lunes, 31 de agosto de 2015

06/09/2015 - 23º domingo Tiempo ordinario (B)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción". 
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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23º domingo Tiempo ordinario (B)


EVANGELIO

Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 7,31-37

En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis.
Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
El, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo:
«Effetá», esto es: «Abrete». Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.
El les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.
Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2014-2015 -
6 de septiembre de 2015

CURAR NUESTRA SORDERA

Al momento, se le abrieron los oídos.

Los profetas de Israel usaban con frecuencia la «sordera» como una metáfora provocativa para hablar de la cerrazón y la resistencia del pueblo a su Dios. Israel «tiene oídos pero no oye» lo que Dios le está diciendo. Por eso, un profeta llama a todos a la conversión con estas palabras: «Sordos, escuchad y oíd».
En este marco, las curaciones de sordos, narradas por los evangelistas, pueden ser leídas como "relatos de conversión" que nos invitan a dejarnos curar por Jesús de sorderas y resistencias que nos impiden escuchar su llamada al seguimiento. En concreto, Marcos ofrece en su relato matices muy sugerentes para trabajar esta conversión  en las comunidades cristianas.
El sordo vive ajeno a todos. No parece ser consciente de su estado. No hace nada por acercarse a quien lo puede curar. Por suerte para él, unos amigos se interesan por él y lo llevan hasta Jesús. Así ha de ser la comunidad cristiana: un grupo de hermanos y hermanas que se ayudan mutuamente para vivir en torno a Jesús dejándose curar por él.
La curación de la sordera no es fácil. Jesús toma consigo al enfermo, se retira a un lado y se concentra en él. Es necesario el recogimiento y la relación personal. Necesitamos en nuestros grupos cristianos un clima que permita un contacto más íntimo y vital de los creyentes con Jesús. La fe en Jesucristo nace y crece en esa relación con él.
Jesús trabaja intensamente los oídos y la lengua del enfermo, pero no basta. Es necesario que el sordo colabore. Por eso, Jesús, después de levantar los ojos al cielo, buscando que el Padre se asocie a su trabajo curador, le grita al enfermo la primera palabra que ha de escuchar quien vive  sordo a Jesús y a su Evangelio: «Ábrete».
Es urgente que los cristianos escuchemos también hoy esta llamada de Jesús. No son momentos fáciles para su Iglesia. Se nos pide actuar con lucidez y responsabilidad. Sería funesto vivir hoy sordos a su llamada, desoír sus palabras de vida, no escuchar su Buena Noticia,  no captar los signos de los tiempos, vivir encerrados en nuestra sordera. La fuerza sanadora de Jesús nos puede curar.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2011-2012 -
9 de septiembre de 2012

CURAR LA SORDERA

La curación de un sordomudo en la región pagana de Sidón está narrada por Marcos con una intención claramente pedagógica. Es un enfermo muy especial. Ni oye ni habla. Vive encerrado en sí mismo, sin comunicarse con nadie. No se entera de que Jesús está pasando cerca de él. Son otros los que lo llevan hasta el Profeta.
También la actuación de Jesús es especial. No impone sus manos sobre él como le han pedido, sino que lo toma aparte y lo lleva a un lugar retirado de la gente. Allí trabaja intensamente, primero sus oídos y luego su lengua. Quiere que el enfermo sienta su contacto curador. Solo un encuentro profundo con Jesús podrá curarlo de una sordera tan tenaz.
Al parecer, no es suficiente todo aquel esfuerzo. La sordera se resiste. Entonces Jesús acude al Padre, fuente de toda salvación: mirando al cielo, suspira y grita al enfermo una sola palabra: "Effetá", es decir, "Abrete". Esta es la única palabra que pronuncia Jesús en todo el relato. No está dirigida a los oídos del sordo sino a su corazón.
Sin duda, Marcos quiere que esta palabra de Jesús resuene con fuerza en las comunidades cristianas que leerán su relato. Conoce a más de uno que vive sordo a la Palabra de Dios. Cristianos que no se abren a la Buena Noticia de Jesús ni hablan a nadie de su fe. Comunidades sordomudas que escuchan poco el Evangelio y lo comunican mal.
Tal vez uno de los pecados más graves de los cristianos es esta sordera. No nos detenemos a escuchar el Evangelio de Jesús. No vivimos con el corazón abierto para acoger sus palabras. Por eso, no sabemos escuchar con paciencia y compasión a tantos que sufren sin recibir apenas el cariño ni la atención de nadie.
A veces se diría que la Iglesia, nacida de Jesús para anunciar la Buena Noticia de Jesús, va haciendo su propio camino, lejos de la vida concreta de preocupaciones, miedos, trabajos y esperanzas de la gente. Si no escuchamos bien las llamadas de Jesús, no pondremos palabras de esperanza en la vida de los que sufren.
Hay algo paradójico en algunos discursos de la Iglesia. Se dicen grandes verdades y se proclaman mensajes muy positivos, pero no tocan el corazón de las personas. Algo de esto está sucediendo en estos tiempos de crisis. La sociedad no está esperando "doctrina social" de los especialistas, pero escucha con atención una palabra clarividente, inspirada en el Evangelio y pronunciada por una Iglesia sensible al sufrimiento de las víctimas, que sale instintivamente en su defensa invitando a todos a estar cerca de quienes más ayuda necesitan para vivir con dignidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
6 de septiembre de 2009

CURAR NUESTRA SORDERA

(Ver homilía del 6 de septiembre de 2015)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
10 de septiembre de 2006

CONTRA LA SORDERA

Ábrete.

La escena es conocida. Le presentan a Jesús un sordo que, a consecuencia de su sordera, apenas puede hablar. Su vida es una desgracia. Sólo se oye a sí mismo. No puede escuchar a sus familiares y vecinos. No puede conversar con sus amigos. Tampoco puede escuchar las parábolas de Jesús ni entender su mensaje. Vive encerrado en su propia soledad.
Jesús lo toma consigo y se concentra en esa enfermedad que le impide vivir de manera sana. Introduce los dedos en sus oídos y trata de vencer esa resistencia que no le deja escuchar a nadie. Con su saliva humedece aquella lengua paralizada para dar fluidez a su palabra. No es fácil. El sordomudo no colabora y Jesús hace un último esfuerzo. Respira profundamente, lanza un fuerte suspiro mirando al cielo en busca de la fuerza de Dios y, luego, grita al enfermo: « ¡Ábrete!».
Aquel hombre sale de su aislamiento y, por vez primera, descubre lo que es vivir escuchando a los demás y conversando abiertamente con todos. La gente queda admirada. Jesús lo hace todo bien, como el Creador: «hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
No es casual que los evangelios narren tantas curaciones de ciegos y sordos. Estos relatos son una invitación a dejarse trabajar por Jesús para abrir bien los ojos y los oídos a su persona y su palabra. Unos discípulos «sordos» a su mensaje, serán como «tartamudos» al anunciar el evangelio.
Vivir dentro de la Iglesia con mentalidad «abierta» o «cerrada» puede ser una cuestión de actitud mental o de posición práctica, fruto casi siempre de la propia estructura sicológica o de la formación recibida. Pero cuando se trata de «abrirse» o «cerrarse> al evangelio, el asunto es de vida o muerte.
Si vivimos sordos al mensaje de Jesús, si no entendemos su proyecto, ni captamos su amor a los que sufren, nos encerraremos en nuestros problemas y no escucharemos los de la gente. Pero, entonces, no sabremos anunciar ninguna noticia buena. Deformaremos el mensaje de Jesús. A muchos se les hará difícil entender nuestro «evangelio». Es urgente que todos escuchemos a Jesús: «Ábrete».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
7 de septiembre de 2003

CONTRA EL AISLAMIENTO

Ábrete.

Hay muchas clases de soledad. Algunos viven forzosamente solos. Otros buscan la soledad porque desean «independencia», no quieren estar «atados» por nada ni por nadie. Otros se sienten marginados, no tienen a quien confiar su vida, nadie espera nada de ellos. Algunos viven en compañía de muchas personas, pero se sienten solos e incomprendidos. Otros viven metidos en mil actividades, sin tiempo para experimentar la soledad en que se encuentran.
Pero la soledad más profunda se da cuando falta la comunicación. Cuando la persona no acierta ya a comunicarse, cuando a una familia no une casi nada, cuando las personas sólo se hablan superficialmente, cuando el individuo se aísla y rehúye todo encuentro verdadero con los demás.
La falta de comunicación puede deberse a muchas causas. Pero hay, sobre todo, una actitud que impide de raíz toda comunicación porque hunde a la persona en el aislamiento. Es el temor a confiar en los demás, el retraimiento, la huida, el irse distanciando poco a poco de los demás para encerrarse dentro de uno mismo.
Este retraimiento impide crecer. La persona «se aparta» de la vida. Vive como «encogida». No toma parte en la vida porque se niega a la comunicación. Su ser queda como congelado, sin expansionarse, sin desarrollar sus verdaderas posibilidades.
La persona retraída no puede profundizar en la vida, no puede tampoco saborearla. No conoce el gozo del encuentro, de la comunicación, del disfrute compartido. Intenta «hacer su vida», una vida que ni es suya ni es vida.
Cuanto más fomenta la soledad, la persona «se aísla» a niveles cada vez más profundos y se va incapacitando interiormente para todo encuentro. Llega un momento en que no acierta a comunicarse consigo misma ni con Dios. No tiene acceso a su mundo interior, no busca su verdadera identidad personal ni sabe abrirse confiadamente al amor de Dios. Su vida se puebla de fantasmas y problemas irreales.
La fe es siempre llamada a la comunicación y la apertura. El retraimiento y la incomunicación impiden su crecimiento. Es significativa la insistencia de los evangelios en destacar la actividad sanadora de Jesús que hacía «oír a los sordos y hablar a los mudos», abriendo a las personas a la comunicación y la confianza en Dios y el amor fraterno.
El primer paso que necesitan dar algunas personas para reavivar su vida y despertar su fe es abrirse con más confianza a Dios y a los demás. Escuchar interiormente las palabras de Jesús al sordomudo: «Effeta», es decir, «Ábrete»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
10 de septiembre de 2000

ABRIRSE A LA VIDA

Ábrete.

A. Camus ha descrito como pocos el vacío de la vida monótona de cada día. Escribe así en El mito de Sísifo: «Resulta que todos los decorados se vienen abajo. Levantarse, tranvía, cuatro horas de oficina o de taller, comida, tranvía, cuatro horas de trabajo, descanso, dormir y el lunes-martes-miércoles- jueves-viernes-sábado, siempre el mismo ritmo, siguiendo el mismo camino de siempre. Un día surge el “porqué” y todo vuelve a comenzar en medio de ese cansancio teñido de admiración».
Desvanecido el espejismo de las vacaciones, es fácil que más de uno sintonice con los sentimientos del escritor francés. A veces es la vida monótona de cada día la que nos plantea en toda su crudeza los interrogantes más hondos de nuestro ser: «Todo esto, ¿para qué? ¿Por qué vivo? ¿Vale la pena vivir así? ¿Tiene sentido esta vida?»
El riesgo es siempre la huida. Encerrarse en la ocupación de cada día sin más. Vivir sin interioridad. Caminar sin brújula. No reflexionar. Arrastrarse sin esperanza. Perder incluso la sed, el deseo de vivir con más hondura.
No es tan difícil vivir así. Basta hacer lo que hacen casi todos. Seguir la corriente. Vivir de manera mecánica. Sustituir las exigencias más radicales del corazón por toda clase de «necesidades» superfluas. No escuchar ninguna otra voz. Permanecer sordos a cualquier llamada profunda.
El relato de la curación del sordomudo (Mc 7, 3 1-37), redactado según un esquema catequético bien conocido, es una llamada a la apertura y la comunicación. Aquel hombre sordo y mudo, encerrado en sí mismo, incapaz de salir de su aislamiento, deja que Jesús trabaje sus oídos y su lengua. La palabra del Profeta resuena como un imperativo de contornos universales: «Ábrete».
Cuando no escucha los anhelos más humanos de su corazón, cuando no se abre al amor, cuando, en definitiva, se cierra al Misterio último que los creyentes llamamos «Dios», la persona se separa de la vida, se cierra a la gracia y ciega las fuentes que le harían vivir.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
7 de septiembre de 1997

SALIR DEL AISLAMIENTO

Ábrete.

La soledad se ha convertido en una de las plagas más graves de nuestra sociedad. Los hombres construyen puentes y autopistas para comunicarse con más rapidez. Lanzan satélites para transmitir toda clase de ondas entre los continentes. Se desarrolla la telefonía móvil y la comunicación por internet. Pero los hombres están cada vez más «solos en su propia choza».
El contacto humano se ha enfriado en muchos ámbitos de nuestra sociedad. La gente no se siente demasiado responsable de los demás. Cada uno vive su mundo. No es fácil el regalo de la verdadera amistad.
Hay quienes han perdido la capacidad de llegar a un encuentro cálido, cordial, sincero. Se sienten demasiado extraños a los demás. No son ya capaces de entender y amar sinceramente a nadie, y no se sienten comprendidos ni amados por nadie. Quizás se relacionan cada día con mucha gente, pero en realidad no se encuentran con nadie. Viven aislados. Con el corazón bloqueado. Cerrados a Dios y cerrados a los demás.
Cuántos hombres y mujeres necesitan hoy escuchar las palabras de Jesús al sordomudo:   No es casualidad que se narren en los evangelios tantas curaciones de ciegos y sordos. Son una invitación a que abramos nuestros ojos y nuestros oídos para acoger la Buena Noticia de Jesús y la salvación que se nos ofrece desde Dios.
También a nosotros se nos hace una invitación a abrirnos. Sin duda, las causas de la incomunicación, el aislamiento y la soledad creciente son muy diversas. Pero, casi siempre tienen su raíz en nuestro pecado. Cuando actuamos egoístamente, nos alejamos de los demás, nos separamos de la vida y nos encerramos en nosotros mismos. Queriendo defender nuestra propia libertad e independencia con celo exagerado, caemos en un aislamiento y soledad cada vez mayor.
Tenemos que aprender, sin duda, nuevas técnicas de comunicación en la sociedad moderna. Pero debemos aprender, antes que nada, a abrirnos a la amistad y al amor verdadero. El egoísmo, la desconfianza y la insolidaridad son también hoy lo que más nos separa y aísla a unos de otros. Por ello, la conversión al amor es camino indispensable para escapar de la soledad. El que se abre al amor al Padre y a los hermanos, no está solo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
4 de septiembre de 1994

COMUNICARSE

Ábrete.

Hay muchas clases de soledad. Algunos viven forzosamente solos. Otros buscan la soledad porque desean «independencia», no quieren estar «atados» por nada ni por nadie. Otros se sienten marginados, no tienen a quien confiar su vida, nadie espera nada de ellos. Algunos viven en compañía de muchas personas, pero se sienten solos e incomprendidos. Otros viven metidos en mil actividades, sin tiempo para experimentar la soledad en que se encuentran.
Pero la soledad más profunda se da cuando falta la comunicación. Cuando la persona no acierta ya a comunicarse, cuando a una familia no une casi nada, cuando las personas solo se hablan superficialmente, cuando el individuo se aísla y rehuye todo encuentro verdadero con los demás.
La falta de comunicación puede deberse a muchas causas. Pero hay, sobre todo, una actitud que impide de raíz toda comunicación porque hunde a la persona en el aislamiento. Es el temor a confiar en los demás, el retraimiento, la huida, el irse distanciando poco a poco de los demás para encerrarse dentro de uno mismo.
Este retraimiento impide crecer. La persona «se aparta» de la vida. Vive como «encogida». No toma parte en la vida porque se niega a la comunicación. Su ser queda como congelado, sin expansionarse, sin desarrollar sus verdaderas posibilidades.
La persona retraída no puede profundizar en la vida, no puede tampoco saborearla. No conoce el gozo del encuentro, de la comunicación, del disfrute compartido. Intenta «hacer su vida», una vida que ni es suya ni es vida.
Cuanto más fomenta la soledad, la persona «se aísla» a niveles cada vez más profundos y se va incapacitando interiormente para todo encuentro. Llega un momento en que no acierta a comunicarse consigo misma ni con Dios. No tiene acceso a su mundo interior, no busca su verdadera identidad personal ni sabe abrirse confiadamente al amor de Dios. Su vida se puebla de fantasmas y problemas irreales.
La fe es siempre llamada a la comunicación y la apertura. El retraimiento y la incomunicación impiden su crecimiento. Es significativa la insistencia de los evangelios en destacar la actividad sanadora de Jesús que hacía «oír a los sordos y hablar a los mudos», abriendo a las personas a la comunicación, la confianza en Dios y el amor fraterno.
El primer paso que necesitan dar algunas personas para reanimar su vida y despertar su fe es abrirse con más confianza a Dios y a los demás. Escuchar interiormente las palabras de Jesús al sordomudo: «Effeta», es decir, «A brete».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
8 de septiembre de 1991

SORDERA

Ábrete.

Dicen los expertos que cada época tiene su propia neurosis y necesita la sicoterapia adecuada que ayude a las personas a liberarse de ella.
De manera general, se puede decir que hoy no nos enfrentamos ya a una frustración sexual como pudo suceder, tal vez, en tiempos de S. Freud. No es ése el principal problema de las nuevas generaciones. Los hombres y mujeres de hoy sufren, sobre todo, una falta de sentido acompañada de un sentimiento de vacío. Muchos no aciertan a descubrir un sentido a su vida y caen en lo que V. Frankl llama “vacío existencial”.
Han pasado muchos años desde que Freud, preocupado casi exclusivamente por los conflictos sexuales que creía ver tras la mayoría de las neurosis, escribiera esas palabras fuertemente criticadas hoy: “En el momento en que uno se pregunta por el sentido y el valor de la vida es señal de que está enfermo”.
Hoy no se piensa así. Preguntarse por el sentido de la vida no es una cuestión inútil y superflua, propia de mentes enfermas. Al contrario, es la cuestión vital a la que el hombre necesita responder para vivir de manera sana.
Ya C. G. Jung se atrevió a definir la neurosis como “el sufrimiento del alma que no ha encontrado su sentido”. Hay algo en nosotros que quiere vivir y vivir con sentido. Y cuando la persona no acierta en esto, se siente como perdida, frustrada en su necesidad más honda. Esta falta de sentido es hoy la neurosis más grave que padecen muchas personas y una de las fuentes más importantes de enfermedad y sufrimiento.
Arrastrados por la civilización del aturdimiento, la prisa y la sobredosis de experiencias pasajeras, es fácil quedarse sordo para escuchar el misterio último de la vida. De hecho, son bastantes los que no saben o no quieren preguntarse por lo importante de la existencia. Les basta vivir entretenidos por la anécdota política o el programa de fin de semana.
Cuando Jesús abre los oídos a los sordos, está realizando un gesto que encierra todo un significado simbólico de lo que pretende aportar a la humanidad: abrir la vida de los hombres a su realidad más profunda, y ayudarles a escuchar la llamada de la Vida.
Capacitados sólo para percibir lo que sentimos a través de los sentidos corporales, y con “los oídos del alma” sordos para escuchar el misterio que se encierra en nuestro ser, necesitamos abrirnos a la realidad de Dios.
Tal vez, la invitación fundamental de la fe cristiana al hombre de hoy y de siempre esté bien expresada en esas palabras de Jesús al sordo: “Ábrete”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
4 de septiembre de 1988

ESCUCHAR LA VIDA

Effetá, esto es, ábrete

Son muchos los hombres y mujeres que se sienten incapaces de entablar un verdadero diálogo con su Creador. No saben escuchar a Dios y no saben hablarle. Se diría que son «sordomudos” ante El.
Muchos de ellos no conocen lo que puede ser una experiencia interior. Han olvidado totalmente los caminos que los podrían adentrar en su propio espíritu y en el encuentro con Dios.
Otros siguen cumpliendo algunas prácticas religiosas. Escuchan predicaciones y lecturas sagradas, sus labios se mueven para entonar cantos o recitar oraciones, pero salen del templo sin haber dialogado con nadie en el fondo de su corazón.
Incapaces de comunicarnos con Dios, ¿cómo escuchar hoy esa llamada de Jesús al sordomudo de la Decápolis: «Ábrete”? ¿Cómo abrir nuestros oídos y nuestros labios para dialogar con Dios?
Cuenta Tony de Mello en uno de sus escritos ese delicioso relato. Un pez joven e inexperto acudió a otro más viejo y con más experiencia y le preguntó: «Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He andado buscándolo por todas partes sin resultado”.
El viejo pez le respondió: «El Océano es precisamente donde estás tú ahora mismo”. El joven pez se marchó decepcionado: «Esto? Pero si esto no es más que agua... Lo que yo busco es el Océano”.
Para encontrar a Dios no hay que recorrer largos caminos. Basta detenerse, cerrar los ojos, entrar en nuestro corazón y escuchar la vida que hay en nosotros mismos. Ahí, donde estamos ahora mismo, está Dios rodeándonos y penetrándonos de vida.
Yo no hago absolutamente nada y, sin embargo, mi corazón palpita, la sangre corre por mis arterias, mi organismo respira. Una fuerza oculta recorre todo mi ser. No soy yo quien hace algo para vivir. Segundo a segundo voy recibiendo la vida como un regalo misterioso.
Solemos decir: «Estoy respirando” pero, en realidad, no es así. Yo no estoy respirando. La respiración está sucediendo en mí. Cuando un niño recién nacido respira por vez primera ni siquiera sabe que existe el mecanismo de la respiración, sus pulmones jamás han funcionado hasta entonces. Y sin embargo la respiración llega y el milagro comienza.
Desgraciadamente también entre los hombres hay quienes “sólo ven agua y no descubren jamás el Océano”. Viven sin escuchar el misterio de la vida que los rodea y los sostiene.
Si un día se detienen a escucharla, aunque sea de manera todavía inicial y débil, no les será tan difícil abrirse a un diálogo amistoso con el Creador de la vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
8 de septiembre de 1985

EPIDEMIA DE SOLEDAD

¡Ábrete!

Dice G. Marcel que «sólo hay un sufrimiento y es el estar solo». La afirmación podrá parecer exagerada, pero lo cierto es que, para muchos hombres y mujeres de hoy, la soledad es el mayor problema de su existencia.
Aparentemente, el hombre actual está mejor comunicado que nunca con sus semejantes y con la realidad entera. Los medios de comunicación se han multiplicado de manera insospechada. El teléfono permite mantener una conversación con las personas más distantes. El televisor introduce hasta nuestro hogar imágenes de todo el mundo. El transistor ha terminado con el aislamiento.
Por otra parte, se impone lo público sobre lo privado. Se habla de asociaciones de todo tipo, círculos sociales, relaciones públicas, encuentros.
Pero todo ello no impide que una soledad indefinida, difusa y triste se vaya apoderando de muchos hombres y mujeres. Hogares donde las personas se soportan con indiferencia o agresividad creciente. Niños que no conocen el cariño y la ternura. Jóvenes que descubren con amargura que el encuentro sexual puede encubrir un egoísmo engañoso. Amantes que se sienten cada vez más solos después del amor. Amistades que quedan reducidas a cálculos e intereses inconfesables.
El hombre actual va descubriendo poco a poco que la soledad no es necesariamente el resultado de una falta de contacto con las personas. Antes que eso, la soledad puede ser una enfermedad del corazón. Si mi vida es un desierto, el mundo entero es un desierto, aunque esté poblado de toda clase de gentes.
Sin duda, son muchos los factores que pueden llevar a una persona a ese aislamiento interior que se expresa en frases cada vez más oídas entre nosotros: «Nadie se interesa por mí». «No creo en nadie». «Que me dejen solo. No quiero saber nada de nadie».
Pero para superar el aislamiento, es necesario abrirse de nuevo a la vida. Aceptarse a sí mismo con sencillez y verdad. Escuchar de nuevo el sufrimiento y la alegría de los demás. Romper el círculo obsesivo de «mis problemas». Recuperar la confianza en los gestos amistosos de los otros por muy limitados y pobres que nos puedan parecer.
La fe no es un remedio terapéutico que pueda prevenir o curar la soledad. El creyente está sometido, como cualquier otro, a las tensiones de la vida moderna y las dificultades de la relación personal.
Pero puede encontrar en su fe una luz, una fuerza, un sentido, una energía para superar el aislamiento, la soledad y la incomunicación. Como aquel hombre sordo y mudo, incapaz de comunicarse, que escuchó un día la palabra curadora de Jesús: «Ábrete».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
5 de septiembre de 1982

INCOMUNICADOS

Ábrete.

La soledad se ha convertido en una de las plagas más graves de nuestra sociedad. Los hombres construyen puentes y autopistas para comunicarse con más rapidez. Tienden cables para asegurar la comunicación telefónica. Lanzan satélites para transmitir toda clase de ondas entre los continentes. Pero los hombres están cada vez más «solos en su propia choza».
El contacto humano se ha enfriado en muchos ámbitos de nuestra sociedad. La gente no se siente demasiado responsable de los demás. Cada uno vive su mundo. No es fácil el regalo de la verdadera amistad.
Hay quienes han perdido la capacidad de llegar a un encuentro cálido, cordial, sincero. Se sienten demasiado extraños a los demás. No son ya capaces de entender y amar sinceramente a nadie, y no se sienten comprendidos ni amados por nadie.
Quizás se relacionan cada día con mucha gente. Pero en realidad no se encuentran con nadie. Viven aislados. Con el corazón bloqueado. Cerrados a Dios y cerrados a los demás.
Cuántos hombres y mujeres no necesitan hoy escuchar las palabras de Jesús al sordomudo: «Ábrete». No es casualidad que se narren en los evangelios tantas curaciones de ciegos y sordos. Son una invitación a que abramos nuestros ojos y nuestros oídos para acoger la buena noticia de Jesús y la salvación que se nos ofrece desde Dios.
También a nosotros se nos hace una invitación a abrirnos. Sin duda, las causas de la incomunicación, el aislamiento y la soledad creciente entre nosotros son muy diversas. Pero, casi siempre tienen su raíz en nuestro pecado.
Cuando actuamos egoístamente, nos alejamos de los demás, nos separamos de la vida y nos encerramos en nosotros mismos. Queriendo defender nuestra propia libertad e independencia con celo exagerado, caemos en un aislamiento y soledad cada vez mayor.
Tenemos que aprender, sin duda, nuevas técnicas de comunicación en la sociedad moderna. Pero debemos aprender antes que nada a abrirnos a la amistad y al amor verdadero.
El egoísmo, la desconfianza y la insolidaridad son también hoy lo que más nos separa y aísla a unos de otros. Por ello la conversión al amor es camino indispensable para escapar de la soledad. El que se abre al amor al Padre y a los hermanos, no está solo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

HOSPITALIDAD

Francesc Torralba acaba de publicar un precioso libro sobre la hospitalidad. Según el joven pensador catalán, en una sociedad donde crece la exclusión, las inmigraciones masivas y el número de personas en busca de hogar y protección, pocas virtudes sociales son más necesarias que la hospitalidad como acto de «acoger al otro extraño y vulnerable en nuestra propia casa». (F. Torralba. Sobre la hospitalidad. Extraños y vulnerables como tú. PPC, Madrid 2003).
Cada vez nos vamos a encontrar en nuestro camino con más «extraños», personas que no pertenecen a mi universo racial, religioso, cultural o económico. No hemos de pensar sólo en el extranjero que no habla nuestra lengua, tiene un rostro diferente y camina entre nosotros como desorientado. También es un extraño el niño que pide limosna, la prostituta que viste de manera llamativa o el mendigo que recoge las basuras que nosotros echamos.
  Al mismo tiempo, son personas «vulnerables», que no viven como los demás. Ellos andan todo el día buscando protección. Viven privados de seguridad, en «estado carencial». No se bastan a sí mismos para vivir. Necesitan de los otros. En ellos aparece como en ningún otro sector esa condición del ser humano como «homo mendicans».
La hospitalidad exige, en primer lugar, reconocer al otro, no seguir mi camino ignorando su existencia y borrándolos de mi vida. Todo ser humano necesita ser reconocido, y cuando es ignorado o reducido a la nada, sufre pues se queda sin espacio para vivir con paz y seguridad.
La hospitalidad pide, además respetar y defender la dignidad de estas personas. No humillarlas, ni tratarlas de cualquier manera. Son como nosotros, personas que buscan vivir. Hemos de aprender a liberarnos de prejuicios para entender su mundo, comprender su situación y ponernos en su lugar.
La hospitalidad nos urge, por último, a escuchar sus necesidades para actuar. Nuestro ser crece cuando nos responsabilizamos y hacemos por el otro el bien que podemos. No siempre es fácil saber cómo actuar. Lo primero que se nos pide es vivir con un corazón abierto y dispuesto a la ayuda. El grito de Jesús al sordomudo que sólo se escucha a sí mismo: «Ábrete», es una invitación a salir nuestro solipsismo para escuchar al que sufre.

José Antonio Pagola




Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


lunes, 24 de agosto de 2015

30/08/2015 - 22º domingo Tiempo ordinario (B)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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22º domingo Tiempo ordinario (B)


EVANGELIO

Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 7,1-8.14-15.21-23

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas).
Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?». El les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2014-2015 -
30 de agosto de 2015

NO AFERRARNOS A TRADICIONES HUMANAS

… para aferraros a la tradición de los hombres.

No sabemos cuándo ni dónde ocurrió el enfrentamiento. Al evangelista solo le interesa evocar la atmósfera en la que se mueve Jesús, rodeado de maestros de la ley, observantes escrupulosos de las tradiciones, que se resisten ciegamente a la novedad que el Profeta del amor quiere introducir en sus vidas.
Los fariseos observan indignados que sus discípulos comen con manos impuras. No lo pueden tolerar: « ¿Por qué tus discípulos no siguen las tradiciones de los  mayores?». Aunque hablan de los discípulos, el ataque va dirigido a Jesús. Tienen razón. Es Jesús el que está rompiendo esa obediencia ciega a las tradiciones al crear en torno suyo un "espacio de libertad" donde lo decisivo es el amor.
Aquel grupo de maestros religiosos no ha entendido nada del reino de Dios que Jesús les está anunciando. En su corazón no reina Dios. Sigue reinando la ley, las normas, los usos y las costumbres marcadas por las tradiciones. Para ellos lo importante es observar lo establecido por "los mayores". No piensan en el bien de las personas. No les preocupa "buscar el reino de Dios y su justicia".
El error es grave. Por eso, Jesús les responde con palabras duras: «Vosotros dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres ».
Los doctores hablan con veneración de "tradición de los mayores" y le atribuyen autoridad divina. Pero Jesús la califica de "tradición humana". No hay que confundir jamás la voluntad de Dios con lo que es fruto de los hombres.
Sería también hoy un grave error que la Iglesia quedara prisionera de tradiciones humanas de nuestros antepasados, cuando todo nos está llamando a una conversión profunda a Jesucristo, nuestro único Maestro y Señor. Lo que nos ha de preocupar no es conservar intacto el pasado, sino hacer posible el nacimiento de una Iglesia  y de unas comunidades cristianas capaces de reproducir con fidelidad el Evangelio y de actualizar el proyecto del reino de Dios en la sociedad contemporánea.
Nuestra responsabilidad primera no es repetir el pasado, sino hacer posible en nuestros días la acogida de Jesucristo, sin ocultarlo ni oscurecerlo con tradiciones humanas, por muy venerables que nos puedan parecer.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2011-2012 -
2 de septiembre de 2012

LA QUEJA DE DIOS

Un grupo de fariseos de Galilea se acerca a Jesús en actitud crítica. No vienen solos. Los acompañan algunos escribas, venidos de Jerusalén, preocupados sin duda por defender la ortodoxia de los sencillos campesinos de las aldeas. La actuación de Jesús es peligrosa. Conviene corregirla.
Han observado que, en algunos aspectos, sus discípulos no siguen la tradición de los mayores. Aunque hablan del comportamiento de los discípulos, su pregunta se dirige a Jesús, pues saben que es él quien les ha enseñado a vivir con aquella libertad sorprendente. ¿Por qué?
Jesús les responde con unas palabras del profeta Isaías que iluminan muy bien su mensaje y su actuación. Estas palabras con las que Jesús se identifica totalmente hemos de escucharlas con atención, pues tocan algo muy fundamental de nuestra religión. Según el profeta, esta es la  queja Dios.
"Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí". Este es siempre el riesgo de toda religión: dar culto a Dios con los labios, repitiendo fórmulas, recitando salmos, pronunciando palabras hermosas, mientras nuestro corazón "está lejos de él". Sin embargo, el culto que agrada a Dios nace del corazón, de la adhesión interior, de ese centro íntimo de la persona de donde nacen nuestras decisiones y proyectos.
"El culto que me dan está vacío". Cuando nuestro corazón está lejos de Dios, nuestro culto queda sin contenido. Le falta la vida, la escucha sincera de la Palabra de Dios, el amor al hermano. La religión se convierte en algo exterior que se practica por costumbre, pero donde faltan los frutos de una vida fiel a Dios.
"La doctrina que enseñan son preceptos humanos". En toda religión hay tradiciones que son "humanas". Normas, costumbres, devociones que han nacido para vivir la religiosidad en una determinada cultura. Pueden hacer mucho bien. Pero hacen mucho daño cuando nos distraen y alejan de la Palabra de Dios. Nunca han de tener la primacía.
Al terminar la cita del profeta Isaías, Jesús resume su pensamiento con unas palabras muy graves: "Dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres". Cuando nos aferramos ciegamente a tradiciones humanas, corremos el riesgo de olvidar el mandato del amor y desviarnos del seguimiento a Jesús, Palabra encarnada de Dios. En la religión cristiana lo primero es siempre Jesús y su llamada al amor. Solo después vienen nuestras tradiciones humanas por muy importantes que nos puedan parecer. No hemos de olvidar nunca lo esencial.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
30 de agosto de 2009

NO AFERRARNOS A TRADICIONES HUMANAS

(Ver homilía del 30 de agosto de 2015)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
3 de septiembre de 2006

RELIGIÓN VACÍA DE DIOS

El culto que me dan está vacío.

Los cristianos de la primera y segunda generación recordaban a Jesús, no como un hombre religioso, sino como un profeta que denunciaba con libertad los peligros y trampas de toda religión. Lo suyo no era la observancia piadosa por encima de todo, sino la búsqueda apasionada de la voluntad de Dios.
Marcos, el evangelio más antiguo y directo, presenta a Jesús en conflicto con los sectores más piadosos de la sociedad judía. Entre sus críticas más radicales hay que destacar dos: el escándalo de una religión vacía de Dios, y el pecado de sustituir su voluntad que sólo pide amor por «tradiciones humanas» al servicio de otros intereses.
Jesús cita al profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos». Luego denuncia en términos claros dónde está la trampa: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
Éste es el gran pecado. Una vez que hemos establecido nuestras normas y tradiciones, las colocamos en el lugar que sólo debe ocupar Dios. Las respetamos por encima incluso de su voluntad. No hay que pasar por alto la más mínima prescripción, aunque vaya contra el amor y haga daño a las personas.
En esta religión lo que importa no es Dios sino otro tipo de intereses. Se le honra a Dios con los labios pero el corazón está lejos de él, se pronuncia un credo obligatorio pero se cree en lo que conviene, se cumplen ritos pero no hay obediencia a Dios sino a los hombres.
Poco a poco olvidamos a Dios y, luego, olvidamos que lo hemos olvidado. Empequeñecemos el evangelio para no tener que convertimos demasiado. Orientamos caprichosamente la voluntad de Dios hacia lo que nos interesa y olvidamos su exigencia absoluta de amor. Con el tiempo, no echamos en falta a Jesús; olvidamos qué es mirar la vida con sus ojos.
Éste puede ser hoy nuestro pecado. Agarrarnos como por instinto a una religión desgastada y sin fuerza para transformar las vidas. Seguir honrando a Dios sólo con los labios. Resistimos a la conversión y vivir olvidados del proyecto de Jesús: la construcción de un mundo nuevo según el corazón de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
31 de agosto de 2003

CON EL CORAZÓN LEJOS

Su corazón está lejos de mí.

Por mucho que se habla de secularización y pérdida de fe, la gente sigue siendo, en general, bastante religiosa. Seguramente, mucho más religiosa de lo que se piensa. Basta observar cómo siguen bautizando a sus hijos, enterrando a sus muertos o, incluso, celebrando sus bodas.
No es fácil saber por qué. Pero el hecho está ahí. La fuerza de la costumbre es grande. Los convencionalismos sociales se imponen. Y, por otra parte, se busca de alguna manera estar a bien con Dios y contar con su protección divina.
Pero, de hecho, estas celebraciones no son, muchas veces, un encuentro sincero con Dios. Muchas bodas, bautizos y primeras comuniones quedan reducidos a una reunión de carácter social, un acto impuesto por la costumbre o un rito que se hace sin comprender muy bien lo que significa y sin que, por supuesto, implique compromiso alguno para la vida.
Y cuando en la comunidad cristiana se dan orientaciones para celebrar la liturgia con más verdad o cuando el sacerdote trata de ayudar a vivir la celebración de manera más responsable, se le pide que no moleste demasiado, que termine cuanto antes su predicación y que siga administrando los sacramentos como se ha hecho toda la vida.
Lo que realmente importa es el vestido de la niña, la foto de los novios, las flores del altar o el reportaje de vídeo de la ceremonia. Que todo salga «muy bonito y emocionante».
Sería necesario repetir en medio de estas celebraciones las palabras de Isaías, citadas por Jesús para criticar tantos ritos y ceremonias celebrados de manera rutinaria y vacía en la sociedad judía: «Así dice Yahvé. Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío».
En estas celebraciones hay cantos y música, se cumplen fielmente los ritos, se observan las normas de las ceremonias, pero cuando se honra a Dios con los labios, ¿dónde está el corazón? Este culto lleno de convencionalismo e intereses diversos, ¿no está demasiado vacío de Dios?
El culto agrada a Dios cuando se produce un verdadero encuentro con Él, cuando se experimenta con alegría y gozo su amor salvador y cuando se escucha una llamada a vivir una vida más fiel al evangelio de Cristo.
Está bien preparar los detalles de la boda o la primera comunión. Es bueno cuidar la reunión festiva de la familia, pero si se quiere celebrar algo desde la fe, lo primero es preparar el corazón para el encuentro con Dios. Sin ese encuentro sincero con El, todo queda reducido a culto vacío donde, como diría Jesús, se deja de lado a Dios para aferrarse a tradiciones de hombres.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
3 de septiembre de 2000

INDIFERENCIA

Su corazón está lejos de mí.

La crisis religiosa se va decantando poco a poco hacia la indiferencia. De ordinario, no se puede hablar propiamente de ateísmo ni siquiera de agnosticismo. Lo que mejor define la postura de muchos es la indiferencia religiosa donde no hay preguntas ni dudas ni crisis.
No es fácil describir esta indiferencia. Lo primero que se observa es una ausencia de inquietud religiosa. Dios no interesa. La persona vive en la despreocupación, sin nostalgias ni horizonte religioso alguno. No se trata de una ideología. Es, más bien, una «atmósfera envolvente» donde la relación con Dios queda bloqueada.
Hay diversos tipos de indiferencia. Algunos viven en estos momentos un alejamiento progresivo; son personas que se van distanciando cada vez más de la fe, cortan lazos con lo religioso, se alejan de la práctica; poco a poco Dios se va apagando en sus consciencias. Otros viven sencillamente absorbidos por las cosas de cada día; nunca se han interesado mucho por Dios; probablemente recibieron una educación religiosa débil y deficiente; hoy viven olvidados de todo.
En algunos la indiferencia actual es fruto de un conflicto personal vivido a veces en secreto; han sufrido miedos o experiencias frustrantes; no guardan buen recuerdo de lo que vivieron de niños o de adolescentes; no quieren oír hablar de Dios pues les hace daño; se defienden olvidándolo.
La indiferencia de otros es más bien resultado de circunstancias diversas. Salieron del pequeño pueblo y hoy viven de manera diferente en un ambiente urbano; o se casaron con alguien poco sensible a lo religioso y han cambiado de costumbres; o se han separado de su primer cónyuge y viven una situación de pareja no «bendecida» por la Iglesia. No es que estas personas hayan tomado la decisión de abandonar a Dios, pero de hecho su vida se va alejando de Él.
Hay todavía otro tipo de indiferencia encubierta por la piedad religiosa. Es la indiferencia de quienes se han acostumbrado a vivir la religión como una «práctica externa» o una «tradición rutinaria». Todos hemos de escuchar la queja de Dios. Nos la recuerda Jesús con palabras tomadas del profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
31 de agosto de 1997

LA TRADICIÓN

Dejáis de lado el mandamiento de Dios.

Son bastantes los cristianos que tienen la sensación de no saber ya exactamente qué es lo que hay que creer, lo que hay que cumplir y lo que hay que celebrar. ¿Qué hacer ante la marea de inseguridad y confusión que amenaza con disolverlo todo? ¿Cómo reaccionar ante esa ola de incredulidad que parece penetrar más y más en las conciencias?
Es natural que muchos busquen refugio en una «ortodoxia reforzada». Un cuerpo doctrinal seguro, un código de conducta bien definido, una organización religiosa fuerte. Ante la anarquía de posiciones, se busca la seguridad de la tradición. Ante la irrupción de tantas novedades, la solidez del pasado.
Sin duda, hay una intuición acertada en esa postura. Sería una equivocación pretender interpretar el acontecimiento cristiano exclusivamente a partir de nuestro presente, saltando por encima la tradición cristiana y prescindiendo de la larga vida de fe que ha animado a las iglesias durante veinte siglos.
El cristiano que pretende releer el evangelio sin acudir a la tradición corre el riesgo de empobrecer grandemente su lectura, desconociendo toda la riqueza y posibilidades que ese evangelio ha puesto ya de manifiesto en estos siglos.
Pero, al acudir a la tradición, es necesario evitar un grave riesgo. La fe no es algo que se va transmitiendo mecánicamente, como un objeto que se pasa de mano en mano. La fe es una vida que no puede ser comunicada sino en la misma vida. Y la única manera de vivir lo mismo en un contexto cultural nuevo consiste en vivirlo de manera nueva.
Una transmisión que no sea sino la transmisión de unas fórmulas ortodoxas o unas rúbricas litúrgicas, conducirá siempre a una asfixia mortal. En el corazón de la verdadera tradición está siempre la búsqueda del evangelio y de la verdadera voluntad del Padre hoy.
Es bueno que todos escuchemos sinceramente la advertencia de Jesús: «Dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres» (Marcos 7, 8). Ni progresistas ni tradicionalistas tienen derecho a sentirse un grupo más cristiano que el otro. Todos hemos de dejarnos juzgar por la palabra de Jesús que nos llama siempre a buscar desde el amor la verdadera voluntad de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
28 de agosto de 1994

LAS MANOS

Lo que sale de dentro.

Se nos ha dicho que tocarse es pecado. Y ciertamente lo es cuando nuestra mano golpea y hiere, o cuando el contacto sirve para manipular al otro, humillarlo o abusar de él. Pero, tocarse puede ser también otras muchas cosas.
A veces, tocarse es incómodo; nos molesta la proximidad física en el autobús o el metro, y cuando nos apretujamos en el ascensor. Otras veces, tocarse es algo frío y rutinario; hay que saludarse, y no se puede evitar el apretón de manos o el abrazo, aunque la persona nos sea casi extraña. Pero tocarse puede ser también comunicar afecto íntimo y ternura gozosa a la persona querida; la caricia sentida, el beso sincero son gestos en los que crece el amor.
Hay todavía otra posibilidad. El contacto que nos acerca al débil, la mano que acoge al que se siente enfermo o desvalido. Es esto precisamente lo que los evangelistas destacan en Jesús. De él se nos dice que «tocaba» a los leprosos, «abrazaba y bendecía» a los niños, «imponía sus manos» sobre los enfermos y los curaba. Sus manos eran acogida, bendición, fuerza sanadora. Por eso, cuando los fariseos, desde una visión estrecha y legalista, critican a los discípulos porque comen con «manos impuras», Jesús reacciona diciendo: «lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre»; las manos, por el contrario, son una bendición si irradian nuestra bondad interior.
Coger la mano de un enfermo grave, estrechar entre las nuestras la de un anciano solo y desorientado, acariciar la frente de un moribundo, abrazar a quien se derrumba al perder a su ser más querido, son gestos cargados de cercanía y amor. Una manera profunda de decirle al otro: «Estoy contigo. No sé qué decirte. Me siento tan impotente como tú. Pero comparto tu dolor.»
Esta cercanía no siempre es fácil. Se nos hace duro estrechar la mano de ese enfermo y tenerla cogida largamente y en silencio. Es más fácil distanciamos, defendemos detrás de las palabras y distraer de alguna forma nuestra impotencia y nuestra pena.
Pero ese contacto siempre es terapia. Libera de la soledad y el desamparo. Alivia el miedo y la ansiedad. Infunde aliento y esperanza. Cuando ya no hay nada que hacer y no podemos ofrecer a esa persona ningmi remedio eficaz, quedan todavía nuestras manos.
Lo saben bien muchos médicos, enfermeras y cuidadores que se acercan a los enfermos acogiendo su dolor y su impotencia. Cogidos por la prisa y atrapados en el engranaje de la organización sanitaria, no siempre pueden actuar como quisieran. Pero su trato afectuoso y cálido a los pacientes siempre hace bien. A todos ellos les quiero recordar las palabras que san Camilo de Lelis, experto en la atención a los enfermos, les decía hace ya cuatro siglos a sus compañeros: «Más corazón en esas manos, hermanos.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
1 de septiembre de 1991

CON EL CORAZON LEJOS

Su corazón está lejos de mí.

Por mucho que se habla de secularización y pérdida de fe, la gente sigue siendo, en general, bastante religiosa. Seguramente, mucho más religiosa de lo que se piensa. Basta observar cómo siguen bautizando a sus hijos, enterrando a sus muertos o, incluso, celebrando sus bodas.
No es fácil saber por qué. Pero el hecho está ahí. La fuerza de la costumbre es grande. Los convencionalismos sociales se imponen. Y, por otra parte, se busca de alguna manera estar a bien con Dios y contar con su protección divina.
Pero, de hecho, estas celebraciones no son, muchas veces, un encuentro sincero con Dios. Muchas bodas, bautizos y primeras comuniones quedan reducidos a una reunión de carácter social, un acto impuesto por la costumbre o un rito que se hace sin comprender muy bien lo que significa y sin que, por supuesto, implique compromiso alguno para la vida.
Y cuando en la comunidad cristiana se dan orientaciones para celebrar la liturgia con más verdad o cuando el sacerdote trata de ayudar a vivir la celebración de manera más responsable, se le pide que no moleste demasiado, que termine cuanto antes su predicación y que siga administrando los sacramentos como se ha hecho toda la vida.
Lo que realmente importa es el vestido de la niña, la foto de los novios, las flores del altar o el reportaje de vídeo de la ceremonia. Que todo salga “muy bonito y emocionante”.
Sería necesario repetir en medio de estas celebraciones las palabras de Isaías, citadas por Jesús para criticar tantos ritos y ceremonias celebrados de manera rutinaria y vacía en la sociedad judía: “Así dice Yahvé: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío”.
En estas celebraciones hay cantos y música, se cumplen fielmente los ritos, se observan las normas de las ceremonias, pero cuando se honra a Dios con los labios, ¿dónde está el corazón? Este culto lleno de convencionalismo e intereses diversos, ¿no está demasiado vacío de Dios?
El culto agrada a Dios cuando se produce un verdadero encuentro con él, cuando se experimenta con alegría y gozo su amor salvador y cuando se escucha una llamada a vivir una vida más fiel al evangelio de Cristo.
Está bien preparar los detalles de la boda o la primera comunión. Es bueno cuidar la reunión festiva de la familia, pero si se quiere celebrar algo desde la fe, lo primero es preparar el corazón para el encuentro con Dios. Sin ese encuentro sincero con él, todo queda reducido a culto vacío donde, como diría Jesús, se deja de lado a Dios para aferrarse a tradiciones de hombres.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
28 de agosto de 1988

GESTOS VACIOS

Pero su corazón está lejos.

Según los evangelios, una de las citas más queridas de Jesús es ésta del profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.
Estas palabras me suelen recordar casi inevitablemente ese momento en el que el sacerdote, al comienzo de la anáfora eucarística, invita a los fieles diciendo: “Levantemos el corazón» y los presentes responden: “Lo tenemos levantado hacia ci Señor».
¿Será realmente así? Exteriormente, en ese momento todos nos ponemos de pie, pero ¿levantamos de verdad nuestro corazón hacia Dios?
En general, los cristianos de occidente cuidamos poco los gestos litúrgicos y no sabemos vivirlos como expresión viva de nuestra actitud interior. A veces, ni siquiera sospechamos la fuerza que pueden tener para elevar nuestro corazón hacia Dios.
Pensemos en esas posturas y gestos sencillos que adoptamos con tanta rutina en muchas celebraciones.
Ponerse en pie es un gesto que, naturalmente, significa respeto, atención, disponibilidad. Pero es mucho más. Es la actitud más característica del orante cristiano que se siente “resucitado” por Cristo y «levantado” para siempre a la vida.
Ponerse de rodillas es un gesto de humildad y adoración. Reducimos nuestra estatura y nos hacemos “pequeños” ante Dios. No queremos medirnos con El. Preferimos confiarnos a su bondad de Padre.
Sentarse es adoptar una actitud de escucha. Somos discípulos que necesitamos acoger la Palabra de Dios y aprender a vivir con «sabiduría cristiana”.
Elevar los brazos con las palmas de las manos abiertas y vueltas hacia arriba es invocar a Dios mostrándole nuestro vacío y nuestra pobreza radical.
Inclinar la cabeza es aceptar la gracia y la bendición de Dios sobre toda nuestra persona. Dejarnos envolver por su presencia amorosa.
Golpearse el pecho con la mano es un signo humilde de arrepentimiento que expresa el deseo de romper y ablandar ese corazón nuestro demasiado duro y cerrado a Dios y a los hermanos.
Darse el gesto de la paz mirándonos al rostro y estrechando nuestras manos es acoger al hermano y despertar en nosotros el amor fraterno y la solidaridad antes de compartir la misma mesa del Señor.
Hacer el signo de la cruz es expresar nuestra condición cristiana, aceptar sobre nosotros la cruz de Cristo y consagrar nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestros deseos a ese Dios que es nuestro Padre y hacia el cual caminamos siguiendo al Hijo movidos por el Espíritu.
José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
1 de septiembre de 1985

CAMBIAR DESDE DENTRO

«Esas maldades salen de dentro».

Hay algo que los hombres y mujeres de hoy queremos ingenuamente olvidar una y otra vez. Sin una transformación interior, sin un esfuerzo real de cambio de actitud, no es posible crear una nueva sociedad.
Hemos de valorar, sin duda, muy positivamente, todos los intentos de ayudar, ennoblecer y dignificar al hombre desde fuera. Pero, las estructuras, las instituciones, los pactos y los programas políticos no cambian ni mejoran automáticamente al hombre.
Es inútil lanzar consignas políticas de cambio social si los que gobiernan el país, los que dirigen la vida pública y todos los ciudadanos, en general, no hacemos esfuerzo personal alguno para cambiar nuestras posturas. No hay ningún camino secreto que nos pueda conducir a una transformación y mejora social, dispensándonos de una conversión personal.
Los pecados colectivos, el deterioro moral de nuestra sociedad, el mal encarnado en tantas estructuras e instituciones, la injusticia presente en el funcionamiento de la vida social, se deben concretamente a factores diversos, pero tienen, en definitiva, una fuente y un origen último: el corazón de las personas.
La sabia advertencia de Jesús tiene actualidad también hoy, en una sociedad tan compleja y organizada como la nuestra. «Las maldades salen de dentro del hombre». Los robos, los homicidios, los adulterios, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, la envidia, la difamación, el orgullo, la frivolidad, que de tantas maneras toman cuerpo en las costumbres, modas, instituciones y estructuras de nuestra sociedad, «salen de dentro del corazón».
Es una grave equivocación pretender una reconversión industrial justa, sin «reconvertir» nuestros corazones a posturas de mayor justicia social con los más oprimidos por la crisis económica.
Es una ilusión falsa creer que vamos camino de una sociedad más igualitaria y socializada, si apenas nadie parece dispuesto a abandonar situaciones privilegiadas ni a compartir de verdad sus bienes con las clases más necesitadas.
Es una ingenuidad creer que la paz llegará al País Vasco con medidas policiales, acciones represivas, negociaciones o pactos estratégicos, si no existe una actitud sincera de diálogo, revisión de posturas y búsqueda leal de vías políticas.
¿Pueden cambiar mucho las cosas si cada uno de nosotros cambiamos tan poco?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
29 de agosto de 1982

AFERRARSE A LA TRADICION

… para aferraros a la tradición de los hombres.

Son bastantes los cristianos que tienen la sensación de no saber ya exactamente qué es lo que hay que creer, lo que hay que cumplir ni lo que hay que celebrar.
¿Qué hacer ante la marea de inseguridad y confusión que amenaza con disolverlo todo? ¿Cómo reaccionar ante esa ola de incertidumbre e incredulidad que parece penetrar más y más en nuestras comunidades cristianas?
Es natural que muchos creyentes busquen el refugio de una «ortodoxia reforzada». Un cuerpo doctrinal seguro, un código de conducta bien definido, una organización religiosa fuerte.
Ante los excesos del individualismo y la anarquía de las diversas posiciones, se buscan la seguridad de la tradición. Ante la irrupción de tantas novedades, la solidez del pasado.
Sin duda, hay una intuición muy acertada en esta postura. Sería una equivocación pretender interpretar el acontecimiento cristiano exclusivamente a partir de nuestro presente, saltando por encima de la tradición cristiana y prescindiendo de la larga vida de fe que ha animado a las comunidades cristianas durante veinte siglos.
El cristiano que pretenda releer el evangelio sin acudir a la tradición, corre el riesgo de empobrecer grandemente su lectura, desconociendo toda la riqueza y las posibilidades que ese evangelio ha puesto ya de manifiesto en estos siglos.
Pero, al acudir a la tradición, es necesario evitar un grave riesgo. La fe no es algo que se va transmitiendo mecánicamente, como un objeto que se pasa de mano en mano.
La fe es una vida que no puede ser transmitida sino en la misma vida. y la única manera de vivir lo mismo en un contexto cultural nuevo, consiste en vivir lo mismo de una manera nueva.
Una tradición que no sea sino la transmisión de unas fórmulas ortodoxas o unas rúbricas litúrgicas, conducirá siempre a los creyentes a una asfixia mortal. En el corazón de la verdadera tradición cristiana está siempre la búsqueda del evangelio y de la verdadera voluntad del Padre hoy.
Es bueno que todos escuchemos sinceramente la advertencia de Jesús: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de lo hombres».
Ni «progresistas» ni «tradicionalistas» tienen derecho a sentirse un grupo más cristiano que el otro. Todos nos debemos dejar juzgar por la palabra de Jesús que nos llama siempre a buscar el amor.

José Antonio Pagola



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