lunes, 2 de diciembre de 2013

08/12/2013 - La Inmaculada Concepción de Santa María Virgen (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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8 de diciembre de 2013

La Inmaculada Concepción de Santa María Virgen (A))


EVANGELIO

Evangelio

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
- Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo:
- No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.
Y María dijo al ángel:
- ¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?
El ángel le contestó:
- El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.
María contestó:
- Aquí está la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra.
Y la dejó el ángel.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
8 de diciembre de 2013

Título

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José Antonio Pagola


HOMILIA

CON ALEGRÍA Y CONFIANZA

El concilio Vaticano II presenta a María, Madre de Jesucristo, como "prototipo y modelo para la Iglesia", y la describe como mujer humilde que escucha a Dios con confianza y alegría. Desde esa misma actitud hemos de escuchar a Dios en la Iglesia actual.
«Alégrate». Es lo primero que María escucha de Dios y lo primero que hemos de escuchar también hoy. Entre nosotros falta alegría. Con frecuencia nos dejamos contagiar por la tristeza de una Iglesia envejecida y gastada. ¿Ya no es Jesús Buena Noticia? ¿No sentimos la alegría de ser sus seguidores? Cuando falta la alegría, la fe pierde frescura, la cordialidad desaparece, la amistad entre los creyentes se enfría. Todo se hace más difícil. Es urgente despertar la alegría en nuestras comunidades y recuperar la paz que Jesús nos ha dejado en herencia.
«El Señor está contigo». No es fácil la alegría en la Iglesia de nuestros días. Sólo puede nacer de la confianza en Dios. No estamos huérfanos. Vivimos invocando cada día a un Dios Padre que nos acompaña, nos defiende y busca siempre el bien de todo ser humano.
Esta Iglesia, a veces tan desconcertada y perdida, que no acierta a volver al Evangelio, no está sola. Jesús, el Buen Pastor, nos está buscando. Su Espíritu nos está atrayendo. Contamos con su aliento y comprensión. Jesús no nos ha abandonado. Con él todo es posible.
«No temas». Son muchos los miedos que nos paralizan a los seguidores de Jesús. Miedo al mundo moderno y a la secularización. Miedo a un futuro incierto. Miedo a nuestra debilidad. Miedo a la conversión al Evangelio. El miedo nos está haciendo mucho daño. Nos impide caminar hacia el futuro con esperanza. Nos encierra en la conservación estéril del pasado. Crecen nuestros fantasmas. Desaparece el realismo sano y la sensatez cristiana. Es urgente construir una Iglesia de la confianza. La fortaleza de Dios no se revela en una Iglesia poderosa sino humilde.
«Darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús». También a nosotros, como a María, se nos confía una misión: contribuir a poner luz en medio de la noche. No estamos llamados a juzgar al mundo sino a sembrar esperanza. Nuestra tarea no es apagar la mecha que se extingue sino encender la fe que, en no pocos, está queriendo brotar: Dios es una pregunta que humaniza.
Desde nuestras comunidades, cada vez más pequeñas y humildes, podemos ser levadura de un mundo más sano y fraterno. Estamos en buenas manos. Dios no está en crisis. Somos nosotros los que no nos atrevemos a seguir a Jesús con alegría y confianza.

José Antonio Pagola

HOMILIA

UN ANUNCIO SORPRENDENTE

El ángel le dijo: Alégrate.

Lucas narra el anuncio del nacimiento de Jesús en estrecho paralelismo con el del Bautista. El contraste entre ambas escenas es tan sorprendente que nos permite entrever con luces nuevas el Misterio del Dios encarnado en Jesús.
El anuncio del nacimiento del Bautista sucede en «Jerusalén», la grandiosa capital de Israel, centro político y religioso del pueblo judío. El nacimiento de Jesús se anuncia en un pueblo desconocido de las montañas de Galilea. Una aldea sin relieve alguno, llamada «Nazaret», de donde nadie espera que pueda salir nada bueno. Años más tarde, estos pueblos humildes acogerán el mensaje de Jesús anunciando la bondad de Dios. Jerusalén por el contrario lo rechazará. Casi siempre, son los pequeños e insignificantes los que mejor entienden y acogen al Dios encarnado en Jesús.
El anuncio del nacimiento del Bautista tiene lugar en el espacio sagrado del «templo». El de Jesús en una casa pobre de una «aldea». Jesús se hará presente allí donde las gentes viven, trabajan, gozan y sufren. Vive entre ellos aliviando el sufrimiento y ofreciendo el perdón del Padre. Dios se ha hecho carne, no para permanecer en los templos, sino para «poner su morada entre los hombres» y compartir nuestra vida.
El anuncio del nacimiento del Bautista lo escucha un «varón» venerable, el sacerdote Zacarías, durante una solemne celebración ritual. El de Jesús se le hace a María, una «joven» de unos doce años. No se indica donde está ni qué está haciendo. ¿A quién puede interesar el trabajo de una mujer? Sin embargo, Jesús, el Hijo de Dios encarnado, mirará a las mujeres de manera diferente, defenderá su dignidad y las acogerá entre sus discípulos.
Por último, del Bautista se anuncia que nacerá de Zacarías e Isabel, una pareja estéril, bendecida por Dios. De Jesús se dice algo absolutamente nuevo. El Mesías nacerá de María, una joven virgen. El Espíritu de Dios estará en el origen de su aparición en el mundo. Por eso, «será llamado Hijo de Dios». El Salvador del mundo no nace como fruto del amor de unos esposos que se quieren mutuamente. Nace como fruto del Amor de Dios a toda la humanidad. Jesús no es un regalo que nos hacen María y José. Es un regalo que nos hace Dios.


José Antonio Pagola

HOMILIA

CON ALEGRÍA

Alégrate... No tengas miedo.

El evangelista Lucas temía que sus lectores leyeran su escrito de cualquier manera. Lo que les quería anunciar no era una noticia más, como tantas otras que se corrían por el imperio. Debían preparar su corazón: despertar la alegría, desterrar miedos y creer que Dios estaba cerca, dispuesto a transformar su vida.
Con un arte difícil de igualar, recreó una escena evocando el mensaje que María escuchó en lo íntimo de su corazón para acoger el nacimiento de su hijo Jesús. Todos podrían unirse a ella para acoger al Salvador. ¿Es posible hoy prepararse para recibir a Dios?
«Alégrate». Es la primera palabra que escucha el que se prepara para vivir una experiencia buena. Hoy no sabemos esperar. Somos como niños impacientes que lo quieren todo enseguida. Vivimos llenos de cosas. No sabemos estar atentos para conocer nuestros deseos más profundos. Sencillamente, se nos ha olvidado esperar a Dios y ya no sabemos cómo encontrar la alegría.
Nos estamos perdiendo lo mejor de la vida. Nos contentamos con la satisfacción, el placer y la diversión que nos proporciona el bienestar. En el fondo, sabemos que es un error, pero no nos atrevemos a creer que Dios, acogido con fe sencilla, nos puede descubrir otros caminos hacia la alegría.
«No tengas miedo». La alegría es imposible cuando se vive lleno de miedos que nos amenazan por dentro y desde fuera. ¿Cómo pensar, sentir y actuar de manera positiva y esperanzadora?, ¿cómo olvidar nuestra impotencia y nuestra cobardía para enfrentarnos al mal?
Se nos ha olvidado que cuidar nuestra vida interior es más importante que todo lo que nos viene desde fuera. Si estamos vacíos por dentro, somos vulnerables a todo. Se va diluyendo nuestra confianza en Dios y no sabemos cómo defendernos de lo que nos hace daño.
«El Señor está contigo». Dios es una fuerza creadora que es buena y nos quiere bien. No vivimos solos, perdidos en el cosmos. La humanidad no está abandonada. ¿De dónde sacar verdadera esperanza si no es del misterio último de la vida? Todo cambia cuando el ser humano se siente acompañado por Dios.
Necesitamos celebrar el «corazón» de la Navidad, no su corteza. Necesitamos hacer más sitio a Dios en nuestra vida. Nos irá mejor.

José Antonio Pagola

HOMILIA

COMO MARÍA

Hágase en mí según tu Palabra.

En vísperas de la Navidad, la liturgia nos presenta la figura de María acogiendo en gozo a Dios en su vida. Como subrayó el Concilio, María es modelo para la Iglesia. De ella podemos aprender a ser más fieles a Jesús y su evangelio. ¿Cuáles podrían ser los rasgos de una Iglesia más mariana en nuestros días?
Una Iglesia que fomenta la «ternura maternal» hacia todos sus hijos cuidando el calor humano en sus relaciones con ellos. Una Iglesia de brazos abiertos, que no rechaza ni condena, sino que acoge y encuentra un lugar adecuado para cada uno.
Una Iglesia que, como María, proclama con alegría la grandeza de Dios y su misericordia también con las generaciones actuales y futuras. Una Iglesia que se convierte en signo de esperanza por su capacidad de dar y transmitir vida.
Una Iglesia que sabe decir «sí» a Dios sin saber muy bien a dónde le llevará su obediencia. Una Iglesia que no tiene respuestas para todo, pero busca con confianza, abierta al diálogo con los que no se cierran al bien, la verdad y el amor.
Una Iglesia humilde como María, siempre a la escucha de su Señor. Una Iglesia más preocupada por comunicar el Evangelio de Jesús que por tenerlo todo definido.
Una Iglesia del «Magníficat», que no se complace en los soberbios, potentados y ricos de este mundo, sino que busca pan y dignidad para los pobres y hambrientos de la Tierra, sabiendo que Dios está de su parte.
Una Iglesia atenta al sufrimiento de todo ser humano, que sabe, como María, olvidarse de sí misma y «marchar de prisa» para estar cerca de quien necesita ser ayudado. Una Iglesia preocupada por la felicidad de todos los que «no tienen vino» para celebrar la vida. Una Iglesia que anuncia la hora de la mujer y promueve con gozo su dignidad, responsabilidad y creatividad femenina.
Una Iglesia contemplativa que sabe «guardar y meditar en su corazón» el misterio de Dios encamado en Jesús para transmitirlo como experiencia viva. Una Iglesia que cree, ora, sufre y espera la salvación de Dios anunciando con humildad la victoria final del amor.

José Antonio Pagola

HOMILIA

ALÉGRATE

Alégrate... el Señor está contigo.

El relato evangélico de la anunciación a María, que se lee este último domingo de Adviento, es una invitación a despertar en nosotros las actitudes básicas con las que vivir no sólo las fiestas de Navidad ya próximas, sino la vida entera. Basta recorrer el mensaje que se pone en boca del Ángel.
Alégrate. Es lo primero que María escucha de Dios y lo primero que hemos de escuchar también nosotros. «Alégrate»: ésa es la primera palabra de Dios a toda criatura. En medio de estos tiempos que a nosotros nos parecen de incertidumbre y oscuridad, llenos de problemas y dificultades, lo primero que sorprendentemente se nos pide es no perder la alegría. Sin alegría la vida se hace más difícil y dura.
El Señor está contigo. La alegría a que se nos invita no es un optimismo forzado ni un autoengaño fácil. Es la alegría interior y la confianza que nace en quien se enfrenta a la vida con la convicción de que no está solo. Una alegría que nace de la fe. Dios nos acompaña, nos defiende y quiere siempre nuestro bien. Podemos quejamos de muchas cosas, pero nunca podremos decir que estamos solos porque no es verdad. Dentro de cada uno, en lo más hondo de nuestro ser está Dios nuestro Salvador.
No temas. Son muchos los miedos que pueden despertarse en nosotros. Miedo al futuro, a la enfermedad, a la muerte. Nos da miedo sufrir, sentimos solos, no ser amados. Podemos sentir miedo a nuestras contradicciones e incoherencias. El miedo es malo, hace daño. El miedo ahoga la vida, paraliza las fuerzas, nos impide caminar. Lo que necesitamos es confianza, seguridad, luz.
Has hallado gracia ante Dios. No sólo María, también nosotros podemos escuchar estas palabras porque todos vivimos y morimos sostenidos por la gracia y el amor de Dios. La vida sigue ahí con sus dificultades y preocupaciones. La fe en Dios no es una receta para resolver los problemas diarios. Pero todo es diferente cuando uno vive buscando en Dios luz y fuerza para enfrentarse a ellos.
Llega la Navidad. No será una fiesta igual para todos. Cada uno vivirá en su interior su propia navidad. ¿Por qué no despertar estos días en nosotros la confianza en Dios y la alegría de sabemos acogidos por Él? ¿Por qué no liberamos un poco de miedos y angustias enfrentándonos a la vida desde la fe en un Dios cercano?

José Antonio Pagola

HOMILIA

AVE MARÍA

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.

Hace algunos años me encontré con una persona que, después de una larga crisis religiosa, buscaba de nuevo a Dios. Después de una larga conversación, me confesó que quería rezar. Hacía mucho tiempo que había abandonado toda práctica religiosa. Había olvidado el Padrenuestro. Tampoco recordaba ninguna otra oración. De pronto, el rostro se le iluminó: «Tal vez.., el Avemaría». Mientras recitábamos juntos la sencilla oración, vi que de sus ojos se desprendían dos lágrimas de alegría y emoción. Las grandes oraciones son siempre profundamente humanas y humildes. No son necesarias palabras complicadas ni frases sublimes. Lo importante es la fe con que se invoca.
El Avemaría, unida con frecuencia al rezo del Padrenuestro, es una de las oraciones cristianas más populares. Consta de tres partes. La primera está tomada del anuncio del ángel a María. «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo.» La segunda evoca las palabras de alabanza que Isabel dirige a María: «Bendita eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. » La última parte es una invocación medieval de origen incierto: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. »
Cada uno sabe cómo y por qué caminos discurre su vida, pero siempre es bueno encontrarse con María. Ella es Madre de Dios y también nuestra. María no es Dios, no es fuente de nuestra salvación, pero Dios está con ella y la ha llenado de gracia. En medio de un mundo que, a veces, parece maldito, ella es bendita porque ha sido bendecida por Dios para siempre. Podemos acudir a ella con confianza.
No necesitamos defendernos ni dar explicaciones. Ella es nuestra Madre. Conoce nuestro corazón cansado y, tal vez, nuestra vida rota o desquiciada. Conoce nuestros errores y nuestra mediocridad. En María, llena de la gracia de Dios, siempre encontraremos el amor y el perdón del mismo Dios. Unidos a tantos hombres y mujeres, podemos también nosotros invocarla con humildad: «Ruega por nosotros, pecadores
María nos acompaña siempre. En los momentos gozosos y en los difíciles. Podemos contar con su protección maternal en la depresión y en la enfermedad, en la soledad o en el fracaso, en el miedo o en el pecado. Invocamos su ayuda «ahora», en el momento en que pronunciamos la oración, y también para «la hora de nuestra muerte» siempre desconocida, pero siempre más cercana.
Al final del Adviento, el relato evangélico nos recuerda las palabras del ángel a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lucas 1, 28). Pueden ser una invitación a despertar nuestra confianza en ella y a susurrar en lo secreto de nuestro corazón la conocida plegaria a la Madre: «Ave María

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿A DONDE VA EL MUNDO?

El Señor está contigo.

El filósofo R. Popper, recientemente fallecido, aseguraba que «el mundo no va a ninguna parte». Se oponía así, desde su visión filosófica, a tantos hombres y mujeres que, a través de los siglos, se han atrevido a esperar un futuro no solo mejor, sino nuevo.
¿A dónde va el mundo con tanto dolor? Esta pregunta no es nueva. La han repetido de mil maneras los hombres en momentos trágicos de guerras, en el azote de pestes terribles, en medio del exilio o ante catástrofes naturales. Hoy, de nuevo, cristianos y no cristianos se la plantean en el fondo de su conciencia: ¿A dónde va el mundo?
No es una cuestión arbitraria. No es tampoco una pregunta científica que busca satisfacer nuestra curiosidad. Es un interrogante profundamente humano, pues, de alguna manera, intuimos que en él nos va la vida y el destino último de la humanidad.
La pregunta se despierta en nosotros cuando nos informan de la velocidad con que se talan los árboles en las selvas de Brasil, o de la desertización de grandes zonas de la Tierra; cuando nos alertan de los daños irreparables de los accidentes nucleares, o nos advierten de los efectos peligrosos de cierto tipo de residuos. ¿Se le puede llamar progreso a esa alocada producción de bienes que solo beneficia a unos pocos, mientras provoca tanto daño a la mayor parte de la humanidad?
Detrás de todo eso está el ser humano, que no acierta a conducir las cosas por caminos más seguros. Por eso, la pregunta más concreta es otra: ¿A dónde vamos nosotros los hombres dejando sin pan y sin trabajo a tantas gentes con tal de conseguir el bienestar de los más afortunados? ¿A dónde vamos hundiendo en el hambre y la miseria a pueblos enteros? ¿Nos vamos acercando así a alguna meta digna del hombre? ¿Caminamos así hacia una plenitud?
Con este horizonte no es extraño caer en el pesimismo y en actitudes derrotistas. Por eso resultan tan sorprendentes las palabras con las que el ángel anuncia a María el nacimiento del Salvador y que, en el fondo, están dirigidas a toda la humanidad: «Alégrate ... El Señor está contigo.» Es cierto que el horizonte puede parecer sombrío; el ser humano puede destruir el mundo y provocar su propio hundimiento. Pero no está solo. Dios está con nosotros. Es posible la salvación.
Esta fe es la que sostiene al creyente en la esperanza y le anima a trabajar siempre por un mundo más humano. Llegará un día en el que, según las hermosas palabras del Apocalipsis, Dios mismo «enjugará las lágrimas de sus ojos, ya no habrá muerte ni llanto, no habrá gritos ni fatiga, pues el mundo viejo habrá pasado» (Ap 21, 4). Esta es la promesa de Dios a los hombres. Y los creyentes confiamos en él. María, la madre del Salvador, es nuestro modelo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

FELICITAR

Alégrate.

Llega la Navidad y parece como si, de pronto, se despertara en nosotros una necesidad incontenible de desearnos mutuamente paz y felicidad. Hemos de enviarnos puntualmente las tradicionales felicitaciones deseándonos toda clase de dichas y ventura en estas fiestas y para el año venidero. Artísticos tarjetones o postales vulgares, “christmas” de hondo contenido religioso o tarjetas superficiales, todo sirve para transmitirnos la felicitación.
¿Qué sentido pueden tener tantos deseos de dicha y felicidad expresados en Navidad? ¿Son acaso una mentira más? ¿Otra manera de engañarnos unos a otros durante estas fiestas tan vacías ya de su verdadero contenido? 
Son diferentes, sin duda, la felicitación entrañable al amigo lejano pero nunca olvidado, los saludos de puro compromiso y cortesía o las felicitaciones en serie de una firma comercial.
Como es sabido, la felicitación navideña tiene su origen más genuino en el anuncio que se escucha en Belén: “Os anuncio la gran alegría para todo el pueblo: hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador”. La primera palabra de parte de Dios a los hombres cuando se acerca el Salvador es una invitación a la alegría y la fiesta. Es lo primero que escucha también María de boca del ángel: “Alégrate”.
La alegría más honda del creyente en estas fiestas arranca de esta fe: Dios no es un ser lejano, inquietante y amenazador, sino alguien que se nos ofrece cercano y entrañable desde la ternura y fragilidad de un niño.
Esta es la primera razón para felicitarnos y hacer fiesta. Lo primero que hemos de recordar para despertar la alegría. Como escribía el célebre teólogo suizo Karl Barth: “Que está mal, el mundo lo sabe ya; lo que no sabe es que por los cuatro costados está en las manos buenas de Dios”. Desde esta convicción adquiere la felicitación navideña una hondura nueva pues nace del deseo de construir ese mundo más humano y feliz que Dios busca para todos.
Antes de sentarnos a escribir las felicitaciones, tal vez hemos de hacernos alguna pregunta: ¿Sé yo “felicitar”? ¿Me preocupa realmente la felicidad de los demás? ¿Estoy dispuesto a hacer feliz a lo largo del año a esa persona que hoy felicito?
Nuestra felicitación será más sincera si lleva consigo el compromiso de vivir creando en nuestro entorno un clima más humano. Nada especialmente grande. Cosas más bien pequeñas, como no hacer a nadie la vida más difícil de lo que es, cuidar mejor el amor dentro del hogar, estar cerca de quien nos puede necesitar, cultivar unas relaciones más amistosas con todos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

LA EXPERIENCIA DE NAVIDAD

El Señor está contigo.

No es fácil en esta sociedad celebrar todavía con un poco de hondura la experiencia central de la Navidad. Tal vez el mejor camino para intentarlo sea el silencio.
Así nos lo sugiere un viejo texto litúrgico al proclamar que la irrupción de Dios en la humanidad sucedió «cuando un silencio sosegado lo envolvía todo».
He aquí algunas sugerencias para quienes deseen este año vivir la Navidad “de manera diferente”.
Lo primero es prepararse. Hacer el propósito de dedicar algún tiempo a preparar estas fiestas. De lo contrario, es difícil sustraerse al ambiente trivial y engañoso que estos días parece impregnarlo todo.
Después es necesario tener valor para estar a solas con nosotros mismos. Si lo logramos, tal vez podamos descubrir algo nuevo. Una habitación tranquila, una iglesia solitaria, un paseo retirado pueden servirte para “hacer silencio”.
Dejarse penetrar por el silencio no es fácil, sobre todo cuando se vive siempre en el ruido. Al comienzo, te sentirás lleno de sensaciones, impresiones, recuerdos. Si sabes esperar y permanecer, poco a poco irán apareciendo dentro de ti tus verdaderas preocupaciones, tus miedos, tu tristeza o tu alegría.
Si sigues todavía escuchando, podrás sentir una impresión inquietante. La soledad. Estás solo en medio de la vida. Esas personas con las que te relacionas todo el día, a las que rechazas o quieres, están lejos. En el fondo, todos estamos solos. Tú lo experimentas ahora con más luz en esa sensación extraña que te invade.
Si, cerrando los ojos, te atreves a seguir en silencio en una actitud humilde de confianza, es fácil que, en el interior de ese vacío y soledad, comience a insinuarse una presencia.
No le des todavía el nombre de Dios. Es sólo una experiencia que te puede poner ante la presencia de un Dios inmensamente lejano e incomprensible y, sin embargo, inmensamente cercano e interior a ti mismo.
Entonces, deja que el silencio te hable. Por una vez, atrévete a escuchar esa presencia cercana de Dios. No pienses en tus miedos ni en tu miseria. No pienses siquiera si eres cristiano o no. Sencillamente, acoge el misterio.
Como dice K. Rahner, “esta experiencia es la más decisiva para comprender el mensaje central de la Navidad: Dios se ha hecho hombre. Lo divino ha irrumpido en el interior de lo humano».
Entonces, tal vez sientas tu corazón renovado. Será el mejor regalo que puedas recibir en Navidad. Será también el mejor regalo que podrás hacer a los que te rodean.

José Antonio Pagola

HOMILIA

EL REGALO DE NAVIDAD

Alégrate.

¿Cuántos son los que creen de verdad en la Navidad? ¿Cuántos los que saben celebrarla en lo más íntimo de su corazón? Estamos tan entretenidos con nuestras compras, regalos y cenas que resulta difícil acordarse de Dios y acogerlo en medio de tanta confusión.
Nos preocupamos mucho de que estos días no falte nada en nuestros hogares, pero a casi nadie le preocupa si allí falta Dios. Por otra parte, andamos tan llenos de cosas que no sabemos ya alegrarnos de la «cercanía de Dios».
Y una vez más, estas fiestas pasarán sin que muchos hombres y mujeres hayan podido escuchar nada nuevo, vivo y gozoso en su corazón. Y desmontarán «el Belén» y retirarán el árbol y las estrellas, sin que nada grande haya renacido en sus vidas.
La Navidad no es una fiesta fácil. Sólo puede celebrarla desde dentro quien se atreve a creer que Dios puede volver a nacer entre nosotros, en nuestra vida diaria. Este nacimiento será pobre, frágil, débil como lo fue el de Belén. Pero puede ser un acontecimiento real. El verdadero regalo de Navidad.
Dios es infinitamente mejor de lo que nos creemos. Más cercano, más comprensivo, más tierno, más audaz, más amigo, más alegre, más grande de lo que nosotros podemos sospechar. ¡Dios es Dios!
Los hombres no nos atrevemos a creer del todo en la bondad y ternura de Dios. Necesitamos detenernos ante lo que significa un Dios que se nos ofrece como niño débil, vulnerable, indefenso, sonriente, irradiando sólo paz, gozo y ternura. Se despertaría en nosotros una alegría diferente, nos inundaría una confianza desconocida. Nos daríamos cuenta de que no podemos hacer otra cosa sino dar gracias.
Este Dios es más grande que todos nuestros pecados y miserias. Más feliz que todas nuestras imágenes tristes y raquíticas de la divinidad. Este Dios es el regalo mejor que se nos puede hacer a los hombres.
Nuestra gran equivocación es pensar que no necesitamos de Dios. Creer que nos basta con un poco más de bienestar, un poco más de dinero, de salud, de suerte, de seguridad. Y luchamos por tenerlo todo. Todo menos Dios.
Felices los que tienen un corazón sencillo, limpio y pobre porque Dios es para ellos. Felices los que sienten necesidad de Dios porque Dios puede nacer todavía en sus vidas.
Felices los que, en medio del bullicio y aturdimiento de estas fiestas, sepan acoger con corazón creyente y agradecido el regalo de un Dios Niño. Para ellos habrá sido Navidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

LA ALEGRIA POSIBLE

Alégrate.

La primera palabra de parte de Dios a los hombres, cuando el Salvador se acerca al mundo, es una invitación a la alegría. Es lo que escucha María: Alégrate.
J. Moltmann, el gran teólogo de la esperanza, lo ha expresado así: «La palabra última y primera de la gran liberación que viene de Dios no es odio, sino alegría; no condena, sino absolución. Cristo nace de la alegría de Dios y muere y resucita para traer su alegría a este mundo contradictorio y absurdo».
Sin embargo, la alegría no es fácil. A nadie se le puede obligar a que esté alegre ni se le puede imponer la alegría por la fuerza. La verdadera alegría debe nacer y crecer en lo más profundo de nosotros mismos.
De lo contrario; será risa exterior, carcajada vacía, euforia creada quizás en una «sala de fiestas», pero la alegría se quedará fuera, a la puerta de nuestro corazón.
La alegría es un don hermoso, pero también muy vulnerable. Un don que hay que saber cultivar con humildad y generosidad en el fondo del alma. H. Hesse explica los rostros atormentados, nerviosos y  tristes de tantos hombres, de esta manera tan simple: «Es porque la felicidad sólo puede sentirla el alma, no la razón, ni e vientre, ni la cabeza, ni la bolsa».
Pero hay algo más. C6mo se puede ser feliz cuando hay tantos sufrimientos sobre la tierra? ¿Cómo se puede reír, cuando aún no están secas todas las lágrimas, sino que brotan diariamente otras nuevas? ¿Cómo gozar cuando dos terceras partes de la humanidad se encuentran hundidas en el hambre, la miseria o la guerra? 
La alegría de María es el gozo de una mujer creyente que se alegra en Dios salvador, el que levanta a los humillados y dispersa a los soberbios, el que colina de bienes a los hambrientos y despide a los ricos vacíos.
La alegría verdadera sólo es posible en el corazón del hombre que anhela y busca justicia, libertad y fraternidad entre los hombres. María se alegra en Dios, porque viene a consumar la esperanza de los abandonados.
Sólo se puede ser alegre en comunión con los que sufren y en solidaridad con los que lloran. Sólo tiene derecho a la alegría quien lucha por hacerla posible entre los humillados. Sólo puede ser feliz quien se esfuerza por hacer felices a otros. Sólo puede celebrar la Navidad quien busca sinceramente el nacimiento de un hombre nuevo entre nosotros.

José Antonio Pagola


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