lunes, 26 de mayo de 2014

01/06/2014 - 7º domingo de Pascua - LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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¡Volver a Jesús! Retomar la frescura inicial del evangelio.
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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1 de jumio de 2014

7º domingo de Pascua - LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (A)


EVANGELIO

Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.

+ Conclusión del santo evangelio según san Mateo 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a .-ellos, Jesús les dijo:
-«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.
Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
1 de junio de 2014

NO CERRAR EL HORIZONTE

Ocupados solo en el logro inmediato de un mayor bienestar y atraídos por pequeñas aspiraciones y esperanzas, corremos el riesgo de empobrecer el horizonte de nuestra existencia perdiendo el anhelo de eternidad. ¿Es un progreso? ¿Es un error?
Hay dos hechos que no es difícil comprobar en este nuevo milenio en el que vivimos desde hace unos años. Por una parte, está creciendo en la sociedad humana la expectativa y el deseo de un mundo mejor. No nos contentamos con cualquier cosa: necesitamos progresar hacia un mundo más digno, más humano y dichoso.
Por otra parte, está creciendo el desencanto, el escepticismo y la incertidumbre ante el futuro. Hay tanto sufrimiento absurdo en la vida de las personas y de los pueblos, tantos conflictos envenenados, tales abusos contra el Planeta, que no es fácil mantener la fe en el ser humano.
Sin embargo, el desarrollo de la ciencia y la tecnología esta logrando resolver muchos males y sufrimientos. En el futuro se lograrán, sin duda, éxitos todavía más espectaculares. Aún no somos capaces de intuir la capacidad que se encierra en el ser humano para desarrollar un bienestar físico, psíquico y social.
Pero no sería honesto olvidar que este desarrollo prodigioso nos va “salvando” solo de algunos males y de manera limitada. Ahora precisamente que disfrutamos cada vez más del progreso humano, empezamos a percibir mejor que el ser humano no puede darse a sí mismo todo lo que anhela y busca.
¿Quién nos salvará del envejecimiento, de la muerte inevitable o del poder extraño del mal? No nos ha de sorprender que muchos comiencen a sentir la necesidad de algo que no es ni técnica ni ciencia ni doctrina ideológica. El ser humano se resiste a vivir encerrado para siempre en esta condición caduca y mortal.
Sin embargo, no pocos cristianos viven hoy mirando exclusivamente a la tierra, Al parecer, no nos atrevemos a levantar la mirada más allá de lo inmediato de cada día. En esta fiesta cristiana de la Ascensión del Señor quiero recordar unas palabras del aquél gran científico y místico que fue Theilhard de Chardin: “Cristianos, a solo veinte siglos de la Ascensión, ¿qué habéis hecho de la esperanza cristiana?”.
En medio de interrogantes e incertidumbres, los seguidores de Jesús seguimos caminando por la vida, trabajados por una confianza y una convicción. Cuando parece que la vida se cierra o se extingue, Dios permanece. El misterio último de la realidad es un misterio de Bondad y de Amor. Dios es una Puerta abierta a la vida que nadie puede cerrar.

José Antonio Pagola


HOMILIA

2010-2011 -
5 de junio de 2011

ESCUELA DE JESÚS

La situación que se vive hoy en nuestras comunidades cristianas no es nada fácil. En nuestro corazón de seguidores de Jesús surgen no pocas preguntas: ¿Dónde reafirmar nuestra fe en estos tiempos de crisis religiosa? ¿Qué es lo importante en estos momentos? ¿Qué hemos de hacer en las comunidades de Jesús? ¿Hacia dónde hemos de orientar nuestros esfuerzos?
Mateo concluye su relato evangélico con una escena de importancia excepcional. Jesús convoca por última vez a sus discípulos para confiarles su misión. Son las últimas palabras que escucharán de Jesús: las que han de orientar su tarea y sostener su fe a lo largo de los siglos.
Siguiendo las indicaciones de las mujeres, los discípulos se reúnen en Galilea. Allí había comenzado su amistad con Jesús. Allí se habían comprometido a seguirlo colaborando en su proyecto del reino de Dios. Ahora vienen sin saber con qué se pueden encontrar. ¿Volverán a verse con Jesús después de su ejecución?
El encuentro con el Resucitado no es fácil. Al verlo llegar, los discípulos «se postran» ante él; reconocen en Jesús algo nuevo; quieren creer, pero «algunos vacilan». El grupo se mueve entre la confianza y la tristeza. Lo adoran pero no están libres de dudas e inseguridad. Los cristianos de hoy los entendemos. A nosotros nos sucede lo mismo.
Lo admirable es que Jesús no les reprocha nada. Los conoce desde que los llamó a seguirlo. Su fe sigue siendo pequeña, pero a pesar de sus dudas y vacilaciones, confía en ellos. Desde esa fe pequeña y frágil anunciarán su mensaje en el mundo entero. Así sabrán acoger y comprender a quienes a lo largo de los siglos vivirán una fe vacilante. Jesús los sostendrá a todos.
La tarea fundamental que les confía es clara: «hacer discípulos» suyos en todos los pueblos. No les manda propiamente a exponer doctrina, sino a trabajar para que el mundo haya hombres y mujeres que vivan como discípulos y discípulas de Jesús. Seguidores que aprendan a vivir como él. Que lo acojan como Maestro y no dejen nunca de aprender a ser libres, justos, solidarios, constructores de un mundo más humano.
Mateo entiende la comunidad cristiana como una "escuela de Jesús". Seremos muchos o pocos. Entre nosotros habrá creyentes convencidos y creyentes vacilantes. Cada vez será más difícil atender a todo como quisiéramos. Lo importante será que entre nosotros se pueda aprender a vivir con el estilo de Jesús. El es nuestro único Maestro. Los demás somos todos hermanos que nos ayudamos y animamos mutuamente a ser sus discípulos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - Recreados por Jesús
4 de mayo de 2008

HACER DISCÍPULOS DE JESÚS

Haced discípulos.

Mateo describe la despedida de Jesús trazando las líneas de fuerza que han de orientar para siempre a sus discípulos, los rasgos que han de marcar a su Iglesia para cumplir fielmente su misión.
El punto de arranque es Galilea. Ahí los convoca Jesús. La resurrección no los debe llevar a olvidar lo vivido con él en Galilea. Allí le han escuchado hablar de Dios con parábolas conmovedoras. Allí lo han visto aliviando el sufrimiento, ofreciendo el perdón de Dios y acogiendo a los más olvidados. Es eso precisamente lo que han de seguir trasmitiendo.
Entre los discípulos hay «creyentes» y hay quienes «vacilan». El narrador es realista. Los discípulos «se postran». Sin duda, quieren creer, pero en algunos se despierta la duda y la indecisión. Tal vez están asustados, no pueden captar todo lo que aquello significa. Mateo conoce la fe frágil de las comunidades cristianas. Si no contaran con Jesús pronto se apagaría.
Jesús «se acerca» y entra en contacto con ellos. Él tiene la fuerza y el poder que a ellos les falta. El resucitado ha recibido del Padre la autoridad del Hijo de Dios con «pleno poder en el cielo y en la tierra». Si se apoyan en él, no vacilarán.
Jesús les indica con toda precisión cuál ha de ser su misión. No es propiamente «enseñar doctrina». No es sólo «anunciar al resucitado». Sin duda, los discípulos de Jesús habrán de cuidar diversos aspectos: «dar testimonio del resucitado», «proclamar el evangelio», «implantar comunidades»..., pero todo estará finalmente orientado a un objetivo: «hacer discípulos» de Jesús.
Esta es nuestra misión: hacer «seguidores» de Jesús, que conozcan su mensaje, sintonicen con su proyecto, aprendan a vivir como él y reproduzcan hoy su presencia en el mundo. Actividades tan fundamentales como el bautismo, compromiso de adhesión a Jesús, y la enseñanza de «todo lo mandado» por él, son vías para aprender a ser sus discípulos. Jesús les promete su presencia y ayuda constante. No estarán solos ni desamparados. Ni aunque sean pocos. Ni aunque sean sólo dos o tres.
Así es la comunidad cristiana. La fuerza del resucitado lo llena todo con su Espíritu. Todo está orientado a aprender y enseñar a vivir corno Jesús y desde Jesús. El sigue vivo en sus comunidades. Sigue con nosotros y entre nosotros curando, perdonando, acogiendo... humanizando la vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
8 de mayo de 2005

PACIENCIA

Yo estoy con vosotros

La Ascensión es para el creyente una llamada a «seguir esperando» a pesar de las decepciones, desengaños y desalientos que amenazan de continuo nuestro caminar hacia el hogar definitivo. A lo largo de la vida podemos sentir una doble tentación: o bien desistir de la marcha porque el camino nos resulta demasiado fatigoso, o bien anticipar la llegada a la meta porque el camino se nos hace demasiado largo.
La Ascensión es un buen día para escuchar la exhortación de la Carta de Santiago: « Tened paciencia hasta que llegue el día del Señor». Hoy se habla poco de la paciencia. Tenemos miedo de caer en una postura de resignación o debilidad, indigna del ser humano. Olvidamos que, según S. Pablo, la paciencia engendra esperanza (Rom 5, 4).
Naturalmente, hemos de entenderla bien, pues la paciencia no consiste en adoptar una postura de «dimisión» ante la vida. Al contrario, el hombre paciente resiste activamente a las adversidades, manteniendo un espíritu firme y fuerte ante el desgaste de los años. Pero en nuestros días hemos de recordar, sobre todo, que la paciencia se opone a esa prisa y ansiedad que nos hacen vivir inquietos y agitados, siempre corriendo, aunque no sepamos muy bien hacia donde.
Hemos de aprender a respetar el ritmo de la vida. Cada cosa tiene su tiempo. Es una insensatez estirar el tallo de una planta para acelerar su crecimiento. Lo inteligente es regar bien la vida y saber esperar. Tener paciencia con nosotros mismos y con el caminar de la historia.
Es peligrosa «la huida hacia adelante» del impaciente que adopta siempre las posiciones que cree mas progresistas sólo para sacudirse de encima el pasado, que se casa cuanto antes sólo por alejarse del hogar paterno o que busca un nuevo amor sólo por olvidar mejor su anterior fracaso amoroso.
Hemos de aprender a recorrer pacientemente nuestro propio camino. Un camino único y original. Con sus gozos y sus tristezas, sus logros sus fracasos, sus momentos buenos y sus momentos malos. Recordemos los versos llenos de fe y de verdad de León Felipe. «Nadie fue ayer ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios, por este camino que yo voy. Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol, y un camino virgen Dios».
En ese caminar, los creyentes sabemos que no estamos solos. Nos acompaña el Resucitado. Su presencia nos sostiene, sus palabras nos llenan de nuevo aliento: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
12 de mayo de 2002

SALVACIÓN

Yo estoy con vosotros.

Hay dos hechos que todos podemos comprobar cada uno a nuestra manera. Por una parte, está creciendo en la sociedad moderna la expectativa y el deseo de un futuro mejor. No nos contentamos con cualquier cosa. Queremos algo diferente. El mundo debería ser más digno, más justo, más humano y feliz para todos.
Al mismo tiempo, está creciendo el desencanto, el escepticismo y hasta el miedo ante el futuro. Vamos viendo a lo largo de la vida tantos sufrimientos absurdos en las personas y en los pueblos, tanta injusticia y abuso, tantas guerras y miserias que no es fácil mantener la esperanza.
El ser humano ha logrado resolver muchos males y sufrimientos valiéndose de la ciencia y de la técnica. En el futuro logrará éxitos todavía más espectaculares. Aún no somos capaces de intuir la capacidad que se encierra en la mente humana para desarrollar el bienestar físico, psíquico y social.
Sin embargo, este desarrollo nos va «salvando» sólo de algunos males y de manera muy limitada. Ahora que disfrutamos más de los avances de la ciencia, empezamos a ver con más claridad que el ser humano no puede darse a sí mismo todo lo que anda buscando. Hay cosas que nunca logrará resolver la técnica, y los científicos lo saben mejor que nadie: tener que envejecer, no poder escapar de la muerte, el poder extraño del mal. La historia es muy obstinada y sigue generando una y otra vez sufrimiento, intolerancia, guerras y muerte.
Después de una conferencia que he tenido recientemente en una ciudad española sobre «El sentido de la fe hoy», alguien manifestó que el hombre actual no necesita ya de ningún Dios «salvador». Otro me indicó que hablar de la «salvación de Dios», además de falso y anacrónico, es hoy una ideología ofensiva para el hombre moderno.
Comprendo estas posiciones pero no me pueden convencer. Son muchos los que reclaman «algo» que no es técnica, ni ciencia, ni doctrina ideológica. Algo o alguien donde poder poner su esperanza última. El cristiano puede vivir lleno de dudas e incertidumbres, pero vislumbra dónde está la salvación final. Es lo que hoy nos recuerda la fiesta de la Ascensión de Jesús a la vida eterna del Padre.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
16 de mayo de 1999

AMOR Y FIESTA

Yo estoy con vosotros.

A lo largo de los siglos se han divulgado formas muy diversas de «imaginar» el cielo. A veces se ha considerado el paraíso como una especie de «país de las maravillas», situado más allá de las estrellas, el «happy end» de la película terrestre, olvidando prácticamente a Dios como fuente del cumplimiento definitivo del ser humano.
Otras veces, por el contrario, se ha insistido casi exclusivamente en la «visión beatífica de Dios», como si la contemplación de la esencia divina excluyera o hiciera superflua toda otra felicidad o experiencia placentera que no fuera la comunicación de Dios con las almas.
Se habla también con frecuencia de la «paz eterna» que expresa bien el fin de las fatigas de esta vida, pero que puede reducir indebidamente el rico contenido de la plenitud final a una experiencia inerte, monótona y poco atractiva.
La teología contemporánea es muy sobria al hablar del cielo. Los teólogos se cuidan mucho de describirlo con representaciones ingenuas. Nuestra plenitud final está más allá de cualquier experiencia terrestre aunque la podemos evocar, esperar y anhelar como el fascinante cumplimiento en Dios de esta vida que hoy alienta en nosotros. Los teólogos acuden, sobre todo, al lenguaje del amor y de la fiesta.
El amor es la experiencia más honda y plenificante del ser humano. Poder amar y poder ser amado de manera íntima, plena, libre y total: ésa es la aspiración más radical que espera cumplimiento pleno. Si el cielo es algo, ha de ser experiencia plena del amor: amar y ser amados, conocer la comunión gozosa con Dios y con las criaturas, experimentar el gusto de la amistad y el éxtasis del amor en todas sus dimensiones.
Pero, «donde se goza el amor nace la fiesta». Sólo en el cielo se cumplirán plenamente estas palabras de san Ambrosio de Milán. Allí será «la fiesta del amor reconciliador de Dios». La fiesta de una creación sin muerte, rupturas ni dolor; la fiesta de la amistad entre todos los pueblos, razas, religiones y culturas; la fiesta de las almas y de los cuerpos; la plenitud de la creatividad y de la belleza; el gozo de la libertad total.
Los cristianos de hoy miramos poco al cielo. No sabemos levantar nuestra mirada más allá de lo inmediato de cada día. No nos atrevemos a esperar mucho de nada ni de nadie, ni siquiera de ese Dios revelado como Amor infinito y salvador en Cristo resucitado. Lo decía Teilhard de Chardin hace unos años: «Cristianos, a sólo veinte siglos de la Ascensión, ¿ qué habéis hecho de la esperanza cristiana?»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
19 de mayo de 1996

OLVIDO DEL CIELO

Yo estoy con vosotros.

Un hombre se pierde cuando pierde su centro. Un hombre no vive cuando no se toma tiempo para vivir. Un cristiano no sabe por qué es cristiano cuando no disfruta de su fe. Un cristiano se pierde cuando pierde el horizonte de un Dios Salvador y no espera ni recuerda nunca la felicidad eterna.
Hay algo nuclear en la fe cristiana. Se puede formular así en pocas palabras: Lo más importante, lo más decisivo de la vida está siempre a salvo, bajo la misericordia infinita de Dios. Aun cuando todo se hunda, Dios está ahí, Roca última de salvación.
El creyente camina por la vida trabajado por esta convicción: cuando no tienes ya a nadie que te ayude, cuando no ves ninguna otra salida, cuando la vida se cierra o se extingue, Dios está siempre ahí. Para él nadie está definitivamente perdido. Su fidelidad y su bondad están por encima de todo, por encima incluso de nuestra mediocridad y falta de fe, por encima de la misma muerte. Desde Cristo resucitado nos llegan estas palabras consoladoras: «He abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar» (Ap 3, 8).
Esta fe no le quita dureza a la vida. No dispensa al cristiano del sufrimiento y las penalidades de la existencia. Todo parece seguir igual. Los problemas siguen ahí como siempre. Sin embargo, todo cambia porque se puede «esperar contra toda esperanza». En medio de la incertidumbre y la desgracia se puede entrever en el horizonte la Bondad salvadora de Dios.
Una de las mayores carencias de nuestro modo actual de vivir la fe es posiblemente el olvido del cielo. No hace mucho exponía yo la visión cristiana del cielo en dos ciudades diferentes (Santander y San Sebastián). En ambos lugares percibí en los oyentes una atención e interés inusitados. Al final de la exposición fueron bastantes las personas que se me acercaron para expresarme la misma queja: «Por qué hemos olvidado tanto el cielo?, ¿por qué se habla tan poco de la felicidad eterna?, ¿por qué se nos priva del gozo que genera la esperanza en la salvación última de Dios?»
Ocupados sólo en el logro inmediato de un mayor bienestar y atraídos por pequeñas y variadas esperanzas, corremos el riesgo de empobrecer el horizonte de nuestra vida perdiendo el anhelo de felicidad eterna. Grave error. En el relato de la Ascensión del Señor, dos hombres vestidos de blanco se dirigen a los discípulos con estas palabras: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?» (Hch 1, 11). El redactor quiere, sin duda, alertar a los cristianos del riesgo de vivir la fe soñando en el cielo sin comprometerse día a día en la tierra. Hoy probablemente necesitamos escuchar también lo contrario: «Creyentes del siglo veinte, ¿qué hacéis en la tierra sin mirar nunca al cielo?»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
23 de mayo de 1993

UN ARTE DIFICIL

Yo estoy con vosotros.

El hombre contemporáneo no sabe cómo morir. Ya no acierta a vivir la muerte desde la fe religiosa de hace algunos años, pero todavía no ha aprendido una actitud nueva y digna ante el propio morir.
Hay quienes mueren de manera solitaria. Viven para sí solos y mueren para sí solos. Son personas que, al perder el sentido hondo de la vida, han perdido también el sentido de la muerte. Mejor morir de manera rápida e inconsciente.
Hay también quienes esperan la muerte como la extinción definitiva de todo. No es fácil. La muerte no deja de ser un misterio. El último y más decisivo. Por eso, se viven los últimos momentos buscando al máximo la distracción. Enfermo y familiares hablan de todo, se ocupan de mil detalles. Nadie se atreve a afrontar lo inevitable.
Algunos parecen adoptar una actitud entre nihilista y escéptica. Es famosa la frase de Rabelais ya moribundo: Me voy a buscar el gran «quizá». Algo semejante. Se piensa que, tal vez, haya algo después de la muerte, pero no se sabe cómo adentrarse hacia ese gran «quizá».
H. Küng sugería hace unos años que tendría que darse otra vez algo así como un «ars moriendi» (un arte de morir), no al estilo de aquellos libros difundidos en las épocas de grandes epidemias y en el ambiente fúnebre de la baja Edad Media, pero sí un «arte de morir» impregnado de sentido humano. ¿Por qué no va a ser posible morir de una forma distinta, no sin dolores y preocupaciones, pero sí desde una confianza básica?
Personalmente estoy convencido de que no hay una manera más humana de morir que la de quien se despide dando gracias por la vida (a pesar de todo lo malo) y pidiendo perdón por tanta mediocridad y miseria que lleva uno consigo. Más aún. Pienso que toda persona, cualquiera que haya sido su trayectoria religiosa o moral, puede morir abandonándose confiadamente al Misterio último de la existencia.
El creyente vive esto desde la fe en Dios. No se abandona a la oscuridad, al vacío o la nada. Se confía a un Padre. En El está la última verdad. «El es el único que me ama tal como soy. Vuelvo a El. Ahora seré plenamente comprendido, liberado de la culpa, definitivamente aceptado y perdonado.»
Esta fe no elimina sin más el temor o la oscuridad. Pero pone sentido, luz y esperanza en el morir del ser humano. «Cuando se quiebran todas las garantías, soportes y puentes con los que tratamos de asegurar nuestra vida, cuando no encontramos suelo ninguno bajo nuestros pies y nos hundimos en la inconsciencia total, cuando ya no podemos tener relaciones con ningún semejante y ningún semejante con nosotros, entonces la fe se revela como lo que, por su propia naturaleza, siempre es o debería ser: un abandono exclusivamente a Dios» (Heinz Zahrnt).
La Ascensión no es sólo la fiesta de la esperanza cristiana. Es una fiesta que nos invita a todos a dar un sentido más humano y esperanzado a nuestro morir.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
27 de mayo de 1990

PACIENCIA

Yo estoy cotí vosotros.

La Ascensión es para el creyente una llamada a «seguir esperando» a pesar de las decepciones, desengaños y desalientos que amenazan de continuo nuestro caminar hacia el hogar definitivo.
A lo largo de la vida podemos sentir una doble tentación: o bien desistir de la marcha porque el camino nos resulta demasiado fatigoso, o bien anticipar la llegada a la meta porque el camino se nos hace demasiado largo.
La Ascensión es un buen día para escuchar la exhortación de la Carta de Santiago: «Tened paciencia hasta que llegue el día del Señor».
Hoy se habla poco de la paciencia. Tenemos miedo de caer en una postura de resignación o debilidad, indigna del ser humano. Olvidamos que, según S. Pablo, la paciencia engendra esperanza (Rm 5,4).
Naturalmente, hemos de entenderla bien, pues la paciencia cristiana no consiste en adoptar una postura de «dimisión» ante la vida. Al contrario, el hombre paciente resiste activamente a las adversidades, manteniendo un espíritu firme y fuerte ante el desgaste de los años.
Pero en nuestros días hemos de recordar, sobre todo, que la paciencia se opone a esa prisa y ansiedad que nos hacen vivir inquietos y agitados, siempre corriendo, aunque no sepamos muy bien hacia donde.
Hemos de aprender a respetar el ritmo de la vida. Cada cosa tiene su tiempo. Es una insensatez estirar el tallo de una planta para acelerar su crecimiento. Lo inteligente es regar bien la vida y saber esperar. Tener paciencia con nosotros mismos y con el caminar de la historia.
Es peligrosa «la huida hacia adelante» del impaciente que adopta siempre las posiciones que cree más progresistas sólo para sacudirse de encima el pasado, que se casa cuanto antes sólo por alejarse del hogar paterno o que busca un nuevo amor sólo por olvidar mejor su anterior fracaso amoroso.
Hemos de aprender a recorrer pacientemente nuestro propio camino. Un camino único y original. Con sus gozos y sus tristezas, sus logros y sus fracasos, sus momentos buenos y sus momentos malos.
Recordemos los versos llenos de fe y de verdad de León Felipe: «Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios, por este camino que yo voy. Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol, y un camino virgen Dios».
En ese caminar, los creyentes sabemos que no estamos solos. Nos acompaña el Resucitado. Su presencia nos sostiene, sus palabras nos llenan de nuevo aliento: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
31 de mayo de 1987

UN TREN EXTRAÑO

Hasta el fin del mundo.

Erase una vez un tren lleno de viajeros que corría veloz sin detenerse jamás.
Dentro del tren, todo era movimiento, ruido y agitación. Los viajeros se instalaban cada uno a su manera y procuraban organizarse su viaje lo mejor posible. Lo sorprendente era que ninguno de ellos sabía a dónde se dirigía.
Eran frecuentes dentro del tren las disputas y enfrentamientos pues casi todos luchaban por viajar en los coches de primera y se disputaban los asientos más cómodos y seguros. Aunque nadie conocía exactamente hacia dónde corría el tren.
Mientras tanto, eran bastantes los que aprovechaban el viaje para montarse su propio negocio. En el tren se vendían y compraban toda clase de objetos, ingenios y juguetes para hacer más cómodo y agradable el trayecto. A veces, todo el tren parecía una gran feria o mercado ambulante. Nadie conocía, sin embargo, el destino último del tren.
Algunos, los menos, se interesaron por estudiar la estructura y el funcionamiento del tren. Con esfuerzo y constancia admirables llega ron a desentrañar muchos secretos de su maquinaria y aprendieron a aprovechar mucho mejor sus resortes. Sin embargo, no podían adivinar hacia dónde se dirigía aquella máquina tan poderosa y bella.
La mayoría buscaba algún pasatiempo para hacer más soportable el viaje. Bastantes se entretenían ante la pantalla de un “video”. Algunos ojeaban aburridos las revistas de siempre con las noticias y reportajes de siempre. Otros dormitaban en sus asientos. A nadie parecía preocuparle el final del viaje.
Con el tiempo, se fue imponiendo dentro del tren una consigna extraña. Los viajeros se dijeron unos a otros: “Puesto que no sabemos a dónde se dirige el tren, no pensemos más en ello. No nos preguntemos cuál es nuestro destino final. Sin duda, viajaremos más tranquilos”.
Y la consigna se fue extendiendo y, dentro del tren, ya nadie preguntaba por el destino último del viaje y, cuando alguno lo hacía, los demás lo miraban con extrañeza y algunos, tal vez, con sonrisa burlona: Acaso, ¿no es lo más normal viajar sin preguntarse hacia dónde nos dirigimos?
En esta fiesta de la Ascensión y después de leer esta parábola, sólo una pregunta: ¿Es sensato vivir sin preguntarnos nunca por la última meta de nuestra vida?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
3 de junio de 1984

EL GRAN SECRETO

Sabed que yo estoy con vosotros.

Jesús no es un difunto. Es alguien vivo que ahora mismo está presente en el corazón de la historia y en nuestras propias vidas.
No hemos de olvidar que ser cristiano no es admirar a un personaje del pasado que con su doctrina puede aportarnos todavía alguna luz sobre el momento presente. Ser cristiano es encontrarse ahora con un Cristo lleno de vida cuyo Espíritu nos hace vivir.
Por eso Mateo no nos ha dejado relato alguno sobre la ascensión de Jesús. Ha preferido que queden grabadas en el corazón de los creyentes estas últimas palabras del resucitado: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
Este es el gran secreto que alimenta y sostiene al verdadero creyente: el poder contar con el resucitado como compañero único de existencia.
Día a día, él está con nosotros disipando las angustias de nuestro corazón y recordándonos que Dios es alguien próximo y cercano a cada uno de nosotros.
El está ahí para que no nos dejemos dominar nunca por el mal, la desesperación o la tristeza. El infunde en lo más íntimo de nuestro ser la certeza de que no es la violencia o la crueldad sino el amor, la energía suprema que hace vivir al hombre más allá de la muerte.
El nos contagia la seguridad de que ningún dolor es irrevocable, ningún fracaso es absoluto, ningún pecado imperdonable, ninguna frustración decisiva.
El nos ofrece una esperanza inconmovible en un mundo cuyo horizonte parece cerrarse a todo optimismo ingenuo. El nos descubre el sentido que puede orientar nuestras vidas en medio de una sociedad capaz de ofrecernos medios prodigiosos de vida, sin poder decirnos para qué hemos de vivir.
El nos ayuda a descubrir la verdadera alegría en medio de una civilización que nos proporciona tantas cosas sin poder indicarnos qué es lo que nos puede hacer verdaderamente felices.
En él tenemos la gran seguridad de que el amor triunfará. No nos está permitido el desaliento. No puede haber lugar para la desesperanza. Esta fe no nos dispensa del sufrimiento ni hace que las cosas resulten más fáciles. Pero es el gran secreto que nos hace caminar día a día llenos de vida, de ternura y esperanza. El resucitado está con nosotros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
31 de mayo de 1981

ESTOY CON VOSOTROS

Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo.

Mateo no ha querido terminar su narración evangélica con el relato de la Ascensión. Su evangelio, redactado en condiciones difíciles y críticas para las comunidades creyentes, pedía un final diferente al de Lucas.
Una lectura ingenua y equivocada de la Ascensión podía crear en aquellas comunidades la sensación de orfandad y abandono, ante la partida definitiva de Jesús.
Por eso, Mateo terminará su evangelio con una frase inolvidable de Jesús resucitado: «Sabed que yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».
Esta es la fe que ha animado a las comunidades cristianas desde sus comienzos. No estamos solos, perdidos en medio de la historia, abandonados a nuestras propias fuerzas y a nuestro pecado. El está con nosotros.
En momentos como los que estamos viviendo los creyentes hoy, es fácil caer en lamentaciones, desalientos y derrotismo. Se diría que hemos olvidado algo que necesitamos urgentemente recordar: El está con nosotros.
Los teólogos reunidos con ocasión del Concilio Vaticano II constataban unánimes la falta de una verdadera teología de la presencia de Cristo en la Iglesia. Una preocupación equivocada por defender y precisar la presencia del Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía, ha empobrecido, sin duda, la fe en una actuación viva y profunda del Señor resucitado en toda la comunidad cristiana.
Sin embargo, para los primeros creyentes, Jesús no es un personaje del pasado, un difunto a quien se venera y da culto, sino alguien vivo, que anima, vivifica y llena con su espíritu a la comunidad creyente.
Cuando dos o tres creyentes se reúnen en su nombre, allí está él en medio de ellos. Los encuentros de los creyentes no son asambleas vacías de hombres huérfanos que tratan de alentarse unos a otros. En medio de ellos está el resucitado, con su aliento y fuerza dinamizadora. Olvidarlo es arriesgarnos a debilitar de raíz nuestra esperanza.
Pero, todavía hay algo más. Cuando nos encontramos con un hombre necesitado, despreciado y abandonado, nos estamos encontrando con aquel que quiso solidarizarse con ellos de manera radical.
Por eso, nuestra adhesión actual a Cristo en ningún lugar se verifica mejor que en la ayuda y solidaridad con el necesitado. «Cuanto hicisteis a uno de estos pequeños me lo hicisteis a mí».

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


lunes, 19 de mayo de 2014

25/05/2014 - 6º domingo de Pascua (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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25 de mayo de 2014

6º domingo de Pascua (A)


EVANGELIO

Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 15-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.
No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él. »

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
25 de mayo de 2014

EL ESPÍRITU DE LA VERDAD

Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Los ve tristes y abatidos. Pronto no lo tendrán con él. ¿Quién podrá llenar su vacío? Hasta ahora ha sido él quien ha cuidado de ellos, los ha defendido de los escribas y fariseos, ha sostenido su fe débil y vacilante, les ha ido descubriendo la verdad de Dios y los ha iniciado en su proyecto humanizador.
Jesús les habla apasionadamente del Espíritu. No los quiere dejar huérfanos. Él mismo pedirá al Padre que no los abandone, que les dé “otro defensor” para que “esté siempre con ellos”. Jesús lo llama “el Espíritu de la verdad”. ¿Qué se esconde en estas palabras de Jesús?
Este “Espíritu de la verdad” no hay que confundirlo con una doctrina. Esta verdad no hay que buscarla en los libros de los teólogos ni en los documentos de la jerarquía. Es algo mucho más profundo. Jesús dice que “vive con nosotros y está en nosotros”. Es aliento, fuerza, luz, amor... que nos llega del misterio último de Dios. Lo hemos de acoger con corazón sencillo y confiado.
Este “Espíritu de la verdad” no nos convierte en “propietarios” de la verdad. No viene para que impongamos a otros nuestra fe ni para que controlemos su ortodoxia. Viene para no dejarnos huérfanos de Jesús, y nos invita a abrirnos a su verdad, escuchando, acogiendo y viviendo su Evangelio.
Este “Espíritu de la verdad” no nos hace tampoco “guardianes” de la verdad, sino testigos. Nuestro quehacer no es disputar, combatir ni derrotar adversarios, sino vivir la verdad del Evangelio y “amar a Jesús guardando sus mandatos”.
Este “Espíritu de la verdad” está en el interior de cada uno de nosotros defendiéndonos de todo lo que nos puede apartar de Jesús. Nos invita abrirnos con sencillez al misterio de un Dios, Amigo de la vida. Quien busca a este Dios con honradez y verdad no está lejos de él. Jesús dijo en cierta ocasión: “Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. Es cierto.
Este “Espíritu de la verdad” nos invita a vivir en la verdad de Jesús en medio de una sociedad donde con frecuencia a la mentira se le llama estrategia; a la explotación, negocio; a la irresponsabilidad, tolerancia; a la injusticia, orden establecido; a la arbitrariedad, libertad; a la falta de respeto, sinceridad...
¿Qué sentido puede tener la Iglesia de Jesús si dejamos que se pierda en nuestras comunidades el “Espíritu de la verdad”? ¿Quién podrá salvarla del autoengaño, las desviaciones y la mediocridad generalizada? ¿Quién anunciará la Buena Noticia de Jesús en una sociedad tan necesitada de aliento y esperanza?


José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
29 de mayo de 2011

NO ESTAMOS HUERFANOS

Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, poco amado y apenas recordado de manera rutinaria, es una Iglesia que corre el riesgo de irse extinguiendo. Una comunidad cristiana reunida en torno a un Jesús apagado, que no seduce ni toca los corazones, es una comunidad sin futuro.
En la Iglesia de Jesús necesitamos urgentemente una calidad nueva en nuestra relación con él. Necesitamos comunidades cristianas marcadas por la experiencia viva de Jesús. Todos podemos contribuir a que en la Iglesia se le sienta y se le viva a Jesús de manera nueva. Podemos hacer que sea más de Jesús, que viva más unida a él. ¿Cómo?
Juan recrea en su evangelio la despedida de Jesús en la última cena. Los discípulos intuyen que dentro de muy poco les será arrebatado. ¿Qué será de ellos sin Jesús? ¿A quién le seguirán? ¿Dónde alimentarán su esperanza? Jesús les habla con ternura especial. Antes de dejarlos, quiere hacerles ver cómo podrán vivir unidos a él, incluso después de su muerte.
Antes que nada, ha de quedar grabado en su corazón algo que no han de olvidar jamás: «No os dejaré huérfanos. Volveré». No han de sentirse nunca solos. Jesús les habla de una experiencia nueva que los envolverá y les hará vivir porque los alcanzará en lo más íntimo de su ser. No los olvidará. Vendrá y estará con ellos.
Jesús no podrá ya ser visto con la luz de este mundo, pero podrá ser captado por sus seguidores con los ojos de la fe. ¿No hemos de cuidar y reavivar mucho más esta presencia de Jesús resucitado en medio de nosotros? ¿Cómo vamos a trabajar por un mundo más humano y una Iglesia más evangélica si no le sentimos a él junto a nosotros?
Jesús les habla de una experiencia nueva que hasta ahora no han conocido sus discípulos mientras lo seguían por los caminos de Galilea: «Sabréis que yo estoy con mi Padre y vosotros conmigo». Esta es la experiencia básica que sostiene nuestra fe. En el fondo de nuestro corazón cristiano sabemos que Jesús está con el Padre y nosotros estamos con él. Esto lo cambia todo.
Esta experiencia está alimentada por el amor: «Al que me ama...yo también lo amaré y me revelaré a él». ¿Es posible seguir a Jesús tomando la cruz cada día, sin amarlo y sin sentirnos amados entrañablemente por él? ¿Es posible evitar la decadencia del cristianismo sin reavivar este amor? ¿Qué fuerza podrá mover a la Iglesia si lo dejamos apagar? ¿Quién podrá llenar el vacío de Jesús? ¿Quién podrá sustituir su presencia viva en medio de nosotros?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - Recreados por Jesús
27 de abril de 2008

VIVIR EN LA VERDAD DE JESÚS

El Espíritu de la verdad.

No hay en la vida una experiencia tan misteriosa y sagrada como la despedida del ser querido que se nos va más allá de la muerte. Por eso, el evangelio de Juan trata de recoger en la despedida última de Jesús su testamento: ¿qué van a hacer ahora sin Jesús?
Una cosa es muy clara para el evangelista. El mundo no va a poder «ver» ni «conocer» la verdad que se esconde en Jesús. Para muchos, Jesús habrá pasado por este mundo como si nada hubiera ocurrido; no dejará rastro alguno en sus vidas. Se necesitan unos ojos nuevos. Sólo quienes lo aman podrán experimentar que Jesús está vivo y hace vivir.
Jesús es la única persona que merece ser amada de manera absoluta. Quien lo ama así, no puede pensar en él como si fuera alguien que pertenece al pasado. Su vida no es un recuerdo. El que ama a Jesús vive sus palabras, «guarda sus mandamientos», se va «llenando» de Jesús.
No es fácil expresar esta experiencia. El evangelista la llama el «Espíritu de la verdad». Es una expresión muy acertada, pues Jesús se va convirtiendo en una fuerza y una luz que nos hace «vivir en la verdad». Cualquiera que sea el punto en que nos encontremos en la vida, acoger en nosotros a Jesús nos lleva hacia la verdad.
Este «Espíritu de la verdad» no hay que confundirlo con una doctrina. No se encuentra en los estudios de los teólogos, ni en los documentos del magisterio. Según la promesa de Jesús, «vive con nosotros y está en nosotros». Lo escuchamos en nuestro interior y resplandece en la vida de quien sigue los pasos de Jesús de manera humilde, confiada y fiel.
El evangelista lo llama también «Espíritu defensor» porque, ahora que Jesús no está físicamente con nosotros, nos defiende de lo que nos podría separar de él. Este Espíritu «está siempre con nosotros». Nadie lo puede asesinar como a Jesús. Seguirá siempre vivo en el mundo. Si lo acogemos en nuestra vida, no nos sentiremos huérfanos y desamparados.
Tal vez la conversión que más necesitamos hoy los cristianos es ir pasando de una adhesión verbal, rutinaria y poco real a Jesús, hacia la experiencia de vivir enraizados en su «Espíritu de la verdad».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
1 de mayo de 2005

NO APARTARNOS DE LA VERDAD

El Espíritu de la verdad.

La gente del Primer Mundo no está hoy para escuchar verdades. Lo que de verdad interesa es vivir tranquilos nuestro propio bienestar. No queremos ver la realidad ni enterarnos de cómo va el mundo. Nos molesta pensar en los que sufren. Lo real somos nosotros; el mundo va bien. Así pensamos en nuestra arrogancia.
Algo parecido sucede en la Iglesia. No estamos para escuchar la verdad del evangelio. Da miedo decir en voz alta las exigencias concretas que podría tener en Roma, en nuestras diócesis y en nuestras comunidades. Preferimos olvidarla y buscar la seguridad que proporciona vivir cómodamente en una tradición religiosa multisecular. ¿No somos los católicos la religión más poderosa del mundo?
Si algo caracteriza a Jesús es su voluntad de vivir en lo real. No se deja engañar por el poder y bienestar de los romanos que dominan el mundo. No se deja seducir por la liturgia del templo ni la ortodoxia de la religión judía. Él busca la verdad de Dios. Sólo cree en esa verdad porque sólo ella puede humanizamos a todos.
Por eso, Jesús va al fondo de las cosas. No se queda en las apariencias. Mira a las personas como las mira Dios. Capta sus miedos, sufrimientos y aspiraciones como los capta él. No vive de ideologías políticas ni de teorías religiosas. Busca el reino de Dios y su justicia. En esto consiste para él la verdad.
Según el cuarto evangelio, éste es el Espíritu que quiere Jesús para que sus seguidores se defiendan de lo que puede desviarlos. «Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad». La primera tarea de la Iglesia es cuidar este «Espíritu de la verdad», no apartamos de él, dejamos transformar por su fuerza, difundirlo y contagiarlo entre nosotros.
En su libro El Dios de Jesucristo, el actual Papa Benedicto XVI dice así: «La fuente del Espíritu es Jesús. Cuanto más penetramos en Jesús, tanto más realmente penetramos en el Espíritu y éste penetra en nosotros». Según él, una Iglesia «marcada por el Espíritu» es aquella que sabe recordar con profundidad el evangelio y compenetrarse más con la palabra de Jesús para irse haciendo más viva y más fecunda.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
5 de mayo de 2002

OTRO DEFENSOR

… que os dé otro Defensor.

La verdad es que los humanos somos bastante complejos. Cada individuo es un mundo de deseos y frustraciones, ambiciones y miedos, dudas e interrogantes. Con frecuencia no sabemos quiénes somos ni qué queremos. Desconocemos hacia dónde se está moviendo nuestra vida. ¿Quién nos puede enseñar a vivir de manera acertada?
Aquí no sirven los planteamientos abstractos ni las teorías. No basta aclarar las cosas de manera racional. Es insuficiente tener ante nuestros ojos normas y directrices correctas. Lo decisivo es el arte de actuar día a día de manera positiva, sana y creadora.
Para un cristiano, Jesús es siempre su gran maestro de vida, pero ya no le tenemos a nuestro lado. Por eso, cobran tanta importancia estas palabras del evangelio: «Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad».
Necesitamos que alguien nos recuerde la verdad de Jesús. Si la olvidamos, no sabremos quiénes somos ni qué estamos llamados a ser. Nos desviaremos del evangelio una y otra vez. Defenderemos en su nombre causas e intereses que tienen poco que ver con Jesús. Nos creeremos en posesión de la verdad al mismo tiempo que la desfiguramos.
Necesitamos que el Espíritu Santo active en nosotros la memoria de Jesús, su presencia viva, su imaginación creadora. No se trata de despertar un recuerdo del pasado: sublime, conmovedor, entrañable, pero recuerdo. Lo que el Espíritu del resucitado hace con nosotros es abrir nuestro corazón al encuentro personal con Jesús como alguien vivo. Sólo esta relación afectiva y cordial con Jesucristo es capaz de transformamos y generar en nosotros una manera nueva de ser y de vivir.
Al Espíritu se le llama en el cuarto evangelio «defensor» o «paráclito» porque nos defiende de lo que nos puede destruir. Hay muchas cosas en la vida de las que no sabemos defendemos por nosotros mismos. Necesitamos luz, fortaleza, aliento sostenido. Por eso, invocamos al Espíritu. Es la mejor manera de ponemos en contacto con Jesús y vivir defendidos de cuanto nos puede desviar de él.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
9 de mayo de 1999

VIVIR EN LA VERDAD

El Espíritu de la verdad.

Nunca los cristianos se han sentido huérfanos. El vacío dejado por la muerte de Jesús ha sido llenado por la presencia viva del Espíritu del Resucitado. Este Espíritu del Señor llena la vida del creyente. El Espíritu de la verdad que vive con nosotros, está en nosotros y nos enseña el arte de vivir en la verdad.
Lo que configura la vida de un verdadero creyente no es el ansia de placer ni la lucha por el éxito ni siquiera la obediencia estricta a una ley, sino la búsqueda gozosa de la verdad de Dios bajo el impulso del Espíritu.
El verdadero creyente no cae ni en el legalismo ni en la anarquía, sino que busca con el corazón limpio la verdad. Su vida no está programada por prohibiciones, sino que viene animada e impulsada positivamente por el Espíritu.
Cuando vive esta experiencia del Espíritu, el creyente descubre que ser cristiano no es un peso que oprime y atormenta la conciencia, sino que es dejarse guiar por el amor creador del Espíritu que vive en nosotros y nos hace vivir con una espontaneidad que nace no de nuestro egoísmo, sino del amor. Una espontaneidad en la que uno renuncia a sus intereses egoístas y se confía al gozo del Espíritu. Una espontaneidad que es regeneración, renacimiento y reorientación continua hacia la verdad de Dios.
Esta vida nueva en el Espíritu no significa únicamente vida interior de piedad y oración. La verdad de Dios que genera en nosotros un estilo de vida nuevo enfrentado al estilo de vida que surge de la mentira y el egoísmo. Vivirnos en una sociedad donde a la mentira se la llama diplomacia, a la explotación negocio, a la irresponsabilidad tolerancia, a la injusticia orden establecido, a la sensualidad amor, a la arbitrariedad libertad, a la falta de respeto sinceridad.
Difícilmente puede esta sociedad entender o aceptar una vida acuñada por el Espíritu. Pero es este Espíritu el que defiende al creyente y le hace caminar hacia la verdad, liberándose de la mentira social, la farsa y la intolerancia de nuestros egoísmos.
Se ha dicho que el cristiano es un soldado sometido a la ley cristiana. Es más exacto decir que el cristiano es un «artista». Un hombre que bajo el impulso creador y gozoso del Espíritu aprende el arte de vivir con Dios y para Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
12 de mayo de 1996

DESDE DENTRO

Vive con vosotros y está en vosotros.

Hay algo que no siempre se señala al estudiar la crisis religiosa de nuestros días. Unos se alejan de la religión, otros la han reducido al mínimo, no pocos viven una fe apagada. Pero, con frecuencia, todo esto se está produciendo sin que las personas se planteen de forma consciente qué actitud quieren adoptar ante Dios y por qué. Se actúa casi siempre sin criterios ni puntos claros de referencia.
Por otra parte, es fácil observar que muchas veces se habla de Dios como «de oídas». No hay experiencia personal. Se olvida, como advierte W. Schmidt, que «la religión sólo puede captarse con verdad desde dentro», por lo que tenemos el peligro de hablar de ella «como hablaría un ciego de los colores».
La fe en Dios se puede debilitar o apagar de muchas maneras, pero sólo conozco un camino para reavivarla: la oración personal. Ese «ponerse ante Dios» en silencio y a solas. No sé de nadie que haya vuelto a Dios sin haberlo escuchado como amigo en el fondo de su ser. La fe se despierta cuando la persona invoca a Dios, lo busca, lo llama, lo interroga, lo desea. Dios no se oculta a quien lo busca así. Más aún. Está ya presente en esa búsqueda.
He asistido recientemente a la VIII Semana de Teología Pastoral, celebrada en Madrid con este tema de fondo: « Dónde está Dios? Itinerarios y lugares de encuentro.» Se han planteado cuestiones de no poco interés para diseñar una búsqueda de Dios en nuestros tiempos, pero J. Martín Velasco ha recordado una vez más lo que con tanta fuerza subraya en su último libro «La experiencia cristiana de Dios» (E. Trotta, 1996), que recomiendo vivamente a quienes andan buscando a Dios: «Sin oración personal, resulta extraordinariamente difícil hacer la experiencia de Dios en las celebraciones comunitarias y en el desarrollo de la vida ordinaria.»
En esta oración personal se produce, según el prestigioso teólogo, «una cierta ruptura de nivel», que permite al sujeto vivir una experiencia diferente, que está más allá de otras vivencias centradas en la utilidad, la posesión, el interés económico, que constituyen la vida ordinaria. En esta oración, la persona «se coloca ante Dios». Esto es lo decisivo, el corazón de toda religión. Quien la ha conocido termina diciendo las palabras de Job: «Hasta ahora hablaba de ti de oídas; ahora te han visto mis ojos» (Job 42, 5).
El evangelio de Juan nos recuerda que dentro de nosotros vive «un Defensor» que está siempre con nosotros. Es el Espíritu de Dios. El mundo no lo ve ni lo conoce, pero él vive con los creyentes y está con ellos. Hay, sin duda, muchos caminos para encontrarse con Dios, pero todos ellos llevan a él sólo si escuchamos en nuestro interior a ese «Espíritu de la verdad».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
16 de mayo de 1993

¿HAY QUE DECIRLE LA VERDAD?

No os dejaré desamparados.

¿Hay que decirle la verdad al enfermo terminal? ¿Hay que ocultarle la proximidad de su muerte? He aquí una cuestión siempre difícil para los profesionales que atienden al enfermo y para todos los que acompañan de cerca a un ser querido en su última enfermedad.
La célebre doctora E. Kübler-Ross llega a la conclusión de que los enfermos prefieren conocer la verdad y organizarse. Por otra parte, según sus estudios, no pocos enfermos llegan a saber su estado, sobre todo, por el especial comportamiento de sus familiares y del personal sanitario.
Sin embargo, la actuación más generalizada hoy entre nosotros es la de tener informada a la familia mientras se priva al enfermo de cualquier dato realmente grave. Se crea así en torno al enfermo una «conspiración de silencio», que él aceptará «dejándose engañar» o ante la cual se rebelará mostrando su resentimiento. ¿Qué se puede decir?
Parece que hay que partir del derecho del enfermo a conocer la verdad. El hecho de morir es algo personal e íntimo, que pertenece al enfermo. El es el primero que tiene derecho a la información adecuada para tomar sus decisiones y ser protagonista de su propio morir.
Por otra parte, parece que cada caso requiere su planteamiento particular. Hay que considerar bien qué verdad hay que comunicar, cuánta verdad, cuándo y quién ha de comunicar esa verdad. Por eso, las primeras preguntas han de ser ésas: ¿Quiere el enfermo más información? ¿Qué es lo que desea saber? ¿Está preparado para recibir toda la información? ¿Cómo puede reaccionar?
En cualquier caso, hay que recordar que la comunicación de la verdad no ha de ser algo puntual, sino un proceso continuado que respete el ritmo y las condiciones personales del enfermo. Por otra parte, aunque se dé mucha información, es importante no quitar nunca al enfermo toda esperanza.
Todos los expertos advierten que hay que seguir acompañándole de cerca y respondiendo a sus necesidades: ¿Qué es lo que más le preocupa? ¿Desea algo más? ¿Cómo se siente? ¿Cómo quiere que se le ayude? El enfermo ha de estar seguro de que no se le abandonará. Que se harán todos los esfuerzos por cuidarlo, por aliviar su dolor, por ayudarle a sentirse bien.
Qué importante puede ser entonces para el enfermo creyente sentir de cerca la presencia de personas que le ayudan a vivir esos momentos tan difíciles desde la fe. El pasado, con sus errores y pecados, pertenece a la misericordia de Dios; el presente puede ser vivido desde la confianza total en El; el futuro queda en sus manos.
Hoy, Día del Enfermo, el relato evangélico nos recuerda un fragmento de las últimas conversaciones de Jesús con los suyos, próxima ya su muerte. Con qué paz escucha el enfermo creyente las palabras de Jesús: «No os dejaré desamparados, volveré... Vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
20 de mayo de 1990

LA INMORTALIDAD

Vosotros viviréis.

Es una experiencia singular para un creyente leer precisamente durante este tiempo de Pascua la última obra de Milán Knndera, «La inmortalidad», impregnada toda ella de escepticismo, desengaño y cínica desesperanza.
Mientras la liturgia nos recuerda la Buena Noticia de la resurrección, el célebre escritor checo nos predica sin piedad lo caduco, absurdo y efímero de la existencia humana.
Según Kundera, el hombre moderno «ya ni siquiera ve su vida como un camino, sino como una carretera: una línea que va de un punto a otro punto». Nada más. Vivir se ha convertido para muchos en «llevar por el mundo su dolorido yo».
Pero el ser humano no se contenta. Busca algo más. Así se lamenta uno de los personajes de su novela: «¿Para qué he vivido durante todos esos años, si no he dejado en nadie ni una huella? ¿Qué ha quedado de mi vida? ¡Nada, Agnes, nada!».
Entonces se busca la inmortalidad. Algunos lo hacen como Bettina, luchando por «una gran inmortalidad»: trascenderse a sí mismos, llegar a ser parte de la historia y ser recordados para siempre. Otros, como Laura, sólo aspiran a «la pequeña inmortalidad»: hacer algo para que la recuerden todos los que la han conocido.
Pero Kundera insiste en que este afán de supervivencia es absolutamente inútil. «La inmortalidad es una ilusión ridícula, una palabra vacía, un viento atrapado en una red de mariposas». Los que nosotros llamamos inmortales ya no existen. Al hombre no le queda otro destino que «saborear el placer del total no ser». Eso es todo.
La fe del creyente es muy diferente. El sigue escuchando en el fondo de su alma esas decisivas palabras de Jesús: «No os dejaré desamparados, volveré... y vosotros viviréis porque yo sigo viviendo».
Tiene razón Kundera. La inmortalidad es «una ilusión ridícula» y los hombres buscan lo imposible si estamos hablando de una inmortalidad que los seres humanos han de fabricarse ellos mismos.
Pero hay una inmortalidad que tiene su origen en un Dios resucitador y que el hombre puede acoger y disfrutar para siempre, como don y regalo del Creador.
Para el creyente, el mundo no es el final de todo. La vida que ha puesto Dios en nosotros es mucho más que esta vida que conocemos. La historia humana tiene un futuro inmortal porque Dios la mira con una ternura que Kundera desconoce.
Dios recoge con amor los esfuerzos y trabajos, las lágrimas y las alegrías de los hombres. Nada de lo que el ser humano ha buscado de bueno, justo y digno quedará perdido para siempre en la muerte.
Dios quiere vida, y vida eterna y feliz, también para esos hombres y mujeres de nuestros tiempos que el novelista checo describe como seres que deambulan por este mundo «trasladando su alma dolorida de un sitio a otro con la esperanza de que les duela menos».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
24 de mayo de 1987

UN TRATO MAS HUMANO

Si me amáis...

Así dice el lema de este Día del Enfermo invitándonos a humanizar nuestro trato y atención a todo enfermo.
Sin duda, frente a generalizaciones superficiales e injustas, hemos de reconocer, valorar y agradecer ese trabajo honesto y sufrido de tantos profesionales de la salud que asisten al enfermo no sólo con competencia y profesionalidad, sino también con dedicación y cuidado solícito.
Médicos, auxiliares, religiosas y personal sanitario que saben acercarse al enfermo, al minusválido o al anciano, con respeto, comprensión y paciencia ilimitada, aunque, muchas veces, no se sientan debidamente valorados, reconocidos o estimulados en su quehacer.
Sin embargo, también en el campo sanitario se refleja la deshumanización de nuestra sociedad. Resulta paradójico que el progreso y desarrollo de la asistencia técnica al enfermo no vengan acompañados de una atención humana cada vez más cuidada a toda su persona.
Sin duda, son muchos los factores concretos a tener en cuenta al valorar el malestar, la desconfianza y las críticas que se hacen hoy a la institución sanitaria. Pero hay algo que no se ha de olvidar: la asistencia sanitaria comienza a deshumanizarse desde el momento en que no está al servicio integral del enfermo.
Es bueno que la sociedad sea sensible y reaccione críticamente ante cualquier manipulación de la asistencia sanitaria al servicio de intereses políticos, sindicales o puramente lucrativos.
Pero no es suficiente. Ante cada enfermo concreto, todos, personal sanitario, familiares, amigos, hemos de tomar una conciencia más viva de que nos encontramos ante una persona que sufre en su cuerpo y en su espíritu.
Basta mirar a esa persona enferma con un poco de amor para descubrir en ese hombre o esa mujer un ser arrancado de todo aquello que ponía alegría en su vida, desconcertado ante su futuro incierto, doblegado por la impotencia, atemorizado por el dolor.
Ese enfermo no es sólo un problema biológico que necesita ser resuelto con profesionalidad. Es un ser desvalido que está pidiendo ser escuchado y comprendido en su sufrimiento. Una persona que necesita ser respetada, acompañada y fortalecida desde su misma raíz.
Por eso, no basta con hospitalizarlo rápidamente y exigir que se le presten los mejores auxilios técnicos. Ese enfermo necesita a alguien que lo acompañe en su dolor, lo conforte y le ayude a ser protagonista de su propia curación.
O tal vez alguien que le ayude a despedirse dignamente de esta vida para enfrentarse con fe y confianza grandes al enigma de la muerte y al misterio insondable de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
27 de mayo de 1984

EL ARTE DE VIVIR

El Espíritu de la verdad.

Nunca los cristianos se han sentido huérfanos. El vacío dejado por la muerte de Jesús ha sido llenado por la presencia viva del Espíritu del resucitado.
Este Espíritu del Señor llena la vida del creyente. El Espíritu de la verdad que vive con nosotros, está en nosotros y nos enseña el arte ¿e vivir en la verdad.
Lo que configura la vida de un verdadero creyente no es el ansia de placer ni la lucha por el éxito ni siquiera la obediencia estricta a una ley, sino la búsqueda gozosa de la verdad de Dios bajo el impulso del Espíritu.
El verdadero creyente no cae ni en el legalismo ni en la anarquía, sino que busca con el corazón limpio la verdad. Su vida no está programada por prohibiciones sino que viene animada e impulsada positivamente por el Espíritu.
Cuando vive esta experiencia del Espíritu, el creyente descubre que ser cristiano no es un peso que oprime y atormenta la conciencia, sino que es dejarse guiar por el amor creador del Espíritu que vive en nosotros y nos hace vivir con una espontaneidad que nace no de nuestro egoísmo sino del amor.
Una espontaneidad en la que uno renuncia a sus intereses egoístas y se confía al gozo del Espíritu. Una espontaneidad que exige regeneración, renacimiento y reorientación continua hacia la verdad de Dios.
Esta vida nueva en el Espíritu no significa únicamente vida interior de piedad y oración. Es la verdad de Dios que genera en nosotros un estilo de vida nuevo enfrentado al estilo de vida que surge de la mentira y el egoísmo.
Vivimos en una sociedad donde a la mentira se la llama diplomacia, a la explotación negocio, a la irresponsabilidad tolerancia, a la injusticia orden establecido, a la sensualidad amor, a la arbitrariedad libertad, a la falta de respeto sinceridad.
Esta sociedad difícilmente puede entender o aceptar una vida acuñada por el Espíritu. Pero es este Espíritu el que defiende al creyente y le hace caminar hacia la verdad, liberándose de la mentira social, la farsa de nuestra convivencia y la intolerancia de nuestros egoísmos diarios.
Se ha dicho que el cristiano es un soldado sometido a la ley cristiana. Es más exacto decir que el cristiano es un «artista». Un hombre que bajo el impulso creador y gozoso del Espíritu aprende el arte de vivir con Dios y para Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
24 de mayo de 1981

CUANDO SE DESPRECIA LA VERDAD

Otro Defensor que esté siempre con vosotros,
el Espíritu de la verdad.

La mentira y el ocultamiento de la verdad es el terreno más pro- pido para el crecimiento de la violencia y de la agresividad.
Pocas cosas pueden hoy desalentar más a quien desea apasionadamente una verdadera paz que el constatar el clima de mentira y falsedad que se respira en nuestra sociedad.
Uno tiene la sensación de estar recibiendo de una y otra parte una información parcial, deformada y mutilada, que va creando un clima de incertidumbre, sospecha y escepticismo profundo.
La manipulación de los medios de comunicación, la propaganda sectaria y unilateral, el descrédito sistemático del adversario, el ocultamiento de los propios errores, los silencios cómplices.., son otros tantos medios de menospreciar la verdad y hacer más difícil el camino de la paz.
Cuando un grupo político utiliza las armas de la mentira, o cuando la autoridad impide por todos los medios el esclarecimiento de la verdad, para ocultar errores o injusticias, su estrategia de mentira puede parecer momentáneamente eficaz para resolver una determinada situación, pero allí se está destruyendo la posibilidad de caminar hacia una verdadera paz.
La violencia y la injusticia necesitan siempre de la mentira para asegurarse una cierta respetabilidad en la opinión de la sociedad. Pero con la mentira no se construye nada digno de verdadero respeto.
Uno de los grandes engaños en los que caemos constantemente los hombres es pensar que, con tal de lograr un determinado objetivo es legítimo y positivo utilizar cualquier arma. Y de esa manera vamos echando las bases de una sociedad cada vez ms inhumana.
Qué resonancia y actualidad adquieren en este contexto las palabras de Jesús que podemos oir hoy en el evangelio: «Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad».
Necesitamos el Espíritu de la verdad que nos defienda. Qué necesario es que todos, pero, de manera especial los que tienen alguna responsabilidad en la sociedad, creamos en la eficacia humanizadora de la verdad y nos empeñemos en una búsqueda laboriosa de honradez y sinceridad social.
La búsqueda de la verdad acerca a las personas y conduce al diálogo. El respeto total a la verdad aproxima a los grupos, fortalece la justicia y nos encamina a la verdadera paz.

José Antonio Pagola



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