lunes, 27 de mayo de 2013

02/06/2013 - El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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2 de junio de 2013

El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (C)



SEGUNDA LECTURA

Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 11,23-26

Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:
- Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
- Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Palabra de Dios.

EVANGELIO

Comieron todos y se saciaron.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,11b-17

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:
- Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.
Él les contestó:
- Dadles vosotros de comer.
Ellos replicaron:
- No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.
Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos:
- Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.
Lo hicieron así, y todos se echaron.
Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
2 de junio de 2013

EN MEDIO DE LA CRISIS

La crisis económica va a ser larga y dura. No nos hemos de engañar. No podremos mirar a otro lado. En nuestro entorno más o menos cercano nos iremos encontrando con familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas de desahucio, vecinos golpeados por el paro, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o medicación.
Nadie sabe muy bien cómo irá reaccionando la sociedad. Sin duda, irá creciendo la impotencia, la rabia y la desmoralización de muchos. Es previsible que aumenten los conflictos y la delincuencia. Es fácil que crezca el egoísmo y la obsesión por la propia seguridad.
Pero también es posible que vaya creciendo la solidaridad. La crisis nos puede hacer más humanos. Nos puede enseñar a compartir más lo que tenemos y no necesitamos. Se pueden estrechar los lazos y la mutua ayuda dentro de las familias. Puede crecer nuestra sensibilidad hacia los más necesitados. Seremos más pobres, pero podemos ser más humanos.
En medio de la crisis, también nuestras comunidades cristianas pueden crecer en amor fraterno. Es el momento de descubrir que no es posible seguir a Jesús y colaborar en el proyecto humanizador del Padre sin trabajar por una sociedad más justa y menos corrupta, más solidaria y menos egoísta, más responsable y menos frívola y consumista.
Es también el momento de recuperar la fuerza humanizadora que se encierra en la eucaristía cuando es vivida como una experiencia de amor confesado y compartido. El encuentro de los cristianos, reunidos cada domingo en torno a Jesús, ha de convertirse en un lugar de concienciación y de impulso de solidaridad práctica.
La crisis puede sacudir nuestra rutina y mediocridad. No podemos comulgar con Cristo en la intimidad de nuestro corazón sin comulgar con los hermanos que sufren. No podemos compartir el pan eucarístico ignorando el hambre de millones de seres humanos privados de pan y de justicia. Es una burla darnos la paz unos a otros olvidando a los que van quedando excluidos socialmente.
La celebración de la eucaristía nos ha de ayudar a abrir los ojos para descubrir a quiénes hemos de defender, apoyar y ayudar en estos momentos. Nos ha de despertar de la “ilusión de inocencia” que nos permite vivir tranquilos, para movernos y luchar solo cuando vemos en peligro nuestros intereses. Vivida cada domingo con fe, nos puede hacer más humanos y mejores seguidores de Jesús. Nos puede ayudar a vivir la crisis con lucidez cristiana, sin perder la dignidad ni la esperanza.


José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
6 de junio de 2010

HACER MEMORIA DE JESÚS

Comieron todos.

Al narrar la última Cena de Jesús con sus discípulos, las primeras generaciones cristianas recordaban el deseo expresado de manera solemne por su Maestro: «Haced esto en memoria mía». Así lo recogen el evangelista Lucas y Pablo, el evangelizador de los gentiles.
Desde su origen, la Cena del Señor ha sido celebrada por los cristianos para hacer memoria de Jesús, actualizar su presencia viva en medio de nosotros y alimentar nuestra fe en él, en su mensaje y en su vida entregada por nosotros hasta la muerte. Recordemos cuatro momentos significativos en la estructura actual de la misa. Los hemos de vivir desde dentro y en comunidad.
La escucha del Evangelio. Hacemos memoria de Jesús cuando escuchamos en los evangelios el relato de su vida y su mensaje. Los evangelios han sido escritos, precisamente, para guardar el recuerdo de Jesús alimentando así la fe y el seguimiento de sus discípulos.
Del relato evangélico no aprendemos doctrina sino, sobre todo, la manera de ser y de actuar de Jesús, que ha de inspirar y modelar nuestra vida. Por eso, lo hemos de escuchar en actitud de discípulos que quieren aprender a pensar, sentir, amar y vivir como él.
La memoria de la Cena. Hacemos memoria de la acción salvadora de Jesús escuchando con fe sus palabras: "Esto es mi cuerpo. Vedme en estos trozos de pan entregándome por vosotros hasta la muerte... Éste es el cáliz de mi sangre. La he derramado para el perdón de vuestros pecados. Así me recordaréis siempre. Os he amado hasta el extremo".
En este momento confesamos nuestra fe en Jesucristo haciendo una síntesis del misterio de nuestra salvación: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús". Nos sentimos salvados por Cristo nuestro Señor.
La oración de Jesús. Antes de comulgar, pronunciamos la oración que nos enseñó Jesús. Primero, nos identificamos con los tres grandes deseos que llevaba en su corazón: el respeto absoluto a Dios, la venida de su reino de justicia y el cumplimiento de su voluntad de Padre. Luego, con sus cuatro peticiones al Padre: pan para todos, perdón y misericordia, superación de la tentación y liberación de todo mal.
La comunión con Jesús. Nos acercamos como pobres, con la mano tendida; tomamos el Pan de la vida; comulgamos haciendo un acto de fe; acogemos en silencio a Jesús en nuestro corazón y en nuestra vida: "Señor, quiero comulgar contigo, seguir tus pasos, vivir animado con tu espíritu y colaborar en tu proyecto de hacer un mundo más humano".

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
7 de junio de 2007

CADA DOMINGO

Comieron todos y se saciaron.

Para celebrar la eucaristía dominical no basta con seguir las normas prescritas o pronunciar las palabras obligadas. No basta tampoco cantar, santiguarse o damos la paz en el momento adecuado. Es muy fácil asistir a misa y no celebrar nada en el corazón; oír las lecturas correspondientes y no escuchar la voz de Dios; comulgar piadosamente sin comulgar con Cristo; damos la paz sin reconciliamos con nadie. ¿Cómo vivir la misa del domingo como una experiencia que renueve y fortalezca nuestra fe?
Para empezar, es necesario escuchar desde dentro con atención y alegría la Palabra de Dios y, en concreto, el evangelio de Jesús. Durante la semana hemos visto la televisión, hemos escuchado la radio y hemos leído la prensa. Vivimos aturdidos por toda clase de mensajes, voces, ruidos, noticias, información y publicidad. Necesitamos escuchar otra voz diferente que nos cure por dentro.
Es un respiro escuchar las palabras directas y sencillas de Jesús. Traen verdad a nuestra vida. Nos liberan de engaños, miedos y egoísmos que nos hacen daño. Nos enseñan a vivir con más sencillez y dignidad, con más sentido y esperanza. Es una suerte hacer el recorrido de la vida guiados cada domingo por la luz del evangelio.
La plegaria eucarística constituye el momento central. No nos podemos distraer. «Levantamos el corazón» para dar gracias a Dios. Es bueno, es justo y necesario agradecer a Dios por la vida, por la creación entera, por el regalo que es Jesucristo. La vida no es sólo trabajo, esfuerzo y agitación. Es también celebración, acción de gracias y alabanza a Dios. Es un respiro reunimos cada domingo para sentir la vida como regalo y dar gracias al Creador.
La comunión con Cristo es decisiva. Es el momento de acoger a Jesús en nuestra vida para experimentarlo en nosotros, para identificamos con él y para dejamos trabajar, consolar y fortalecer por su Espíritu.
Todo esto no lo vivimos encerrados en nuestro pequeño mundo. Cantamos juntos el Padrenuestro sintiéndonos hermanos de todos. Le pedimos que a nadie le falte el pan ni el perdón. Nos damos la paz y la buscamos para todos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
10 de junio de 2004

UNA DESPEDIDA INOLVIDABLE

Comieron todos.

Celebrar la eucaristía es revivir la última cena que Jesús celebró con sus discípulos y discípulas la víspera de su ejecución. Ninguna explicación teológica, ninguna ordenación litúrgica, ninguna devoción interesada nos ha de alejar de la intención original de Jesús. ¿Cómo diseño él aquella cena? ¿Qué es lo que quería dejar grabado para siempre en sus discípulos? ¿Por qué y para qué debían seguir reviviendo una y otra vez aquella despedida inolvidable?
Antes que nada, Jesús quería contagiarles su esperanza indestructible en el reino de Dios. Su muerte era inminente; aquella cena era la última. Pero un día se sentaría a la mesa con una copa en sus manos para beber juntos un «vino nuevo». Nada ni nadie podrá impedir ese banquete final del Padre con sus hijos e hijas. Celebrar la eucaristía es reavivar la esperanza: disfrutar desde ahora con esa fiesta que nos espera con Jesús, junto al Padre.
Jesús quería, además, prepararlos para aquel duro golpe de su ejecución. No han de hundirse en la tristeza. La muerte no romperá la amistad que los une. La comunión no quedará rota. Celebrando aquella cena podrán alimentarse de su recuerdo, su presencia y su espíritu. Celebrar la eucaristía es alimentar nuestra adhesión a Jesús, vivir en contacto con él, seguir unidos.
Jesús quiso que los suyos nunca olvidaran lo que había sido su vida: una entrega total al proyecto de Dios. Se lo dijo mientras les distribuía un trozo de pan a cada uno: «Esto es mi cuerpo; recordadme así: entregándome por vosotros hasta el final para haceros llegar la bendición de Dios». Celebrar la eucaristía es comulgar con Jesús para vivir cada día de manera más entregada, trabajando por un mundo más humano.
Jesús quería que los suyos se sintieran comunidad. A los discípulos les tuvo que sorprender lo que Jesús hizo al final de la cena. En vez de beber cada uno de su copa, como era costumbre, Jesús les invitó a todos a beber de una sola: ¡la suya! Todos compartirían la «copa de salvación» bendecida por él. En ella veía Jesús algo nuevo: «Ésta es la nueva alianza en mi sangre». Celebrar la eucaristía es alimentar el vínculo que nos une entre nosotros y con Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
14 de junio de 2001

PRIMERA COMUNIÓN

Comieron todos.

Un gesto repetido una y otra vez puede fácilmente desgastarse. La práctica rutinaria nos lleva a olvidar su verdadero sentido y a desvirtuar su contenido. Así nos puede ocurrir con ese gesto hondo y entrañable que consiste en acercarnos a recibir a Cristo en la comunión. ¿Cómo comulgar de manera nueva?
Lo primero es despertar nuestra alegría. Nos sentimos «dichosos» de sabernos llamados a la mesa del Señor. No comulgamos de rodillas en actitud penitencial, sino de pie, sabiendo que Cristo resucitado nos ha devuelto la dignidad de hijos de Dios. Por eso, es normal que nos acerquemos cantando.
Al mismo tiempo, reconocemos nuestra mediocridad repitiendo las palabras del centurión: «Yo no soy digno de que entres en mi casa...» Por eso, comulgamos extendiendo nuestra mano como pobres mendigos que necesitan recibir el pan de la vida.
Comulgamos haciendo un acto de fe. El que da la comunión presenta el pan consagrado diciendo: «El cuerpo de Cristo». El que comulga responde: «Amén». Esta sencilla palabra hebrea viene a significar: «Yo creo». El creyente comulga diciendo interiormente: «Yo creo en la presencia de Cristo en este humilde gesto. Creo que el Resucitado viene a alimentar mi vida en esta comunión».
Comulgar es mucho más que introducir el pan consagrado en nuestra boca. Comulgamos acogiendo a Cristo en nuestra vida. Por eso es tan importante retirarnos en silencio para abrir nuestro corazón al Resucitado: «Yo te acojo, limpia mi corazón, transforma mi vida. Quiero vivir de tu verdad y de tu espíritu. Quiero ser como eras tú, vivir y amar como vivías y amabas tú». En ese silencio profundo vamos comulgando con Cristo.
Hace algún tiempo, hablaba yo de todo esto con un cristiano practicante entrado ya en años. A las pocas semanas, me llamó para decirme más o menos estas palabras: «Después de tantos años de comulgar todos los domingos, tengo la impresión de estar haciendo ahora la “primera comunión”». Tal vez, todos necesitamos aprender a comulgar de manera nueva y más viva. Nuestra fe crecería.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
11 de junio de 1998

CUIDADO CON LA EUCARISTÍA

Comieron todos.

Los cristianos repetimos con frecuencia que la eucaristía es el centro vital de la Iglesia y la experiencia nuclear de la vida cristiana. Y realmente es así. Lo recordó con fuerza especial el Concilio Vaticano II: “No se construye ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la eucaristía.”
Sin embargo, a lo largo de los siglos, se ha hecho de todo con la Cena del Señor. La misa ha servido de marco para celebrar homenajes y escuchar grandes conciertos; se han organizado “misas de campaña” para animar al combate a los ejércitos; se han hecho funerales para defender una determinada ideología. Es evidente que en todo esto no se busca precisamente celebrar “el memorial del Señor”, sino algo mucho más ambiguo y confuso.
Sin llegar a estos abusos, la eucaristía queda vacía también de su contenido esencial cuando se convierte en práctica rutinaria sin repercusión alguna en nuestras vidas. Esas misas no construyen comunidad ni alimentan la vida cristiana. Al contrario, como dice J. von Allmen: “La Cena hace enfermar a la Iglesia cuando no es el lugar de un amor confesado y compartido“.
Es una contradicción grave comulgar con Cristo todos los domingos en la más recogida intimidad, y no preocuparnos durante la semana de comulgar con los hermanos; compartir el pan eucarístico, e ignorar el hambre de millones de seres humanos privados de pan, justicia y paz; celebrar el “sacramento del amor”, y no revisar nuestros egoísmos individuales y colectivos o nuestra apatía ante situaciones de injusticia y olvido de los más desvalidos; escuchar la Palabra de Dios en las Escrituras, y no oír los gritos de sus hijos más necesitados; darnos todos los domingos el abrazo de paz, y no trabajar por hacerla realidad entre nosotros.
Vivida así, la eucaristía no provoca conversión ni pone en seguimiento de Cristo. Al contrario, puede convertirse en “coartada religiosa” que, al ofrecer la satisfacción del deber religioso cumplido, refuerza inconscientemente lo que J. B. Metz ha llamado «el “status quo” de nuestros corazones aburguesados». Se exhorta mucho a los cristianos a que no dejen de participar en la eucaristía dominical, En esta fiesta del Corpus yo quiero hacer oír otro grito: ¡Cuidado con la eucaristía vivida de manera rutinaria!

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
15 de junio de 1995

CADA MOMENTO

Comieron todos.

Son bastantes las personas que «asisten» a misa sin saber exactamente cómo vivir cada momento de la celebración. Sin embargo, sólo esta participación personal puede hacer de cada eucaristía una experiencia viva capaz de alimentar la vida del creyente.
El canto de entrada y el saludo del sacerdote nos ayudan a «entrar» en el clima de la celebración. Atrás queda una semana de trabajos y preocupaciones. Ahora me encuentro junto a otros creyentes como yo. Juntos vamos a vivir esa experiencia que nos desea el que preside. Quiero acoger la «gracia» de Cristo, recordar el «amor» del Padre y sentirme unidos los demás por la «comunión» del Espíritu Santo.
Entramos ahora en el rito penitencial. Unos breves momentos para recordar que también a lo largo de esta semana he sido egoísta y mediocre. «Señor, ten piedad». Me acerco a Ti buscando ni gracia y tu perdón.
La Liturgia de la Palabra es el momento de sentarme para escuchar la Palabra de Dios. Todos los días veo la televisión, escucho la radio, leo los periódicos y hablo con la gente. Pero necesito escuchar algo diferente. ¿Qué me quiere decir Dios? Llega la lectura del evangelio. Me pongo de pie. Quiero estar atento a las palabras de Jesús. Me pueden ayudar a vivir la próxima semana de forma más humana y esperanzada.
Después de escuchar la Palabra de Dios, recitamos el Credo. Es un gesto importante de la comunidad creyente. Todos los domingos, puestos de pie, confesamos nuestra fe. También yo. No puedo detenerme en cada frase, pero quiero sentirme creyente, a pesar de mis dudas y de mi debilidad. «Creo, Señor, pero ayuda a mi poca fe.»
Después del ofertorio, comienza la «Plegaria eucarística», el momento central de la misa. El sacerdote nos invita a «levantar el corazón» para dar gracias a Dios. Quiero hacerlo de verdad. Es bueno, es justo y necesario darte gracias siempre y en todo lugar a Ti, Padre Santo y Bueno. A veces no acierto a creer, pero no quiero que se me pase la vida sin darte gracias por la creación, por mi vida, por Jesucristo nuestro Salvador. Es lo más grande que puedo hacer este domingo.
Se acerca el momento de la comunión. Quiero prepararme bien. Voy a cantar el Padre nuestro sintiéndole a Dios como Padre y sintiéndome más hermano de todos. Luego haré el gesto de la paz. Quiero vivir dando mi mano a todos, buscando siempre la unión y la paz. Sólo entonces me acercaré a comulgar. Sé que no soy digno, pero el Señor me entiende. Necesito sentirme reconfortado y fortalecido interiormente. Necesito sentirle a Cristo cerca, dentro de mí. Quiero acogerlo en mi vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
18 de junio de 1992

CON CARIÑO Y HUMOR

Comieron todos.

He aquí algunas sugerencias, pensadas con cariño y algo de humor para ser seguidas por aquellos a quienes la misa "no les dice nada".
Al oír, en la mañana del domingo, la llamada de las campanas que invitan a los creyentes a la oración y la acción de gracias a Dios, no las dejes resonar en tu interior. Bastante ocupado estás en organizarte bien el domingo.
Nunca llegues a la iglesia con tiempo suficiente para estar unos minutos en silencio y prepararte para vivir la celebración. Es mejor entrar a última hora de manera atropellada. Así se te hará todo más corto.
Colócate lo más atrás posible. Es más difícil seguir de cerca lo que se realiza en el altar, pero se domina mejor la situación y se está más tranquilo. Además, puedes salir de los primeros.
A ser posible, no abras la boca en toda la celebración ni para cantar ni para unirte a la oración. Esto es para personas más "piadosas". A ti te va más una postura seria y digna.
Si te animas a cantar algún canto, no se te ocurra fijarte en la letra para ver qué estás diciendo. Lo importante es que la canción salga bien y "suene" de manera agradable. Ya habrá tiempo para comunicarte con Dios.
Al sentarte para oír la Palabra de Dios, no escuches el mensaje de las lecturas bíblicas. Es un buen momento para ponerte cómodo y descansar. Puedes observar qué personas han acudido a misa. Las palabras del lector te servirán de "música de fondo".
La homilía puede ser un momento más interesante o un verdadero ejercicio de "paciencia", todo hay que decirlo. En cualquier caso, ya te sabes más o menos lo que dirá el sacerdote. Puedes, incluso, comentarlo a la salida. Pero no se te ocurra escuchar interpelación o llamada alguna para ti.
Aprovecha los momentos de silencio (desgraciadamente, no suelen ser muchos) para recordar lo que tienes que hacer al salir de misa. No entres dentro de ti para dar gracias a Dios o pedirle perdón. A ti no te van esas cosas.
Al comulgar, muestra tu habilidad en hacerlo de manera rápida y ágil. Así podrás pasar revista a los que vienen después de ti. Al llegar a tu sitio, no te recojas interiormente para comunicarte con Cristo. Eso se hacía antes del Concilio.
Sobre todo, sé rápido al final porque ya sabes cómo se amontona luego la gente. No necesitas quedarte a recibir la bendición de Dios. El te quiere y te bendice, incluso cuando estás ya fuera del templo.
Pero, eso sí. Cuando el sacerdote diga en la misa: "Levantemos el corazón", tú no abras la boca. No digas "Lo tenemos levantado hacia el Señor";.no lo digas porque no es verdad. Todavía no has "levantado tu corazón" hacia el Señor; y, si no lo haces, difícilmente te podrá decir algo la misa.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
25 de mayo de 1989

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
29 de mayo de 1986

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
2 de junio de 1983

Título

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José Antonio Pagola

miércoles, 22 de mayo de 2013

26/05/2013 - Santísima Trinidad (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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26 de mayo de 2013

Santísima Trinidad (C)



EVANGELIO

Todo lo que tiene el Padre es mío; el Espíritu tomará de lo mío y os lo anunciará.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 16,12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
26 de mayo de 2013


MISTERIO DE BONDAD

A lo largo de los siglos, los teólogos se han esforzado por investigar el misterio de Dios ahondando conceptualmente en su naturaleza y exponiendo sus conclusiones con diferentes lenguajes. Pero, con frecuencia, nuestras palabras esconden su misterio más que revelarlo. Jesús no habla mucho de Dios. Nos ofrece sencillamente su experiencia.
A Dios Jesús lo llama “Padre” y lo experimenta como un misterio de bondad. Lo vive como una Presencia buena que bendice la vida y atrae a sus hijos e hijas a luchar contra lo que hace daño al ser humano. Para él, ese misterio último de la realidad que los creyentes llamamos “Dios” es una Presencia cercana y amistosa que está abriéndose camino en el mundo para construir, con nosotros y junto a nosotros, una vida más humana.
Jesús no separa nunca a ese Padre de su proyecto de transformar el mundo. No puede pensar en él como alguien encerrado en su misterio insondable, de espaldas al sufrimiento de sus hijos e hijas. Por eso, pide a sus seguidores abrirse al misterio de ese Dios, creer en la Buena Noticia de su proyecto, unirnos a él para trabajar por un mundo más justo y dichoso para todos, y buscar siempre que su justicia, su verdad y su paz reinen cada vez más en entre nosotros.
Por otra parte, Jesús se experimenta a sí mismo como “Hijo” de ese Dios, nacido para impulsar en la tierra el proyecto humanizador del Padre y para llevarlo a su plenitud definitiva por encima incluso de la muerte. Por eso, busca en todo momento lo que quiere el Padre. Su fidelidad a él lo conduce a buscar siempre el bien de sus hijos e hijas. Su pasión por Dios se traduce en compasión por todos los que sufren.
Por eso, la existencia entera de Jesús, el Hijo de Dios, consiste en curar la vida y aliviar el sufrimiento, defender a las víctimas y reclamar para ellas justicia, sembrar gestos de bondad, y ofrecer a todos la misericordia y el perdón gratuito de Dios: la salvación que viene del Padre.
Por último, Jesús actúa siempre impulsado por el “Espíritu” de Dios. Es el amor del Padre el que lo envía a anunciar a los pobres la Buena Noticia de su proyecto salvador. Es el aliento de Dios el que lo mueve a curar la vida. Es su fuerza salvadora la que se manifiesta en toda su trayectoria profética.
Este Espíritu no se apagará en el mundo cuando Jesús se ausente. Él mismo lo promete así a sus discípulos. La fuerza del Espíritu los hará testigos de Jesús, Hijo de Dios, y colaboradores del proyecto salvador del Padre. Así vivimos los cristianos prácticamente el misterio de la Trinidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
30 de mayo de 2010

ABRIRNOS AL MISTERIO DE DIOS

Todo lo que tiene el Padre es mío.

A lo largo de los siglos, los teólogos han realizado un gran esfuerzo por acercarse al misterio de Dios formulando con diferentes construcciones conceptuales las relaciones que vinculan y diferencian a las personas divinas en el seno de la Trinidad. Esfuerzo, sin duda, legítimo, nacido del amor y el deseo de Dios.
Jesús, sin embargo, no sigue ese camino. Desde su propia experiencia de Dios, invita a sus seguidores a relacionarse de manera confiada con Dios Padre, a seguir fielmente sus pasos de Hijo de Dios encarnado, y a dejarnos guiar y alentar por el Espíritu Santo. Nos enseña así a abrirnos al misterio santo de Dios.
Antes que nada, Jesús invita a sus seguidores a vivir como hijos e hijas de un Dios cercano, bueno y entrañable, al que todos podemos invocar como Padre querido. Lo que caracteriza a este Padre no es su poder y su fuerza, sino su bondad y su compasión infinita. Nadie está solo. Todos tenemos un Dios Padre que nos comprende, nos quiere y nos perdona como nadie.
Jesús nos descubre que este Padre tiene un proyecto nacido de su corazón: construir con todos sus hijos e hijas un mundo más humano y fraterno, más justo y solidario. Jesús lo llama "reino de Dios" e invita a todos a entrar en ese proyecto del Padre buscando una vida más justa y digna para todos empezando por sus hijos más pobres, indefensos y necesitados.
Al mismo tiempo, Jesús invita a sus seguidores a que confíen también en él: "No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí". Él es el Hijo de Dios, imagen viva de su Padre. Sus palabras y sus gestos nos descubren cómo nos quiere el Padre de todos. Por eso, invita a todos a seguirlo. El nos enseñará a vivir con confianza y docilidad al servicio del proyecto del Padre.
Con su grupo de seguidores, Jesús quiere formar una familia nueva donde todos busquen "cumplir la voluntad del Padre". Ésta es la herencia que quiere dejar en la tierra: un movimiento de hermanos y hermanas al servicio de los más pequeños y desvalidos. Esa familia será símbolo y germen del nuevo mundo querido por el Padre.
Para esto necesitan acoger al Espíritu que alienta al Padre y a su Hijo Jesús: "Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y así seréis mis testigos". Éste Espíritu es el amor de Dios, el aliento que comparten el Padre y su Hijo Jesús, la fuerza, el impulso y la energía vital que hará de los seguidores de Jesús sus testigos y colaboradores al servicio del gran proyecto de la Trinidad santa.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
3 de junio de 2007

VIVIR A DIOS DESDE JESÚS

Todo lo que tiene el Padre es mío.

Los teólogos han escrito estudios profundos sobre la vida insondable de las personas divinas en el seno de la Trinidad. Jesús, por el contrario, no se ocupa de ofrecer este tipo de doctrina sobre Dios. Para él, Dios es una experiencia: se siente Hijo querido de un Padre bueno que se está introduciendo en el mundo para humanizar la vida con su Espíritu.
Para Jesús, Dios no es un Padre sin más. Él descubre en ese Padre unos rasgos que no siempre recuerdan los teólogos. En su corazón ocupan un lugar privilegiado los más pequeños e indefensos, los olvidados por la sociedad y las religiones: los que nada bueno pueden esperar ya de la vida.
Este Padre no es propiedad de los buenos. «Hace salir su sol sobre buenos y malos». A todos bendice, a todos ama. Para todos busca una vida más digna y dichosa. Por eso se ocupa de manera especial por quienes viven «perdidos». A nadie olvida, a nadie abandona. Nadie camina por la vida sin su protección.
Tampoco Jesús es el Hijo de Dios sin más. Es Hijo querido de ese Padre, pero, al mismo tiempo, nuestro amigo y hermano. Es el gran regalo de Dios a la humanidad. Siguiendo sus pasos, nos atrevemos a vivir con confianza plena en Dios. Imitando su vida, aprendemos a ser compasivos como el Padre del cielo. Unidos a él, trabajamos por construir ese mundo más justo y humano que quiere Dios.
Por último, desde Jesús experimentamos que el Espíritu Santo no es algo irreal e ilusorio. Es sencillamente el amor de Dios que está en nosotros y entre nosotros alentando siempre nuestra vida, atrayéndonos siempre hacia el bien. Ese Espíritu nos está invitando a vivir como Jesús que, «ungido» por su fuerza, pasó toda su vida haciendo el bien y luchando contra el mal.
Es bueno culminar nuestras plegarias diciendo «Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo» para adorar con fe el misterio de Dios. Y es bueno santiguarnos en el nombre de la Trinidad para comprometernos a vivir en el nombre del Padre, siguiendo fielmente a Jesús, su Hijo, y dejándonos guiar por su Espíritu.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
6 de junio de 2004

Miniatura de Dios

Todo lo que tiene el Padre es mío.

A lo largo de veinte siglos de cristianismo, grandes teólogos han escrito estudios profundos sobre la Trinidad, tratando de pensar conceptualmente el misterio de Dios. Sin embargo, ellos mismos dicen que, para saber de Dios, lo importante no es «discurrir» mucho, sino «saber» algo del amor.
La razón es sencilla. La teología cristiana viene a decir, en definitiva, que Dios es Amor. No es una realidad fría e impersonal, un ser triste, solitario y narcisista. No hemos de imaginarlo como poder impenetrable, encerrado en sí mismo. En su ser más íntimo, Dios es amor, vida compartida, amistad gozosa, diálogo, entrega mutua, abrazo, comunión de personas.
Lo grande es que nosotros estamos hechos a imagen de ese Dios. El ser humano es una especie de «miniatura» de Dios. Es fácil intuirlo. Siempre que sentimos necesidad de amar y ser amados, siempre que sabemos acoger y buscamos ser acogidos, cuando disfrutamos compartiendo una amistad que nos hace crecer, cuando sabemos dar y recibir vida, estamos saboreando el «amor trinitario» de Dios. Ese amor que brota en nosotros proviene de él.
Por eso, el mejor camino para aproximarnos al misterio de Dios no son los libros que hablan de él, sino las experiencias amorosas que se nos regalan en la vida. Cuando dos jóvenes se besan, cuando dos enamorados se entregan mutuamente, cuando dos esposos hacen brotar de su amor una nueva vida, están viviendo experiencias que, incluso cuando son torpes e imperfectas, apuntan hacia Dios.
Quien no sabe nada de dar y recibir amor, quien no sabe compartir ni dialogar, quien solo se escucha a sí mismo, quien se cierra a toda amistad, quien busca su propio interés, quien sólo sabe ganar dinero, competir y triunfar, ¿qué puede saber de Dios?
El amor trinitario de Dios no es un amor excluyente, un «amor egoísta» entre tres. Es amor que se difunde y regala a todas las criaturas. Por eso, quien vive el amor desde Dios, aprende a amar a quienes no le pueden corresponder, sabe dar sin apenas recibir, puede incluso «enamorarse» de los más pobres y pequeños, puede entregar su vida a construir un mundo más amable y digno de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
10 de junio de 2001

¿CÓMO VIVIR LA TRINIDAD?

Todo lo que tiene el Padre es mío.

El Padre es el misterio insondable de amor que da origen a todo lo que vive. Él es la fuente oculta que no tiene origen y de la que nace todo lo bueno, lo bello y misericordioso. En él comienza todo lo que es vida y amor. El Padre no sabe sino darse y dar gratuitamente y sin condiciones. Él es así. Él está conduciendo todo a la victoria definitiva de la vida.
Creer en un Dios Padre es saberse acogido. Dios me acepta como soy. Sólo quiere mi vida y mi dicha eterna. Puedo vivir con confianza y sin temor. No conoceré la experiencia más terrible e insoportable para un ser humano: sentirse rechazado por todos, no ser aceptado por nadie. Dios es mi Padre. Nunca seré un extraño para Dios, sino un hijo.
El Hijo existe recibiéndose totalmente del Padre. Él es así. Pura acogida, respuesta perfecta al Padre, reflejo fiel de su amor. Por eso, no se apropia de nada. Recibe la vida como regalo y la difunde sobre nosotros y la creación entera. El Hijo es nuestro hermano mayor, el que nos revela el rostro verdadero del Padre y nos enseña el camino hacia él.
Creer en un Dios Hijo es saberse acompañado. No estamos solos ante Dios, perdidos y desorientados, sin saber cómo situarnos ante su misterio. El Hijo de Dios hecho hombre nos enseña a vivir acogiendo y difundiendo el amor del Padre. Enraizados en él no conoceremos la experiencia destructora de la soledad. Quien no sabe recibir amor, no sabe lo que es vivir. Quien no sabe dar amor, se muere.
El Espíritu Santo es comunión del Padre y el Hijo, abrazo recíproco, amor compartido, compenetración mutua. Él es así. Desbordamiento del amor, fuerza creadora y renovadora, energía amorosa que lo transforma todo.
Creer en Dios Espíritu Santo es saberse habitado por el amor. No estamos vacíos y sin núcleo interior, indefensos ante nuestro propio egoísmo. Nos habita el dinamismo del amor. El Espíritu nos mantiene en comunión con el Padre y con el Hijo. El nos consuela, nos renueva y mantiene vivo en nosotros el deseo de Dios reinando en un mundo más humano y fraterno.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
7 de junio de 1998

SÓLO AMOR

El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena.

La palabra “Dios” proviene del sánscrito “Dyau”, y significa “día”. En griego se convierte en “Theos”, que viene a ser “la luz”, “lo brillante”. En el origen del término “Dios” subyace, por tanto, la idea de la luz que da vida y permite ver. Dios es el que fundamenta la vida y da el sentido último a todo.
El cristianismo introduce un lenguaje insólito y revolucionario al hablar de un Dios Trinidad. En la base de esta nueva terminología hay una nueva concepción: “Dios es amor” Esa divinidad que sustenta la vida y da sentido a la realidad es amor y sólo amor. Al confesar a un Dios trinitario estamos tocando el corazón mismo de la fe cristiana. Todo lo demás es consecuencia. Cuando se olvida o se deforma esta fe en un Dios-Amor, se está vaciando a la religión cristiana de su esencia.
El amor no es una actividad más de Dios, sino que toda su actividad consiste en amar. Si crea, crea por amor; si salva, salva por amor; si juzga, juzga con amor. Todo su ser y su actuar es amor. Dios no tiene amor, sino que es Amor. En nuestro lenguaje, siempre limitado, hemos de decir que “Dios ni sabe ni quiere ni puede hacer otra cosa sino amar” (Torres Queiruga). De Dios sólo nos llega amor. Podemos dudar de todo, pero nunca de esto: hacia mí Dios sólo puede sentir amor.
Sin embargo, después de veinte siglos, los cristianos nos resistimos a creerlo y, sobre todo, a sacar las consecuencias. Confesamos que Dios es amor, pero luego proyectamos sobre Él nuestros fantasmas; deformamos y recortamos su amor con nuestra visión egoísta de todo; lo oscurecemos con nuestros miedos. No nos atrevemos a creer que Dios es amor sin restricciones, amor incondicional e indestructible. Nos resulta como “increíble”, algo demasiado hermoso para ser cierto.
Según no pocos teólogos (recordar el estudio de H.U. von Balthasar, Sólo el amor es digno de fe, Ed. Sígueme, Salamanca 1994), una de las tareas más urgentes del cristianismo actual es afirmar sin límites ni temor alguno el amor de Dios con sus “iras, venganzas y castigos”. No hemos de consentir que se sigua alimentando la idea de un Dios menos humano que cualquiera de nosotros.
La confesión en un Dios trinitaria nos ha de llevar a creer de manera práctica en un Dios-Amor. Hemos sido creados por amor, estamos amasados de amor, destinados a amarnos y a amar profundamente la vida. Nada hay más importante y decisivo. Nuestro quehacer esencial es “permanecer en el amor” (Jn 15,10).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
11 de junio de 1995

QUIERO CREER

Os guiará hasta la verdad plena.

Vivimos tiempos de confusión religiosa. El cristianismo les resulta a bastantes complicado y recargado. Tratan de vivir la fe con honradez, pero lo hacen de manera dispersa y fragmentaria. En su conciencia todo está bastante mezclado: Cristo, los sacramentos, Dios, la resurrección, el Papa, la Virgen.
Sin embargo, no todo es igual ni tiene la misma importancia. A muchas personas les haría un gran bien captar dónde está lo esencial de la fe para vivirla de manera unificada y sencilla. Una religión complicada y confusa no puede despertar gozo en el creyente. He aquí algunas sugerencias para vivir la fe en Dios Trinidad de forma cordial y cálida.
«Creo en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra. » No estoy solo ni vivo olvidado. Dios es mi Padre, Él es mi origen y mi destino. Él me creó sólo por amor; él me espera con corazón de Padre. No sólo a mí, sino a todos los hombres y mujeres que son mis hermanos. Su nombre es hoy olvidado, negado y hasta despreciado. Yo mismo lo olvido con frecuencia. Pero Él es mi única esperanza, lo mejor que tengo. Aunque dude de muchas cosas, no quiero perder mi fe en este Dios Padre, pues intuyo que habría perdido lo esencial.
«Creo en Jesucristo, su único Hijo. » Sé que Jesús fue un hombre extraordinario, pero en él se encierra algo más. No es sólo un modelo a imitar o un maestro a seguir. Es el Hijo de Dios enviado por el Padre. En él descubro el rostro de Dios y también su corazón. Sé cuántas cosas se escriben y se dicen hoy de Jesús. Para mí, nunca será un hombre más. En sus palabras escucho la voz de Dios, en sus gestos intuyo su amor. En él le siento a Dios cercano, humano, amigo. Aunque olvide otras cosas, no quiero olvidar a Jesucristo. ¿Quién podría ocupar su vacío y ofrecerme la luz y la esperanza que de él recibo?
«Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida. » Creo en su presencia viva en míy en todos los hombres y mujeres. Sé que es dador de vida porque pone en mí amor, luz, fortaleza y creatividad. Pero su mayor regalo es saber que ese misterio de Dios que, a veces, me parece tan lejano e insondable, está en el fondo de mi ser. Conozco mi superficialidad, pero no quiero vivir sólo desde fuera, ignorando lo mejor que hay dentro de mí.
Hoy es la fiesta de la Trinidad. No sé exactamente lo que se encierra detrás de esas palabras. Tampoco pienso mucho en esas cosas. Pero, a pesar de mi mediocridad y mi poca fe, quiero vivir y morir «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Quisiera recordarlo cada vez que me santiguo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
14 de junio de 1992

DIOS, MISTERIO DEL MUNDO

Os guiará hasta la verdad plena.

Una de las tareas más urgentes de las Iglesias es hoy, sin duda, ayudar a la humanidad a recuperar el sentido de la adoración, la admiración y la alabanza. Una humanidad que no venera la vida ni sabe agradecer al Creador el regalo de la Tierra, corre el riesgo de deslizarse progresivamente hacia su autodestrucción. Lo advertía hace ya algunos años, Teilhard de Chardin con estas palabras: “Pronto la humanidad deberá escoger entre el suicidio o la adoración.”
Estamos asistiendo estos días a los tensos debates y discusiones que se producen en “La Cumbre de Río” sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo. Atrapados entre el miedo a la destrucción y los intereses económicos de cada nación, los hombres se enfrentan entre sí, incapaces de cambiar y de orientar su vida de manera diferente sobre la Tierra.
La humanidad va tomando conciencia de que todo no puede ser dominar y utilizar la Tierra; que es necesario cuidarla, respetarla y compartirla de manera más humana. Pero, ¿quién será capaz de liberar a los hombres de la apropiación abusiva, de la explotación utilitaria, de la insolidaridad egoísta de los poderosos?
Es desastre sólo puede ser evitado cambiando el rumbo, pero, ¿dónde encontrar el fundamento de una decisión ética que urja a todos los hombres a sustituir el egoísmo individual y colectivo por una actitud nueva de fraternidad entre todos los pueblos y de comunión con el mundo?
El hombre moderno ha ido expulsando a Dios del mundo. Se ha esforzado por hacer de la Tierra una morada más segura y confortable, pero ha olvidado al Creador, ha menospreciado el “origen amoroso” de donde proviene la vida. Se ha creído dueño absoluto del mundo, pero el mundo se le escapa de las manos hacia la destrucción.
Hemos excluido a Dios como “Misterio del mundo” (E. Jüngel), y el mundo se va cerrando cada vez más sobre unos hombres replegados sobre sus propios intereses. Hemos hecho del mundo “una inmensa fábrica” de producir y consumir objetos, pero este mundo ya no nos remite a algo más profundo y sagrado. Hemos prescindido del Creador y hemos desencadenado una agresión a la creación que ya no sabemos cómo detener.
Probablemente, nunca ha sido tan necesario el retorno a Dios, fuente misteriosa de la vida, amor original de donde brota la apasionante aventura del mundo, fundamento último de la dignidad inalienable del ser humano.
La fiesta de la Trinidad es una invitación a adorar a Dios como “Misterio del mundo”. Una fe viva en ese Dios ayudaría a los hombres a recuperar una visión más unitaria de la humanidad y del mundo, urgiría a una fraternidad real entre todos los pueblos, despertaría el respeto a la creación entera y suscitaría en los hombres el amor a todo lo vivo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
21 de mayo de 1989

¿VUELVE DIOS?

Os guiará hasta la verdad plena.

Cada vez le resulta más difícil al hombre contemporáneo caminar con orgullo y seguridad hacia un progreso siempre mayor.
El crecimiento de la violencia en todo el planeta, la posibilidad cada vez más real de un enfrentamiento “total”, accidentes como el de la central de Chernobyl, el oscuro porvenir laboral para las nuevas generaciones, una demografía “sin niños” … son algunos de los datos que están obligando al hombre occidental a preguntarse qué futuro nos espera si ya no somos capaces de asegurar siquiera nuestra propia supervivencia.
Después de unos años de euforia atea, son bastantes los que comienzan a preguntarse de nuevo si el mundo es la verdad absoluta y lo único que nos espera a los seres humanos.
El teólogo alemán H. Zahrnt se hace eco de amplios sectores europeos cuando escribe: “Ha llegado el momento en que cesa el sarcasmo sobre Dios y el orgullo comienza a derrumbarse. En lugar de llevar al mundo sobre sus espaldas como Atlas, el hombre comienza a preguntarse qué fuerza podrá ayudarle a soportar su carga”.
Hace unos años, Max Horheimer, el filósofo más representativo de la Escuela de Frankfurt, se expresaba en unos términos que cobra, tal vez hoy, mayor actualidad: “Soy cada vez más de la opinión de que no debería hablar de anhelo sino de miedo de que Dios no exista”.
El hombre occidental ha decidido vivir sin Dios, pero parece llegado el momento de preguntarse si, después de su expulsión, puede seguir caminando durante mucho tiempo sin perder su rostro humano.
A la larga, muchos saben hoy día que no es fácil evitar ese malestar que describe A. Saint-Exupery en una de sus obras: “No hay sino un único problema, uno solo en el mundo. Aportar a los hombres un significado espiritual, una inquietud espiritual… No se puede seguir viviendo de frigoríficos, de política, de balances y palabras cruzadas. No se puede”.
Dios sigue oculto en la sombra, pero, ¿no la está iluminando hoy con una luz nueva? Dios sigue silencioso, pero ¿no comienzan a escucharse en nuestra sociedad nuevas llamadas que nos invitan a volver el corazón hacia El?
¿No estará llegando la hora de repetir con toda verdad aquella oración de San Agustín? “Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
25 de mayo de 1986

DIOS NO SE ABURRE

y os comunicará …

Son bastantes los que, llamándose cristianos, tienen una idea absolutamente triste y aburrida de Dios. Para ellos, Dios sería un ser nebuloso, gris, «sin rostro». Algo impersonal, frío e indiferente.
Y si se les dice que Dios es Trinidad, esto, lejos de dar un color nuevo a su fe, lo complica todo aún más, situando a Dios en el terreno de lo enrevesado, embrollado e ininteligible.
No pueden sospechar todo lo que la teología cristiana ha querido sugerir acerca de Dios, al balbucir desde Jesús una imagen trinitaria de la divinidad.
Según la fe cristiana, Dios no es un ser solitario, condenado a estar cerrado sobre sí mismo, sin alguien con quien comunicarse. Un ser inerte, que se pertenece sólo a sí mismo, autosatisfaciéndose aburridamente por toda la eternidad.
Dios es comunión interpersonal, comunicación gozosa de vida. Dinamismo de amor que circula entre un Padre y un Hijo que se entregan sin agotarse, en plenitud de infinita ternura.
Pero este amor no es la relación que existe entre dos que se exprimen y absorben estérilmente el uno al otro, perdiendo su vida y su gozo en una posesión exclusiva y un egoísmo compartido.
Es un amor que requiere la presencia del Tercero. Amor fecundo que tiene su fruto gozoso en el Espíritu en quien el Padre y el Hijo se encuentran, se reconocen y gozan el uno para el otro.
Es fácil que más de un cristiano se «escandalice» un poco ante la descripción de la vida trinitaria que hace el Maestro Eckart: «Hablando en hipérbole, cuando el Padre le ríe al Hijo, y el Hijo le responde riendo al Padre, esa risa causa placer, ese placer causa gozo, ese gozo engendra amor, y ese amor da origen a las personas de la Trinidad, una de las cuales es el Espíritu Santo».
Y sin embargo, este lenguaje «hiperbólico» apunta, sin duda, a la realidad más profunda de Dios, único ser capaz de gozar y reír en plenitud, pues la risa y el gozo verdadero brotan de la plenitud del amor y de la comunicación.
Este Dios no es alguien lejano de nosotros. Está en las raíces mismas de la vida y de nuestro ser. «En él vivimos, nos movemos y existimos» (Hechos 17, 28).
En el corazón mismo de la creación entera está el amor, el gozo, la sonrisa acogedora de Dios. En medio de nuestro vivir diario, a veces tan apagado y aburrido, otras tan agitado e inquieto, tenemos que aprender a escuchar con más fe el latido profundo de la vida y de nuestro corazón.
Quizás descubramos que en lo más hondo de las tristezas puede haber un gozo sereno, en lo más profundo de nuestros miedos una paz desconocida, en lo más oculto de nuestra soledad, la acogida de Alguien que nos acompaña con sonrisa silenciosa.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
29 de mayo de 1983

DIOS NO ES SOLEDAD

Todo lo que tiene el Padre …

Creer en Dios no es simplemente imaginar una Potencia admirable y lejana de la que depende todo. Ni elaborar intelectualmente un gran ídolo que explique lo que nos parece inexplicable.
Para el cristiano, creer en Dios es aprender con Jesús y desde Jesús a vivir ante la Realidad última que nos sostiene, nos acoge y nos espera. Descubrir con gozo que no estamos solos. Que hay Alguien que nos defiende de irnos perdiendo sin remedio. Alguien que nos posibilita el llegar a ser ése precisamente que aspiramos poder ser desde lo más profundo de nuestro ser y en cuyo empeño fracasamos constantemente.
Pero, ¿cuál es el rostro de ese Dios, origen y destino último de todo nuestro ser? ¿Cómo dar contenido vivo a ese nombre de «Dios» que hemos escuchado desde nuestra niñez?
Los cristianos creemos que todos los caminos que recorren apasionadamente los hombres en su búsqueda de Dios pasan por uno: Jesucristo. Y es desde Jesucristo desde donde descubrimos que Dios es trinidad.
Dios, en su realidad más profunda, es una vida de comunidad. La comunión de tres personas que comparten la vida en plenitud.
Dios no es un ser solitario, vacío, frío, impenetrable, impersonal. Dios es vida compartida, amor comunitario, comunión de personas. Dios, en lo más íntimo de su ser, es apertura, diálogo, entrega mutua, donación recíproca, amor a otro. Dios es pluralismo en la unidad.
Creer en la Trinidad es creer que el origen, el modelo y el destino último de toda vida es el amor compartido en comunidad. Estamos hechos a imagen y semejanza de este Dios. Y no descansaremos hasta que podamos disfrutar ese amor compartido y encontrarnos todos en esa sociedad en la que cada uno pueda encontrar su personalidad y felicidad plena precisamente en la entrega y solidaridad total con el otro.
Por eso, celebrar a la Trinidad no es pretender penetrar en la inmensidad de Dios y mucho menos resolverla con el «triángulo» divino. Celebramos a la Trinidad cuando descubrimos con gozo que la fuente de nuestra vida es un Dios Comunidad y cuando, por tanto, nos sentimos llamados desde lo más radical de nuestro ser a buscar nuestra verdadera felicidad en el compartir y en la solidaridad.
Celebramos a la Trinidad siempre que los hombres nos esforzamos, mucho o poco, por construir una sociedad en la que las personas vayamos aprendiendo a convivir, compartir y dialogar.

José Antonio Pagola