Homilias de José Antonio Pagola
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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1 de enero de 2014
Santa María, Madre de Dios (A)
EVANGELIO
Encontraron
a María y a José, y al niño. A los ocho días, le pusieron por nombre Jesús.
Lectura del santo
evangelio según san Lucas 2,16-21
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a
María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les
habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les
decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su
corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que
habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron
por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2013-2014 -
Fecha
Título
---
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
1 de enero de 2011
LA MADRE
(Ver la homilía del 1 de enero de
2.008).
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 -
1 de enero de 2008
LA MADRE
María
conservaba todas estas cosas.
A muchos puede extrañar que la
Iglesia haga coincidir el primer día del nuevo año civil con la fiesta de Santa
María Madre de Dios. Y sin embargo, es significativo que, desde el siglo iv, la
Iglesia, después de celebrar solemnemente el nacimiento del Salvador, desee
comenzar el año nuevo bajo la protección maternal de María, Madre del Salvador
y Madre nuestra.
Los cristianos de hoy nos tenemos
que preguntar qué hemos hecho de María estos últimos años, pues probablemente
hemos empobrecido nuestra fe eliminándola demasiado de nuestra vida.
Movidos, sin duda, por una
voluntad sincera de purificar nuestra vivencia religiosa y encontrar una fe más
sólida, hemos abandonado excesos piadosos, devociones exageradas, costumbres
superficiales y extraviadas.
Hemos tratado de superar una
falsa mariolatría en la que, tal vez, sustituíamos a Cristo por María y veíamos
en ella la salvación, el perdón y la redención que, en realidad, hemos de
acoger desde su Hijo.
Si todo ha sido corregir
desviaciones y colocar a María en el lugar auténtico que le corresponde como
Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia, nos tendríamos que alegrar y
reafirmar en nuestra postura.
Pero, ¿ha sido exactamente así?
¿No la hemos olvidado excesivamente? ¿No la hemos arrinconado en algún lugar
oscuro del alma junto a las cosas que nos parecen de poca utilidad?
Un abandono de María, sin ahondar
más en su misión y en el lugar que ha de ocupar en nuestra vida, no enriquecerá
jamás nuestra vivencia cristiana sino que la empobrecerá. Probablemente hemos
cometido excesos de mariolatría en el pasado, pero ahora corremos el riesgo de
empobrecemos con su ausencia casi total en nuestras vidas.
María es la Madre de Cristo. Pero
aquel Cristo que nació de su seno estaba destinado a crecer e incorporar a sí
numerosos hermanos, hombres y mujeres que vivirían un día de su Palabra y de su
gracia. Hoy María no es sólo Madre de Jesús. Es la Madre del Cristo total. Es
la Madre de todos los creyentes.
Es bueno que, al comenzar un año
nuevo, lo hagamos elevando nuestros ojos hacia María. Ella nos acompañará a lo
largo de los días con cuidado y ternura de madre. Ella cuidará nuestra fe y
nuestra esperanza. No la olvidemos a lo largo del año.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
1 de enero de 2005
ANTE UN NUEVO AÑO
... meditándolas en su corazón.
Dice el teólogo Ladislao Boros en alguno de sus
escritos que uno de los principios cardinales de la vida cristiana consiste en
que «Dios comienza siempre de nuevo».
Con él nada hay definitivamente perdido. En él todo es comienzo y renovación.
Por decirlo de manera sencilla, Dios no se deja
desalentar por nuestra mediocridad. La fuerza renovadora de su perdón y de su
gracia es más vigorosa que nuestros errores y nuestro pecado. Con él, todo
puede comenzar de nuevo.
Por eso, es bueno comenzar el año con voluntad de
renovación. Cada año que se nos ofrece de vida es un tiempo abierto a nuevas
posibilidades, un tiempo de gracia y de salvación en el que se nos invita a
vivir de manera nueva. Por ello, es importante escuchar las preguntas que
pueden brotar de nuestro interior.
¿Qué espero yo del nuevo año? ¿Será un año dedicado
a «hacer cosas», resolver asuntos, acumular tensión, nerviosismo y malhumor o
será un año en que aprenderé a vivir de manera mas humana?
¿Qué es lo que realmente quiero yo este año? ¿A qué
dedicaré el tiempo más precioso e importante? ¿Será, una vez más, un año vacío,
superficial y rutinario, o un año en que amare la vida con gozo y gratitud?
¿Qué tiempo reservaré para el descanso, el silencio,
la música, la oración, el encuentro con Dios? ¿Alimentaré mi vida interior o
viviré de manera agitada, en permanente actividad, corriendo de una ocupación a
otra, sin saber exactamente qué quiero ni para qué vivo?
¿Qué tiempo dedicaré al disfrute íntimo con mi
pareja y a la convivencia gozosa con los hijos? ¿Viviré fuera de mi hogar
organizándome la vida a mi aire o sabré amar con más dedicación y ternura a los
míos?
¿Con quiénes me encontraré este año? ¿A qué personas
me acercaré? ¿Pondré en ellas alegría, vida, esperanza, o contagiaré
desaliento, tristeza y muerte? Por donde yo pase, ¿será la vida más gozosa y
llevadera o más dura y penosa?
¿Viviré este año preocupado sólo por mi pequeño bienestar
o me interesaré también por hacer felices a los demás? ¿Me encerraré en mi
viejo egoísmo de siempre o viviré de manera creativa, tratando de hacer a mí
alrededor un mundo más humano y habitable?
¿Seguiré viviendo de espaldas a Dios o me atreverá a
creer que es mi mejor Amigo? ¿Permaneceré mudo ante él, sin abrir mis labios ni
mi corazón, o brotará por fin desde mi interior una invocación humilde pero
sincera?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
1 de enero de 2002
ARRIESGARSE
…
meditándolas en su corazón.
Los expertos afirman que ha
crecido en la sociedad moderna la búsqueda de seguridad. Es normal que suceda
así en tiempos de crisis. Las personas se arriesgan cada vez menos. Es lo mejor
para no tener problemas o disgustos. No hay que cometer errores. Hay que medir
bien las consecuencias para evitar críticas o rechazos.
Unos se defienden reduciendo su
vida al ámbito de lo privado. Otros se parapetan detrás de una ideología, una
religión o un código de comportamiento social obligado. Hay que ser
políticamente o religiosamente correcto. Es peligroso salirse del «pensamiento
único».
Ahora bien, quien sólo busca
seguridad, termina empobreciendo su existencia. Es difícil que en esa vida
aparezca algo realmente nuevo. Las personas se incapacitan para tener ideas
nuevas. Pierden creatividad. Se les apaga la imaginación. Su vida es pura
repetición.
Ésta búsqueda de seguridad que
tanto puede paralizar la vida no afecta sólo a los individuos. Hay un modo de
hacer política inmediatista y pragmática que ahoga cualquier proyecto renovador
para el futuro. Los problemas siguen bloqueados por falta de voluntad y de
audacia. Algo parecido sucede en la Iglesia. Vivimos tiempos de graves crisis,
pero nos falta valor para intentar caminos nuevos. Nos parece más seguro y
hasta más evangélico seguir haciendo lo de siempre.
Es difícil imaginar un deseo más
irreal y falso que ése del «Año Nuevo, vida nueva», que se repite entre
nosotros estos días. Una cifra nueva en nuestros calendarios no introducirá
nada nuevo en nuestras vidas. Si los políticos no actúan de manera más audaz y
decidida, nuestros problemas seguirán bloqueados. Si en la Iglesia no confiamos
más en la fuerza renovadora del Evangelio, seguiremos evitando posibles riesgos
y errores, pero no aportaremos luz y esperanza al mundo moderno.
Para cada uno de nosotros, este
año será nuevo si nos entusiasmamos por algún proyecto nuevo, si tomamos
iniciativas nuevas, si nos arriesgamos a amar con más generosidad, si nos
atrevemos a creer en Dios con más verdad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
1 de enero de 1999
NUEVO
Dando gloria y alabanza a Dios.
Mañana comenzaremos un año nuevo. Todos conocemos el
ritual: cenas ruidosas, copas de champagne y augurios de felicidad. ¿Cómo creer
de verdad en esa mentira repetida una y otra vez deseándonos «año nuevo, vida
nueva». Año nuevo, pero vida nada nueva, nada diferente y renovada.
Además, no nos gusta por lo general lo realmente
nuevo. Lo nuevo es desconocido, nos inquieta, no lo podemos controlar. Nos
tranquiliza más recorrer los caminos conocidos de siempre. Es más seguro. Sin
embargo, algo queremos desearnos mutuamente con esos saludos de comienzo de
año. En el fondo, todos intuimos que hemos nacido para vivir algo más grande,
más pleno y verdadero que lo que vamos conociendo año tras año.
Pero, ¿qué puede haber de nuevo en el año que
comienza? ¿Qué puede suceder de nuevo por el hecho de que el reloj dé esta
noche doce campanadas? Nada realmente. También el próximo año se sucederán los
hechos de siempre, las mismas desgracias, los mismos errores, parecidas
satisfacciones. Lo que puede introducir verdadera novedad en nuestra vida es la
manera nueva de vivirla. Nuestra actitud nueva ante los acontecimientos, las personas
y las cosas.
Este año será nuevo si sabemos mirar los rostros de
las personas queridas con más cariño y más comprensión, si sabemos estar más
atentos a los desconocidos y detenemos ante quienes sufren. Será nuevo si
sabemos hacer cosas tan sencillas como mirar de manera diferente la belleza de
los paisajes de siempre o disfrutar más despacio del encanto de las estaciones.
Será un año nuevo si hacemos a Dios más sitio en
nuestra vida, si aprendemos a creer de manera diferente, con más confianza y
menos miedos. Si nos atrevemos a rezarle no sólo con oraciones prestadas, sino
con palabras salidas de nuestro corazón.
En la liturgia de este primer día del año se
recuerda una hermosa bendición judía que dice así: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te
conceda la paz» (Números 6, 24-26). Esta bendición de Dios será nueva cada
día. Dios no se repite y aunque nosotros sigamos los caminos viejos de nuestros
errores y pecados de siempre, El estará cerca buscando en todo nuestro bien. Dios
será la verdadera novedad del año.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
1 de enero de 1996
DESPEDIR EL AÑO
Dando gloria y alabanza a Dios.
Paso los últimos días del año conviviendo con
misioneros y misioneras que trabajan en Rwanda. Aquí están, en medio de la
tragedia de este pueblo dividido por el odio y amenazado por la muerte y el
hambre. Aquí viven aliviando el dolor de la gente, curando como pueden a los
enfermos, organizando la acogida a los huérfanos y tratando de quitar el
hambre.
Les oigo hablar de sus experiencias en los campos de
refugiados y de sus visitas a las cárceles. Les veo arriesgar su propia
seguridad para estar cerca de los que sufren. Hablan de las cosas más terribles
con la mayor sencillez. No son héroes. Al menos, ellos, nunca se dejarían
llamar así. Son hombres y mujeres movidos por una fe grande en Dios y por un
amor incondicional al ser humano.
Estos misioneros despiden un año duro y difícil y
comienzan otro lleno de incertidumbre. Mientras convivo con ellos, llegan hasta
aquí noticias de que en el País Vasco sigue corriendo la sangre. Van pasando
los años y nada parece cambiar. ¿Por qué no somos capaces ya de abrir caminos
de diálogo y pacificación?
Llega el momento de despedir el año. Cada uno ha de
hacerlo en lo hondo de su corazón porque cada persona es diferente. El año
vivido por uno, no es igual al que ha vivido el otro. Cada uno va recorriendo
su propio camino. Ha transcurrido un año más. Queda para siempre en nuestro
pasado, con sus trabajos y sus penas, con sus gozos y sus logros.
Pero, ¿dónde queda este año que ahora termina?,
¿desaparece en la nada?, ¿lo podemos confiar a Alguien? Sin duda, este año es
nuestro, lo hemos vivido nosotros y nos pertenece. Pero es un año que lo
dejamos para siempre en manos de Dios.
No lo podemos hacer sin pedir perdón, no sólo por
nuestra mediocridad, sino, sobre todo, por el bien que hemos dejado de hacer.
Hemos de despedirlo también con un sentimiento de agradecimiento. Dios nos ha
ido regalando la vida día a día. No importa que nosotros lo hayamos olvidado.
El ha estado ahí. Como dice san Pablo: «En
Él vivimos, nos movemos y existimos.» No nos ha faltado su bendición. Su
gracia ha sido más grande que nuestro pecado. Su misericordia, mayor que
nuestra mediocridad.
Sin detenernos un instante, entraremos en un año
nuevo. Sabemos que será un año como tantos otros. La única novedad será la que
introduzcamos nosotros mismos en nuestra propia vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
1 de enero de 1993
BALANCE
Meditándolas en su corazón.
Acabamos de concluir un año para comenzar otro
nuevo. Son días propicios para el balance y la reflexión. La persona que nunca
se detiene para encontrarse consigo misma, corre el riesgo de vivir ausente de
su centro, dejándose llevar por la vida, sin renovarse ni ser ella misma.
Por eso, es bueno en estas fechas detenernos para
ponernos en contacto con nuestro verdadero yo. Sin miedo alguno, con paz, ante
ese Dios que sólo quiere nuestro bien. Pero, ¿cómo se hace un balance personal?
¿Cómo comenzar el año en actitud de renovación? He aquí algunas sugerencias.
Tal vez, lo primero es preguntarnos cuál es nuestro
estado de ánimo en estos momentos. Comienza un año nuevo, ¿qué siento dentro de
mí? ¿Verdad, paz, vida? O por el contrario, ¿percibo turbación, ansiedad y
confusión? Es bueno mirar de frente nuestros sentimientos y ponerles nombre.
Ahí podemos encontrar ya alguna luz para orientar nuestra vida por un camino
más acertado.
Pero hemos de preguntarnos enseguida por lo positivo
que hay en nuestra vida. ¿Qué he recibido de bueno a lo largo de este año? ¿Qué
experiencias y encuentros positivos he vivido? ¿Qué es lo que más he de
agradecer? Experimentar la vida como don que vamos recibiendo gratuitamente es
una de las maneras más espontáneas de ir descubriendo la bondad de Dios. Sólo
este convencimiento podría ya cambiar mi vida.
Hay otras preguntas de suma importancia. ¿Qué he
aprendido este año? ¿Qué he descubierto con más claridad sobre mí mismo o sobre
los demás? He descubierto a Dios en mis gozos y mis penas, en mis temores y en
mis trabajos? ¿Ha habido algún acontecimiento o alguna persona que me ha dado
nueva luz? Nuestra experiencia no crece sólo con el pasar de los años, sino con
la reflexión que vamos haciendo sobre lo vivido.
También hemos de revisar nuestros errores. ¿Qué
equivocaciones he cometido a lo largo de este año? ¿Qué relaciones he
estropeado? ¿Qué es lo que más he descuidado? ¿Por qué he vivido tan ocupado
por mis cosas y tan olvidado del bien de los demás? Arrepentirse y distanciarse
de lo malo que ha habido en nuestra vida es ya una manera de renovarse y
despertar lo mejor que hay dentro de nosotros.
Ahora comienza un año nuevo. ¿No siento ninguna
llamada en mi interior? ¿Cómo quiero que sea este año? ¿Qué he de hacer para
vivir de manera más sana y más humana? No sabemos qué nos espera a lo largo de
este año que comienza. Una cosa es segura. Dios estará siempre buscando nuestro
bien. Podremos confiar en El.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
1 de enero de 1990
ANTE UN
NUEVO AÑO
... Meditándolas en su corazón.
Dice el teólogo Ladislao Boros
en alguno de sus escritos que uno de los principios cardinales de la vida
cristiana consiste en que «Dios comienza siempre de nuevo». Con él nada hay
definitivamente perdido. En El todo es comienzo y renovación.
Por decirlo de manera sencilla,
Dios no se deja desalentar por nuestra mediocridad. La fuerza renovadora de su
perdón y de su gracia es más vigorosa que nuestros errores y nuestro pecado.
Con El, todo puede comenzar de nuevo.
Por eso, es bueno comenzar el año
con voluntad de renovación. Cada año que se nos ofrece de vida es un tiempo
abierto a nuevas posibilidades, un tiempo de gracia y de salvación en el que se
nos invita a vivir de manera nueva. Por ello, es importante escuchar las
preguntas que pueden brotar de nuestro interior.
¿Qué espero yo del nuevo año?
¿Será un año dedicado a «hacer cosas», resolver asuntos, acumular tensión,
nerviosismo y malhumor o será un año en que aprenderé a vivir de manera más
humana?
¿Qué es lo que realmente quiero
yo este año? ¿A qué dedicaré el tiempo más precioso e importante? ¿Será, una
vez más, un año vacío, superficial y rutinario, o un año en que amaré la vida
con gozo y gratitud?
¿Qué tiempo reservaré para el
descanso, el silencio, la música, la oración, el encuentro con Dios?
¿Alimentaré mi vida interior o viviré de manera agitada, en permanente
actividad, corriendo de una ocupación a otra, sin saber exactamente qué quiero
ni para qué vivo?
¿Qué tiempo dedicaré al disfrute
íntimo con mi pareja y a la convivencia gozosa con los hijos? ¿Viviré fuera de
mi hogar organizándome la vida a mi aire o sabré amar con más dedicación y
ternura a los míos?
¿Con quiénes me encontraré este
año? ¿A qué personas me acercaré? ¿Pondré en ellas alegría, vida, esperanza, o
contagiaré desaliento, tristeza y muerte? Por donde yo pase, ¿será la vida más
gozosa y llevadera o más dura y penosa?
¿Viviré este año preocupado sólo
por mi pequeño bienestar o me interesaré también por hacer felices a los demás?
¿Me encerraré en mi viejo egoísmo de siempre o viviré de manera creativa,
tratando de hacer a mi alrededor un mundo más humano y habitable?
¿Seguiré viviendo de espaldas a
Dios o me atreveré a creer que es mi mejor Amigo? ¿Permaneceré mudo ante El,
sin abrir mis labios ni mi corazón, o brotará por fin desde mi interior una
invocación humilde pero sincera?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
1 de enero de 1987
Le pusieron por nombre Jesús.
Desde hace unos años, las iglesias cristianas de
todo el mundo comienzan el año nuevo celebrando el Día mundial de la paz. La
paz anunciada y promovida por ese Jesús que nace en Belén.
Muchas veces los cristianos no hemos sabido ver algo
que M. Gandhi descubrió con gozo al
leer el evangelio: la profunda convicción de Jesús de que sólo la no-violencia
puede salvar a la humanidad.
Después de su encuentro con el evangelio, Gandhi escribía estas palabras: «Leyendo
toda la historia de esta vida.., me parece que el cristianismo está todavía por
realizar... Mientras no hayamos arrancado de raíz la violencia de la
civilización, Cristo no ha nacido todavía».
La vida entera de Jesús ha sido, desde el principio
hasta el fin, una llamada a resolver los problemas de la humanidad por caminos
no violentos.
La violencia tiende siempre a destruir. Lleva dentro
de sí misma la tendencia al exceso, Pretende solucionar los problemas de la
convivencia humana arrasando al que considera enemigo, pero no hace sino poner
en marcha una reacción en cadena que no tiene fin.
Jesús urge a «hacer violencia a la violencia». El
verdadero enemigo del hombre hacia el que tenemos que dirigir nuestra
agresividad no es el otro sino nuestro propio «yo» egoísta, capaz de destruir a
quien se nos oponga.
Es una equivocación creer que el mal se puede
detener con el mal y la injusticia con la injusticia. El respeto total a cada
hombre y a cada mujer, tal como lo entiende Jesús, está pidiendo un esfuerzo
constante por reducir progresivamente la mutua violencia para ir extendiendo la
cooperación, el diálogo y la búsqueda común de la justicia.
Los cristianos hemos de preguntarnos por qué no
hemos sabido todavía extraer del evangelio todas las consecuencias de la
«no-violencia» de Jesús ni le hemos dado el papel central que ha de ocupar en
la vida y la predicación de las Iglesias.
Paradójicamente, han sido los países de tradición
cristiana los primeros en hacer posible el deseo de los discípulos. Ya tenemos
sobre nuestras cabezas ese «paraguas nuclear» que puede hacer bajar fuego del
cielo y arrasarnos a todos.
Tal vez, uno de los mayores pecados de las Iglesias
actuales sea el no promover e impulsar con fuerza y convicción un movimiento de
no-violencia que vaya desarrollando una cultura diferente de la que estamos
habituados a escuchar de los profetas del armamentismo y el «equilibrio del
terror».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
1 de enero de 1984
María conservaba todas estas cosas en su corazón.
A muchos puede extrañar que la Iglesia haga coincidir el
primer día del nuevo año civil con la fiesta de Santa María Madre de Dios.
Y sin embargo, es significativo que, desde el siglo
IV, la Iglesia ,
después de celebrar solemnemente el nacimiento del Salvador, desee comenzar el
año nuevo bajo la protección maternal de María, Madre del Salvador y Madre
nuestra.
Los cristianos de hoy nos tenemos que preguntar qué
hemos hecho de María estos últimos años, pues probablemente hemos empobrecido
nuestra fe eliminándola demasiado de nuestra vida.
Movidos, sin duda, por una voluntad sincera de
purificar nuestra vivencia religiosa y encontrar una fe más sólida, hemos
abandonado excesos piadosos, devociones exageradas, costumbres superficiales y
extraviadas.
Hemos cuidado de superar una falsa mariolatría en la
que, tal vez, sustituíamos a Cristo por María y veíamos en Ella la salvación,
el perdón y la redención que, en realidad, hemos de acoger desde su Hijo.
Si todo ha sido corregir desviaciones y colocar a
María en el lugar auténtico que le corresponde como Madre de Jesucristo y Madre
de la Iglesia ,
nos tendríamos que alegrar y reafirmar en nuestra postura.
Pero, ¿ha sido exactamente así? ¿No la hemos
olvidado excesivamente? ¿No la hemos arrinconado en algún lugar oscuro del alma
junto a las cosas que nos parecen de poca utilidad?
Un abandono de María, sin ahondar más en su misión y
en el lugar que ha de ocupar en nuestra vida, no enriquecerá jamás nuestra
vivencia cristiana sino que la empobrecerá. Probablemente hemos cometido
excesos de mariolatría en el pasado, pero ahora corremos el riesgo de
empobrecernos con su ausencia casi total en nuestras vidas.
María es la
Madre de Cristo. Pero aquel Cristo que nació de su seno
estaba destinado a crecer e incorporar a sí numerosos hermanos, hombres y
mujeres que vivirían un día de su Palabra y de su gracia. Hoy María no es sólo
Madre de Jesucristo. Es la Madre
del Cristo total. Es la Madre
de todos los creyentes.
Es bueno que, al comenzar un año nuevo, lo hagamos
elevando nuestros ojos hacia María. Ella nos acompañará a lo largo de los días
con cuidado y ternura de madre. Ella cuidará nuestra fe y nuestra esperanza. No
la olvidemos a lo largo del año.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
1 de enero de 1981
Encontraron a María y a José con el niño.
Se ha dicho que los cristianos de hoy vibran menos
ante la figura de María que los creyentes de otras épocas. Quizás somos víctimas
inconscientes de muchos recelos y sospechas ante deformaciones habidas en la
piedad mariana.
A veces, se había insistido de manera excesivamente
unilateral en la función protectora de María, la Madre que protege a sus
hijos de todos los males, sin convertirlos a una vida más evangélica.
Otras veces, algunos tipos de devoción mariana no
han sabido exaltar a María como madre sin crear una dependencia insana de una
«madre idealizada» y fomentar una inmadurez y un infantilismo religioso.
Quizás, esta misma idealización de María como «la
mujer única» ha podido alimentar un cierto menosprecio a la mujer real y ser un
refuerzo más del dominio masculino. Al menos, no deberíamos desatender
ligeramente estos reproches que, desde frentes diversos, se nos hace a los
católicos.
Pero sería lamentable que los católicos
empobreciéramos nuestra vida religiosa olvidando el regalo que María puede
significar para los creyentes.
Una piedad mariana bien entendida no encierra a
nadie en el infantilismo, sino que asegura en nuestra vida de fe la presencia
enriquecedora de lo femenino.
El mismo Dios ha querido encarnarse en el seno de
una mujer. Desde entonces, podemos decir que «lo femenino es camino hacia Dios
y de Dios» (L. Boff).
La humanidad necesita siempre de esa riqueza que
asociamos a lo femenino porque, aunque también se da en el varón, se condensa
de una manera especial en la mujer: intimidad, acogida, solicitud, cariño,
ternura, entrega al misterio, gestación, donación de vida.
Siempre que marginamos a María de nuestra vida,
empobrecemos nuestra fe. Y siempre que despreciamos lo femenino, nos cerramos a
cauces posibles de acercamiento a ese Dios que se nos ha ofrecido en los brazos
de una madre.
Comenzamos el año celebrando la fiesta de Santa
María Madre de Dios. Que ella esté siempre más presente en nuestro vivir
diario.
Su fidelidad y entrega a la palabra de Dios, su
identificación con los pequeños, su adhesión a las opciones de su Hijo, su
presencia servidora en la
Iglesia naciente y, antes que nada, su servicio de Madre del
Salvador hacen de ella la Madre
de nuestra fe y de nuestra esperanza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
Año Nuevo
NO es fácil comenzar el año
nuevo. Lo desconocido inquieta, no sabemos lo que nos traerá. Por eso lo
festejamos de manera ruidosa: ya no es sólo la cena de Nochevieja y las ofertas
especiales de las cadenas televisivas; son cada vez más los que comienzan el
año echando cohetes o haciendo explotar petardos. También los antiguos romanos
metían ruido para ahuyentar los malos espíritus al inicio del año. Pero se
puede comenzar el año en silencio. Es, sin duda, la manera más lúcida de
adentrarnos en el misterio de ese tiempo que no podemos detener y que
constituye nuestra vida.
No es difícil recordar el año que
se va: hemos vivido alegrías y sinsabores, hemos hecho cosas buenas y hemos
cometido errores; nos hemos encontrado con personas nuevas; hemos amado y
sufrido; algo ha crecido en mí y algo se ha apagado. Esa es mi verdad, ese soy
yo. Si en algún rincón de mi alma sigue viva una pequeña fe, puedo agradecer,
pedir perdón y confiar en ese Misterio que los creyentes llaman Dios.
Llega ahora un año nuevo. Lo
nuevo no sólo inquieta, también tiene su atractivo. Lo nuevo es algo intacto,
inédito, lleno de posibilidades: produce un placer especial conducir un coche
nuevo, escuchar por primera vez un compacto, estrenar una prenda de vestir.
Pero, ¿qué puede haber de realmente nuevo en el año que comienza? Tal vez, lo
que más novedad puede introducir en nuestra vida es nuestra manera de vivirla.
¿Puedo ser yo un «hombre nuevo»,
una «mujer diferente»? ¿Se pueden despertar en mí ideas y sentimientos nuevos?
¿Puedo recorrer caminos no transitados, encontrar gestos nuevos, amar con nueva
ternura, acercarme a Dios con corazón renovado? No hace falta que lo cambie
todo. En realidad, lo nuevo está ya en germen dentro de mí. Lo importante es
que viva atento a lo mejor que hay en mi corazón acogiendo aquello que me puede
hacer crecer. Por eso, es bueno que nos deseemos mutuamente un Año Nuevo feliz,
pero es mejor todavía que nos preguntemos: ¿qué deseo realmente para mí?, ¿qué
es lo que necesito?, ¿qué busco?, ¿qué sería para mí algo realmente nuevo y
bueno en este año que comienza?
José Antonio Pagola
Mira
también:
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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