lunes, 28 de marzo de 2016

03/04/2016 - 2º domingo de Pascua (C)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción". 
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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2º domingo de Pascua (C)

2º domingo de Pascua (C)

EVANGELIO

A los ocho días, llegó Jesús.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 20,19-31

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
- Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
- Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
- Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
- Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
- Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
- Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
- ¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
- ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2015-2016 -
3 de abril de 2016

NO SEAS INCRÉDULO SINO CREYENTE

No seas incrédulo, sino creyente.

La figura de Tomás como discípulo que se resiste a creer ha sido muy popular entre los cristianos. Sin embargo, el relato evangélico dice mucho más de este discípulo escéptico. Jesús resucitado se dirige a él con unas palabras que tienen mucho de llamada apremiante, pero también de invitación amorosa: «No seas incrédulo, sino creyente». Tomás, que lleva una semana resistiéndose a creer, responde a Jesús con la confesión de fe más solemne que podemos leer en los evangelios: «Señor mío y Dios mío».
¿Qué ha experimentado este discípulo en Jesús resucitado?  ¿Qué es lo que ha transformado al hombre hasta entonces dubitativo y vacilante? ¿Qué recorrido interior lo ha llevado del escepticismo hasta la confianza? Lo sorprendente es que, según el relato, Tomás renuncia a verificar la verdad de la resurrección tocando las heridas de Jesús. Lo que le abre a la fe es Jesús mismo con su invitación.
A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más escépticos, pero también más frágiles. Nos hemos hecho más críticos, pero también más inseguros. Cada uno hemos de decidir cómo queremos vivir y cómo queremos morir. Cada uno hemos de responder a esa llamada que, tarde o temprano, de forma inesperada o como fruto de un proceso interior, nos puede llegar de Jesús: «No seas incrédulo, sino creyente».
Tal vez, necesitamos despertar más nuestro deseo de verdad. Desarrollar esa sensibilidad interior que todos tenemos para percibir, más allá de lo visible y lo tangible, la presencia del Misterio que sostiene nuestras vidas. Ya no es posible vivir como personas que lo saben todo. No es verdad. Todos, creyentes y no creyentes, ateos y agnósticos, caminamos por la vida envueltos en tinieblas. Como dice Pablo de Tarso, a Dios lo buscamos «a tientas».
¿Por qué no enfrentarnos al misterio de la vida y de la muerte confiando en el Amor como última Realidad de todo? Ésta es la invitación decisiva de Jesús. Más de un creyente siente hoy que su fe se ha ido convirtiendo en algo cada vez más irreal y menos fundamentado. No lo sé. Tal vez, ahora que no podemos ya apoyar nuestra fe en falsas seguridades, estamos aprendiendo a buscar a Dios con un corazón más humilde y sincero.
No hemos de olvidar que una persona que busca y desea sinceramente creer, para Dios es ya creyente. Muchas veces, no es posible hacer mucho más. Y Dios, que comprende nuestra impotencia y debilidad, tiene sus caminos para encontrarse con cada uno y ofrecerle su salvación.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2012-2013 -
7 de abril de 2013

DE LA DUDA A LA FE

El hombre moderno ha aprendido a dudar. Es propio del espíritu de nuestros tiempos cuestionarlo todo para progresar en conocimiento científico. En este clima la fe queda con frecuencia desacreditada. El ser humano va caminando por la vida lleno de incertidumbres y dudas.
Por eso, todos sintonizamos sin dificultad con la reacción de Tomás, cuando los otros discípulos le comunican que, estando él ausente, han tenido una experiencia sorprendente: "Hemos visto al Señor". Tomás podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta es clara: "Si no lo veo...no lo creo".
Su actitud es comprensible. Tomás no dice que sus compañeros están mintiendo o que están engañados. Solo afirma que su testimonio no le basta para adherirse a su fe. Él necesita vivir su propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en ningún momento.
Tomás ha podido expresar sus dudas dentro de grupo de discípulos. Al parecer, no se han escandalizado. No lo han echado fuera del grupo. Tampoco ellos han creído a las mujeres cuando les han anunciado que han visto a Jesús resucitado. El episodio de Tomás deja entrever el largo camino que tuvieron que recorrer en el pequeño grupo de discípulos hasta llegar a la fe en Cristo resucitado.
Las comunidades cristianas deberían ser en nuestros días un espacio de diálogo donde pudiéramos compartir honestamente las dudas, los interrogantes y búsquedas de los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro interior la misma experiencia. Para crecer en la fe necesitamos el estímulo y el diálogo con otros que comparten nuestra misma inquietud.
Pero nada puede remplazar a la experiencia de un contacto personal con Cristo en lo hondo de la propia conciencia. Según el relato evangélico, a los ocho días se presenta de nuevo Jesús. No critica a Tomás sus dudas. Su resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le muestra sus heridas.
No son "pruebas" de la resurrección, sino "signos" de su amor y entrega hasta la muerte. Por eso, le invita a profundizar en sus dudas con confianza: "No seas incrédulo, sino creyente". Tomas renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo sabe que Jesús lo ama y le invita a confiar: "Señor mío y Dios mío".
Un día los cristianos descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de manera sana, sin perder el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden rescatar de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, para estimularnos a crecer en amor y en confianza en Jesús, ese Misterio de Dios encarnado que constituye el núcleo de nuestra fe.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
11 de abril de 2010

NO SEAS INCRÉDULO SINO CREYENTE

(Ver homilía del ciclo C - 2015-2016)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
15 de abril de 2007

ABRIR LAS PUERTAS

… con las puertas cerradas por miedo a los judíos.

El evangelio de Juan describe con trazos oscuros la situación de la comunidad cristiana cuando en su centro falta Cristo resucitado. Sin su presencia viva, la Iglesia se convierte en un grupo de hombres y mujeres que viven «en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos».
Con las «puertas cerradas» no se puede escuchar lo que sucede fuera. No es posible captar la acción del Espíritu en el mundo. No se abren espacios de encuentro y diálogo con nadie. Se apaga la confianza en el ser humano y crecen los recelos y prejuicios. Pero una Iglesia sin capacidad de dialogar es una tragedia, pues los seguidores de Jesús estamos llamados a actualizar hoy el eterno diálogo de Dios con el ser humano.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo. Pero, si no lo amamos, no lo estamos mirando como lo mira Dios. Y, si no lo miramos con los ojos de Dios, ¿cómo comunicaremos su Buena Noticia?
Si vivimos con las puertas cerradas, ¿quién dejará el redil para buscar a las ovejas perdidas? ¿Quién se atreverá a tocar a algún leproso excluido? ¿Quién se sentará a la mesa con pecadores o prostitutas? ¿Quién se acercará a los olvidados por la religión? Los que quieran buscar al Dios de Jesús, se encontrarán con nuestras puertas cerradas.
Nuestra primera tarea es dejar entrar al resucitado a través de tantas barreras que levantamos para defendernos del miedo. Que Jesús ocupe el centro de nuestras iglesias, grupos y comunidades. Que sólo él sea fuente de vida, de alegría y de paz. Que nadie ocupe su lugar. Que nadie se apropie de su mensaje. Que nadie imponga un estilo diferente al suyo.
Ya no tenemos el poder de otros tiempos. Sentimos la hostilidad y el rechazo en nuestro entorno. Somos frágiles. Necesitamos más que nunca abrirnos al aliento del resucitado y acoger su Espíritu Santo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
18 de abril de 2004

ALEGRÍA Y PAZ

Se llenaron de alegría.

No les resultaba fácil a los discípulos y discípulas expresar lo que estaban viviendo. Se les ve acudir a toda clase de recursos narrativos. El núcleo, sin embargo, siempre es el mismo: Jesús vive y está de nuevo con ellos. Esto es lo decisivo. Recuperan a Jesús lleno de vida.
Los discípulos se encuentran con el que los había llamado y al que habían dejado solo. Las mujeres abrazan al que había defendido su dignidad y las había acogido como amigas. Pedro llora al verlo: ya no sabe si lo quiere más que los demás, sólo sabe que lo ama. María de Magdala abre su corazón a quien la había seducido para siempre. Los pobres, las prostitutas y los indeseables lo sienten de nuevo cerca, como en aquellas inolvidables comidas junto a él.
Ya no será como en Galilea. Tendrán que aprender a vivir de la fe. Deberán llenarse de su Espíritu. Tendrán que recordar sus palabras y actualizar sus gestos. Pero, Jesús, el Señor, está con ellos lleno de vida para siempre.
Todos experimentan lo mismo: una paz honda y una alegría incontenible. Las fuentes evangélicas, tan sobrias siempre para hablar de sentimientos, lo subrayan una y otra vez: el resucitado despierta en ellos alegría y paz. Es tan central esta experiencia que se puede decir, sin exagerar, que de esta paz y esta alegría nació la fuerza evangelizadora de los seguidores de Jesús.
¿Dónde está hoy esa alegría en una Iglesia, a veces tan cansada, tan seria, tan poco dada a la sonrisa, con tan poco humor y humildad para reconocer, sin problemas, sus errores y limitaciones? ¿Dónde está esa paz en una Iglesia tan llena de miedos, tan obsesionada por sus propios problemas, buscando casi siempre su propia defensa antes que la felicidad de la gente?
¿Hasta cuándo podremos seguir defendiendo nuestras doctrinas de manera tan monótona y aburrida, si, al mismo tiempo, no experimentamos la alegría de «vivir en Cristo»? ¿A quién atraerá nuestra fe si, a veces, no podemos ya ni aparentar que vivimos de ella?
Y, si no vivimos del Resucitado, ¿quién va a llenar nuestro corazón, dónde se va a alimentar nuestra alegría? Y, si falta la alegría que brota de él, ¿quién va a comunicar algo «nuevo y bueno» a quienes dudan, quién va a enseñar a creer de manera más viva, quién va a contagiar esperanza a los que sufren?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
22 de abril de 2001

EL REGALO DE LA ALEGRÍA

Se llenaron de alegría.

Todos hemos conocido alguna vez momentos de alegría intensa y clara. Tal vez, sólo ha sido una experiencia breve y frágil, pero suficiente para vivir una sensación de plenitud y cumplimiento. Nadie nos lo tiene que decir desde fuera. Cada uno sabemos que en el fondo de nuestro ser está latente la necesidad de la alegría. Su presencia no es algo secundario y de poca importancia. La necesitamos para vivir. La alegría ilumina nuestro misterio interior y nos devuelve la vida. La tristeza lo apaga todo. Con la alegría todo recobra un color nuevo; la vida tiene sentido; todo se puede vivir de otra manera.
No es fácil decir en qué consiste la alegría, pero ciertamente hay que buscarla por dentro. La sentimos en nuestro interior, no en lo externo de nuestra persona. Puede iluminar nuestro rostro y hacer brillar nuestra mirada, pero nace en lo más íntimo de nuestro ser. Nadie puede poner alegría en nosotros si nosotros no la dejamos nacer en nuestro corazón.
Hay algo paradójico en la alegría. No está a nuestro alcance, no la podemos «fabricar» cuando queremos, no la recuperamos a base de esfuerzo, es una especie de «regalo» misterioso. Sin embargo, en buena parte, somos responsables de nuestra alegría, pues nosotros mismos la podemos impedir o ahogar.
Desde una perspectiva cristiana, la raíz última del gozo está en Dios. La alegría no es simplemente un estado de ánimo. Es la presencia viva de Cristo en nosotros, la experiencia de la cercanía y de la amistad de Dios, el fruto primero de la acción del Espíritu en nuestro corazón. El relato evangélico dice que «los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor».
Es fácil estropear esta alegría interior. Basta con encerrarse en uno mismo, endurecer el corazón, no ser fiel a la propia conciencia, alimentar nostalgias y deseos imposibles, pretender acapararlo todo. Por el contrario, la mejor manera de alimentar la alegría es vivir amando. Quien no conoce el amor cae fácilmente en la tristeza. Por eso, el culmen de la alegría se alcanza cuando dos personas se miran desde un amor recíproco desinteresado. Es fácil que entonces presientan la alegría que nace de ese Dios que es sólo Amor.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
19 de abril de 1998

FE Y PROGRESO

Dichosos los que crean sin haber visto.

Se habla hoy una y otra vez de crisis de fe. El término «crisis» tiene actualmente un sentido peyorativo. Sin embargo, proviene del verbo griego «krínein» que significa discernir, separar, juzgar. Una situación de crisis de fe es un momento decisivo que invita a clarificar las cosas y descubrir qué es en verdad ser creyente.
Se piensa con frecuencia que el moderno progreso de la ciencia y de la técnica es una amenaza para la fe. No es así. Dios ha creado al ser humano precisamente para que desarrolle su capacidad creativa. La fe no ha de temer el progreso científico. Al contrario, en ese progreso ha de encontrar el mejor espacio para crecer.
El progreso moderno se fundamenta básicamente en el cálculo y la eficacia. Para progresar científicamente es necesario el cálculo riguroso y preciso. Por otra parte, hay que asegurar y verificar la eficiencia. ¿Se resuelve así el problema de la vida? ¿Logra el ser humano de este modo satisfacer su anhelo de verdad, sentido y plenitud?
En medio del progreso, la persona ha de ser inteligente. Ha de saber leer dentro de la realidad (inteligencia viene de «intus-legere»), penetrar en el sentido de la existencia, encontrar el camino acertado para responder a sus anhelos más hondos. La fe no va contra la inteligencia, sino que la estimula.
La fe va más allá del progreso técnico. El creyente va al fondo de esa realidad que la técnica trabaja en sus aspectos más externos, escucha el misterio último de la existencia, se deja interrogar por la vida. La fe no nace como conclusión de una investigación científica, sino como gracia a la que se abre quien está atento a la vida y vive en actitud acogedora. La fe poco tiene que ver con la rigidez de la ciencia. Es más bien la acogida confiada del Misterio más allá de la ciencia.
El relato del encuentro de Tomás con Cristo resucitado es iluminador. Tomás adopta en principio una actitud científica: pide pruebas rigurosas y verificación eficiente. No es ése el camino de la fe. Cuando se encuentra con Cristo cambia de postura. No mete sus dedos ni su mano en las llagas. Reconoce sus límites, se deja interrogar por el Misterio, lo acoge y termina en actitud de adoración. Se hace creyente. El cristiano valora el progreso moderno que tanto puede humanizar la vida, pero no se cierra al misterio de Dios en quien está la salvación definitiva del ser humano.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
23 de abril de 1995

NO SEAS INCREDULO

No seas incrédulo, sino creyente.

Los positivismos de todos los tiempos han defendido algo que se puede formular así: «No existe más realidad ni hay más verdad que la que yo puedo ver y tocar.» Naturalmente, las preguntas que a uno le brotan no son pocas: ¿Quién me garantiza a mí que no existe ninguna realidad más allá de lo que yo puedo comprobar?, ¿quién me asegura que mi razón es la medida de todo?, ¿no puedo sospechar que la profundidad y la grandeza de la existencia es más de lo que yo puedo abarcar directamente?
No hace mucho hablaba de estas cosas con un catedrático, de gran prestigio en su propio campo. Había intervenido yo el día anterior en unas Jornadas de la Universidad Balear con una ponencia poco habitual en esos foros: «¿Cómo nació la fe en la resurrección de Jesús?» El profesor se declaraba agnóstico pero estaba enormemente interesado por el origen de la fe cristiana.
Conversamos largamente sobre Cristo: ¿Está actualmente vivo?, ¿es un difunto más?, ¿cómo creer en él si no podemos verle?, ¿quién puede garantizar que nos aporta algo positivo?, ¿tiene sentido el empeñarnos en mantener viva esta reliquia del pasado? En muchas cosas sintonizábamos: los dos queríamos conocer la verdad; ambos sabíamos que no podíamos fundamentar nuestras respectivas posturas en pruebas científicas: yo acepto una Causa y un Origen misterioso que llamo «Dios»; él admitía una misteriosa ausencia de toda causa y origen.
En un determinado momento nos preguntamos por qué él tendía a negar a Dios y por qué yo me inclinaba a creer en Él. El catedrático, buen conocedor del evangelio, me dijo: «Mi postura es la de Tomás: yo necesito ver con mis propios ojos y tocar con mis propias manos.» Yo le hice ver entonces que el relato evangélico está redactado con mucho cuidado; en definitiva, Tomás no llega a meter sus dedos ni su mano en las llagas, sino que confiesa a Jesús como «Señor y Dios» después de haber escuchado desde el fondo de su ser esta llamada: «No seas incrédulo, sino creyente. » Entonces aquel hombre me hizo esta confesión sincera y sorprendente: «Si es así, no me parezco a Tomás, pues yo, en mi lucha interior, me he sorprendido a mí mismo en alguna ocasión haciéndole a Dios esta extraña petición: “Consérvame en la incredulidad”.»
Los dos quedamos en silencio. Estábamos hablando de algo que nos superaba a ambos. ¿Quién puede conocer los subterfugios y resistencias de los humanos ante la visita de Dios? El Misterio último de la vida nos desborda a creyentes y agnósticos. El corazón humano es pequeño y débil. Tal vez, su mayor grandeza está en escuchar esa llamada misteriosa: «No seas incrédulo, sino creyente. »

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
26 de abril de 1992

DANOS LA PAZ

Paz a vosotros.

En medio de este pueblo, enfrentado por tantos conflictos y desgarrado por tanta violencia, escucho en silencio, Señor, las primeras palabras que pronuncian tus labios de resucitado, después que los hombres te han crucificado: «Paz a vosotros.»
Y entiendo con una luz nueva que la paz no es un vago deseo, propio de gente ingenua que no tiene los pies en el suelo, sino el destino último del hombre, lo que más profundamente deseas tú para todos los pueblos y, también, para el nuestro.
Escuchando tus palabras, veo con más claridad que los que pecan de falta de realismo son quienes, en nombre de alguna causa, promueven el odio y la violencia porque no creen en el hombre ni en sus posibilidades.
Este es, Señor, nuestro gran pecado. No nos atrevemos a experimentar los caminos de la no-violencia. No nos fiamos del diálogo. No creemos que al mal sólo se le vence con el bien, a la injuria con el perdón, a la violencia con la paz.
Y aquí seguimos, divididos y enfrentados. Unos celebran el «Aberri Eguna», otros no. Unos lo celebran con una consigna y otros con otra. Fácilmente nos sentimos no sólo adversarios, sino también enemigos. Pero tú nos recuerdas que todos somos hermanos y no estamos hechos para vivir permanentemente en la violencia y el rechazo mutuo, sino en el diálogo y la paz.
Ese saludo pascual, «Paz a vosotros», que repites una y otra vez a los hombres, nos llama a todos a la conversión, pues todos hemos obstaculizado la paz cuando hemos ahondado la división entre nosotros, cuando hemos creado un clima de mutua intolerancia, hemos alentado de alguna manera el odio o hemos permanecido indiferentes, sin reaccionar ante atentados violentos e injusticias de todo tipo.
Señor, limpia nuestro corazón, pues en su interior se genera, en definitiva, la violencia, el odio y la venganza. Sanea nuestra mente que tiende a absolutizar siempre lo propio para imponerlo con fuerza a los demás. Transforma nuestros sentimientos y siembra en nosotros la concordia, la ternura y la compasión ante todo ser humano. Enséñanos a buscar la paz por caminos de justicia, diálogo y verdad.
Pero, por mucho que nosotros trabajemos en favor de la paz, nunca podremos presentarnos ante ti con una paz construida, lograda. Pobre paz la que sea sólo una paz hecha por nosotros. Por eso, escucha tú el deseo de este pueblo, cansado ya de tanta violencia, que pide y necesita paz. Tú que quitas el pecado del mundo, danos la paz.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
2 de abril de 1989

EXPERIMENTAR LA PAZ

La paz a vosotros.

Los relatos cristianos tienen especial interés en señalar que el encuentro con el Resucitado es siempre una experiencia pacificadora. Este es su saludo y su regalo: “La paz a vosotros”.
El hombre contemporáneo habla mucho de la necesidad de evitar las guerras y conflictos armados entre los pueblos. Podemos leer toda clase de libros, artículos y reflexiones sobre la necesidad de detener la carrera de armamentos y suprimir la fabricación de armas nucleares antes de que la humanidad sea destruida.
Pero apenas habla nadie de la necesidad de paz interior. Esa paz personal sin la cual la vida de cada hombre o mujer puede quedar destruida.
Esa paz no proviene sólo de circunstancias externas ni consiste en no tener problemas o conflictos de importancia. Es más bien una plenitud de vida que se experimenta gozosamente en lo más profundo del corazón como conquista y como don.
Esta paz nace de una confianza creciente en el Dios que nos salva, y se va difundiendo en todo nuestro ser, liberándonos de miedos di fusos o concretos, de angustias inmediatas o antiguas, de culpabilidades recientes o pasadas.
Esta paz exige enfrentarnos con nuestra propia verdad y reconciliarnos con nosotros mismos. Las cosas, las personas, el ajetreo de cada día, los problemas tiran de nosotros, nos dispersan, nos disgregan y nos distancian de nosotros mismos. Necesitamos poner cada cosa en su verdadero sitio, dar una unidad más profunda a nuestra vida, aceptar humildemente lo que somos, enraizar nuestra existencia en Dios.
No necesito entonces agarrarme nerviosamente a mí y a mis cosas puesto que soy sostenido por el Creador mismo de la vida. No necesito cargar con el peso de mis equivocaciones y mis pecados pues soy acogido y perdonado por quien es el Amor.
Puedo ser paciente conmigo mismo y aceptar humildemente mi fragilidad y mi pequeñez. Puedo autoestimarme sin hundirme en la amargura y en la desesperanza, a pesar de todas mis limitaciones.
Quien no está en paz consigo mismo no puede ser pacificador sino que vive vertiendo en la sociedad su amargura interior, su desintegración, su fracaso personal.
Quien conoce esta paz interior y la sabe guardar y hacer crecer en su corazón, se convierte en “constructor de paz” en la convivencia diaria. Celebrar la resurrección del Señor es acoger esa paz y difundirla en el mundo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
6 de abril de 1986

SIN HABER VISTO

Dichosos los que crean sin haber visto.

Las experiencias de Pascua terminaron un día. Ninguno de nosotros se ha vuelto a encontrar con Jesús, el resucitado. Al parecer, ya no tenemos, hoy día, experiencias semejantes.
Pero, si las experiencias que se esconden tras esos relatos no son ya accesibles a nosotros, y si no pueden ser revividas, de alguna manera, en nuestra propia experiencia, ¿no quedarán todos estos relatos maravillosos en algo muerto que ni la mejor de las exégesis logrará devolver a la vida?
Sin duda, ha habido a lo largo de la historia, hombres que han vivido experiencias extraordinarias. No se puede leer sin emoción el fragmento que encontraron en una prenda de vestir de Blas Pascal.
Con toda exactitud nos indica el gran científico y pensador francés el momento preciso en que vivió una experiencia estremecedora que dejó huella imborrable en su alma.
No parece tener palabras adecuadas para describirla: «Seguridad plena, seguridad plena... Alegría, alegría, alegría, lágrimas de alegría... Jesucristo. Yo me he separado de El; he huido de El; le he negado y crucificado. Que no me aparte de El jamás. El está únicamente en los caminos que se nos enseñan en el Evangelio».
No se trata de vivir experiencias tan profundas y singulares como la vivida por Pascal. Mucho menos, todavía, pretender encontrarnos con Jesús resucitado de manera idéntica a como se encontraron con él los primeros discípulos sobre cuyo testimonio único descansan todas nuestras experiencias de fe.
Pero, ¿hemos de renunciar a toda experiencia personal de encuentro con el que está Vivo? Obsesionados sólo por la razón, ¿no nos estamos convirtiendo en seres insensibles, incapaces de escapar de una red de razonamientos y raciocinios que nos impiden captar llamadas importantes de la vida?
¿No tenemos ya nadie esas experiencias de encuentro reconciliador con Cristo en donde uno encuentra esa paz que le recompone a uno el alma, le reorganiza de nuevo la vida y le introduce en una existencia más clara y transparente?
¿No hemos tenido nunca la «certeza creyente» de que el que murió en la cruz vive y está próximo a nosotros? ¿No hemos experimentado nunca que Cristo resucita hoy en las raíces mismas de nuestra propia vida?
¿No hemos experimentado nunca que algo se conmovía interiormente en nosotros ante Cristo, que se despertaba en nosotros la alegría, la seducción y la ternura y que algo se ponía en nosotros en seguimiento de ese Jesús vivo?
El hombre crítico, atento sólo a la voz de la razón y sordo a cualquier otra llamada, objetará que todo esto es especulación irreal a la que no responde realidad objetiva alguna.
Pero el creyente comprobará humildemente la verdad de las palabras de Jesús: «Dichosos los que creen sin haber visto».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
10 de abril de 1983

RESUCITAR LO MUERTO

Exhaló su aliento sobre ellos.

La muerte no es sólo el final biológico del hombre. Antes de que llegue el término de nuestros días, la muerte puede invadir diversas zonas de nuestra vida.
No es difícil constatar cómo, por diversos factores y circunstancias, se nos van muriendo a veces, la confianza en las personas, la fe en el valor mismo de la vida, la capacidad para todo aquello que exija esfuerzo generoso, el valor para correr riesgos.
Quizá, casi inconscientemente, se va apoderando de nosotros la pasividad, la inercia y la inhibición. Poco a poco vamos cayendo en el escepticismo, el desencanto y la pereza total.
Quizás ya no esperamos gran cosa de la vida. No creemos ya demasiado ni en nosotros mismos ni en los demás. El pesimismo, la amargura y el malhumor se adueñan cada vez más fácilmente de nosotros.
Acaso descubrimos que en el fondo de nuestro ser la vida se nos encoge y se nos va empequeñeciendo. Quizás el pecado se ha ido convirtiendo en costumbre que somos incapaces de arrancar, y se nos ha muerto ya hace tiempo la fe en nuestra propia conversión.
Tal vez sabemos, aunque no lo queramos confesar abiertamente, que nuestra fe es demasiado convencional y vacía, costumbre religiosa sin vida, inercia tradicional, formalismo externo sin compromiso alguno, «letra muerta» sin espíritu vivificador.
El encuentro con Jesús Resucitado fue para los primeros creyentes una llamada a «resucitar» su fe y reanimar toda su vida.
El relato evangélico nos describe con tonos muy oscuros la situación de la primera comunidad sin Jesús. Son un grupo humano replegado sobre sí mismo, sin horizontes, «con las puertas cerradas», sin objetivos ni misión alguna, sin luz, llenos de miedo y a la defensiva.
Es el encuentro con Jesús Resucitado el que transforma a estos hombres, los reanima, los llena de alegría y paz verdadera, los libera del miedo y la cobardía, les abre horizontes nuevos y los impulsa a una misión.
¿No deben ser nuestras comunidades cristianas un lugar en el que podamos encontrarnos con este Jesús Resucitado y recibir su impulso resucitador? ¿No necesitamos escuchar con más fidelidad su palabra y alimentarnos con más fe en su Eucaristía, para sentir sobre nosotros su aliento recreador?

José Antonio Pagola


Para ver las homilías correspondientes a este Evangelio correspondientes al CICLO B.
Para ver las homilías correspondientes a este Evangelio correspondientes al CICLO A.


Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


lunes, 21 de marzo de 2016

27/03/2016 - Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor (C)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor (C)


EVANGELIO

Él había de resucitar de entre los muertos.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo:
-«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. »
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2015-2016 -
27 de marzo de 2016

¿DÓNDE BUSCAR AL QUE VIVE?

La fe en Jesús, resucitado por el Padre, no brotó de manera natural y espontánea en el corazón de los discípulos. Antes de encontrarse con él, lleno de vida, los evangelistas hablan de su desorientación, su búsqueda en torno al sepulcro, sus interrogantes e incertidumbres.
María de Magdala es el mejor prototipo de lo que acontece probablemente en todos. Según el relato de Juan, busca al crucificado en medio de tinieblas, «cuando  aún estaba oscuro». Como es natural, lo busca «en el sepulcro». Todavía no sabe que la muerte ha sido vencida. Por eso, el vacío del sepulcro la deja desconcertada. Sin Jesús, se siente perdida.
Los otros evangelistas recogen otra tradición que describe la búsqueda de todo el grupo de mujeres. No pueden olvidar al Maestro que las ha acogido como discípulas: su amor las lleva hasta el sepulcro. No encuentran allí a Jesús, pero escuchan el mensaje que les indica hacia dónde han de orientar su búsqueda: « ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado».
La fe en Cristo resucitado no nace tampoco hoy en nosotros de forma espontánea, sólo porque lo hemos escuchado desde niños a catequistas y predicadores. Para abrirnos a la fe en la resurrección de Jesús, hemos de hacer nuestro propio recorrido. Es decisivo no olvidar a Jesús, amarlo con pasión y buscarlo con todas nuestras fuerzas, pero no en el mundo de los muertos. Al que vive hay que buscarlo donde hay vida.
Si queremos encontrarnos con Cristo resucitado, lleno de vida y de fuerza creadora, lo hemos de buscar, no en una religión muerta, reducida al cumplimiento y la observancia externa de leyes y normas, sino allí donde se vive según el Espíritu de Jesús, acogido con fe, con amor y con responsabilidad por sus seguidores.
Lo hemos de buscar, no entre cristianos divididos y enfrentados en luchas estériles, vacías de amor a Jesús y de pasión por el Evangelio, sino allí donde vamos construyendo comunidades que ponen a Cristo en su centro porque, saben que «donde están reunidos dos o tres en su nombre, allí está Él».
Al que vive no lo encontraremos en una fe estancada y rutinaria, gastada por toda clase de tópicos y fórmulas vacías de experiencia, sino buscando una calidad nueva en nuestra relación con él y en nuestra identificación con su proyecto. Un Jesús apagado e inerte, que no enamora ni seduce, que no toca los corazones ni contagia su libertad, es un "Jesús muerto". No es el Cristo vivo, resucitado por el Padre. No es el que vive y hace vivir.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2012-2013 -
31 de marzo de 2013

ENCONTRARNOS CON EL RESUCITADO

Según el relato de Juan, María de Magdala es la primera que va al sepulcro, cuando todavía está oscuro, y descubre desconsolada que está vacío. Le falta Jesús. El Maestro que la había comprendido y curado. El Profeta al que había seguido fielmente hasta el final. ¿A quién seguirá ahora? Así se lamenta ante los discípulos: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
Estas palabras de María podrían expresar la experiencia que viven hoy no pocos cristianos: ¿Qué hemos hecho de Jesús resucitado? ¿Quién se lo ha llevado? ¿Dónde lo hemos puesto? El Señor en quien creemos, ¿es un Cristo lleno de vida o un Cristo cuyo recuerdo se va apagando poco a poco en los corazones?
Es un error que busquemos "pruebas" para creer con más firmeza. No basta acudir al magisterio de la Iglesia. Es inútil indagar en las exposiciones de los teólogos. Para encontrarnos con el Resucitado es necesario, ante todo, hacer un recorrido interior. Si no lo encontramos dentro de nosotros, no lo encontraremos en ninguna parte.
Juan describe, un poco más tarde, a María corriendo de una parte a otra para buscar alguna información. Y, cuando ve a Jesús, cegada por el dolor y las lágrimas, no logra reconocerlo. Piensa que es el encargado del huerto. Jesús solo le hace una pregunta: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?".
Tal vez hemos de preguntarnos también nosotros algo semejante. ¿Por qué nuestra fe es a veces tan triste? ¿Cuál es la causa última de esa falta de alegría entre nosotros? ¿Qué buscamos los cristianos de hoy? ¿Qué añoramos? ¿Andamos buscando a un Jesús al que necesitamos sentir lleno de vida en nuestras comunidades?
Según el relato, Jesús está hablando con María, pero ella no sabe que es Jesús. Es entonces cuando Jesús la llama por su nombre, con la misma ternura que ponía en su voz cuando caminaban por Galilea: "¡María!". Ella se vuelve rápida: "Rabbuní, Maestro".
María se encuentra con el Resucitado cuando se siente llamada personalmente por él. Es así. Jesús se nos muestra lleno de vida, cuando nos sentimos llamados por nuestro propio nombre, y escuchamos la invitación que nos hace a cada uno. Es entonces cuando nuestra fe crece.
No reavivaremos nuestra fe en Cristo resucitado alimentándola solo desde fuera. No nos encontraremos con él, si no buscamos el contacto vivo con su persona. Probablemente, es el amor a Jesús conocido por los evangelios y buscado personalmente en el fondo de nuestro corazón, el que mejor puede conducirnos al encuentro con el Resucitado.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
4 de abril de 2010

¿DÓNDE BUSCAR AL QUE VIVE?

(Ver homilía del ciclo C - 2015-2016)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
8 de abril de 2007

NO ESTÁ ENTRE LOS MUERTOS

No sabemos dónde lo han puesto.

¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Según Lucas, éste es el mensaje que escuchan las mujeres en el sepulcro de Jesús. Sin duda, el mensaje que hemos de escuchar también hoy sus seguidores. ¿Por qué buscamos a Jesús en el mundo de la muerte? ¿Por qué cometemos siempre el mismo error?
¿Por qué buscamos a Jesús en tradiciones muertas, en fórmulas anacrónicas o en citas gastadas? ¿Cómo nos encontraremos con él, si no alimentamos el contacto vivo con su persona, si no captamos bien su intención de fondo y nos identificamos con su proyecto de una vida más digna y justa para todos?
¿Cómo nos encontraremos con el que vive, ahogando entre nosotros la vida, apagando la creatividad, alimentando el pasado, autocensurando nuestra fuerza evangelizadora, suprimiendo la alegría entre los seguidores de Jesús?
¿Cómo vamos a acoger su saludo de Paz a vosotros, si vivimos descalificándonos unos a otros? ¿Cómo vamos a sentir la alegría del resucitado, si estamos introduciendo miedo en la Iglesia? Y, ¿cómo nos vamos a liberar de tantos miedos, si nuestro miedo principal es encontramos con el Jesús vivo y concreto que nos transmiten los evangelios?
¿Cómo contagiaremos fe en Jesús vivo, si no sentimos nunca arder nuestro corazón, como los discípulos de Emaús? ¿Cómo le seguiremos de cerca, si hemos olvidado la experiencia de reconocerlo vivo en medio de nosotros, cuando nos reunimos en su nombre?
¿Dónde lo vamos a encontrar hoy, en este mundo injusto e insensible al sufrimiento ajeno, si no lo queremos ver en los pequeños, los humillados y crucificados? ¿Dónde vamos a escuchar su llamada, si nos tapamos los oídos para no oír los gritos de los que sufren cerca o lejos de nosotros?
Cuando María Magdalena y sus compañeras contaron a los apóstoles el mensaje que habían escuchado en el sepulcro, ellos no las creyeron. Este es también hoy nuestro riesgo: no escuchar a quienes siguen a un Jesús vivo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
11 de abril de 2004

EL NUEVO ROSTRO DE DIOS

Que había de resucitar de entre los muertos.

Ya no volvieron a ser los mismos. El encuentro con Jesús, lleno de vida después de su ejecución, transformó totalmente a sus discípulos. Lo empezaron a ver todo de manera nueva. Dios era el resucitador de Jesús. Pronto sacaron las consecuencias.
Dios es amigo de la vida. No había ahora ninguna duda. Lo que había dicho Jesús era verdad: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos». Los hombres podrán destruir la vida de mil maneras, pero si Dios ha resucitado a Jesús, esto significa que sólo quiere la vida para sus hijos. No estamos solos ni perdidos ante la muerte. Podemos contar con un Padre que, por encima de todo, incluso por encima de la muerte, nos quiere ver llenos de vida. En adelante, sólo hay una manera cristiana de vivir. Se resume así: poner vida donde otros ponen muerte.
Dios es de los pobres. Lo había dicho Jesús de muchas maneras, pero no era fácil creerle. Ahora es distinto. Si Dios ha resucitado a Jesús, quiere decir que es verdad: «felices los pobres porque le tienen a Dios». La última palabra no la tiene Tiberio ni Pilato, la última decisión no es de Caifás ni de Anás. Dios es el último defensor de los que no interesan a nadie. Sólo hay una manera de parecerse a él: defender a los pequeños e indefensos.
Dios resucita a los crucificados. Dios ha reaccionado frente a la injusticia criminal de quienes han crucificado a Jesús. Si lo ha resucitado es porque quiere introducir justicia por encima de tanto abuso y crueldad como se comete en el mundo. Dios no está del lado de los que crucifican, está con los crucificados. Sólo hay una manera de imitarlo: estar siempre junto a los que sufren, luchar siempre contra los que hacen sufrir.
Dios secará nuestras lágrimas. Dios ha resucitado a Jesús. El rechazado por todos ha sido acogido por Dios. El despreciado ha sido glorificado. El muerto está más vivo que nunca. Ahora sabemos cómo es Dios. Un día él «enjugará todas nuestras lágrimas, y no habrá ya muerte, no habrá gritos ni fatigas. Todo eso habrá pasado».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
15 de abril de 2001

NO CUALQUIER ALEGRIA

Que él había de resucitar de entre los muertos.

¿Se puede celebrar la Pascua cuando en buena parte del mundo es Viernes Santo? ¿Es posible la alegría cuando tanta gente sigue crucificada? ¿No hay algo de falsedad y cinismo en nuestros cantos de gozo pascual? No son preguntas retóricas, sino interrogantes que le nacen al creyente desde el fondo de su corazón cristiano.
Parece que sólo podríamos vivir alegres en un mundo sin llantos ni dolor, aplazando nuestros cantos y fiestas hasta que llegue un mundo feliz para todos, y reprimiendo nuestro gozo para no ofender el dolor de las víctimas. La pregunta es inevitable: si no hay alegría para todos, ¿qué alegría podemos alimentar en nosotros?
Ciertamente, no se puede celebrar la Pascua de cualquier manera. La alegría pascual no tiene nada que ver con la satisfacción de unos hombres y mujeres que celebran complacidos su propio bienestar, ajenos al dolor de los demás. No es una alegría que se vive y se mantiene a base de olvidar a quienes sólo conocen una vida desgraciada.
La alegría pascual es otra cosa. Estamos alegres, no porque han desaparecido el hambre y las guerras, ni porque han cesado las lágrimas, sino porque sabemos que Dios quiere la vida, la justicia y la felicidad de los desdichados. Y lo va a lograr. Un día, «enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte, ni habrá más llanto, ni gritos, ni dolor» (Ap 21, 4). Un día, todo eso habrá pasado.
Nuestra alegría pascual se alimenta de esta esperanza. Por eso, no olvidamos a quienes sufren. Al contrario, nos dejamos conmover y afectar por su dolor, dejamos que nos incomoden y molesten. Saber que Dios hará justicia a los crucificados no nos vuelve insensibles. Nos anima a luchar contra la insensatez y la maldad hasta el fin de los tiempos. No lo hemos de olvidar nunca: cuando huimos del sufrimiento de los crucificados no estamos celebrando la Pascua del Señor, sino nuestro propio egoísmo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
12 de abril de 1998

SÍ A LA VIDA

Vio y creyó.

La resurrección de Cristo despierta en el creyente la esperanza en una vida eterna más allá de la muerte, pero es, al mismo tiempo, un estímulo decisivo para impulsar la vida ahora mismo en esta tierra. Los teólogos señalan con razón que la luz con que Cristo resucitado se aparece a los discípulos no fue considerada como «resplandor de la mañana de la eternidad», sino como «luz del primer día de la nueva creación» (J. Moltmann). La Pascua no es sólo anuncio de vida eterna. Es también «vivificación» de nuestra condición actual.
Creer en la resurrección de Cristo es mucho más que adherirse a un dogma. De la fe pascual nace en el verdadero creyente un amor nuevo a la vida. Una afirmación de la vida a pesar de los males, las injusticias, los sufrimientos y la misma muerte. Una lucha apasionada contra todo lo que puede ahogarla, estropearla o destruirla.
Este amor a la vida cura recuerdos dolorosos y libera de miedos y humillaciones que bloquean la expansión sana de la persona. Dios nos quiere llenos de vida. Esta convicción pascual conduce a luchar contra la resignación y la pasividad. Orienta nuestra libertad hacia todo lo que es vida y ayuda a desplegar las posibilidades que Dios ha sembrado en cada ser humano.
Este sí total a la vida es una de las primeras experiencias del Espíritu del Resucitado al que no sin razón se le llama «fons vitae», fuente de vida. Quien vive de él no se acostumbra a la muerte, no se hace insensible a las víctimas, no se entumece ante los que sufren. Decir sí a la vida es decir no a la violencia y la destrucción, no a la miseria y al hambre, no a lo que mata y envilece.
Este amor a la vida genera una «vitalidad» que nada tiene que ver con las filosofías vitalistas enraizadas en la «voluntad de poder» (E Nietzsche) o con el «culto a la salud» de la sociedad occidental. Es más bien «el coraje de existir» (P Tillich) propio de quien vive con la esperanza de que Dios ama la vida, quiere para el hombre la vida y tiene poder para resucitarla cuando queda destruida por la muerte.
En uno de los primeros discursos que se recuerdan de los discípulos, Pedro llama al Resucitado «el autor de la vida» (Hch 3, 15). Es una expresión de hondo contenido, pues realmente Cristo resucitado es el que engendra en nosotros verdadera vida. Es bueno recordarlo y celebrarlo en esta mañana de Pascua.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
16 de abril de 1995

LA PROPIA EXPERIENCIA

Vio y creyó.

No es suficiente el testimonio de los primeros discípulos para que se despierte en nosotros la fe en Cristo resucitado. No bastan tampoco las explicaciones de los exégetas o los argumentos de los teólogos. La resurrección de Cristo es un acontecimiento que, por su propia naturaleza, supera lo que un ser humano puede testificar a otros.
Sin duda, es legítimo y necesario analizar con rigor lo acontecido después de la ejecución de Jesús y tratar de comprobar a qué se debe esa transformación radical de unos hombres que antes se resistían a creer en Jesús y ahora arriesgan su vida por el resucitado. Este testimonio apostólico constituye el punto de arranque de la fe cristiana, pero no basta para «fundamentar» el acto de fe de cada creyente. Para que se despierte la «fe pascual» es necesaria también la propia experiencia de cada uno.
El planteamiento acertado podría formularse así: Estos primeros discípulos han vivido unas determinadas experiencias que a ellos los han llevado a creer en Cristo resucitado. ¿Con qué experiencias podemos contar nosotros hoy para agregarnos a su fe? Apoyados en su testimonio, ¿qué nos puede llevar a nosotros a creer en un Cristo vivo? Sugiero dos experiencias básicas.
Muchas personas no saben lo que es leer personalmente el Evangelio y, con ello, se privan de una experiencia fundamental: la escucha directa de las palabras de Jesús. Quien lo hace, no puede evitar tarde o temprano una pregunta decisiva: ¿Con qué me encuentro aquí?, ¿con las palabras de un profeta del pasado, cuyo contenido resulta cada vez más anacrónico y desfasado a medida que pasan los años y los siglos, o con el mensaje de alguien que está vivo y sigue hablando palabras que son «espíritu y vida»? ¿Es lo mismo leer a Platón o Dostoievski que escuchar este mensaje?
Otra experiencia básica es la eucaristía cristiana vivida con el corazón abierto al misterio. ¿Qué es esa liturgia?, ¿un entretenimiento religioso de fin de semana para satisfacer necesidades oscuras del ser humano o encuentro con alguien que está vivo?, ¿cantamos sin ser escuchados por nadie?, ¿nos dirigimos a un difunto desaparecido hace mucho tiempo?, ¿la comunión es sólo un hermoso símbolo vacío de contenido real? O más bien ¿somos alimentados y confortados por alguien que sigue vivo en medio de nosotros? ¿Es lo mismo celebrar un congreso sobre Hegel que reunirnos en nombre de Cristo para confesar nuestra esperanza?
Ante el misterio último de la vida donde se sitúa en definitiva la fe en Cristo resucitado no sirven los discursos teóricos ni las explicaciones de otros. Cada uno ha de hacer su propio recorrido y vivir su experiencia. De lo contrario corre el riesgo de hablar «de oídas». La fiesta de Pascua es una invitación a abrir el corazón.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
19 de abril de 1992

VIVIR RESUCITANDO

Vio y creyó.

Los cristianos hablamos casi siempre de la resurrección de Cristo como de un acontecimiento que constituye el fundamento de nuestra propia resurrección y es promesa de vida eterna, más allá de la muerte. Pero, muchas veces, se nos olvida que esta resurrección de Cristo es, al mismo tiempo, el punto de partida para vivir ya desde ahora de manera renovada y con un dinamismo nuevo.
Quien ha entendido un poco lo que significa la resurrección del Señor, se siente urgido a vivir ya esta vida como «un proceso de resurrección», muriendo al pecado y a todo aquello que nos deshumaniza, y resucitando a una vida nueva, más humana y más plena.
No hemos de olvidar que el pecado no es sólo ofensa a Dios. Al mismo tiempo, es algo que paga siempre con la muerte, pues mata en nosotros el amor, oscurece la verdad en nuestra conciencia, apaga la alegría interior, arruina nuestra dignidad humana.
Por eso, vivir «resucitando» es hacer crecer en nosotros la vida, liberarnos del egoísmo estéril y parasitario, iluminar nuestra existencia con una luz nueva, reavivar en nosotros la capacidad de amar y de crear vida.
Tal vez, el primer signo de esta vida renovada es la alegría. Esa alegría de los discípulos «al ver al Señor». Una alegría que no proviene de la satisfacción de nuestros deseos ni del placer que producen las cosas poseídas ni del éxito que vamos logrando en la vida. Una alegría diferente que nos inunda desde dentro y que tiene su origen en la confianza total en ese Dios que nos ama por encima de todo, incluso, por encima de la muerte.
Hablando de esta alegría, Macario el Grande dice que, a veces, a los creyentes «se les inunda el espíritu de una alegría y de un amor tal que, si fuera posible, acogerían a todos los hombres en su corazón, sin distinguir entre buenos y malos)). Es cierto. Esta alegría pascual impulsa al creyente a perdonar y acoger a todos los hombres, incluso a los más enemigos, porque nosotros mismos hemos sido acogidos y perdonados por Dios.
Por otra parte, de esta experiencia pascual nace una actitud nueva de esperanza frente a todas las adversidades y sufrimientos de la vida, una serenidad diferente ante los conflictos y problemas diarios, una paciencia grande con cualquier persona.
Esta experiencia pascual es tan central para la vida cristiana que puede decirse sin exagerar que ser cristiano es, precisamente, hacer esta experiencia y desgranarla luego en vivencias, actitudes y comportamiento a lo largo de la vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
26 de marzo de 1989

ACONTECIMIENTO DECISIVO

Vio y creyó...

No es fácil evocar hoy la “explosión de vida” que significó la resurrección de Jesús que puso en marcha el cristianismo.
No nos damos cuenta hasta qué punto estamos configurados por una cultura obsesionada por el análisis y la valoración de “los fenómenos observables”, pero miope para sintonizar con todo aquello que no pueda ser reducido a datos controlables.
Nos creemos superiores a generaciones pasadas sólo porque hemos logrado técnicas más sofisticadas para verificar la realidad de nuestro pequeño mundo y no nos damos cuenta de que hemos perdido capacidad para abrirnos a las realidades más importantes de la existencia.
La resurrección no es un acontecimiento más, que puede y debe ser aislado y analizado desde fuera. No es un fenómeno que hay que iluminar desde el exterior, darle un sentido desde otras verificaciones más sólidas y fiables.
La resurrección, por el contrario, es el acontecimiento decisivo desde donde se nos revela el misterio último de todo, el que lo ilumina todo desde su interior, el que da sentido a toda nuestra existencia.
La resurrección de Jesucristo o nos atrae hacia el misterio de Dios y nos hace entrar en relación con la Vida que nos espera o queda reducido a un fenómeno “curioso” e inaccesible que todavía tiene un impacto religioso en personas “ingenuas” que no han sabido adaptarse aún a la sociedad del progreso.
Sin embargo, la salvación de Jesucristo resucitado es ofrecida a todas las generaciones y a todas las épocas.
Y el hombre moderno, miope para todo lo que no puede tocar con sus manos o dominar con su técnica, enfermo de nostalgia de una salvación que le permita caminar sin desesperar, está necesitado de un mensaje de esperanza.
Las Iglesias no deberían olvidar que la sociedad moderna necesita directrices morales sobre su conducta política y económica o su comportamiento sexual, pero necesita, sobre todo, la oferta convencida de una salvación que dé sentido a todo.
Los cristianos deberían ser, antes que nada, una “reserva inagotable de esperanza” en medio de un mundo tan amenazado por el sinsentido y el absurdo.
La celebración litúrgica de la Pascua nos ha de ayudar a los creyentes a reavivar nuestra vocación de testigos de la resurrección.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
30 de marzo de 1986

SI A LA VIDA

Ha resucitado.

Cuando uno es cogido por la fuerza de la resurrección de Jesús, comienza a entender a Dios de una manera nueva, como un Padre «apasionado por la vida» de los hombres, y comienza a amar la vida de una manera diferente.
La razón es sencilla. La resurrección de Jesús nos descubre, antes que nada, que Dios es alguien que pone vida donde los hombres ponemos muerte. Alguien que genera vida donde los hombres la destruimos.
Tal vez nunca la humanidad, amenazada de muerte desde tantos frentes y por tantos peligros que ella misma ha desencadenado, ha necesitado tanto como hoy hombres y mujeres comprometidos incondicionalmente y de manera radical en la defensa de la vida.
Esta lucha por la vida debemos iniciarla en nuestro propio corazón, «campo de batalla en el que dos tendencias se disputan la primacía: el amor a la vida y el amor a la muerte» (E. Fromm).
Desde el interior mismo de nuestro corazón vamos decidiendo el sentido de nuestra existencia, O nos orientamos hacia la vida por los caminos de un amor creador, una entrega generosa a los demás, una solidaridad generadora de vida.., O nos adentramos por caminos de muerte, instalándonos en un egoísmo estéril y decadente, una utilización parasitaria de los otros, una apatía e indiferencia total ante el sufrimiento ajeno.
Es en su propio corazón donde el creyente, animado por su fe en el resucitado, debe vivificar su existencia, resucitar todo lo que se le ha muerto y orientar decididamente sus energías hacia la vida, superando cobardías, perezas, desgastes y cansancios que nos podrían encerrar en una muerte anticipada.
Pero no se trata solamente de revivir personalmente sino de poner vida donde tantos ponen muerte.
La «pasión por la vida» propia del que cree en la resurrección, debe impulsarnos a hacernos presentes allí donde «se produce muerte», para luchar con todas nuestras fuerzas frente a cualquier ataque a la vida.
Esta actitud de defensa de la vida nace de la fe en un Dios resucitador y «amigo de la vida» y debe ser firme y coherente en todos los frentes.
Quizás sea ésta la pregunta que debamos hacernos esta mañana de Pascua: ¿Sabemos defender la vida con firmeza en todos los frentes? ¿Cuál es nuestra postura personal ante las muertes violentas, el aborto, la destrucción lenta de los marginados, el genocidio de tantos pueblos, la instalación de armas mortíferas sobre las naciones, el deterioro creciente de la naturaleza?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
3 de abril de 1983

EL RETO DE LA RESURRECCION

Ha resucitado.

En una cultura decididamente orientada hacia el dominio de la naturaleza, el progreso técnico y el bienestar, la muerte viene a ser «el pequeño fallo del sistema». Algo desagradable y molesto que conviene socialmente ignorar.
Todo sucede como si la muerte se estuviera convirtiendo para el hombre contemporáneo en un moderno «tabú» que, en cierto sentido, sustituye a otros que van cayendo.
Es significativo observar cómo nuestra sociedad se preocupa cada vez más de iniciar al niño en todo lo referente al sexo y al origen de la vida, y cómo se le oculta con cuidado la realidad última de la muerte. Quizás esa vida que nace de manera tan maravillosa, ¿no terminará trágicamente en la muerte?
Lo cierto es que la muerte rompe todos nuestros proyectos individuales y pone en cuestión el sentido último de todos nuestros esfuerzos colectivos.
Y el hombre contemporáneo lo sabe, por mucho que intente olvidarlo. Todos sabemos que, incluso en lo más íntimo de cualquier felicidad, podemos saborear siempre la amargura de su limitación, pues no logramos desterrar la amenaza de fugacidad, ruptura y destrucción que crea en nosotros la muerte.
El problema de la muerte no se resuelve escamoteándolo ligeramente. La muerte es el acontecimiento cierto, inevitable e irreversible que nos espera a todos. Por eso, sólo en la muerte se puede descubrir si hay verdaderamente alguna esperanza definitiva para este anhelo de felicidad, de vida y liberación gozosa que habita nuestro ser.
Es aquí donde el mensaje pascual de la resurrección de Jesús se convierte en un reto para todo hombre que se plantea en toda su profundidad el sentido último de su existencia.
Sentimos que algo radical, total e incondicional se nos pide y se nos promete. La vida es mucho más que esta vida. La última palabra no es para la brutalidad de los hechos que ahora nos oprimen y reprimen.
La realidad es más compleja, rica y profunda de lo que nos quiere hacer creer el realismo. Las fronteras de lo posible no están determinadas por los límites del presente. Ahora se está gestando la vida definitiva que nos espera. En medio de esta historia dolorosa y apasionante de los hombres se abre un camino hacia la liberación y la resurrección.
Nos espera un Padre capaz de resucitar lo muerto. Nuestro futuro es una fraternidad feliz y liberada. ¿Por qué no detenerse hoy ante las palabras del Resucitado en el Apocalipsis «He abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar.»?

José Antonio Pagola



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