lunes, 30 de noviembre de 2015

06/12/2015 - 2º domingo de Adviento (C)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción". 
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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2º domingo de Adviento (C)


EVANGELIO

Todos verán la salvación de Dios.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 3,1-6

En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:
- Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2015-2016 -
6 de diciembre de 2015

EN EL MARCO DEL DESIERTO

Preparad el camino al Señor.

Lucas tiene interés en precisar con detalle los nombres de los personajes que controlan en aquel momento las diferentes esferas del poder político y religioso. Ellos son quienes lo planifican y dirigen todo. Sin embargo, el acontecimiento decisivo de Jesucristo se prepara y acontece fuera de su ámbito de influencia y poder, sin que ellos se enteren ni decidan nada.
Así aparece siempre lo esencial en el mundo y en nuestras vidas. Así penetra en la historia humana la gracia y la salvación de Dios. Lo esencial no está en manos de los poderosos. Lucas dice escuetamente que «la Palabra de Dios vino sobre Juan en el desierto», no en la Roma imperial ni en el recinto sagrado del Templo de Jerusalén.
En ninguna parte se puede escuchar mejor que en el desierto la llamada de Dios a cambiar el mundo. El desierto es el territorio de la verdad. El lugar donde se vive de lo esencial. No hay sitio para lo superfluo. No se puede vivir acumulando cosas sin necesidad. No es posible el lujo ni la ostentación. Lo decisivo es buscar el camino acertado para orientar la vida.
Por eso, algunos profetas añoraban tanto el desierto, símbolo de una vida más sencilla y mejor enraizada en lo esencial, una vida todavía sin distorsionar por tantas infidelidades a Dios y tantas injusticias con el pueblo. En este marco del desierto, el Bautista anuncia el símbolo grandioso del «Bautismo», punto de partida de conversión, purificación, perdón e inicio de vida nueva.
¿Cómo responder hoy a esta llamada? El Bautista lo resume en una imagen tomada de Isaías: «Preparad el camino del Señor». Nuestras vidas están sembradas de obstáculos y resistencias que impiden o dificultan la llegada de Dios a nuestros corazones y comunidades, a nuestra Iglesia y a nuestro mundo. Dios está siempre cerca. Somos nosotros los que hemos de abrir caminos para acogerlo encarnado en Jesús.
Las imágenes de Isaías invitan a compromisos muy básicos y fundamentales: cuidar mejor lo esencial sin distraernos en lo secundario; rectificar lo que hemos ido deformando entre todos; enderezar caminos torcidos; afrontar la verdad real de nuestras vidas para recuperar un talante de conversión. Hemos de cuidar bien los bautizos de nuestros niños, pero lo que necesitamos todos es un «bautismo de conversión».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2012-2013 -
9 de diciembre de 2012

ABRIR CAMINOS NUEVOS

Los primeros cristianos vieron en la actuación del Bautista al profeta que preparó decisivamente el camino a Jesús. Por eso, a lo largo de los siglos, el Bautista se ha convertido en una llamada que nos sigue urgiendo a preparar caminos que nos permitan acoger a Jesús entre nosotros.
Lucas ha resumido su mensaje con este grito tomado del profeta Isaías: "Preparad el camino del Señor". ¿Cómo escuchar ese grito en la Iglesia de hoy?  ¿Cómo abrir caminos para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo podamos encontrarnos con él? ¿Cómo acogerlo en nuestras comunidades?
Lo primero es tomar conciencia de que necesitamos un contacto mucho más vivo con su persona. No es posible alimentarse solo de doctrina religiosa. No es posible seguir a un Jesús convertido en una sublime abstracción. Necesitamos sintonizar vitalmente con él, dejarnos atraer por su estilo de vida, contagiarnos de su pasión por Dios y por el ser humano.
En medio del "desierto espiritual" de la sociedad moderna, hemos de entender y configurar la comunidad cristiana como un lugar donde se acoge el Evangelio de Jesús. Vivir la experiencia de reunirnos creyentes, menos creyentes, poco creyentes e, incluso, no creyentes, en torno al relato evangélico de Jesús. Darle a él la oportunidad de que penetre con su fuerza humanizadora en nuestros problemas, crisis, miedos y esperanzas.
No lo hemos de olvidar. En los evangelios no aprendemos doctrina académica sobre Jesús, destinada inevitablemente a envejecer a lo largo de los siglos. Aprendemos un estilo de vivir realizable en todos los tiempos y en todas las culturas: el estilo de vivir de Jesús. La doctrina no toca el corazón, no convierte ni enamora. Jesús sí.
La experiencia directa e inmediata con el relato evangélico nos hace nacer a una fe nueva, no por vía de "adoctrinamiento" o de "aprendizaje teórico", sino por el contacto vital con Jesús. Él nos enseña a vivir la fe, no por obligación sino por atracción. Nos hace vivir la vida cristiana, no como deber sino como contagio. En contacto con el evangelio recuperamos nuestra verdadera identidad de seguidores de Jesús.
Recorriendo los evangelios experimentamos que la presencia invisible y silenciosa del Resucitado adquiere rasgos humanos y recobra voz concreta. De pronto todo cambia: podemos vivir acompañados por Alguien que pone sentido, verdad y esperanza en nuestra existencia. El secreto de la "nueva evangelización" consiste en ponernos en contacto directo e inmediato con Jesús. Sin él no es posible engendrar una fe nueva.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 -
6 de diciembre de 2009

EN EL MARCO DEL DESIERTO

(Ver homilía del ciclo C - 2015-2016)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
10 de diciembre de 2006

DIOS TIENE ALGO QUE DECIR

La palabra de Dios vino sobre Juan en el desierto.

Hacia los años 28/29 de nuestra era, apareció en la escena de Palestina un profeta de Dios, llamado Juan, que recorría la comarca del Jordán predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Así describe el hecho el evangelio de Lucas.
Aparentemente todo está en orden. Desde su refugio en la isla de Capri, el emperador Tiberio gobierna las naciones, sin necesidad de movilizar sus legiones. Imitando a su padre, Antipas va construyendo su pequeño «reino». Desde Cesárea, el prefecto Pilato rige con dureza la región de Judea.
En Jerusalén todo discurre con relativa paz. José Caifás, sumo sacerdote desde el año 18, se entiende bien con Pilato. Ambos logran mantener un difícil equilibrio que garantiza los intereses del imperio y los del templo.
Pero, mientras todo «marcha bien», ¿quién se acuerda de las familias que van perdiendo sus tierras en Galilea?, ¿quién piensa en los indigentes que no encuentran sitio en el imperio?, ¿adónde pueden acudir los pobres si desde el templo nadie los defiende? Allí no reina Dios sino Tiberio, Antipas, Pilato y Caifás. No hay sitio para nadie que se preocupe de los últimos.
Ante esta situación, Dios tiene algo que decir. Su palabra no se escucha en la villa imperial de Capri. Nadie la oye en el palacio herodiano de Tiberíades ni en la residencia del prefecto romano de Cesarea. Tampoco se deja oír en el recinto sagrado del templo. La Palabra de Dios vino sobre Juan, en el desierto.
Sólo en el desierto se puede escuchar de verdad la llamada de Dios a cambiar el mundo. En el desierto las personas se ven obligadas a vivir de lo esencial. No hay sitio para lo superfluo. No es posible vivir acumulando cosas y más cosas. Nadie vive de modas y apariencias. Se vive en la verdad básica de la vida.
Ésta es nuestra tragedia. Instalados en una sociedad que para nosotros «va bien», disfrutando de una religión que da seguridad, nos vamos desviando de lo esencial. Nuestro bienestar está «bloqueando» el camino a Dios. Para cambiar el mundo hemos de cambiar nuestra vida: hacerla más responsable y solidaria, más generosa y sensible a los que sufren.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
7 de diciembre de 2003

LA VOZ DEL DESIERTO

Preparadle el camino al Señor.

No sabemos ni cuándo ni cómo fue. Un día, un sacerdote rural llamado Juan abandonó sus obligaciones del templo, se alejó de Jerusalén y se adentró en el desierto del Jordán buscando silencio y soledad para escuchar a Dios.
No llegaban hasta allí las intrigas de Pilato ni las maquinaciones de Antipas. No se oía el ruido del templo ni los negocios de los terratenientes de Galilea. Según Isaías, el «desierto» era el mejor lugar para abrirse a Dios e iniciar la conversión. Según el profeta Oseas, es en el «desierto» donde Dios «habla al corazón». ¿Es posible escuchar hoy a este Dios del «desierto»?
En el «desierto» sólo se vive de lo esencial. No hay lugar para lo superfluo: se escucha la verdad de Dios mejor que en los centros comerciales. Tampoco hay sitio para la complacencia y el autoengaño: el «desierto» acerca casi siempre a Dios más que el templo.
Cuando la voz de Dios viene del «desierto», no nos llega distorsionada por los intereses económicos, políticos y religiosos que, casi siempre, lo enredan todo. Es una voz limpia y clara, que habla a todos de lo esencial, no de nuestras disputas, intrigas y estrategias.
Casi siempre lo esencial consiste en pocas cosas, sólo las necesarias. Así es el mensaje de Juan: «Poneos ante Dios y reconoced cada uno vuestro pecado. Sospechad de vuestra inocencia. Id a la raíz». Cada uno somos, de alguna manera, cómplices de las injusticias y egoísmos que hay entre nosotros. Cada creyente, tenemos algo que ver con la infidelidad de la Iglesia al Evangelio.
En el «desierto» lo decisivo es cuidar la vida. Así proclama el Bautista: «Convertíos a Dios. Lavaos de vuestra malicia y comenzad a reconstruir la vida de manera diferente, tal como la quiere Él». Es nuestra primera responsabilidad. Si yo no cambio, ¿qué estoy aportando a la transformación de la sociedad? Si yo no me convierto al Evangelio, ¿cómo estoy contribuyendo a la conversión de la Iglesia actual?
En medio de la agitación, el ruido, la información y difusión constante de mensajes, ¿quién escuchará la «voz del desierto»?, ¿quién nos hablará de lo esencial?, ¿quién abrirá camino a Dios en este mundo?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
10 de diciembre de 2000

HACER SITIO A DIOS

Preparad el camino del Señor.

Juan grita mucho. Lo hace porque ve al pueblo dormido y quiere despertarlo, lo ve apagado y quiere encender en él la fe en un Dios Salvador. Su grito se concentra en una llamada: «Preparad el camino del Señor». ¿Cómo abrirle caminos a Dios? ¿Cómo hacerle más sitio en nuestra vida?
Búsqueda personal. Para muchos, Dios está hoy como oculto y encubierto por toda clase de prejuicios, dudas, malos recuerdos de la infancia o experiencias religiosas negativas. ¿Cómo descubrirlo? Lo importante no es pensar en la Iglesia, los curas, la misa o la moral sexual. Lo primero es abrir el corazón y buscar al Dios vivo que se nos revela en Jesucristo. Dios se deja encontrar por los que lo buscan.
Atención interior. Para abrirle un camino a Dios es necesario descender al fondo de nuestro corazón. Quien no busca a Dios en su interior es difícil que lo encuentre fuera. Dentro de nosotros encontraremos miedos, preguntas, deseos, vacío... No importa. Dios está ahí. Él nos ha creado con un corazón que no descansará si no es en él.
Con un corazón sincero. No ha de preocuparnos el pecado o la mediocridad. Lo que más nos acerca al misterio de Dios es vivir en la verdad, no engañarnos a nosotros mismos, reconocer nuestros errores. El encuentro con Dios acontece cuando a uno le nace desde dentro esta oración: «Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador». Éste es el mejor camino para recuperar la paz y la alegría interior.
En actitud confiada. Es el miedo el que cierra a no pocos el camino hacia Dios. Tienen miedo a encontrarse con Él, sólo piensan en su juicio y sus posibles castigos. No terminan de creerse que Dios sólo es amor y que, incluso cuando juzga al ser humano, lo hace con amor infinito. Despertar la confianza total en este amor puede ser comenzar a vivir de una manera nueva y gozosa con Dios.
Caminos diferentes. Cada uno ha de hacer su propio recorrido. Dios nos acompaña a todos. No abandona a nadie y menos cuando se encuentra perdido. Lo importante es no perder el deseo humilde de Dios. Quien sigue confiando, quien de alguna manera desea creer es ya «creyente» ante ese Dios que conoce hasta el fondo el corazón de cada persona.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
7 de diciembre de 1997

IR A LO ESENCIAL

Preparad el camino del Señor.

Hemos entrado ya en el tercer milenio y, en las sociedades avanzadas de Europa, se vive un momento cultural difuso que ha sido designado con el nombre de posmodernidad. No es fácil precisar los contornos de esta cultura posmoderna, aunque podemos apuntar entre sus rasgos más notables algunos que parecen dificultar la fe religiosa del hombre contemporáneo.
Es, sin duda, una cultura de la «intrascendencia», que ata a la persona al «aquí» y al «ahora» haciéndole vivir sólo para lo inmediato, sin necesidad de abrirse al misterio de la trascendencia. Dios va perdiendo interés y significado en la medida en que no es reconocido como horizonte último de la existencia.
Es una cultura del «divertimiento» que arranca a la persona de sí misma haciéndole vivir en el olvido de las grandes cuestiones que lleva en su corazón el ser humano. En contra de la máxima agustiniana, «No salgas de ti mismo; en tu interior habita la verdad», el ideal de no pocos parece ser vivir fuera de sí mismos. No es fácil así el encuentro con el «Dios escondido» que habita en cada uno de nosotros.
Es también una cultura en la que el «ser» es sustituido por el «tener». Son muchos los que terminan dividiendo su vida en dos tiempos: el dedicado a trabajar y el consagrado a consumir. El espíritu posesivo alimentado por la gran cantidad de objetos puestos a disposición de nuestros deseos es entonces el principal obstáculo para el encuentro con Dios.
No es extraño que la pregunta aflore entre los estudiosos del hecho religioso: ¿Se puede ser cristiano en la posmodernidad? (ver el excelente trabajo de J. Martín Velasco, Ser cristiano en una cultura posmoderna (Ed. PPC, Madrid 1997)). Ciertamente, de poco sirve en este contexto cultural una religión donde se reza sin comunicarse con Dios, se comulga sin comulgar con nadie, se asiste a misa sin celebrar nada vital. Una religión donde hay de todo, pero donde queda fuera precisamente Dios.
El evangelista Lucas recuerda en su evangelio el grito del profeta Isaías: «Preparad el camino del Señor.» Entre nosotros este grito tiene hoy una traducción: «Id al corazón mismo de la fe, buscad lo esencial, acoged a Dios.» En una obra reciente, el prestigioso teólogo ortodoxo Olivier Clement afirma que, en definitiva, «la fe consiste en saberse amado y responder al amor con amor». Sin duda, es lo esencial para abrir en nuestras vidas el camino a Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
4 de diciembre de 1994

DE OIDAS

Preparad el camino del Señor.

Hay personas que, más que creer en Dios, creen en aquellos que hablan de él. Sólo saben de Dios «de oídas». Les falta experiencia personal. Asisten, tal vez, a celebraciones religiosas pero nunca abren su corazón a Dios. Jamás se detienen a percibir su presencia en el interior de su ser.
Es un fenómeno frecuente. Vivimos girando en tomo a nosotros mismos, pero fuera de nosotros. Trabajamos y disfrutamos, amamos y sufrimos, vivimos y envejecemos, pero nuestra vida transcurre sin misterio y sin horizonte último.
Incluso, los que nos decimos creyentes, no sabemos muchas veces «estar ante Dios». Se nos hace difícil reconocemos como seres frágiles, pero amados infinitamente por él. No sabemos admirar su grandeza insondable ni gustar su presencia cercana. No sabemos invocar ni alabar.
A todos se nos pueden aplicar las palabras del Bautista: «En medio de vosotros hay uno al que no conocéis. » ¿Qué sabemos nosotros de Dios fuera de algunos viejos tópicos? ¿Qué sabemos de Cristo fuera de cuatro datos superficiales?
Tal vez, ésta es nuestra peor pobreza: ignorar lo que tenemos. Qué pena da ver discutir de Dios en ciertos programas de televisión. Se habla «de oídas». Se debate lo que no se conoce. Las personas se acaloran hablando del Papa y los anticonceptivos, pero a nadie se le oye hablar en serio de ese Misterio que los creyentes llaman «Dios».
Para descubrir a Dios, no sirven las discusiones sobre religión ni los argumentos de otros. Cada uno ha de hacer su propio recorrido y vivir su propia experiencia. No basta criticar la religión en sus aspectos más deformados. Es necesario buscar personalmente el rostro de Dios. Abrirle caminos en nuestra propia vida. «Preparar el camino del Señor».
Cuando, durante años, se ha vivido la religión como un deber o como un peso, sólo esta experiencia personal puede desbloquear el camino hacia Dios: poder comprobar, aunque sólo sea de forma germinal y humilde, que es bueno creer, que Dios hace bien.
El encuentro con este Dios no siempre es fácil. Lo más genuino que puede hacer el ser humano es buscar. No cerrar ninguna puerta; no desechar ninguna llamada. Seguir buscando, tal vez, con el último resto de sus fuerzas y de su fe. Muchas veces, lo único que se le puede ofrecer a Dios es nuestro deseo de encontrarlo.
Dios no se esconde de los que lo buscan y preguntan así por él. Tarde o temprano, uno se encuentra con su «visita» inconfundible. Entonces, todo cambia. Lo creíamos lejano y está cerca. Lo sentíamos amenazador y es el mejor amigo. A la persona se le escapan las mismas palabras que a Job: «Hasta ahora hablaba de ti de oídas; ahora te han visto mis ojos.».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
8 de diciembre de 1991

PREGUNTAS

Preparad el camino del Señor.

Dentro de cada uno de nosotros hay un mundo casi inexplorado que muchos hombres y mujeres no llegan siquiera a sospechar. Viven sólo desde fuera. Ignoran lo que se oculta en el fondo de su ser. No es el mundo de los sentimientos o los afectos. No es el campo de la sicología o la psiquiatría. Es un país más profundo y misterioso. Se llama interioridad.
De ese mundo nace la pregunta más simple y elemental del ser humano: ¿Quién soy yo? Pero, antes de que hayamos comenzado a contestar algo, las preguntas siguen brotando sin cesar: ¿De dónde vengo? ¿Por qué estoy en la vida? ¿Para qué? ¿En qué terminará todo esto?
Son preguntas que ni el psicólogo ni el psiquiatra pueden responder. Interrogantes que nos colocan inmediatamente ante el misterio. De todo esto no sabemos nada. Lo único cierto es que caminamos por la vida como a oscuras.
Mucha gente no tiene hoy tiempo ni humor para hacerse estas preguntas. Bastante hace uno con vivir, buscarse un trabajo, sacar adelante una familia y enfrentarse con un poco de ánimo a los problemas de cada día.
Otros no quieren oír tales interrogantes. Los llaman «cuestiones abstractas». En todo caso, serían para esas cuatro personas extrañas dedicadas a elaborar disquisiciones metafísicas que a nada conducen. Hay que ser más realistas y pragmáticos. Tener los pies en el suelo. Además, estamos muy ocupados. Siempre tenemos algo que hacer. Hay que trabajar, relacionarse con los amigos, ver el programa de la «tele», desplazarse de una parte a otra. No tenemos un minuto libre.
Y, ciertamente, para adentramos en ese mundo de «las preguntas últimas» de la vida, se necesita una cierta calma y silencio. La agitación, las prisas o el exceso de actividad impiden al ser humano escucharse hacia adentro. Nos hace falta todos los días, como dice bellamente P. Loidi, «un buen rato de inactividad para adentramos descalzos en nuestro mundo interior».
No pocas personas se preguntan qué podrían hacer para encontrase con Dios. Algunas me escriben pidiéndome algún «buen libro» que pudiera despertar su fe. Sin duda, todo puede ayudar. Pero no hemos de olvidar que hacia Dios se parte siempre desde dentro, no desde fuera.
Tal vez, la mejor manera de escuchar las palabras del Bautista y «preparar los caminos del Señor» sea hacer silencio en nosotros, escuchar esas preguntas sencillas pero profundas que brotan desde nuestro interior y estar más atentos al misterio que nos envuelve y penetra por todas partes.
Recordemos la célebre invitación de san Anselmo: «Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales, entra un instante en ti mismo, lejos de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
4 de diciembre de 1988

CURAS, ¿PARA QUE?

Preparad el camino del Señor.

Con este título publicaba hace ya quince años H. Küng un pequeño libro sobre la tarea propia del sacerdote. Bastante gente se sigue preguntando hoy para qué pueden servir los sacerdotes en una sociedad como la nuestra.
Lo que nuestra sociedad parece necesitar es políticos hábiles que nos resuelvan los problemas de nuestra convivencia socio-política. Economistas audaces que encuentren alguna soluci6n a la grave crisis que nos envuelve. Hombres de empresa que levanten el país. Pero, curas, ¿para qué?
En este Día del Seminario en que se nos hace a todos una llamada a preocuparnos de los futuros sacerdotes de nuestras comunidades cristianas, quisiera responder de alguna manera a esta pregunta no desde una teología del ministerio sacerdotal sino desde la experiencia modesta de bastantes sacerdotes.
Curas, ¿para qué? Para escuchar los interrogantes, los miedos, insatisfacciones e incertidumbres de tantos hombres y mujeres que abandonaron un día a un Dios en el que no podían creer y acompañarles hoy en la búsqueda del verdadero rostro del Dios de Jesucristo.
Para sembrar un poco de esperanza en tantas personas que viven sin horizonte, sin saber qué sentido dar a su vida, llenos de cosas y con el alma vacía.
Para compartir las inquietudes de los jóvenes, entender sus aspiraciones, comprender sus contradicciones y acompañarlos en su soledad orientándolos hacia el mensaje de Cristo.
Para denunciar modestamente pero con libertad y sin depender de las consignas de ningún partido, las mentiras, injusticias, manipulaciones, violencias y superficialidad de nuestras vidas.
Para defender los derechos humanos que todos defienden e, incluso, los que apenas defiende hoy nadie, como el derecho a la vida interior y al silencio, el derecho a morir con sentido, el derecho a ser aceptados con nuestras cobardías y pecados, el derecho de todo hombre al amor y la solidaridad de todos, el derecho a buscar a Dios.
Para que en nuestro pueblo no se oigan solamente los anuncios comerciales de la televisión, las consignas de los políticos o las voces de los cantantes, sino que se pueda seguir escuchando el mensaje liberador del evangelio.
Para que en medio de esta sociedad sigan creciendo comunidades cristianas donde los hombres y mujeres de nuestro tiempo puedan aprender qué es seguir hoy a Jesucristo y qué es descubrir la salvación última del hombre.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
8 de diciembre de 1985

PREPARAR CAMINOS

Preparad el camino.

¿Es pesimista pensar que en nuestra sociedad la esperanza cristiana es un concepto poco menos que vacío de significado práctico para muchos?
Sin duda, hay bastantes que, a pesar de vivir en un mundo conmocionado por el desencanto, tienen «esperanza». Esperan que los tiempos mejoren. Que el panorama social y político se clarifique. Que la crisis económica se resuelva.
No se preguntan qué modelo de sociedad y de hombre nuevo desean. Tampoco luchan en realidad por un mundo mejor. Lo que ellos esperan es poder asegurar mejor sus intereses y poder beneficiarse más de un crecimiento económico y de un nivel de vida cada vez más elevado.
Siguen teniendo «muchas esperanzas». Son tantas las cosas que quisieran conseguir en la vida. Pero, naturalmente, son esperanzas que no van más allá de sus intereses individuales ni del disfrute intenso de esta vida.
Si se les obliga a preguntarse por una «esperanza última», muchos de ellos nos hablarán de que esperan «un final feliz» para su existencia gracias al amor misericordioso de Dios.
Pero este «final feliz» no les atrae ni mucho ni poco. Se contentarían con lo que viven. Están bien donde están. No sienten demasiada necesidad de esa «salvación» de la que habla la religión. No sospechan que ser creyente es ir caminando solidariamente hacia la felicidad y liberación total en Dios.
Necesitamos redescubrir que ser cristiano es orientar e impulsar nuestra vida actual hacia su plenitud final. Escuchar una llamada a «preparar caminos» que nos acerquen a los hombres al estilo de vida y convivencia promovido por Jesús.
No se tiene verdadera esperanza cuando no se vive colaborando de alguna manera a la gestación de ese hombre nuevo.
Es fácil sentir la impotencia ante la complejidad de la sociedad actual y lo poco que uno puede hacer. Pero todos podemos ayudarnos algo a ser más humanos, crear un nuevo tipo de solidaridad entre nosotros, transformar costumbres, humanizar comportamientos ante los bienes y las personas, reaccionar de manera casi instintiva frente a abusos, mentiras y manipulaciones.
Lo que debemos tener siempre claro es que «la espera de una nueva tierra no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana» (Gaudium et Spes).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
5 de diciembre de 1982

EL NUEVO GRITO DEL DESIERTO

Una voz grita en el desierto.

Al narrar el nacimiento de Jesús, el evangelio va enumerando la imponente serie de personajes importantes de la época. Hombres que ocupan los más altos poderes civiles, administrativos y religiosos.
Sin embargo, es un hombre pobre del desierto el único que escucha la palabra de Dios que debe oír todo el pueblo. Un hombre que no pertenece a ninguna jerarquía y no posee poder, dinero ni autoridad alguna.
Las gentes deberán escuchar la llamada al cambio y a la transformación, no en la corte del emperador ni en los círculos selectos de los gobernadores romanos o los sacerdotes judíos. Es al hombre del desierto al que habrán de acudir.
Siempre es así. Es al pobre al que hay que escuchar para poder oír en lo más hondo de nuestro ser una llamada al cambio y a la salvación.
Cuando un hombre sincero es capaz de aprender a mirar la vida desde la perspectiva del pobre y del indefenso, se siente llamado a renovar su vida. Escuchar al hombre que nos grita desde el desierto de su pobreza, es siempre escuchar una llamada a la conversión.
Quizás si aprendiéramos a ver la vida desde la necesidad del pobre y acertáramos a compartir sus aspiraciones, sus luchas y su hambre por vivir en una sociedad más humana, comenzaríamos a entender la existencia de una manera cualitativamente distinta. ¿No será éste el mejor camino para escuchar con nitidez la llamada a abrir nuevos caminos en nuestra vida personal y en nuestra conducta social?
Un grito estridente y doloroso se escucha hoy en nuestra sociedad contemporánea. Es la voz de los desclasados, los indefensos, los atropellados, los ancianos, los humillados, los manipulados, los desprovistos de toda defensa ante las injusticias de los más poderosos.
Es una voz que nos urge a «socializar» más nuestra vida y a empeñarnos en nuevos caminos que nos conduzcan a una sociedad distinta, organizada no en función de los intereses de unos privilegiados sino de las necesidades de los débiles e indefensos.
La salvación viene siempre de una palabra de Dios. Y esta palabra se nos dirige incesantemente a los hombres también hoy, aunque raramente encuentre a alguien que la escuche en su corazón.

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com



lunes, 23 de noviembre de 2015

29/11/2015 - 1º domingo de Adviento (C)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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1º domingo de Adviento (C)


EVANGELIO

Se acerca vuestra liberación.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 21,25-28.34-36

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2015-2016 -
29 de diciembre de 2015

ESTAD SIEMPRE DESPIERTOS

Estad siempre despiertos.

Los discursos apocalípticos recogidos en los evangelios reflejan los miedos y la incertidumbre de aquellas primeras comunidades cristianas, frágiles y vulnerables, que vivían en medio del vasto Imperio romano, entre conflictos y persecuciones, con un futuro incierto, sin saber cuándo llegaría Jesús, su amado Señor.
También las exhortaciones de esos discursos representan, en buena parte, las exhortaciones que se hacían unos a otros aquellos cristianos recordando el mensaje de Jesús. Esa llamada a vivir despiertos  cuidando la oración y la confianza son un rasgo original y característico de su Evangelio y de su oración.
Por eso, las palabras que escuchamos hoy, después de muchos siglos, no están dirigidas a otros destinatarios. Son llamadas que hemos de escuchar los que vivimos ahora en la Iglesia de Jesús en medio de las dificultades e incertidumbres de estos tiempos.
La Iglesia actual marcha a veces como una anciana "encorvada" por el peso de los siglos, las luchas y trabajos del pasado. "Con la cabeza baja", consciente de sus errores y pecados, sin poder mostrar con orgullo la gloria y el poder de otros tiempos.
Es el momento de escuchar la llamada que Jesús nos hace a todos.
«Levantaos», animaos unos a otros. «Alzad la cabeza» con confianza. No miréis al futuro solo desde vuestros cálculos y previsiones. « Se acerca vuestra liberación». Un día ya no viviréis encorvados, oprimidos ni tentados por el desaliento. Jesucristo es vuestro Liberador.
Pero hay maneras de vivir que impiden a muchos caminar con la cabeza levantada  confiando en esa liberación definitiva. Por eso, «tened cuidado de que no se os embote la mente». No os acostumbréis a vivir con un corazón insensible y endurecido, buscando llenar vuestra vida de bienestar y placer, de espaldas al Padre del Cielo y a sus hijos  que sufren en la tierra. Ese estilo de vida os hará cada vez menos humanos.
«Estad siempre despiertos». Despertad la fe en vuestras comunidades. Estad más atentos a mi Evangelio. Cuidad mejor mi presencia en medio de vosotros. No seáis comunidades dormidas. Vivid «pidiendo fuerza». ¿Cómo seguiremos los pasos de Jesús si el Padre no nos sostiene? ¿Cómo podremos «mantenernos en pie ante el Hijo del Hombre»?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2012-2013 -
2 de diciembre de 2012

INDIGNACIÓN Y ESPERANZA

Una convicción indestructible sostiene desde sus inicios la fe de los seguidores de Jesús: alentada por Dios, la historia humana se encamina hacia su liberación definitiva. Las contradicciones insoportables del ser humano y los horrores que se cometen en todas las épocas no han de destruir nuestra esperanza.
Este mundo que nos sostiene no es definitivo. Un día la creación entera dará "signos" de que ha llegado a su final para dar paso a una vida nueva y liberada que ninguno de nosotros puede imaginar ni comprender.
Los evangelios recogen el recuerdo de una reflexión de Jesús sobre este final de los tiempos. Paradójicamente, su atención no se concentra en los "acontecimientos cósmicos" que se puedan producir en aquel momento. Su principal objetivo es proponer a sus seguidores un estilo de vivir con lucidez ante ese horizonte.
El final de la historia no es el caos, la destrucción de la vida, la muerte total. Lentamente, en medio de luces y tinieblas, escuchando las llamadas de nuestro corazón o desoyendo lo mejor que hay en nosotros, vamos caminando hacia el misterio último de la realidad que los creyentes llamamos "Dios".
No hemos de vivir atrapados por el miedo o la ansiedad. El "último día" no es un día de ira y de venganza, sino de liberación. Lucas resume el pensamiento de Jesús con estas palabras admirables: "Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación". Solo entonces conoceremos de verdad cómo ama Dios al mundo.
Hemos de reavivar nuestra confianza, levantar el ánimo y despertar la esperanza. Un día los poderes financieros se hundirán. La insensatez de los poderosos se acabará. Las víctimas de tantas guerras, crímenes y genocidios conocerán la vida. Nuestros esfuerzos por un mundo más humano no se perderán para siempre.
Jesús se esfuerza por sacudir las conciencias de sus seguidores. "Tened cuidado: que no se os embote la mente". No viváis como imbéciles. No os dejéis arrastrar por la frivolidad y los excesos. Mantened viva la indignación. "Estad siempre despiertos". No os relajéis. Vivid con lucidez y responsabilidad. No os canséis. Mantened siempre la tensión.
¿Cómo estamos viviendo estos tiempos difíciles para casi todos, angustiosos para muchos, y crueles para quienes se hunden en la impotencia? ¿Estamos despiertos? ¿Vivimos dormidos? Desde las comunidades cristianas hemos de alentar la indignación y la esperanza. Y solo hay un camino: estar junto a los que se están quedando sin nada, hundidos en la desesperanza, la rabia y la humillación.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 -
29 de noviembre de 2009

ESTAD SIEMPRE DESPIERTOS

(Ver homilía del ciclo C - 2015-2016)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
3 de diciembre de 2006

ALZAD LA CABEZA

Alzad la cabeza.

Nadie conoce su final. Nadie conoce tampoco el final del mundo. ¿En qué va a terminar todo esto?, ¿qué nos espera a todos y a cada uno de nosotros?, ¿qué va a ser de nuestros esfuerzos y trabajos, de nuestros anhelos y aspiraciones?
Cuando Lucas iba copiando del evangelio de Marcos el discurso de Jesús sobre el Final, no se fijó demasiado en los «cataclismos cósmicos». Todos los escritos apocalípticos hablaban así. El pensó enseguida en lo que nos pasa a las personas cuando todo se hunde bajo nuestros pies y se tambalea lo que, de ordinario, nos da seguridad.
Probablemente, todos conocemos en nuestra propia vida momentos de crisis en los que no sabemos qué hacer ni a quién acudir. Situaciones en las que podemos sentir miedo e incluso angustia porque nos quedamos sin seguridad y sin aliento. Al final, ¿qué es la vida?, ¿en quién podemos confiar? Según Lucas, algo de esto le pasará un día al mundo. Por eso, nos ofrece algunas consignas para aprender a vivir con lucidez cristiana.
Alzad la cabeza. Es lo primero. No vivir encogidos y cabizbajos, encerrados en nuestros miedos y tristezas. Levantar la mirada; ampliar el horizonte. La «Vida» es más que esta vida. Se acerca vuestra liberación. Un día sabremos lo que es una vida liberada, justa, gozosa.
Tened cuidado de que no se os embote la mente. Es nuestro gran riesgo: vivir atrapados por las cosas, preocupados sólo por el dinero, el bienestar y la buena vida. Terminar viviendo de manera rutinaria, frívola y vulgar. Demasiado aturdidos y vacíos como para «entender» algo del verdadero sentido de la vida.
Estad siempre despiertos. No vivir dormidos. Despertar nuestra vida interior. En ninguna parte vamos a encontrar luz, paz, impulso nuevo para vivir, si no lo encontramos dentro de nosotros.
Pidiendo fuerza. Es nuestro problema: no tenemos fuerza para ser libres, para tener criterio propio, para cuidar nuestra fe o para cambiar nuestra vida. ¿Qué haremos si, además, dejamos de comunicarnos con Dios?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
30 de noviembre de 2003

VIVIR DESPIERTOS

Estad siempre despiertos.

Jesús no se dedicó a explicar una doctrina religiosa para que sus discípulos la aprendieran correctamente y la difundieran luego en todas partes. No era éste su objetivo. Él les hablaba de un «acontecimiento» que estaba ya sucediendo: «Dios se está introduciendo en el mundo. Quiere que las cosas cambien. Sólo busca que la vida sea más digna y feliz para todos».
Jesús le llamaba a esto el «Reino de Dios». Hay que estar muy atentos a su venida. Hay que vivir despiertos: abrir bien los ojos del corazón; desear ardientemente que el mundo cambie; creer en esta buena noticia que tarda tanto en hacerse realidad plena; cambiar de manera de pensar y de actuar; vivir buscando y acogiendo el «Reino de Dios».
No es extraño que, a lo largo del evangelio, escuchemos tantas veces su llamada insistente: «vigilad», «estad atentos a su venida», «vivid despiertos». Es la primera actitud del que se decide a vivir la vida como la vivió Jesús. Lo primero que hemos de cuidar para seguir sus pasos.
«Vivir despiertos» significa no caer en el escepticismo y la indiferencia ante la marcha del mundo. No dejar que nuestro corazón se endurezca. No quedarnos sólo en quejas, críticas y condenas. Despertar activamente la esperanza.
«Vivir despiertos» significa vivir de manera más lúcida, sin dejamos arrastrar por la insensatez que, a veces, parece invadirlo todo. Atrevemos a ser diferentes. No dejar que se apague en nosotros el deseo de buscar el bien para todos.
«Vivir despiertos» significa vivir con pasión la pequeña aventura de cada día. No desentendernos de quien nos necesita. Seguir haciendo esos «pequeños gestos» que, aparentemente, no sirven para nada, pero sostienen la esperanza de las personas y hacen la vida un poco más amable.
«Vivir despiertos» significa despertar nuestra fe. Buscarle a Dios en la vida y desde la vida. Intuirlo muy cerca de cada persona. Descubrirlo atrayéndonos a todos hacia la felicidad. Vivir, no sólo de nuestros pequeños proyectos, sino atentos al proyecto de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
3 de diciembre de 2000

CUIDAR LA ESPERANZA

Alzad la cabeza.

Todos vivimos con la mirada puesta en el futuro. Siempre pensando en lo que nos espera. No sólo eso. En el fondo, casi todos andamos buscando «algo mejor», una seguridad, un bienestar mayor. Queremos que todo nos vaya bien y, si es posible, que nos vaya mejor. Es esa confianza básica la que nos sostiene en el trabajo y los esfuerzos de cada día. Por eso, cuando la esperanza se apaga, se apaga también la vida. La persona ya no crece, no busca, no lucha. Al contrario, se empequeñece, se hunde, se deja llevar por los acontecimientos. Si se pierde la esperanza, se pierde todo. Por eso, lo primero que hay que cuidar siempre en el corazón de la persona, en el seno de la sociedad o en la relación con Dios es la esperanza.
La esperanza no consiste en la reacción eufórica y optimista de un momento. Es más bien un estilo de vida, una manera de afrontar el futuro de forma positiva y confiada, sin dejarnos atrapar por el derrotismo. El futuro puede ser más o menos favorable, pero lo propio del hombre de esperanza es su actitud positiva, su deseo de vivir y de luchar, su postura decidida y confiada. No siempre es fácil. La esperanza hay que trabajarla.
Lo primero es mirar hacia adelante. No quedarse en lo que ya pasó. No vivir sólo de recuerdos y nostalgias. No quedarse añorando un pasado tal vez más dichoso, más seguro o menos problemático. Es ahora cuando hemos de vivir afrontando el futuro de manera positiva y esperanzada.
La esperanza no es una actitud pasiva, es un estímulo que impulsa a la acción. Quien vive animado por la esperanza no cae en la pasividad. Al contrario, se esfuerza por transformar la realidad y hacerla mejor. Quien vive con esperanza es realista, asume los problemas y las dificultades, pero lo hace de manera creativa dando pasos, buscando soluciones y contagiando confianza.
La esperanza no se sostiene en el aire. Tiene sus raíces en la vida. Por lo general, las personas viven de «pequeñas esperanzas» que se van cumpliendo o se van frustrando. Hemos de valorar y cuidar esas pequeñas esperanzas, pero el ser humano necesita una esperanza más radical e indestructible, que se pueda sostener cuando toda otra esperanza se hunde. Así es la esperanza en Dios, último salvador del hombre. Cuando caminamos cabizbajos y con el corazón desalentado, hemos de escuchar esas conmovedoras palabras de Jesús: «Alzad la cabeza, pues se acerca vuestra liberación».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
30 de noviembre de 1997

POR FAVOR, QUE HAYA DIOS

Estad siempre despiertos.

Muchas veces había pensado en la importancia que tiene el contexto socio-político en nuestra manera de leer el Evangelio, pero sólo tomé conciencia viva de ello cuando estuve viviendo una temporada un poco más larga en Ruanda.
Todavía recuerdo bien la sensación que tuve al leer el texto evangélico de este primer domingo de Adviento. No es lo mismo escuchar este discurso apocalíptico desde el bienestar de Europa o desde la miseria y el sufrimiento de África.
A pesar de todas las crisis y problemas, en Europa se piensa que el mundo siempre irá a mejor. Nadie espera ni quiere el fin de la historia. Nadie desea que cambien mucho las cosas. En el fondo, nos va bastante bien. Desde esta perspectiva, oír hablar de que un día todo esto puede desaparecer «suena» a «visiones apocalípticas» nacidas del desvarío de mentes pesimistas.
Todo cambia cuando el mismo Evangelio es leído desde el sufrimiento del Tercer Mundo. Cuando la miseria es ya insoportable y el momento presente es vivido como un sufrimiento absolutamente destructor, es fácil percibir por dentro un sentimiento diferente: «Gracias a Dios, esto no durará para siempre.»
Los que sufren así son quienes mejor pueden comprender el mensaje de Cristo: «Felices los que lloran, porque de ellos es el Reino de Dios.» Estos hombres y mujeres cuya existencia es dolor están esperando algo nuevo y diferente que responda a sus anhelos más hondos de vida y de paz.
Un día «el sol, la luna y las estrellas temblarán», es decir, todo aquello en que creíamos poder confiar para siempre se hundirá. Nuestras ideas de poder, seguridad y progreso se tambalearán. Todo aquello que no conduce al ser humano a la verdad, la justicia y la fraternidad se derrumbará y «en la tierra habrá angustia de las gentes».
Pero el mensaje de Cristo no es de desesperanza para nadie: Aún entonces, en el momento de la verdad última, no desesperéis, estad despiertos, «manteneos en pie», poned vuestra confianza en Dios. Viendo de cerca el sufrimiento cruel de aquellas gentes de África, me sorprendí a mí mismo pensando algo que puede parecer extraño en un cristiano. No es propiamente una oración a Dios. Es un deseo ardiente y una invocación ante el misterio del dolor humano. Es esto lo que me salía de dentro: «Por favor que haya Dios.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
27 de noviembre de 1994

¿HACIA DONDE VAMOS?

Estad siempre despiertos.

¿En qué dirección nos estamos moviendo?, ¿hacia dónde vamos? Pocas preguntas producen mayor inquietud. Porque, ¿qué respuesta se puede dar?, ¿quién puede saber qué se está generando en las entrañas de nuestra interminable historia de violencias, enfrentamientos e incapacidad de diálogo?
Este tipo de preguntas provoca, en no pocos, pesimismo: vamos irremediablemente a la catástrofe, a la división de un pueblo, a la descomposición. Otros quieren mantener el ánimo pensando que el futuro, sólo por serlo, será mejor: no es posible seguir así largo tiempo; la sociedad se está cansando; un día las cosas se arreglarán.
Lo primero que hay que decir es que el futuro no está escrito. Las generaciones venideras recogerán lo que ahora sembremos. El porvenir de un pueblo se va gestando en el presente, con nuestra manera de pensar y de actuar, con nuestro estilo de vivir y nuestro modo de enfrentamos a los conflictos. ¿Estamos en el camino de resolver nuestros problemas de fondo?
A mi juicio, el primer error es olvidar una de las lecciones más claras de la historia: las imposiciones violentas no sirven para construir una convivencia política duradera. Se requiere que las ideas sean asumidas por la conciencia colectiva, y obtengan la adhesión libre y pacífica de los ciudadanos. Sólo así se puede avanzar hacia una convivencia más humana.
Esta es mi segunda convicción: lo más decisivo para la dicha o la infelicidad de las futuras generaciones no va a ser la fórmula jurídico-política que se logre imponer, sino la visión de hombre y de sociedad, el talante democrático, el reconocimiento de la propia dignidad y la de los demás, la búsqueda eficaz del bien común. Se discute sin fin sobre «autonomía», «autodeterminación» o «independencia». A mí lo que me preocupa es el tipo de hombre que se está gestando entre nosotros.
Hay, por eso, preguntas que me parecen claves: ¿cómo poner en marcha una corriente social que nos lleve a un desarrollo más humano y justo de la convivencia?, ¿cómo promover una cultura más penetrada de sentido ético?, ¿cómo impulsar una acción política basada en actitudes y compromisos que generen integración, y no separación, unión de fuerzas, y no división? Estas son realidades que han de ser muy cuidadas en un pueblo tan pequeño como el nuestro.
Pero el estilo de vida y la calidad de la convivencia no se improvisan. Se requiere un clima social que los estimule. Un modo de hacer política al servicio del bien común buscado lealmente por todos y para todos. Un esfuerzo de educación integral de las nuevas generaciones. Los cristianos, por su parte, no han de permanecer indiferentes y pasivos. Desde las familias creyentes, desde las parroquias, desde los centros educativos, desde el compromiso personal, han de colaborar en la creación de una convivencia más humana. Las palabras de Jesús nos interpelan: «Estad siempre despiertos.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
1 de diciembre de 1991

EL DIOS DE LA ESPERANZA

Estad siempre despiertos.

No son teorías de los pensadores. Lo sienten así las gentes de los países más desarrollados. Las grandes palabras del siglo XX, «libertad», «justicia», «felicidad», están hoy en crisis. La fe en el progreso comienza a ser sustituida por el pesimismo. ¿Qué nos espera en el futuro?
Por otra parte, la fe cristiana parece haber perdido su fuerza para dar sentido y aliento al ser humano. No son pocos los que consideran la religión como una fase ya superada dentro del desarrollo de la humanidad.
Entre los mismos cristianos, las cosas han cambiado profundamente en pocos años. Crece la indiferencia, el abandono y la «apostasía silenciosa». Se difunde en no pocos un «desafecto interior» hacía la Iglesia. Quizás por vez primera, amplios sectores de gentes que se dicen cristianas perciben de manera difusa, a niveles profundos de su conciencia, una especie de inseguridad o desasosiego en torno a su fe.
Son tiempos en los que la humanidad anda buscando un mensaje de esperanza. Una experiencia nueva capaz de liberar al hombre contemporáneo del escepticismo, el cansancio y la indiferencia.
Lo más importante en estos momentos no es potenciar la autoridad religiosa para imponer desde fuera una seguridad. Como dice H. Zahmt, la renovación no llegará «administrando burocráticamente los residuos de fe» de la sociedad contemporánea.
Lo más importante no es tampoco el desarrollo de la teología especializada. Alguien ha dicho con ironía que «primeramente se hablada con Dios, luego se comenzó a hablar de Dios, más tarde se pasó a hablar del problema de Dios y se ha terminado hablando de la posibilidad de hablar acerca de Dios». La teología es necesaria, pero lo cierto es que la esperanza sólo puede venir de un Dios que es más grande que todas nuestras discusiones doctrinales.
Lo que el hombre de hoy necesita es que alguien le ayude a encontrarse con «el Dios de la esperanza». Un Dios en el que se pueda creer, no por tradición, no por miedo al infierno, no porque alguien lo ordena así, no porque alguno lo explica brillantemente, sino porque puede ser experimentado como fundamento sólido de esperanza para el ser humano.
Ese Dios sólo puede ser anunciado por creyentes que vivan ellos mismos radicalmente animados por la esperanza. El testimonio de «una esperanza vivida» es la mejor respuesta a todos los escepticismos, indiferencias y abandonos.
El Adviento es una llamada a despertar la esperanza. Si el cristianismo pierde la esperanza, lo ha perdido todo. Cristianos «habituados a creer desde siempre», ¿qué hemos hecho de la esperanza cristiana?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
27 de noviembre de 1988

EL CAMINO DE LA NO-VIOLENCIA

Estad siempre despiertos.

De nuevo la sangre ha sido derramada de manera brutal y absurda en nuestra tierra y, una vez más, hemos podido constatar con estremecimiento y dolor que el cese de hechos sangrientos durante un cierto tiempo no ha significado ningún paso hacia la paz.
¿Nadie tiene la audacia de romper esta espiral de violencia? ¿Nadie es capaz de llevar adelante una negociación que traiga por fin la paz que este pueblo anhela y necesita? ¿Durante cuántos años va a quedar estancada la violencia entre nosotros?
La vida de los hombres siempre ha estado fuertemente trabajada por los conflictos. Basta mirar la historia para ver a los pueblos destruyéndose mutuamente en enfrentamientos y agresiones interminables.
Encontramos conflictos en nuestras relaciones sociales, políticas y culturales. Se dan enfrentamientos en el seno de nuestras familias. La violencia está presente en nuestro vivir diario.
Para superar los conflictos el hombre tiene que hacer una opción de importancia decisiva. Ha de escoger entre el camino del diálogo y la razón o bien el camino de la violencia, la agresión o la imposición del más fuerte.
Desgraciadamente, los hombres han escogido casi siempre este segundo camino a pesar de que todas las generaciones han experimentado una y otra vez el poder destructor de la violencia.
Este es, sin duda, el mayor pecado de la humanidad. El hombre no sabe renunciar a la violencia y ni siquiera la amenaza del aniquilamiento total de la vida humana sobre la tierra es capaz de detenerlo en este camino.
Sin embargo, los hombres no hemos nacido para vivir haciéndonos daño unos a otros. Sería gravísimo que nos acostumbráramos a la violencia como algo necesario y normal para resolver nuestros problemas.
Las palabras de Jesús nos piden saber reaccionar ante el mal. “Estad siempre despiertos... Levantad la cabeza”. Los creyentes hemos de mantener una actitud vigilante ante el mal.
Nuestro Obispo ha querido en este Adviento concretar más esa llamada en una importante Carta Pastoral que lleva un título que recoge bien su contenido central: “Por la no-violencia a la paz “.
En ella nos invita a descubrir que los caminos de la no-violencia son más eficaces para alcanzar la paz que los caminos de la mutua destrucción.
¿No podríamos durante este Adviento estudiar esta Carta, recoger su mensaje, reflexionar sobre nuestras actitudes violentas y comprometernos a impulsar la no-violencia a nuestro alrededor? Sería una manera de escuchar la llamada a vivir despiertos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
1 de diciembre de 1985

MATAR LA ESPERANZA

Tened cuidado: no se os embote la mente...

Jesús fue un creador incansable de esperanza. Toda su existencia consistió en contagiar a los demás la esperanza que él mismo vivía desde lo más hondo de su ser.
Hoy escuchamos su grito de alerta: «Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Pero tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero».
Las palabras de Jesús no han perdido actualidad pues los hombres seguimos matando la esperanza y «embotando» nuestra existencia de muchas maneras.
Y no pensemos sólo en aquellos que, al margen de toda fe, viven según aquello de «comamos y bebamos, que mañana moriremos», sino en quienes, llamándonos cristianos, podemos caer en una actitud no muy diferente: «Comamos y bebamos, que mañana vendrá el mesías».
Cuando en una sociedad los hombres tienen como objetivo casi único de su vida la satisfacción ciega de sus apetencias y se encierran cada uno en su propio disfrute, allí muere la esperanza.
Los hombres satisfechos no desean nada realmente nuevo. No quieren cambiar el mundo. No les interesa esperar una vida futura mejor. El presente les satisface y les basta.
No se rebelan frente a las injusticias, sufrimientos y absurdos del mundo presente. En realidad, este mundo es para ellos «el cielo» al que se apuntarían para siempre. Pueden permitirse el lujo de no esperar nada mejor.
Qué tentador resulta siempre adaptarnos a la situación, instalarnos confortablemente en nuestro pequeño mundo y vivir tranquilos y cómodos, sin mayores aspiraciones.
Casi inconscientemente anida en bastantes la ilusión de poder conseguir la propia felicidad sin cambiar para nada el mundo. Pero no lo olvidemos. «Solamente aquellos que cierran sus ojos y sus oídos, solamente aquellos que se han insensibilizado, pueden sentirse a gusto en un mundo como éste» (R. A. Alves).
Quien ama de verdad la vida y se siente solidario de todo hombre, sufre el desasosiego y la intranquilidad de comprobar que todavía no podemos disfrutar de la felicidad a que estamos llamados.
Este sufrimiento alcanza su verdadero sentido cuando nace de la esperanza y nos impulsa a actuar de manera creadora. Es signo de que aún seguimos vivos, de que todavía somos conscientes de que algo no está bien en este orden de cosas y de que nuestro corazón sigue anhelando algo más.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
28 de noviembre de 1982

LA ESPERANZA, ¿UNA ILUSION?

Estad siempre despiertos.

La primera acusación al hombre que trata de dar sentido a su vida desde una actitud de esperanza cristiana, ha sido la de falta de realismo.
Hay que ser realistas. Si vivimos de recuerdos, nos estamos remontando a un pasado que ya no existe. Si nos dejamos llevar por la esperanza, empezamos a soñar en un futuro que todavía tampoco existe. Seamos realistas y aprendamos a enfrentarnos con lucidez y valentía al momento presente, única realidad que tenemos ante nosotros.
Esta acusación ha adquirido un acento más científico desde la crítica a la religión operada por Karl Marx. La esperanza desplaza nuestra atención de los problemas de esta vida a un más allá ficticio y alienante. La religión invita a los hombres a esperar en una vida ultraterrena la solución de todas sus opresiones. Y, mientras tanto, los incapacita para luchar con eficacia y lucidez por la transformación real de la sociedad.
Un creyente honrado no puede menos que escuchar con inquietud la interpelación de la crítica marxista. ¿No hemos justificado muchas veces los cristianos con nuestra actitud falsamente conformista y «resignada», la acusación de vivir adormecidos por «el opio de la religión?». ¿No tendremos que escuchar hoy, de manera nueva, el grito de Jesús que nos llama a vivir despiertos en medio de nuestra sociedad contemporánea?
Para el verdadero creyente, la esperanza no es una ilusión engañosa. Al contrario, si vive con esperanza, es porque quiere tomar en serio la vida en su totalidad, y porque quiere descubrir todas las posibilidades que en ella se encierran para el futuro del hombre.
Precisamente, porque quiere ser realista hasta el final, no se aferra a la realidad tal como es hoy, ni se instala en esta vida como algo definitivo. Al contrario, se acerca a la vida como algo inacabado, algo que es necesario construir con esperanza.
Por eso, la verdadera esperanza no tranquiliza. La esperanza nos inquieta, nos desinstala, nos pone en contradicción con una realidad tan lejana todavía de esta liberación final que esperamos para el hombre.
Cuando se espera de verdad la liberación, comienzan a doler más las cadenas. El que espera una verdadera justicia- para el hombre, no aguanta ya esta sociedad tan injusta. El que cree de verdad en el cielo, siente necesidad de luchar para cambiar la tierra.

José Antonio Pagola



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