lunes, 30 de junio de 2014

06/07/2014 - 14º domingo Tiempo ordinario (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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¡Volver a Jesús! Retomar la frescura inicial del evangelio.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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6 de julio de 2014

14º domingo Tiempo ordinario (A)


EVANGELIO

Soy manso y humilde de corazón.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 11, 25-30

En aquel tiempo, exclamó Jesús:
-«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, así te ha parecido mejor.
Todo me lo, ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis vuestro. descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
6 de julio de 2014

TRES LLAMADAS DE JESÚS

El evangelio de Mateo ha recogido tres llamadas de Jesús que hemos de escuchar con atención sus seguidores, pues pueden transformar el clima de desaliento, cansancio y aburrimiento que a veces se respira en algunos sectores de nuestras comunidades.
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados. Yo os aliviaré”. Es la primera llamada. Está dirigida a todos los que viven su religión como una carga pesada. No son pocos los cristianos que viven agobiados por su conciencia. No son grandes pecadores. Sencillamente, han sido educados para tener siempre presente su pecado y no conocen la alegría del perdón continuo de Dios. Si se encuentran con Jesús, se sentirán aliviados.
Hay también cristianos cansados de vivir su religión como una tradición gastada. Si se encuentran con Jesús, aprenderán a vivir a gusto con Dios. Descubrirán una alegría interior que hoy no conocen. Seguirán a Jesús, no por obligación sino por atracción.
“Cargad con mi yugo porque es llevadero y mi carga ligera”. Es la segunda llamada. Jesús no agobia a nadie. Al contrario, libera lo mejor que hay en nosotros pues nos propone vivir haciendo la vida más humana, digna y sana. No es fácil encontrar un modo más apasionante de vivir.
Jesús libera de miedos y presiones, no los introduce; hace crecer nuestra libertad, no nuestras servidumbres; despierta en nosotros la confianza, nunca la tristeza; nos atrae hacia el amor, no hacia las leyes y preceptos. Nos invita a vivir haciendo el bien.
“Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis descanso”.
Es la tercera llamada. Hemos de aprender de Jesús a vivir como él. Jesús no complica nuestra vida. La hace más clara y más sencilla, más humilde y más sana. Ofrece descanso. No propone nunca a sus seguidores algo que él no haya vivido. Nos invita a seguirlo por el mismo camino que él ha recorrido. Por eso puede entender nuestras dificultades y nuestros esfuerzos, puede perdonar nuestras torpezas y errores, animándonos siempre a levantarnos.
Hemos de centrar nuestros esfuerzos en promover un contacto más vital con Jesús en tantos hombres y mujeres necesitados de aliento, descanso y paz. Me entristece ver que es precisamente su modo de entender y de vivir la religión lo que conduce a no pocos, casi inevitablemente, a no conocer la experiencia de confiar en Jesús. Pienso en tantas personas que, dentro y fuera de la Iglesia, viven “perdidos”, sin saber a qué puerta llamar. Sé que Jesús podría ser para ellos la gran noticia.


José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
3 de julio de 2011

EL PUEBLO SENCILLO

Jesús no tuvo problemas con la gente sencilla. El pueblo sintonizaba fácilmente con él. Aquellas gentes humildes que vivían trabajando sus tierras para sacar adelante una familia, acogían con gozo su mensaje de un Dios Padre, preocupado de todos sus hijos, sobre todo, de los más olvidados.
Los más desvalidos  buscaban su bendición: junto a Jesús  sentían a Dios más cercano. Muchos enfermos, contagiados por su fe en un Dios bueno, volvían a confiar en el Padre del cielo. Las mujeres intuían que Dios tiene que amar a sus hijos e hijas como decía Jesús, con entrañas de madre.
El pueblo sentía que Jesús, con su forma de hablar de Dios, con su manera de ser y con su modo de reaccionar ante los más pobres y necesitados, le estaba anunciando al Dios que ellos necesitaban. En Jesús experimentaban la cercanía salvadora de Padre.
La actitud de los “entendidos” era diferente. Lo que al pueblo sencillo le llena de alegría a ellos les indigna. Los  maestros de la ley no pueden entender que Jesús se preocupe tanto del sufrimiento y tan poco del cumplimiento del sábado. Los dirigentes religiosos de Jerusalén lo miran con recelo: el Dios Padre del que habla Jesús no es una Buena Noticia, sino un peligro para su religión.
Para Jesús, esta reacción tan diferente ante su mensaje no es algo casual. Al Padre le parece lo mejor. Por eso le da gracias delante de todos: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido mejor».
También hoy el pueblo sencillo capta mejor que nadie el Evangelio. No tienen problemas para sintonizar con Jesús. A ellos se les revela el Padre mejor que a los “entendidos” en religión. Cuando oyen hablar de Jesús, confían en él de manera casi espontánea.
Hoy, prácticamente, todo lo importante se piensa y se decide en la Iglesia, sin el pueblo sencillo y lejos de él. Sin embargo, difícilmente, se podrá hacer nada nuevo y bueno para el cristianismo del futuro sin contar con él. Es el pueblo sencillo el que nos arrastrará hacia una Iglesia más evangélica, no los teólogos ni los dirigentes religiosos.
Hemos de redescubrir el potencial evangélico que se encierra en el pueblo creyente. Muchos cristianos sencillos intuyen, desean y piden vivir su adhesión a Cristo de manera más evangélica, dentro de una Iglesia renovada por el Espíritu de Jesús. Nos están reclamando más evangelio y menos doctrina. Nos están pidiendo lo esencial, no frivolidades.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - Recreados por Jesús
6 de julio de 2008

TRES LLAMADAS DE JESÚS

Venida mí.

Un día Jesús sorprendió a todos dando gracias a Dios por su éxito con la gente sencilla de Galilea y por su fracaso entre los maestros de la ley, escribas y sacerdotes. «Te doy gracias, Padre... porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla». A Jesús se le ve contento. «Sí, Padre, así te ha parecido mejor». Esa es la manera que tiene Dios de revelar sus «cosas».
La gente sencilla e ignorante, los que no tienen acceso a grandes conocimientos, los que no cuentan en la religión del templo, se están abriendo a Dios con corazón limpio. Están dispuestos a dejarse enseñar por Jesús. El Padre les está revelando su amor a través de él. Entienden a Jesús como nadie.
Sin embargo, los «sabios y entendidos» no entienden nada. Tienen su propia visión docta de Dios y de la religión. Creen saberlo todo. No aprenden nada nuevo de Jesús. Su visión cerrada y su corazón endurecido les impiden abrirse a la revelación del Padre a través de su Hijo.
Jesús termina su oración, pero sigue pensando en la «gente sencilla». Viven oprimidos por los poderosos de Séforis y Tiberíades, y no encuentran alivio en la religión del templo. Su vida es dura, y la doctrina que le ofrecen los «entendidos» la hacen todavía más dura y difícil. Jesús les hace tres llamadas.
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados». Es la primera llamada. Está dirigida a todos los que sienten la religión como un peso, los que viven agobiados por doctrinas que les impiden captar la alegría de la salvación. Si se encuentran vitalmente con Jesús, experimentarán un alivio inmediato: «Yo os aliviaré».
«Cargad con mi yugo... porque es llevadero y mi carga ligera». Es la segunda llamada. Hay que cambiar de yugo. Abandonar el de los «sabios y entendidos» pues no es llevadero, y cargar con el de Jesús, que hace la vida más llevadera. No porque Jesús exige menos. Exige más, pero de otra manera. Exige lo esencial: el amor que libera de lo que hace daño a las personas.
«Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón». Es la tercera llamada. Hay que aprender a cumplir la ley y vivir la religión con su espíritu. Jesús no «complica» la vida, la hace más simple y humilde. No oprime, libera para vivir de manera más digna y humana. Es un «descanso» encontrarse con él.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
3 de julio de 2005

APRENDER DE LOS SENCILLOS

Las has revelado a la gente sencilla.

Jesús no tuvo problemas con las gentes sencillas del pueblo. Sabía que le entendían. Lo que le preocupaba era si algún día llegarían a captar su mensaje los líderes religiosos, los especialistas de la ley, los grandes maestros de Israel. Cada día era más evidente: lo que al pueblo sencillo le llenaba de alegría, a ellos los dejaba indiferentes.
Aquellos campesinos que vivían defendiéndose del hambre y de los grandes terratenientes le entendían muy bien: Dios los quería ver felices, sin hambre ni opresores. Los enfermos se fiaban de él y, animados por su fe, volvían a creer en el Dios de la vida. Las mujeres que se atrevían a salir de su casa para escucharle, intuían que Dios tenía que amar como decía Jesús: con entrañas de madre. La gente sencilla del pueblo sintonizaba con él. El Dios que les anunciaba era el que anhelaban y necesitaban.
La actitud de los «entendidos» era diferente. Caifás y los sacerdotes de Jerusalén lo veían como un peligro. Los maestros de la ley no entendían que se preocupara tanto del sufrimiento de la gente y se olvidara de las exigencias de la religión. Por eso, entre los seguidores más cercanos de Jesús no hubo nunca sacerdotes, escribas o maestros de la ley.
Un día, Jesús descubrió a todos lo que sentía en su corazón. Lleno de alegría, le rezó así a Dios: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla».
Siempre es igual. La mirada de la gente sencilla es, de ordinario, más limpia. No hay en su corazón tanto interés torcido. Van a lo esencial. Saben lo que es sufrir, sentirse mal y vivir sin seguridad. Son los primeros que entienden el Evangelio.
Esta gente sencilla es lo mejor que tenemos en la Iglesia. De ellos tenemos que aprender obispos, teólogos, moralistas y entendidos en religión. A ellos les descubre Dios algo que a nosotros se nos escapa. Los eclesiásticos tenemos el riesgo de racionalizar, teorizar y «complicar» demasiado la fe. Sólo dos preguntas: ¿Por qué hay tanta distancia entre nuestra palabra y la vida de la gente? ¿Por qué nuestro mensaje resulta más oscuro y más complicado que el de Jesús?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
7 de julio de 2002

NO BASTA

Yo os aliviaré.

Hay cansancios típicos en la sociedad actual que no se curan con las vacaciones. No desaparecen por el mero hecho de irnos a descansar unos días. La razón es sencilla. Las vacaciones pueden ayudar a rehacemos un poco, pero no pueden darnos el descanso interior, la paz del corazón y la tranquilidad de espíritu que necesitamos.
Hay un primer cansancio que proviene de un activismo agotador. No respetamos los ritmos naturales de la vida. Hacemos cada vez más cosas en menos tiempo. De un día queremos sacar dos. Vivimos acelerados, en desgaste permanente, deshaciéndonos cada día un poco más. Ya llegarán las vacaciones para «cargar pilas».
Es un error. Las vacaciones no sirven para resolver este cansancio. No basta «desconectar» de todo. A la vuelta de vacaciones todo seguirá igual. Lo que necesitamos es no acelerar más nuestra vida, imponernos un ritmo más humano, dejar de hacer algunas cosas, vivir más despacio y de manera más descansada.
Hay otro tipo de cansancio que nace de la saturación. Vivimos un exceso de actividades, relaciones, citas, encuentros, comidas. Por otra parte, el contestador automático, el móvil, el ordenador, el correo electrónico facilitan nuestro trabajo, pero introducen en nuestra vida una saturación. Estamos en todas partes, siempre localizables, siempre «conectados». Ya llegarán las vacaciones para «desaparecer» y «perdernos».
Es un error. Lo que necesitamos es aprender a «ordenar» nuestra vida: elegir lo importante, relativizar lo accidental, dedicar más tiempo a lo que nos da paz interior y sosiego.
Hay también un cansancio difuso, difícil de precisar. Vivimos cansados de nosotros mismos, hartos de nuestra mediocridad, sin encontrar lo que desde el fondo anhela nuestro corazón. ¿Cómo nos van a curar unas vacaciones? No es superfluo escuchar las palabras de Jesús: «Venid aquí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré». Hay una paz y un descanso que sólo se puede encontrar en el misterio de Dios acogido en Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
4 de julio de 1999

EL ARTE DE DESCANSAR

Venid a mí todos los que estáis cansados.

Somos muchos los que vivimos sometidos a un ritmo duro de trabajo que nos va desgastando a lo largo de los meses. Por eso, al llegar esta época veraniega, todos buscamos de una manera u otra, un tiempo de descanso que nos ayude a liberarnos de la tensión, el agobio, el desgaste y la fatiga que hemos ido acumulando a lo largo de los días.
Pero, ¿qué es descansar? ¿Es suficiente recuperar nuestras fuerzas físicas, tomando el sol durante horas y más horas junto a la orilla de cualquier mar? ¿Basta con olvidar nuestros problemas y conflictos sumergiéndonos en el ruido de nuestras fiestas y verbenas? Al retomo de las vacaciones, más de uno siente en su interior la sensación de haberlas perdido. Y es que también en vacaciones podemos caer en la tiranía de la agitación, el ruido, la superficialidad y la ansiedad del disfrute fácil y agotador. No todos saben descansar. Y quizás el hombre moderno necesita urgentemente iniciarse en el arte del verdadero descanso.
Necesitamos, antes que nada, encontramos más profundamente con nosotros mismos y buscar el silencio, la calma y la serenidad que tantas veces nos faltan durante el año, para escuchar lo mejor que hay dentro de nosotros y a nuestro alrededor.
Necesitamos recordar que una vida intensa no es una vida agitada. Queremos tenerlo todo, acapararlo y disfrutarlo todo. Y nos hacemos rodear de mil cosas superfluas e inútiles que ahogan nuestra libertad y espontaneidad.
Necesitamos redescubrir la naturaleza, contemplar la vida que brota cerca de nosotros, detenemos ante las cosas pequeñas y las gentes sencillas y buenas. Experimentar que la felicidad tiene poco que ver con la riqueza, los éxitos y el placer fácil.
Necesitamos recordar que el sentido último de la vida no se agota en el esfuerzo, el trabajo y la lucha. Por el contrario, se nos revela con más claridad en la fiesta, el gozo compartido, la amistad y la convivencia fraterna.
Pero necesitamos, además, enraizar nuestra vida en ese Dios «amigo de la vida», fuente del verdadero y definitivo descanso. ¿Puede descansar el corazón del ser humano sin encontrarse con Dios? Escuchemos con fe las palabras de Jesús: «Venid a mí todos tos que estáis fatigados y agobiados, y yo os haré descansar

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
7 de julio de 1996

GENTE SENCILLA

Las has revelado a gente sencilla.

Fue hace muchos años en L’École Biblique de Jerusalén. Un maestro de exégesis nos iniciaba en el difícil arte de desentrañar el evangelio de Mateo. Todo parecía poco para captar el sentido último del texto: crítica textual, análisis literario, estructura del pasaje. Un día, llegamos a esos versículos en los que Jesús exclama: « Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla» (Mt 11, 25). El profesor hizo un largo silencio. Después, nos dijo muy despacio: «No olviden nunca estas palabras. Todo lo demás pueden olvidar.» Fue probablemente la mejor lección de exégesis que he recibido nunca.
Luego, a lo largo de los años, he podido ver que es así. Siempre que he tenido la impresión de estar junto a una persona cercana a Dios, ha sido alguien de corazón sencillo. A veces, una persona sin grandes conocimientos, otras alguien de notable cultura, pero siempre un hombre o mujer de alma humilde y limpia.
En más de una ocasión, he podido comprobar que no basta hablar de Dios para que se despierte la fe. Para mucha gente, ciertos conceptos religiosos están muy gastados, y aunque uno trate de sacarles todo el vigor y sabor que tuvieron en su origen, Dios sigue como «fosilizado» en sus conciencias. Al mismo tiempo, me he encontrado con gentes sencillas que no parecen necesitar grandes ideas ni razonamientos. Intuyen en seguida que Dios es «un Dios oculto», y de su corazón nace espontánea una invocación: «Señor, muéstrame tu rostro.»
Me he encontrado también con personas que se mueven siempre en el círculo de la utilidad. Algunas abandonan a Dios porque les resulta perfectamente inútil; otras le retienen y dan culto porque les sirve. Sin embargo, he podido conocer a gentes sencillas que viven dando gracias a Dios. Disfrutan de lo bueno de la vida, soportan con paciencia los males, saben vivir y hacer vivir. No sé cómo lo logran, pero de su corazón parece estar siempre brotando la alabanza al Creador. Su vida es un acierto.
He expuesto muchas veces temas religiosos y he hablado de Dios ante gentes muy diversas. En ocasiones me he encontrado con personas que planteaban preguntas y más preguntas sobre toda clase de cuestiones teológicas sin mostrar el menor interés por encontrarse con Dios. Pero he visto también gente sencilla cuyos ojos brillaban de forma especial cuando yo leía textos como éste del profeta Isaías: «Yo soy el Señor, tu Dios... Tú eres de gran precio a mis ojos, eres valioso y yo te quiero... No temas que estoy contigo» (Is 43, 4); o pronunciaba el salmo 103: «Como un padre siente ternura para con sus hijos, así siente ternura el Señor para quienes le temen. Pues él sabe de qué estamos plasmados, se acuerda de que somos barro» (Sal 103, 13-14). Sí, Dios se revela a gente sencilla.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
4 de julio de 1993

VERANO

Venid a mí todos los que estáis cansados.

Ya estamos en verano. Y todos nos disponemos a buscar, de alguna manera, ese descanso que nos reponga de las tensiones y desgastes que hemos ido acumulando a lo largo del año. Sin embargo, no todas las personas saben descansar. Hay quienes terminan las vacaciones con el ánimo crispado y el cuerpo maltrecho. Descansar es un arte que hay que aprender.
Antes que nada, hemos de valorar el descanso y el ocio por sí mismos. Configurados por «la sociedad del rendimiento», podemos llegar a pensar que la vida pierde todo su sentido en el momento en que deja de ser rentable. Hay personas que siempre tienen que estar haciendo algo útil. Sólo «descansan» para volver a trabajar, pues el trabajo es lo único importante en sus vidas. Por eso, incluso en vacaciones, tienden a seguir haciendo lo que hacen durante el resto del año.
Sin embargo, las vacaciones son para vivirlas a pleno pulmón, gozando del hecho de poder disfrutarlas y no sólo como un merecido descanso, sino como apertura a nuevos valores y recreación de nuestra vida.
El descanso vivido plenamente nos permite recuperar la paz y armonía interior. Volver a ser más dueños de nosotros mismos, liberarnos de preocupaciones y prisas que ahogan nuestro ser. Se trata de experimentar ese «puro vivir» del que habla P Laín Entralgo, en el que «el cuidado ha sido enteramente sustituido por el gozo».
Ese descanso liberador nos hace más receptivos y contemplativos. En el ocio nos conocemos a nosotros mismos de otra manera. Podemos escuchar mejor lo que hay dentro de nosotros; tomar conciencia más viva de lo que somos y de lo que la vida nos pide; poner las bases para una vida más equilibrada y digna.
El ocio ayuda también a entrar en comunión más profunda con las cosas y con la naturaleza, al sustituir el punto de vista de la utilidad por el disfrute. Cuando uno olvida la prisa, disfruta del silencio, recorre a pie los caminos, contempla plácida- mente la puesta del sol o se recrea en las aguas del mar, experimenta la vida como un regalo precioso que nunca sabremos agradecer lo suficiente.
No es difícil entonces percibir la presencia misteriosa de ese Dios cuyo amor atento y solícito vela por esta creación y por esta humanidad que sólo busca descanso y vida eterna. Se entienden las palabras de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.» ¿Puede de verdad descansar el corazón del ser humano sin reconciliarse con Dios, su Amigo?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
8 de julio de 1990

LA «BERAKAH»

Te doy gracias, Padre...

Entre las oraciones de Jesús recogidas por la tradición una de las más bellas es, sin duda, este grito espontáneo de gozo, admiración y agradecimiento que sale de sus labios: «Yo te bendigo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has descubierto a la gente sencilla».
Los exégetas descubren en estas palabras de Jesús una «berakah» o «bendición a Yahvé», que es la oración más típica de la espiritualidad judía.
En su forma más sencilla, la «berakah» es un grito de admiración, «¡Bendito sea Yahve!» (Baruk Yahveh) al que sigue una exposición del motivo que provoca la acción de gracias.
Para el creyente israelita, todo puede ser motivo de «berakah», es decir, de alabanza y acción de gracias: el despertar y el atardecer, el calor bienhechor del sol y las lluvias de primavera, el nacimiento del hijo y la muerte serena del anciano, el regalo de la vida y el disfrute de la liturgia del templo.
Estas «berakah» que acompañan la vida cotidiana del judío, desde que se despierta hasta que se acuesta, crean todo un estilo de vida donde la acción de gracias y la alabanza ocupan un lugar central.
Tal vez, una de las desgracias del cristianismo sea el haber perdido, en gran parte, el talante y la actitud religiosa que entraña la «berakah» judía. De hecho, la religión de bastantes cristianos se alimenta más del miedo que de la admiración y la alabanza.
Cuando Dios es percibido como un ser amenazador y temible ante el cual lo mejor es protegerse, el miedo a ese Dios provoca una religión donde lo más importante es mantenerse puros ante El, no transgredir sus mandatos, expiar nuestros pecados y asegurarnos así la salvación.
Cuando, por el contrario, Dios es captado como amor infinito y misterio fascinante, la admiración ante ese Dios suscita una vivencia religiosa en la que predominan la alabanza, la acción de gracias y el reconocimiento gozoso.
La plegaria eucarística, nacida de la «berakah» Judía, está toda ella fundamentada en la admiración, la alabanza y la acción de gracias. No se habla en ella de recompensas ni de castigos. Su lenguaje no es el de la utilidad o el pragmatismo. Desde el comienzo se nos invita a levantar el corazón y dar gracias a Dios.
Por eso, X. Basurko, en un sugerente capítulo de su obra «Compartir el pan. De la misa a la eucaristía», ve en la plegaria eucarística «una escuela para el aprendizaje existencial de la gratuidad». Celebrando la eucaristía hemos de aprender a despertar en nosotros la admiración, el gozo y la alabanza por el regalo inmenso de la vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
5 de julio de 1987

ENCONTRAREIS DESCANSO

Venid a mí todos los que estáis cansados.

Es algo hoy muy generalizado pensar que “lo interior» no aporta nada y uno puede prescindir de ello sin ningún problema.
Y cuando un error es aceptado de manera casi indiscutible en la sociedad no es tan fácil descubrirlo. Sin embargo, basta abrir los ojos y observar la vida de muchas personas para ver lo engañados que estamos.
Cuántos hombres y mujeres funcionan exactamente como esos juguetes que se mueven impulsados por una cuerda o unas pilas. No se dan apenas cuenta de que, al perder su interioridad, su vida se ha ido mecanizando y empobreciendo.
Son personas dirigidas desde fuera. Al vivir sin alma, su existencia se ha ido reduciendo poco a poco a movimiento, agitación, reacciones que responden a estímulos externos.
Viven de fórmulas y consignas. Juegan a renovarse pero, secretamente, se sienten viejas y aburridas. Tal vez, su única aspiración hoy es aguantar y sobrevivir.
Qué espectáculo tan penoso el que ofrece la vida de tantas personas reducida a puro reflejo, una especie de tic nervioso repetido una y otra vez de manera casi mecánica. Hacen y vuelven a hacer lo mismo sin contenido personal, sin calor, sin hondura ni creatividad.
Desposeídos de sí mismos, hablan, ríen y gozan aparentemente como una persona de verdad, pero están desconectados de la fuente interior de la vida y no conocen la alegría y la paz del que vive desde las raíces del ser.
Para sentirse vivos, necesitan hacer cosas útiles y disfrutar de estímulos cada vez más intensos o excitantes, aunque algo les dice que su vida se va embotando y deteriorando casi sin remedio. Se diría que se sienten cansados de casi todo.
Cuando una persona está viviendo este proceso de desinteriorización, no basta para recuperar la vida, «tomarse unas buenas vacaciones” y «cargar de nuevo las pilas».
Se necesita aprender a vivir de otra manera. Detenerse y tomarse un tiempo para encontrarse con uno mismo. Recuperar la unidad espiritual. Bajar con paz al centro mismo de nuestra vida. Abrirse con confianza a Dios. No tener miedo a encontrarnos a solas con El.
Hay un descanso y una paz que muchos hoy no pueden sospechar. Están reservados a gente sencilla. Hombres y mujeres que sepan escuchar las palabras de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
8 de julio de 1984

ENCONTRAR DESCANSO

Venid a mí todos los que estáis cansados...

Somos algo mucho más importante que nuestro trabajo, oficio, cargo o profesión. Somos seres humanos hechos para vivir, amar, reír, ser.
Por eso, en contra de lo que muchos puedan pensar, «descansar» no es tan fácil. Porque no es divertirse dando rienda suelta al consumo, ni «hacer vacaciones» para alardear o alimentar la propia vanidad.
Descansar es reconciliarse con la vida. Disfrutar de manera sencilla, cordial y entrañable del regalo de la existencia. Hacer la paz en nuestro corazón. Limpiar nuestra alma. Reencontramos con lo mejor de nosotros mismos.
Por eso, no hay que recorrer largas distancias para encontrar descanso. Basta recorrer la que nos lleva a encontrar la paz en nuestro corazón. Si ahí no la hallamos, inútil buscarla en ninguna parte del mundo.
Necesitamos salir al aire libre y encontrarnos con la naturaleza. Pero necesitamos también salir de nuestros egoísmos y mezquindades, y abrirnos a la vida y a las personas.
Descansar es descubrir que uno está vivo, que puede mirar con ojos más limpios y desinteresados a la gente, que es capaz de enamorarse de las cosas sencillas y buenas, que hasta se puede tomar uno tiempo para ser feliz.
Pero sólo descansamos cuando liberamos nuestro corazón de angustias egoístas y de mil complicaciones insensatas que nos creamos mutuamente sin necesidad alguna.
No basta salvarnos de la asfixia que el nerviosismo, el ruido, la agitación o el trabajo producen en nosotros. No se puede descansar cuando la insatisfacción, la tristeza, el miedo, el remordimiento o la culpabilidad nos atenazan.
¿ Cómo transformar todo esto en paz? ¿ Cómo dejarnos iluminar en lo más hondo de nuestro ser? ¿Cómo acoger de nuevo la energía de la vida?
Los creyentes sabemos que un Dios acogido en nuestra vida, no como un ser vago e impersonal sino como amigo querido y cercano, es camino de pacificación, iluminación interior, unificación de todo nuestro ser, perdón y liberación de nuestras contradicciones, errores y pecados.
Acertar a abrirnos a Dios es encontrar descanso verdadero. Ojalá, al organizar nuestras vacaciones, sepamos escuchar en las palabras de Jesús la llamada de ese Dios amigo: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
5 de julio de 1981

SABER DESCANSAR

Venid a mí todos los que estáis cansados.

Somos muchos los hombres y mujeres de nuestra sociedad que vivimos sometidos a un ritmo duro de trabajo que nos va desgastando a lo largo de los meses.
Por eso, al llegar esta época veraniega, todos buscamos de una manera o de otra, un tiempo de descanso que nos ayude a liberarnos de la tensión, el agobio, el desgaste y la fatiga que hemos ido acumulando a lo largo de los días.
Pero, ¿qué es descansar? ¿Es suficiente recuperar nuestras fuerzas físicas, tomando el sol durante horas y más horas junto a la orilla de cualquier mar? ¿Basta con olvidar nuestros problemas y conflictos sumergiéndonos en el ruido de nuestras fiestas y verbenas?
Al retorno de las vacaciones, más de uno siente en su interior la sensación de haberlas perdido. Y es que también en vacaciones podemos caer en la tiranía de la agitación, el ruido, la superficialidad y la ansiedad del disfrute fácil y agotador.
No todos saben descansar. Y quizás el hombre moderno necesita urgentemente iniciarse en el arte del verdadero descanso.
Necesitamos, antes que nada, encontrarnos más profundamente con nosotros mismos y buscar el silencio, la calma y la serenidad que, tantas veces nos faltan durante el año, para escuchar lo mejor que hay dentro de nosotros y a nuestro alrededor.
Necesitamos recordar que una vida intensa no es una vida agitada. Queremos tenerlo todo, acapararlo y disfrutarlo todo. Y nos hacemos rodear de mil cosas superfluas e inútiles, que en definitiva ahogan nuestra libertad y espontaneidad.
Necesitamos redescubrir la naturaleza, contemplar la vida que brota cerca de nosotros, detenernos ante las cosas pequeñas y las gentes sencillas y buenas. Experimentar que la felicidad tiene poco que ver con la riqueza, los éxitos y el placer fácil.
Necesitamos recordar que el sentido último de la vida no se agota en el esfuerzo, el trabajo y la lucha. Por el contrario, se nos revela con más claridad en la fiesta, el gozo compartido, la amistad y la convivencia fraterna.
Pero, sin duda, necesitamos enraizar más nuestra vida en ese Dios amigo de la vida, fuente del verdadero y definitivo descanso para el hombre. ¿No necesitamos los hombres un descanso interior para nuestras almas? ¿Puede descansar el corazón del hombre sin reconciliarse con Dios?
Escuchemos con fe las palabras de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados y yo os haré descansar».

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


lunes, 23 de junio de 2014

29/06/2014 - San Pedro y San Pablo, apóstoles (A)

Inicio ..... Ciclo A ..... Ciclo B ..... Ciclo C ..... Euskera ..... Multilingue ..... Videos


Homilias de José Antonio Pagola

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29 de jumio de 2014

San Pedro y San Pablo, apóstoles (A)


EVANGELIO

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 13-19

Tu eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos.

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
-«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron:
-«Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremias o uno de los profetas.»
Él les preguntó:
-«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
-«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió:
-«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo:
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
29 de junio de 2014

SOLO JESÚS EDIFICA LA IGLESIA

El episodio tiene lugar en la región pagana de Cesarea de Filipo. Jesús se interesa por saber qué se dice entre la gente sobre su persona. Después de conocer las diversas opiniones que hay en el pueblo, se dirige directamente a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.
Jesús no les pregunta qué es lo que piensan sobre el sermón de la montaña o sobre su actuación curadora en los pueblos de Galilea. Para seguir a Jesús, lo decisivo es la adhesión  a su persona. Por eso, quiere saber qué es lo que captan en él.
Simón toma la palabra en nombre de todos y responde de manera solemne: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús no es un profeta más entre otros. Es el último Enviado de Dios a su pueblo elegido. Más aún, es el Hijo del Dios vivo. Entonces Jesús, después de felicitarle porque esta confesión sólo puede provenir del Padre, le dice: “Ahora yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
Las palabras son muy precisas. La Iglesia no es de Pedro sino de Jesús. Quien edifica la Iglesia no es Pedro, sino Jesús. Pedro es sencillamente “la piedra” sobre la cual se asienta “la casa” que está construyendo Jesús. La imagen sugiere que la tarea de Pedro es dar estabilidad y consistencia a la Iglesia: cuidar que Jesús la pueda construir, sin que sus seguidores introduzcan desviaciones o reduccionismos.
El Papa Francisco sabe muy bien que su tarea no es “hacer las veces de Cristo”, sino cuidar que los cristianos de hoy se encuentren con Cristo. Esta es su mayor preocupación. Ya desde el comienzo de su servicio de sucesor de Pedro decía así: “ La Iglesia ha de llevar a Jesús. Este es el centro de la Iglesia. Si alguna vez sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús, sería una Iglesia muerta”.
Por eso, al hacer público su programa de una nueva etapa evangelizadora, Francisco propone dos grandes objetivos. En primer lugar, encontrarnos con Jesús, pues  “él puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestras comunidades... Jesucristo puede también romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo”.
En segundo lugar, considera decisivo “volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio” pues, siempre que lo intentamos, brotan nuevos caminos, métodos creativos, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual”. Sería lamentable que la invitación del Papa a impulsar la renovación de la Iglesia no llegara hasta los cristianos de nuestras comunidades.


José Antonio Pagola

HOMILIA

EL SERVICIO DE PEDRO

Jesús conversa con sus discípulos en la región de Cesarea de Filipo, no lejos de las fuentes del Jordán. El episodio ocupa un lugar destacado en el evangelio de Mateo. Probablemente, quiere que sus lectores no confundan las «iglesias» que van naciendo de Jesús con las «sinagogas» o comunidades judías donde hay toda clase de opiniones sobre él.
Lo primero que hay que aclarar es quién está en el centro de la Iglesia. Jesús se lo pregunta directamente a sus discípulos: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde en nombre de todos: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Intuye que Jesús no es sólo el Mesías esperado. Es el «Hijo de Dios vivo». El Dios que es vida, fuente y origen de todo lo que vive. Pedro capta el misterio de Jesús en sus palabras y gestos que ponen salud, perdón y vida nueva en la gente.
Jesús le felicita: «Dichoso tú… porque eso sólo te lo ha podido revelar mi Padre del cielo». Ningún ser humano «de carne y hueso» puede despertar esa fe en Jesús. Esas cosas las revela el Padre a los sencillos, no a los sabios y entendidos. Pedro pertenece a esa categoría de seguidores sencillos de Jesús que viven con el corazón abierto al Padre. Esta es la grandeza de Pedro y de todo verdadero creyente.
Jesús hace a continuación una promesa solemne: «Tú eres Pedro y sobre testa piedra yo edificaré mi Iglesia». La Iglesia no la construye cualquiera. Es Jesús mismo quien la edifica. Es él quien convoca a sus seguidores y los reúne en torno a su persona. La Iglesia es suya. Nace de él.
Pero Jesús no es un insensato que construye sobre arena. Pedro será «roca» en esta Iglesia. No por la solidez y firmeza de su temperamento pues, aunque es honesto y apasionado, también es inconstante y contradictorio. Su fuerza proviene de su fe sencilla en Jesús. Pedro es prototipo de los creyentes e impulsor de la verdadera fe en Jesús.
Este es el gran servicio de Pedro y sus sucesores a la Iglesia de Jesús. Pedro no es el «Hijo del Dios vivo», sino «hijo de Jonás». La Iglesia no es suya sino de Jesús. Sólo Jesús ocupa el centro. Sólo el la edifica con su Espíritu. Pero Pedro invita a vivir abiertos a la revelación del Padre, a no olvidar a Jesús y a centrar su Iglesia en la verdadera fe.

José Antonio Pagola

HOMILIA

CONSTRUIR LA IGLESIA DE JESÚS

Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

La Iglesia que conocemos hoy entre nosotros se nos ofrece como una organización sociológica que abarca a todos los ciudadanos que son registrados como bautizados a los pocos días de su nacimiento.
No es fkil ver en ella a la comunidad de los que han descubierto el evangelio, han creído con gozo en Jesucristo salvador e intentan vivir desde las exigencias y la esperanza del mensaje de Jesús.
La Iglesia ha venido a ser en nuestra sociedad una institución de la que no se puede decir que sea el conjunto de hombres y mujeres que se esfuerzan por vivir de acuerdo con el evangelio.
La pertenencia a la Iglesia no se debe a que una persona haya descubierto a Jesucristo y se convierta a la fe, sino, sencillamente, a que ha nacido en un familia de bautizados. En consecuencia, los miembros de la Iglesia no son necesariamente los convertidos al evangelio, sino los nacidos en determinados países «cristianos» o en determinados grupos sociológicos. De esta manera, la Iglesia deja de ser la comunidad de convertidos a Jesús y se configura como la masa de bautizados que piden con mayor o menor frecuencia unos servicios religiosos.
Necesitamos caminar desde una Iglesia entendida como un mero hecho sociológico, hacia una Iglesia entendida como la comunidad de los que viven esforzándose por seguir a Jesucristo.
Necesitamos comunidades cristianas en las que las exigencias del evangelio sean bien conocidas y claramente propuestas. Comunidades de hombres y mujeres que saben muy bien a qué se comprometen cuando deciden libremente entrar a formar parte de la comunidad cristiana.
Comunidades en las que todos se sientan responsables y protagonistas de la misión evangelizadora de la Iglesia. Comunidades no separadas ni disociadas las unas de las otras, sino estrechamente relacionadas y unidas para hacer presente también hoy la fuerza del evangelio en nuestra sociedad.
¿No son éstas algunas de nuestras necesidades más urgentes en estos momentos? Nuestra Iglesia diocesana así lo ha entendido. Durante dos días, más de ciento cincuenta creyentes de Guipúzcoa, de entre ellos casi un centenar de seglares, se han reunido alrededor del Obispo para reflexionar juntos sobre el modelo de Iglesia que debemos buscar y los pasos concretos que debemos dar.
Es sólo un signo modesto de una Iglesia que busca renovarse y convertirse en la comunidad que Jesús quiso construir sobre Pedro, portador fiel de u evangelio.

José Antonio Pagola

HOMILIA

CONFESAR CON LA VIDA

¿Quién decís que soy yo?

¿Quién decís que soy yo? Todos los evangelistas sinópticos recogen esta pregunta dirigida por Jesús a sus discípulos en la región de Cesarea de Felipe. Para los primeros cristianos era muy importante recordar una y otra vez a quién estaban siguiendo, cómo estaban colaborando en su proyecto y por quién estaban arriesgando su vida.
Cuando nosotros escucharnos hoy esta pregunta, tendemos a pronunciar las fórmulas que ha ido acuñando el cristianismo a lo largo de los siglos: Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, el Salvador del mundo, el Redentor de la humanidad... ¿Basta pronunciar estas palabras para convertirnos en «seguidores» de Jesús?
Por desgracia, se trata con frecuencia de fórmulas aprendidas a una edad infantil, aceptadas de manera mecánica, repetidas de forma ligera, y afirmadas más que vividas.
Confesamos a Jesús por costumbre, por piedad o por disciplina, pero vivimos sin captar la originalidad de su vida, sin escuchar la novedad de su llamada, sin dejamos atraer por su amor misterioso, sin contagiamos de su libertad, sin esforzarnos en seguir su trayectoria.
Lo adoramos como «Dios» pero no es el centro de nuestra vida. Lo confesamos como «Señor» pero vivimos de espaldas a su proyecto, sin saber muy bien cómo era y qué quería. Le decimos «Maestro» pero no vivimos motivados por lo que motivaba su vida. Vivimos como miembros de una religión, pero no somos discípulos de Jesús.
Paradójicamente, la «ortodoxia» de nuestras fórmulas doctrinales nos puede dar seguridad, dispensándonos al mismo tiempo de un encuentro vivo con Jesús. Hay cristianos muy «ortodoxos» que viven una religiosidad instintiva, pero no conocen por experiencia lo que es nutrirse de Jesús. Se sienten «propietarios» de la fe, alardean incluso de su ortodoxia, pero no conocen el dinamismo del Espíritu de Cristo.
No nos hemos de engañar. Cada uno hemos de ponemos ante Jesús, dejamos mirar directamente por él y escuchar desde el fondo de nuestro ser sus palabras: ¿quién soy yo realmente para vosotros? A esta pregunta se responde con la vida más que con palabras sublimes.

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿QUÉ MISTERIO SE ENCIERRA EN ÉL?

¿Quién decís que soy yo?

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Cada uno ha de responder. No basta seguir repitiendo fórmulas y tópicos sobre Jesús. Es necesario un esfuerzo por intuir cada vez mejor qué misterio se encierra en este hombre en el que los creyentes descubrimos como en ninguna otra parte el rostro vivo de Dios. Voy a señalar algunos aspectos que destacan hoy investigadores y especialistas sobre Jesús.
Jesús fue un profeta que comunicó a las gentes una experiencia única y original de Dios, sin desfigurarla con los miedos, ambiciones y fantasmas que las religiones suelen proyectar de ordinario sobre la divinidad.
Para Jesús, Dios es amor compasivo. La compasión es la manera de ser de Dios, su primera reacción ante el ser humano y ante la creación entera. Por eso, Jesús habla, actúa, vive y muere movido por la compasión.
Jesús sólo vivió para implantar en el mundo lo que él llamaba «el reino de Dios». Fue su gran sueño. La pasión que alentó su vida entera. Quería ver realizado entre los hombres el proyecto de Dios: una vida más digna y dichosa para todos, ahora y para siempre.
Jesús no se dedicó a organizar una religión más perfecta desarrollando una teología más precisa sobre Dios o una liturgia más digna. Lo que verdaderamente le preocupó fue la felicidad de la gente. Por eso se entregó a eliminar el sufrimiento y a luchar contra todo lo que hace daño o permite la humillación de las personas.
Jesús amó a los más pobres e indefensos de la sociedad. Otros muchos lo han hecho también antes y después de él. Lo más sorprendente es que, por encima de los pobres, nada ha amado más Jesús que a ellos, ni siquiera la religión, la ley o las tradiciones más venerables.
¿Quién es este hombre que, además de vivir sólo para la felicidad de los demás, se ha atrevido a sugerir que Dios se parece a él, pues sólo quiere y busca una vida más digna y dichosa para todos? ¿Qué misterio se encierra en él? Para intuirlo, nada mejor que seguir sus pasos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

ENCONTRARSE CON ALGUIEN

¿ Quién decís que soy yo?

Los cristianos hemos olvidado con demasiada frecuencia que la fe no consiste en creer algo, sino en creer en Alguien. No se trata de adherirnos fielmente a un credo y, mucho menos, de aceptar ciegamente «un conjunto extraño de doctrinas», sino de encontramos con Alguien vivo que da sentido radical a nuestra existencia.
Lo verdaderamente decisivo es encontrarse con la persona de Jesucristo y descubrir, por experiencia personal, que es el único que puede responder de manera plena a nuestras preguntas más decisivas, nuestros anhelos más profundos y nuestras necesidades más últimas.
En nuestros tiempos, se hace cada vez más difícil creer en algo. Las ideologías más firmes, los sistemas más poderosos, las teorías más brillantes se han ido tambaleando al descubrirnos sus limitaciones y profundas deficiencias.
El hombre moderno, escarmentado de dogmas e ideologías, quizás está dispuesto todavía a creer en personas que le ayuden a vivir dando un sentido nuevo a su existencia. Por eso ha podido decir el teólogo K Lehmann que «el hombre moderno sólo será creyente cuando haya hecho una experiencia auténtica de adhesión a la persona de Jesucristo».
Produce tristeza observar la actitud de sectores católicos cuya única obsesión parece ser «conservar la fe» como «un depósito de doctrinas» que hay que saber defender contra el asalto de nuevas ideologías y corrientes.
Creer es otra cosa. Antes que nada, los cristianos hemos de preocupamos de reavivar nuestra adhesión profunda a la persona de Jesucristo. Sólo cuando vivamos «seducidos» por él y trabajados por la fuerza regeneradora de su persona, podremos contagiar también hoy su espíritu y su visión de la vida. De lo contrario, proclamaremos con los labios doctrinas sublimes, al mismo tiempo que seguimos viviendo una fe mediocre y poco convincente.
Los cristianos hemos de responder con sinceridad a esa pregunta interpeladora de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Ibn Arabi escribió que «aquel que ha quedado atrapado por esa enfermedad que se llama Jesús, no puede ya curarse». ¿Cuántos cristianos podrían hoy intuir desde su experiencia personal la verdad que se encierra en estas palabras?

José Antonio Pagola

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DICHOSO

Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

Con frecuencia pensamos que seremos más felices el día en que cambie el entorno que nos rodea, cuando las personas nos traten mejor o cuando nos sucedan cosas buenas. En el fondo buscamos que la vida se adapte a nuestros deseos. Creemos que entonces seremos felices.
Sin embargo, hay una pregunta que no podemos ni debemos eludir. Para conocer la felicidad, ¿tiene que suceder algo fuera de mí, o justamente dentro de mí mismo?, ¿tienen que cambiar los demás, o tengo que cambiar yo?, ¿ha de mejorar el mundo que me rodea, o he de transformarme yo?
En el relato que nos ofrece el evangelista Mateo, Jesús le declara feliz a Pedro por algo que ha ocurrido en su interior: el Padre del cielo le ha revelado que Jesús no es un profeta más, sino «el Mesías, el Hijo de Dios vivo». No es difícil detectar dos matices en las palabras de Cristo: «Qué suerte tienes, Simón, hijo de Jonás, porque el Padre te ha desvelado una verdad tan decisiva.» Pero, al mismo tiempo: «Qué dichoso eres por haberte abierto a esa luz que el Padre ha puesto en ti.»
A nosotros nos puede resultar un tanto extraño que una «revelación interior» pueda convertirse en fuente de felicidad. Sin embargo, pocas cosas pueden desencadenar una experiencia tan gozosa y estable como el descubrir con luz nueva las convicciones fundamentales que sostienen la vida de la persona.
Los cristianos olvidamos con frecuencia un dato elemental. Lo que encontramos al comienzo del cristianismo no es una doctrina, sino una experiencia vivida con fe por los primeros discípulos. La fe cristiana nació cuando unos hombres y mujeres se encontraron con Cristo y experimentaron en él la cercanía de Dios. Este encuentro dio un sentido nuevo a sus vidas; descubrieron a Dios como Padre cercano y bueno; pusieron en Cristo todas sus esperanzas de salvación.
Ahora bien, lo que para ellos fue una experiencia viva, a nosotros nos llega como una tradición religiosa que ha sido formulada en un lenguaje concreto y ha cristalizado a lo largo de los siglos en un determinado cuerpo doctrinal. Pero, evidentemente, ser creyente es mucho más que aceptar dócilmente esa doctrina. Cada uno hemos de vivir nuestra propia experiencia y hacer nuestra la fe primera de aquellos discípulos.
No basta afirmar teóricamente que Cristo es el Hijo de Dios encarnado o atribuirle títulos tan solemnes como Salvador del Mundo o Redentor de la Humanidad. Es necesario, además, creer en él, adherirnos a su persona, abrirnos a su acción salvadora, acoger su palabra, dejarnos trabajar por su Espíritu. Por eso, también hoy dichoso el creyente que, al confesar a Cristo como «Mesías, Hijo de Dios vivo», no sólo afirma una verdad doctrinal del Credo, sino que se deja iluminar internamente por el Padre.

José Antonio Pagola

HOMILIA

CUESTION DE FONDO

¿Quién decís que soy yo?

La pregunta de Jesús a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», no es sólo una pregunta dirigida por el Maestro a sus primeros seguidores. Es la cuestión fundamental a la que hemos de responder siempre los que nos confesamos cristianos.
Nuestra primera reacción puede ser encontrar rápidamente una respuesta doctrinal y confesar de manera rutinaria que Jesús es el «Hijo de Dios encarnado», el «Redentor» del mundo, el «Salvador» de la humanidad. Títulos todos ellos muy solemnes y ortodoxos, sin duda, pero que pueden ser pronunciados sin contenido vital alguno.
La pregunta de Jesús no nos pide simplemente nuestra opinión. Nos interpela, sobre todo, acerca de nuestra actitud ante Jesucristo. Y ésta no se refleja sólo en nuestras palabras y afirmaciones verbales, sino, sobre todo, en nuestro seguimiento concreto a Jesucristo. Como ha escrito algún teólogo: «La breve proposición: ‘Yo creo que Jesús es el Hijo de Dios’ significa algo completamente distinto si la pronuncia Francisco de Asís o la pronuncia uno de los actuales dictadores sudamericanos. El Dios de estos hombres no es el mismo, o, al menos, el Dios que cada uno invoca para dirigir su conducta.»
Las palabras de Jesús piden una opción radical, O bien Jesús es para nosotros un personaje más junto a otros muchos de la humanidad, o bien es la Persona decisiva que nos proporciona la comprensión última de la existencia, da una orientación nueva a nuestra vida y nos ofrece la esperanza definitiva.
La pregunta « ¿quién decís que soy yo?», cobra entonces un contenido nuevo. No es ya una cuestión sobre Jesús, sino sobre nosotros mismos. Una interpelación sobre mi fe y mi vida. ¿Quién soy yo? ¿En quién creo? ¿Desde dónde oriento mi existencia? ¿A qué se reduce mi fe?
Todos hemos de recordar una y otra vez que la fe no se identifica con las fórmulas que pronunciamos. Para comprender mejor el alcance de «lo que yo creo» es necesario verificar «cómo vivo», a qué aspiro, en qué me comprometo.
Por eso, la pregunta de Jesús, más que un examen sobre nuestra ortodoxia, debería ser el llamamiento a un estilo de vida cristiano. Evidentemente, no se trata de decir o creer cualquier cosa acerca de Cristo. Pero, tampoco de hacer solemnes profesiones de fe ortodoxa para vivir luego muy lejos del espíritu que esa misma proclamación de fe exige y lleva consigo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

LA IGLESIA DE JESUCRISTO

Edificaré mi Iglesia.

Todos los sondeos y estadísticas muestran de manera palpable que el mensaje de la Iglesia va perdiendo progresivamente su influencia en la sociedad occidental. El hombre contemporáneo escucha otros «evangelios» y atiende a otros «profetas».
Son muchos los que critican fuertemente la historia concreta del cristianismo y echan en cara a la Iglesia graves traiciones. Ha llegado el momento en el que los papeles se han invertido, y ya no es la Iglesia la que juzga al mundo, sino éste el que juzga a la Iglesia.
El hombre actual, terriblemente práctico y crítico, observa el cristianismo y no constata, al parecer, nada especial. Lo mismo que en el mundo, ve también en la Iglesia hombres y mujeres vacíos, superficiales, hipócritas o sin esperanza.
El evangelio parece haberse convertido en algo inofensivo. El mensaje de la Iglesia no encuentra casi nunca una reacción de resistencia hostil, sino de total indiferencia. Según el teólogo ortodoxo Paul Evdokimov, «los cristianos han hecho todo lo posible para esterilizar el evangelio; se diría que lo han sumergido en un líquido neutralizante».
El hecho cristiano parece resonar entonces en el vacío. La Iglesia no introduce apenas contraste en el interior del mundo. Los cristianos han perdido, en gran parte, su fuerza de fermento en medio de la masa.
¿No es ésta la gran derrota de la Iglesia contemporánea? ¿Cómo leer desde esta situación la promesa de Jesús: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará»?
Antes que nada, hemos de recordar que Jesús habla de «su Iglesia», de una Iglesia que él mismo ha de edificar sobre Pedro. Sus palabras, por tanto, no garantizan la consistencia de cualquier Iglesia, sino de una Iglesia que sea realmente «presencia de Jesucristo».
Ahora bien, Jesucristo no es sólo «doctrina», sino Vida de Dios encarnada, salvación hecha vida. Por ello, lo que se ha de construir sobre Pedro no es solamente un cuerpo de doctrina ortodoxa, sino el Cuerpo vivo de la presencia de Cristo en el mundo.
Jesucristo no es tampoco «palabras vacías», sino novedad de vida auténticamente humana. Por eso, la Iglesia ha de ser un foco de vida y no un lugar donde se produce «un vocabulario suplementario», pero donde el modo de pensar y de obrar es semejante al del mundo.
Jesucristo no es sólo «preocupación ética», sino enraizamiento de la vida en el Dios Creador y Padre. Por eso, lo que la Iglesia ha de poner en el mundo no es simplemente «creencia moral», sino vida que dimane del Trascendente.
Es esta Iglesia de Jesucristo la que el mundo actual necesita y la que nunca será derrotada.

José Antonio Pagola

HOMILIA

A LA ESCUCHA DE OTRO

Te lo ha revelado mi Padre.

Para crecer en fe no basta leer libros sobre temas religiosos ni escuchar las palabras y discursos que pronuncian otros creyentes, aunque éstos sean eclesiásticos de prestigio.
Lo importante es saber escuchar como Pedro lo que nos revela interiormente no alguien de carne y hueso, sino el Padre que está en el cielo y en el fondo de nosotros mismos.
Escuchar a Dios siempre es un don, algo que se nos regala gratuitamente pero, al mismo tiempo, es algo que ha de ser recibido y preparado por nosotros.
A nosotros se nos pide remover los obstáculos que nos impiden estar atentos y en silencio. Descender al fondo de nosotros y de la vida. Superar la dispersión y la superficialidad. Y luego, dejar que en nuestro interior «acontezca algo”.
Pero, ¿es esto posible alimentados exclusivamente por el periódico, la radio o la televisión que apenas nos permiten escuchar en nosotros otra voz que no sea el ruido del acontecer diario?
¿Es esto posible cuando vivimos ocupados por esa actividad tan absorbente, el medio más eficaz, en realidad, para olvidarnos de quiénes somos, qué buscamos y hacia dónde caminamos?
Cada vez son más las cosas que hemos de hacer y los compromisos que hemos de atender. Tal vez nos programamos inconscientemente así con la oculta intención de carecer de tiempo para detenernos.
Vivimos guiados por una consigna realmente peligrosa: “Date prisa», lo que, en el fondo, viene a decir “no pienses», “no escuches”, “vive aturdido”, “huye fuera de ti mismo».
Consciente de esta vida nuestra tan agitada y atropellada, me atrevo, sin embargo, a recoger aquí la invitación tan conocida de S. Anselmo en su Proslogion porque la considero de total actualidad.
Alguno leerá estas frases apresuradamente y tendrá la impresión de que las ha entendido porque ha entendido la conexión entre unas palabras y otras.
Sin embargo, sólo las entenderá quien lea en ellas una invitación a vivir en su propia experiencia lo que esas palabras sugieren.
“Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas.
Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de El. Di a Dios: Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro».

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿QUIEN ES PARA NOSOTROS?

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

No es fácil intentar responder con sinceridad a la pregunta de Jesús: «quién decís que soy yo?».
En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros? Su persona nos llega a través de veinte siglos de imágenes, fórmulas, ideologizaciones, experiencias, interpretaciones culturales.., que van desvelando y velando al mismo tiempo su riqueza insondable.
Pero, además, cada uno de nosotros vamos revistiendo a Jesús de lo que nosotros somos. Y proyectamos en él nuestros deseos, aspiraciones, intereses y limitaciones. Y casi sin darnos cuenta, lo empequeñecemos y desfiguramos incluso cuando tratamos de exaltarlo.
Pero Jesús sigue vivo. Los cristianos no lo hemos podido disecar con nuestra mediocridad. No permite que lo disfracemos. No se deja etiquetar ni reducir a unos ritos, unas fórmulas, unas costumbres.
Jesús siempre desconcierta a quien se acerca a él con una postura abierta y sincera. Siempre es distinto de lo que esperábamos. Siempre abre nuevas brechas en nuestra vida, rompe nuestros esquemas y nos empuja a una vida nueva.
Cuanto más se le conoce, más sabe uno que todavía está empezando a descubrirlo. Seguir a Jesús es avanzar siempre, no establecer- se nunca, crear, construir, crecer.
Jesús es peligroso. Percibimos en él una entrega a los hombres que desenmascara todo nuestro egoísmo. Una pasión por la justicia que sacude todas nuestras seguridades, privilegios y comodidad. Una ternura y una búsqueda de reconciliación y perdón que deja al descubierto nuestra mezquindad. Una libertad que rasga nuestras mil esclavitudes y servidumbres.
Y sobre todo, intuimos en él un misterio de apertura, cercanía y proximidad a Dios que nos atrae y nos invita a abrir nuestra existencia al Padre.
A Jesús lo iremos conociendo en la medida en que nos entreguemos a él. Sólo hay un camino para ahondar en su misterio: seguirle.
Seguir humildemente sus pasos, abrirnos con él al Padre, actualizar sus gestos de amor y ternura, mirar la vida con sus ojos, compartir su destino doloroso, esperar su resurrección.
Y sin duda, saber orar muchas veces desde el fondo de nuestro corazón: «Creo, Señor, ayuda mi incredulidad».

José Antonio Pagola

HOMILIA

NUESTRA IMAGEN DE CRISTO

¿Quién decís que soy yo?

La pregunta decisiva de Jesús: «Quién decís que soy yo? » sigue pidiendo todavía una respuesta entre los creyentes de nuestro tiempo.
No todos tenemos la misma imagen de Jesús. Y esto, no sólo por d carácter inagotable de su personalidad, sino, sobre todo, porque cada uno de nosotros vamos elaborando nuestra imagen de Jesús a partir de nuestros propios intereses y preocupaciones, condicionados por nuestra sicología personal y e1 medio social al que pertenecemos, y marcados de manera decisiva por la formación religiosa que hemos recibido.
Y sin embargo, la imagen de Cristo que podamos tener cada uno, tiene importancia decisiva para nuestra vida creyente, pues, condiciona esencialmente nuestra manera de entender y vivir la fe.
Una imagen empobrecida, unilateral, parcial o falsa de Jesús nos conducirá a una vivencia empobrecida, unilateral, parcial o falsa de la fe.
De ahí la importancia de tomar conciencia de las posibles deformaciones de nuestra visión de Jesús y de purificar nuestra adhesión a Jesucristo.
Por otra parte, es pura ilusión pensar que uno cree en Jesucristo porque «cree» en un dogma o porque está dispuesto a creer «en lo que la santa Madre Iglesia cree».
En realidad, cada creyente cree en lo que cree él, es decir, en lo que personalmente va descubriendo en su seguimiento a Jesucristo, aunque naturalmente, lo haga dentro de la comunidad cristiana.
Por desgracia, son bastantes los cristianos que entienden y viven su religión de tal manera que probablemente nunca podrán tener una experiencia un poco viva de lo que es encontrarse personalmente con Cristo.
Ya en una época muy temprana de su vida, se han hecho una idea infantil de Jesús, cuando quizás no se habían planteado todavía con suficiente lucidez las cuestiones y preguntas a las que Cristo puede responder.
Más tarde, ya no han vuelto a repensar su fe en Jesucristo, bien porque la consideran algo banal y sin importancia alguna para sus vidas, bien porque no se atreven a examinarla con seriedad y rigor por temor a perderla, bien porque se contentan con conservarla de manera indiferente y apática, sin eco alguno en su ser.
Desgraciadamente no sospechan lo que Jesús podría ser para su vida. M. Legaut escribía esta frase dura pero quizás muy real: «Esos cristianos ignoran quién es Jesús y están condenados por su misma religión a no descubrirlo jamás».

José Antonio Pagola




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