lunes, 31 de julio de 2017

06-08-2017 - La Transfiguración del Señor (A)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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La Transfiguración del Señor (A)


EVANGELIO

Su rostro resplandecía como el sol.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 17,1-9

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta.
Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
- Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:
- Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y tocándolos les dijo:
- Levantaos, no temáis.
Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
- No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.

Palabra de Dios.

HOMILIA

MIEDO A JESÚS

La escena conocida como "la transfiguración de Jesús" concluye de una manera inesperada. Una voz venida de lo alto sobrecoge a los discípulos: «Este es mi Hijo amado»: el que tiene el rostro transfigurado. «Escuchadle a él». No a Moisés, el legislador. No a Elías, el profeta. Escuchad a Jesús. Sólo a él.
«Al oír esto, los discípulos caen de bruces, llenos de espanto». Les aterra la presencia cercana del misterio de Dios, pero también el miedo a vivir en adelante escuchando sólo a Jesús. La escena es insólita: los discípulos preferidos de Jesús caídos por tierra, llenos de miedo, sin atreverse a reaccionar ante la voz de Dios.
La actuación de Jesús es conmovedora: «Se acerca» para que sientan su presencia amistosa. «Los toca» para infundirles fuerza y confianza. Y les dice unas palabras inolvidables: «Levantaos. No temáis». Poneos de pie y seguidme. No tengáis miedo a vivir escuchándome a mí.
Es difícil ya ocultarlo. En la Iglesia tenemos miedo a escuchar a Jesús. Un miedo soterrado que nos está paralizando hasta impedirnos vivir hoy con paz, confianza y audacia tras los pasos de Jesús, nuestro único Señor.
Tenemos miedo a la innovación, pero no al inmovilismo que nos está alejando cada vez más de los hombres y mujeres de hoy. Se diría que lo único que hemos de hacer en estos tiempos de profundos cambios es conservar y repetir el pasado. ¿Qué hay detrás de este miedo? ¿Fidelidad a Jesús o miedo a poner en "odres nuevos" el "vino nuevo" del Evangelio?
Tenemos miedo a unas celebraciones más vivas, creativas y expresivas de la fe de los creyentes de hoy, pero nos preocupa menos el aburrimiento generalizado de tantos cristianos buenos que no pueden sintonizar ni vibrar con lo que allí se está celebrando. ¿Somos más fieles a Jesús urgiendo minuciosamente las normas litúrgicas, o nos da miedo "hacer memoria" de él celebrando nuestra fe con más verdad y creatividad?
Tenemos miedo a la libertad de los creyentes. Nos inquieta que el pueblo de Dios recupere la palabra y diga en voz alta sus aspiraciones, o que los laicos asuman su responsabilidad escuchando la voz de su conciencia. En algunos crece el recelo ante religiosos y religiosas que buscan ser fieles al carisma profético que han recibido de Dios. ¿Tenemos miedo a escuchar lo que el Espíritu puede estar diciendo a nuestras iglesias? ¿No tememos apagar el Espíritu en el pueblo de Dios?
En medio de su Iglesia Jesús sigue vivo, pero necesitamos sentir con más fe su presencia y escuchar con menos miedo sus palabras: «Levantaos. No tengáis miedo».

José Antonio Pagola

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sábado, 29 de julio de 2017

31-07-2017 - San Ignacio de Loyola (A)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
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San Ignacio de Loyola (A)


EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,18-26.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,18-26

Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó:
- ¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos contestaron:
- Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Él les preguntó:
- Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro tomó la palabra y dijo:
- El Mesías de Dios.
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
Y añadió:
- El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Y, dirigiéndose a todos, dijo:
- El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿ De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, se ése se avergonzará el Hijo del Hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles.

Palabra de Dios

HOMILIA

MUDANZA DE ALMA

Si alguno quiere venir en pos de mí.

Desgraciadamente son muchos los vascos que lo ignoran casi todo sobre Ignacio de Loyola, el hombre más grande y universal de cuantos han nacido en nuestra tierra.
Y sin embargo, cuánto bien nos haría también hoy acercarnos a beber de sus fuentes. Así pensaba yo al releer estos días ese precioso libro “Ignacio de Loyola, solo y a pie” con el que nos regalaba hace dos años J.I. Tellechea Idígoras.
Páginas escritas con verdadera devoción en las que el lector encuentra «sabiduría cristiana” a raudales.
Sólo quiero recordar aquí esa “mudanza de alma» que vive Ignacio a partir de su obligada convalecencia en el castillo de Loyola.
Los biógrafos nos dicen que Ignacio “se paraba a pensar”. No es fácil detenerse cuando uno vive agitado y disperso, soñando con mil planes y proyectos. Pero es el primer paso. Y paso absolutamente necesario para quien desea reencontrarse consigo mismo y con Dios.
Como dice Tellechea, “las heridas solas no convierten”. Ignacio se detiene “a razonar consigo mismo”. Hace un profundo balance de su vida. Se escucha a sí mismo con sinceridad.
Dentro de su alma dos espíritus “contrarios entre sí” se agitan y tiran de él. Siente el vacío de su vida y se reconoce pecador, pero siente también el atractivo del placer y la gloria.
Dios y él. El bien y el mal. Sus sueños de siempre y ese nuevo camino de obediencia y fidelidad a Dios. “De unos pensamientos quedaba triste, y de otros alegre”.
Ignacio vencerá su división interior buscando la fuerza misma de Dios, “no mirando más circunstancias que prometerse así con la gracia de Dios de hacerlo, como ellos (los santos) lo habían hecho”.
Una profunda transformación comienza a gestarse en Ignacio. Más adelante, a orillas del Cardoner, no lejos de Manresa, se siente un hombre nuevo. “Le parecían todas las cosas nuevas.., le parecía como si fuese otro hombre”. “Comenzó a ver con otros ojos todas las cosas”.
Ignacio fue, sin duda, el primer ejercitante y la experiencia de su propia conversión será el alma de sus “Ejercicios Espirituales”.
No son muchos los que se retiran hoy a hacer ejercicios espirituales. Sin embargo, pocas cosas más saludables puede haber para un hombre que dedicar unos días a encontrarse sinceramente consigo mismo y con Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA


Las primeras generaciones cristianas conservaron el recuerdo de este episodio evangélico como un relato de importancia vital para los seguidores de Jesús. Su intuición era certera. Sabían que la Iglesia de Jesús debería escuchar una y otra vez la pregunta que un día hizo Jesús a sus discípulos en las cercanías de Cesarea de Filipo: «Vosotros, quién decís que soy yo?»
Si en las comunidades cristianas dejamos apagar nuestra fe en Jesús, perderemos nuestra identidad. No acertaremos a vivir con audacia creadora la misión que Jesús nos confió; no nos atreveremos a enfrentarnos al momento actual, abiertos a la novedad de su Espíritu; nos asfixiaremos en nuestra mediocridad.
No son tiempos fáciles los nuestros. Si no volvemos a Jesús con más verdad y fidelidad, la desorientación nos irá paralizando; nuestras grandes palabras seguirán perdiendo credibilidad. Jesús es la clave, el fundamento y la fuente de todo lo que somos, decimos y hacemos. ¿Quién es hoy Jesús para los cristianos?
Nosotros confesamos, como Pedro, que Jesús es el "Mesías de Dios", el Enviado del Padre. Es cierto: Dios ha amado tanto al mundo que nos ha regalado a Jesús. ¿Sabemos los cristianos acoger, cuidar, disfrutar y celebrar este gran regalo de Dios? ¿Es Jesús el centro de nuestras celebraciones, encuentros y reuniones?
Lo confesamos también "Hijo de Dios". Él nos puede enseñar a conocer mejor a Dios, a confiar más en su bondad de Padre, a escuchar con más fe su llamada a construir un mundo más fraterno y justo para todos. ¿Estamos descubriendo en nuestras comunidades el verdadero rostro de Dios encarnado en Jesús? ¿Sabemos anunciarlo y comunicarlo como una gran noticia para todos?
Llamamos a Jesús "Salvador" porque tiene fuerza para humanizar nuestras vidas, liberar nuestras personas y encaminar la historia humana hacia su verdadera y definitiva salvación. ¿Es ésta la esperanza que se respira entre nosotros? ¿Es ésta la paz que se contagia desde nuestras comunidades?
Confesamos a Jesús como nuestro único "Señor". No queremos tener otros señores ni someternos a ídolos falsos. Pero, ¿ocupa Jesús realmente el centro de nuestras vidas? ¿le damos primacía absoluta en nuestras comunidades? ¿lo ponemos por encima de todo y de todos? ¿Somos de Jesús? ¿Es él quien nos anima y hace vivir?
La gran tarea de los cristianos es hoy aunar fuerzas y abrir caminos para reafirmar mucho más la centralidad de Jesús en su Iglesia. Todo lo demás viene después.

José Antonio Pagola

HOMILIA

CONFESAR CON LA VIDA

¿Quién decís que soy yo?

¿Quién decís que soy yo? Todos los evangelistas sinópticos recogen esta pregunta dirigida por Jesús a sus discípulos en la región de Cesarea de Felipe. Para los primeros cristianos era muy importante recordar una y otra vez a quién estaban siguiendo, cómo estaban colaborando en su proyecto y por quién estaban arriesgando su vida.
Cuando nosotros escuchamos hoy esta pregunta, tendemos a pronunciar las fórmulas que ha ido acuñando el cristianismo a lo largo de los siglos: Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, el Salvador del mundo, el Redentor de la humanidad… ¿Basta pronunciar estas palabras para convertirnos en «seguidores» de Jesús?
Por desgracia, se trata con frecuencia de fórmulas aprendidas a una edad infantil, aceptadas de manera mecánica, repetidas de forma ligera, y afirmadas más que vividas.
Confesamos a Jesús por costumbre, por piedad o por disciplina, pero vivimos sin captar la originalidad de su vida, sin escuchar la novedad de su llamada, sin dejarnos atraer por su amor misterioso, sin contagiarnos de su libertad, sin esforzarnos en seguir su trayectoria.
Lo adoramos como «Dios» pero no es el centro de nuestra vida. Lo confesamos como «Señor» pero vivimos de espaldas a su proyecto, sin saber muy bien cómo era y qué quería. Le decimos «Maestro» pero no vivimos motivados por lo que motivaba su vida. Vivimos como miembros de una religión, pero no somos discípulos de Jesús.
Paradójicamente, la «ortodoxia» de nuestras fórmulas doctrinales nos puede dar seguridad, dispensándonos al mismo tiempo de un encuentro vivo con Jesús. Hay cristianos muy «ortodoxos» que viven una religiosidad instintiva pero no conocen por experiencia lo que es nutrirse de Jesús. Se sienten «propietarios» de la fe, alardean incluso de su ortodoxia, pero no conocen el dinamismo del Espíritu de Cristo.
No nos hemos de engañar. Cada uno hemos de ponernos ante Jesús, dejarnos mirar directamente por él y escuchar desde el fondo de nuestro ser sus palabras: ¿quién soy yo realmente para vosotros? A esta pregunta se responde con la vida más que con palabras sublimes.

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿QUÉ HEMOS HECHO DE JESÚS?

¿Quién decís que soy yo?

A veces es muy peligroso sentirse cristiano «de toda la vida». Porque se corre el riesgo de no revisar nunca nuestro cristianismo y no entender que, en definitiva, todo el vivir cristiano no es sino un continuo caminar desde la incredulidad hacia la fe en el Dios vivo de Jesucristo.
Con frecuencia, creemos tener una fe inconmovible en Jesús porque lo tenemos perfectamente definido en un lenguaje preciso y ortodoxo, y no nos damos cuenta de que, en la vida diaria, lo estamos continuamente desfigurando con nuestras aspiraciones, intereses y cobardías.
Lo confesamos abiertamente como Dios y Señor nuestro, pero, luego, apenas significa gran cosa en nuestros planteamientos y las actitudes que inspiran nuestra vida. Por eso es bueno que escuchemos todos sinceramente la pregunta interpeladora de Jesús: «y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros?, ¿qué lugar ocupa en nuestro vivir diario?
Cuando, en momentos de verdadera gracia, uno se acerca sinceramente al Jesús del Evangelio, se encuentra con alguien vivo y palpitante. Alguien a quien no es posible encerrar en unas categorías filosóficas, unas fórmulas o unos ritos. Alguien que nos lleva al fondo último de la vida.
Jesús, «el Mesías de Dios», nos coloca ante nuestra última verdad y se convierte para cada uno de nosotros en invitación gozosa al cambio, a la conversión constante, a la búsqueda humilde pero apasionada de un mundo mejor para todos.
Jesús es peligroso. En él descubrimos una entrega incondicional a los necesitados, que pone al descubierto nuestro radical egoísmo. Una pasión por la justicia, que sacude nuestras seguridades, cobardías y servidumbres. Una fe en el Padre, que nos invita a salir de nuestra incredulidad y desconfianza.
Jesús es lo más grande que tenemos los cristianos. El que puede infundir otro sentido y otro horizonte a nuestra vida. El que puede contagiarnos otra lucidez y otra generosidad, otra energía y otro gozo. El que puede comunicarnos otro amor, otra libertad y otro ser.
Pero no olvidemos algo importante. A Jesús se le conoce, se le experimenta y se sintoniza con él, en la medida en que nos esforzamos por seguirle.

José Antonio Pagola

HOMILIA

DESCONOCIDO

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

La cultura moderna que ha dominado el mundo occidental durante cinco siglos se encuentra hoy en declive. Desde su misma entraña está emergiendo una «atmósfera» nueva cuyos efectos se pueden ya vislumbrar entre nosotros. En ese clima posmoderno viviremos los próximos años.
Hay un primer dato que se va extendiendo cada vez más. Ya no se acepta ningún ideal, filosofía o religión que pretenda ofrecer verdad. Todo se considera relativo y opinable. Todo es interpretación y fragmento. No hay verdades absolutas. Nadie es sólido y seguro. Sólo nuestra incerteza.
Pero, al quedarse sin criterios o valores que orienten sus decisiones, la libertad de las personas corre el riesgo de volatilizarse. Todo el mundo quiere ser libre pero no sabe para qué. El pluralismo se va deslizando poco a poco hacia el relativismo y la indiferencia. El individuo se va quedando sin indicaciones ni referencias claras que lo guíen en la existencia. El hombre de hoy camina por la vida sin mapa.
La misma realidad parece diluirse cada vez más en el mundo de lo virtual. Ya no es tan fácil distinguir entre lo natural y lo artificial, entre lo real y lo ficticio, lo verdadero y lo imaginario. Vivimos con la ilusión de estar mejor informados que nunca pero terminamos pensando, sintiendo y experimentando lo que los mass media nos dejan ver, conocer y experimentar.
Está surgiendo así un clima cultural donde las personas se van acostumbrando a vivir sin certezas ni seguridad. Cada uno sigue su camino de forma solitaria o cruzándose con otros caminantes dentro de un laberinto que nadie conoce bien y que tiene su mejor símbolo en las redes de Internet. Mientras tanto, la voz de los profetas y de los pensadores queda absorbida en el ruido y la confusión. Hablar con Dios es como hablar de «nada».
En esta atmósfera pretende hoy hacer oír su voz Jesucristo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Desconocido por muchos, olvidado por otros, confundido con un fragmento más, dejado de lado como algo irrelevante y sin significado actual, Jesucristo sigue ofreciendo «débilmente» el amor y la fe en Dios como el único abrigo ante el nihilismo actual. Su palabra no pretende imponer una ideología, sino despertar la esperanza. Su acción salvadora no busca ahogar la libertad humana de nadie sino abrir al ser humano caminos de vida más plena. ¿No es él el único Salvador?

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿QUÉ DIGO YO?

¿Quién decís que soy yo?

Pocas veces nos detenemos los cristianos a responder a esa pregunta decisiva que se nos hace a cada uno de nosotros. La pregunta que Jesús dirige a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
La respuesta ha de ser personal. Nadie puede hablar en mi nombre. No puede haber una fe por procurador. Soy yo quien tengo que responder. Se me pregunta qué digo yo de Jesucristo, no qué dicen los concilios, qué predican los Obispos y el Papa, qué explican los teólogos.
Un conjunto de circunstancias históricas ha podido embrollar mucho las cosas, pero no hemos de olvidar que la fe cristiana no es simplemente la adhesión a una fórmula o a un grupo religioso, sino mi adhesión personal y mi seguimiento a Jesucristo.
Para ser cristiano, no hasta decir: «Yo creo en lo que cree la Iglesia.» Es necesario que me pregunte si yo le creo a Jesucristo, si cuento con él, si apoyo en él mi existencia.
No se me pregunta qué pienso acerca de la doctrina moral que Jesús predicó, acerca de los ideales que proclamó o los gestos admirables que realizó. La pregunta es más honda: ¿Quiénes Jesucristo para mí? Es decir, ¿qué lugar ocupa en mi experiencia de la vida? ¿Qué relación mantengo con él? ¿Cómo me siento ante su persona? ¿Qué fuerza tiene en mi conducta diaria? ¿Qué espero de él?
No puedo contestar responsablemente a la pregunta que Jesús me dirige sin descubrirme a mí mismo quién soy yo y cómo vivo mi fe en Él. Precisamente, en eso consiste la responsabilidad: en ser capaz de responder por mí mismo.
Con frecuencia, no somos conscientes hasta qué punto vivimos nuestra fe por inercia, siguiendo actitudes y esquemas infantiles, sin crecer interiormente, sin llegar tal vez nunca a una decisión personal y adulta ante Dios.
De poco sirve hoy seguir confesando rutinariamente las diversas creencias cristianas si uno no conoce por experiencia qué es encontrarse personalmente con ese Dios revelado y encarnado en Jesucristo.
Nuestra fe cristiana crece y se robustece en la medida en que vamos descubriendo por experiencia personal que sólo Jesucristo puede responder de manera plena a las preguntas más vitales, los anhelos más hondos, las necesidades últimas que llevamos en nosotros. De alguna manera todo cristiano debería poder decir como San Pablo: «Yo sé bien en quién tengo puesta mi fe»

José Antonio Pagola

HOMILIA

UNA PREGUNTA DIFICIL

¿Quién decís que soy yo?

No es fácil responder a esa pregunta, aparentemente tan sencilla y fundamental, de Jesús: “Y, vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Podríamos acudir a las diversas fórmulas cristológicas que el magisterio ha ido acuñando a lo largo de los siglos, pero sabemos que la pregunta de Jesús nos está invitando a algo más radical que un gesto de obediencia casi instintiva a la institución eclesial.
Podríamos recurrir a las elaboraciones de los teólogos y repetir lo que hemos leído a los estudiosos de Jesús, pero su pregunta nos está pidiendo una respuesta más personal y vital.
Por eso, no es fácil responder con verdad quién es Jesucristo hoy para nosotros que nos decimos “cristianos”.
¿Alguien de quien creemos “cosas extraordinarias” o alguien a quien creemos de manera total y a quien confiamos nuestro ser?
¿Alguien cuya doctrina explicamos a los jóvenes y hacemos aprender a nuestros niños o alguien cuya Palabra dirige, anima y modela nuestro vivir diario?
¿Alguien de quien seguimos hablando y escribiendo mucho o alguien a quien sabemos hablar e invocar con fe?
¿Alguien que vivió hace aproximadamente dos mil años o alguien a quien percibimos vivo en medio de la vida, los acontecimientos y las personas de hoy?
¿Alguien a quien sólo escuchamos en las páginas escritas de los evangelios o alguien cuyos gritos nos llegan desde los pobres, los olvidados y los indefensos?
¿Alguien a quien recibimos piadosamente en la comunión o alguien con quien nos esforzamos por comulgar cada día más, acogiendo su Espíritu, su mensaje y su esperanza?
¿Alguien cuya cruz adorna nuestros cuellos y nuestras habitaciones o alguien que nos da fuerza para acoger la cruz de cada día?
¿Alguien ante quien doblamos distraídamente nuestra rodilla al pasar ante el sagrario de nuestras iglesias o alguien a quien hemos rendido nuestra ser?
¿Alguien a quien admiramos como líder extraordinario o alguien que inspira nuestra comportamiento y a quien seguimos día a día con fe?
¿Alguien a quien atribuimos títulos insuperables o alguien en quien buscamos con humildad y gozo al mismo Dios?

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿QUÉ HEMOS HECHO DE JESÚS?

¿Quién decís que soy yo?

A veces es muy peligroso sentirse cristiano «de toda la vida». Porque se corre el riesgo de no revisar nunca nuestro cristianismo y no entender que, en definitiva, todo el vivir cristiano no es sino un continuo caminar desde la incredulidad hacia la fe en el Dios vivo de Jesucristo.
Con frecuencia, creemos tener una fe inconmovible en Jesús porque lo tenemos perfectamente definido en un lenguaje preciso y ortodoxo, y no nos damos cuenta de que, en la vida diaria, lo estamos continuamente desfigurando con nuestras aspiraciones, intereses y cobardías.
Lo confesamos abiertamente como Dios y Señor nuestro, pero, luego, apenas significa gran cosa en nuestros planteamientos y las actitudes que inspiran nuestra vida.
Por eso es bueno que escuchemos todos sinceramente la pregunta interpeladora de Jesús: «y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros?, ¿qué lugar ocupa en nuestro vivir diario?
Cuando, en momentos de verdadera gracia, uno se acerca sinceramente al Jesús del Evangelio, se encuentra con alguien vivo y palpitante. Alguien a quien no es posible encerrar en unas categorías filosóficas, unas fórmulas o unos ritos. Alguien que nos lleva al fondo último de la vida.
Jesús, «el Mesías de Dios», nos coloca ante nuestra última verdad y se convierte para cada uno de nosotros en invitación gozosa al cambio, a la conversión constante, a la búsqueda humilde pero apasionada de un mundo mejor para todos.
Jesús es peligroso. En él descubrimos una entrega incondicional a los necesitados, que pone al descubierto nuestro radical egoísmo. Una pasión por la justicia, que sacude nuestras seguridades, cobardías y servidumbres. Una fe en el Padre, que nos invita a salir de nuestra incredulidad y desconfianza.
Jesús es lo más grande que tenemos los cristianos. El que puede infundir otro sentido y otro horizonte a nuestra vida. El que puede contagiarnos otra lucidez y otra generosidad, otra energía y otro gozo. El que puede comunicarnos otro amor, otra libertad y otro ser.
Pero no olvidemos algo importante. A Jesús se le conoce, se le experimenta y se sintoniza con él, en la medida en que nos esforzamos por seguirle.

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?

¿Quién decís que soy yo?

Así, de pronto, no sabríamos cómo contestarte. Tu pregunta la hemos escuchado muchas veces, Señor, pero siempre nos parecía dirigida solamente a aquellos discípulos de Cesarea de Filipo.
Nosotros solemos preferir acudir a las fórmulas tradicionales acuñadas hace siglos por los concilios. Es más seguro. Y, sobre todo, no nos obliga a preguntarnos quién eres tú para cada uno de nosotros y qué significas tú hoy en nuestras vidas.
Te damos títulos muy solemnes. Puedes sentirte satisfecho. A ningún otro nos atreveríamos a llamarlo así.
Te proclamamos Dios y doblamos ante ti nuestra rodilla. Es cierto que no te rendimos nuestro ser. Cierto también que tenemos otros “dioses” a los que damos nuestro culto. Pero tú nos comprenderás. Somos seres tan necesitados. Además, no se puede vivir solo de “pan”. También se necesita seguridad, dinero, confort…
Tú eres palabra de Dios. Te lo decimos muchas veces y hasta nos lo creemos. Nos dirás que escuchamos poco tu evangelio. Es verdad. Tampoco tenemos mucho tiempo, ¿sabes? Hay tantas cosas que hacer al cabo del día. La vida ha cambiado mucho desde tus tiempos. Además, hay que ser razonable. ¿Te imaginas lo que sucedería si tomáramos en serio tus palabras?
Tú mismo lo decías: “Hay que tener oídos para oír”. En eso te damos la razón. Nosotros queremos tener los oídos muy abiertos, no solo a tu mensaje sino también a tantas palabras, mensajes, ideas y noticias que llegan hasta nosotros. Tu sabes que vivimos en una sociedad abierta y pluralista. No podemos absolutizar tu palabra como en otros tiempos. Todos tienen derecho ha ser escuchados. Ahora comprendes que te escuchemos menos, ¿no?
Pero, aunque no te escuchamos, te decimos cosas muy grandes. No nos contentamos con llamarte Señor, Redentor, Salvador, Mesías, Cristo… Estamos aprendiendo nuevos nombres. Ya sabes que es bueno cambiar y evitar la monotonía.
Hoy te llamamos Amigo y Hermano. Es más familiar. Nos da confianza y, sobre todo, nos resulta menos insoportable tu mensaje. Entre amigos se puede hablar y discutir.
Te llamamos también Liberador. No sabemos exactamente qué nos puedes aportar tú a la liberación que nosotros queremos, pero, al menos, nos podemos armar con tu palabra para atacar a nuestros adversarios.
Sí. Ya nos damos cuenta de que no acertamos. Te queremos exaltar y elevar por encima de toda criatura y terminamos por alejarte de nuestra vida real y concreta de cada día. Te queremos sentir cerca de nuestros problemas y nuestras penas y terminamos por olvidar precisamente la salvación que tú nos puedes aportar.
Señor, ten piedad de nosotros. Aumenta nuestra fe. Dinos tú mismo todo lo que puedes ser para cada uno de nosotros.

José Antonio Pagola



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lunes, 24 de julio de 2017

30-07-2017 - 17º domingo Tiempo ordinario (A)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
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17º domingo Tiempo ordinario (A)


EVANGELIO

Vende todo lo que tiene y compra el campo.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 13, 44-52

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
-«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.
El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Entendéis bien todo esto?»
Ellos le contestaron:
-«Sí.»
Él les dijo:
-«Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2016-2017 -
30 de julio de 2017

LA DECISIÓN MÁS IMPORTANTE

El evangelio recoge dos breves parábolas de Jesús con un mismo mensaje. En ambos relatos, el protagonista descubre un tesoro enormemente valioso o una perla de valor incalculable. Y los dos reaccionan del mismo modo: venden con alegría y decisión lo que tienen, y se hacen con el tesoro o la perla. Según Jesús, así reaccionan los que descubren el reino de Dios.
Al parecer, Jesús teme que la gente le siga por intereses diversos, sin descubrir lo más atractivo e importante: ese proyecto apasionante del Padre, que consiste en conducir a la humanidad hacia un mundo más justo, fraterno y dichoso, encaminándolo así hacia su salvación definitiva en Dios.
¿Qué podemos decir hoy después de veinte siglos de cristianismo? ¿Por qué tantos cristianos buenos viven encerrados en su práctica religiosa con la sensación de no haber descubierto en ella ningún “tesoro”? ¿Dónde está la raíz última de esa falta de entusiasmo y alegría en no pocos ámbitos de nuestra Iglesia, incapaz de atraer hacia el núcleo del Evangelio a tantos hombres y mujeres que se van alejando de ella, sin renunciar por eso a Dios ni a Jesús?
Después del Concilio, Pablo VI hizo esta afirmación rotunda: ”Solo el reino de Dios es absoluto. Todo lo demás es relativo”. Años más tarde, Juan Pablo II lo reafirmó diciendo: “La Iglesia no es ella su propio fin, pues está orientada al reino de Dios del cual es germen, signo e instrumento”. El Papa Francisco nos viene repitiendo: “El proyecto de Jesús es instaurar el reino de Dios”.
Si ésta es la fe de la Iglesia, ¿por qué hay cristianos que ni siquiera han oído hablar de ese proyecto que Jesús llamaba “reino de Dios”? ¿Por qué no saben que la pasión que animó toda la vida de Jesús, la razón de ser y el objetivo de toda su actuación, fue anunciar y promover ese proyecto humanizador del Padre: buscar el reino de Dios y su justicia?
La Iglesia no puede renovarse desde su raíz si no descubre el “tesoro” del reino de Dios. No es lo mismo llamar a los cristianos a colaborar con Dios en su gran proyecto de hacer un mundo más humano, que vivir distraídos en prácticas y costumbres que nos hacen olvidar el verdadero núcleo del Evangelio.
El Papa Francisco nos está diciendo que “el reino de Dios nos reclama”. Este grito nos llega desde el corazón mismo del Evangelio. Lo hemos de escuchar. Seguramente, la decisión más importante que hemos de tomar hoy en la Iglesia y en nuestras comunidades cristianas es la de recuperar el proyecto del reino de Dios con alegría y entusiasmo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2013-2014 -
27 de julio de 2014

LA DECISIÓN MÁS IMPORTANTE

(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
24 de julio de 2011

UN DIOS SIN ATRACTIVO

Jesús trataba de comunicar a la gente su experiencia de Dios y de su gran proyecto de ir haciendo un mundo más digno y dichoso para todos. No siempre lograba despertar su entusiasmo. Estaban demasiado acostumbrados a oír hablar de un Dios sólo preocupado por la Ley, el cumplimiento del sábado o los sacrificios del Templo.
Jesús les contó dos pequeñas parábolas para sacudir su indiferencia. Quería despertar en ellos el deseo de Dios. Les quería hacer ver que encontrarse con lo que él llamaba "reino de Dios" era algo mucho más grande que lo que vivían los sábados en la sinagoga del pueblo: Dios puede ser un descubrimiento inesperado, una sorpresa grande.
En las dos parábolas la estructura es la misma. En el primer relato, un labrador «encuentra» un tesoro escondido en el campo... Lleno de alegría, «vende todo lo que tiene» y compra el campo. En el segundo relato, un comerciante en perlas finas «encuentra» una perla de gran valor... Sin dudarlo, «vende todo lo que tiene» y compra la perla.
Algo así sucede con el «reino de Dios» escondido en Jesús, su mensaje y su actuación. Ese Dios resulta tan atractivo, inesperado y sorprendente que quien lo encuentra, se siente tocado en lo más hondo de su ser. Ya nada puede ser como antes.
Por primera vez, empezamos a sentir que Dios nos atrae de verdad. No puede haber nada más grande para alentar y orientar la existencia. El "reino de Dios" cambia nuestra forma de ver las cosas. Empezamos a creer en Dios de manera diferente. Ahora sabemos por qué vivir y para qué.
A nuestra religión le falta el "atractivo de Dios". Muchos cristianos se relacionan con él por obligación, por miedo, por costumbre, por deber..., pero no porque se sientan atraídos por él. Tarde o temprano pueden terminar abandonando esa religión.
A muchos cristianos se les ha presentado una imagen tan deformada de Dios y de la relación que podemos vivir con él, que la experiencia religiosa les resulta inaceptable e incluso insoportable. No pocas personas están abandonando ahora mismo a Dios porque no pueden vivir ya por más tiempo en un clima religioso insano, impregnado de culpas, amenazas, prohibiciones o castigos.
Cada domingo, miles y miles de presbíteros y obispos predicamos el Evangelio, comentando las parábolas de Jesús y sus gestos de bondad a millones y millones de creyentes. ¿Qué experiencia de Dios comunicamos? ¿Qué imagen transmitimos del Padre y de su reino? ¿Atraemos los corazones hacia el Dios revelado en Jesús? ¿Los alejamos de su misterio de Bondad?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - RECREADOS POR JESÚS
27 de julio de 2008

LA DECISIÓN

Vende todo lo que tiene.

No era fácil creer a Jesús. Algunos se sentían atraídos por sus palabras. En otros, por el contrario, surgían no pocas dudas. ¿Era razonable seguir a Jesús o una locura? Hoy sucede lo mismo: ¿merece la pena comprometerse en su proyecto de humanizar la vida o es más práctico ocupamos cada uno de nuestro propio bienestar? Mientras tanto, se nos puede pasar la vida sin tomar decisión alguna.
Jesús cuenta dos pequeñas parábolas para seducir el corazón de aquellos campesinos. Un pobre labrador está cavando en un terreno que no es suyo. De pronto encuentra un «tesoro escondido». No es difícil imaginar su sorpresa y alegría. No se lo piensa dos veces. «Lleno de alegría», vende todo lo que tiene y se hace con el tesoro.
Lo mismo le sucede a un rico «comerciante en perlas finas». De pronto se encuentra una perla de valor incalculable. Su olfato de experto no le engaña. Rápidamente toma una decisión. Vende todo lo que tiene y se hace con la perla.
El reino de Dios está «oculto». Muchos no han descubierto todavía el gran proyecto que tiene Dios de un mundo nuevo. Sin embargo, no es un misterio inaccesible. Está «oculto» en Jesús, en su vida y en su mensaje. Una comunidad cristiana que no ha descubierto el reino de Dios no sabe para qué ha nacido de Jesús.
El descubrimiento del reino de Dios altera la vida de quien lo descubre. Su «alegría» es inconfundible. Ha encontrado lo esencial de la vida, lo mejor de Jesús, el valor que puede cambiar su vida. Si los cristianos no descubrimos el proyecto de Jesús, en la Iglesia no habrá alegría.
Los dos protagonistas de las parábolas toman la misma decisión: «venden todo lo que tienen». Nada es más importante que «buscar el reino de Dios y su justicia». Todo lo demás viene después, es relativo y debe quedar subordinado al proyecto de Dios.
Esta es la decisión más importante que hemos de tomar en la Iglesia y en las comunidades cristianas: liberamos de tantas cosas accidentales para comprometemos en el reino de Dios. Despojamos de lo superfluo. Olvidamos de otros intereses. Saber «perder» para «ganar» en autenticidad. Si lo hacemos, estarnos colaborando en la conversión de la Iglesia.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
24 de julio de 2005

UN TESORO SIN DESCUBRIR

Se parece a un tesoro escondido.

No todos se entusiasmaban con el proyecto de Jesús. En bastantes surgían no pocas dudas e interrogantes. ¿Era razonable seguirle? ¿No era una locura? Son las preguntas de aquellos galileos y de todos los que se encuentran con Jesús a un nivel un poco profundo.
Jesús contó dos pequeñas parábolas para «seducir» a quienes permanecían indiferentes. Quería sembrar en todos un interrogante decisivo: ¿no habrá en la vida un «secreto» que todavía no hemos descubierto?
Todos entendieron la parábola de aquel labrador pobre que, estando cavando en una tierra que no era suya, encontró un tesoro escondido en un cofre. No se lo pensó dos veces. Era la ocasión de su vida. No la podía desaprovechar. Vendió todo lo que tenía y, lleno de alegría, se hizo con el tesoro.
Lo mismo hizo un rico traficante de perlas cuando descubrió una de valor incalculable. Nunca había visto algo semejante. Vendió todo lo que poseía y se hizo con la perla.
Las palabras de Jesús eran seductoras. ¿Será Dios así?, ¿será esto encontrarse con él?, ¿descubrir un «tesoro» más bello y atractivo, más sólido y verdadero que todo lo que nosotros estamos viviendo y disfrutando?
Jesús estaba comunicando su experiencia de Dios: lo que había transformado por entero su vida. ¿Tendrá razón? ¿Será esto seguirle?, ¿encontrar lo esencial, tener la inmensa fortuna de hallar lo que el ser humano está anhelando desde siempre?
En los países del Primer Mundo mucha gente está abandonando la religión sin haber saboreado a Dios. Les entiendo. Yo haría lo mismo. Si uno no ha descubierto un poco la experiencia de Dios que vivía Jesús, la religión es un aburrimiento. No merece la pena.
Lo triste es encontrar a tantos cristianos cuyas vidas no están marcadas por la alegría, el asombro o la sorpresa de Dios. No lo han estado nunca. Viven encerrados en su religión, sin haber encontrado ningún «tesoro». Entre los seguidores de Jesús, cuidar la vida interior no es una cosa más. Es imprescindible para vivir abiertos a la sorpresa de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
28 de julio de 2002

NOSTALGIA DE DIOS

Se parece a un tesoro escondido.

Los estudios sociológicos dicen que la crisis religiosa se va deslizando en Europa hacia una «indiferencia» cada vez mayor. Una indiferencia tranquila, ajena a todo planteamiento sobre Dios. Sin embargo, son cada vez más los que, movidos por una cierta «nostalgia de Dios» sienten la necesidad de buscar «algo diferente», una manera nueva de creer y confiar en él. ¿Cómo buscar a Dios?
Sin duda, cada uno ha de partir de su propia experiencia. No hay que copiar a otros. No hay que hacer nada forzado ni postizo. Cada uno conoce sus propios deseos y miserias, sus vacíos y sus miedos. Cada uno sabe su «necesidad» de Dios. Su voz no calla nunca. No grita con los labios, pero nos susurra al corazón.
Por eso precisamente, no basta buscar a Dios por fuera: en los libros, las discusiones o el debate. Una cosa es «discutir de religión» y otra muy distinta buscar a Dios con sincero corazón. Uno mismo se da cuenta, casi siempre con claridad, cuándo está escapando de Dios y cuándo lo está buscando de verdad. San Agustín decía así: «No te desparrames. Concéntrate en tu intimidad. La verdad reside en el hombre interior».
Buscar a Dios exige esfuerzo, pero encontrarse con él no es nunca resultado de un voluntarismo fanático ni de una ascesis crispada. Dios es un regalo y lo importante es acogerlo con «simplicidad de alma». Recordemos la reflexión de la vieja priora en el Diálogo de Carmelitas de Benanos: «Una vez salidos de la infancia, hay que sufrir mucho para volver a ella, como sólo después de una larga noche vuelve a aparecer de nuevo la aurora. ¿He vuelto yo a ser de nuevo niño?»
No es lo mejor buscar a Dios apoyándose sólo en las propias intuiciones. Hay muchas formas de engañarse o de andar dando vueltas sobre uno mismo, sobre sus sentimientos e ideas. Por eso, es bueno compartir y contrastar la propia experiencia con alguien que nos pueda guiar desde su vivencia de Dios. Ese mutuo compartir puede ser el mejor estímulo para seguir buscándole.
En su parábola del «tesoro escondido en el campo», Jesús habla del hombre que, «lleno de alegría», vende todo lo que tiene por hacerse con el tesoro. Buscar a Dios no produce tristeza ni amargura; al contrario, genera alegría y paz porque la persona va descubriendo por dónde está la verdadera felicidad. Recordemos a san Agustín: «Sólo lo que hace bueno al hombre puede hacerle feliz».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
25 de julio de 1999

UN TESORO ESCONDIDO

Un tesoro escondido.

E. Fromm escribe así en una de sus obras: «Nuestra cultura lleva a una forma difusa y descentrada de vivir que casi no registra paralelo en la historia. Se hacen muchas cosas a la vez... Somos consumidores con la boca siempre abierta, ansiosos y dispuestos a tragarlo todo... Esta falta de concentración se manifiesta en nuestra dificultad para estar a solas con nosotros mismos.»
Es precisamente en esta cultura donde hemos de escuchar la llamada de Jesús a ahondar en la existencia para encontrar ese «tesoro escondido» que puede transformar nuestra vida. Tal vez, lo que necesita urgentemente el hombre de hoy para encontrarlo se puede resumir en tres cosas: huir de la dispersión, vivir desde dentro y recuperar la paz.
Nuestro primer esfuerzo ha de ser luchar contra la dispersión. No dejarnos desbordar por el diluvio de informaciones que cae cobre nosotros. Resistirnos a ser juguete de tantos estímulos, imágenes e impresiones que pueden arrastrarnos de un lado para otro, destruyendo nuestra armonía interior. Naturalmente, esto exige una ascésis personal y un adiestramiento. La dispersión sólo se supera cuando uno vive enraizado en las grandes convicciones que dan sentido a su vida. Es aquí donde el creyente descubre el poder unificador de la fe en Dios y la importancia de la experiencia religiosa para adquirir una consistencia interior.
Necesitamos también vivir las cosas desde dentro. Sólo entonces encontramos nuestra propia verdad; cada pieza de nuestro «puzzle» interior se va colocando en su sitio y aflora nuestro verdadero rostro. Sólo entonces nos relacionamos con las personas desde nuestro verdadero ser, sin proyectar sobre ellas nuestras ilusiones, frustraciones o tentaciones de dominio. Naturalmente, también esto exige disciplina. Es necesario vivir de manera consciente cada una de nuestras actividades. Estar «aquí y ahora» en cada momento del día. Es entonces cuando el creyente descubre y experimenta la hondura que proporciona a la existencia el vivir la vida ante Dios.
El hombre de hoy necesita, además, sosiego interior. Pero como la paz del corazón no se puede comprar con dinero, muchas personas que lo tienen casi todo, no saben cómo adquirirla. La serenidad del corazón sólo llega cuando limpiamos nuestro interior de miedos, culpabilidades y conflictos. Tal vez, uno de los mayores regalos de la vida, a veces tan dura e inhóspita, es el poder experimentar a Dios como fuente de verdad última, de paz interior y descanso verdadero. Quien sabe estar así ante Dios, aunque sea de vez en cuando, «bebiendo sabiduría, amor y sabor» (S. Juan de la Cruz) encuentra «un tesoro escondido».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
28 de julio de 1996

PARA NO ENVEJECER

Un tesoro escondido en el campo.

La vejez trae consigo limitaciones importantes que todos conocemos. Los sentidos se entorpecen; comienza a fallar la memoria; se pierde la vitalidad de otros tiempos. Es lo propio de la edad avanzada. Pero hay también otros signos, que pueden aparecer a cualquier edad y que siempre revelan un proceso de envejecimiento espiritual.
Así sucede cuando la persona va recortando poco a poco el horizonte de su existencia y se contenta con «ir tirando». Nada nuevo aparece ya en su vida. Siempre los mismos hábitos, los mismos esquemas y costumbres. Ningún objetivo nuevo, ningún ideal. Sólo la rutina de siempre.
En el fondo, la persona se ha cerrado, tal vez, a toda llamada nueva que pueda transformar su existencia. No escucha esa voz interior que desde dentro, nos invita siempre a una vida más elevada, más generosa, más noble y más creativa.
El individuo corre entonces el riesgo de encerrarse en su propio egoísmo. La vida se reduce a buscar siempre las propias ventajas, lo que sirve al propio interés. No cuentan los demás. Cerrado en su pequeño mundo, el individuo ya no vive los acontecimientos que sacuden a la Humanidad, ni se conmueve ante las personas que sufren junto a él.
Pero, cuando el amor se apaga, se apaga también la vida. La persona no se comunica de verdad con nadie. No acierta a amar gratuitamente. La vida sigue, pero el individuo, envuelto en su mediocridad, ya no vibra con nada. Pronto percibirá en su corazón algo difícil de definir, pero que no está lejos del aburrimiento, la decepción, la soledad o el resentimiento.
No es fácil reaccionar y romper esa trayectoria decadente. La persona necesita encontrarse con algo que toque lo más hondo de su ser e infunda una luz y un sentido nuevo a su existencia. Algo que despierte en ella la dignidad y el deseo de una vida diferente. Algo que genere un estilo de vivir más generoso, más sano y más gozoso.
Para muchos, Dios es hoy una palabra gastada, un concepto vacío, algo así como un personaje cada vez más nebuloso y lejano. Por eso, puede sorprender que, en la pequeña «parábola del tesoro encontrado en el campo», Jesús presente el encuentro con Dios como una experiencia gozosa, capaz de transformar a la persona trastocando su vida entera.
Sin embargo, es así. El encuentro con Dios es siempre creador y transformador. No es posible la experiencia de Dios sin vivir, al mismo tiempo, la experiencia de una luz que ilumina todo de manera diferente, una alegría que abre horizontes nuevos a la vida, una fuerza honda que permite enfrentarse a la vida con confianza. Naturalmente, también en la vida del creyente hay momentos malos, de oscuridad y vacío, pero quien se ha encontrado de verdad con Dios ya no lo olvida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
25 de julio de 1993

¿POR DONDE EMPEZAR?

Se parece a un tesoro escondido.

Hace algún tiempo pronunciaba yo una conferencia ante un público joven de San Sebastián. Después de mi intervención se produjo un animado debate sobre la fe. En cierto momento, una joven, después de adherirse a quienes confesaban una postura agnóstica, vino a decir más o menos lo siguiente: «Hoy sigo siendo agnóstica, pero se está despertando en mí el deseo o la necesidad de creer. ¿Por dónde tengo que empezar?»
La pregunta me llegó muy dentro: «Por dónde empezar?» Sinceramente le tuve que contestar que yo no sé por experiencia cómo se sale del agnosticismo y cómo se vuelve a recuperar una fe viva en Dios. Por otra parte, creo que los caminos pueden ser diversos. Pero la pregunta de la joven me está obligando a pensar qué puedo aportarle yo desde mi experiencia creyente a quien busca recuperar o «refundar» su fe.
Antes que nada, pienso que, desde fuera, no se le puede «enseñar» a nadie a creer, como no se le puede enseñar a sentir, a llorar o a gozar. Yo puedo compartir con él mi experiencia y mostrarle cómo vivo yo el misterio de la vida, pero el camino de la fe lo ha de recorrer cada uno, «atraído» secretamente por Dios.
Estoy también convencido de que la fe no es cuestión de raciocinios y discusiones. Creer es otra cosa. Lo esencial no es llegar a verificar de manera razonable la «hipótesis» de Dios. El verdadero problema está en otra parte. Siempre que he discutido con alguien sobre cuestiones teóricas de fe, he tenido la impresión de que no estábamos hablando de «lo importante».
Tal vez, lo primero es encontrarse sinceramente con uno mismo y descender hasta el «corazón», ese lugar simbólico y secreto donde se toman las decisiones fundamentales. Por lo general, vivimos demasiado distraídos y ocupados, y no acertamos a plantearnos la vida ante el misterio de la Presencia o la Ausencia de Dios. Esa actitud interior sincera me parece decisiva.
Por eso es tan importante la cuestión de la oración. ¿Tú oras o no oras? Creo que ahí estamos abordando algo esencial. La oración no es teoría, ni discusión ni reflexión. Es una actitud responsable y libre ante el misterio último de la existencia. Cuando oro, me estoy planteando las cuestiones más decisivas: ¿Puedo confiar en Alguien, o me constituyo a mí mismo en centro absoluto de mi existencia? Mí vida, ¿termina en mí mismo, o puedo esperar en Dios?
No conozco una postura más honesta y valiente que la del hombre o la mujer que, desde una actitud de búsqueda sincera, sabe decir de verdad: «Dios, si existes, haz que yo crea en Ti.» El misterio de Dios, según Jesús, se parece a un «tesoro escondido en el campo». Quien un día lo encuentra se desprende de todo para hacerse con El.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
29 de julio de 1990

LA DECISIÓN DE CREER

Un tesoro escondido en el campo.

Muchos cristianos viven hoy en un estado intermedio entre el cristianismo tradicional que alimentó intensamente los primeros años de su vida y una descristianización que ha ido progresivamente invadiéndolo todo.
Sin expresarlo tal vez con palabras, más de uno vive con la secreta inquietud de que los profundos cambios socio-culturales que se están produciendo amenazan con hacer desaparecer de nuestro pueblo la misma religión.
Es normal entonces ese cristianismo «a la defensiva» que se observa en bastantes creyentes, desconcertados ante costumbres y planteamientos que arrasan el sentido cristiano de la vida y turbados por tanta burla y ataque irrespetuoso a la fe.
Es normal también que se busque entonces el amparo de las instituciones eclesiásticas y la seguridad que puede ofrecer un magisterio firme v autoritario.
Pero la fe no puede apoyarse, en último término, en instituciones eclesiásticas, sino que ha de ser conquistada por la decisión personal y la experiencia de cada uno.
Una fe expuesta a tantas críticas y combatida desde tantos frentes, sólo puede ser vivida con autenticidad por aquellos que descubran el gozo de encontrarse con la realidad del Dios vivo.
Cada uno tiene que hacer su propia experiencia. Pertenecer a la Iglesia y confesar con los labios la doctrina cristiana no protege contra la incredulidad de manera mecánica. Hoy es más necesaria que nunca «la experiencia religiosa».
De poco servirá a los cristianos confesar rutinariamente sus creencias, si no descubren la fe como experiencia gozosa, cálida y revitalizadora. Lo decisivo es siempre encontrar «el tesoro escondido en el campo». Encontrarse con el Dios de Jesucristo y experimentar que El es quien puede responder de manera plena a las preguntas más vitales y los anhelos más hondos.
Necesitamos más que nunca orar, hacer silencio, curarnos de tanta prisa y superficialidad, detenernos ante Dios, abrirnos con más sinceridad y confianza a su misterio insondable. No se puede ya ser cristiano por nacimiento, sino por una decisión que se alimenta en la experiencia personal de cada uno.
Lo triste es que muchos abandonan hoy la fe cristiana sin haber descubierto todo lo que en ella se encierra. Quienes, por el contrario, descubren «el tesoro escondido», sienten hoy lo mismo que Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? En tus palabras hay vida eterna».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
26 de julio de 1987

VIVIR CON HUMOR

Lleno de alegría...

No son pocos los sicólogos que creen descubrir en el hombre contemporáneo las tres reacciones básicas que el animal puede adoptar ante un conflicto: el ataque, la huida o la pasividad.
Muchas personas se enfrentan a la vida en actitud agresiva. Su preocupación es que nadie les pise. Por ello atacan antes de que nadie les ataque. Viven culpabilizando siempre a los demás de todo cuanto les ocurre. Ellos sólo son víctimas maltratadas injustamente por la vida.
Otros huyen de la vida refugiándose en la depresión Inconscientemente se culpan a sí mismos de todo. «Nadie me puede entender». Nadie me puede querer». «Mejor sería terminar de una vez». El vacío y la tristeza interior ahoga en ellos el deseo de vivir.
Otros se defienden adoptando una postura de pasividad Nada tiene demasiada importancia. Lo mejor es no sufrir ni gozar demasiado con nada. «Ir tirando» en medio de la indiferencia y el escepticismo.
Hay algo común a todas estas actitudes y es la falta de alegría y gusto por la vida.
Qué diferente es la actitud de quien sabe ahondar en la existencia y encuentra ese «tesoro» del que habla Jesús en su parábola capaz de “llenar de alegría” el corazón del hombre.
Sirva como ejemplo esa oración admirable de Tomás Moro, aquel consejero honesto decapitado en Londres bajo Enrique VIII Una oración transida de vida, gozo y humor cristiano, digna de ser repetida en nuestros días.
«Señor, dame un poco de sol, un poco de trabajo y un poco de alegría. Dame el pan de cada día y un poco de mantequilla. Dame una buena digestión y algo que digerir.
Dame un alma que ignore el aburrimiento, los lamentos y los suspiros. No permitas que me preocupe excesivamente de esta cosa embarazosa a la que llamo ‘yo’.
«Señor, dame humor para que saque un poco de felicidad de esta vida y así ayude a los demás. Dame una pizca de canción para mis labios y una poesía o una novela para distraerme.
Enséñame a comprender los sufrimientos sin ver en ellos una maldición. Dame sentido común que lo necesito mucho.
Hazme, Señor, bueno, un alma desprendida, tranquila, apacible, caritativa, benévola, tierna y compasiva. Que tenga en todas mis acciones y en todas mis palabras y en todos mis pensamientos, el gusto de tu Espíritu santo y bendito».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
29 de julio de 1984

EL GOZO DE CREER

y lleno de alegría va a vender todo...

Son muchos los hombres y mujeres que parecen condenados a no entender nunca el evangelio como fuente de vida y alegría.
Dios se les presenta como alguien exigente que hace más incómoda la vida y más pesada la existencia. En el fondo piensan que la religión es un peso que impide vivir la vida en toda su espontaneidad y riqueza.
Sin embargo, Jesús en sus parábolas nos describe al creyente como un hombre sorprendido por el hallazgo de un gran tesoro e invadido por un gozo arrollador que determina en adelante toda su conducta.
¿Por qué escasean tanto hoy esos creyentes llenos de vida y de alegría? Lo ordinario es encontrarse con cristianos «cuyas vidas no están marcadas por la alegría, el asombro o la sorpresa ni lo estuvieron nunca» (A.M. Greeley). Cristianos que nunca han creído nada con entusiasmo.
Hombres y mujeres que apoyan su fe en la doctrina o la organización de la Iglesia pero en cuyas vidas no se nota ni gozo ni sorpresa, porque nunca han descubierto por experiencia propia el evangelio como «el gran secreto de la vida».
A lo largo de los siglos, los cristianos hemos elaborado grandes sistemas teológicos, hemos organizado una Iglesia universal, hemos llenado bibliotecas enteras con comentarios muy eruditos al evangelio, pero son pocos los creyentes que sienten el mismo gozo que el hombre que halló aquel tesoro oculto.
Y sin embargo, también hoy «puede suceder que un hombre se encuentre repentinamente frente a la experiencia de Dios, y que de ahí resulte un gozo arrollador capaz de determinar en adelante toda su vida» (N. Perrin).
Lo que se nos pide es «cavar» con confianza. Detenernos a meditar y saborear despacio lo que con tanta ligereza e inconsciencia confiesan nuestros labios.
No quedarnos en fórmulas externas ni en cumplimiento de ritos, sino ahondar en nuestras vivencias, descubrir las raíces más profundas de nuestra fe, abrirnos con paz a Dios, tener el coraje de abandonarnos a él.
Entonces descubriremos quizás por vez primera y sin que nos lo digan otros desde fuera, cómo Dios puede ser fuente de vida y gozo arrollador. Entonces sabremos que la renuncia y el desprendimiento no son un medio para encontrarnos con Dios sino la consecuencia de un hallazgo que se nos regala por sorpresa.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
26 de julio de 1981

LA ALEGRIA DE CREER

...lo encuentra... y,
lleno de alegría, lo vende todo.

Cuántas veces, al ver la actitud resignada de los cristianos, la observancia rutinaria de sus «obligaciones religiosas», el conformismo de sus vidas y la falta de alegría en sus celebraciones, uno se siente inclinado a pensar que los creyentes no sabemos disfrutar de la fe.
Se diría que la religión se ha convertido en un peso, una costumbre, una rutina o una obligación. Dios no parece ser fuente de gozo y alegría profunda para los creyentes.
Al contrario, más bien se ha convertido en persona «no grata* para muchos. Todavía resuenan en mis oídos las palabras de un joven, dichas con total convicción y sinceridad: «Ojalá no hubiera Dios».
Y es que muchos hombres de hoy ya no deben ver en Dios al «amigo de la vida», sino al «aguafiestas» de toda felicidad
No pueden entender a Dios como impulsor de la vida y creador de futuro, sino como el prohibidor de gozos y alegrías, y el anulador de toda creatividad.
No aciertan a ver en Dios al liberador de la vida y humanizador de la historia, sino al tirano poderoso que anula al hombre y reprime cualquier intento de libertad.
El Dios que evoca, con frecuencia, nuestro pasado religioso no atrae ni llena de alegría a las generaciones actuales. La idea de Dios no va unida a experiencias gozosas y liberadoras, sino a vivencias amargas y negativas.
Para muchos, Dios es la palabra que evoca un mundo desagradable de sentimientos, miedos, conflictos, tensiones y remordimientos que es mejor olvidar cuanto antes.
Difícilmente creerá el hombre actual, si no es capaz de descubrir por experiencia un Dios amigo de la vida y la felicidad.
Difícilmente se despertará en él la fe, si no es capaz de «cavar» pacientemente en la vida, ahondar en lo profundo de todo lo humano, y descubrir «lleno de alegría» el tesoro escondido de Dios.
Cuánto necesita nuestra época de testigos alegres de la fe. Hombres y mujeres capaces de disfrutar, celebrar y gozar de su fe en Dios. Creyentes que, a pesar de sus crisis, dudas y luchas dolorosas, puedan hablar de su experiencia gozosa de Dios.
Sólo desde la alegría de la fe, se puede tomar la decisión de vivir con sinceridad sus exigencias. Sólo el que encuentra el tesoro escondido es capaz de venderlo todo por adquirirlo.
La parábola de Jesús nos debe hacer reflexionar también a los creyentes de hoy: ¿No estamos pretendiendo vivir con radicalidad las exigencias de la fe cristiana, sin haber descubierto la riqueza y el valor que en ella se encierra? ¿Se puede intentar una «conversión cristiana» sin haber saboreado antes el evangelio de Jesucristo?

José Antonio Pagola



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Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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