras facilitadas por la UNESCO.
Ciertamente, cada uno podemos muy poco ante el hambre que asola a tantos países del Tercer Mundo. Pero son dos hombres muy diferentes, el que vive creando necesidades cada vez más artificiales en su entorno, y el que vive preguntándose cómo colaborar en cualquier acción o campaña encaminada a promover una mayor solidaridad entre los hombres y entre los pueblos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
3 de agosto de 1986

ALGO MÁS QUE UN SISTEMA

Lo que has acumulado, ¿de quién será?...

Alguien ha dicho que «todos los hombres somos espontáneamente capitalistas». Lo cierto es que la sed de poseer sin límites no es exclusiva de una época ni de un sistema social, sino que descansa en el mismo hombre, cualquiera que sea el sector social al que pertenezca.
El sistema capitalista lo que hace es desarrollar esta tendencia innoble del hombre en lugar de combatirla y favorecer una convivencia más solidaria y fraterna.
Lo estamos viendo todos los días. El móvil que guía a la empresa capitalista es crear la mayor diferencia posible entre el precio de venta del producto y el costo de producción.
Pero es que este móvil guía la conducta de casi toda la sociedad. El máximo beneficio posible y la acumulación indefinida de riqueza son algo aceptado por la mayoría de los cristianos como principio indiscutible que orienta su comportamiento práctico en la vida diaria.
Por otra parte, el capitalismo, lejos de promover la comunión y la solidaridad, favorece la dominación de unos sobre otros y tiende a crear y reforzar la lucha de clases.
Pero este mismo espíritu lo podemos observar ya en muchos «trabajadores» cuyos ingresos y régimen de gastos en nada ceden a los de los más aventajados capitalistas.
Basta verlos gritar sus propias reivindicaciones ahondando cada vez más el abismo clasista que los separa de sus compañeros (?) en paro.
El replegamiento egoísta sobre los propios bienes, el consumo indiscriminado y sin límites, la lucha implacable por el propio bienestar, el olvido sistemático de las víctimas más afectadas por la crisis, son signos de una posición «capitalista» por muchas confesiones de «socialismo» que puedan salir de nuestros labios.
«El hombre occidental se ha hecho materialista hasta en su pensamiento, en una sobrevaloración morbosa del dinero y la propiedad, del poder y la riqueza» (Ph. Bosmans).
Se pretende llenar el vacío interior con la posesión de cosas. La codicia y el afán de poder son «drogas aprobadas socialmente».
Es nuestra gran equivocación. Lo ha gritado Jesús con firmeza contundente. Es una necedad vivir teniendo como único horizonte «unos graneros donde poder seguir almacenando cosechas». Es signo de nuestra gran pobreza interior.
Aunque no nos lo creamos, el dinero nos puede empobrecer. Vivir acumulando, puede ser el fin de todo goce humano, el fin de toda alegría de vivir, el fin de todo verdadero amor.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
31 de julio de 1983

LA NECEDAD .DEL «CAPITALISTA»

Necio... Así será el que amasa riquezas.

Uno de los rasgos más llamativos en la predicación de Jesús, es, quizás, la lucidez con que ha sabido desenmascarar todo el poder alienante y deshumanizador que se puede encerrar en las riquezas.
La visión de Jesús no es la de un moralista que se preocupara de saber cómo adquirimos nuestros bienes y cómo los usamos. El riesgo de quien vive disfrutando de sus riquezas es olvidar su condición de hijo de un Dios Padre y de hermano de todos los hombres.
De ahí el grito de alerta de Jesús: «No podéis servir a Dios y al dinero». No puede un hombre ser fiel a un Dios Padre, que busca la justicia, la solidaridad y la fraternidad de todos los hombres, y, al mismo tiempo, vivir pendiente de sus bienes y riquezas.
El dinero puede dar poder, fama, prestigio, seguridad, bienestar...; pero, en la medida en que esclaviza a la persona, la cierra a Dios Padre, la hace olvidar su condición de hombre y hermano, y la lleva a romper la solidaridad con los otros. Dios no puede reinar en la vida de un hombre dominado por el dinero.
La raíz profunda está en que las riquezas despiertan en nosotros la necesidad insaciable de tener siempre más. Y entonces crece en el hombre la necesidad de acumular, capitalizar, y poseer siempre más y más.
Jesús considera como una verdadera locura, insensatez y alienación la vida de aquellos terratenientes de Palestina, obsesionados por almacenar sus cosechas en graneros cada vez más grandes.
Es una verdadera idiotez consagrar todas las energías, la imaginación, el tiempo y nuestros mejores esfuerzos a adquirir y conservar nuestras propias riquezas.
Cuando, al final de la vida, Dios se acerca al rico para recoger su vida, se pone de manifiesto que la ha malgastado. Su vida carece de contenido y valor. «Necio... Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios».
Un día el pensamiento cristiano descubrirá, con una claridad que quizás hoy no nos. resulta tan diáfana, la profunda contradicción que existe entre el espíritu que anima el capitalismo y el espíritu que anima el proyecto de vida intentado y querido por Jesús.
Y esta contradicción no se resuelve ni con la profesión verbal de fe de quienes viven con espíritu capitalista ni con toda la beneficencia que puedan hacer con sus ganancias.

José Antonio Pagola

HOMILIA

DE MANERA INTELIGENTE

«Túmbate, come, bebe y date buena vida»: ésta consigna del hombre rico de la parábola evangélica no es nueva. Ha sido el ideal de no pocos a lo largo de la historia, pero hoy se vive a gran escala y bajo una presión social tan fuerte que es difícil cultivar un estilo de vida más sobrio y sano.
Hace tiempo que la sociedad moderna ha institucionalizado el consumo: casi todo se orienta a disfrutar de productos, servicios y experiencias siempre nuevas. La consigna del bienestar es clara: «date buena vida».
A través de las marcas y modelos de los más variados objetos lo que se nos ofrece es juventud, elegancia, seguridad, feminidad o virilidad, naturalidad, poder, vitalidad. La vida la hemos de alimentar en el consumo.
Otro factor decisivo en la marcha de la sociedad actual es la moda. Siempre ha habido en la historia de los pueblos corrientes y gustos fluctuantes. Lo nuevo es el «imperio de la moda» que se ha convertido en el guía principal de la sociedad moderna. Ya no son las religiones ni las ideologías las que orientan los comportamientos de la mayoría. La publicidad y la seducción de la moda van sustituyendo a la Iglesia, la familia o la escuela. Es la moda la que nos enseña a vivir y a satisfacer las «necesidades artificiales» del momento.
Otro rasgo que marca el estilo moderno de vida es la seducción de los sentidos y el cuidado de lo externo. Hay que atender el cuerpo, la línea, el peso, la gimnasia y los chequeos; hay que aprender terapias y remedios nuevos; hay que seguir de cerca los programas de consejos médicos y culinarios. Hay que aprender a «sentirse bien» con uno mismo y con los demás; hay que saber moverse de manera hábil en el campo del sexo: conocer todas las formas de posible disfrute, gozar y acumular experiencias nuevas.
Sería un error «satanizar» esta sociedad que ofrece tantas posibilidades para cuidar las diversas dimensiones del ser humano y para desarrollar una vida integral e integradora. Pero no sería menos equivocado dejarse arrastrar frívolamente por cualquier moda o reclamo reduciendo la existencia a puro bienestar material. La parábola evangélica invita a descubrir la insensatez que se puede encerrar en este planteamiento de la vida.
Para acertar en la vida no basta pasarlo bien. El ser humano no es sólo un animal hambriento de placer y bienestar. Está hecho también para cultivar el espíritu, conocer la amistad y la ternura, experimentar el misterio de lo transcendente, agradecer la vida, vivir la solidaridad. Es inútil quejarse de la sociedad actual.
Lo importante es actuar de manera inteligente.

José Antonio Pagola


domingo, 28 de julio de 2013

31/07/2013 - San Ignacio de Loyola (C)

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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31 de julio de 2013

San Ignacio de Loyola (C)


EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,18-26.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,18-26

Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó:
- ¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos contestaron:
- Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Él les preguntó:
- Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro tomó la palabra y dijo:
- El Mesías de Dios.
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
Y añadió:
- El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Y, dirigiéndose a todos, dijo:
- El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿ De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, se ése se avergonzará el Hijo del Hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles.

Palabra de Dios

HOMILIA

MUDANZA DE ALMA

Si alguno quiere venir en pos de mí.

Desgraciadamente son muchos los vascos que lo ignoran casi todo sobre Ignacio de Loyola, el hombre más grande y universal de cuantos han nacido en nuestra tierra.
Y sin embargo, cuánto bien nos haría también hoy acercarnos a beber de sus fuentes. Así pensaba yo al releer estos días ese precioso libro “Ignacio de Loyola, solo y a pie” con el que nos regalaba hace dos años J.I. Tellechea Idígoras.
Páginas escritas con verdadera devoción en las que el lector encuentra «sabiduría cristiana” a raudales.
Sólo quiero recordar aquí esa “mudanza de alma» que vive Ignacio a partir de su obligada convalecencia en el castillo de Loyola.
Los biógrafos nos dicen que Ignacio “se paraba a pensar”. No es fácil detenerse cuando uno vive agitado y disperso, soñando con mil planes y proyectos. Pero es el primer paso. Y paso absolutamente necesario para quien desea reencontrarse consigo mismo y con Dios.
Como dice Tellechea, “las heridas solas no convierten”. Ignacio se detiene “a razonar consigo mismo”. Hace un profundo balance de su vida. Se escucha a sí mismo con sinceridad.
Dentro de su alma dos espíritus “contrarios entre sí” se agitan y tiran de él. Siente el vacío de su vida y se reconoce pecador, pero siente también el atractivo del placer y la gloria.
Dios y él. El bien y el mal. Sus sueños de siempre y ese nuevo camino de obediencia y fidelidad a Dios. “De unos pensamientos quedaba triste, y de otros alegre”.
Ignacio vencerá su división interior buscando la fuerza misma de Dios, “no mirando más circunstancias que prometerse así con la gracia de Dios de hacerlo, como ellos (los santos) lo habían hecho”.
Una profunda transformación comienza a gestarse en Ignacio. Más adelante, a orillas del Cardoner, no lejos de Manresa, se siente un hombre nuevo. “Le parecían todas las cosas nuevas.., le parecía como si fuese otro hombre”. “Comenzó a ver con otros ojos todas las cosas”.
Ignacio fue, sin duda, el primer ejercitante y la experiencia de su propia conversión será el alma de sus “Ejercicios Espirituales”.
No son muchos los que se retiran hoy a hacer ejercicios espirituales. Sin embargo, pocas cosas más saludables puede haber para un hombre que dedicar unos días a encontrarse sinceramente consigo mismo y con Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA


Las primeras generaciones cristianas conservaron el recuerdo de este episodio evangélico como un relato de importancia vital para los seguidores de Jesús. Su intuición era certera. Sabían que la Iglesia de Jesús debería escuchar una y otra vez la pregunta que un día hizo Jesús a sus discípulos en las cercanías de Cesarea de Filipo: «Vosotros, quién decís que soy yo?»
Si en las comunidades cristianas dejamos apagar nuestra fe en Jesús, perderemos nuestra identidad. No acertaremos a vivir con audacia creadora la misión que Jesús nos confió; no nos atreveremos a enfrentarnos al momento actual, abiertos a la novedad de su Espíritu; nos asfixiaremos en nuestra mediocridad.
No son tiempos fáciles los nuestros. Si no volvemos a Jesús con más verdad y fidelidad, la desorientación nos irá paralizando; nuestras grandes palabras seguirán perdiendo credibilidad. Jesús es la clave, el fundamento y la fuente de todo lo que somos, decimos y hacemos. ¿Quién es hoy Jesús para los cristianos?
Nosotros confesamos, como Pedro, que Jesús es el "Mesías de Dios", el Enviado del Padre. Es cierto: Dios ha amado tanto al mundo que nos ha regalado a Jesús. ¿Sabemos los cristianos acoger, cuidar, disfrutar y celebrar este gran regalo de Dios? ¿Es Jesús el centro de nuestras celebraciones, encuentros y reuniones?
Lo confesamos también "Hijo de Dios". Él nos puede enseñar a conocer mejor a Dios, a confiar más en su bondad de Padre, a escuchar con más fe su llamada a construir un mundo más fraterno y justo para todos. ¿Estamos descubriendo en nuestras comunidades el verdadero rostro de Dios encarnado en Jesús? ¿Sabemos anunciarlo y comunicarlo como una gran noticia para todos?
Llamamos a Jesús "Salvador" porque tiene fuerza para humanizar nuestras vidas, liberar nuestras personas y encaminar la historia humana hacia su verdadera y definitiva salvación. ¿Es ésta la esperanza que se respira entre nosotros? ¿Es ésta la paz que se contagia desde nuestras comunidades?
Confesamos a Jesús como nuestro único "Señor". No queremos tener otros señores ni someternos a ídolos falsos. Pero, ¿ocupa Jesús realmente el centro de nuestras vidas? ¿le damos primacía absoluta en nuestras comunidades? ¿lo ponemos por encima de todo y de todos? ¿Somos de Jesús? ¿Es él quien nos anima y hace vivir?
La gran tarea de los cristianos es hoy aunar fuerzas y abrir caminos para reafirmar mucho más la centralidad de Jesús en su Iglesia. Todo lo demás viene después.

José Antonio Pagola

HOMILIA

CONFESAR CON LA VIDA

¿Quién decís que soy yo?

¿Quién decís que soy yo? Todos los evangelistas sinópticos recogen esta pregunta dirigida por Jesús a sus discípulos en la región de Cesarea de Felipe. Para los primeros cristianos era muy importante recordar una y otra vez a quién estaban siguiendo, cómo estaban colaborando en su proyecto y por quién estaban arriesgando su vida.
Cuando nosotros escuchamos hoy esta pregunta, tendemos a pronunciar las fórmulas que ha ido acuñando el cristianismo a lo largo de los siglos: Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, el Salvador del mundo, el Redentor de la humanidad… ¿Basta pronunciar estas palabras para convertirnos en «seguidores» de Jesús?
Por desgracia, se trata con frecuencia de fórmulas aprendidas a una edad infantil, aceptadas de manera mecánica, repetidas de forma ligera, y afirmadas más que vividas.
Confesamos a Jesús por costumbre, por piedad o por disciplina, pero vivimos sin captar la originalidad de su vida, sin escuchar la novedad de su llamada, sin dejarnos atraer por su amor misterioso, sin contagiarnos de su libertad, sin esforzarnos en seguir su trayectoria.
Lo adoramos como «Dios» pero no es el centro de nuestra vida. Lo confesamos como «Señor» pero vivimos de espaldas a su proyecto, sin saber muy bien cómo era y qué quería. Le decimos «Maestro» pero no vivimos motivados por lo que motivaba su vida. Vivimos como miembros de una religión, pero no somos discípulos de Jesús.
Paradójicamente, la «ortodoxia» de nuestras fórmulas doctrinales nos puede dar seguridad, dispensándonos al mismo tiempo de un encuentro vivo con Jesús. Hay cristianos muy «ortodoxos» que viven una religiosidad instintiva pero no conocen por experiencia lo que es nutrirse de Jesús. Se sienten «propietarios» de la fe, alardean incluso de su ortodoxia, pero no conocen el dinamismo del Espíritu de Cristo.
No nos hemos de engañar. Cada uno hemos de ponernos ante Jesús, dejarnos mirar directamente por él y escuchar desde el fondo de nuestro ser sus palabras: ¿quién soy yo realmente para vosotros? A esta pregunta se responde con la vida más que con palabras sublimes.

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿QUÉ HEMOS HECHO DE JESÚS?

¿Quién decís que soy yo?

A veces es muy peligroso sentirse cristiano «de toda la vida». Porque se corre el riesgo de no revisar nunca nuestro cristianismo y no entender que, en definitiva, todo el vivir cristiano no es sino un continuo caminar desde la incredulidad hacia la fe en el Dios vivo de Jesucristo.
Con frecuencia, creemos tener una fe inconmovible en Jesús porque lo tenemos perfectamente definido en un lenguaje preciso y ortodoxo, y no nos damos cuenta de que, en la vida diaria, lo estamos continuamente desfigurando con nuestras aspiraciones, intereses y cobardías.
Lo confesamos abiertamente como Dios y Señor nuestro, pero, luego, apenas significa gran cosa en nuestros planteamientos y las actitudes que inspiran nuestra vida. Por eso es bueno que escuchemos todos sinceramente la pregunta interpeladora de Jesús: «y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros?, ¿qué lugar ocupa en nuestro vivir diario?
Cuando, en momentos de verdadera gracia, uno se acerca sinceramente al Jesús del Evangelio, se encuentra con alguien vivo y palpitante. Alguien a quien no es posible encerrar en unas categorías filosóficas, unas fórmulas o unos ritos. Alguien que nos lleva al fondo último de la vida.
Jesús, «el Mesías de Dios», nos coloca ante nuestra última verdad y se convierte para cada uno de nosotros en invitación gozosa al cambio, a la conversión constante, a la búsqueda humilde pero apasionada de un mundo mejor para todos.
Jesús es peligroso. En él descubrimos una entrega incondicional a los necesitados, que pone al descubierto nuestro radical egoísmo. Una pasión por la justicia, que sacude nuestras seguridades, cobardías y servidumbres. Una fe en el Padre, que nos invita a salir de nuestra incredulidad y desconfianza.
Jesús es lo más grande que tenemos los cristianos. El que puede infundir otro sentido y otro horizonte a nuestra vida. El que puede contagiarnos otra lucidez y otra generosidad, otra energía y otro gozo. El que puede comunicarnos otro amor, otra libertad y otro ser.
Pero no olvidemos algo importante. A Jesús se le conoce, se le experimenta y se sintoniza con él, en la medida en que nos esforzamos por seguirle.

José Antonio Pagola

HOMILIA

DESCONOCIDO

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

La cultura moderna que ha dominado el mundo occidental durante cinco siglos se encuentra hoy en declive. Desde su misma entraña está emergiendo una «atmósfera» nueva cuyos efectos se pueden ya vislumbrar entre nosotros. En ese clima posmoderno viviremos los próximos años.
Hay un primer dato que se va extendiendo cada vez más. Ya no se acepta ningún ideal, filosofía o religión que pretenda ofrecer verdad. Todo se considera relativo y opinable. Todo es interpretación y fragmento. No hay verdades absolutas. Nadie es sólido y seguro. Sólo nuestra incerteza.
Pero, al quedarse sin criterios o valores que orienten sus decisiones, la libertad de las personas corre el riesgo de volatilizarse. Todo el mundo quiere ser libre pero no sabe para qué. El pluralismo se va deslizando poco a poco hacia el relativismo y la indiferencia. El individuo se va quedando sin indicaciones ni referencias claras que lo guíen en la existencia. El hombre de hoy camina por la vida sin mapa.
La misma realidad parece diluirse cada vez más en el mundo de lo virtual. Ya no es tan fácil distinguir entre lo natural y lo artificial, entre lo real y lo ficticio, lo verdadero y lo imaginario. Vivimos con la ilusión de estar mejor informados que nunca pero terminamos pensando, sintiendo y experimentando lo que los mass media nos dejan ver, conocer y experimentar.
Está surgiendo así un clima cultural donde las personas se van acostumbrando a vivir sin certezas ni seguridad. Cada uno sigue su camino de forma solitaria o cruzándose con otros caminantes dentro de un laberinto que nadie conoce bien y que tiene su mejor símbolo en las redes de Internet. Mientras tanto, la voz de los profetas y de los pensadores queda absorbida en el ruido y la confusión. Hablar con Dios es como hablar de «nada».
En esta atmósfera pretende hoy hacer oír su voz Jesucristo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Desconocido por muchos, olvidado por otros, confundido con un fragmento más, dejado de lado como algo irrelevante y sin significado actual, Jesucristo sigue ofreciendo «débilmente» el amor y la fe en Dios como el único abrigo ante el nihilismo actual. Su palabra no pretende imponer una ideología, sino despertar la esperanza. Su acción salvadora no busca ahogar la libertad humana de nadie sino abrir al ser humano caminos de vida más plena. ¿No es él el único Salvador?

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿QUÉ DIGO YO?

¿Quién decís que soy yo?

Pocas veces nos detenemos los cristianos a responder a esa pregunta decisiva que se nos hace a cada uno de nosotros. La pregunta que Jesús dirige a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
La respuesta ha de ser personal. Nadie puede hablar en mi nombre. No puede haber una fe por procurador. Soy yo quien tengo que responder. Se me pregunta qué digo yo de Jesucristo, no qué dicen los concilios, qué predican los Obispos y el Papa, qué explican los teólogos.
Un conjunto de circunstancias históricas ha podido embrollar mucho las cosas, pero no hemos de olvidar que la fe cristiana no es simplemente la adhesión a una fórmula o a un grupo religioso, sino mi adhesión personal y mi seguimiento a Jesucristo.
Para ser cristiano, no hasta decir: «Yo creo en lo que cree la Iglesia.» Es necesario que me pregunte si yo le creo a Jesucristo, si cuento con él, si apoyo en él mi existencia.
No se me pregunta qué pienso acerca de la doctrina moral que Jesús predicó, acerca de los ideales que proclamó o los gestos admirables que realizó. La pregunta es más honda: ¿Quiénes Jesucristo para mí? Es decir, ¿qué lugar ocupa en mi experiencia de la vida? ¿Qué relación mantengo con él? ¿Cómo me siento ante su persona? ¿Qué fuerza tiene en mi conducta diaria? ¿Qué espero de él?
No puedo contestar responsablemente a la pregunta que Jesús me dirige sin descubrirme a mí mismo quién soy yo y cómo vivo mi fe en Él. Precisamente, en eso consiste la responsabilidad: en ser capaz de responder por mí mismo.
Con frecuencia, no somos conscientes hasta qué punto vivimos nuestra fe por inercia, siguiendo actitudes y esquemas infantiles, sin crecer interiormente, sin llegar tal vez nunca a una decisión personal y adulta ante Dios.
De poco sirve hoy seguir confesando rutinariamente las diversas creencias cristianas si uno no conoce por experiencia qué es encontrarse personalmente con ese Dios revelado y encarnado en Jesucristo.
Nuestra fe cristiana crece y se robustece en la medida en que vamos descubriendo por experiencia personal que sólo Jesucristo puede responder de manera plena a las preguntas más vitales, los anhelos más hondos, las necesidades últimas que llevamos en nosotros. De alguna manera todo cristiano debería poder decir como San Pablo: «Yo sé bien en quién tengo puesta mi fe»

José Antonio Pagola

HOMILIA

UNA PREGUNTA DIFICIL

¿Quién decís que soy yo?

No es fácil responder a esa pregunta, aparentemente tan sencilla y fundamental, de Jesús: “Y, vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Podríamos acudir a las diversas fórmulas cristológicas que el magisterio ha ido acuñando a lo largo de los siglos, pero sabemos que la pregunta de Jesús nos está invitando a algo más radical que un gesto de obediencia casi instintiva a la institución eclesial.
Podríamos recurrir a las elaboraciones de los teólogos y repetir lo que hemos leído a los estudiosos de Jesús, pero su pregunta nos está pidiendo una respuesta más personal y vital.
Por eso, no es fácil responder con verdad quién es Jesucristo hoy para nosotros que nos decimos “cristianos”.
¿Alguien de quien creemos “cosas extraordinarias” o alguien a quien creemos de manera total y a quien confiamos nuestro ser?
¿Alguien cuya doctrina explicamos a los jóvenes y hacemos aprender a nuestros niños o alguien cuya Palabra dirige, anima y modela nuestro vivir diario?
¿Alguien de quien seguimos hablando y escribiendo mucho o alguien a quien sabemos hablar e invocar con fe?
¿Alguien que vivió hace aproximadamente dos mil años o alguien a quien percibimos vivo en medio de la vida, los acontecimientos y las personas de hoy?
¿Alguien a quien sólo escuchamos en las páginas escritas de los evangelios o alguien cuyos gritos nos llegan desde los pobres, los olvidados y los indefensos?
¿Alguien a quien recibimos piadosamente en la comunión o alguien con quien nos esforzamos por comulgar cada día más, acogiendo su Espíritu, su mensaje y su esperanza?
¿Alguien cuya cruz adorna nuestros cuellos y nuestras habitaciones o alguien que nos da fuerza para acoger la cruz de cada día?
¿Alguien ante quien doblamos distraídamente nuestra rodilla al pasar ante el sagrario de nuestras iglesias o alguien a quien hemos rendido nuestra ser?
¿Alguien a quien admiramos como líder extraordinario o alguien que inspira nuestra comportamiento y a quien seguimos día a día con fe?
¿Alguien a quien atribuimos títulos insuperables o alguien en quien buscamos con humildad y gozo al mismo Dios?

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿QUÉ HEMOS HECHO DE JESÚS?

¿Quién decís que soy yo?

A veces es muy peligroso sentirse cristiano «de toda la vida». Porque se corre el riesgo de no revisar nunca nuestro cristianismo y no entender que, en definitiva, todo el vivir cristiano no es sino un continuo caminar desde la incredulidad hacia la fe en el Dios vivo de Jesucristo.
Con frecuencia, creemos tener una fe inconmovible en Jesús porque lo tenemos perfectamente definido en un lenguaje preciso y ortodoxo, y no nos damos cuenta de que, en la vida diaria, lo estamos continuamente desfigurando con nuestras aspiraciones, intereses y cobardías.
Lo confesamos abiertamente como Dios y Señor nuestro, pero, luego, apenas significa gran cosa en nuestros planteamientos y las actitudes que inspiran nuestra vida.
Por eso es bueno que escuchemos todos sinceramente la pregunta interpeladora de Jesús: «y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros?, ¿qué lugar ocupa en nuestro vivir diario?
Cuando, en momentos de verdadera gracia, uno se acerca sinceramente al Jesús del Evangelio, se encuentra con alguien vivo y palpitante. Alguien a quien no es posible encerrar en unas categorías filosóficas, unas fórmulas o unos ritos. Alguien que nos lleva al fondo último de la vida.
Jesús, «el Mesías de Dios», nos coloca ante nuestra última verdad y se convierte para cada uno de nosotros en invitación gozosa al cambio, a la conversión constante, a la búsqueda humilde pero apasionada de un mundo mejor para todos.
Jesús es peligroso. En él descubrimos una entrega incondicional a los necesitados, que pone al descubierto nuestro radical egoísmo. Una pasión por la justicia, que sacude nuestras seguridades, cobardías y servidumbres. Una fe en el Padre, que nos invita a salir de nuestra incredulidad y desconfianza.
Jesús es lo más grande que tenemos los cristianos. El que puede infundir otro sentido y otro horizonte a nuestra vida. El que puede contagiarnos otra lucidez y otra generosidad, otra energía y otro gozo. El que puede comunicarnos otro amor, otra libertad y otro ser.
Pero no olvidemos algo importante. A Jesús se le conoce, se le experimenta y se sintoniza con él, en la medida en que nos esforzamos por seguirle.

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?

¿Quién decís que soy yo?

Así, de pronto, no sabríamos cómo contestarte. Tu pregunta la hemos escuchado muchas veces, Señor, pero siempre nos parecía dirigida solamente a aquellos discípulos de Cesarea de Filipo.
Nosotros solemos preferir acudir a las fórmulas tradicionales acuñadas hace siglos por los concilios. Es más seguro. Y, sobre todo, no nos obliga a preguntarnos quién eres tú para cada uno de nosotros y qué significas tú hoy en nuestras vidas.
Te damos títulos muy solemnes. Puedes sentirte satisfecho. A ningún otro nos atreveríamos a llamarlo así.
Te proclamamos Dios y doblamos ante ti nuestra rodilla. Es cierto que no te rendimos nuestro ser. Cierto también que tenemos otros “dioses” a los que damos nuestro culto. Pero tú nos comprenderás. Somos seres tan necesitados. Además, no se puede vivir solo de “pan”. También se necesita seguridad, dinero, confort…
Tú eres palabra de Dios. Te lo decimos muchas veces y hasta nos lo creemos. Nos dirás que escuchamos poco tu evangelio. Es verdad. Tampoco tenemos mucho tiempo, ¿sabes? Hay tantas cosas que hacer al cabo del día. La vida ha cambiado mucho desde tus tiempos. Además, hay que ser razonable. ¿Te imaginas lo que sucedería si tomáramos en serio tus palabras?
Tú mismo lo decías: “Hay que tener oídos para oír”. En eso te damos la razón. Nosotros queremos tener los oídos muy abiertos, no solo a tu mensaje sino también a tantas palabras, mensajes, ideas y noticias que llegan hasta nosotros. Tu sabes que vivimos en una sociedad abierta y pluralista. No podemos absolutizar tu palabra como en otros tiempos. Todos tienen derecho ha ser escuchados. Ahora comprendes que te escuchemos menos, ¿no?
Pero, aunque no te escuchamos, te decimos cosas muy grandes. No nos contentamos con llamarte Señor, Redentor, Salvador, Mesías, Cristo… Estamos aprendiendo nuevos nombres. Ya sabes que es bueno cambiar y evitar la monotonía.
Hoy te llamamos Amigo y Hermano. Es más familiar. Nos da confianza y, sobre todo, nos resulta menos insoportable tu mensaje. Entre amigos se puede hablar y discutir.
Te llamamos también Liberador. No sabemos exactamente qué nos puedes aportar tú a la liberación que nosotros queremos, pero, al menos, nos podemos armar con tu palabra para atacar a nuestros adversarios.
Sí. Ya nos damos cuenta de que no acertamos. Te queremos exaltar y elevar por encima de toda criatura y terminamos por alejarte de nuestra vida real y concreta de cada día. Te queremos sentir cerca de nuestros problemas y nuestras penas y terminamos por olvidar precisamente la salvación que tú nos puedes aportar.
Señor, ten piedad de nosotros. Aumenta nuestra fe. Dinos tú mismo todo lo que puedes ser para cada uno de nosotros.

José Antonio Pagola