lunes, 30 de octubre de 2017

05-11-2017 - 31º domingo Tiempo ordinario (A)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
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Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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31º domingo Tiempo ordinario (A)


EVANGELIO

No hacen lo que dicen.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 23, 1-12

En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: -«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen.

Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar.

Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros.

Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos.

Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo.

No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo.

El primero entre vosotros será vuestro servidor.

El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2016-2017 -
5 de noviembre de 2017

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(Ver homilía del ciclo A - 2013-2014)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2013-2014 -
2 de noviembre de 2014

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
30 de octubre de 2011

EN ACTITUD DE CONVERSIÓN

Jesús habla con indignación profética. Su discurso dirigido a la gente y a sus discípulos es una dura crítica a los dirigentes religiosos de Israel. Mateo lo recoge hacia los años ochenta para que los dirigentes de la Iglesia cristiana no caigan en conductas parecidas.

¿Podremos recordar hoy las recriminaciones de Jesús con paz, en actitud de conversión, sin ánimo alguno de polémicas estériles? Sus palabras son una invitación para que obispos, presbíteros y cuantos tenemos alguna responsabilidad eclesial hagamos una revisión de nuestra actuación.

«No hacen lo que dicen». Nuestro mayor pecado es la incoherencia. No vivimos lo que predicamos. Tenemos poder pero nos falta autoridad. Nuestra conducta nos desacredita. Nuestro ejemplo de vida más evangélica cambiaría el clima en muchas comunidades cristianas.

«Cargan fardos pesados sobre los hombros de la gente... pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar». Es cierto. Con frecuencia, somos exigentes y severos con los demás, comprensivos e indulgentes con nosotros. Agobiamos a la gente sencilla con nuestras exigencias pero no les facilitamos la acogida del evangelio. No somos como Jesús que se preocupaba de hacer ligera su carga pues era sencillo y humilde de corazón.

«Todo lo que hacen es para que los vea la gente». No podemos negar que es muy fácil vivir pendientes de nuestra imagen, buscando casi siempre "quedar bien" ante los demás. No vivimos ante ese Dios que ve en lo secreto. Estamos más atentos a nuestro prestigio personal.

«Les gustan los primeros puestos y los asientos de honor... y que les hagan reverencias por la calle». Nos da vergüenza confesarlo, pero nos gusta. Buscamos ser tratados de manera especial, no como un hermano más. ¿Hay algo más ridículo que un testigo de Jesús buscando ser distinguido y reverenciado por la comunidad cristiana?

«No os dejéis llamar maestros... ni guías... porque uno solo es vuestro Maestro y vuestro Guía: Cristo». El mandato evangélico no puede ser más claro: renunciad a los títulos para no hacer sombra a Cristo; orientad la atención de los creyentes sólo hacia él. ¿Por qué la Iglesia no hace nada por suprimir tantos títulos, prerrogativas, honores y dignidades para mostrar mejor el rostro humilde y cercano de Jesús?

«No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra porque uno solo es vuestro Padre del cielo». Para Jesús el título de Padre es tan único, profundo y entrañable que no ha de ser utilizado por nadie en la comunidad cristiana. ¿Por qué lo permitimos?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - Recreados por Jesús


DICEN Y NO HACEN

Dicen y no hacen.

Jesús ha desenmascarado siempre la mentira que ha encontrado en su caminar diario, pero nunca lo ha hecho con más violencia que cuando se ha enfrentado a los dirigentes de la sociedad. No soporta la actuación de aquéllos que «han sentado cátedra» en medio del pueblo para exigir a los demás lo que ellos mismos no viven. Jesús condena su descarada incoherencia. «Dicen y no hacen.» Hay una profunda división entre lo que enseñan y lo que practican, entre lo que pretenden de los demás y lo que se exigen a sí mismos.

Las palabras de Jesús no han perdido actualidad. El pueblo sigue escuchando a dirigentes que «no hacen lo que dicen». Defensores del orden cuya vida es desordenada. Proclamado- res de justicia cuyas actuaciones están al margen de todo lo que es justo. Educadores cuya conducta deseduca a quienes la conocen. Reformadores incapaces de reformar su propia vida. Revolucionarios que no se plantean una transformación radical de su existencia. Socialistas que no han «socializado» mínimamente su vida.

Pero, no hemos de olvidar que la invectiva de Jesús se din- ge de manera directa a los dirigentes religiosos. Porque también en nuestra Iglesia hay quienes viven obsesionados por aplicar a otros la ley con rigorismo sin preocuparse tanto de vivir la radicalidad del seguimiento a Jesús. También hoy se levantan maestros que detectan «herejías ocultas» y diagnostican supuestos peligros para la ortodoxia, sin ayudar luego positivamente a vivir con fidelidad la adhesión a Jesucristo. También hoy se condena con rigor desde ciertas cátedras el pecado de los pequeños y débiles, y se olvidan escandalosamente las injusticias de los poderosos.

Nuestra sociedad no necesita predicadores de palabras hermosas, sino dirigentes que, con su propia conducta, impulsen una verdadera transformación social. Nuestra Iglesia no necesita tanto moralistas minuciosos y teólogos ortodoxos cuanto creyentes verdaderos que con su vida irradien un aire más evangélico. Hombres y mujeres que vivan su fe. Necesitamos «maestros de vida». Creyentes de existencia convincente. «Con su vuelta a lo esencial del Evangelio, con su cordialidad y sinceridad habrán hecho posible la “desintoxicación” de la atmósfera en la Iglesia» (L. Boros).

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
30 de octubre de 2005

NI MAESTROS NI PADRES

No llaméis padre vuestro a nadie.

El evangelio de Mateo nos ha trasmitido unas palabras de carácter fuertemente antijerárquico donde Jesús pide a sus seguidores que se resistan a la tentación de convertir su movimiento en un grupo dirigido por sabios rabinos, por padres autoritarios o por dirigentes superiores a los demás.

Son probablemente palabras muy trabajadas por Mateo para criticar la tendencia a las aspiraciones de grandeza y poder que se advertía ya entre los cristianos de la segunda generación, pero, sin duda, eco del pensamiento auténtico de Jesús.

«Vosotros no os dejéis llamar “maestro “porque uno sólo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos». En la comunidad de Jesús nadie es propietario de su enseñanza. Nadie ha de someter doctrinalmente a otros. Todos son hermanos que se ayudan a vivir la experiencia de un Dios Padre al que, precisamente, le gusta revelarse a los pequeños.

«Y no llaméis “padre” vuestro a nadie en la tierra, porque uno sólo es vuestro padre, el del cielo». En el movimiento de Jesús no hay «padres». Sólo el del cielo. Nadie ha de ocupar su lugar. Nadie se ha de imponer desde arriba sobre los demás. Cualquier título que introduzca superioridad sobre los otros va contra la fraternidad.

Pocas exhortaciones evangélicas han sido ignoradas o desobedecidas tan frontalmente como ésta a lo largo de los siglos. Todavía hoy la Iglesia vive en flagrante contradicción con el evangelio. Es tal el número de títulos, prerrogativas, honores y dignidades que no siempre es fácil vivir la experiencia de auténticos hermanos.

Jesús pensó en una Iglesia donde no hubiera «los de arriba» y «los de abajo»: una Iglesia de hermanos iguales y solidarios. De nada sirve enmascarar la realidad con el lenguaje piadoso del «servicio» o llamándonos «hermanos» en la liturgia. No es cuestión de palabras sino de un espíritu nuevo de servicio mutuo amistoso y fraterno.

¿No veremos nunca cumplida la llamada del evangelio?, ¿no conoceremos seguidores de Jesús que «no se dejen llamar maestros ni padres» ni algo semejante? ¿No es posible crear una atmósfera más sencilla, fraterna y amable en la Iglesia? ¿Qué lo impide?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
3 de noviembre de 2002

ES RESPONSABILIDAD MÍA

Ellos no hacen lo que dicen.

No son pocos los que se han alejado de la fe escandalizados o decepcionados por la actuación de una Iglesia que, según ellos, no es fiel al evangelio, ni actúa en coherencia con lo que predica. También Jesús criticó con fuerza a los dirigentes religiosos: «No hacen lo que dicen». Sólo que Jesús no se quedó ahí. Siguió buscando y llamando a todos a una vida más digna y responsable ante Dios.

A lo largo de los años también yo he podido conocer, incluso de cerca, actuaciones de la Iglesia poco coherentes con el evangelio. A veces me han escandalizado, otras me han hecho daño, casi siempre me han llenado de pena. Hoy, sin embargo, comprendo mejor que nunca que la mediocridad de la Iglesia no justifica la mediocridad de mi fe.

La Iglesia tendrá que cambiar mucho, pero lo importante es que cada uno reavivemos nuestra fe, que aprendamos a creer de manera diferente, que no vivamos eludiendo a Dios, que sigamos con honestidad las llamadas de la propia conciencia, que cambie nuestra manera de mirar la vida, que descubramos lo esencial del evangelio y lo vivamos con gozo.

La Iglesia tendrá que superar sus inercias y miedos para encamar el evangelio en la sociedad moderna, pero cada uno hemos de descubrir que hoy se puede seguir a Cristo con más verdad que nunca, sin falsos apoyos sociales y sin rutinas religiosas. Cada uno ha de aprender a vivir de manera evangélica el trabajo y el erotismo, la actividad y el silencio, sin dejar- se modelar por la sociedad y sin perder su identidad cristiana en la frivolidad moderna.

La Iglesia tendrá que revisar a fondo su fidelidad a Cristo, pero cada uno ha de verificar la calidad de su adhesión a él. Cada uno ha de apreciar y cuidar su fe en el Dios revelado en Jesús. El pecado y las miserias de la institución eclesial no me dispensan ni me desresponsabilizan de nada. La decisión de abrirme a Dios o de rechazarlo es sólo mía.

La Iglesia tendrá que despertar su confianza y liberarse de cobardías y recelos que le impiden contagiar esperanza en el mundo actual, pero cada uno es responsable de su alegría interior. Cada uno ha de alimentar su esperanza acudiendo a la verdadera fuente.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
31 de octubre de 1999

DICEN Y NO HACEN

Dicen y no hacen.

Jesús ha desenmascarado siempre la mentira que ha encontrado en su caminar diario, pero nunca lo ha hecho con más violencia que cuando se ha enfrentado a los dirigentes de la sociedad. No soporta la actuación de aquéllos que «han sentado cátedra» en medio del pueblo para exigir a los demás lo que ellos mismos no viven. Jesús condena su descarada incoherencia. «Dicen y no hacen.» Hay una profunda división entre lo que enseñan y lo que practican, entre lo que pretenden de los demás y lo que se exigen a sí mismos.

Las palabras de Jesús no han perdido actualidad. El pueblo sigue escuchando a dirigentes que «no hacen lo que dicen». Defensores del orden cuya vida es desordenada. Proclamado- res de justicia cuyas actuaciones están al margen de todo lo que es justo. Educadores cuya conducta deseduca a quienes la conocen. Reformadores incapaces de reformar su propia vida. Revolucionarios que no se plantean una transformación radical de su existencia. Socialistas que no han «socializado» mínimamente su vida.

Pero, no hemos de olvidar que la invectiva de Jesús se din- ge de manera directa a los dirigentes religiosos. Porque también en nuestra Iglesia hay quienes viven obsesionados por aplicar a otros la ley con rigorismo sin preocuparse tanto de vivir la radicalidad del seguimiento a Jesús. También hoy se levantan maestros que detectan «herejías ocultas» y diagnostican supuestos peligros para la ortodoxia, sin ayudar luego positivamente a vivir con fidelidad la adhesión a Jesucristo. También hoy se condena con rigor desde ciertas cátedras el pecado de los pequeños y débiles, y se olvidan escandalosamente las injusticias de los poderosos.

Nuestra sociedad no necesita predicadores de palabras hermosas, sino dirigentes que, con su propia conducta, impulsen una verdadera transformación social. Nuestra Iglesia no necesita tanto moralistas minuciosos y teólogos ortodoxos cuanto creyentes verdaderos que con su vida irradien un aire más evangélico. Hombres y mujeres que vivan su fe. Necesitamos «maestros de vida». Creyentes de existencia convincente. «Con su vuelta a lo esencial del Evangelio, con su cordialidad y sinceridad habrán hecho posible la “desintoxicación” de la atmósfera en la Iglesia» (L. Boros).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
3 de noviembre de 1996

CRISTIANISMO SIN CRISTO

Uno solo es vuestro Maestro.

Si me preguntaran cuál es la experiencia básica de la que arranca la fe cristiana, diría más o menos esto: una persona comienza a hacerse cristiana cuando descubre a Jesucristo como Maestro y Amigo, y experimenta en él la cercanía de un Dios Salvador.

Por eso pienso que nuestro riesgo más grave es vivir un cristianismo donde hay de todo, pero donde falta precisamente Cristo. De hecho, hay cristianos que se mueven en una atmósfera religiosa de creencias, convicciones y ritos de indudable valor, pero que no pueden siquiera sospechar cómo se transformaría su existencia si conocieran la adhesión viva a la persona de Cristo. Les parecería descubrir una nueva religión.

Con frecuencia, Jesús no es amado, sentido ni venerado de una forma que pueda recordar, aunque sea de lejos, la experiencia que se vivió en las primeras comunidades cristianas. Jesucristo es considerado como el fundador de la Iglesia y de los sacramentos o el portador de una nueva moral, pero no ocupa el centro existencial de la vida de los creyentes. No es el que inspira su vida desde dentro ni el que sostiene su esperanza.

Por eso, no basta la adhesión doctrinal a Jesucristo. No es suficiente «creer cosas» acerca de él, afirmar que hizo milagros, que fue crucificado o que resucitó. Es necesario conocerle, creer en él, inspirarse en su evangelio, seguir sus pasos, fundamentar en él nuestra esperanza.

Pensemos en lo que sucede no pocas veces. Cada domingo el sacerdote predica su homilía, los fieles la oyen y, más de una vez, todos salen de la iglesia sin haber escuchado al único importante: Jesucristo. Se lee el Evangelio, pero no se acoge interiormente la Palabra, se celebra la liturgia pero no se interioriza el misterio de salvación que allí acontece. Se canta con la boca y se recitan oraciones con los labios, pero el corazón está ausente.

Por eso, es necesario que en la Iglesia de hoy escuchemos las palabras de Jesús: «Uno solo es vuestro Maestro», «Uno solo es vuestro Señor, Cristo». Hoy como en tiempos de San Pablo, Cristo es «escándalo» y «necedad» para no pocos, pero, ¿es realmente «fuerza de Dios» y «sabiduría de Dios» para aquellos que decimos creer en él? La revitalización del cristianismo contemporáneo sólo nacerá del retorno a la persona viva de Jesucristo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
31 de octubre de 1993

RABINISMO

Lían fardos pesados e insoportables.

Una de las críticas más duras de Jesús a los rabinos de su tiempo es la de que imponen al pueblo la moral mosaica, pero luego no le ayudan realmente a vivir de manera más humana. Estas son sus palabras: «Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros; pero no están dispuestos a mover un dedo para empujar.»

Esta actitud de Jesús significa, según los exégetas, una llamada de alerta a su Iglesia ante uno de los defectos más graves de un peligroso «rabinismo cristiano» (W. Grundmann), que siempre puede brotar en la comunidad eclesial.

La Iglesia ha de exponer con valentía y claridad el mensaje de Cristo y el conjunto de exigencias morales que del mismo se derivan. Traicionaría a su misión si no se atreviera a defender los principios morales y a recordar al hombre su responsabilidad ante Dios y ante su propia dignidad humana. Pero, según la advertencia de Jesús, ha de preocuparse también de ayudar al hombre de hoy a asumir esa moral de manera humana.

Por eso, no basta la insistencia doctrinal y, mucho menos, la condena desabrida o la indignación amargada ante la inmoralidad del mundo moderno. El hombre de hoy no necesita sólo condena, sino fuerzas para cambiar. Y los cristianos nos hemos de esforzar por mostrar prácticamente, con nuestras vidas, que la moral cristiana no es un conjunto de arbitrariedades impuestas por Dios para «fastidiar» al hombre, sino la manera más sana y acertada de vivir.

Por otra parte, en unos tiempos en los que al hombre se le hace difícil creer en Dios, los creyentes hemos de saber contagiar la experiencia gozosa, radiante y liberadora de ese Misterio de amor que llamamos Dios. Si un hombre no ha hecho ni siquiera inicialmente la experiencia de ese Dios que libera de la soledad, la desesperanza y el miedo más profundos, ¿cómo podrá entender «los mandamientos de Dios»? Quizás pueda comprender que la violación de ciertas normas morales es Sa, pero nunca podrá captar lo que el cristianismo quiere decir al hablar del pecado y la culpa ante Dios.

Por eso, es importante que la palabra moral de la Iglesia, dicha con valentía y claridad, sea, al mismo tiempo, expuesta de manera que no produzca la falsa imagen de un Dios rigorista y mezquino. La palabra y el testimonio de los cristianos no deben nunca dejar dudas sobre la bondad y la misericordia de Dios.

Hemos de agradecer a Juan Pablo II que, en su reciente encíclica «Veritatis splendor», después de exponer los fundamentos de la moral cristiana, nos haya recordado a todos que «en la palabra pronunciada por la Iglesia» ha de resonar «la voz del Dios que “sólo es el Bueno”, que sólo “es el amor”».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
4 de noviembre de 1990

PRESERVATIVOS

Lían fardos pesados e insoportables.

Desde muchos frentes se critica hoy la moral sexual predicada por el cristianismo. Y la Iglesia ha de escuchar, ciertamente, la parte de verdad que se encierra en esa crítica al carácter legalista de determinados planteamientos, al desarrollo de una culpabilidad malsana o a la utilización del miedo para presionar las conciencias.

Pero, ¿cuál es el mensaje que predican «los nuevos moralistas», una vez arrinconada la tan denostada «moral judeo-cristiana»?

La ley suprema parece ser ahora el máximo goce. La autodisciplina sexual ha de ser sustituida por una permisividad sin fronteras. Lo importante es buscar una relación pragmática y placentera entre los sexos.

No resulta sorprendente que esta sociedad sólo sepa ofrecer preservativos a esos adolescentes a los que ella misma arrastra hacia una vida sexual desquiciada.

Desde hace unos días, anuncios televisivos, cuñas radiofónicas, canciones juveniles, pegatinas y camisetas acompañan la distribución gratuita de más de un millón y medio de preservativos para que aprendan prácticamente a evitar gonorreas, sida, hongos y embarazos no deseados.

Pero, ¿ésa es precisamente la campaña que los adolescentes necesitan para vivir una vida más sana y feliz? ¿Son sólo ésos los riesgos de los que han de «preservarse»?

Los responsables de la campaña pregonan solemnemente que se trata de «crear cultura», pero, ¿no nos han advertido voces tan poco sospechosas como las de Rof Carballo que «el mal supremo de nuestra cultura es la frivolidad, la trivialidad»?

Cierta prensa aplaude el proyecto porque «introduce racionalidad en el coito de los adolescentes», pero, ¿no introduce, al mismo tiempo, nuevas frustraciones y vacíos en chicos y chicas que, habituados al contacto sexual fácil y frívolo, quedan incapacitados, a veces de manera decisiva, para un amor hondo y estable?

La campaña seguirá suscitando aplausos y condenas, pero ¿quién está junto a estos adolescentes cultivando positivamente una libertad disciplinada que les ayude a desplegar toda su capacidad de amar? ¿Quién se acerca a ellos en los momentos difíciles para escuchar sus frustraciones, potenciar su autoestima y orientarles en el difícil aprendizaje sexual en medio de esta sociedad?

La crítica de Jesús a los letrados de su tiempo es aplicable a los dirigentes de todas las épocas. Estamos echando «fardos pesados e insoportables» sobre los hombros de estos chicos y chicas, y, luego, no parecemos muy «dispuestos a mover un dedo» para ayudarles a vivir de manera más saludable.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA

¿QUE APRENDERAN?

Uno sólo es vuestro maestro.

Desde hace unas semanas, miles de niños y jóvenes llenan de nuevo las aulas de nuestros colegios, escuelas e ikastolas. Día tras día se sientan ante sus profesores y educadores para aprender. Pero ¿aprender qué?

Tal vez, todo menos lo más importante que es aprender a vivir. No nos damos cuenta de que, con frecuencia, a estos niños que acaban de recibir el regalo de la vida, les estamos proporcionando “un manual de instrucciones para su uso», totalmente disparatado.

Si siguen muchas de nuestras instrucciones, están condenados a no conocer nunca la felicidad. Ya no podrán sospechar siquiera que es posible disfrutar de la vida sin dinero. Se sentirán frustrados si no pueden ir satisfaciendo todos y cada uno de sus pequeños caprichos. Se creerán fracasados si no pueden cumplirse sus ambiciones.

Casi sin darnos cuenta, los iremos programando para la competitividad, la rivalidad, el éxito y el poder. Les animaremos a “sacar sobresaliente» y a entender la vida como una carrera en la que la mayor desgracia es quedarse “descolgado”.

Les enseñaremos a subir “al tren de la vida» y les instruiremos sobre cómo se han de comportar dentro de cada departamento, pero ¿quién les dirá hacia dónde se dirige ese tren alocado?

En su Exhortación pastoral con motivo del comienzo del curso, el Obispo de nuestra diócesis decía que «la comunicación ha de ser el cauce privilegiado para la acción educativa». La pregunta surge espontánea: ¿Qué pueden aprender las nuevas generaciones al comunicarse con nosotros?

¿Cómo contagiarles el gozo verdadero de la vida si nos ven ocupados estúpidamente en mil asuntos y negocios sin saborear apenas nunca el amor, la belleza y la amistad?

¿Cómo educarlos para la paz si sufren nuestra violencia, nuestra irritación y toda clase de agresividades?

¿Cómo sensibilizar su corazón a todo lo bueno, lo bello, lo digno, si ven que, para sentirnos vivos, necesitamos toda clase de drogas, excepto, naturalmente, las tres o cuatro que hemos de condenar de manera tajante?

¿Cuáles son las grandes convicciones que, con toda verdad y honradez, les podemos mostrar como horizonte y sentido de nuestra vida? ¿Qué Dios pueden descubrir en el fondo de nuestras creencias y de nuestra vida?

La frase de Jesús nos sigue interpelando a todos: «No os dejéis llamar maestro porque uno sólo es vuestro maestro”. Para los cristianos, sólo Jesucristo es el verdadero Maestro. De él hemos de aprender a vivir todos más humanamente si queremos enseñar algo digno a las nuevas generaciones.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
4 de noviembre de 1984

REAJUSTE EN LA IGLESIA

Todos vosotros sois hermanos...

Durante muchos años hemos conocido entre nosotros un clero numeroso y activo. Esta realidad que, por una parte, ha sido tan valiosa y enriquecedora para nuestra iglesia, ha provocado sin embargo una postura de pasividad y falta de protagonismo en el resto de la comunidad creyente.

Nos hemos acostumbrado a pensar que son los sacerdotes los únicos protagonistas y responsables de la vida y la marcha de la iglesia. Ellos son los que saben qué hay que hacer. Ellos los únicos que han de pensar, programar y hacerlo todo.

La iglesia la hemos entendido como una gran pirámide donde toda la responsabilidad parece recaer en el Papa, los Obispos y los sacerdotes. Sólo en la base de la pirámide están los fieles dispuestos a escuchar, aprender y recibir todo lo que se les indique.

Sin embargo, esta imagen piramidal no responde al deseo original de Jesús ni refleja bien el misterio de la iglesia llamada a ser, antes que nada, comunidad fraterna.

Jesús ha pensado más bien en una iglesia donde nadie se sienta «padre» ni «maestro» ni «jefe». Una iglesia hecha de hermanos donde todos han de encontrar su sitio y su tarea de servicio a los demás.

Por eso, nadie ha de pretender en la comunidad cristiana monopolizar toda la responsabilidad ni acaparar todas las tareas. Y nadie ha de considerarse miembro innecesario o pasivo.

Todos estamos llamados a participar activamente pues todos somos responsables de la iglesia y de su misión, aunque no todos seamos responsables de la misma manera.

Esto nos exige a todos un cambio y una conversión. Los seglares han de ir asumiendo su propia responsabilidad, colaborando con interés y generosidad, sin rehuir las tareas y funciones que les corresponden.

Por su parte, los sacerdotes hemos de aprender a trabajar no sólo para los fieles sino con los fieles. Hemos de aprender a ser sacerdotes en una iglesia más corresponsable, valorando el papel de los seglares, promoviendo su participación activa y confiándoles una responsabilidad mayor. Los sacerdotes somos responsables de que todos sean responsables.

Esta es una de nuestras grandes tareas en la iglesia: ir encontrando cada uno nuestro verdadero sitio en la comunidad cristiana para colaborar de manera fraterna y corresponsable en la vida y la misión de nuestra iglesia.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR

INCOHERENTES

Dicen y no hacen.

Jesús ha desenmascarado la mentira que ha encontrado en su caminar diario, pero nunca lo ha hecho con más violencia que cuando se ha enfrentado a los dirigentes de aquella sociedad.

No soporta la actuación de aquéllos que «han sentado cátedra» en medio del pueblo para exigir a los demás lo que ellos mismos no viven.

Jesús condena su descarada incoherencia. «Dicen y no hacen». Hay una profunda división entre lo que enseñan y lo que practican, entre lo que pretenden de los demás y lo que se exigen a sí mismos.

Las palabras de Jesús no han perdido actualidad. El pueblo sigue escuchando a dirigentes que «no hacen lo que dicen».

Defensores del orden cuya vida es desordenada. Proclamadores de justicia cuyas actuaciones están al margen de todo lo que es justo. Educadores cuya conducta deseduca a quienes la conocen.

Reformadores incapaces de reformar su propia vida. Revolucionarios que no se plantean una transformación radical de su existencia. Socialistas que no han «socializado» mínimamente su vida.

Pero, no deberíamos olvidar que la invectiva de Jesús se dirige de manera directa a los dirigentes religiosos. Porque también en nuestra iglesia hay quienes viven obsesionados por aplicar a otros la ley con rigorismo (admisión de los divorciados a los sacramentos, práctica de la confesión individual...) sin preocuparse tanto de vivir la radicalidad del seguimiento a Jesús.

También hoy se levantan maestros que detectan «herejías ocultas» y diagnostican supuestos peligros para la ortodoxia, sin ayudar luego positivamente a vivir con fidelidad la adhesión a Jesucristo.

También hoy se condena con rigor desde ciertas cátedras el pecado de ios pequeños y débiles, y se olvidan escandalosamente las injusticias de los poderosos.

Nuestra sociedad no necesita demagogos declamadores de palabras hermosas sino, dirigentes que, con su propia conducta, impulsen una verdadera transformación social.

Nuestra iglesia no necesita tinto moralistas minuciosos y teólogos ortodoxos cuanto creyentes verdaderos que con su vida irradien un aire más evangélico. Hombres y mujeres que vivan su fe.

Necesitamos «maestros de vida». Creyentes de existencia convincente. «Con su vuelta a lo esencial del evangelio, con su cordialidad y sinceridad habrán hecho posible la ‘desintoxicación’ de la atmósfera en la Iglesia» (L. Boros).

José Antonio Pagola



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domingo, 29 de octubre de 2017

02-11-2017 - Conmemoración de todos los difuntos (A)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

No dejes de visitar la nueva página de VÍDEOS DE LAS CONFERENCIAS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA .

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Conmemoración de todos los difuntos (A)


EVANGELIO

Yo soy el camino, y la verdad, y la vida.

Lectura del santo evangelio según san Juan 14,1-6

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

- Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.

Tomás le dice:

- Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?

Jesús le responde:

- Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
2014ko azaroaren 2a.

EN LAS MANOS DE DIOS

Los hombres de hoy no sabemos qué hacer con la muerte. A veces, lo único que se nos ocurre es ignorarla y no hablar de ella. Olvidar cuanto antes ese triste suceso, cumplir los trámites religiosos o civiles necesarios y volver de nuevo a nuestra vida cotidiana.

Pero tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre? ¿Qué actitud adoptar ante el esposo querido que nos dice su último adiós? ¿Que hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y amigas?

La muerte es una puerta que traspasa cada persona en solitario. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio insondable de Dios. ¿Cómo relacionarnos con él?

Los seguidores de Jesús no nos limitamos a asistir pasivamente al hecho de la muerte. Confiando en Cristo resucitado, lo acompañamos con amor y con nuestra plegaria en ese misterioso encuentro con Dios. En la liturgia cristiana por los difuntos no hay desolación, rebelión o desesperanza. En su centro solo una oración de confianza: “En tus manos, Padre de bondad, confiamos la vida de nuestro ser querido”

¿Qué sentido pueden tener hoy entre nosotros esos funerales en los que nos reunimos personas de diferente sensibilidad ante el misterio de la muerte? ¿Qué podemos hacer juntos: creyentes, menos creyentes, poco creyentes y también increyentes?

A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más frágiles y vulnerables; somos más incrédulos, pero también más inseguros. No nos resulta fácil creer, pero es difícil no creer. Vivimos llenos de dudas e incertidumbres, pero no sabemos encontrar una esperanza.

A veces, suelo invitar a quienes asisten a un funeral a hacer algo que todos podemos hacer, cada uno desde su pequeña fe. Decirle desde dentro a nuestro ser querido unas palabras que expresen nuestro amor a él y nuestra invocación humilde a Dios:

“Te seguimos queriendo, pero ya no sabemos cómo encontrarnos contigo ni qué hacer por ti. Nuestra fe es débil y no sabemos rezar bien. Pero te confiamos al amor de Dios, te dejamos en sus manos. Ese amor de Dios es hoy para ti un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer. Disfruta de la vida plena. Dios te quiere como nosotros no te hemos sabido querer. Un día nos volveremos a ver”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 -
2008ko azaroaren 2a.

LLORAR Y REZAR

Podemos ignorarla. No hablar de ella. Vivir intensamente cada día y olvidarnos de todo lo demás. Pero no lo podemos evitar. Tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrebatándonos a nuestros seres más queridos.

¿Cómo reaccionar ante ese accidente que se nos lleva para siempre a nuestro hijo? ¿Qué actitud adoptar ante la agonía del esposo que nos dice su último adiós? ¿Qué hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y personas queridas?

La muerte es como una puerta que traspasa cada persona a solas. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio. ¿Cómo vivir esa experiencia de impotencia, desconcierto y pena inmensa?

No es fácil. Durante estos años hemos ido cambiando mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más vulnerables. Más escépticos, pero también más necesitados. Sabemos mejor que nunca que no podemos darnos a nosotros mismos todo lo que en el fondo anhela el ser humano.

Por eso quiero recordar, precisamente en esta sociedad, unas palabras de Jesús que sólo pueden resonar en nosotros, si somos capaces de abrirnos con humildad al misterio último que nos envuelve a todos: «No se turbe vuestro corazón. Creed en Dios. Creed también en mí».

Creo que casi todos, creyentes, poco creyentes, menos creyentes o malos creyentes, podemos hacer dos cosas ante la muerte: llorar y rezar. Cada uno y cada una, desde su pequeña fe. Una fe convencida o una fe vacilante y casi apagada. Nosotros tenemos muchos problemas con nuestra fe, pero Dios no tiene problema alguno para entender nuestra impotencia y conocer lo que hay en el fondo de nuestro corazón.

Cuando tomo parte en un funeral, suelo pensar que, seguramente, los que nos reunimos allí, convocados por la muerte de un ser querido, podemos decirle así:

«Estamos aquí porque te seguimos queriendo, pero ahora no sabemos qué hacer por ti. Nuestra fe es pequeña y débil. Te confiamos al misterio de la Bondad de Dios. Él es para ti un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer. Sé feliz. Dios te quiere como nosotros no hemos sabido quererte. Te dejamos  en sus manos».

José Antonio Pagola

HOMILIA

NO A LA MUERTE.

Yo soy la resurrección y la vida

Lo que nosotros llamamos muerte, no es sino terminar de morir. El último instante en que se apaga la vida biológica. En realidad, tardamos en morir veinte, cuarenta o setenta y cinco años. Desde que nacemos estamos ya muriendo. La muerte no es algo que nos llega desde fuera, al final de nuestra vida. La muerte comienza cuando nacemos.

Nos vamos muriendo segundo a segundo y minuto a minuto, gastando de manera irreversible la energía vital que poseemos. Los hombres somos mortales no porque al término de nuestra vida hay un final, sino porque constantemente nuestra vida se va vaciando, se va desgastando y va «muriendo».

Pero la muerte no es problema sólo del individuo humano. La muerte está presente dentro de toda vida, envolviendo con sus brazos poderosos a todo viviente. Se puede afirmar que todo lo que vive está ya camino de la muerte.

Los animales que corren, vuelan y se agitan por la tierra entera, la vegetación multicolor que cubre nuestro planeta, la vida que se puede encerrar en el universo entero, camina hacia la muerte.

Pero hay que decir todavía algo más. Lo que construyen los vivientes, sus organizaciones, sus grandes sistemas, sus revoluciones, logros y conquistas están abocados también a morir un día.

Y sin embargo, desde el fondo de la vida, de toda vida, nace una protesta. Ningún viviente quiere morir. Y esta protesta se convierte en el hombre en un grito consciente de angustia y de impotencia que refleja y resume el deseo profundo de toda la creación.

Los cristianos creemos que este anhelo por la vida ha sido escuchado por Dios. Jesucristo muerto por los hombres, pero resucitado por Dios, es el signo y la garantía de que Dios ha recogido nuestro grito y quiere encaminarlo todo hacia la plenitud de la vida.

Por eso dentro de esta vida mortal, el creyente es un hombre que afirma la vida y rechaza la muerte. Defiende y promueve todo lo que conduce a la vida, y condena y lucha contra todo lo que nos lleva a la destrucción y la muerte.

Dios ha dicho no a la muerte. La actitud cristiana de defensa de la vida en todos los frentes (aborto eutanasia muertes violentas, opresión destructora...) nace de esa fe en un Dios «amigo de la vida» que en Jesucristo resucitado nos descubre su voluntad de liberarnos definitivamente de la muerte.

José Antonio Pagola

HOMILIA

EN LAS MANOS DE DIOS

En la casa de mi Padre hay muchas moradas.

El hombre contemporáneo no sabe qué hacer con la muerte. Lo único que se le ocurre es ignorarla y no hablar de ella. Olvidar cuanto antes ese triste suceso y volver de nuevo al vértigo de la vida.

Pero, tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre? ¿Qué actitud adoptar ante la agonía de ese esposo que nos dice su último adiós? ¿Qué hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y personas queridas?

La muerte es una puerta que traspasa cada hombre o mujer en solitario. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en e1 misterio insondable de Dios. ¿Cómo relacionarnos con él?

La liturgia cristiana nos revela cuál es la actitud de los creyentes ante la muerte de nuestros amigos y hermanos.

La Iglesia no se limita a asistir pasivamente al hecho de la muerte ni tan sólo a consolar a los que quedamos aquí llorando a nuestros seres queridos. Su reacción espontánea es de solidaridad fraterna hacia el difunto.

La comunidad cristiana rodea al que muere, pide por él y le acompaña con su amor y su plegaria en ese misterioso encuentro con Dios.

Ni una palabra de desolación o de rebelión, de vacío o duda. En el centro de toda la liturgia por los difuntos, sólo una oración de confianza: «En tus manos, Padre de bondad, encomendamos el alma de nuestro hermano”.

Es como si dijéramos a ese ser querido que se nos ha muerto: «Te seguimos queriendo, pero tú te vas y tu partida nos entristece. Sin embargo, sabemos que te dejamos en mejores manos. Esas manos de Dios son un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer ahora. Dios te quiere como nosotros no hemos sabido quererte. En El te dejamos confiados”.

Esta confianza que llena el corazón de los-creyentes de paz y esperanza ante la muerte de nuestros seres queridos no es un sentimiento arbitrario, sino que nace de nuestra fe en Jesucristo resucitado: «Recuerda a tu hijo a quien has llamado de este mundo a tu presencia. Concédele que así como ha compartido ya la muerte de Jesucristo, comparta también con él la gloria de la resurrección”.

Todo esto puede parecer inaceptable a muchos que se acercarán hoy al cementerio a depositar unas flores y recordar experiencias vividas aquí con sus seres queridos. Como decía K Rahner, hay cosas que sólo podemos vivir “si tenemos un corazón sabio y humilde y nos acostumbramos a ver lo que está sustraído a la mirada del superficial y del impaciente”.

José Antonio Pagola
HOMILIA

Yo soy la resurrección y la vida

Lo que nosotros llamamos muerte, no es sino terminar de morir. El último instante en que se apaga la vida biológica. En realidad, tardamos en morir veinte, cuarenta o setenta y cinco años. Desde que nacemos estamos ya muriendo. La muerte no es algo que nos llega desde fuera, al final de nuestra vida. La muerte comienza cuando nacemos.

Nos vamos muriendo segundo a segundo y minuto a minuto, gastando de manera irreversible la energía vital que poseemos. Los hombres somos mortales no porque al término de nuestra vida hay un final, sino porque constantemente nuestra vida se va vaciando, se va desgastando y va «muriendo».

Pero la muerte no es problema sólo del individuo humano. La muerte está presente dentro de toda vida, envolviendo con sus brazos poderosos a todo viviente. Se puede afirmar que todo lo que vive está ya camino de la muerte.

Los animales que corren, vuelan y se agitan por la tierra entera, la vegetación multicolor que cubre nuestro planeta, la vida que se puede encerrar en el universo entero, camina hacia la muerte.

Pero hay que decir todavía algo más. Lo que construyen los vivientes, sus organizaciones, sus grandes sistemas, sus revoluciones, logros y conquistas están abocados también a morir un día.

Y sin embargo, desde el fondo de la vida, de toda vida, nace una protesta. Ningún viviente quiere morir. Y esta protesta se convierte en el hombre en un grito consciente de angustia y de impotencia que refleja y resume el deseo profundo de toda la creación.

Los cristianos creemos que este anhelo por la vida ha sido escuchado por Dios. Jesucristo muerto por los hombres, pero resucitado por Dios, es el signo y la garantía de que Dios ha recogido nuestro grito y quiere encaminarlo todo hacia la plenitud de la vida.

Por eso dentro de esta vida mortal, el creyente es un hombre que afirma la vida y rechaza la muerte. Defiende y promueve todo lo que conduce a la vida, y condena y lucha contra todo lo que nos lleva a la destrucción y la muerte.

Dios ha dicho no a la muerte. La actitud cristiana de defensa de la vida en todos los frentes (aborto, eutanasia, muertes violentas, opresión destructora... ) nace de esa fe en un Dios «amigo de la vida» que en Jesucristo resucitado nos descubre su voluntad de liberarnos definitivamente de la muerte.

José Antonio Pagola




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