lunes, 24 de febrero de 2014

02/03/2014 - 8º domingo Tiempo ordinario (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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2 de marzo de 2014

8º domingo Tiempo ordinario (A)


EVANGELIO

No os agobiéis por el mañana.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 6, 24-34

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo: No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?
¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso.
Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos. »

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 –
2 de marzo de 2014

NO A LA IDOLATRÍA DEL DINERO

EL Dinero, convertido en ídolo absoluto, es para Jesús el mayor enemigo de ese mundo más digno, justo y solidario que quiere Dios. Hace ya veinte siglos que el Profeta de Galilea denunció de manera rotunda que el culto al Dinero será siempre el mayor obstáculo que encontrará la Humanidad para progresar hacia una convivencia más humana.
La lógica de Jesús es aplastante: “No podéis servir a Dios y al Dinero”. Dios no puede reinar en el mundo y ser Padre de todos, sin reclamar justicia para los que son excluidos de una vida digna. Por eso, no pueden trabajar por ese mundo más humano querido por Dios los que, dominados por el ansia de acumular riqueza, promueven una economía que excluye a los más débiles y los abandona en el hambre y la miseria.
Es sorprendente lo que está sucediendo con el Papa Francisco. Mientras los medios de comunicación y las redes sociales que circulan por internet nos informan, con toda clase de detalles, de los gestos más pequeños de su personalidad admirable, se oculta de modo vergonzoso su grito más urgente a toda la Humanidad: “No a una economía de la exclusión y la iniquidad. Esa economía mata”.
Sin embargo, Francisco no necesita largas argumentaciones ni profundos análisis para exponer su pensamiento. Sabe resumir su indignación en palabras claras y expresivas que podrían abrir el informativo de cualquier telediario, o ser titular de la prensa en cualquier país. Solo algunos ejemplos.
“No puede ser que no sea noticia que muera de frío un anciano en situación de la calle y que sí lo sea la caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es iniquidad”.
Vivimos “en la dictadura de una economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano”. Como consecuencia, “mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz”.
“La cultura del bienestar nos anestesia, y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esa vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un espectáculo que de ninguna manera nos altera”.
Como ha dicho él mismo: “este mensaje no es marxismo sino Evangelio puro”. Un mensaje que tiene que tener eco permanente en nuestras comunidades cristianas. Lo contrario podría ser signo de lo que dice el Papa: “Nos estamos volviendo incapaces de compadecernos de los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás”.


José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 – JESÚS ES PARA TODOS
27 de febrero de 2011

LO PRIMERO

«Sobre todo, buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura». Las palabras de Jesús no pueden ser más claras. Lo primero que hemos de buscar sus seguidores es "el reino de Dios y su justicia"; lo demás viene después.  ¿Vivimos los cristianos de hoy volcados en construir un mundo más humano, tal como lo quiere Dios, o estamos gastando nuestras energías en cosas secundarias y accidentales?
No es una pregunta más. Es decisivo saber si estamos siendo fieles al objetivo prioritario marcado por Jesús, o estamos desarrollando una religiosidad que nos está desviando de la pasión que llevaba él en su corazón. ¿No hemos de corregir la dirección y centrar nuestro cristianismo con más fidelidad en el proyecto del reino de Dios?
La actitud de Jesús es diáfana. Basta leer los evangelios. Al mismo tiempo que vive en medio de la gente trabajando por una Galilea más sana, más justa y fraterna, más atenta a los últimos y más acogedora a los excluidos, no duda en criticar una religión que observa el sábado y cuida el culto mientras olvida que Dios quiere misericordia antes que sacrificios.
El cristianismo no es una religión más, que ofrece unos servicios para responder a la necesidad de Dios que tiene el ser humano. Es una religión profética nacida de Jesús para humanizar la vida según el proyecto de Dios. Podemos "funcionar" como comunidades religiosas reunidas en torno al culto, pero si no contagiamos compasión ni exigimos justicia, si no defendemos a los olvidados ni atendemos a los últimos, ¿dónde queda el proyecto que animó la vida entera de Jesús?
Tal vez, la manera más práctica de reorientar nuestras comunidades hacia el reino de Dios y su justicia es comenzar por cuidar más la acogida. No se trata de descuidar la celebración cultual, sino de desarrollar mucho más la acogida, la escucha y el acompañamiento a la gente en sus penas, trabajos y esperanzas. Compartir el sufrimiento de las personas nos puede ayudar a comprender mejor nuestro objetivo: contribuir desde el Evangelio a un mundo más humano.
En su primera encíclica, Juan Pablo II, recogiendo una idea importante del Concilio Vaticano II, nos  recordó a los cristianos cómo hemos de entender la Iglesia. Lo hizo de manera clara. "La Iglesia no es ella misma su propio fin, pues está orientada al reino de Dios del cual es germen, signo e instrumento". Lo primero no es la Iglesia, sino el reino de Dios. Si queremos una Iglesia más evangélica es porque buscamos contribuir desde  ella a buscar un mundo más humano.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 – RECREADOS POR JESÚS

EL BECERRO DE ORO

No podéis servir a Dios y al dinero

Los llamados «países libres» de occidente somos más esclavos que nunca de un «capitalismo sin entrañas» que, para procurar el bienestar relativo de mil millones de personas, no duda en condenar a la miseria a los otros cuatro mil quinientos millones que pueblan la tierra.
Los datos nos dicen que, poco a poco, pero de manera inexorable, «el pastel se reparte cada vez entre menos bocas». Aquella Europa que hace unos años ofrecía «acogida generosa» a trabajadores extranjeros que llegaban a realizar trabajos que nadie quería, dicta hoy «leyes de extranjería» para poner barreras infranqueables a los hambrientos que nosotros mismos estamos contribuyendo a crear en el mundo.
¿A quién le importa en Europa que dos continentes enteros —África y América Latina— tengan hoy un nivel de vida más bajo que hace diez años? ¿Quién se va a preocupar por los catorce millones de niños que mueren de hambre cada año, en esta Europa en la que sigue creciendo el rechazo racista, a veces de manera descarada y casi siempre maquillada de mil formas diferentes?
La Iglesia no puede hoy anunciar el Evangelio en Europa sin desenmascarar toda esa inhumanidad, y sin plantear las preguntas que apenas nadie se quiere hacer.
¿Por qué hay personas que mueren de hambre, si Dios puso en nuestras manos una tierra que tiene recursos suficientes para todos?
¿Por qué tenemos que ser competitivos antes que humanos? ¿Por qué la competitividad tiene que marcar las relaciones entre las personas y entre los pueblos, y no la solidaridad?
¿Por qué hemos de aceptar como algo lógico e inevitable un sistema económico que, para lograr el mayor bienestar de algunos, hunde a tantas víctimas en la pobreza y la marginación?
¿Por qué hemos de seguir alimentando el consumismo como «filosofía de la vida», si está provocando en nosotros una «espiral insaciable» de necesidades artificiales que nos va vaciando de espíritu y sensibilidad humanitaria?
¿Por qué hemos de seguir desarrollando el culto al dinero como el único dios que ofrece seguridad, poder y felicidad? ¿Es ésta, acaso, «la nueva religión», que hará progresar al hombre de hoy hacia niveles de mayor humanidad?
No son preguntas para otros. Cada uno las hemos de escuchar en nuestra conciencia como eco de aquellas palabras de Jesús: «No podéis servir a Dios y al Dinero».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS

Título

(No existe)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO

¿SÓLO CONSUMO?

Lo demás se os dará por añadidura.

El consumismo penetra en nosotros de forma sutil. Nadie elige esta manera de vivir después de un proceso de reflexión. Nos vamos sumergiendo en ella, víctimas de una seducción semiinconsciente. El ingenio de la publicidad y el atractivo de las modas van captando suavemente nuestra voluntad. Al final, nos parece imposible vivir de otra manera.
No hay que pensar mucho para saber cómo actuar. El proyecto de vida para la mayoría es muy sencillo: Trabajar para ganar dinero con el cual poder disfrutar de unos periodos de tiempo (fin de semana, vacaciones) en los que se gasta el dinero anteriormente ganado y se recuperan las fuerzas para volver al trabajo.
Se ha dicho que el consumismo se ha convertido en la «nueva religión» del hombre moderno. La meta absoluta consiste en poseer y disfrutar (doctrina dogmática). Para ello es necesario trabajar y ganar dinero (ética y méritos). Los practicantes acuden fielmente a su compra semanal (precepto de fin de semana). Se viven con devoción intensa las grandes fiestas (Navidad, Reyes, vacaciones, bodas, día del padre, de la madre...).
No es fácil liberarse de la esclavitud del consumismo. Como decía E. Fromm, «el hombre puede ser un esclavo sin cadenas». El consumismo no ha hecho sino desplazar las cadenas del exterior al interior. Por dentro estamos encadenados a un sin fin de necesidades, caprichos y falsas ilusiones. Estas cadenas interiores son más fuertes que las que se ven por fuera. ¿Cómo liberamos de esa esclavitud si vivimos creyendo ser libres?
Nuestra vida es insensata. La obesidad y la anorexia que se dan en no pocas personas son una imagen gráfica del aletargamiento y la pérdida de vitalidad de muchos espíritus. Tenemos de todo y carecemos de paz y alegría interior. Queremos vivir triunfando pero somos cómplices de la mise- ría y el hambre de muchos.
Inmersos en la sociedad del bienestar nos preocupamos de seleccionar el restaurante donde iremos a comer, la calidad del vino que vamos a tomar o la marca de nuestro atuendo. Jesús tenía su visión de las cosas. Es importante pensar en «lo que vais a comer», «lo que vais a beber» o «con qué os vais a vestir». Pero, «sobre todo, buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR

LO PRIMERO

Buscad el Reino de Dios y su justicia

Cuando las personas sufren en exceso, suelen quedar mudas. La opresión las deja sin palabras. No son capaces de gritar su protesta o de articular su defensa. Su queja sólo es un gemido. Así es hoy, en el ancho mundo, la voz de millones de niños explotados como esclavos en su trabajo o la voz de millones de mujeres violentadas y humilladas de mil formas en su dignidad. Así es la voz de quienes se consumen en el hambre y la miseria.
No oiremos esa voz en la radio o la televisión. No la reconoceremos en los espacios de publicidad. Nadie les hace entrevistas en los semanarios de moda ni pronuncian discursos en foros internacionales. El gemido de los últimos de la Tierra sólo lo escucha cada uno en el fondo de su conciencia.
No es fácil. Para oír esa voz, lo primero es querer oírla: prestar atención al sufrimiento y la impotencia de esos seres; ser sensible a la injusticia y el abuso que reinan en el mundo. Es necesario, además, desoír otros mensajes que nos invitan a seguir pensando sólo en nuestro bienestar, no hacer caso de las voces que nos incitan vivir encerrados en nuestro pequeño mundo, indiferentes al dolor y la destrucción de los últimos.
Pero, sobre todo, es necesario arriesgarse. Porque, si se escucha de verdad la voz de los que sufren, ya no se puede vivir de cualquier manera. Se necesita hacer algo; plantearse cómo se puede compartir más y mejor lo que tenemos «los ricos del mundo»; cómo colaborar en proyectos de desarrollo o apoyar campañas en favor de los pueblos pobres de la Tierra.
En el modelo de Iglesia presentado por nuestra diócesis se hace esta afirmación: «La intensidad con que se viven en nuestro pueblo algunos graves problemas, no ha de impedir a nuestra Iglesia desarrollar la solidaridad con los pueblos empobrecidos de la Tierra y la colaboración con las Iglesias que sufren con ellos. No queremos mirar sólo a Europa. El Espíritu de Cristo nos interpela desde los pobres del Tercer Mundo». No son frases hermosas para publicar en un documento, sino el espíritu que nos ha de mover hoy a los cristianos del Primer Mundo.
Nada hay más importante y decisivo en la vida del verdadero discípulo ni en los proyectos de una Iglesia fiel a su Señor. Lo primero es buscar una vida digna y dichosa para todos. Todo lo demás viene después. Nos lo recuerdan una vez más las palabras de Jesús: «Buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA

HACER DINERO

No podéis servir a Dios y al dinero

Poca gente se percibe del daño que provocan en muchas personas algunos criterios y pautas de actuación que la economía actual considera «valores indiscutibles». L. González- Carvajal los considera «los demonios de la economía» que andan sueltos.
El primero es, tal vez, el rendimiento.  Durante muchos años, los seres humanos han tenido el sentido común suficiente como para no trabajar más que lo preciso para llevar una vida alegre y satisfactoria. El capitalismo moderno, por el contrario, elevó el trabajo a «sentido de la vida». A B. Franklin se le atribuye la famosa frase «el tiempo es oro». Quien no lo aprovecha para ganar, está perdiendo su vida.
Sin duda, ese afán de rendimiento ha contribuido al progreso material de la humanidad, pero cada vez hay más personas dañadas por el exceso de trabajo y activismo. Ahora se crea más riqueza, pero, ¿vive la gente más feliz? Por otra parte, se va olvidando el disfrute de actividades que no resultan productivas. ¿Qué sentido puede tener la contemplación estética?, ¿para qué puede servir el cultivo de la amistad o la poesía?, ¿qué utilidad puede tener la oración?
El segundo demonio sería la obsesión por acumular dinero. Todos sabemos que el dinero comenzó siendo un medio inteligente para medir el valor de las cosas y facilitar los intercambios. Hoy, sin embargo, «hacer dinero» es para muchos una especie de deber. Es difícil llegar a «ser alguien» si no se tiene dinero y poder económico.
Muy emparentado con este último demonio está el de la competencia. Lo decisivo para bastantes es competir y luchar para superar a los demás rivales. Es innegable que una «sana dosis» de competitividad puede tener aspectos beneficiosos, pero cuando una sociedad funciona motivada casi exclusivamente por la rivalidad, las personas corren el riesgo de deshumanizarse, pues la vida termina siendo una carrera donde lo importante es tener más éxito que los demás.
Hace algunos años, E. Mounier describía así al burgués occidental: «Un tipo de hombre absolutamente vacío de todo misterio, del sentido del ser y del sentido del amor, del sufrimiento y de la alegría, dedicado a la felicidad y a la seguridad; barnizado en las zonas más altas, de una capa de cortesía, de buen humor y virtud de raza; por abajo, emparedado entre la lectura somnolienta del periódico, las reivindicaciones profesionales, el aburrimiento de los domingos y la obsesión por figurar.» Para Jesús la vida es otra cosa. Sus palabras invitan a vivir con otro horizonte: «No podéis servir a Dios y al dinero... No estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir... Buscad, sobre todo, el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE

LA CULTURA DE LO EFIMERO

No podéis servir a Dios y al dinero

Uno de los hechos más característicos de nuestros tiempos es la aparición constante de nuevos productos en el mercado. La competencia fuerza a los fabricantes a inundar la sociedad de artículos siempre nuevos. Ya no interesa elaborar productos que duren. Es más rentable fabricar objetos efímeros para introducir al poco tiempo modelos mejorados.
Este fenómeno aparentemente poco relevante tiene repercusiones notables en nuestro estilo de vida. De hecho, muchos viven convencidos de que han de adquirir a toda costa los «nuevos modelos» y exhibir algo moderno y original si quieren contar en la sociedad y estar al día. Son personas que se dejan influir por una publicidad que estimula el deseo de no desentonar o el ansia de sobresalir.
Pero, obviamente, para poder comprar al ritmo acelerado en que van saliendo los nuevos artículos, es necesario obtener mayores ingresos. Se cae entonces en la trampa de vivir obsesionados por ganar siempre más, descuidando otros aspectos y valores necesarios para una vida sana y feliz.
Por otra parte, se va introduciendo fácilmente la tendencia a equiparar lo nuevo con lo mejor, y, trasladando erróneamente esta actitud al campo del pensamiento, las costumbres o la religión, se cree que la última novedad es siempre la más valiosa.
Pero hay algo todavía más grave. Casi sin advertirlo, se va imponiendo la costumbre de tirar los objetos tan pronto como han cumplido su función y, a menudo, cuando todavía son utilizables. Vivimos envueltos en una cultura del «tírese después de usado». Todo tiende a ser efímero y transitorio. Una vez de usarlo, hay que buscar el nuevo producto que lo sustituya.
Esta cultura puede estar configurando también nuestra manera de vivir las relaciones interpersonales. De alguna manera, «se usa» a las personas y fácilmente se las desecha cuando ya no interesan. Amistades que se hacen y deshacen rápidamente según la utilidad. Amores que duran lo que dura el interés y la atracción física. Esposas y esposos abandonados para ser sustituidos por una relación amorosa más excitante.
La advertencia de Jesús: «No podéis servir a Dios y al dinero», nos pone en guardia frente a los efectos deshumanizadores de una sociedad, en gran parte, consumista y frívola que puede reducir incluso la amistad y el amor a relaciones de intercambio interesado. Quien sirve exclusivamente a sus intereses materiales terminará por no conocer el amor.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
25 de febrero de 1990

EL BECERRO DE ORO

No podéis servir a Dios y al Dinero

La caída de los regímenes comunistas en los países del Este ha mostrado que no se puede construir la justicia matando la libertad. Ambas son indisociables. Sólo los pueblos libres pueden construir un mundo más justo.
Pero los llamados «países libres» de occidente son más esclavos que nunca de un «capitalismo sin entrañas» que, para procurar el bienestar relativo de mil millones de personas, no duda en condenar a la miseria a los otros cuatro mil quinientos millones que pueblan la tierra.
Los datos nos dicen que, poco a poco, pero de manera inexorable, «el pastel se reparte cada vez entre menos bocas». Aquella Europa que hace unos años ofrecía «acogida generosa» a trabajadores extranjeros que llegaban a realizar trabajos que nadie quería, dicta hoy «leyes de extranjería» para poner barreras infranqueables al hambre que nosotros mismos estamos contribuyendo a crear en el Tercer Mundo.
¿A quién le importa en Europa que dos continentes enteros –África y América Latina- tengan hoy un nivel de vida más bajo que hace diez años? ¿Quién se va a preocupar por los catorce millones de niños que mueren de hambre cada año, en esta Europa en la que siguen creciendo los movimientos racistas, a veces de manera descarada y casi siempre maquillados de mil formas diferentes?
Ya nos vamos habituando a contemplar, bien acomodados en nuestro sillón, cómo son expulsados esos albaneses enfermos, hambrientos y desesperados que llegan a los puertos italianos. Nadie parece reaccionar con demasiada convicción ante el espectáculo de esos africanos que intentan «la travesía imposible», para acabar en el fondo del mar o en los calabozos de la Guardia que vigila las costas de Tarifa.
La Iglesia no puede hoy anunciar el Evangelio en esta Europa sin desenmascarar toda esa inhumanidad y sin plantear las preguntas que apenas nadie se quiere hacer.
¿Por qué hay personas que mueren de hambre, si Dios puso en nuestras manos una tierra que tiene recursos suficientes para todos?
¿Por qué tenemos que ser competitivos antes que humanos? ¿Por que la competitividad tiene que marcar las relaciones entre las personas y entre los pueblos, y no la solidaridad?
¿Por qué hemos de aceptar como algo lógico e inevitable un sistema económico que, para lograr el mayor bienestar de algunos, hunde a tantas víctimas en la pobreza y marginación, casi como por necesidad intrínseca?
¿Por qué hemos de seguir alimentando el consumismo como «filosofía de la vida», si está provocando en nosotros una «espiral insaciable » de necesidades artificiales que nos va vaciando de espíritu y sensibilidad humanitaria?
¿Por qué hemos de seguir desarrollando el culto al dinero como el único dios que ofrece seguridad, poder y felicidad? ¿Es ésta, acaso, «la nueva religión», que hará progresar al hombre moderno hacia niveles de mayor humanidad?
No son preguntas para otros. Cada uno las hemos de escuchar en nuestra conciencia como eco de aquellas palabras de Jesús: «No podéis servir a Dios v al Dinero».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
1 de marzo de 1987

AGOBIADOS

No estéis agobiados...

La invitación insistente de Jesús a no vivir agobiados por las diferentes preocupaciones de la vida no deja de producirnos a los hombres de hoy la impresión de ingenuidad y falta de realismo.
Pero, tal vez, en lugar de encerrarnos en nuestro escepticismo, debiéramos preguntarnos si no somos nosotros los que estamos viviendo de manera totalmente errada.
Nosotros damos por supuesto que, para asegurar nuestra felicidad, tenemos que poseer cosas, dinero, comodidad, éxito, personas... Pero la experiencia nos dice que, en realidad, por ese camino encontramos exactamente lo que habíamos buscado: cosas, dinero, comodidad, personas, pero no necesariamente felicidad.
Las cosas y las personas nos pueden producir una excitación agradable enormemente valiosa para vivir, pero que no hemos de confundir precisamente con la paz personal.
Cuando buscamos la felicidad en las cosas o personas, hacemos depender nuestra dicha de algo exterior a nosotros mismos. Ponemos la fuente de la felicidad fuera de nosotros, en algo o alguien a quien entregamos la llave de nuestra felicidad.
Entonces nuestra vida se convierte en una especie de “yo-yo” que sube y baja constantemente. Cuando todo responde a nuestros deseos, nos sentimos eufóricos, alegres y dichosos. Cuando algo nos contraría o no responde a lo que buscábamos, nos deprimimos y entristecemos.
El problema no se resuelve buscando nuevas fuentes de satisfacción. Al contrario, cada vez que hacemos depender nuestra felicidad de más y más cosas, esa felicidad se hace todavía más problemática e insegura, pues cada vez hay más probabilidades de que algo nos falle y nos deje vacíos e insatisfechos.
Entonces crece en nosotros la insatisfacción, el desasosiego y hasta el agobio. No sabemos disfrutar de cada momento y gozar conscientemente de cada cosa por sencilla que nos parezca. No sabemos detenernos, entrar en nosotros mismos, encontrarnos con la Fuente de la vida y agradecer lo que ahora mismo se nos está regalando.
Nuestra atención se centra en ese pasado ya muerto que no ha sido como nosotros hubiéramos querido o en ese futuro imaginario por el que, tal vez, nos sentimos amenazados.
Y, mientras tanto, se nos escapa la vida y se nos olvida todo lo que tenemos ahora mismo para disfrutar el momento presente sin estar siempre deseando lo que no tenemos.
¿No sería más realista seguir las indicaciones de Jesús: Buscar en cada momento a Dios, buscar su verdad, su bondad y su justicia. Y no agobiarnos tanto por el mañana?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
26 de febrero de 1984

LA PROVIDENCIA, EN BAJA

No estéis agobiados por la vida...

Con frecuencia, los cristianos hablamos de Dios con demasiada ligereza y con afirmaciones tan ambiguas y poco cristianas que hacen caer en descrédito la imagen misma de Dios.
No son pocos los cristianos que hablan de la «providencia» de Dios identificándola prácticamente con el azar o la casualidad, añadiéndole quizás, confusamente, un cierto sentido sagrado o misterioso.
Otros ven la «providencia» de Dios, sobre todo, en sucesos inesperados que nos preservan del sufrimiento y la desgracia o en golpes de fortuna que cambian nuestra suerte y nos traen mayor bienestar.
Si escuchamos el mensaje de Jesús, descubriremos que hemos de .cristianizar» esta idea de Dios excesivamente intervencionista y pagana.
Jesús cree, ciertamente, en un Dios Padre que no olvida a sus criaturas ni las abandona. Un Dios fiel cuya presencia amorosa y discreta puede el creyente percibir en medio de las vicisitudes de la vida cotidiana.
Nuestra vida depende radicalmente de Dios y, precisamente por esto, nuestra existencia ha de estar regada por una confianza grande, que, según Jesús, es todo lo contrario de la angustia atormentada y del temor estéril ante del futuro. «No estéis agobiados por la vida».
¿Significa esto que hemos de despreocupamos de nuestro porvenir en momentos tan críticos como los que estamos viviendo? ¿ Será, quizás, la postura más cristiana la de vivir tranquilos y confiados, esperando que Dios en su «providencia» intervenga de manera imprevista cambiando el rumbo de las cosas?
La acción providente de Dios no significa que Dios actúe al margen de las leyes del mundo y de las decisiones de los hombres. Al contrario, su presencia atenta, discreta y respetuosa es la que funda nuestra autonomía. Dios está tan cerca de nosotros que nos deja ser nosotros mismos.
Por eso Jesús, después de invitarnos a vivir sin agobios, añade: «Sobre todo, buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura». Esto significa que la confianza en la providencia de Dios hemos de vivirla como búsqueda activa de la justicia de Dios entre los hombres.
En momentos de crisis como los actuales, todos tendemos a buscar con angustia lo que a nosotros nos parece urgente y vital. Esta es la llamada y el reto de Jesús: No perdáis el ánimo. Dios no se ha olvidado de vosotros. Buscad con fe la implantación de su justicia. Lo demás vendrá como consecuencia.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
1 de marzo de 1981

DIOS O EL DINERO

No podéis servir a Dios y al dinero.

Uno de ios gritos más firmes de Jesús y, al mismo tiempo, más escandalosos, es el que volvemos a escuchar en el evangelio de hoy: «No podéis servir a Dios y al dinero».
El pensamiento de Jesús es de una lógica aplastante. Dios no puede reinar entre los hombres sino preocupándose de todos y haciendo justicia a los que nadie hace. Por tanto, Dios sólo puede ser servido allí donde se promueve la solidaridad y la fraternidad entre los hombres.
En consecuencia, los ricos y privilegiados son llamados a compartir sus bienes con los necesitados. El Padre que ama a todos los hombres no puede ser servido por quien vive dominado por el dinero y olvidado de sus hermanos.
Precisamente poi eso, Jesús va a condenar duramente, a lo largo de su vida, a aquéllos que acaparan y poseen más de lo necesario para vivir, sin preocuparse de los que junto a ellos padecen necesidad.
Mientras siga habiendo pobres y necesitados, toda la riqueza que el hombre acapara para sí mismo, sin necesidad, es «injusta», porque está privando a otros de lo que necesitan.
En definitiva, la riqueza de algunos sólo puede mantenerse y crecer a costa de la pobreza de otros. Por eso, todo hombre que se afana por asegurar su propio bienestar y acumular y acrecentar su propio capital, sin preocuparse de los necesitados, está impidiendo el nacimiento de esa sociedad fraterna querida por Dios. O se sirve al Dios que quiere fraternidad entre los hombres, o se sirve al propio interés económico.
Y no sirve de nada afirmar que uno vive en actitud de desapego interior de esos bienes que se siguen disfrutando cómodamente sin mayor preocupación por los demás. Cuando uno tiene «espíritu de pobre» y verdadero desapego interior, busca el compartir de alguna manera lo que tiene, para liberar a los necesitados de una pobreza deshumanizadora.
Y no sirve tampoco el pensar que los ricos siempre son los otros. Muchos de nosotros lo somos, en un grado u otro. Pues rico es, en definitiva, el que sigue teniendo solo para sí más de lo que necesita, mientras otros carecen de lo indispensable.
Algo falla en nuestra vida cristiana, cuando somos capaces de vivir disfrutando despreocupadamente de nuestras cosas, sin sentirnos interpelados en lo más mínimo por el mensaje de Jesús y las necesidades de los pobres.

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


lunes, 17 de febrero de 2014

23/02/2014 - 7º domingo Tiempo ordinario (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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23 de febrero de 2014

7º domingo Tiempo ordinario (A)


EVANGELIO

Amad a vuestros enemigos.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 38-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente." Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 –
23 de febrero de 2014

UNA LLAMADA ESCANDALOSA

La llamada al amor es siempre seductora. Seguramente, muchos acogían con agrado la llamada de Jesús a amar a Dios y al prójimo. Era la mejor síntesis de la Ley. Pero lo que no podían imaginar es que un día les hablara de amar a los enemigos.
Sin embargo, Jesús lo hizo. Sin respaldo alguno de la tradición bíblica, distanciándose de los salmos de venganza que alimentaban la oración de su pueblo, enfrentándose al clima general de odio que se respiraba en su entorno, proclamó con claridad absoluta su llamada: “Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os calumnian”.
Su lenguaje es escandaloso y sorprendente, pero totalmente coherente con su experiencia de Dios. El Padre no es violento: ama incluso a sus enemigos, no busca la destrucción de nadie. Su grandeza no consiste en vengarse sino en amar incondicionalmente a todos. Quien se sienta hijo de ese Dios, no introducirá en el mundo odio ni destrucción de nadie.
El amor al enemigo no es una enseñanza secundaria de Jesús, dirigida a personas llamadas a una perfección heroica. Su llamada quiere introducir en la historia una actitud nueva ante el enemigo porque quiere eliminar en el mundo el odio y la violencia destructora. Quien se parezca a Dios no alimentará el odio contra nadie, buscará el bien de todos incluso de sus enemigos.
Cuando Jesús habla del amor al enemigo, no está pidiendo que alimentemos en nosotros sentimientos de afecto, simpatía o cariño hacia quien nos hace mal. El enemigo sigue siendo alguien del que podemos esperar daño, y difícilmente pueden cambiar los sentimientos de nuestro corazón.
Amar al enemigo significa, antes que nada, no hacerle mal, no buscar ni desear hacerle daño. No hemos de extrañarnos si no sentimos amor alguno hacia él. Es natural que nos sintamos heridos o humillados. Nos hemos de preocupar cuando seguimos alimentando el odio y la sed de venganza.
Pero no se trata solo de no hacerle mal. Podemos dar más pasos hasta estar incluso dispuestos a hacerle el bien si lo encontramos necesitado. No hemos de olvidar que somos más humanos cuando perdonamos que cuando nos vengamos alegrándonos de su desgracia.
El perdón sincero al enemigo no es fácil. En algunas circunstancias a la persona se le puede hacer en aquel momento prácticamente imposible liberarse del rechazo, el odio o la sed de venganza. No hemos de juzgar a nadie desde fuera. Solo Dios nos comprende y perdona de manera incondicional, incluso cuando no somos capaces de perdonar.


José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 – JESÚS ES PARA TODOS
20 de febrero de 2011

AMAR A QUIEN NOS HACE DAÑO

La llamada a amar es seductora. Seguramente, muchos escuchaban con agrado la invitación de Jesús a vivir en una actitud abierta de amistad y generosidad hacia todos. Lo que menos se podían esperar era oírle hablar de amor a los enemigos.
Sólo un loco les podía decir con aquella convicción algo tan absurdo e impensable: «Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen, perdonad setenta veces siete... » ¿Sabe Jesús lo que está diciendo? ¿Es eso lo que quiere Dios?
Los oyentes le escuchaban escandalizados. ¿Se olvida Jesús de que su pueblo vive sometido a Roma? ¿Ha olvidado los estragos cometidos por sus legiones? ¿No conoce la explotación de los campesinos de Galilea, indefensos ante los abusos de los poderosos terratenientes? ¿Cómo puede hablar de perdón a los enemigos, si todo les está invitando al odio y la venganza?
Jesús no les habla arbitrariamente. Su invitación nace de su experiencia de Dios. El Padre de todos no es violento sino compasivo. No busca la venganza ni conoce el odio. Su amor es incondicional hacia todos: «El hace salir su sol sobre buenos y malos, manda la lluvia a justos e injustos». No discrimina a nadie. No ama sólo a quienes le son fieles. Su amor está abierto a todos.
Este Dios que no excluye a nadie de su amor nos ha de atraer a vivir como él. Esta es en síntesis la llamada de Jesús. "Pareceos a Dios. No seáis enemigos de nadie, ni siquiera de quienes son vuestros enemigos. Amadlos para que seáis dignos de vuestro Padre del cielo".
 Jesús no está pensando en que los queramos con el afecto y el cariño que sentimos hacia nuestros seres más queridos. Amar al enemigo es, sencillamente, no vengarnos, no hacerle daño, no desearle el mal. Pensar, más bien, en lo que puede ser bueno para él. Tratarlo como quisiéramos que nos trataran a nosotros.
¿Es posible amar al enemigo? Jesús no está imponiendo una ley universal. Está invitando a sus seguidores a parecernos a Dios para ir haciendo desaparecer el odio y la enemistad entre sus hijos. Sólo quien vive tratando de identificarse con Jesús llega a amar a quienes le quieren mal.
Atraídos por él, aprendemos a no alimentar el odio contra nadie, a superar el resentimiento, a hacer el bien a todos. Jesús nos invita a «rezar por los que nos persiguen», seguramente, para ir transformando poco a poco nuestro corazón. Amar a quien nos hace daño no es fácil, pero es lo que mejor nos identifica con aquel que murió rezando por quienes lo estaban crucificando: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 – RECREADOS POR JESÚS

LA NO-VIOLENCIA

(Ver homilía del 21 de febrero de 1999)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS

Título

(no existe).

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO

NO SOMOS INOCENTES

Vuestro Padre...
hace salir su sol sobre malos y buenos.

« Qué sabéis de salvación vosotros, los que nunca habéis pecado? » Con estas palabras fustigaba Bernanos a determinados católicos de su tiempo un cristianismo de carácter fariseo que se cree limpio e inmaculado, sin necesidad alguna de salvación.
A raíz de los brutales atentados de Madrid hemos podido escuchar condenas terribles del terrorismo y silencio casi total sobre nuestra posible complicidad en su gestación. Al parecer, lo que sucede en el mundo es «una historia de buenos y malos». Nosotros, naturalmente, somos los buenos. Los cristianos somos más humanos que los musulmanes; los pueblos desarrollados, más justos que los que viven rozando la miseria. No es verdad.
El terrorismo es, sin duda, un crimen execrable y sin justificación alguna. Pero es también un síntoma. No se produce porque un odio diabólico se ha apoderado de pronto de unos desalmados. Nace de la desesperación y del fanatismo, del miedo y del odio a los poderosos de la tierra, de la impotencia ante los que quieren dominar a sus pueblos. Todo se mezcla de manera irracional. Pero tampoco nosotros somos inocentes.
Hemos convertido el mundo en un «holocausto global». Cada año mueren de hambre 35 millones y queremos que nadie nos moleste. Seguimos desarrollando nuestro afán de supremacía y poder para asegurar nuestro propio bienestar y pretendemos que en el mundo haya paz. Nosotros no necesitamos organizar «actos terroristas» para sembrar hambre y muerte en diferentes pueblos de la tierra.
Ante la tragedia del 11 -M hemos podido oír gritos magníficos de solidaridad: «todos somos madrileños»; «todos íbamos en ese tren». Pero es insuficiente si no ensanchamos este grito aún más: «todos somos iraquíes, palestinos o ruandeses»; «todos veníamos en esa patera». Tomar en serio ese grito nos exigiría reconocer nuestro pecado y cambiar.
Nuestra actitud sería diferente si viviéramos como hijos de un Padre bueno que «hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR

LA NO-VIOLENCIA

Amad a vuestros enemigos.

Los cristianos no sabemos a veces captar algo que M. Gandhi descubrió con gozo al leer el Evangelio: la profunda convicción de Jesús de que sólo la no-violencia puede salvar a la humanidad. Después de su encuentro con el Evangelio, Gandhi escribía estas palabras: «Leyendo toda la historia de esta vida.., me parece que el cristianismo está todavía por realizar... Mientras no hayamos arrancado de raíz la violencia de la civilización, Cristo no ha nacido todavía.»
La vida entera de Jesús ha sido, desde el principio hasta el fin, una llamada a resolver los problemas de las humanidad por caminos no violentos. La violencia tiende siempre a destruir. Pretende solucionar los problemas de la convivencia arrasando al que considera enemigo, pero no hace sino poner en marcha una reacción en cadena que no tiene fin.
Jesús nos llama a «hacer violencia a la violencia». El verdadero enemigo del hombre hacia el que tenemos que dirigir nuestra agresividad no es el otro, sino nuestro propio «yo» egoísta, capaz de destruir a quien se nos oponga.
Es una equivocación creer que el mal se puede detener con el mal y la injusticia con la injusticia. El respeto total a cada hombre y a cada mujer, tal como lo entiende Jesús, está pidiendo un esfuerzo constante por suprimir la mutua violencia y promover el diálogo y la búsqueda común de una convivencia siempre más justa y fraterna.
Los cristianos hemos de preguntarnos por qué no hemos sabido todavía extraer del Evangelio todas las consecuencias de la «no-violencia» de Jesús, y por qué no le hemos dado el papel central que ha de ocupar en la vida y la predicación de las Iglesias.
No basta denunciar el terrorismo. No es suficiente sobrecogernos y mostrar repulsa cada vez que se atenta contra la vida. Día a día hemos de construir entre todos otro clima suprimiendo de raíz «el ojo por ojo y diente por diente» y cultivando una actitud reconciliadora difícil pero posible. Las palabras de Jesús nos interpelan y nos sostienen: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
18 de febrero de 1996

VIOLENCIA VIRTUAL

No hagáis frente al que os agravia.

No siempre damos la debida importancia a ese mundo complejo de noticias, crónicas, editoriales, artículos de opinión, comunicados y entrevistas, que constantemente es generado por el terrorismo o la violencia. Sin embargo, esa «realidad virtual» sostenida por los medios es la «atmósfera envolvente» que orienta, en buena parte, la opinión de la sociedad y favorece o dificulta los procesos de pacificación.
Nadie vive la realidad total de la violencia «en directo». Tampoco los políticos ni los terroristas. La vivimos a través del «impacto virtual», condicionados por una determinada orientación y selección de las noticias, afectados por la dramaticidad y el sensacionalismo que caracteriza casi siempre a los medios, esforzándonos por conocer la realidad a través de la distorsión o ambigüedad de lenguajes contradictorios.
He pasado casi dos meses fuera del País Vasco y, al volver a leer la prensa y escuchar la radio, he tenido más de una vez la sensación de que necesitamos una verdadera catarsis para vivir de forma más sana una violencia estancada ya hace tiempo entre nosotros. A estas alturas, el problema no es ya sólo el terrorismo, sino nuestro modo poco sano de abordarlo.
De ahí la necesidad de introducir un aire nuevo en el mundo mediático. Somos muchos los que estamos cansados de ese lenguaje reiterativo, vacío de esperanza, transmisor de falsos tópicos y esquemas estereotipados, generador de sectarismos y «cainismos» que no conducen a ninguna parte. Necesitamos una palabra diferente, que contribuya a desmontar prejuicios y acercar posiciones, un discurso constructivo que ayude a descubrir lo que sería bueno para todos.
Es una insensatez seguir alimentando tanta polémica. La dinámica de la polémica es lo más contrario al espíritu del diálogo. «En la polémica —escribe Congar— no se acepta nada del otro; se defienden las propias posiciones sin admitir revisión o replanteamiento alguno.» Por eso, la polémica es estéril; no busca la paz; sólo intenta vencer al contrario, reducirlo, dominarlo. Es el diálogo el que hace avanzar hacia la paz porque exige renunciar a dogmatismos excluyentes y revisar la propia postura para buscar juntos el bien de todos.
El evangelio es una llamada constante a adoptar una actitud nueva, dialogante, constructiva, reconciliadora. Entre nosotros es necesario gritar una y otra vez las palabras revolucionarias de Jesús: «Sabéis que está mandado: Ojo por ojo, diente por diente. Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia... Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
21 de febrero de 1993

AMOR AL ENEMIGO

Amad a vuestros enemigos

«Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen.» ¿Qué podemos hacer los creyentes de hoy ante estas palabras de Jesús? ¿Suprimirlas del Evangelio? ¿Borrarlas del fondo de nuestra conciencia? ¿Dejarlas para tiempos mejores?
No cambia mucho, en las diferentes culturas, la postura básica de los hombres ante el «enemigo», es decir, ante alguien de quien sólo se han de esperar daños y peligros.
El ateniense Lisias (s. V antes de Cristo) expresa la concepción vigente en la antigüedad griega con una fórmula que sería bien acogida en nuestros tiempos: «Considero como norma establecida que uno tiene que procurar hacer daño a sus enemigos y ponerse al servicio de sus amigos.»
Por eso, hemos de destacar todavía más la importancia revolucionaria que se encierra en el mandato evangélico del amor al enemigo, considerado por los especialistas como el exponente más diáfano del mensaje cristiano.
Cuando Jesús habla del amor al enemigo no está pensando en un sentimiento de afecto y cariño hacia él (philia), menos todavía en una entrega apasionada (eros), sino en una apertura radicalmente humana, de interés positivo, por la persona del enemigo (agapè).
Este es el pensamiento de Jesús. El hombre es humano cuando el amor está en la base de toda su actuación. Y ni siquiera la relación con los enemigos debe ser una excepción. Quien es humano hasta el final, descubre y respeta la dignidad humana del enemigo por muy desfigurada que se nos pueda presentar. Y no adopta ante él una postura excluyente de maldición, sino una actitud positiva de interés real por su bien.
Quien quiera ser cristiano y actuar como tal en el contexto de violencia generado entre nosotros ha de vivir todo este conflicto sin renunciar a amar, cualquiera que sea su posición política o ideológica.
Y es precisamente este amor universal que alcanza a todos y busca realmente el bien de todos, sin exclusiones, la aportación más positiva y humana que puede introducir el ciudadano o el político cuya actuación quiera inspirarse en la fe cristiana.
Este amor cristiano al enemigo parece casi imposible en el clima de indignada crispación que provoca la violencia terrorista. Sólo recordar las palabras evangélicas puede resultar irritante para algunos. Y, sin embargo, es necesario hacerlo si queremos vemos libres de la deshumanización que generan el odio y la venganza.
Hay dos cosas que los cristianos podemos y debemos recordar hoy en medio de esta sociedad, aun a precio de ser rechazados. Amar al delincuente injusto y violento no significa en absoluto dar por buena su actuación injusta y violenta. Por otra parte, condenar de manera tajante la injusticia y crueldad de la violencia terrorista no debe llevar necesariamente al odio hacia quienes la instigan o llevan a cabo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
18 de febrero de 1990

CORDIALIDAD

Si saludáis
sólo a vuestros hermanos...

No es la manifestación sensible de los sentimientos el mejor criterio para verificar el amor cristiano, sino el comportamiento solícito por el bien del otro. Por lo general, un servicio humilde al necesitado encierra, casi siempre, más amor que muchas palabras efusivas.
Pero se ha insistido a veces de tal manera en el esfuerzo de la voluntad que hemos llegado a privar a la caridad de su contenido afectivo.
Y, sin embargo, el amor cristiano que nace de lo profundo de la persona inspira y orienta también los sentimientos, y se traduce en afecto cordial.
Amar al prójimo exige hacerle bien, pero significa también aceptarlo, respetarlo, descubrir lo que hay en él de amable, hacerle sentir nuestra acogida y amor.
La caridad cristiana induce a la persona a adoptar una actitud cordial de simpatía, solicitud y afecto, superando posturas de antipatía, indiferencia o rechazo.
Naturalmente, nuestro modo personal de amar viene condicionado por la sensibilidad, la riqueza afectiva o la capacidad de comunicación de cada uno. Pero el amor cristiano promueve la cordialidad, el afecto sincero y la amistad entre las personas.
Esta cordialidad no es mera cortesía exterior exigida por la buena educación ni simpatía espontánea que nace al contacto con las personas agradables, sino la actitud sincera y purificada de quien se deja vivificar por el amor cristiano.
Tal vez no subrayamos hoy suficientemente la importancia que tiene el cultivo de esta cordialidad en el seno de la familia, en el ámbito del trabajo y en todas nuestras relaciones.
La cordialidad ayuda a las personas a sentirse mejor, suaviza las tensiones y conflictos, acerca posturas, fortalece la amistad, hace crecer la fraternidad.
La cordialidad ayuda a liberarse de sentimientos de egoísmo y rechazo, pues se opone directamente a nuestra tendencia a dominar, manipular o hacer sufrir al prójimo. Quienes saben acoger y comunicar afecto de manera sana y generosa crean en su entorno un mundo más humano y habitable.
Jesús insiste en desplegar esta cordialidad, no sólo ante el amigo o la persona agradable, sino incluso ante quien nos rechaza. Recordemos unas palabras suyas que nos revelan su estilo de ser: «Si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario?»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
22 de febrero de 1987

AGRESIVIDAD DESTRUCTORA

No hagáis frente al que os agravia...

Las protestas estudiantiles están provocando honda preocupación en sectores amplios de la sociedad. Los motivos de alarma son diversos. Sin duda, no es el menor el comprobar con qué facilidad puede extenderse entre nosotros la agresividad y la violencia.
La sicología moderna nos ha enseñado a valorar positivamente la agresividad del hombre como una energía orientada a promover su crecimiento y desarrollo integral. Sin ella, la humanidad no habría sido capaz de acometer las grandes empresas que le han llevado a progresar a lo largo de los siglos.
Sin embargo, una y otra vez, somos testigos de cómo esta agresividad cambia de orientación y se convierte en ataque ciego e ímpetu destructor. ¿Por qué?
Sería una ingenuidad condenar la agresividad sin ahondar en las raíces que provocan su desorientación destructora. Hemos de preguntarnos más bien cuáles pueden ser las causas que desencadenan su estallido violento en nuestros días.
Sin duda, las reivindicaciones concretas de los estudiantes encierran graves problemas en el mundo de la enseñanza que requieren una atención urgente. Pero su protesta, llena de violencia e ira, es probablemente signo de un malestar más profundo.
Cuando las personas no reciben el amor que necesitan ni la acogida suficiente que les ayude a enfrentarse a la vida, es fácil la explosión de ira y odio.
Cuando alguien se siente excluido de la sociedad y sin futuro, su frustración puede descargarse en violencia y destrucción.
Cuando las personas se sienten infravaloradas, inseguras y sin identidad, no es difícil que busquen su afirmación participando de alguna manera en acciones agresivas aunque sean realizadas por otros.
¿Es tan extraña la agresividad destructora de estos jóvenes a veces tan indigentes de verdadero amor, tan necesitados de seguridad, tan faltos de porvenir?
También aquí hemos de escuchar las palabras de Jesús invitándonos a no reaccionar ante el agresor con nueva agresividad. El “ojo por ojo y diente por diente” no erradica el mal. Es necesario superar el mal con el bien.
Estos jóvenes están pidiendo de la sociedad una acogida más solícita, una atención más efectiva, una preocupación más real.
Autoridades públicas, responsables políticos, educadores y padres hemos de preguntarnos si estamos escuchando su llamada.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
19 de febrero de 1984

«GUERRA SUCIA»

Amad a vuestros enemigos.

Dentro de la espiral incontenible de violencia que nos asola, ha hecho ya su aparición brutal la llamada «guerra sucia», nueva versión de la vieja ley del «ojo por ojo y diente por diente».
Se trata, una vez más, de disuadir al agresor haciéndole sufrir el mismo daño que él causa y con la misma violencia e inhumanidad pie él mismo practica.
Se piensa así que el mejor método para disuadir a los terroristas de ETA a desistir de su acción violenta es hacerles sufrir en su propia carne el mismo horror que ellos provocan en sus víctimas.
Hemos llegado a tal estado de exasperación que no son pocos lo que, aun reprobando en voz alta estas acciones, las aprueban secretamente en su corazón como remedio eficaz para ahuyentar de nosotros, una vez por todas, la sombra siniestra del terrorismo.
La violencia se está apoderando hasta tal punto de nuestros corazones y de nuestra convivencia, que tiene que ser uno demasiado «ingenuo» para atreverse a recordar entre nosotros aquella llamada original de Jesús: «Amad a ¡os enemigos».
¿No es esto algo antinatural, que contradice las leyes más elementales de la sensatez y la eficacia frente a quienes ponen en peligro nuestra seguridad y siembran de sangre nuestro instinto, violentarnos a nosotros mismos y forzar en nuestro interior una actitud de simpatía y unos sentimientos de amor no menos violentos?
Ciertamente, Jesús no plantea así las cosas. Lo primero es transformar la relación «amigo-enemigo», descubriendo en el otro al hombre, al hermano.
El otro no es sólo «enemigo». Es un ser humano, alguien que tiene seres queridos, alguien que ama y es amado, que sufre y que goza, alguien que tiene el mismo hambre de felicidad que todos nosotros. Alguien que salió de manos del Padre para disfrutar un día de la vida plena.
El «enemigo» empieza a ser muy diverso de lo que nosotros vemos en él, cuando lo contemplamos sencillamente como hombre.
«Amar al enemigo» no es introducirlo en el círculo íntimo de nuestras amistades. Pero sí, aceptarlo como hombre y como hermano, que no ha perdido ci derecho a ser tratado con justicia y humanidad.
Las «guerras sucias» pueden parecer eficaces para crear «un equilibrio de terror», pero ensucian aún más nuestra convivencia y la degradan, buscando una vez más, la solución de nuestros problemas por el camino inhumano de la sangre y la violencia.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
22 de febrero de 1981

INCLUSO A LOS ENEMIGOS

Yo os digo: amad a vuestros enemigos.

Es innegable que vivimos en una situación realmente paradójica. «Mientras más aumenta la sensibilidad ante los derechos pisoteados o injusticias violentas, más crece el sentimiento de tener que recurrir a una violencia brutal o despiadada para llevar a cabo los profundos cambios que se anhelan» (Documento de los Provinciales de la Compañía).
No parece haber otro camino para resolver ¡os problemas que el recurso a la violencia. No es extraño que las palabras de Jesús resuenen en nuestra sociedad como un grito ingenuo además de discordante: «Amad a vuestros enemigos, haced ei bien a los que os aborrecen».
Y sin embargo, quizás es la palabra que más necesitamos escuchar todos en estos momentos en que, sumidos en la perplejidad, no sabemos qué hacer en concreto para ir arrancando del mundo la violencia.
Alguien ha dicho que «los problemas que sólo pueden resolverse con violencia, deben ser planteados de nuevo» (F. Hacker). Y es precisamente aquí donde tiene mucho que aportar también hoy el evangelio de Jesús, no para ofrecernos soluciones técnicas a nuestros conflictos, pero sí para descubrirnos en qué actitud debemos abordarlos.
Hay una convicción profunda en Jesús. Al mal no se le puede vencer a base de fuerza, odio y violencia. Al mal se le vence sólo con el bien. Como decía M. Luther King, «el último defecto de la violencia es que describe una espiral descendente que destruye todo lo que engendra. En vez de disminuir el mal, lo aumenta».
Jesús no se detiene a precisar si, en alguna circunstancia con- creta, la violencia puede ser legítima. Más bien nos invita a trabajar y luchar para que no lo sea nunca. Por eso es importante buscar siempre caminos que nos lleven hacia la fraternidad y no hacia el fratricidio.
Amar a los enemigos no significa tolerar las injusticias y retirarse cómodamente de la lucha contra el mal. Lo que Jesús ha visto con claridad es que no se lucha contra el mal cuando se destruye a las personas. Hay que combatir el mal sin buscar la destrucción del adversario.
Pero no olvidemos algo importante. Esta llamada a renunciar al odio y a la violencia debe dirigirse no tanto a los débiles que no tienen apenas ningún poder ni acceso a la violencia destructora, sino sobre todo a quienes manejan el poder, el dinero o las armas, y pueden por ello acrecentar la violencia de manera decisiva.

José Antonio Pagola



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