lunes, 29 de febrero de 2016

06/03/2016 - 4º domingo de Cuaresma (C)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción". 
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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4º domingo de Cuaresma (C)


EVANGELIO

Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 15,1-3. 11-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:
- Ése acoge a los pecadores y come con ellos.
Jesús les dijo esta parábola:
- Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte que me toca de la fortuna».
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces, se dijo: «Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».
Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.
Su hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo».
Pero el padre dijo a sus criados: «Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado».
Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Éste le contestó: «Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud».
Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Y él replicó a su padre: «Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo, que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado».
El padre le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2015-2016 -
6 de marzo de 2016

EL OTRO HIJO

Se indignó y se negaba a entrar.

Sin duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del "padre bueno", mal llamada "parábola del hijo pródigo". Precisamente este "hijo menor" ha atraído siempre la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.
Sin embargo, la parábola habla también del "hijo mayor", un hombre que permanece junto a su padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano, lejos del hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su padre, sino rabia: «se indignó y se negaba a entrar» en la fiesta. Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos.
El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde «trata de persuadirlo» para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota dejando al descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora sólo sabe exigir sus derechos y denigrar a su hermano.
Ésta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada con su hermano. Jesús termina su parábola sin satisfacer nuestra curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?
Envueltos en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de creyentes e increyentes, de practicantes y de alejados, de matrimonios bendecidos por la Iglesia y de parejas en situación irregular... Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es propiedad de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos.
El "hijo mayor" es una interpelación para quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué estamos haciendo quienes no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar nuestra supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito, o ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos puentes? ¿Les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2012-2013 -
10 de marzo de 2013

CON LOS BRAZOS SIEMPRE ABIERTOS

Para no pocos, Dios es cualquier cosa menos alguien capaz de poner alegría en su vida. Pensar en él les trae malos recuerdos: en su interior se despierta la idea de un ser amenazador y exigente, que hace la vida más fastidiosa, incómoda y peligrosa.
Poco a poco han prescindido de él. La fe ha quedado "reprimida" en su interior. Hoy no saben si creen o no creen. Se han quedado sin caminos hacia Dios. Algunos recuerdan todavía "la parábola del hijo pródigo", pero nunca la han escuchado en su corazón.
El verdadero protagonista de esa parábola es el padre. Por dos veces repite el mismo grito de alegría: "Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado". Este grito revela lo que hay en su corazón de padre.
A este padre no le preocupa su honor, sus intereses, ni el trato que le dan sus hijos. No emplea nunca un lenguaje moral. Solo piensa en la vida de su hijo: que no quede destruido, que no siga muerto, que no viva perdido sin conocer la alegría de la vida.
El relato describe con todo detalle el encuentro sorprendente del padre con el hijo que abandonó el hogar. Estando todavía lejos, el padre "lo vio" venir hambriento y humillado, y "se conmovió" hasta las entrañas. Esta mirada buena, llena de bondad y compasión es la que nos salva. Solo Dios nos mira así.
Enseguida "echa a correr". No es el hijo quien vuelve a casa. Es el padre el que sale corriendo y busca el abrazo con más ardor que su mismo hijo. "Se le echó al cuello y se puso a besarlo". Así está siempre Dios. Corriendo con los brazos abiertos hacia quienes vuelven a él.
El hijo comienza su confesión: la ha preparado largamente en su interior. El padre le interrumpe para ahorrarle más humillaciones. No le impone castigo alguno, no le exige ningún rito de expiación; no le pone condición alguna para acogerlo en casa. Sólo Dios acoge y protege así a los pecadores.
El padre solo piensa en la dignidad de su hijo. Hay que actuar de prisa. Manda traer el mejor vestido, el anillo de hijo y las sandalias para entrar en casa. Así será recibido en un banquete que se celebra en su honor. El hijo ha de conocer junto a su padre la vida digna y dichosa que no ha podido disfrutar lejos de él.
Quien oiga esta parábola desde fuera, no entenderá nada. Seguirá caminando por la vida sin Dios. Quien la escuche en su corazón, tal vez llorará de alegría y agradecimiento. Sentirá por vez primera que en el misterio último de la vida hay Alguien que nos acoge y nos perdona porque solo quiere nuestra alegría.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
14 de marzo de 2010

EL OTRO HIJO

(Ver homilía del ciclo C – 06-03-2016)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
18 de marzo de 2007

CÓMO IMAGINA JESÚS A DIOS

Un padre tenía dos hijos...

No quería Jesús que las gentes de Galilea le sintieran a Dios como un rey, un señor o un juez. Él lo experimentaba como un padre increíblemente bueno. En la parábola del padre bueno les hizo ver cómo imaginaba él a Dios.
Dios es como un padre que no piensa en su propia herencia. Respeta las decisiones de sus hijos. No se ofende cuando uno de ellos le da por «muerto» y le pide su parte de la herencia.
Lo ve partir de casa con tristeza, pero nunca lo olvida. Aquel hijo siempre podrá volver a casa sin temor alguno. Cuando un día lo ve venir hambriento y humillado, el padre se conmueve, pierde el control y corre al encuentro de su hijo.
Se olvida de su dignidad de «señor» de la familia, y lo abraza y besa efusivamente como una madre. Interrumpe su confesión para ahorrarle más humillaciones. Ya ha sufrido bastante. No necesita explicaciones para acogerlo como hijo.
No le impone castigo alguno. No le exige un ritual de purificación. No parece sentir siquiera la necesidad de manifestarle su perdón. No hace falta. Nunca ha dejado de amarlo. Siempre ha buscado su felicidad.
Él mismo se preocupa de que su hijo se sienta de nuevo bien. Le regala el anillo de la casa y el mejor vestido. Ofrece una fiesta a todo el pueblo. Habrá banquete, música y baile. El hijo ha de conocer junto al padre la fiesta buena de la vida, no la diversión falsa que buscaba entre prostitutas paganas.
Así le sentía Jesús a Dios y así lo repetiría también hoy a quienes olvidados de él, se sienten lejos o comienzan a verse como «perdidos» en medio de la vida.
Cualquier teología, predicación o catequesis que olvida esta parábola central de Jesús e impide experimentar a Dios como un Padre respetuoso y bueno, que acoge a sus hijos perdidos ofreciéndoles su perdón gratuito e incondicional, no proviene de Jesús ni transmite su Buena Noticia de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
21 de marzo de 2004

LA TRAGEDIA DE UN PADRE BUENO

Ha muerto tu hermano.

Exégetas contemporáneos han abierto una nueva vía de lectura de la parábola llamada tradicionalmente del «hijo pródigo», para descubrir en ella la tragedia de un padre que, a pesar de su amor «increíble» a sus hijos, no logra construir una familia unida. Esa sería, según Jesús, la tragedia de Dios.
La actuación del hijo menor es «imperdonable». Da por muerto a su padre y pide la parte de su herencia. De esta manera, rompe la solidaridad del hogar, echa por tierra el honor de la familia y pone en peligro su futuro al forzar la repartición de las tierras. Los oyentes debieron quedar escandalizados al ver que el padre, respetando la sinrazón de su hijo, ponía en riesgo su propio honor y autoridad. ¿Qué clase de padre era éste?
Cuando el joven, destruido por el hambre y la humillación, regresa a casa, el padre vuelve a sorprender a todos. «Conmovido» corre a su encuentro y lo besa efusivamente delante de todos. Se olvida de su propia dignidad, le ofrece el perdón antes de que se declare culpable, lo restablece en su honor de hijo, lo protege de la desaprobación de los vecinos y organiza una fiesta para todos. Por fin, podrán vivir en familia de manera digna y dichosa.
Desgraciadamente, falta el hijo mayor, un hombre de vida correcta y ordenada, pero de corazón duro y resentido. Al llegar a casa, humilla públicamente a su padre, intenta destruir a su hermano y se excluye de la fiesta. En todo caso, festejaría algo «con sus amigos», no con su padre y su hermano.
El padre sale también a su encuentro y le revela el deseo más hondo de su corazón de padre: ver a sus hijos, sentados a la misma mesa, compartiendo amistosamente un banquete festivo, por encima de enfrentamientos, odios y condenas.
Pueblos enfrentados por la guerra, terrorismos ciegos, políticas insolidarias, religiones de corazón endurecido, países hundidos en el hambre... Nunca compartiremos la tierra de manera digna y dichosa si no nos miramos con el amor compasivo de Dios. Esta mirada nueva es lo más importante que podemos introducir hoy en el mundo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
25 de marzo de 2001

VOLVERÉ

Volveré adonde está mi padre.

La mayoría de los europeos sigue creyendo que Dios existe; lo confirman todas las estadísticas. Sin embargo, los mismos sondeos aseguran que muchos de ellos ya no mantienen ninguna relación con él. Es como si Dios no existiera para ellos. Su fe está muerta; no conocen el calor, el estímulo y la confianza que genera una fe viva.
Ésta situación se asemeja a la del hijo menor de la conocida parábola de Jesús, que se marcha del hogar para organizarse la vida lejos de su padre. Evidentemente, también este hijo sabe que su padre existe, pero él lo trata como si hubiera muerto. Por eso pide la parte que le corresponde de la herencia y lo olvida del todo. La parábola describe con detalle el proceso de este hijo al comprobar que no se cumplen sus expectativas de mayor bienestar.
En un determinado momento este hombre recapacita y hace una especie de balance. Su vida es un fracaso. De día en día crece su humillación e indignidad. Honestamente trata de responder a una pregunta que le nace desde muy dentro: ¿qué estoy haciendo con mi vida?
No se queda ahí. Su reflexión le lleva a dar pasos concretos para reorientar su vida de manera diferente. De hecho, toma una decisión nada fácil, pero que lo puede cambiar todo: «Volveré adonde está mi padre». Efectivamente, busca de nuevo a su padre, se encuentra con él y reconoce su pecado: «Padre, he pecado contra ti».
Es un error vivir corno si Dios no existiera para nosotros. Prescindir de él no conduce a una vida más humana, más sabia, más noble o gratificante. Cada uno hemos de decidir. Podemos vivir hasta el final en la indiferencia, pero podemos también reflexionar, hacer un balance y reaccionar.
No sirve de mucho seguir discutiendo sobre Dios, la religión, la Iglesia o los curas. La palabra decisiva que nos abre de nuevo el camino hacia Dios es ésta: «Padre, perdóname». Cuando alguien la dice de verdad desde el fondo de su corazón, es la señal más segura de que su relación con Dios ha cambiado radicalmente. Quien pide perdón a Dios no sólo cree que Dios existe, comienza a comunicarse con él. Esto lo cambia todo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
22 de marzo de 1998

EL PERDÓN DE DIOS

Estaba perdido, y lo hemos encontrado.

Se ha afirmado repetidamente que el hombre moderno está perdiendo la conciencia de pecado. Lo que no se dice es que, al mismo tiempo, está perdiendo también la experiencia de sentirse perdonado por Dios, y quien desconoce el perdón de Dios se ve privado de una fuerza incomparable para reconciliarse con su pasado e iniciar una etapa nueva en su vida.
Son varios los obstáculos que pueden impedir a la persona abrirse al perdón de Dios. Hay quienes no sienten necesidad de perdón alguno pues viven de manera irresponsable o con corazón endurecido. En todo caso, si han cometido algún error o han actuado mal, no necesitan de Dios para resolver sus problemas.
Hay otros que se sienten indignos de ser perdonados: «Es muy grave lo que he hecho; nadie podrá perdonarme. » Piensan que su pecado es más poderoso que el amor infinito de Dios. Oprimidos por el peso de la culpa, se cierran a toda esperanza. Hay también quienes no se perdonan a sí mismos. Viven obsesionados por oscuros recuerdos y remordimientos inútiles. Nunca podrán sentirse purificados.
Recibir el perdón de Dios es un acto de fe que se ha de cuidar bien. No consiste en una reflexión intelectual. No se trata tampoco de «sentir» el perdón durante unos momentos para sumergirse de nuevo rápidamente en la vida. Acoger el perdón de Dios requiere tiempo y recogimiento para gustar su misericordia, interiorizar en nosotros su bondad y experimentar agradecidos su acción renovadora.
El perdón de Dios no consiste simplemente en que Dios «olvida» nuestro pecado o «no lo tiene en cuenta». Dios no es como nosotros. Para Dios perdonar es «quitar el pecado», hacerlo desaparecer, devolver la inocencia. El perdón de Dios es perdón total y absoluto, gracia que regenera, nuevo comienzo de todo, seguridad y paz íntima.
Es conmovedor escuchar la experiencia del gran escritor francés F Mauriac cuando descubrió por fin al Dios del perdón: «Frente al baremo de pecados, frente a las tarifas fijadas con minuciosidad farisaica, resonaban en mí las cinco palabras que, en el Evangelio, bastan para borrar todas las miserias y todas las vergüenzas de una pobre vida: hijo, tus pecados quedan perdonados.»
La inolvidable parábola del «Padre bondadoso» (Lc 15, 11- 32) nos describe de modo admirable y conmovedor el perdón de Dios. No lo olvidemos. Frente a las condenas de los demás, frente al remordimiento y los reproches de nosotros mismos, en Dios siempre encontramos la misma actitud de comprensión y de perdón sin límites.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
26 de marzo de 1995

EL CAMINO A CASA

Me pondré en camino.

Hoy quiero recomendar vivamente un pequeño libro. Su autor recientemente fallecido, el holandés Henri J.M. Nouwen, ha ejercido una influencia espiritual notable en Norteamérica. El título del libro: El regreso del hijo pródigo. Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt.
En más de una ocasión he podido comprobar que personas alejadas hace muchos años de la religión, siguen recordando, hasta con emoción, la «parábola del hijo pródigo ». La lectura de este precioso libro será para no pocos un verdadero regalo. Para alguno, puede ser «un respiro» y una sentida invitación a «regresar al Padre».
No es nada difícil identificarse con ese hombre que busca su felicidad lejos del padre y lejos del hogar. Al comienzo, todo ¡rece marchar bien. Los problemas vienen cuando uno siente que se ha equivocado en lo esencial.
El hijo pródigo experimenta vaciedad y humillación. Pero no es sólo eso. Está, sobre todo, la sensación de soledad. Se ha ido enredando en su mundo de ilusiones y deseos, y ahora se encuentra sin libertad interior y solo.
Es la experiencia de no pocos. «¿Qué he hecho con mi vida?» «Le importo en realidad a alguien?» «¿Me han querido alguna vez de verdad?» Entonces todo se vuelve oscuro y sin sentido. Nada merece la pena.
Pero es precisamente este «verse perdido» lo que ha ce reaccionar a aquel hombre. De pronto ve con claridad a dónde le está conduciendo el camino que ha elegido. Seguir en esa dirección es caminar hacia la autodestrucción.
Es entonces cuando la persona puede escuchar, aunque sea muy débilmente, una voz hace tiempo olvidada. «Tengo un Padre esperándome en lo más profundo de mi ser.» No está todo perdido. Hay alguien que me comprende, me quiere y me perdona sin límites. Es Dios.
Las dudas que se pueden despertar en la persona son muchas. «Ya es tarde.» «En el fondo, siempre he sido un desastre.» «Sólo soy una carga para todos.» «No puedo cambiar.» «Tampoco Dios me puede aceptar.» Al final, todo se juega en un acto de fe. O me dejo llevar por un sentimiento oscuro de desconfianza y me hundo en mi propia culpabilidad, o dejo que la confianza en Dios, al comienzo tal vez algo borrosa, invada plenamente mi vida.
Cuando uno se siente «perdido» en la vida, las preguntas a las que hay que responder son éstas: ¿Quiero realmente recuperar mi dignidad? ¿Deseo de verdad sentirme perdonado y comenzar a vivir de forma nueva? Una cosa es segura. El perdón de Dios sana y restaura a quien lo acoge con fe.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
29 de marzo de 1992

SANAR LA VIDA

… lo ha recobrado sano.

La parábola del hijo pródigo describe de manera admirable el itinerario que un hombre o una mujer puede seguir para rehacer su vida sanándola en su misma raíz.
Lo primero es experimentar el vacío la insatisfacción que, tarde o temprano, provoca en nosotros una vida poco sana. Tomar conciencia de que estamos malgastando o arruinando nuestra vida. Ser capaces de decirnos a nosotros mismos con valentía lo que sentimos por dentro: ¿Es esto todo lo que quiero vivir? ¿A esto va a quedar reducida mi vida?
Quizá sea ésta la experiencia más importante para desencadenar un proceso de conversión y sanación de nuestro ser, aunque también puede ser la experiencia más difícil en una sociedad que nos empuja casi siempre a vivir de manera frívola e intrascendente. Pero, ¿a qué queda reducida una persona si no es capaz de plantearse en serio su vida?
En segundo lugar, es necesario adoptar una postura de búsqueda sincera. Buscar la verdad en nuestra vida. No engañarnos miserablemente a nosotros mismos. No vivir permanentemente en la mentira, la ambigüedad o la división interior. Sólo quien vive reconciliado consigo mismo y es fiel a su propia conciencia puede vivir de manera sana y gozosa.
Pero no basta reflexionar, ni siquiera añorar una vida mejor y más humana. Nuestra vida no cambia por el hecho de que veamos y sintamos las cosas de manera distinta. Todo eso es importante y necesario, pero hemos de dar un paso más. En algún momento, hay que tomar una decisión. Sanar nuestra vida significa ponernos en camino de vivir de manera más plena, de ser más personas, de recuperar nuestra dignidad, introduciendo una calidad nueva en nuestro vivir diario.
El creyente, lo mismo que el hilo pródigo, da este paso con la confianza puesta en Dios. Confianza total en Dios que nos comprende, nos ama y nos perdona como ni nosotros mismos nos podemos comprender, amar y perdonar. Esta fe en el perdón de Dios es la que genera un dinamismo nuevo en la vida del creyente arrepentido.
La sicología actual sugiere técnicas diversas para curar las heridas pasadas y promover una liberación de sentimientos negativos de culpabilidad. Pueden ser útiles. Pero difícilmente pueden ofrecer la paz interior, el gozo íntimo y la fuerza renovadora que infunde la fe en el perdón real de Dios. Perdón total y absoluto, comienzo nuevo de todo, gracia que regenera nuestro ser desde su raíz.
Según la parábola, el padre hace fiesta porque «ha recobrado sano» a su hijo. La conversión siempre es motivo de alegría porque es un proceso que conduce a la sanación de la vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
5 de marzo de 1989

VOLVER A DIOS

Volveré hacia mi Padre.

Las personas nos pasamos la vida atendiendo a nuestras diversas responsabilidades, dando satisfacción a diferentes deseos y respondiendo a las expectativas de los demás.
Todo ello es muy normal y necesario. Pero, al mismo tiempo corremos el riesgo de sofocar la vida que nos ofrece a cada instante Aquel que está en lo más profundo de nuestro ser.
Escuchamos toda clase de voces y mensajes, recogemos información de casi todo, pero, tal vez, nos vamos quedando cada vez más sordos a Aquel que lleva años llamándonos por nuestro nombre.
Sabemos analizar nuestro pasado, revisar nuestras actuaciones y programar nuestro futuro, pero se nos puede ir escapando el presente, ese momento de gracia en que nos podemos abrir al Absoluto.
Hacemos tantas cosas, vivimos agitados por tantas preocupaciones, que no tenemos tiempo ni fuerzas para hacer un alto en nuestra vida, dejarnos coger por la sinceridad y decir con nuestro corazón y con nuestros labios las palabras de aquel hijo de la parábola: “Volveré hacia mi Padre”.
Qué difícil se nos hace detenernos, ahondar en lo más profundo de mí mismo, allí donde yo estoy solo y donde ninguna otra persona puede penetrar, liberarme del “personaje” que soy hacia fuera y escuchar con sinceridad y con paz la llamada de Dios.
Incluso, cuando nos paramos a reflexionar, las primeras preguntas que afloran en nosotros son casi siempre las mismas: ¿cuánto ganaré? ¿cómo disfrutaré? ¿qué provecho sacaré? ¿cómo podré asegurar mejor mi bienestar?
Nos resulta difícil preguntarnos: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿qué busco en definitiva? ¿qué espero? ¿qué he de hacer para ser más libre y humano?
Tomarse un tiempo para escuchar a Dios puede parecer a muchos un juego para personas desocupadas, una evasión noble para gentes incapaces de enfrentarse a sus verdaderos problemas, un entretenimiento para quienes no saben disfrutar de la vida de otra manera.
Sin embargo, dejar resonar en nosotros la llamada de Dios de manera nueva, después de treinta o cincuenta años, sería para muchos “un nuevo nacimiento”.
Naturalmente, hemos de recordar siempre la advertencia de San Agustín: “No lo olvides: Dios llena los corazones, no los bolsillos”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
9 de marzo de 1986

LLAMADOS A LA MISMA FIESTA

celebremos un banquete

Así es la vida según la parábola de Jesús. La tragedia de un Dios Padre que busca la fraternidad de todos los hombres sin conseguirlo.
No es fácil la fiesta final que el Padre desea. Unas veces, es el hijo menor quien se marcha lejos abandonando el hogar. Otras, el hijo mayor que no acepta en casa al hermano que retorna.
Esta parábola no es una visión ingenua de la vida. Es la descripción de una cruda realidad que todos constatamos día a día. Hombres y mujeres, llamados todos a disfrutar de una misma felicidad y plenitud final, no somos capaces de acogernos y convivir como hermanos.
Recordemos solo un hecho que estos días las estadísticas nos lo están recordando en cifras y números concretos. Gentes provenientes de distintas de tierras de España viven junto a otros que hemos nacido en el País Vasco.
La diversidad de lengua, cultura y origen deberían ser, antes que nada, una fuente de enriquecimiento mutuo. Por desgracia, no siempre es así.
La postura intolerante de unos y otros, la falta de respeto a las legítimas diferencias de cada uno, la incomprensión para reconocer el  derecho de un pueblo a defender su propia cultura y su lengua, sobre todo cuando están gravemente amenazadas, son otros tantos motivos que impiden una convivencia más enriquecedora.
No logramos plantearnos de manera razonable y pacífica la convivencia en el bilingüismo. Corremos el riesgo de ir consolidando entre nosotros dos comunidades fuertemente enfrentadas.
En su carta pastoral, no han ignorado los Obispos la tensión que, en torno al bilingüismo, surge en el seno mismo de las comunidades cristianas. Esta es su llamada: «Nuestras Iglesias han de ofrecer a esta sociedad el testimonio de una unidad interna construida desde el reconocimiento de las diferencias legítimas y el apoyo a las tradiciones culturales más débiles y más amenazadas».
Pertenecemos a una comunidad cristiana bilingüe. Esto exige de todos nosotros un especial sentido de comunitariedad, un gran respeto a las raíces culturales del otro, un apoyo sincero a la cultura propia del pueblo en el que vivimos, una aceptación comprensiva de las repercusiones molestas que se pueden seguir del bilingüismo en un determinado momento.
La comunidad cristiana debería ser un espacio en el que los creyentes fuéramos aprendiendo a convivir en el respeto y mutua comprensión.
No lo olvidemos. Por encima de nuestras diversidades culturales, somos hermanos llamados a una fiesta final en la que todos hablaremos, por fin, un solo lenguaje: el del amor.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
13 de marzo de 1983

¿QUIEN ENTRARA EN LA FIESTA?

Y se negaba a entrar.

Pocas veces un título desacertado habrá desenfocado tanto un relato como el de esta incomparable parábola mal titulada del «hijo pródigo».
En realidad, se trata de la parábola de un padre bondadoso que desea lograr un verdadero hogar sin conseguirlo. Unas veces, porque el hijo menor se marcha a vivir su aventura. Otras, porque el hijo mayor no quiere entrar y recibir al hermano. Esta es la historia de ios hombres. La tragedia de un hogar que parece imposible construir.
El peso de una lectura tradicional unilateral y el desacierto de un mal título han atraído nuestra atención sobre la figura del hijo menor. Sin embargo, en la dinámica del pensamiento de Jesús, es, sin duda, la conducta del mayor la que debe, sobre todo, interpelarnos.
La parábola nos describe un fuerte contraste. Al final del relato, el hijo menor, el pecador que se había alejado del hogar, termina celebrando una gran fiesta junto al padre. Por el contrario, el hijo mayor, el hombre recto y observante que nunca huyó de casa y jamás desobedeció una orden de su padre, se queda al final fuera del hogar, sin participar en la fiesta.
La enseñanza de Jesús es desconcertante. Lo verdaderamente decisivo para entrar en la fiesta final es saber reconocer nuestras equivocaciones, creer en el amor de un Padre y, en consecuencia, saber amar y perdonar a los hermanos.
Y ¿sta es la tragedia del hermano mayor. Todo lo hace bien. No huye de casa. Sabe cumplir todas las órdenes de su padre. Pero no sabe amar. No sabe comprender el amor de un padre. No sabe comprender y amar al hermano. Se incapacita a sí mismo para celebrar una fiesta fraternal.
Un hombre puede adentrarse en una vida de pecado, sentir la esclavitud del mal, vivir la experiencia del vacío de la vida, y descubrir de nuevo la necesidad de una vida nueva, distinta, mejor, siempre posible por el perdón gratuito de Dios.
Y, aunque parezca paradójico, se puede vivir una vida rutina- ña de práctica y observancia religiosa, sin verdadera fe en Dios Padre y sin amor fraternal a los hermanos.
Los creyentes no deberíamos olvidar nunca la crítica constante de Jesús a una «práctica religiosa», falsamente entendida como acumulación de méritos que nos asegura ante el juicio de Dios y que nos permite enjuiciar a los demás de manera despectiva y autosuficiente, despreciando su conducta y negándoles la acogida y el perdón.
Una cosa es clara. Sólo entrará en la fiesta final quien comprenda que Dios es Padre de todos y quien sepa acoger, comprender y perdonar a sus hermanos.

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


lunes, 22 de febrero de 2016

28/02/2016 - 3º domingo de Cuaresma (C)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
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3º domingo de Cuaresma (C)


EVANGELIO

Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 13,1-9

En aquella ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó:
- ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola:
Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró.
Dijo entonces al viñador:
- Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?
Pero el viñador contestó:
- Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2015-2016 -
28 de febrero de 2016

¿DÓNDE ESTAMOS NOSOTROS?

Si no os convertís, todos pereceréis.

Unos desconocidos le comunican a Jesús la noticia de la horrible matanza de unos galileos en el recinto sagrado del templo. El autor ha sido, una vez más, Pilato. Lo que más los horroriza es que la sangre de aquellos hombres se haya mezclado con la sangre de los animales que estaban ofreciendo a Dios.
No sabemos por qué acuden a Jesús. ¿Desean que se solidarice con las víctimas? ¿Quieren que les explique qué horrendo pecado han podido cometer para merecer una muerte tan ignominiosa? Y si no han pecado, ¿por qué Dios ha permitido aquella muerte sacrílega en su propio templo?
Jesús responde recordando otro acontecimiento dramático ocurrido en Jerusalén: la muerte de dieciocho personas aplastadas  por la caída de un torreón de la muralla cercana a la piscina de Siloé. Pues bien, de ambos sucesos hace Jesús la misma afirmación: las víctimas no eran más pecadores que los demás. Y termina su intervención con la misma advertencia: «si no os convertís, todos pereceréis».
La respuesta de Jesús hace pensar. Antes que nada, rechaza la creencia tradicional de que las desgracias son un castigo de Dios. Jesús no piensa en un Dios "justiciero" que va castigando a sus hijos e hijas repartiendo aquí o allá enfermedades, accidentes o desgracias, como respuesta a sus pecados.
Después, cambia la perspectiva del planteamiento. No se detiene en elucubraciones teóricas sobre el origen último de las desgracias, hablando de la culpa de las víctimas o de la voluntad de Dios. Vuelve su mirada hacia los presentes y los enfrenta consigo mismos: han de escuchar en estos acontecimientos la llamada de Dios a la conversión y al cambio de vida.
Todavía vivimos estremecidos por el trágico terremoto de Haití. ¿Cómo leer esta tragedia desde la actitud de Jesús? Ciertamente, lo primero no es preguntarnos dónde está Dios, sino dónde estamos nosotros. La pregunta que puede encaminarnos hacia una conversión no es "¿por qué permite Dios esta horrible desgracia?", sino "¿cómo consentimos nosotros que tantos seres humanos vivan en la miseria, tan indefensos ante la fuerza de la naturaleza?".
Al Dios crucificado no lo encontraremos pidiéndole cuentas a una divinidad lejana, sino identificándonos con las víctimas. No lo descubriremos protestando de su indiferencia o negando su existencia, sino colaborando de mil formas por mitigar el dolor en Haití y en el mundo entero. Entonces, tal vez, intuiremos entre luces y sombras que Dios está en las víctimas, defendiendo su dignidad eterna, y en los que luchan contra el mal, alentando su combate.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2012-2013 -
3 de marzo de 2013

ANTES QUE SEA TARDE

Había pasado ya bastante tiempo desde que Jesús se había presentado en su pueblo de Nazaret como Profeta, enviado por el Espíritu de Dios para anunciar a los pobres la Buena Noticia. Sigue repitiendo incansable su mensaje: Dios está ya cerca, abriéndose camino para hacer un mundo más humano para todos.
Pero es realista. Jesús sabe bien que Dios no puede cambiar el mundo sin que nosotros cambiemos. Por eso se esfuerza en despertar en la gente la conversión: "Convertíos y creed en esta Buena Noticia". Ese empeño de Dios en hacer un mundo más humano será posible si respondemos acogiendo su proyecto.
Va pasando el tiempo y Jesús ve que la gente no reacciona a su llamada como sería su deseo. Son muchos los que vienen a escucharlo, pero no acaban de abrirse al "Reino de Dios". Jesús va a insistir. Es urgente cambiar antes que sea tarde.
En cierta ocasión cuenta una pequeña parábola. Un propietario de un terreno tiene plantada una higuera en medio de su viña. Año tras año, viene a buscar fruto en ella y no lo encuentra. Su decisión parece la más sensata: la higuera no da fruto y está ocupando inútilmente un terreno, lo más razonable es cortarla.
Pero el encargado de la viña reacciona de manera inesperada. ¿Por qué no dejarla todavía? Él conoce aquella higuera, la ha visto crecer, la ha cuidado, no la quiere ver morir. Él mismo le dedicará más tiempo y más cuidados, a ver si da fruto.
El relato se interrumpe bruscamente. La parábola queda abierta. El dueño de la viña y su encargado desaparecen de escena. Es la higuera la que decidirá su suerte final. Mientras tanto, recibirá más cuidados que nunca de ese viñador que nos hace pensar en Jesús, "el que ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido".
Lo que necesitamos hoy en la Iglesia no es solo introducir pequeñas reformas, promover el "aggiornamento" o cuidar la adaptación a nuestros tiempos. Necesitamos una conversión a nivel más profundo, un "corazón nuevo", una respuesta responsable y decidida a la llamada de Jesús a entrar en la dinámica del Reino de Dios.
Hemos de reaccionar antes que sea tarde. Jesús está vivo en medio de nosotros. Como el encargado de la viña, él cuida de nuestras comunidades cristianas, cada vez más frágiles y vulnerables. Él nos alimenta con su Evangelio, nos sostiene con su Espíritu.
 Hemos de mirar el futuro con esperanza, al mismo tiempo que vamos creando ese clima nuevo de conversión y renovación que necesitamos tanto y que los decretos del Concilio Vaticano no han podido hasta hora consolidar en la Iglesia.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
7 de marzo de 2010

¿DÓNDE ESTAMOS NOSOTROS?

(Ver homilía del ciclo C – 28-02-2016)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
11 de marzo de 2007

¿PARA QUÉ UNA HIGUERA SIN HIGOS?

¿Para qué va a ocupar terreno en balde?

Jesús se esforzaba de muchas maneras por despertar en la gente la conversión a Dios. Era su verdadera pasión: ha llegado el momento de buscar el reino de Dios y su justicia, la hora de dedicarse a construir una vida más justa y humana, tal como la quiere él.
Según el evangelio de Lucas, Jesús pronunció en cierta ocasión una pequeña parábola sobre una higuera estéril. Quería desbloquear la actitud decepcionante de quienes le escuchaban, sin responder prácticamente a su llamada. El relato es breve y claro.
Un propietario tiene plantada en medio de su viña una higuera. Durante mucho tiempo ha venido a buscar fruto en ella. Sin embargo, año tras año, la higuera viene defraudando las esperanzas que ha depositado en ella. Allí sigue, estéril, en medio de la viña.
El dueño toma la decisión más sensata. La higuera no produce fruto y está absorbiendo inútilmente las fuerzas del terreno. Lo más razonable es cortarla. ¿Para qué va a ocupar un terreno en balde?
Contra toda sensatez, el viñador propone hacer todo lo posible para salvarla. Cavará la tierra alrededor de la higuera para que pueda contar con la humedad necesaria, y le echará estiércol para que se alimente. Sostenida por el amor, la confianza y la solicitud de su cuidador, la higuera queda invitada a dar fruto. ¿Sabrá responder?
El relato de Jesús es una parábola abierta, contada para provocar nuestra reacción. ¿Para qué una higuera sin higos? ¿Para qué una vida estéril y sin creatividad? ¿Para qué un cristianismo sin seguimiento práctico a Cristo? ¿Para qué una Iglesia sin dedicación al reino de Dios?
La pregunta de Jesús es inquietante. ¿Para qué una religión que no cambia nuestros corazones? ¿Para qué un culto sin conversión y una práctica que nos tranquiliza y confirma en nuestro bienestar? ¿Para qué preocuparnos tanto de ocupar un lugar importante en la sociedad, si no introducimos fuerza transformadora con nuestras vidas? ¿Para qué hablar de las «raíces cristianas» de Europa, si no es posible ver los «frutos cristianos» de los seguidores de Jesús?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
14 de marzo de 2004

VIDA ESTÉRIL

¿Para qué va a ocupar terreno en balde?

Es el riesgo más grave que nos amenaza a todos: terminar viviendo una vida estéril. Sin darnos cuenta, vamos reduciendo la vida a lo que nos parece importante: ganar dinero, estar informados, comprar cosas y saber divertirnos. Pasados unos años, nos podemos encontrar viviendo sin más horizonte ni proyectos.
Es lo más fácil. Poco a poco, vamos sustituyendo los valores que podrían alentar la vida por pequeños intereses que nos ayudan a «ir tirando». Tal vez, no es mucho, pero nos basta con «sobrevivir» sin más aspiraciones. Lo importante es «sentirse bien» y «mantenerse joven».
No nos sentimos tan mal en esta cultura que los expertos llaman «cultura de la intranscendencia». Confundimos lo valioso con lo útil, lo bueno con lo que nos apetece, la felicidad con el bienestar. Ya sabemos que eso no es todo, pero tratamos de convencernos de que nos basta.
Sin embargo, no es fácil vivir así, repitiéndonos una y otra vez, alimentándonos siempre de lo mismo, sin creatividad ni compromiso alguno, con esa sensación extraña de estancamiento, incapaces de hacemos cargo del propio sufrimiento y del ajeno de forma constructiva.
La razón última de esa insatisfacción es profunda. Vivir de manera estéril significa no entrar en el proceso creador de Dios, permanecer como espectadores pasivos, no entender nada de lo que es el misterio de la vida, negar en nosotros lo que nos hace más semejantes al Creador: el amor compasivo y la entrega generosa.
Jesús compara la vida estéril de una persona con una «higuera que no da fruto». ¿Para qué va a ocupar un terreno en balde? La pregunta de Jesús es inquietante. ¿Qué sentido tiene vivir ocupando un lugar en el conjunto de la creación si nuestra vida no contribuye a construir un mundo mejor? ¿Qué significa pasar por esta vida sin hacerla un poco más humana?
Criar un hijo, construir una familia, cuidar a los padres ancianos, cultivar la amistad o acompañar de cerca a una persona necesitada... no es «desaprovechar la vida», sino vivirla desde su raíz más plena.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
18 de marzo de 2001

CAUTIVOS DE UNA RELIGIÓN BURGUESA

A ver si da fruto.

Hace unos años Juan Bautista Metz publicó un pequeño libro que causó verdadero impacto entre los católicos alemanes. Según el prestigioso teólogo, en la Europa actual no es la religión la que transforma a la sociedad burguesa. Es, más bien, ésta la que va rebajando y desvirtuando lo mejor de la religión cristiana (Más allá de la religión burguesa, Sígueme, Salamanca 1982).
No le faltaba razón. Día a día vamos interiorizando actitudes burguesas como la seguridad, el bienestar, la autonomía, el rendimiento o el éxito, que oscurecen y disuelven actitudes genuinamente cristianas como la conversión a Dios, la compasión, la defensa de los pobres, el amor desinteresado o la disposición al sufrimiento.
Qué fácil es vivir una religión que no cambia los corazones, un culto sin conversión, una práctica religiosa que nos tranquiliza y confirma en nuestro pequeño bienestar, mientras seguimos desoyendo las llamadas de Dios. ¿Cómo es nuestro cristianismo? ¿Nos convertimos o nos limitamos a creer en la conversión? ¿Nos compadecemos de los que sufren o nos limitamos a creer en la compasión? ¿Amamos de manera desinteresada o nos limitarnos a vivir un amor privado y excluyente, que renuncia a la justicia universal y nos enejen-a en nuestro pequeño mundo?
¿Cómo puede ver Dios un «cristianismo estéril»? La parábola de Jesús nos habla de un señor que busca inútilmente los frutos de una higuera que no le da higos. La higuera es estéril. No hace sino «ocupar un terreno en balde». El señor, sin embargo, no la corta ni destruye. Al contrario, la cuida todavía mejor, y sigue esperando que un día dé frutos. Así es la paciencia de Dios. Después de veinte siglos de historia, sigue esperando un cristianismo más vigoroso y fecundo.
Tres actitudes nos pueden ayudar a irnos liberando del «cautiverio de una religión burguesa». En primer lugar, una mirada limpia para ver la realidad sin prejuicios ni intereses; las injusticias se alimentan a sí mismas mediante la mentira. Después, una empatía compasiva que nos lleve a defender a las víctimas y a solidarizarnos siempre con su sufrimiento. Por último, sencillez de vida para crear un estilo de vida alternativo a los códigos vigentes en la sociedad burguesa.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
15 de marzo de 1998

LA ORIENTACIÓN DE FONDO

A ver si da fruto.

El objetivo de la Iglesia no es preservar el pasado. Siempre será necesario volver a las fuentes para mantener vivo el fuego del Evangelio, pero su objeto no es conservar lo que está desapareciendo porque ya no responde a los interrogantes y desafíos del momento actual. La Iglesia no ha de convertirse en monumento de lo que fue. Alimentar el recuerdo y la nostalgia del pasado sólo conduciría a una pasividad y pesimismo poco acordes con el tono que ha de inspirar a la comunidad de Cristo.
El objetivo de la Iglesia no es tampoco sobrevivir. Sería indigno de su ser más profundo. Hacer de la supervivencia el propósito o la orientación subliminal del quehacer eclesial nos llevaría a la resignación y la inercia, nunca a la audacia y la creatividad. «Resignarse» puede parecer una virtud santa y necesaria hoy, pero puede también encerrar no poca comodidad y cobardía. Lo más sencillo sería cerrar los ojos y no hacer nada. Sin embargo, hay mucho que hacer. Nada menos que esto: escuchar y responder a la acción del Espíritu en estos momentos.
Propiamente, tampoco ha de ser el primer propósito configurar el futuro tratando de imaginar cómo habrá de ser la Iglesia en una época que nosotros no conoceremos. Nadie tiene una receta para el futuro. Sólo sabemos que el futuro se está gestando en el presente. Esta generación de cristianos está decidiendo en buena parte el porvenir de la fe entre nosotros. No hemos de caer en la impaciencia y el nerviosismo estéril buscando «hacer algo» como sea, de forma apresurada y sin discernimiento. Lo que seamos ahora mismo los creyentes de hoy será, de alguna manera, lo que se transmitirá a las siguientes generaciones.
Lo que se le pide a la Iglesia de hoy es que sea lo que dice ser: la Iglesia de Jesucristo. Por decirlo con palabras del evangelio de Juan, lo decisivo es «permanecer» en Cristo y «dar fruto» ahora mismo, sin dejarnos coger por la nostalgia del pasado ni por la incertidumbre del futuro. No es el instinto de conservación sino el Espíritu del Resucitado el que ha de guiamos. No hay excusas para no vivir la fe de manera viva ahora mismo, sin esperar a que las circunstancias cambien. Es necesario reflexionar, buscar nuevos caminos, aprender formas nuevas de anunciar a Cristo, pero todo ello ha de nacer de una santidad nueva.
La parábola de «la higuera estéril», dirigida por Jesús a Israel, se convierte hoy en una clara advertencia para la Iglesia actual. No hay que perderse en lamentaciones estériles. Lo decisivo es enraizar nuestra vida en Cristo y despertar la creatividad y los frutos del Espíritu.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
19 de marzo de 1995

¿QUIEN DECIDE MI VIDA?

A ver si da fruto.

La pregunta es compleja y ha sido objeto de vivas discusiones en el campo de la sicología. No hace falta seguir las teorías de Watson o Skinner sobre «la vida fabricada desde fuera», para observar la enorme repercusión que el entorno social tiene en cada uno de nosotros.
La vida de no pocos viene decidida, en buena parte, desde el mercado. La sociedad de consumo se preocupa de saber no quiénes somos, sino qué vamos a consumir y de qué dinero vamos a disponer. Todo está convenientemente organizado para hacer de cada uno de nosotros un buen consumidor.
La publicidad, por su parte, me dicta por qué cosas me tengo que interesar y hacia dónde he de dirigir mis pasos. La moda decide cómo he de vestir y qué aspecto he de presentar. La cultura me indica cómo he de pensar y qué he de sentir. Además, mi trabajo y mi rol social me hacen vivir en función de unos determinados intereses.
Por eso, todo aquel que quiera ser él mismo ha de preguntarse alguna vez: «Quién decide mi vida? ¿A quién o a qué le estoy dando poder para programar mi existencia diaria?» En el fondo de estos interrogantes subyace otra cuestión más radical: «Qué quiero ser yo? ¿Qué busco?»
A nadie se le escapa que son preguntas importantes en las que nos jugamos todo. Sin embargo, raras veces aparecen en la vida de las personas. De ordinario, andamos «ocupados» con preguntas, a nuestro parecer, más prácticas e interesantes, buscando en cada momento qué nos resultará más útil o más agradable.
El riesgo de empobrecer nuestra vida es, entonces, muy grande. O nos dejamos manejar desde fuera como marionetas, o nos guiamos por algo tan postmoderno como el «me apetece» y «me gusta» ¿No es éste el modo de «funcionar» de bastantes?
Desde una perspectiva creyente, la vida es un don y una tarea. El gran regalo que hemos recibido todos y la gran tarea que tenemos por delante: ese «¿qué voy a hacer con mi vida?» que decía X. Zubiri. Es como si Dios, Creador y Padre, nos dijera a cada uno: «Hijo mío, tú estás sostenido por mi gracia y mi bendición. Tienes todo lo necesario para vivir tu aventura personal y ser tú mismo. ¿Por qué no vives como hijo mío?».
La parábola narrada por Jesús, del hombre que planta una higuera y viene año tras año a buscar fruto, es imagen de la «paciencia» de Dios que sigue esperando ver más fruto en nuestra vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
22 de marzo de 1992

NO MALGASTAR LA VIDA

A ver si da fruto...

La vida moderna ha traído consigo un aumento notable del número de muertes repentinas. Hombres jóvenes fulminados por el infarto o la crisis cerebral. Vidas destrozadas en cualquier carretera. Accidentes laborales y tragedias de todo tipo.
Son noticias que a veces aparecen en primera página. Pero, casi diariamente las podemos encontrar en los espacios de «noticias breves» o en las páginas de sucesos. Ya sólo nos afectan cuando se trata de un familiar, un amigo o alguien conocido.
Todos sabemos que nuestra vida es limitada y que siempre está amenazada por la enfermedad, el accidente o la desgracia. Pero la muerte repentina nos hace ver con más claridad la fragilidad de nuestra existencia.
Sin embargo, el hombre contemporáneo se resiste a reflexionar. La muerte ya no es misterio ni destino. No ayuda a comprender la vida. Hay que tomarla como un accidente inevitable, triste y desagradable que es necesario olvidar cuanto antes.
Los mismos predicadores apenas hablan de ella. Se ha abusado tanto en otras épocas infundiendo el temor a la muerte repentina y urgiendo la conversión bajo la amenaza del juicio imprevisto de Dios, que nadie quiere caer en una trampa tan poco digna.
Sin embargo, es una equivocación considerar la muerte como algo irrelevante y cerrar los ojos a una realidad que pertenece a la misma vida: la existencia de cada persona puede quedar truncada en cualquier momento.
Es más sana la postura de Jesús que, ante el asesinato de unos galileos a manos de Pilato o ante el accidente mortal de dieciocho habitantes de Jerusalén aplastados por el derrumbamiento de una torre cercana a la piscina de Siloé, se esfuerza por hacer reflexionar a sus contemporáneos. La posibilidad de que de nuestra vida acabe en cualquier momento nos ha de hacer pensar qué estamos haciendo con ella.
La parábola de la higuera estéril es una llamada de alerta a quienes viven de manera infecunda y mediocre. ¿Cómo es posible que una persona que recibe la vida como un regalo lleno de posibilidades vaya pasando los días malgastándola inútilmente?
Según Jesús, es una grave equivocación vivir de manera estéril y perezosa, dejando siempre para más tarde esa decisión personal que sabemos daría un rumbo nuevo, más creativo y fecundo a nuestra existencia.
He podido leer estos días un conjunto de pensamientos breves atribuidos a Madre Teresa de Calcuta. Tal vez puedan ayudar a alguien a decidirse por una manera nueva de vivir:
«La vida es una oportunidad, aprovéchala. La vida es belleza, admírala. La vida es un reto, afróntalo. La vida es un deber, cúmplelo. La vida es un juego, juégalo. La vida es preciosa, cuídala. La vida es amor, gózalo. La vida es un misterio, desvélalo. La vida es tristeza, supérala. La vida es un combate, acéptalo. La vida es una tragedia, domínala. La vida es una aventura, arrástrala. La vida es felicidad, merécela. La vida es la vida, defiéndela.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
26 de febrero de 1989

EL SI CONFIADO A DIOS

Si no os convertís...

Estos días estoy oyendo hablar de Dios a bastantes personas que han leído la Carta Pastoral de los Obispos. A varios les he escuchado la misma pregunta: ¿Es posible realmente vivir una relación viva y concreta con ese Dios en nuestros días o es una “utopía” más, algo de lo que hablamos sabiendo que nuestras vidas seguirán como siempre?
Ciertamente, Dios no puede acercarse a nosotros como Alguien vivo y concreto mientras nosotros no queramos abrirnos sinceramente a El. Y acoger a Dios quiere decir dejar que Dios diga algo a nuestra vida. Dejarle a Dios ser Dios en nuestro vivir diario.
Esta actitud no es algo sencillo. Confiarse a Dios es algo radical, absoluto, incondicional, que no puede brotar de cualquier manera en nosotros a partir de razones, argumentos y pruebas. Cuando el hombre se confía a Dios está arriesgando mucho más que todo lo que esas razones y pruebas parecen apoyar.
Ese SI confiado a Dios descansa en último término en una decisión vital que tiene lugar en nosotros a un nivel más profundo que todas las pruebas racionales o coacciones de carácter intelectual.
Es una decisión de confianza radical en la vida y en Aquel que la fundamenta y la sostiene. Pese a toda la incertidumbre e inseguridad que nos rodea, pese a nuestro desvalimiento y fragilidad, nace en nosotros una radical confianza en el sentido último del mundo y de la vida y en el misterio santo de Aquel que lo alienta todo.
Lo que sucede es que en las cosas más insignificantes y triviales, las personas podemos tener una gran seguridad. Es fácil estar seguro de que dos y dos son cuatro. Pero cuanto más profundo es el misterio en el que queremos ahondar, tanto más debemos abrirnos a él, prepararnos interiormente, acoger con toda nuestra persona, escuchar toda llamada por humilde que nos pueda parecer.
Creer en Dios exige una conversión, una actitud abierta y confiada al misterio. La advertencia de Jesús es clara: “Si no os convertís, todos pereceréis”.
No es indiferente decir sí o decir no a Dios. Cada uno de nosotros elegimos el sentido último que queremos dar a nuestra existencia. Y también vale aquí aquello de que quien no elige ya está eligiendo. Ha elegido no elegir. Probablemente la elección más desacertada y cobarde.
La fe del creyente descansa en una confianza total en Dios. Su oración última es la del salmista: “En Ti, Señor, confié, no me veré defraudado para siempre”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
2 de marzo de 1986

NO BASTA CRITICAR

Si no os convertís, todos pereceréis.

No basta criticar. No basta indignarse y deplorar los males, atribuyendo siempre y exclusivamente a otros su responsabilidad.
Nadie puede situarse en una «zona neutral» de inocencia. De muchas maneras, todos somos culpables. Y es necesario que todos sepamos reconocer nuestra propia responsabilidad en los conflictos y la injusticia que afecta a nuestra sociedad.
Sin duda, la crítica es necesaria si queremos construir una convivencia más humana. Pero la crítica se convierte en verdadero engaño cuando termina siendo un tranquilizante cómodo que nos impide descubrir nuestra propia implicación en las injusticias y nuestra despreocupación por los problemas de los demás.
Jesús nos invita a no pasarnos la vida denunciando culpabilidades ajenas. Una actitud de conversión exige además la valentía de reconocer con sinceridad el propio pecado y comprometerse en la renovación de la propia vida.
Hemos de convencernos de que necesitamos reconstruir entre todos una civilización que se asiente en cimientos nuevos. Se hace urgente un cambio de dirección.
Hay que abandonar presupuestos que hemos estado considerando válidos e intangibles y dar a nuestra convivencia una nueva orientación.
Tenemos que aprender a vivir una vida diferente, no de acuerdo a las reglas de juego que hemos impuesto en nuestra sociedad egoísta, sino de acuerdo a valores nuevos y escuchando las aspiraciones más profundas del ser humano.
Desde el «impasse» a que ha llegado nuestra sociedad del bienestar, hemos de escuchar el grito de alerta de Jesús: «Si no os convertís, todos pereceréis».
Nos salvaremos, si llegamos a ser no más poderosos sino más solidarios. Creceremos, no siendo cada vez más grandes sino estando cada vez más cerca de los pequeños. Seremos felices, no teniendo cada vez más, sino compartiendo cada vez mejor.
No nos salvaremos si continuamos gritando cada uno nuestras propias reivindicaciones y olvidando las necesidades de los demás.
No seremos más cuerdos si no aprendemos a vivir más en desacuerdo con el sistema de vida utilitarista, hedonista e insolidario que nos hemos organizado.
Nos salvaremos si desoímos más el ruido de los «slogans» y nos atrevemos a escuchar con más fidelidad el susurro del evangelio de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
6 de marzo de 1983

BUSCANDO AL CULPABLE

¿Pensáis que eran más culpables?

Los análisis que explican el origen de la injusticia y la opresión en nuestra sociedad no nos dan la última respuesta al problema del mal en el hombre.
Los diversos estudios de carácter sociológico y sicológico que tratan de descubrir las causas históricas de los males concretos que esclavizan al hombre moderno son absolutamente necesarios para buscar soluciones eficaces a nuestra sociedad actual. Pero, no terminan de explicar el enigma de un hombre que no logra la convivencia gozosa y liberadora que anda buscando.
Hay muchas preguntas que no tienen fácil respuesta. ¿Por qué los hombres, en la medida en que tienen fuerza, tienden a oprimir a otros? ¿Por qué los que poseen bienes no buscan, en general, compartirlos con los necesitados? ¿Por qué el hombre situado en una posición de privilegio y poder no busca eficazmente la igualdad fundamental de todos?
No parece una ingenuidad el escuchar la invitación de Jesús a descubrir con ms lucidez, detrás de los acontecimientos y actuaciones humanas, la fuerza del pecado como una realidad que nos deshumaniza individual y colectivamente.
El pecado, no como un rasgo genérico de nuestra condición humana, sino como un egoísmo concreto que crece en el corazón de cada hombre y toma cuerpo en las instituciones injustas y en los mecanismos y estructuras de opresión que, con frecuencia, encauzan la actividad económica y política.
Sin duda, la humanización de nuestra convivencia exige una serie de conquistas de orden político y socio-económico: una distribución más equitativa de lo que se produce, una participación mayor de los ciudadanos en la gestión pública, un control más eficaz del servicio público...
Pero, sería una equivocación pensar que el futuro más humano de nuestra sociedad se construirá sólo con la puesta en marcha de unos determinados proyectos políticos.
No nacerá un «hombre nuevo» entre nosotros, si cada uno no somos conscientes de nuestro propio pecado y nos comprometemos es un esfuerzo de renovación personal.
Ha crecido de manera notable nuestra capacidad crítica frente a las estructuras, la institución y la culpabilidad de los demás. Pero, corremos el riesgo de quedarnos ciegos ante nuestra propia culpa.
Tratamos de buscar al culpable y lo encontramos casi siempre en los demás. Pero, todos sabemos que nuestra sociedad no cambiará por el hecho de que cada uno apunte acusadoramente al vecino.
El enemigo de una sociedad más justa no es sólo el otro, sino yo mismo, con mi egoísmo, mi irresponsabilidad, mi absentismo cómodo, mi despreocupación por los problemas ajenos.

José Antonio Pagola


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Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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