lunes, 30 de enero de 2017

05-02-2017 - 5º domingo Tiempo ordinario (A)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.

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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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5º domingo Tiempo ordinario (A)


EVANGELIO

Vosotros sois la luz del mundo.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del candelero, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo. »

Palabra de Dios.

HOMILIA

2016-2017 -
Fecha

SALIR A LAS PERIFERIAS

Jesús da a conocer con dos imágenes audaces y sorprendentes lo que piensa y espera de sus seguidores. No han de vivir pensando siempre en sus propios intereses, su prestigio o su poder. Aunque son un grupo pequeño en medio del vasto Imperio de Roma, han de ser la “sal” que necesita la tierra y la “luz” que le hace falta al mundo.
“Vosotros sois la sal de la tierra”. Las gentes sencillas de Galilea captan espontáneamente el lenguaje de Jesús. Todo el mundo sabe que la sal sirve, sobre todo, para dar sabor a la comida y para preservar los alimentos de la corrupción. Del mismo modo, los discípulos de Jesús han de contribuir a que las gentes saboreen la vida sin caer en la corrupción.
“Vosotros sois la luz del mundo”. Sin la luz del sol, el mundo se queda a oscuras y no podemos orientarnos ni disfrutar de la vida en medio de las tinieblas. Los discípulos de Jesús pueden aportar la luz que necesitamos para orientarnos, ahondar en el sentido último de la existencia y caminar con esperanza.
Las dos metáforas coinciden en algo muy importante. Si permanece aislada en un recipiente, la sal no sirve para nada. Solo cuando entra en contacto con los alimentos y se disuelve con la comida, puede dar sabor a lo que comemos. Lo mismo sucede con la luz. Si permanece encerrada y oculta, no puede alumbrar a nadie. Solo cuando está en medio de las tinieblas puede iluminar y orientar. Una Iglesia aislada del mundo no puede ser ni sal ni luz.
El Papa Francisco ha visto que la Iglesia vive hoy encerrada en sí misma, paralizada por los miedos, y demasiado alejada de los problemas y sufrimientos como para dar sabor a la vida moderna y para ofrecerle la luz genuina del Evangelio. Su reacción ha sido inmediata: “Hemos de salir hacia las periferias”.
El Papa insiste una y otra vez: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrase a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termina clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos”.
La llamada de Francisco está dirigida a todos los cristianos: “No podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos”. “El Evangelios nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro”. El Papa quiere introducir en la Iglesia lo que él llama “la cultura del encuentro”. Está convencido de que “lo que necesita hoy la iglesia es capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2013-2014 –
9 de febrero de 2014

SALIR A LAS PERIFERIAS

(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 – JESÚS ES PARA TODOS
6 de febrero de 2011

SAL Y LUZ

Si los discípulos viven las bienaventuranzas, su vida tendrá una proyección social. Es Jesús mismo quien se lo dice empleando dos metáforas inolvidables. Aunque parecen un grupo insignificante en medio de aquel poderoso imperio controlado por Roma, serán «sal de la tierra» y «luz del mundo».
¿No es una pretensión ridícula? Jesús les explica cómo será posible. La sal no parece gran cosa, pero comienza a producir sus efectos, precisamente, cuando se mezcla con los alimentos y parece que ha desaparecido. Lo mismo sucede cuando se enciende una luz: sólo puede iluminar cuando la ponemos en medio de las tinieblas.
Jesús no está pensando en una Iglesia separada del mundo, escondida tras sus ritos y doctrinas, encerrada en sí misma y en sus problemas. Jesús quiere introducir en la historia humana un grupo de seguidores, capaces de transformar la vida viviendo las bienaventuranzas.
Todos sabemos para qué sirve la sal. Por una parte, no deja que los alimentos se corrompan. Por otra, les da sabor y permite que los podamos saborear mejor. Los alimentos son buenos, pero se pueden corromper; tienen sabor, pero nos pueden resultar insípidos. Es necesaria la sal.
El mundo no es malo, pero lo podemos echar a perder. La vida tiene sabor, pero nos puede resultar insulsa y desabrida. Una Iglesia que vive las bienaventuranzas contribuye a que la sociedad no se corrompa y deshumanice más. Unos discípulos de Jesús que viven su evangelio ayudan a descubrir el verdadero sentido de la vida.
Hay un problema y Jesús se lo advierte a sus seguidores. Si la sal se vuelve sosa, ya no sirve para nada. Si los discípulos pierden su identidad evangélica, ya no producen los efectos queridos por Jesús. El cristianismo se echa a perder. La Iglesia queda anulada. Los cristianos están de sobra en la sociedad.
Lo mismo sucede con la luz. Todos sabemos que sirve para dar claridad. Los discípulos iluminan el sentido más hondo de la vida, si la gente puede ver en ellos «las obras» de las bienaventuranzas. Por eso, no han de esconderse. Tampoco han de actuar para ser vistos. Con su vida han de aportar claridad para que en la sociedad se pueda descubrir el verdadero rostro del Padre del cielo.
No nos está permitido servirnos de la Iglesia para satisfacer nuestros gustos y preferencias. Jesús la ha querido para ser sal y luz. Evangelizar no es combatir la secularización moderna con estrategias mundanas. Menos aún hacer de la Iglesia una "contra-sociedad". Sólo una Iglesia que vive el Evangelio puede responder al deseo original de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 -

SI LA SAL SE VUELVE SOSA

Sois la sal de la tierra.

Pocos escritos pueden sacudir hoy el corazón de los creyentes con tanta fuerza como el pequeño libro de Paul Evdokimov, El amor loco de Dios. Con fe ardiente y palabras de fuego, el teólogo de San Petersburgo, pone al descubierto nuestro cristianismo rutinario y satisfecho.
Así ve P. Evdokimov el momento actual: «Los cristianos han hecho todo lo posible para esterilizar el evangelio; se diría que lo han sumergido en un líquido neutralizante. Se amortigua todo lo que impresiona, supera o invierte. Convertida así en algo inofensivo, esta religión aplanada, prudente y razonable, el hombre no puede sino vomitarla». ¿De dónde procede este cristianismo inoperante y amortiguado?
Las críticas del teólogo ortodoxo no se detienen en cuestiones secundarias, sino que apuntan a lo esencial. La Iglesia aparece a sus ojos, no como «un organismo vivo de la presencia real de Cristo», sino como una organización estática y «un lugar de autonutrición». Los cristianos no tienen sentido de la misión, y la fe cristiana «ha perdido extrañamente su cualidad de fermento». El evangelio vivido por los cristianos de hoy «no encuentra más que la total indiferencia».
Según Evdokimov, los cristianos han perdido contacto con el Dios vivo de Jesucristo y se pierden en disquisiciones doctrinales. Se confunde la verdad de Dios con las fórmulas dogmáticas que, en realidad, sólo son «iconos» que invitan a abrimos al Misterio santo de Dios. El cristianismo se desplaza hacia lo exterior y periférico, cuando Dios habita en lo profundo.
Se busca entonces un cristianismo rebajado y cómodo. Como decía Marcel More, «los cristianos han encontrado la manera de sentarse, no sabemos cómo, de forma confortable en la cruz». Se olvida que el cristianismo «no es una doctrina, sino una vida, una encamación». Y cuando en la Iglesia ya no brilla la vida de Jesús, apenas se constata diferencia alguna con el mundo. La Iglesia «se convierte en espejo fiel del mundo» al que ella reconoce como «came de su carne».
Muchos reaccionarán, sin duda, poniendo matices y reparos a una denuncia tan contundente, pero es difícil no reconocer el fondo de verdad hacia el que apunta Evdokimov: en la Iglesia falta santidad, fe viva, contacto con Dios. Faltan santos que escandalicen porque encaman «el amor loco de Dios», faltan testigos vivos del evangelio de Jesucristo.
Las páginas ardientes del teólogo ruso no hacen sino recordar las de Jesús: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
6 de febrero de 2005

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
10 de febrero de 2002

SIN LA CONCIENCIA TRANQUILA

Si la sal se vuelve sosa.

No hace falta ser experto en economía mundial para saber que, cada año que pasa, hay más pobres que son cada vez más pobres. En la actualidad se produce en el mundo un diez por ciento más de los alimentos que necesitamos para vivir y, sin embargo, mueren de hambre 35.000 niños cada día y otros tantos adultos desnutridos. Es decir, la economía mundial está hoy organizada por las naciones progresistas de tal manera que, cada veinticuatro horas, produce unos 70.000 muertos. Jamás ha habido una guerra que se haya acercado, ni de lejos, a tal crueldad.
Las preguntas que nos podemos hacer son graves; ¿puede tener futuro un mundo así?, ¿puede vivir tranquila la Iglesia de Jesús en medio de una «organización» mundial que produce tanta muerte y tanto sufrimiento? Si la Iglesia dice que representa en el mundo a Jesús y su evangelio, ¿cómo tiene que reaccionar?, ¿qué tiene que hacer?, ¿qué está haciendo?
En la Iglesia ha habido y hay muchas personas, grupos e instituciones que viven entregados a luchar por la vida y dignidad de los pobres; nunca les agradeceremos lo suficiente el testimonio que nos dan a todos. En la Iglesia hay un magisterio social valiente y progresista, que defiende los derechos y la dignidad de los pobres, reclama reformas profundas y audaces, y denuncia los atropellos contra los países más débiles e indefensos.
Todo esto es así y, sin embargo, no podemos vivir con la conciencia tranquila. Los pobres fueron para Jesús los preferidos, los más importantes, los primeros, ¿qué son para nosotros hoy? ¿Influyen algo en nuestra manera de entender a Dios, de interpretar el Evangelio, de configurar nuestra vida cristiana? Todos los domingos, millones de cristianos se reúnen en el mundo entero para celebrar la cena del Señor, ¿por qué esa eucaristía no desencadena una solidaridad más audaz hacia el mundo pobre?
Sería un error olvidar la grave advertencia de Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente» ¿Nos puede suceder hoy algo de esto?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
7 de febrero de 1999

¿DÓNDE ESTÁ LA SAL?

Vosotros sois la sal de la tierra.

Con una pincelada no exenta de cierto humor, Jesús tuvo la «ocurrencia» de definir a sus seguidores con un rasgo al que los cristianos hemos prestado probablemente poca atención. Jesús ve a sus discípulos como hombres y mujeres que deben ser «sal de la tierra». Gentes que pongan sal en la vida. «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero, si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?»
Los especialistas han ahondado en los diversos aspectos del simbolismo religioso de la sal, muy extendido en el mundo antiguo. La sal aparece como imagen de lo que purifica, lo que da sabor, lo que conserva y da vida a los alimentos que sostienen al hombre. Probablemente las gentes sencillas que escuchaban a Jesús captaban en toda su frescura el simbolismo encerrado en la sal, y entendían que el Evangelio puede poner en la vida del hombre un sabor y una «gracia» desconocidas.
Harvey Cox ha dicho que el hombre occidental «ha ganado todo el mundo y ha perdido su alma. Ha comprado la prosperidad al precio de un vertiginoso empobrecimiento de sus elementos vitales». El tedio, el aburrimiento, el sinsentido de la vida parecen amenazar a muchos.
Las raíces de este fenómeno son, sin duda, complejas. Parece que la sociedad industrial nos ha hecho más laboriosos, metódicos y organizados, pero también menos festivos, lúdicos e imaginativos. Los análisis de los observadores nos hablan de que el talante festivo, la ternura, la fantasía, la creatividad, el gozo del juego y del compartir «se hallan en estado lamentable».
Y aunque en estos momentos somos testigos de un renacer de estos valores, parece como que los hombres buscamos angustiosa y obsesivamente pasarlo bien, sin que encontremos una verdadera fuente de vida en nosotros mismos. Quizá hemos caído en «una anemia de vida interior», que nos impide experimentar y vivir la vida de cada momento de una manera más intensa, gozosa y fecunda.
¿Dónde está la sal de los creyentes? ¿Dónde hay creyentes capaces de contagiar su entusiasmo a los demás? ¿No se nos ha vuelto sosa la fe? Necesitamos redescubrir que la fe es sal que se puede saborear y nos puede hacer vivir de una manera nueva todo: la convivencia y la soledad, la alegría y la tristeza, el trabajo y la fiesta.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
4 de febrero de 1996

SAL SOSA

Si la sal se vuelve sosa...

Pocos escritos pueden sacudir hoy el corazón de los creyentes con tanta fuerza como el pequeño libro de Paul Evdokimov, «El amor loco de Dios» (Ed. Narcea, 1990). Con fe ardiente y palabras de fuego, el teólogo de San Petersburgo, pone al descubierto nuestro cristianismo rutinario y satisfecho.
Así ve P Evdokimov el momento actual: «Los cristianos han hecho todo lo posible para esterilizar el evangelio; se diría que lo han sumergido en un líquido neutralizante. Todo lo que impresiona, supera e invierte se amortigua. Convertida en algo inofensivo, la religión está aplanada, prudente y razonable, el hombre la vomita.» ¿De dónde procede este cristianismo inoperante y amortiguado?
Las críticas del teólogo ortodoxo no se detienen en cuestiones secundarias, sino que apuntan a lo esencial. La Iglesia aparece a sus ojos, no como «un organismo vivo de la presencia real de Cristo», sino como una organización estática y «un lugar de autonutrición». Los cristianos no tienen sentido de la misión, y la fe cristiana «ha perdido extrañamente su cualidad de fermento». El evangelio vivido por los cristianos de hoy «no encuentra más que la total indiferencia».
Según Evdokimov, los cristianos han perdido contacto con el Dios vivo de Jesucristo y se pierden en disquisiciones doctrinales. Se confunde la verdad de Dios con las fórmulas dogmáticas que, en realidad, sólo son «iconos» que nos invitan a abrirnos al Misterio santo de Dios. El cristianismo se desplaza hacia lo exterior y periférico cuando Dios habita en lo profundo.
Se busca entonces un cristianismo rebajado y cómodo. Como decía Marcel Moré, «los cristianos han encontrado la manera de sentarse, no sabemos cómo, de forma confortable en la cruz». Se olvida que el cristianismo «no es una doctrina, sino una vida, una encarnación». Y cuando en la Iglesia ya no brilla la vida de Dios, apenas se constata diferencia alguna con el mundo. La Iglesia «se convierte en espejo fiel del mundo» al que ella reconoce como «carne de su carne».
Muchos reaccionarán, sin duda, poniendo matices y reparos a una denuncia tan contundente, pero es difícil no reconocer el fondo de verdad hacia el que apunta Evdokimov: en la Iglesia falta santidad, fe viva, contacto con Dios. Faltan santos que escandalicen porque encarnan «el amor loco de Dios», faltan testigos vivos del evangelio de Jesucristo.
Las páginas ardientes del teólogo ruso no hacen sino recordar las de Jesús: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
7 de febrero de 1993

LA VIDA COMO RAPIÑA

Vosotros sois la sal de la tierra.

Un día sí y otro también, saltan a los medios de comunicación nuevos casos de corrupción y fraudes escandalosos. No son hechos que han brotado de pronto entre nosotros, sino el resultado lamentable de una contradicción que ha acompañado la gestación de la moderna sociedad democrática desde sus orígenes.
Por una parte, la filosofía democrática proclama y postula libertad e igualdad para todos. Pero, por otra, un pragmatismo económico salvaje, orientado hacia el logro del máximo beneficio, segrega en el interior de esa misma sociedad democrática desigualdad y explotación de los más débiles.
Este es el principal caldo de cultivo de la corrupción actual. Como decía recientemente el escritor italiano Claudio Magris, «vivimos la vida como una rapiña». Seguimos defendiendo los valores democráticos de libertad, igualdad y solidaridad para todos, pero lo que importa es ganar dinero como sea. El «todo vale» con tal de obtener beneficios, va corrompiendo las conductas, viciando las instituciones y vaciando de contenido nuestras solemnes proclamas.
Se confunde el progreso con el bienestar creciente de los afortunados. La actividad económica, sustentada por un espíritu de lucro salvaje, termina por olvidar que su meta es elevar el nivel humano de todos los ciudadanos. Los políticos, por su parte, parecen ignorar que esos desarraigados que producen «inseguridad ciudadana» no son fruto de una situación heredada, sino algo que estamos generando ahora mismo dentro de nuestro sistema.
Todo se sacrifica al «dios>’ del interés económico: el derecho de todo hombre al trabajo y a una vida digna, la transparencia y honestidad en la función pública, la verdad de la información, el nivel cultural y educativo de la TV.
¿Hay alguna «sal» capaz de preservarnos de tanta corrupción? Se pide investigación y aplicación rigurosa de la justicia. Se piensa en nuevas medidas sociales y políticas. Pero se echa en falta un nuevo tipo de personas capaces de sanear esta sociedad introduciendo en ella honestidad. Hombres y mujeres que no se dejen corromper ni por la ambición del dinero ni por el atractivo del éxito fácil.
«Vosotros sois la sal de la tierra», estas palabras dirigidas por Jesús a los que creen en El, tienen contenidos muy concretos hoy. Son un llamamiento a mantenernos libres frente a la idolatría del dinero, y frente al «progreso» cuando éste esclaviza, corrompe y produce marginación. Una llamada a desarrollar la solidaridad responsable frente a tantos corporativismos interesados. Una invitación a introducir misericordia en una sociedad despiadada que parece reprimir cada vez más «la civilización del corazón».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
4 de febrero de 1990

EL CORAJE DE NO SER PERFECTOS

Si la sal se vuelve sosa.

Los seres humanos tendemos a aparecer ante los demás como más inteligentes, más buenos, más nobles de lo que realmente somos. Nos pasamos la vida tratando de ocultar nuestros defectos para aparentar ante los demás y ante nosotros mismos una perfección que no poseemos.
Los psicólogos dicen que esta tendencia se debe, sobre todo, al deseo de afirmarnos ante nosotros mismos y ante los otros para defendernos así de su posible superioridad.
Nos falta la verdad de «las buenas obras» y llenamos nuestra vida de palabrería y de toda clase de disquisiciones.
No somos capaces de dar al hijo un ejemplo de vida digna, y nos pasamos los días adoctrinándolo y exigiéndole lo que nosotros no vivimos.
No somos coherentes con nuestra fe cristiana, y tratamos de justificarnos criticando a quienes han abandonado la práctica religiosa. No somos testigos del evangelio, y nos dedicamos a predicarlo a otros.
Tal vez, hayamos de comenzar por reconocer pacientemente nuestras limitaciones e incoherencias, para poder presentar a los demás sólo la verdad de nuestra vida.
Si tenemos el coraje de aceptar nuestra mediocridad, nos abriremos más fácilmente a la acción de ese Dios que puede transformar todavía nuestra vida.
Jesús habla del peligro de que «la sal se vuelva sosa». San Juan de la Cruz lo dice de otra manera: «Dios os libre que se comience a envanecer la sal, que aunque más parezca que hace algo por fuera, en substancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios».
Para ser «sal de la tierra», lo importante no es el activismo, la agitación, el protagonismo superficial, sino «las buenas obras» que nacen del amor a ese Dios que actúa en nosotros.
Con qué atención deberíamos escuchar hoy en el interior de la Iglesia estas palabras del mismo Juan de la Cruz: «Adviertan, pues, aquí los que son muy activos y piensan ceñir el mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios... si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración».
De lo contrario, según el místico doctor, «todo es martillear y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño». En medio de tanta actividad y agitación, ¿dónde están nuestras «buenas obras»?  Jesús decía a sus discípulos: «Alumbre vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria al Padre.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
8 de febrero de 1987

EL DIA DE LA ASAMBLEA

Sois la luz del mundo.

El domingo es el día de la asamblea cristiana. No es posible vivir toda la hondura del domingo cristiano de manera privada e individual y encerrados en grupos particulares. Es el día de la comunidad.
Durante la semana vivimos dispersados cada uno en sus trabajos, ocupaciones y problemas. Pero el domingo lo dejamos todo para encontrarnos, reunirnos y formar juntos la Iglesia que celebra a Jesucristo.
En su apología nos describe ya San Justino con todo detalle las reuniones cristianas que se celebraban a mediados del siglo II: “El día que se llamaba del sol todos los que viven en las ciudades y los campos se reúnen en un mismo lugar». Esta asamblea dominical es lo que permite a la Iglesia hacerse visible semana tras semana en medio de la sociedad.
Naturalmente, no todos pensamos de la misma manera ni compartimos las mismas ideas o posiciones políticas, pero el domingo nos reunimos todos juntos porque, por encima de cualquier diferencia, todos hemos recibido un mismo bautismo y compartimos una misma fe.
Congregados alrededor de un mismo altar, recitamos juntos el credo, invocamos al mismo Padre, nos alimentamos del mismo pan y nos damos el abrazo de paz.
A lo largo de la semana escuchamos muchas voces diferentes y muchas palabras. Informaciones de toda clase, opiniones, propagandas e imágenes invaden nuestra vida. El domingo, por fin, nos detenemos para escuchar ese Evangelio que puede alimentarnos durante la semana siguiente.
Por eso estas reuniones dominicales no deberían ser un conglomerado de cristianos que vienen cada uno a cumplir sus deberes religiosos, sino una verdadera asamblea creyente donde semanalmente la comunidad se renueva y crece.
Más de uno dirá que la comunidad parroquial a la que pertenece no le ayuda a crecer en la fe o que aquella celebración no responde a sus necesidades religiosas. Pero sería una equivocación pretender escoger a los miembros de la comunidad cristiana como se escoge a los amigos o se seleccionan las relaciones.
En esas reuniones cristianas, por muy pobres y modestas que sean, se cumple la promesa de Jesús: “Donde están reunidos dos o tres en mi nombre, allí estoy en medio de ellos».
Si al escuchar la mañana del domingo la llamada de las campanas que nos invitan a la reunión cristiana, a la oración y la alegría, la dejáramos resonar en nuestro interior, el domingo tendría para nosotros otro color.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
5 de febrero de 1984

DAR SABOR A LA VIDA

Vosotros sois la sal de la tierra...

Quizás una de las tareas más urgentes de la Iglesia de hoy sea el conseguir que la fe llegue a los hombres como «buena noticia».
Con frecuencia, entendemos la evangelización como una tarea casi exclusivamente doctrinal. Evangelizar sería llevar la doctrina de Jesucristo a aquellos que todavía no la conocen o la conocen insuficientemente.
Entonces nos preocupamos de asegurar la enseñanza religiosa y la propagación del cristianismo frente a otras ideologías y corrientes de opinión. Buscamos hombres y mujeres bien formados, que conozcan perfectamente el mensaje cristiano y lo transmitan de manera correcta. Tratamos de mejorar nuestras técnicas y organización pastoral.
Naturalmente, todo esto es muy importante, pues la evangelizan implica el anunciar el mensaje de Jesucristo. Pero no es esto lo único ni lo más decisivo.
Evangelizar no significa solamente anunciar verbalmente una doctrina, sino hacer presente en la vida de un pueblo, la fuerza humanizadora, liberadora y salvadora que se encierra en el acontecimiento y la persona de Jesucristo.
Entendida así la evangelización, lo más importante no es contar con medios poderosos y eficaces de propaganda religiosa sino saber actuar con el estilo liberador de Jesús y poner una energía salvadora entre los hombres.
Lo decisivo no es tener hombres y mujeres bien formados doctrinalmente sino poder ofrecer testigos vivientes del evangelio. Creyentes en cuya vida se pueda ver la fuerza humanizadora y salvadora que encierra el evangelio cuando es acogido con convicción y de manera responsable.
Los cristianos hemos confundido demasiado ligeramente la evangelización con el hecho de querer que se acepte socialmente «nuestro cristianismo».
Por eso, las palabras de Jesús que nos urgen a ser «sal de la tierra» y «luz del mundo» nos obligan a hacernos preguntas muy graves.
¿Somos los creyentes una «buena noticia» para alguien? Lo que se vive en nuestras comunidades cristianas, lo que se observa entre los creyentes, ¿es «buena noticia» para la gente de hoy? ¿Para quiénes?
¿ Ponemos los cristianos en la actual sociedad algo que dé sabor a la vida, algo que purifique, sane y libere a los hombres de la descomposición espiritual, de la violencia enquistada en nuestro pueblo, del egoísmo brutal e insolidario?
¿Vivimos algo que pueda iluminar a las gentes en estos tiempos de incertidumbre y ofrecer una esperanza y un horizonte nuevo a quien busca salvación?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
8 de febrero de 1981

SAL DE LA TIERRA

Vosotros sois la sal de la tierra.

Con una pincelada no exenta de cierto humor, Jesús tuvo la «ocurrencia» de definir a sus seguidores con un rasgo al que los cristianos hemos prestado probablemente poca atención.
Jesús ve a sus discípulos como hombres y mujeres que deben ser «sal de la tierra». Gentes que pongan sal en la vida. «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero, si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?».
Los especialistas han ahondado en los diversos aspectos del simbolismo religioso de la sal, muy extendido en el mundo antiguo. La sal aparece como imagen de lo que purifica, lo que da sabor, lo que conserva y da vida a los alimentos que sostienen al hombre.
Probablemente las gentes sencillas que escuchaban a Jesús captaban en toda su frescura el simbolismo encerrado en la sal, y entendían que el evangelio puede poner en la vida del hombre un sabor y una «gracia» desconocidas.
Harvey Cox ha dicho que el hombre occidental «ha ganado todo el mundo y ha perdido su alma. Ha comprado la prosperidad al precio de un vertiginoso empobrecimiento de sus elementos vitales». El tedio, el aburrimiento, el sin sentido de la vida parecen amenazar a muchos.
Las raíces de este fenómeno son, sin duda, complejas. Parece que la sociedad industrial nos ha hecho más laboriosos, metódicos y organizados, pero también menos festivos, lúdicos e imaginativos.
Los análisis de los observadores nos hablan de que el talante festivo, la ternura, la fantasía, la creatividad, el gozo del juego y del compartir «se hallan en estado lamentable».
Y aunque en estos momentos somos testigos de un renacer de estos valores, parece como que los hombres buscamos angustiosa y obsesivamente pasarlo bien, sin que encontremos una verdadera fuente de vida en nosotros mismos.
Quizá hemos caído en una anemia de vida interior, que nos impide experimentar y vivir la vida de cada momento de una manera más intensa, rica, gozosa y fecunda.
¿Dónde está la sal de los creyentes? ¿Dónde hay creyentes capaces de contagiar su entusiasmo a los demás? ¿No se nos ha vuelto sosa la fe?
Quizás una de nuestras primeras tareas sea la de volver a «salar nuestra fe» demasiado sosa, al calor del evangelio, la oración intensa y el clima de la comunidad fraterna.
Necesitamos redescubrir que la fe es sal que se puede saborear y nos puede hacer vivir de una manera nueva todo: la vida y la muerte, la convivencia y la soledad, la alegría y la tristeza, el trabajo y la fiesta.

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


domingo, 29 de enero de 2017

02-02-2017 - La Presentación del Señor (A)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.

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Para leer, compartir, bajarse o imprimir las homilias de José Antonio Pagola del domingo haz "clic" sobre el título del domingo, o haz "clic" sobre Ciclo A, Ciclo B o Ciclo C, en el menú superior para leer las homilias de cada ciclo.

¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

No dejes de visitar la nueva página de VÍDEOS DE LAS CONFERENCIAS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA .

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La Presentación del Señor (A)


EVANGELIO

Mis ojos han visto a tu Salvador.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 22-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor", y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones."
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel."

[Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: "Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma."
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.]

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
2 de febrero de 2014

FE SENCILLA

El relato del nacimiento de Jesús es desconcertante. Según Lucas, Jesús nace en un pueblo en el que no hay sitio para acogerlo. Los pastores lo han tenido que buscar por todo Belén hasta que lo han encontrado en un lugar apartado, recostado en un pesebre, sin más testigos que sus padres.
Al parecer, Lucas siente necesidad de construir un segundo relato en el que el niño sea rescatado del anonimato para ser presentado públicamente. ¿Qué lugar más apropiado que el Templo de Jerusalén para que Jesús sea acogido solemnemente como el Mesías enviado por Dios a su pueblo?
Pero, de nuevo, el relato de Lucas va a ser desconcertante. Cuando los padres se acercan al Templo con el niño, no salen a su encuentro los sumos sacerdotes ni los demás dirigentes religiosos. Dentro de unos años, ellos serán quienes lo entregarán para ser crucificado. Jesús no encuentra acogida en esa religión segura de sí misma y olvidada del sufrimiento de los pobres.
Tampoco vienen a recibirlo los maestros de la Ley que predican sus “tradiciones humanas” en los atrios de aquel Templo. Años más tarde, rechazarán a Jesús por curar enfermos rompiendo la ley del sábado. Jesús no encuentra acogida en doctrinas y tradiciones religiosas que no ayudan a vivir una vida más digna y más sana.
Quienes acogen a Jesús y lo reconocen como Enviado de Dios son dos ancianos de fe sencilla y corazón abierto que han vivido su larga vida esperando la salvación de Dios. Sus nombres parecen sugerir que son personajes simbólicos. El anciano se llama Simeón (“El Señor ha escuchado”), la anciana se llama Ana (“Regalo”). Ellos representan a tanta gente de fe sencilla que, en todos los pueblos de todas los tiempos, viven con su confianza puesta en Dios.
Los dos pertenecen a los ambientes más sanos de Israel. Son conocidos como el “Grupo de los Pobres de Yahvé”. Son gentes que no tienen nada, solo su fe en Dios. No piensan en su fortuna ni en su bienestar. Solo esperan de Dios la “consolación” que necesita su pueblo, la “liberación” que llevan buscando generación tras generación, la “luz” que ilumine las tinieblas en que viven los pueblos de la tierra. Ahora sienten que sus esperanzas se cumplen en Jesús.
Esta fe sencilla que espera de Dios la salvación definitiva es la fe de la mayoría. Una fe poco cultivada, que se concreta casi siempre en oraciones torpes y distraídas, que se formula en expresiones poco ortodoxas, que se despierta sobre todo en momentos difíciles de apuro. Una fe que Dios no tiene ningún problema en entender y acoger.

José Antonio Pagola

HOMILIA

BANDERA DISCUTIDA

«Será como una bandera discutida.»

Simeón es un personaje entrañable. Lo imaginamos casi siempre como un sacerdote anciano del Templo, pero nada de esto se nos dice en el texto. Simeón es un hombre bueno del pueblo que guarda en su corazón la esperanza de ver un día «el consuelo» que tanto necesitan. «Impulsado por el Espíritu de Dios», sube al templo en el momento en que están entrando María, José y su niño Jesús.
El encuentro es conmovedor. Simeón reconoce en el niño que trae consigo aquella pareja pobre de judíos piadosos al Salvador que lleva tantos años esperando. El hombre se siente feliz. En un gesto atrevido y maternal, «toma al niño en sus brazos» con amor y cariño grande. Bendice a Dios y bendice a los padres. Sin duda, el evangelista lo presenta como modelo. Así hemos de acoger al Salvador.
Pero, de pronto, se dirige a María y su rostro cambia. Sus palabras no presagian nada tranquilizador: «Una espada te traspasara el alma». Este niño que tiene en sus brazos será una «bandera discutida»: fuente de conflictos y enfrentamientos. Jesús hará que «unos caigan y otros se levanten». Unos lo acogerán y su vida adquirirá una dignidad nueva: su existencia se llenará de luz y de esperanza. Otros lo rechazarán y su vida se echará a perder. El rechazo a Jesús será su ruina.
Al tomar postura ante Jesús, «quedará clara la actitud de muchos corazones». El pondrá al descubierto lo que hay en lo más profundo de las personas. La acogida de este niño pide un cambio profundo. Jesús no viene a traer tranquilidad, sino a generar un proceso doloroso y conflictivo de conversión radical.
Siempre es así. También hoy. Una Iglesia que tome en serio su conversión a Jesucristo, no será nunca un espacio de tranquilidad sino de conflicto. No es posible una relación más vital con Jesús sin dar pasos hacia mayores niveles de verdad. Y esto es siempre doloroso para todos.
Cuanto más nos acerquemos a Jesús, mejor veremos nuestras incoherencias y desviaciones; lo que hay de verdad o de mentira en nuestro cristianismo; lo que hay de pecado en nuestros corazones y nuestras estructuras, en nuestras vidas y nuestras teologías.

José Antonio Pagola

HOMILIA

¡QUÉ FAMILIA!

Se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.

Hoy se habla mucho de la crisis de la institución familiar. Ciertamente la crisis es grave. Pero no es lícito ser catastrofistas. Aunque estamos siendo testigos de una verdadera revolución en la conducta familiar, y muchos han predicado la muerte de diversas formas tradicionales de familia, nadie anuncia hoy seriamente la desaparición de la familia.
Al contrario, la historia parece enseñarnos que en los tiempos difíciles se estrechan más los vínculos familiares. La abundancia separa a los hombres. La crisis y la penuria los une. Ante el presentimiento de que vamos a vivir tiempos difíciles, son bastantes los que presagian un nuevo renacer de la familia.
Con frecuencia, el deseo sincero de muchos cristianos de imitar a la sagrada familia de Nazaret ha favorecido el ideal de una familia cimentada en la armonía y la felicidad del propio hogar. Sin duda, es necesario también hoy promover la autoridad y responsabilidad de los padres, la obediencia de los hijos, el diálogo y la solidaridad familiar. Sin estos valores la familia fracasará.
Pero no cualquier familia responde a las exigencias del reino de Dios planteadas por Jesús. Hay familias abiertas al servicio de la sociedad, y familias egoístamente replegadas sobre sí mismas. Familias autoritarias y familias de talante dialogal. Familias que educan en el egoísmo y familias que enseñan solidaridad.
Concretamente, en el contexto de la grave crisis económica que estamos padeciendo, la familia puede ser una escuela de insolidaridad en la que el egoísmo familiar, se convierte en virtud y criterio de actuación que configurará el comportamiento social de los hijos. Y puede ser, por el contrario, un lugar en el que el hijo o la hija puede recordar que todos tenemos un Padre común, y que el mundo no se acaba en las paredes de la propia casa.
Por eso, no podemos celebrar responsablemente la fiesta de la Sagrada Familia, sin escuchar el reto de nuestra fe. ¿Serán nuestros hogares un lugar donde las nuevas generaciones escucharán la llamada del evangelio a la fraternidad universal, la defensa de los abandonados, y la búsqueda de una sociedad mas justa, o se convertirán en la escuela más eficaz de insolidaridad, inhibición y pasividad egoísta ante los problemas ajenos?

José Antonio Pagola

HOMILIA

SHALOM

Luz para alumbrar a las naciones.

El evangelista que narra el nacimiento de Jesús no sabía cómo transmitir su emoción ante lo sucedido en aquella noche santa. Sólo pudo decir lo que él «escuchaba» en lo íntimo de su corazón. Un canto entonado por ángeles, que venía a decir así: «A Dios gloria, alabanza y agradecimiento sin fin. A los hombres paz y sólo paz».
Es correcto traducir el término hebreo «shalom» por paz, como hacen todas las biblias, pero es demasiado poco. «Shalom» es la experiencia dichosa de la vida, el placer de vivir, el gozo total que Dios quiere para cada criatura, para cada árbol y cada animal, para cada niño y para cada hombre y mujer.
«Shalom» es lo que Dios quiere que experimentemos en cada cosa y en cada situación. «Shalom» es salud y bienestar, es casa segura y tierra fértil. Es gozar con la pareja, tener hijos, dormir seguros. «Shalom» es alegría, gozo y armonía interior. «Shalom» es la bendición de Dios: lo que Dios quiere desde siempre para la humanidad entera. Lo único que explica el nacimiento de ese niño.
Las sociedades modernas no despiertan necesidad de «shalom» ni anhelo de plenitud. Sólo producen necesidades artificiales que se satisfacen adquiriendo cosas. Hasta en estos días entrañables pretenden convencemos de que la falta de ternura y de calor se puede llenar comprando artículos de regalo.
Me dicen que vivo en una sociedad del bienestar, pero conozco a mucha gente que se defiende como puede entre la depresión y la resignación. Me aseguran que pertenezco a una religión que es portadora de una alegría universal y siento entre nosotros tristeza, resentimiento y hasta crispación. Al parecer, ni los creyentes damos un voto de confianza a Dios.
Y, entonces, ¿qué tengo que hacer yo para vivir con corazón limpio estas fechas de Navidad? Tal vez, muy poco. No escaparme de este mundo ni de esta Iglesia. No vivir de espaldas a los que sufren. Participar en la vida de las personas. No ahogar en mí el placer de vivir. No cansarme de hacer la vida más amable. Vivir dando gloria a Dios y buscando «shalom» para todos. Felices vosotros y yo si, por lo menos, despertamos en nosotros el deseo de vivir así.

José Antonio Pagola

HOMILIA

INDIFERENCIA

Luz para alumbrar a las naciones.

La actitud más inhumana ante el sufrimiento de tantos hombres y mujeres que mueren de hambre en el mundo es, sin duda, la apatía e insensibilidad de quienes nos sentimos a salvo de tan trágica situación. Gracias al desarrollo de los medios de comunicación hoy sabemos más que nunca de la miseria, el hambre y las desgracias que asolan a pueblos enteros de la tierra. Pero todo ello, lejos de estimular nuestra solidaridad, nos acostumbra a veces a mirarlo todo con resignación y apatía.
Hemos aprendido a quedarnos indiferentes ante las cifras y estadísticas que nos hablan de miseria y muerte. Podemos calcular cuántos niños mueren de hambre cada minuto, sin que se conmueva un ápice nuestra conciencia. Las imágenes más crueles y trágicas que pueda servirnos la televisión quedan rápidamente borradas por el telefilme o el concurso de turno.
Y, sin embargo, la muerte por hambre es la más indigna e inmoral de todas las muertes porque es evitable y sólo se produce por nuestra indiferencia y complicidad. Lo dicen los expertos: sobran alimentos, falta solidaridad.
La indiferencia en los países occidentales alcanza a veces rasgos escandalosos y provocativos. Estas mismas navidades hemos podido ver anunciadas en la prensa donostiarra cenas de fin de año a 115 euros el cubierto. A los pocos días se nos informaba que los indios de Chiapas (México) viven durante todo el año con el equivalente aproximado a 85 euros. ¿Cómo se puede calificar este estado de cosas?
Mientras cien mil personas mueren de hambre cada día, en nuestras sociedades ricas casi la mitad de la población vive preocupada por problemas derivados de una alimentación excesiva. Sobre la misma tierra en que caen cada día tantos hombres y mujeres vencidos por el hambre, nosotros, bien alimentados, paseamos, corremos o hacemos «footing» para bajar el exceso de peso.
Este es nuestro pecado y también nuestra mayor vergüenza. En esta fiesta de la Sagrada Familia hay algo que los creyentes no deberíamos olvidar. Según Jesús, la familia no puede quedar reducida a quienes estamos unidos por lazos de sangre. Todos los humanos formamos «la familia de Dios». No podemos celebrar satisfechos la Navidad dentro de nuestro hogar mientras hay familias en el mundo que mueren de hambre.

José Antonio Pagola

HOMILIA

LAS ABUELAS

Se volvieron a Galilea.

La crisis de fe que se observa en la sociedad repercute de diversas formas en la familia, verdadera «caja de resonancia» de cuanto se produce en el entorno social. Algo ha cambiado durante estos años en no pocos hogares: han desaparecido, en buena parte, los signos religiosos, se han perdido costumbres cristianas, son pocas las familias que se reúnen para rezar. En general lo que se transmite a los hijos no es fe, sino indiferencia religiosa y silencio.
La situación concreta es, sin embargo, más variada y compleja. Hay ciertamente familias donde los padres adoptan una postura de rechazo a lo religioso e impiden que sus hijos sean iniciados en la fe. No son muchos. En esos hogares lo religioso sólo aparece para ser objeto de ataque o de burla.
Hay, por el contrario, hogares donde se mantiene viva la identidad cristiana. La fe es un factor importante a la hora de configurar el clima familiar. Se reza, se cuidan los valores religiosos, y los padres se preocupan de la educación cristiana de los hijos. Se trata de un grupo más numeroso de lo que a veces se piensa.
La situación más generalizada es otra. No pocos padres se han alejado de la práctica religiosa y viven instalados en la indiferencia. No rechazan la fe, pero tampoco les preocupa la educación religiosa de sus hijos. No les parece algo importante para su futuro. Bautizan a sus hijos, celebran su primera comunión, pero no les transmiten fe.
En estos hogares son las abuelas las que están desempeñando muchas veces una labor de gran importancia dentro de su aparente humildad. Calladamente y de la forma más natural, van enseñando al nieto o a la nieta a rezar, lo llevan a la iglesia y, a su estilo y manera, le van explicando las «cosas más fundamentales» sobre Dios y Jesús. Ni ellas mismas se dan cuenta de que están despertando en el niño las primeras experiencias religiosas.
Algunas van más lejos, y se preocupan de comprarles una «Biblia para niños» o libros adecuados para explicarles con detalle las parábolas de Jesús o el sentido de las fiestas cristianas. No siempre es una labor solitaria. Cuentan muchas veces con la «complicidad» del abuelo y el asentimiento agradecido de los padres que, en el fondo, saben que todo eso es bueno para el hijo.
En esta fiesta de la Sagrada Familia quiero alabar la actuación de estas mujeres. Tal vez un día, más de uno recuerde agradecido a la «amona» que le habló de un Dios que nos ama sin fin o le contó la parábola del hijo pródigo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

HACIA UNA FAMILIA MÁS SANA

Se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.

Entre no pocos padres se ha extendido una sensación de pesimismo y desaliento. Es problemático lograr una convivencia sana y gozosa en el hogar. Por todas partes se habla de crisis de la familia y se apuntan toda clase de dificultades. Sin embargo, psicólogos y pedagogos siguen recordando las grandes posibilidades de la familia. Eso sí. Los padres han de cuidar algunos aspectos básicos.
Lo primero es que los padres se quieran de verdad, y que los hijos puedan verlo. Saber y experimentar que los padres se quieren es el mejor regalo para los hijos. La base para crear un ámbito de confianza y seguridad donde los hijos pueden crecer de manera sana. Los psicólogos insisten en que también hoy la persona vuelve, por lo general, a aquellos valores, experiencias y actitudes que vivió con gozo y satisfacción en los primeros años de su vida.
Naturalmente, es decisivo el afecto de los padres hacia sus hijos: el cariño, la atención a cada uno, el interés por sus cosas, la cercanía. Para un hijo, lo más importante es que el padre y la madre le dediquen tiempo a él solo. Los lazos que se crean en ese encuentro a solas son más decisivos que todas las discusiones que se tienen a lo largo del día. El futuro de los hijos que se sienten queridos así por sus padres es siempre más sano y positivo.
Es importante también crear en casa un clima de comunicación. Esto exige eliminar lo que puede generar desconfianza, agresividad o autoritarismo. Pide también momentos de encuentro, un cierto control de la TV, salidas de toda la familia junta. Es cierto que la vida moderna hace más difícil la convivencia en familia. Pero lo más importante no es sacar más tiempo para estar juntos, sino que, cuando la familia esté reunida, se puedan encontrar a gusto, en un clima de confianza y cercanía. Difícilmente van a encontrar los hijos un clima semejante en la sociedad actual.
Los padres han de cuidar también la coherencia entre lo que piden a sus hijos y lo que viven ellos mismos. El padre y la madre pueden cometer errores y tener momentos malos. El hijo sabe que tampoco sus padres son perfectos. Lo importante es que pueda ver en ellos un esfuerzo honesto por vivir según sus propias convicciones. Es esto lo que convence y da autoridad a la palabra de los padres.
Unos padres creyentes, preocupados por crear este clima en su hogar, pueden, al mismo tiempo, darle un carácter cristiano. Es mucho lo que se puede hacer, desde ensayar una oración en pareja y enseñar a rezar a los hijos pequeños, hasta cuidar los signos religiosos en casa o compartir la fe en momentos señalados.
La fiesta litúrgica de la Sagrada Familia puede ser, en estas fechas de Navidad, una buena ocasión para la reflexión y la renovación del clima familiar.

José Antonio Pagola

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EL CANSANCIO DE OCCIDENTE

Luz para alumbrar a las naciones.

No es un libro más, sino el título de una apasionante conversación entre dos importantes intelectuales que se atreven a analizar el mundo occidental con absoluta libertad y penetrante lucidez. Un libro que invita a la reflexión y al cambio (El cansancio de Occidente. Rafael Argullol y Eugenio Trías, Edic. Destino, 1992).
Hay algo que se hace evidente a medida que avanza el análisis de los dos autores. Occidente está profundamente cansado. El mito del progreso se desmorona sin remedio. La vida humana se empobrece. Cada vez son más palpables “los signos de agotamiento” de nuestro pretendido mundo feliz.
La técnica ha introducido un modo de ser y de pensar que sólo mira a la eficacia, el rendimiento y la operatividad. No interesa nada que pueda hacer relación al destino o al sentido de la vida, al misterio del cosmos, a lo sagrado. Todo queda descalificado por el pragmatismo.
Sólo interesa el bienestar, el éxito, la seguridad. El hombre contemporáneo se encoge de hombros ante cualquier planteamiento más profundo sobre el hombre, el mundo, la divinidad. “Para qué ocuparse de aquello que carece de respuestas claras, exactas?”
Poco a poco, Occidente se ha convertido en “una suerte de máquina productiva” que va arrasando ideas, valores culturales, poéticos y religiosos, demoliendo cualquier religación al misterio. El resultado es un ciudadano “bárbaro-civilizado” que Argullol y Trías analizan, de manera incisiva, para sacarnos de la ceguera.
Un ser “radicalmente irresponsable”, incapaz de reflexionar por su cuenta, perfectamente adaptado a los patrones de vida que se le imponen. Un hombre ignorante, de “sensibilidad embotada”, con una tendencia creciente a trivializarlo todo. Capaz de acumular muchos, datos de los medios de información, pero carente de verdadera formación.
Aparentemente, siempre en incesante actividad, pero en realidad un “hombre pasivo” que participa dócilmente en un plan de vida que él no ha trazado. Un “individuo-masa”, productor, consumidor, automovilista, espectador televisivo, convertido en “átomo-cápsula” que reproduce ese carácter incapsulado de su ser en su vivienda, su célula familiar, su automóvil, su sector laboral.
El libro de Argullol y Trías no es amargo. Está inspirado por un motivo noble y esperanzador: “Debemos atrevemos a replantear el propio rumbo seguido por la civilización moderna”. Occidente está necesitado de la luz de una “nueva evangelización”. Y éste es el gran reto para la Iglesia: acoger ella misma la llamada de Cristo a la conversión, y urgir al hombre de hoy a cambiar de rumbo.
A la Iglesia se le piden hoy muchas cosas. Pero ella ha de saber que también hoy su tarea primera y fundamental es hacer presente en medio de la sociedad moderna a ese Cristo que, según el cántico de Simeón, es “Salvador de todos los pueblos” y “luz para alumbrar a las naciones “.

José Antonio Pagola

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EL ARTE DE ENVEJECER

Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón.

Nadie quiere envejecer. La vejez evoca casi siempre en nosotros soledad, tristeza, esclerosis, aislamiento, amnesia..., incapacidad para vivir intensamente.
¿No es posible ser un anciano dichoso? Sin duda, depende de la familia, de los amigos, del ambiente, de la salud, de las condiciones de jubilación. Pero, en buena parte, depende también de cada hombre o mujer.
Hay gente mayor que se hunde en la desconfianza, la rebelión o el pesimismo. Gente mayor amargada por el egoísmo, que tiraniza a quienes les rodean. Pero hay también gente mayor que ha descubierto la riqueza de esta edad.
El evangelista Lucas nos describe la figura simpática de Simeón y Ana, dos ancianos que consumen sus últimos días a la sombra del templo de Jerusalén dando gracias a Dios y ofreciendo su sabiduría al pueblo.
Sin duda, envejecer no es un arte fácil. Tal vez, lo primero sea saber aceptar humildemente la vida tal como es, con su ritmo, sus posibilidades y sus limitaciones. Es gran sabiduría aceptar serenamente y sin engaños el momento particular de la vida en que nos encontramos.
Pero, ¿qué posibilidades puede ofrecer una edad aparentemente tan triste y temida como la vejez?
En primer lugar, la vejez puede ser la gran ocasión para recuperar la paz del corazón y reconciliarnos con nosotros mismos. En la medida en que van disminuyendo otras actividades y preocupaciones, puede ser más fácil descansar de tanta agitación y encontrarse serenamente con uno mismo.
Para ello, es necesario confiar en Dios. Mirar nuestra vida pasada con los ojos de ese Dios que comprende nuestras equivocaciones, perdona nuestros pecados más oscuros y nos acepta como somos. Dejar en sus manos nuestro futuro porque sólo El nos ama al fin.
Entonces, la vejez puede ser tiempo para saborear la bondad de Dios, momento propicio para agradecer el regalo de la vida, tal como ha sido, con sus horas hermosas y sus momentos amargos.
Pero puede ser, además, el tiempo de la sabiduría y de la verdad. Tiempo para relativizar con humor tantas cosas que no tenían la importancia que les hemos dado a lo largo de la vida. Tiempo para recordar a los jóvenes dónde está, al final, lo verdaderamente esencial.
Y, sobre todo, tiempo de oración sencilla para convertir esas largas horas de silencio, soledad y, tal vez, de sufrimiento, en maduración confiada para el encuentro final con Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

LA FAMILIA NECESARIA

Entraban sus padres con el Niño Jesús.

En poco tiempo estamos asistiendo a un cambio profundo de la institución familiar entre nosotros.
La familia numerosa ha desaparecido para ser sustituida por una «familia nuclear» formada por la pareja y un número muy reducido de hijos.
La mujer ha salido del hogar para realizar un trabajo profesional tan valorado como el de su esposo, abandonando así su rol anterior de esposa y madre dedicada exclusivamente a las labores del hogar.
Los divorcios y separaciones han crecido notablemente. Esta inestabilidad matrimonial ha traído consigo el aumento de hijos que crecen en un hogar en que vive solamente uno de los progenitores.
¿Significa todo esto que la familia está llamada a desaparecer? Los estudiosos de la familia apuntan hoy, más bien, la posibilidad de que se extinga la familia tal como la hemos conocido, pero ninguno de ellos anuncia la desaparición de la dimensión familiar.
El hombre necesita el ámbito familiar para abrirse a la vida y crecer dignamente. Por otra parte, estamos viviendo momentos de grave crisis y la historia nos enseña que en los tiempos difíciles se estrechan los vínculos familiares. La abundancia separa a los hombres y la penuria los une.
Los problemas de la pareja y de la familia no se van a resolver con la ley del divorcio ni con la despenalización del aborto. Es una equivocación pensar que es un progreso establecer una mayor liberalización del divorcio y del aborto.
Lo que necesitan y reclaman los hombres y mujeres de esta sociedad no es poder divorciarse sino poder formar una verdadera familia. Lo que nos tenemos que preguntar seriamente todos es cuáles son las condiciones necesarias para formar un matrimonio duradero y una familia estable, cálida y acogedora.
Los hombres y mujeres de nuestros días están necesitados de experiencias fundamentales de amor y la familia es, tal vez, el marco privilegiado para vivir una experiencia de amor amistoso, gratuito y confiado.
Para los creyentes este amor es precisamente experiencia privilegiada para expresar y vivir la gracia y el amor de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿QUE FAMILIA?

Se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.

Recientemente, un escritor canadiense resumía así la crisis de la familia contemporánea: «Cómo optar por una descendencia en una sociedad aparentemente sin futuro, en una situación social que parece sin salida? ¿Cómo proyectar una larga aventura de educación, cuando se la concibe como una gota de agua en un mar de influencias incontrolables? » (J. Grand’Maison).
Ciertamente, la crisis es grave. Pero no es lícito ser catastrofistas. Aunque estamos siendo testigos de una verdadera revolución en la conducta familiar, y muchos han predicado la muerte de diversas formas tradicionales de familia, nadie anuncia hoy seriamente la desaparición de la familia.
Al contrario, la historia parece enseñarnos que en los tiempos difíciles se estrechan más los vínculos familiares. La abundancia separa a los hombres. La crisis y la penuria los une. Ante el presentimiento de que vamos a vivir tiempos difíciles, son bastantes los que presagian un nuevo renacer de la familia.
Pero, ¿qué familia? Los católicos hemos defendido, con frecuencia, la familia en abstracto, sin detenernos demasiado a reflexionar cuál debe ser el contenido de un proyecto familiar entendido y vivido desde la fe.
Pero, no cualquier familia responde a las exigencias del evangelio. Hay familias abiertas al servicio de la sociedad, y familias egoístamente replegadas sobre sí mismas. Familias autoritarias y familias de talante dialogal. Familias que educan en el egoísmo y familias que enseñan solidaridad.
Concretamente, en el contexto de la grave crisis económica que estamos padeciendo, la familia puede ser una escuela de insolidaridad en la que el egoísmo familiar, se convierte en virtud y criterio de actuación que configurará el comportamiento social de los hijos.
Y puede ser, por el contrario, un lugar en el que el hijo puede recordar que todos tenemos un Padre común, y que el mundo no se acaba en las paredes de la propia casa.
Por eso, no podemos celebrar responsablemente la fiesta de la Sagrada Familia, sin escuchar el reto de nuestra fe. ¿Serán nuestros hogares un lugar donde las nuevas generaciones podrán escuchar la llamada del evangelio a la fraternidad universal, la defensa de los abandonados, y la búsqueda de una sociedad más justa, o se convertirán en la escuela más eficaz de insolidaridad, inhibición y pasividad egoísta ante los problemas ajenos?

José Antonio Pagola



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