lunes, 24 de noviembre de 2014

30/11/2014 - 1º domingo de Adviento (B)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción". 
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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1º domingo de Adviento (B)



EVANGELIO

Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 13,33-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad!

Palabra de Dios.

HOMILIA

2014-2015 -
30 de noviembre de 2014

UNA IGLESIA DESPIERTA


José Antonio Pagola

HOMILIA

2011-2012 -
27 de noviembre de 2011.

LA CASA DE JESÚS

Jesús está en Jerusalén, sentado en el monte de Los Olivos, mirando hacia el Templo y conversando confidencialmente con cuatro discípulos: Pedro, Santiago, Juan y Andrés. Los ve preocupados por saber cuándo llegará el final de los tiempos. A él, por el contrario, le preocupa cómo vivirán sus seguidores cuando ya no le tengan entre ellos.
Por eso, una vez más les descubre su inquietud: «Mirad, vivid despiertos». Después, dejando de lado el lenguaje terrorífico de los visionarios apocalípticos, les cuenta una pequeña parábola que ha pasado casi desapercibida entre los cristianos.
«Un señor se fue de viaje y dejó su casa». Pero, antes de ausentarse, «confió a cada uno de sus criados su tarea». Al despedirse, sólo les insistió en una cosa: «Vigilad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa». Que cuando venga, no os encuentre dormidos.
El relato sugiere que los seguidores de Jesús formarán una familia. La Iglesia será "la casa de Jesús" que sustituirá a "la casa de Israel". En ella todos son  servidores. No hay señores. Todos vivirán esperando al único Señor de la casa: Jesús el Cristo. No lo olvidarán jamás.
En la casa de Jesús nadie ha de permanecer pasivo. Nadie se ha de sentir excluido, sin responsabilidad alguna. Todos son necesarios. Todos tienen alguna misión confiada por él. Todos están llamados a contribuir a la gran tarea de vivir como Jesús al que han conocido siempre dedicado a servir al reino de Dios.
Los años irán pasando. ¿Se mantendrá vivo el espíritu de Jesús entre los suyos? ¿Seguirán recordando su estilo servicial a los más necesitados y desvalidos? ¿Lo seguirán por el camino abierto por él? Su gran preocupación es que su Iglesia se duerma. Por eso, les insiste hasta tres veces: «vivid despiertos". No es una recomendación a los cuatro discípulos que lo están escuchando, sino un mandato a los creyentes de todos los tiempos: «Lo que os digo a vosotros, os lo digo a todos: velad».
El rasgo más generalizado de los cristianos que no han abandonado la Iglesia es seguramente la pasividad. Durante siglos hemos educado a los fieles para la sumisión y la obediencia. En la casa de Jesús sólo una minoría se siente hoy con alguna responsabilidad eclesial.
Ha llegado el momento de reaccionar. No podemos seguir aumentando aún más la distancia entre "los que mandan" y "los que obedecen". Es pecado promover el desafecto, la mutua exclusión o la pasividad. Jesús nos quería ver a todos despiertos, activos, colaborando con lucidez y responsabilidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO.
30 de noviembre de 2008


Lo digo a todos: velad.

Las primeras generaciones cristianas vivieron obsesionadas por la pronta venida de Jesús. El resucitado no podía tardar. Vivían tan atraídos por él que querían encontrarse de nuevo cuanto antes. Los problemas empezaron cuando vieron que el tiempo pasaba y la venida del Señor se demoraba.
Pronto se dieron cuenta de que esta tardanza encerraba un peligro mortal. Se podía apagar el primer ardor. Con el tiempo, aquellas pequeñas comunidades podían caer poco a poco en la indiferencia y el olvido. Les preocupaba una cosa: «Que, al llegar, Cristo no nos encuentre dormidos».
La vigilancia se convirtió en la palabra clave. Los evangelios la repiten constantemente: «vigilad», «estad alerta», «vivid despiertos». Según Marcos, la orden de Jesús no es sólo para los discípulos que le están escuchando. «Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: Velad». No es una llamada más. La orden es para todos sus seguidores de todos los tiempos.
Han pasado veinte siglos de cristianismo. ¿Qué ha sido de esta orden de Jesús? ¿Cómo vivimos los cristianos de hoy? ¿Seguimos despiertos? ¿Se mantiene viva nuestra fe o se ha ido apagando en la indiferencia y la mediocridad?
¿No vemos que la Iglesia necesita un corazón nuevo? ¿No sentimos la necesidad de sacudirnos la apatía y el autoengaño? ¿No vamos a despertar lo mejor que hay en la Iglesia? ¿No vamos a reavivar esa fe humilde y limpia de tantos creyentes sencillos?
¿No hemos de recuperar el rostro vivo de Jesús, que atrae, llama, interpela y despierta? ¿Cómo podemos seguir hablando, escribiendo y discutiendo tanto de Cristo, sin que su persona nos enamore y trasforme un poco más? ¿No nos damos cuenta de que una Iglesia «dormida» a la que Jesucristo no seduce ni toca el corazón, es una Iglesia sin futuro, que se irá apagando y envejeciendo por falta de vida?
¿No sentimos la necesidad de despertar e intensificar nuestra relación con él? ¿Quién como él puede despertar nuestro cristianismo de la inmovilidad, de la inercia, del peso del pasado, de la falta de creatividad? ¿Quién podrá contagiarnos su alegría? ¿Quién nos dará su fuerza creadora y su vitalidad?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
27 de noviembre de 2005.

DESPERTAR

Lo digo a todos: ¡velad!

Un día la historia apasionante de los hombres terminará, como termina inevitablemente la vida de cada uno de nosotros. Los evangelios ponen en boca de Jesús un discurso sobre este final, y siempre destacan una exhortación: «vigilad», «estad alerta», «vivid despiertos». Las primeras generaciones cristianas dieron mucha importancia a esta vigilancia. El fin del mundo no llegaba tan pronto como algunos pensaban. Sentían el riesgo de irse olvidando poco a poco de Jesús y no querían que los encontrara un día «dormidos».
Han pasado muchos siglos desde entonces. ¿Cómo vivimos los cristianos de hoy? ¿Seguimos despiertos o nos hemos ido durmiendo poco a poco? ¿Vivimos atraídos por Jesús o distraídos por toda clase de cuestiones secundarias? ¿Le seguimos a él o hemos aprendido a vivir al estilo de todos?
Vigilar es antes que nada despertar de la inconsciencia. Vivimos el sueño de ser cristianos cuando, en realidad, no pocas veces nuestros intereses, actitudes y estilo de vivir no son los de Jesús. Este sueño nos protege de buscar nuestra conversión personal y la de la Iglesia. Sin «despertar», seguiremos engañándonos a nosotros mismos.
Vigilar es vivir atentos a la realidad. Escuchar los gemidos de los que sufren. Sentir el amor de Dios a la vida. Vivir más atentos a su venida a nuestra vida, a nuestra sociedad y a la tierra. Sin esta sensibilidad, no es posible caminar tras los pasos de Jesús.
Vivimos inmunizados a las llamadas del evangelio. Tenemos corazón, pero se nos ha endurecido. Tenemos los oídos abiertos, pero no escuchamos lo que Jesús escuchaba. Tenemos los ojos abiertos, pero ya no vemos la vida como la veía él, no miramos a las personas como él las miraba. Puede ocurrir entonces lo que Jesús quería evitar entre sus seguidores: verlos como «ciegos conduciendo a otros ciegos».
Si no despertamos, a todos nos puede ocurrir lo de aquellos de la parábola que todavía, al final de los tiempos, preguntaban: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o extranjero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
1 de diciembre de 2002.

VIVIR DESPIERTOS

Estad en vela.

La falta de esperanza está generando cambios profundos que no siempre sabemos captar. Casi sin darnos cuenta, van desapareciendo del horizonte políticas orientadas hacia una vida más humana. Cada vez se habla menos de programas de liberación, o de políticas que busquen nuevas fronteras sociales entre los pueblos.
Cuando el futuro se vuelve sombrío, todos buscamos seguridad. Que nada cambie, a nosotros nos va bien. Que nadie ponga en peligro nuestro bienestar. No es el momento de pensar en grandes ideales de justicia para todos, sino de defender el orden y la tranquilidad.
Al parecer, no sabemos ir más allá de esta reacción casi instintiva. Los expertos nos dicen que los graves problemas medioambientales, el fenómeno del terrorismo desesperado, la agresión preventiva o el acoso creciente de los hambrientos penetrando en las sociedades del bienestar, no están provocando, al parecer, ningún cambio profundo en la vida personal de los individuos. Sólo miedo y búsqueda de seguridad. Por lo demás, cada uno trata de disfrutar al máximo de su pequeño bienestar.
Sin duda, muchos sentimos una extraña sensación de culpa, vergüenza y tristeza. Sentimos, además, una especie de complicidad por nuestra indiferencia y nuestra incapacidad de reacción. En el fondo, no queremos saber nada de un mundo nuevo, sino de nuestra seguridad.
Las fuentes cristianas han conservado una llamada de Jesús para momentos catastróficos: «despertad, vivid vigilantes». ¿Qué significan hoy estas palabras? ¿Despertar de una vida que discurre suavemente en el egoísmo? ¿Despertar de la palabrería que nos rodea en todo instante impidiéndonos escuchar la voz de la conciencia? ¿Liberarnos de la indiferencia y la resignación?
¿No deberían ser las comunidades cristianas un lugar para aprender a vivir despiertos, sin cerrar los ojos, sin escapar del mundo, sin pretender amar a Dios de espaldas a los que sufren? Puede ser una buena pregunta al comenzar el Adviento cristiano.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
28 de noviembre de 1999.

DESEO DE ALGO NUEVO

¡ Velad!

Hay un grito que se repite en el mensaje evangélico y se condensa en una sola palabra: «Vigilad!». Es una llamada a vivir de manera lúcida, sin dejarnos arrastrar por la insensatez que parece invadirlo casi todo. Una invitación a mantener despierta nuestra resistencia y rebeldía, a no actuar como todo el mundo, a ser diferentes, a no identificamos con tal mediocridad. ¿Es posible?
Lo primero, tal vez, es aprender a mirar la realidad con ojos nuevos. Las cosas no son sólo como aparecen en los medios de comunicación. En el corazón de las personas hay más bondad y ternura que lo que captamos a primera vista. Hemos de reeducar nuestra mirada, hacerla más positiva y benévola. Todo cambia cuando miramos a las personas con más simpatía, tratando de comprender sus limitaciones y sus posibilidades.
Es importante, además, no dejar que se apague en nosotros el gusto por la vida y el deseo de lo bueno. Aprender a vivir con corazón y querer a las personas buscando su bien. No ceder a la indiferencia. Vivir con pasión la pequeña aventura de cada día. No desentendernos de los problemas de la gente: sufrir con los que sufren y gozar con los que gozan.
Por otra parte, puede ser decisivo dar su verdadera importancia a esos pequeños gestos que aparentemente no sirven para nada, pero que sostienen la vida de las personas. Yo no puedo cambiar el mundo pero puedo hacer que junto a mí la vida sea más amable y llevadera, que las personas «respiren» y se sientan menos solas y más acompañadas.
¿Es tan difícil, entonces, abrirse al misterio último de la vida que los creyentes llamamos «Dios»? No estoy pensando en una adhesión de carácter doctrinal a un conjunto de verdades religiosas, sino en esa búsqueda serena de verdad última y en ese deseo confiado de amor pleno que de alguna manera apuntan hacia Dios. Según pasan los años, tengo la impresión de que uno se va haciendo más hondamente creyente y, al mismo tiempo, tiene cada vez menos «creencias».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
1 de diciembre de 1996.

REACCIONAR

¡ Velad!

Se dice que en las sociedades desarrolladas se está disolviendo la fe en Dios. No se advierte, sin embargo, que lo que se está perdiendo no es sólo la dimensión religiosa, sino las mismas raíces donde se asienta el ser humano.
Lo que queda fuera de la ciencia, la técnica o la economía parece siempre menos real e importante. Lo material se ha apoderado de muchas vidas arrasando cualquier otro tipo de ideales estéticos, espirituales o altruistas. Ser «humano» ya no es una aspiración noble, sino un lenguaje cada vez más anacrónico.
El progreso, tal como se está desarrollando, no genera personas más fuertes, sino más débiles. No está creciendo la capacidad para una comunicación más honda; lo que se extiende cada vez más es el aislamiento, los contactos fugaces y las relaciones pasajeras y superficiales. No se fortalece la libertad interior, sino que aumentan las dependencias. De hecho, se está debilitando la «responsabilidad moral», pues las gentes se someten a modas y corrientes de opinión sin apenas capacidad para escuchar su propia conciencia.
¿Qué hacer? ¿Resignarse, maldecir el progreso, seguir apoyando la inconsciencia? Sin duda, lo importante es sanar las raíces del ser humano y su capacidad de reacción. Y es precisamente entonces cuando aparece en toda su gravedad un dato del que Europa comienza a tomar conciencia.
Estamos ya viviendo, según muchos, en ese «mundo simulado» del que habla el pensador francés Brouillard, cada vez con menos capacidad para distinguir el mundo real y el reproducido artificialmente por los medios de comunicación. Pero hay algo más grave. La televisión nos está privando de nuestras propias imágenes, nuestro lenguaje y nuestro pensamiento propio. Todo se nos impone desde fuera, y corremos el riesgo de convertirnos en esos «analfabetos satisfechos» de los que habla el sociólogo norteamericano N. Postman, experto en mass media.
En este contexto cobra nueva fuerza la llamada de Jesús: «Vigilad». No basta alimentarse del último «flash» televisivo. No todo ha de ser entretenimiento o diversión. Para ser humana, la persona necesita cultivar el espíritu, escuchar su conciencia, alimentar otras dimensiones, abrirse al misterio, acoger a Dios. Esta es la llamada profunda de este tiempo de Adviento que hoy comienza.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
28 de noviembre de 1993.

¿INTERESA DIOS?

¡ Velad!

No es fácil celebrar hoy el Adviento. ¿Cómo desear, pedir o esperar la venida de Dios en medio de una sociedad donde, al parecer, Dios ya no interesa? Más que hablar de un Dios que viene (adveniens), ¿no deberíamos reflexionar sobre un Dios que se aleja, se oculta y se hace cada vez más extraño?
En muchos ambientes, Dios se ha ido reduciendo a un recuerdo del pasado. Ya no se habla de él en los hogares. En muchas conciencias, Dios no es sino una sombra poco agradable. Incluso no pocos que se dicen creyentes, apenas lo invocan. La actitud más generalizada es una indiferencia cada vez más frívola y que constituye, según el pensador J Moingt, «la experiencia cultural más cruel de la muerte de Dios».
Al parecer, Dios hoy no atrae ni preocupa. No suscita inquietud ni alegría. Sencillamente deja indiferentes a las personas. La vida humana puede discurrir tranquilamente, sin que nadie lo eche de menos. Pero, ¿es verdad que el hombre no necesita de Dios?
Desde el siglo dieciocho, se fue extendiendo la idea de que la ciencia y la técnica iban a librar al hombre de todo aquello que la religión no lo había podido librar: el hambre, las guerras, la pobreza o la tiranía. La fe en Dios parecía llamada a desaparecer como algo propio de una fase de ignorancia y oscurantismo de la historia de la humanidad.
Hoy, cuando vislumbramos ya el año dos mil, un hecho parece incuestionable: los grandes problemas, lejos de desaparecer, han crecido amenazadoramente. La culpa no es de la ciencia ni de la técnica, que han hecho posibles logros admirables. El que está mal es el hombre que utiliza ese poder científico y tecnológico. Y lo cierto es que ni la ciencia ni la técnica hacen al hombre ni más sabio ni más bueno.
Ha llegado el momento de hacerse una pregunta sencilla pero radical. ¿Qué es lo que puede hacer más humanos a los hombres y mujeres de hoy? ¿Qué es lo que puede dar sentido, orientación ética y esperanza a sus esfuerzos?
Ciertamente, Dios no es necesario para fundamentar la ciencia ni para desarrollar la técnica. Dios no es la respuesta a nuestras preguntas científicas ni la solución mágica para nuestros problemas. Pero, Dios, creído y acogido como Creador y Padre, puede ser el mejor estímulo para vivir con sentido, el mejor impulso para actuar de manera responsable, el horizonte más válido para vivir con esperanza.
Pero no hemos de ser ingenuos. Veinte siglos de cristianismo ponen ante nuestros ojos un hecho que no hemos de eludir. Tampoco la religión hace automáticamente a los cristianos más humanos que a los demás. Sólo un Dios acogido de forma responsable en el fondo del corazón puede transformar al ser humano. Por eso, celebramos los cristianos el Adviento.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
2 de diciembre de 1990.

DESPERTAR LA ESPERANZA

¡Velad!

Alguien ha podido decir que “el siglo XX ha resultado ser un inmenso cementerio de esperanzas”. La historia de estos últimos años se ha encargado de desmitificar el mito del progreso. No se han cumplido las grandes promesas de la Ilustración. El mundo moderno sigue plagado de crueldades, injusticias e inseguridad.
Por otra parte, el debilitamiento de la fe religiosa no ha traído una mayor fe en el hombre. Al contrario, el abandono de Dios parece ir dejando al hombre contemporáneo sin horizonte último, sin meta y sin puntos de referencia. Los acontecimientos se atropellan unos a otros, pero no conducen a nada nuevo. La civilización del consumismo produce novedad de productos, pero sólo para mantener el sistema en el más absoluto inmovilismo. Los filósofos postmodernos nos advierten de que hemos de aprender a “vivir en la condición de quien no se dirige a ninguna parte” (G. Váttimo).
Cuando no se espera apenas nada del futuro, lo mejor es vivir al día y disfrutar al máximo del momento presente. Es la hora del hedonismo y del pragmatismo. Una vez instalados en el sistema con cierta seguridad, lo inteligente es retirarse al “santuario de la vida privada” y disfrutar de todo placer “ahora mismo” (just now).
Por eso, son pocos los que se comprometen a fondo para que las cosas sean diferentes. Crece la indiferencia hacia las cuestiones colectivas y el bien común. La democracia no genera ya ilusión ni concita los esfuerzos de las gentes para crear un futuro mejor. Cada uno se preocupa de sí mismo. Es la consigna: “Sálvese quien pueda”.
Esta crisis de esperanza está configurada por múltiples factores, pero, probablemente, tiene su raíz más profunda en la falta de fe del hombre contemporáneo en sí mismo y en su progreso, la falta de confianza en la vida. Eliminado Dios, parece que el ser humano se va convirtiendo cada vez más en una pregunta sin respuesta, un proyecto imposible, un caminar hacia ninguna parte.
¿No estará el hombre de hoy necesitando más que nunca al “Dios de la esperanza” (Rm 15,13)? Ese Dios del que muchos dudan, al que bastantes han abandonado, pero un Dios por el que tantos siguen preguntando. Un Dios que puede devolvernos la confianza radical en la vida y descubrirnos que el hombre sigue siendo “un ser capaz de proyecto y de futuro” (J.L. Coelho).
La Iglesia no debería olvidar hoy “la responsabilidad de la esperanza” pues ésa es la misión que ha recibido de Cristo resucitado. Antes que “lugar de culto” o “instancia moral”, la Iglesia ha de entenderse a sí misma y vivir como “comunidad de la esperanza” (J. Moltmann).
Una esperanza que no es una utopía más, ni una reacción desesperada frente a las crisis e incertidumbres del momento. Una esperanza que se funda en Cristo resucitado. En él descubrimos los creyentes el futuro último que le espera a la humanidad, el camino que puede y debe recorrer el hombre hacia su plena humanización y la garantía última frente a los fracasos, la injusticia y la muerte.
Comenzamos hoy el Adviento, escuchando una vez más el grito de Jesús: “Velad, vigilad”. Es una llamada a despertar la esperanza.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
29 de noviembre de 1987.

REACCIONAR

Vigilad.

No siempre es la desesperación la que destruye en nosotros la esperanza y el deseo de seguir caminando día a día llenos de vida.
Por el contrario se podría decir que la esperanza se va diluyendo en nosotros casi siempre de manera silenciosa y apenas perceptible.
Tal vez sin darnos cuenta, nuestra vida va perdiendo color e intensidad. Poco a poco parece que todo empieza a ser pesado y aburrido. Vamos haciendo más o menos lo que tenemos que hacer, pero la vida no nos “llena”.
Un día comprobamos que la verdadera alegría ha ido desapareciendo de nuestro corazón. Ya no somos capaces de saborear lo bueno, lo bello y grande que hay en la existencia.
Poco a poco todo se ha ido complicando. Quizás ya no esperamos gran cosa de la vida ni de nadie. Ya no creemos ni siquiera en nosotros mismos. Todo nos parece inútil y sin apenas sentido.
La amargura y el malhumor se apoderan de nosotros cada vez con más facilidad. Ya no cantamos nunca. De nuestros labios no salen sino sonrisas forzadas. Hace tiempo que no acertamos a rezar.
Quizás comprobamos con tristeza que nuestro corazón se ha ido endureciendo y hoy apenas queremos de verdad a nadie. Incapaces de acoger y escuchar a quienes encontramos día a día en nuestro camino, sólo sabemos quejamos, condenar y descalificar.
Insensiblemente hemos ido cayendo en el escepticismo, la indiferencia o “la pereza total». Cada vez con menos fuerzas para todo lo que exija verdadero esfuerzo y superación, ya no queremos correr nuevos riesgos. No merece la pena.
Preocupados por muchas cosas que nos parecían importantes, la vida se nos ha ido escapando. Hemos envejecido interiormente y algo está a punto de morir dentro de nosotros. ¿Qué podemos hacer?
Lo primero es despertar y abrir los ojos. Todos esos síntomas son indicio claro de que tenemos la vida mal planteada. Ese malestar que sentimos es la llamada de alarma que ha comenzado a sonar dentro de nosotros.
Nada está perdido. No podemos de pronto sentirnos bien con nosotros mismos pero podemos reaccionar. Hemos de preguntarnos qué es lo que hemos descuidado hasta ahora, qué es lo que tenemos que cambiar, a qué tenemos que dedicar más atención y más tiempo.
Hoy no es un domingo más para los cristianos. Con este primer domingo de Adviento comenzamos un nuevo año litúrgico. Por eso las palabras que escuchamos hoy de boca de Jesús son una invitación a reaccionar para vivir con más lucidez.
Las palabras de Jesús están dirigidas a todos y a cada uno de nosotros: «Vigilad». Tal vez, hoy mismo hemos de tomar alguna decisión.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
2 de diciembre de 1984.

VIVIR SIN DROGA

Os digo a todos: Vigilad...

Son muchos los que no aman su vida concreta. Tampoco saben vivirla. Tal vez porque no encuentran ni buscan, quizás, razones para vivir.
La vida cotidiana se les hace dura y penosa. Excesivamente aburrida, monótona, rutinaria y vulgar. Viven atrapados por las cosas. Demasiado agitados, aturdidos y vacíos para poder detenerse a ahondar en su vida e intentar responder a su verdadera vocación de ser personas.
Cuando a esto se añade un clima social conflictivo y un horizonte de inseguridad y crisis, es fácil la tentación de evadirse a un «mundo feliz» que nos consuele de la vida real y nos anestesie de los sinsabores y amarguras de cada día.
Cada uno busca su «vía de escape» y consume su propia droga. Y sería una equivocación creernos libres de toda «drogadicción» por no ser esclavos de ninguna sustancia tóxica.
No es fácil calcular el número de «teleadictos» que devoran diariamente dos o tres horas de televisión (más de mil horas al año). Sentados pasivamente ante el televisor encuentran en la pantalla un aliento sin el que no sabrían vivir.
Otros recurren al vaso de «whisky» o a las cenas de fin de semana. Hay adictos al bingo o a la modesta máquina «tragaperras». Crece el número de quienes no pueden prescindir de la película del video.
Lo importante es huir, olvidar, «dejarse llevar», diluirse fuera de uno mismo, no enfrentarse a un proyecto de vida personal, no asumir con responsabilidad la propia vida.
Pocas veces habrá tenido tanta actualidad la llamada de Jesús a la vigilancia, la lucidez y la libertad de espíritu. «A todos os digo: vigilad».
No se puede vivir una vida auténticamente humana bajo la esclavitud de una droga. Todos necesitamos despertar de la inconsciencia, la evasión y la superficialidad en que caemos constantemente. Se puede y se debe vivir sin droga.
En su última Carta Pastoral, los Obispos nos han recordado algo que con frecuencia se nos olvida. «La vida es buena, es un regalo de Dios. Contiene en sí misma las fuentes de satisfacción necesaria para vivirla con alegría: el amor, la amistad, la realización profesional, el placer estético, el bienestar corporal, el gozo de servir y ser útil, la paz de la conciencia, la relación viva con Dios».
Cuando un hombre sabe ahondar en todo ello, no necesita recurrir a fuentes artificiales y nocivas de satisfacción.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
29 de noviembre de 1981.

DESPERTAR

Vigilad.

En contra de lo que, con frecuencia, puede parecer, corremos el riesgo de pasarnos la vida entera embotados y adormecidos por mil intereses accidentales, extraños a nuestro mismo ser, incapaces de despertarnos al sentido más profundo de nuestra vida.
Son muchos los hombres y mujeres que caminan por la vida sin meta ni objetivo, con el riesgo de no descubrir nunca una fuerza que los despierte de su indiferencia, su pasividad y superficialidad cotidiana.
Es asombroso contemplar cómo el hombre puede enriquecer sus conocimientos y acrecentar su poder técnico hasta límites insospechados, sin obtener por ello un dominio mayor de su espíritu y una lucidez más penetrante sobre el misterio ultimo de la vida.
Es triste tener que confesar que, a nivel general, nuestro conocimiento sobre vida interior, dominio de nuestros instintos, y esfuerzo serio por cultivar los valores del espíritu, son bien precarios.
Muchos suscribirían la oscura descripción que G. Hourdin hace del hombre contemporáneo: « El hombre se está haciendo incapaz de querer, de ser libre, de juzgar por sí mismo, de cambiar su modo de vida. Se ha convertido en el robot disciplinado que trabaja para ganar el dinero, que después disfrutará en unas vacaciones colectivas. Lee las revistas de moda, escucha las emisiones de T. V. que todo el mundo escucha. Aprende así lo que es, lo que quiere, cómo debe pensar y vivir».
Necesitamos volver a despertar nuestra vida interior. Siguen teniendo actualidad las palabras de H.Hesse: «Cualquiera que sea el rumbo del mundo, no encontrarás médico ni ayuda, no hallarás futuro ni impulso nuevo más que en ti mismo, en tu pobre alma maltratada e indestructible».
Los creyentes podemos añadir algo más. Nuestra alma no encontrará descanso, sosiego y alegría verdadera, mientras no acertemos a abrirnos con humildad y coraje al misterio de Dios.
Quien trate de escuchar con fidelidad el mensaje de Jesús, es fácil que lo perciba en el fondo de su alma, como una llamada a despertar y vivir con lucidez, y como una fuerza capaz de humanizar, personalizar y dar sentido y gozo insospechado a nuestras vidas.
Y es fácil también que, al dejarnos interpelar sinceramente por su palabra, vivamos uno de esos raros momentos en que nos sentimos despiertos en lo más hondo de nuestro ser.

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


lunes, 17 de noviembre de 2014

23/11/2014 - 34º domingo Tiempo ordinario - Solemnidad de JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (A)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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34º domingo Tiempo ordinario - Solemnidad de JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (A)


EVANGELIO

Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 25, 31-46

En aquel tiempo,' dijo Jesús a sus discípulos:
-«Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones.
Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.
Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha:
"Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme."
Entonces los justos le contestarán:
"Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?»
Y el rey les dirá:  "Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis."
Y entonces dirá a los de su izquierda:
"Apartaos de mi, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis."
Entonces también éstos contestarán:
"Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?"
Y él replicará:
"Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo."
Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
23 de noviembre de 2014

GRACIAS A TODOS

Por estos días se cumplen 34 años desde que comencé a escribir mi comentario semanal al evangelio de cada domingo. Primeramente, a través de la prensa y la radio de mi ciudad de San Sebastián (España). Luego, a través de internet por medio de la Red evangelizadora Buenas Noticias. Siento que me ha llegado el momento de cerrar este ciclo, tan estimulante y enriquecedor para mí.
No me retiro de mi actividad evangelizadora ni de mi oficio de escritor, pero, a mi edad, necesito más tiempo y sosiego para poder trabajar con otro ritmo en proyectos que todavía puedo llevar adelante. Mientras tenga fuerzas, quiero vivir mis últimos años  contribuyendo al impulso de esa renovación de la Iglesia a la que nos está llamando el papa Francisco. En concreto, quiero seguir promoviendo de diversas maneras la conversión a Jesús, a su Evangelio y a su proyecto humanizador del reino de Dios.
Este será pues mi último envío. Sin embargo, también en el futuro seguiréis recibiendo, desde grupos de Jesus, comentarios míos de cada domingo, seleccionados de los muchos que he escrito. También los podréis encontrar en la Web buenanoticia.net. Por otra parte, sabed que una selección muy completa de mis comentarios están ya publicados en cuatro pequeños volúmenes: en español (Ed. PPC); en catalán (Ed. Claret); en italiano (Ed. Borla); en  brasileiro (Ed. Vozes). Y se están publicando los primeros volúmenes en inglés y en euskara.
En estos momentos solo siento un agradecimiento grande a todos. En primer lugar, a la querida comunidad del Carmelo de Hondarribia, que con tanta entrega y generosidad os habéis encargado de enviar el comentario de cada semana, superando a veces no pocas dificultades. Luego, a los traductores/as que, con vuestro trabajo oculto y gratuito, habéis hecho posible la difusión del Evangelio en diferentes lenguas.
Quiero también agradecer a quienes a través de páginas Web, servicios y periódicos digitales, radios, revistas, multicopias... habéis hecho llegar mi comentario evangélico hasta los lugares más insospechados de la Tierra. Siento un agradecimiento especial a tantos cientos de personas que, desde vuestro ordenador personal lo habéis enviado a misioneros, a personas mayores o enfermas, a gentes alejadas...
Esta red evangelizadora que hemos formado entre todos a lo largo de estos años no debe romperse. Vamos a utilizar  los comentarios que nos irán llegando o los textos que tenemos en nuestros ordenadores  para seguir difundiendo cada semana la Buena Noticia de Jesús. No perdamos nunca la confianza en él. Jesús renovará nuestra fe y salvará a su Iglesia de esta crisis.

José Antonio Pagola


Enlaces de internet donde encontrareis los nuevos servicios:
Red Buenas noticias.
Grupos de Jesús
Correo de contacto coordinador para los Grupos de Jesús y Red Buenas Noticias
En el blog de la Iglesia de Sopela podréis encontrar todos los comentarios semanales al evangelio de cada domingo escritas por José Antonio Pagola en estos 34 años.


HOMILIA

2014-2015 -
23 de noviembre de 2014

UN JUICIO EXTRAÑO

Las fuentes no admiten dudas. Jesús vive volcado hacia aquellos que ve necesitados de ayuda. Es incapaz de pasar de largo. Ningún sufrimiento le es ajeno. Se identifica con los más pequeños y desvalidos y hace por ellos todo lo que puede. Para él la compasión es lo primero. El único modo de parecernos a Dios: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo».
¿Cómo nos va a extrañar que, al hablar del Juicio final, Jesús presente la compasión como el criterio último y decisivo que juzgará nuestras vidas y nuestra identificación con él? ¿Cómo nos va a extrañar que se presente identificado con todos los pobres y desgraciados de la historia?
Según el relato de Mateo, comparecen ante el Hijo del Hombre, es decir, ante Jesús, el compasivo, «todas las naciones». No se hacen diferencias entre «pueblo elegido» y «pueblo pagano». Nada se dice de las diferentes religiones y cultos. Se habla de algo muy humano y que todos entienden: ¿Qué hemos hecho con todos los que han vivido sufriendo?
El evangelista no se detiene propiamente a describir los detalles de un juicio. Lo que destaca es un doble diálogo que arroja una luz inmensa sobre nuestro presente, y nos abre los ojos para ver que, en definitiva, hay dos maneras de reaccionar ante los que sufren: nos compadecemos y les ayudamos, o nos desentendemos y los abandonamos.
El que habla es un Juez que está identificado con todos los pobres y necesitados: «Cada vez que ayudasteis a uno de estos mis pequeños hermanos, lo hicisteis conmigo». Quienes se han acercado a ayudar a un necesitado, se han acercado a él. Por eso han de estar junto a él en el reino: «Venid, benditos de mi Padre».
Luego se dirige a quienes han vivido sin compasión: «Cada vez que no ayudasteis a uno de estos pequeños, lo dejasteis de hacer conmigo». Quienes se han apartado de los que sufren, se han apartado de Jesús. Es lógico que ahora les diga: «Apartaos de mí». Seguid vuestro camino...
Nuestra vida se está jugando ahora mismo. No hay que esperar ningún juicio. Ahora nos estamos acercando o alejando de los que sufren. Ahora nos estamos acercando o alejando de Cristo. Ahora estamos decidiendo nuestra vida.

José Antonio Pagola


HOMILIA

2010-2011 -
20 de noviembre de 2011

LO DECISIVO

El relato no es propiamente una parábola sino una evocación del juicio final de todos los pueblos. Toda la escena se concentra en un diálogo largo entre el Juez que no es otro que Jesús resucitado y dos grupos de personas: los que han aliviado el sufrimiento de los más necesitados y los que han vivido negándoles su ayuda.
A lo largo de los siglos los cristianos han visto en este diálogo fascinante "la mejor recapitulación del Evangelio", "el elogio absoluto del amor solidario" o "la advertencia más grave a quienes viven refugiados falsamente en la religión". Vamos a señalar las afirmaciones básicas.
Todos los hombres y mujeres sin excepción serán juzgados por el mismo criterio. Lo que da un valor imperecedero a la vida no es la condición social, el talento personal o el éxito logrado a lo largo de los años. Lo decisivo es el amor práctico y solidario a los necesitados de ayuda. 
Este amor se traduce en hechos muy concretos. Por ejemplo, «dar de comer», «dar de beber», «acoger al inmigrante», «vestir al desnudo», «visitar al enfermo o encarcelado». Lo decisivo ante Dios no son las acciones religiosas, sino estos gestos humanos de ayuda a los necesitados. Pueden brotar de una persona creyente o del corazón de un agnóstico que piensa en los que sufren.
El grupo de los que han ayudado a los necesitados que han ido encontrando en su camino, no lo han hecho por motivos religiosos. No han pensado en Dios ni en Jesucristo. Sencillamente han buscado aliviar un poco el sufrimiento que hay en el mundo. Ahora, invitados por Jesús, entran en el reino de Dios como "benditos del Padre".
¿Por qué es tan decisivo ayudar a los necesitados y tan condenable negarles la ayuda? Porque, según revela el Juez, lo que se hace o se deja de hacer a ellos, se le está haciendo o dejando de hacer al mismo Dios encarnado en Cristo. Cuando abandonamos a un necesitado, estamos abandonando a Dios. Cuando aliviamos su sufrimiento, lo estamos haciendo con Dios.
Este sorprendente mensaje nos pone a todos mirando a los que sufren. No hay religión verdadera, no hay política progresista, no hay proclamación responsable de los derechos humanos si nos es defendiendo a los más necesitados, aliviando su sufrimiento y restaurando su dignidad.
En cada persona que sufre Jesús sale a nuestro encuentro, nos mira, nos interroga y nos suplica. Nada nos acerca más a él que aprender a mirar detenidamente el rostro de los que sufren con compasión. En ningún lugar podremos reconocer con más verdad el rostro de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - Recreados por Jesús
23 de noviembre de 2008

UN JUICIO SORPRENDENTE

Lo hicisteis conmigo.

Las fuentes no admiten dudas. Jesús vive volcado hacia aquellos que ve necesitados de ayuda. Es incapaz de pasar de largo. Ningún sufrimiento le es ajeno. Se identifica con los más pequeños y desvalidos y hace por ellos todo lo que puede. Para él la compasión es lo primero. El único modo de parecernos a Dios: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo».
¿Cómo nos va a extrañar que, al hablar del Juicio final, Jesús presente la compasión como el criterio último y decisivo que juzgará nuestras vidas y nuestra identificación con él? ¿Cómo nos va a extrañar que se presente identificado con todos los pobres y desgraciados de la historia?
Según el relato de Mateo, comparecen ante el Hijo del Hombre, es decir, ante Jesús, el compasivo, «todas las naciones». No se hacen diferencias entre «pueblo elegido» y «pueblo pagano». Nada se dice de las diferentes religiones y cultos. Se habla de algo muy humano y que todos entienden: ¿Qué hemos hecho con todos los que han vivido sufriendo?
El evangelista no se detiene propiamente a describir los detalles de un juicio. Lo que destaca es un doble diálogo que arroja una luz inmensa sobre nuestro presente, y nos abre los ojos para ver que, en definitiva, hay dos maneras de reaccionar ante los que sufren: nos compadecemos y les ayudamos, o nos desentendemos y los abandonamos.
El que habla es un Juez que está identificado con todos los pobres y necesitados: «Cada vez que ayudasteis a uno de estos mis pequeños hermanos, lo hicisteis conmigo». Quienes se han acercado a ayudar a un necesitado, se han acercado a él. Por eso han de estar junto a él en el reino: «Venid, benditos de mi Padre».
Luego se dirige a quienes han vivido sin compasión: «Cada vez que no ayudasteis a uno de estos pequeños, lo dejasteis de hacer conmigo». Quienes se han apartado de los que sufren, se han apartado de Jesús. Es lógico que ahora les diga: «Apartaos de mí». Seguid vuestro camino...
Nuestra vida se está jugando ahora mismo. No hay que esperar ningún juicio. Ahora nos estamos acercando o alejando de los que sufren. Ahora nos estamos acercando o alejando de Cristo. Ahora estamos decidiendo nuestra vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
20 de noviembre de 2005

LO DECISIVO

Tuve hambre y me diste de comer.

La parábola del «juicio final» es, en realidad, una descripción grandiosa del veredicto final sobre la historia humana. No es fácil reconstruir el relato original de Jesús, pero la escena nos permite captar la «revolución» que ha introducido en la orientación del mundo.
Allí están gentes de todas las razas y pueblos, de todas las culturas y religiones. Se va a escuchar la última palabra que lo esclarecerá todo. Dos grupos van emergiendo de aquella muchedumbre. Unos son llamados a recibir la bendición de Dios: son los que se han acercado con compasión a los necesitados y han hecho por ellos lo que podían. Otros son invitados a apartarse: han vivido indiferentes al sufrimiento de los demás.
Lo que va a decidir la suerte final no es la religión en la que uno ha vivido ni la fe que ha confesado durante su vida. Lo decisivo es vivir con compasión ayudando a quien sufre y necesita nuestra ayuda. Lo que se hace a gentes hambrientas, inmigrantes indefensos, enfermos desvalidos o encarcelados olvidados por todos, se le está haciendo al mismo Dios. La religión más agradable al Creador es la ayuda al que sufre.
En la escena evangélica no se pronuncian grandes palabras como «justicia», «solidaridad» o «democracia». Sobran todas, si no hay ayuda real a los que sufren. Jesús habla de comida, ropa, algo de beber, un techo para resguardarse.
No se habla tampoco de «amor». A Jesús le resultaba un lenguaje demasiado abstracto. No lo usó prácticamente casi nunca. Aquí se habla de cosas tan concretas como «dar de comer», «vestir», «hospedar», «visitar», «acudir». En el «atardecer de la vida» no se nos examinará del amor; se nos preguntará qué hemos hecho en concreto ante las personas que necesitaban nuestra ayuda.
Éste es el grito de Jesús a toda la humanidad: ocupaos de los que sufren, cuidad a los pequeños. En ninguna parte se construirá la vida tal como la quiere Dios si no es liberando a las gentes del sufrimiento. Ninguna religión será bendecida por él si no genera compasión hacia los últimos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
24 de noviembre de 2002

ACOMPAÑAR

Venid, vosotros, benditos de mi Padre.

No es fácil estar a la cabecera de un ser querido cuando se acerca su final. Nadie nos ha preparado a familiares o amigos para coger su mano y recorrer juntos el último tramo de su vida. Queremos acertar pero no sabemos muy bien qué hacer.
Lo primero es centrar nuestra atención en la persona enferma, no en la enfermedad. Los médicos y enfermeras se ocuparán de su mal. Nosotros hemos de estar muy atentos a lo que vive en su interior. Lo nuestro es no dejarle solo, acompañarlo de cerca con cariño y ternura grande.
Acompañarlo quiere decir escuchar su pena e impotencia, entender sus deseos de curarse, comprender su desconcierto y sus miedos. A veces, tendremos que sufrir tal vez su irritación y sus enfados. No importa. Estamos así aliviando su tensión.
Hemos de evitar siempre lo que puede crear en ese enfermo querido turbación, resentimiento o tristeza. Hemos de despertar en él paz, confianza y serenidad. Qué suerte es poder entonces conversar desde la fe para ayudarle, también en esa hora terrible, a sentirse envuelto por el amor inmenso de Dios.
No hay que utilizar tópicos ni frases vacías de verdad. No hay que decirle que está bien si él se siente mal. No hay que engañarle cuando sospecha ya lo inevitable. Son horas sagradas. Tenemos que hacerle preguntas acertadas: ¿quieres algo más?, ¿quieres hablar a solas con alguien? ¿cómo quieres que se te ayude mejor?
Cuando el final se acerca, las palabras resultan cada vez más pobres. Lo importante son ahora los gestos: la mirada cariñosa, el beso suave, la caricia sentida, nuestras manos apretando la suya. Qué consolador poder sugerir al enfermo una invocación sencilla y confiada a Dios que pueda repetir en su corazón.
Jesús declara «benditos de su Padre» a quienes ayudan al necesitado, acogen al extranjero, visten al desnudo o se acercan al enfermo y al preso, aunque no lo hagan motivados por fe religiosa alguna. Nadie tan pobre, necesitado y desvalido como el que está ya cerca de su muerte. Aunque no seamos muy religiosos o creyentes, Dios nos bendice cuando nos ve ayudándonos mutuamente a morir con paz.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
21 de noviembre de 1999

ESTA CÁRCEL NO SIRVE

Estuve en la cárcel, y no me visitasteis.

Todo el mundo lo sabe. La cárcel no rehabilita al delincuente. Los penalistas hablan de que la pena ha de contribuir a la resocialización del penado, a su «reinserción» o «integración» en la sociedad. De hecho no es así. Al contrario, en muchos casos la prisión lo envilece, destruye aún más su personalidad e incluso lo enraíza más profundamente en el camino de la delincuencia.
El fracaso de la resocialización no se debe sólo a los escasos resultados obtenidos, sino a objeciones de fondo que algunos penalistas exponen con rigor. Por una parte, parece contradictorio pretender reinsertar en la sociedad a quien se le aparta de ella mediante una drástica prisión. Por otra, si el tratamiento al recluso se reduce a una inversión externa, difícilmente se pueden lograr cambios fundamentales en la personalidad del preso, en su esquema de valores o en su actitud ante la vida.
Mientras tanto, es general en la sociedad el olvido y la indiferencia. Los presos no interesan. Son pocos y la defensa de su causa no da votos. Los colectivos que los apoyan resultan molestos. Socialmente funcionan más bien dos principios muy simples: «hay que defenderse de los infractores del orden» (seguridad ciudadana), «el que la hace la paga» (justicia estricta).
En esta sociedad que se dice progresista, nadie se quiere enterar de que en el origen de nuestras cárceles más que culpabilidad —que la hay— se da enfermedad, deterioro humano y exclusión social. Muchos de los encarcelados —basta tratar con ellos—, provenientes de la marginación, esclavos de la droga, con mala salud física o mental, privados de afecto, con un futuro incierto, están abocados a una destrucción progresiva al no recibir la ayuda que necesitan.
No son pocos los que trabajan para mejorar su tratamiento médico y asistencia psicológica, la gestión de permisos y salidas terapéuticas o la aplicación de medidas a las que tienen derecho. No es suficiente. Esta cárcel no ayuda a la recuperación humana y social de los presos. La sociedad ha de conocer mejor el sufrimiento y la destrucción que padece este grupo de personas. Los penalistas han de suscitar un amplio debate social. Los responsables públicos han de buscar alternativas eficaces.
Mientras tanto en la conciencia de los creyentes ha de resonar actualizado el grito de Cristo: «Estoy en la cárcel y no me visitáis.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
24 de noviembre de 1996

VERDADERO PROGRESO

Tuve hambre y no me disteis de comer.

Teóricamente todas las personas gozamos de los mismos derechos fundamentales. Así lo proclaman las Declaraciones internacionales y los Congresos. En realidad no es así. A estas alturas de la historia hemos de decir con el conocido obispo P Casaldáliga que «hay una Humanidad de primera clase
—que tiene el derecho de vivir en el despilfarro— y una Humanidad de tercera clase —que tiene el deber de morirse de hambre—».
Nosotros solemos hablar del Mundo como si hubiera uno sólo. En realidad hay dos Mundos bien diferentes: el que cuenta, que es nuestro mundo, y el que sobra, que son todos esos pueblos que malviven por debajo del nivel de pobreza, y luchan por sobrevivir del hambre o la desnutrición.
Este es el resultado real del progreso humano en el planeta Tierra. El «no va más» que hemos logrado los hombres. Y por este camino se ha de seguir. Al menos, así lo decretan las leyes intocables del «Mercado Total», que ejecutarán sin compasión alguna el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o los Siete Grandes. En esto consiste el progreso: en desarrollar sin límite alguno el bienestar de los privilegiados excluyendo a los más débiles y desfavorecidos.
En medio de todo eso están las grandes religiones hablando de Dios, y las diferentes Iglesias predicando a Jesucristo. Ahí estamos nosotros, los cristianos, preparándonos para celebrar dos mil años de evangelio supuestamente vivido. Entre la complicidad y la inconsciencia. Sin fuerza para generar una solidaridad más eficaz entre los pueblos.
Sin embargo, no es difícil resumir el núcleo del evangelio. Bastan dos frases: «Dios es Padre de todos los seres humanos» y «la única manera de orientar la vida humana según ese Dios es promover la fraternidad y la justicia entre los hombres». Esto es lo sustancial: que entre los hombres reine Dios y su justicia. Todo lo demás viene después. Se entiende bien ese texto pragmático en el que Jesús recoge el significado y la orientación esencial de su existencia: «El Espíritu del Señor está sobre mí, él me ha ungido y me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres.»
Sería imperdonable no captar que Cristo pone a la Humanidad mirando en una nueva dirección: hacia los últimos, los excluidos, los pobres. El verdadero progreso no consiste en que una minoría privilegiada alcance un bienestar ilimitado excluyendo a los más débiles. La Humanidad progresa realmente como tal cuando avanza en solidaridad y vida digna para todos. Para ser más humanos no basta mirar hacia Maastrich. Hay que mirar hacia Rwanda, Etiopía y demás pueblos pobres de la Tierra. Son ellos quienes decidirán nuestra suerte final: «Venid benditos de mi Padre... porque tuve hambre y me disteis de comer... Apartaos de m4 malditos... porque tuve hambre y no me disteis de comer. »

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
21 de noviembre de 1993

GRATIS

Tuve hambre y me disteis de comer.

Llama la atención con qué fuerza destacan los estudios recientes el carácter individualista e insolidario del hombre contemporáneo. Según diferentes análisis, el europeo se va haciendo cada vez más narcisista. Vive pendiente de sus intereses y olvidado, casi por completo, de los vínculos que lo unen a los demás hombres.
C.B. Macpherson habla del «individualismo posesivo)) que lo impregna casi todo. Cada uno busca su bienestar, seguridad o placer. Lo que no le afecta le tiene sin cuidado. L. Lies llega a afirmar que el «soltero» (single), libre de obligaciones y dependencias, representa cada vez más el ideal de libertad y autonomía en la sociedad actual.
Detrás de todos los datos y sondeos parece apuntar una realidad aterradora. El hombre moderno está perdiendo capacidad de sentir y de expresar amor. No acierta a sentir solicitud, cuidado y responsabilidad por otros seres humanos que no caigan dentro de sus intereses. Vive «ensimismado» en sus cosas y su mundo, en una actitud narcisista que ya Freud consideró como un estado inferior en el desarrollo de la persona.
Pero, dentro de esta sociedad individualista hay un colectivo admirable que nos recuerda también hoy la grandeza que se encierra en el ser humano. Son los voluntarios. Esos hombres y mujeres que saben acercarse a los que sufren, movidos solamente por su voluntad de servir. En medio de nuestro mundo competitivo y pragmático, ellos son portadores de una «cultura de la gratuidad».
No trabajan por ganar dinero. Su vocación es hacer el bien gratuitamente. Los podréis encontrar acompañando a jóvenes toxicómanos, aliviando a ancianos solos, atendiendo a vagabundos, escuchando a gentes desesperanzadas, cuidando a niños semiabandonados o trabajando en diferentes servicios sociales.
No son seres vulgares, pues su trabajo está movido sólo por el amor. Por eso, no puede cualquiera ser un verdadero voluntario. Lo recordaba bellamente Leon Tolstoi con estas palabras: «Se pueden talar árboles, fabricar ladrillos y forjar hierro sin amor. Pero es preciso tratar con amor a los seres humanos... Si no sientes afecto por los hombres, ocúpate en lo que sea, pero no de ellos.»
Al final, no se nos va a juzgar por nuestras bellas teorías ni grandes palabras, sino por el amor concreto a los necesitados. Estas son las palabras de Jesús: «Venid, benditos de mi Padre... porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber...» Ahí está la verdad última de nuestra vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
25 de noviembre de 1990

CALIDAD HUMANA

Tuve hambre y me disteis de comer.

No es la misericordia uno de esos «valores progresistas» que hayamos de cultivar para estar al día. Basta con defender la democracia, el ejercicio de las libertades y la racionalidad ética.
Lo deplorable es que, detrás de palabras tan hermosas, se esconde con frecuencia un hombre cargado de cinismo, avidez y mediocridad, incapaz de reaccionar ante el sufrimiento ajeno.
Lo importante es situarse lo mejor posible dentro del «estado de bienestar» (nuestro idolatrado Welfare State), de espaldas a ese otro «estado de malestar» del que hablaba recientemente Mario Benedetti y al que vamos marginando a los más débiles y desgraciados.
Hay que luchar, competir y ganar siempre más. Eso es todo. ¿Quién tiene tiempo para pensar en «las víctimas»? ¿Quién puede tener el mal gusto de recordar la misericordia en una sociedad inmisericorde y despiadada?
Sin embargo, es precisamente la misericordia lo que, según Jesús, define radicalmente al hombre. Sin misericordia, la persona queda viciada de raíz y deja de ser humana.
Por eso, en la parábola del «juicio de las naciones» se nos dice que la suerte de todo hombre se decide en virtud de su capacidad de reaccionar con misericordia ante los que sufren hambre, sed, desamparo, enfermedad o cárcel.
Pero hay que entender esto bien. Vivir «con entrañas de misericordia » no es tener un corazón sensiblero ni tampoco practicar, de vez en cuantió, alguna «obra de misericordia» que aquiete nuestra conciencia y nos permita seguir tranquilos nuestro camino egoísta de siempre.
Para evitar malentendidos, fon Sobrino prefiere hablar del «Principio-Misericordia», es decir, de un principio interno, siempre presente y activo en la persona, que da una determinada dirección y estilo a toda su conducta.
Quien vive movido por el «Principio-Misericordia», reacciona ante el sufrimiento ajeno interiorizándolo, dejándolo entrar en sus entrañas y en su corazón, con todas sus consecuencias. Y es precisamente el sufrimiento de los demás, captado cordialmente, el que se convierte en principio conductor de toda su actuación.
Es esta misericordia la que da «categoría humana» a la persona. No hay escapatoria posible. Podemos triunfar profesionalmente, ocupar cargos relevantes, movernos con éxito en las relaciones sociales. Si no sé reaccionar con misericordia ante el sufrimiento de los demás, no soy humano.
Resulta fácil, por ello, conocer mi calidad humana. Basta responder a estas preguntas: ¿Sé ver el sufrimiento de las gentes? ¿Cómo reacciono ante ese sufrimiento? ¿Qué hago por erradicarlo?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
22 de noviembre de 1987

CONTRA LA DEPRESION

Me lo hacéis a mí.

Todo parece indicar que cada vez es mayor el número de personas que sufren crisis depresivas y luchan por recuperar de nuevo el gusto por la vida.
Sin duda, es muy importante la ayuda sicológica y la terapia de apoyo que les pueden prestar los expertos. Pero, en definitiva, es la misma persona la que tiene que dar pasos acertados.
Por lo general, quien padece una depresión se siente arrastrado a cavilar una y otra vez sobre sus angustias, sus miedos e impotencia.
Pero mientras sigue girando alrededor de sí mismo sin acabar nunca en sus reflexiones, el cerco se estrecha cada vez más y la persona se va hundiendo en una especie de remolino sin salida.
Mientras uno sólo piensa en sus problemas y se atormenta a sí mismo preguntándose: “adónde encontraré yo mi paz?» “adónde encontraré yo quien me comprenda?”, no está abriendo la puerta que le puede llevar a la paz y la salud.
El prestigioso doctor Gerhard Nebel llega a decir que “el estar plenamente a disposición del prójimo es el único medicamento eficaz para la neurosis y la depresión».
Con frecuencia, no nos damos cuenta hasta qué punto somos nosotros mismos quienes ahogamos en nosotros la vida y generamos nuestras crisis depresivas dedicándonos exclusivamente a nuestras cosas y olvidando totalmente a los demás.
Jesús invita a todo el que quiera encaminarse hacia la vida verdadera a vivir siempre abierto a todo hombre que encontremos en nuestro camino y pueda necesitar nuestra ayuda.
Si le ofrecemos nuestro apoyo somos nosotros mismos quienes más recibiremos. Porque al encontrarnos con esas personas hambrientas, enfermas, desnudas, encarceladas o desvalidas, nos ponemos en contacto con Aquel que es el fundamento, la fuente y la meta de la vida.
Esta es la promesa de Jesús: “Os aseguro que lo que hagáis a uno de estos hermanos míos pequeños, me lo hacéis a mí”. Quien está con el hermano necesitado está en contacto con Aquel que es la Vida.
Esta promesa no es algo lejano e inverificable, sino una experiencia real para quien sabe acercarse con fe a los que sufren.
El que libera a los demás de problemas y preocupaciones se ve liberado de los suyos. El que ayuda a otros a vivir se ayuda a sí mismo. El que da amistad y apoyo recibe fuerza y aliento para vivir.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
25 de noviembre de 1984

LA SORPRESA FINAL

Entonces dirá el rey...

Los cristianos llevamos veinte siglos hablando del amor. Repetimos constantemente que el amor es el criterio último de toda actitud y comportamiento. Afirmamos que desde el amor será pronunciado el juicio definitivo sobre todas las personas, estructuras y realizaciones de los hombres.
Sin embargo, con ese lenguaje tan hermoso del amor podemos estar ocultando con frecuencia el mensaje auténtico de Jesús, mucho más directo, sencillo y concreto.
Es sorprendente observar que Jesús apenas pronuncia en los evangelios la palabra «amor». Tampoco en esta parábola que nos describe la suerte final de los hombres.
Al final, no se nos juzgará de manera general sobre el amor, sino sobre algo mucho más concreto: ¿Qué hemos hecho cuando nos hemos encontrado con alguien que nos necesitaba? ¿Cómo hemos reaccionado ante los problemas y sufrimientos de personas concretas que hemos ido encontrando en nuestro camino?
Lo decisivo en la vida no es lo que decimos o pensamos, lo que creemos o escribimos. No bastan tampoco los sentimientos hermosos, la compasión o las protestas estériles. Lo importante es ayudar a quien nos necesita.
La mayoría de ios cristianos nos sentimos satisfechos y tranquilos porque no hacemos a nadie ningún mal especialmente grave.
Se nos olvida que, según la advertencia de Jesús, estamos preparando nuestro fracaso final, siempre que cerramos nuestros ojos a las necesidades ajenas o eludimos cualquier responsabilidad que no sea en beneficio propio o nos contentamos con criticarlo todo, sin echar nunca una mano a nadie.
La parábola de Jesús nos obliga a hacernos preguntas muy concretas: ¿estoy haciendo algo por alguien? ¿a qué personas puedo yo prestar ayuda? ¿qué hago yo para que reine un poco más de justicia, solidaridad y amistad entre nosotros? ¿qué más podría hacer?
La última y decisiva enseñanza de Jesús es ésta: el reino de Dios es y será siempre de los que aman al pobre y le ayudan en su necesidad. Esto es lo esencial y definitivo.
Sólo que, como dice Saint-Exupéry, «lo esencial es invisible a los ojos» y queda oculto para quienes no saben amar gratis.
Un día se nos abrirán los ojos y descubriremos con sorpresa que el amor es la única verdad y que Dios reina allí donde hay hombres y mujeres capaces de amar y preocuparse por los demás.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
22 de noviembre de 1981

MÁS QUE UNA LIMOSNA

Tuve hambre, y no me disteis de comer.

Es bueno recordar el test definitivo de nuestra existencia, aunque nos sintamos una vez más molestos ante la palabra de Jesús.
Nuestra suerte se decidirá a partir de nuestro comportamiento práctico ante el sufrimiento ajeno de los pobres, hambrientos, enfermos, encarcelados... Esa será la pregunta: ¿Qué has hecho tú ante ese hermano al que encontraste sufriendo en la vida?
Nosotros lo hemos querido resolver todo de una manera muy sencilla: dando dinero, aportando nuestra limosna y contribuyendo en las colectas.
Pero, las cosas no son tan sencillas. «Las exigencias del amor que aquí se piden no se satisfacen con el sacramento del dinero, por la sencilla razón de que la misma manera de adquirir este dinero vuelve a incrementar la pobreza que cón él se quiere remediar» (J. B. Metz).
El amor a los necesitados no puede quedar reducido a «dar dinero», entre otras cosas porque no tiene sentido expresar nuestra solidaridad y compasión al necesitado con un dinero adquirido quizás de manera insolidaria y sin compasión de ninguna clase.
Para el hombre bíblico, la limosna tenía un contenido profundo que hoy se nos escapa. La limosna se designa en hebreo con el término «sedaqa» que significa «justicia». Podríamos decir que «dar limosna» equivale a «hacer justicia» en nombre de Dios a quienes no se la hacen los hombres.
Nuestro amor a los necesitados no se puede reducir a una acción asistencial, aunque ésta es totalmente imprescindible ante situaciones que no admiten demoras.
Tenemos que descubrir la injusticia que se encierra en nuestras vidas, aprendiendo poco a poco a mirarnos a nosotros mismos y mirar nuestros bienes desde los ojos de las clases y los pueblos pobres.
Hoy como siempre se nos pide dar un vaso de agua a quien encontremos sediento. Pero se nos pide además, ir transformando nuestra sociedad al servicio de los más necesitados y desposeídos.
Ante las injusticias concretas de nuestra sociedad, un cristiano no puede pretender una neutralidad ingenua, diciendo que no se quiere «meter en política».
De una manera o de otra, con nuestras actuaciones o con nuestra pasividad, todos «hacemos política», los individuos y las instituciones.
Por eso, no se trata de decidir si haremos política o no, sino de plantearse a favor de quién haremos política. Un creyente que escucha las palabras de Jesús, siga el partido que siga, sólo puede hacer una política: la que favorezca a los m4s necesitados y abandonados.

José Antonio Pagola

HOMILIA

ACOMPAÑAR

No es fácil estar a la cabecera de un ser querido cuando se acerca su final. Nadie nos ha preparado a familiares o amigos para coger su mano y recorrer juntos el último tramo de su vida. Queremos acertar pero no sabemos muy bien qué hacer.
Lo primero es centrar nuestra atención en la persona enferma, no en la enfermedad. Los médicos y enfermeras se ocuparán de su mal. Nosotros hemos de estar muy atentos a lo que vive en su interior. Lo nuestro es no dejarle solo, acompañarlo de cerca con cariño y ternura grande.
Acompañarlo quiere decir escuchar su pena e impotencia, entender sus deseos de curarse, comprender su desconcierto y sus miedos. A veces, tendremos que sufrir tal vez su irritación y sus enfados. No importa. Estamos así aliviando su tensión. Hemos de evitar siempre lo que puede crear en ese enfermo querido turbación, resentimiento o tristeza. Hemos de despertar en él paz, confianza y serenidad. Qué suerte es poder entonces conversar desde la fe para ayudarle, también en esa hora terrible, a sentirse envuelto por el amor inmenso de Dios.
No hay que utilizar tópicos ni frases vacías de verdad. No hay que decirle que está bien si él se siente mal. No hay que engañarle cuando sospecha ya lo inevitable. Son horas sagradas. Tenemos que hacerle preguntas acertadas: ¿quieres algo más?, ¿quieres hablar a solas con alguien? ¿cómo quieres que se te ayude mejor?
Cuando el final se acerca, las palabras resultan cada vez más pobres. Lo importante son ahora los gestos: la mirada cariñosa, el beso suave, la caricia sentida, nuestras manos apretando la suya. Qué consolador poder sugerir al enfermo una invocación sencilla y confiada a Dios que pueda repetir en su corazón.
Jesús declara «benditos de su Padre» a quienes ayudan al necesitado, acogen al extranjero, visten al desnudo o se acercan al enfermo y al preso, aunque no lo hagan motivados por fe religiosa alguna. Nadie tan pobre, necesitado y desvalido como el que está ya cerca de su muerte. Aunque no seamos muy religiosos o creyentes, Dios nos bendice cuando nos ve ayudándonos mutuamente a morir con paz.

José Antonio Pagola




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