lunes, 25 de junio de 2012

01/07/2012 - 13º domingo Tiempo ordinario (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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1 de julio de 2012

13º domingo Tiempo ordinario (B)


EVANGELIO

Contigo hablo, niña, levántate.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 5, 21-43 (lectura breve: 5.21-24.35-43)

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva». Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente (que lo apretujaba).

(Se interrumpe en la lectura breve).

Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente, preguntando: «Quién me ha tocado el manto?». Los discípulos le contestaron: «yes cómo te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”». El seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. El le dijo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud».

(Se reanuda en la lectura breve).

 (Todavía estaba hablando, cuando) llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?». Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe». No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: « ¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida». Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»). La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
1 de julio de 2012


LA FE DE LA MUJER 


La escena es sorprendente. El evangelista Marcos presenta a una mujer desconocida como modelo de fe para las comunidades cristianas. De ella podrán aprender cómo buscar a Jesús con fe, cómo llegar a un contacto sanador con él y cómo encontrar en él la fuerza para iniciar una vida nueva, llena de paz y salud.

A diferencia de Jairo, identificado como "jefe de la sinagoga" y hombre importante en Cafarnaún, esta mujer no es nadie. Solo sabemos que padece una enfermedad secreta, típicamente femenina, que le impide vivir de manera sana su vida de mujer, esposa y madre.
Sufre mucho física y moralmente. Se ha arruinado buscando ayuda en los médicos, pero nadie la ha podido curar. Sin embargo, se resiste a vivir para siempre como una mujer enferma. Está sola. Nadie le ayuda a acercarse a Jesús, pero ella sabrá encontrarse con él.
No espera pasivamente a que Jesús se le acerque y le imponga sus manos. Ella misma lo buscará. Irá superando todos los obstáculos. Hará todo lo que puede y sabe. Jesús comprenderá su deseo de una vida más sana. Confía plenamente en su fuerza sanadora.
La mujer no se contenta solo con ver a Jesús de lejos. Busca un contacto más directo y personal. Actúa con determinación, pero no de manera alocada. No quiere molestar a nadie. Se acerca por detrás, entre la gente, y le toca el manto. En ese gesto delicado se concreta y expresa su confianza total en Jesús.
Todo ha ocurrido en secreto, pero Jesús quiere que todos conozcan la fe grande de esta mujer. Cuando ella, asustada y temblorosa, confiesa lo que ha hecho, Jesús le dice: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud". Esta mujer, con su capacidad para buscar y acoger la salvación que se nos ofrece en Jesús, es un modelo de fe para todos nosotros.
¿Quién ayuda a las mujeres de nuestros días a encontrarse con Jesús? ¿Quién se esfuerza por comprender los obstáculos que encuentran en la Iglesia actual para vivir su fe en Cristo "en paz y con salud"? ¿Quién valora la fe y los esfuerzos de las teólogas que, sin apenas apoyo alguno y venciendo toda clase de resistencias y rechazos, trabajan sin descanso por abrir caminos que permitan a la mujer vivir con más dignidad en la Iglesia de Jesús?
Las mujeres no encuentran entre nosotros la acogida, la valoración y la comprensión que encontraban en Jesús. No sabemos mirarlas como las miraba él. Sin embargo, con frecuencia, ellas son también hoy las que con su fe en Jesús y su aliento evangélico sostienen la vida de nuestras comunidades cristianas. 

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
28 de junio de 2009

HERIDAS SECRETAS

Hija, tu fe te ha curado.

No conocemos su nombre. Es una mujer insignificante, perdida en medio del gentío que sigue a Jesús. No se atreve a hablar con él como Jairo, el jefe de la sinagoga, que ha conseguido que Jesús se dirija hacia su casa. Ella no podrá tener nunca esa suerte.
Nadie sabe que es una mujer marcada por una enfermedad secreta. Los maestros de la Ley le han enseñado a mirarse como una mujer «impura», mientras tenga pérdidas de sangre. Se pasado muchos años buscando un curador, pero nadie ha logrado sanarla. ¿Dónde podrá encontrar la salud que necesita para vivir con dignidad?
Muchas personas viven entre nosotros experiencias parecidas. Humilladas por heridas secretas que nadie conoce, sin fuerzas para confiar a alguien su «enfermedad», buscan ayuda, paz y consuelo sin saber dónde encontrarlos. Se sienten culpables cuando muchas veces solo son víctimas.
Personas buenas que se sienten indignas de acercarse a recibir a Cristo en la comunión; cristianos piadosos que han vivido sufriendo de manera insana porque se les enseñó a ver como sucio, humillante y pecaminoso todo lo relacionado con el sexo; creyentes que, al final de su vida, no saben cómo romper la cadena de confesiones y comuniones supuestamente sacrílegas... ¿No podrán conocer nunca la paz?
Según el relato, la mujer enferma «oye hablar de Jesús» e intuye que está ante alguien que puede arrancar la «impureza» de su cuerpo y de su vida entera. Jesús no habla de dignidad o indignidad. Su mensaje habla de amor. Su persona irradia fuerza curadora.
La mujer busca su propio camino para encontrarse con Jesús. No se siente con fuerzas para mirarle a los ojos: se acercará por detrás. Le da vergüenza hablarle de su enfermedad: actuará calladamente. No puede tocarlo físicamente: le tocará solo el manto. No importa. No importa nada. Para sentirse limpia basta esa confianza grande en Jesús.
Lo dice él mismo. Esta mujer no se ha de avergonzar ante nadie. Lo que ha hecho no es malo. Es un gesto de fe. Jesús tiene sus caminos para curar heridas secretas, y decir a quienes lo buscan: «Hija, hijo, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
2 de julio de 2006

NO A LA DOMINACIÓN MASCULINA

Vete en paz.

El incidente narrado por Marcos es atractivo. Una mujer avergonzada y temerosa se acerca a Jesús secretamente, con la confianza de quedar curada de una enfermedad que la humilla desde hace tiempo. Arruinada por los médicos, sola y sin futuro, viene a Jesús con una fe grande. Sólo busca una vida más digna y más sana.
En el trasfondo del relato se adivina un grave problema. La mujer sufre pérdidas de sangre: una enfermedad que la obliga a vivir en un estado de discriminación e impureza ritual. Las leyes religiosas le obligan a evitar el contacto con Jesús y, sin embargo, es precisamente ese contacto el que la podría curar.
La curación se produce cuando aquella mujer, educada en unas categorías religiosas que la condenan a la discriminación, logra liberarse de la ley para confiar en Jesús. En aquel profeta, enviado de Dios, hay una fuerza capaz de salvar a la mujer. Ella «notó que su cuerpo estaba curado»; Jesús «notó la fuerza salvadora que había salido de él».
Este episodio, aparentemente insignificante, es un exponente más de lo que se recoge de manera constante en las fuentes evangélicas: la actuación salvadora de Jesús, comprometido siempre en liberar a la mujer de la exclusión social, de la opresión del varón en la familia patriarcal y de la dominación religiosa dentro del pueblo de Dios.
Sería anacrónico presentar a Jesús como un feminista de nuestros días, comprometido en la lucha por la igualdad de derechos entre mujer y varón. Su actuación es más radical. La superioridad del varón y la sumisión de la mujer no vienen de Dios. Por eso, entre sus seguidores han de desaparecer. Jesús concibe su movimiento como un espacio sin dominación masculina.
La relación entre varones y mujeres sigue enferma, incluso dentro de la Iglesia. Las mujeres no pueden notar «la fuerza salvadora» que sale de Jesús. Es uno de nuestros pecados. El camino de la curación es claro: suprimir las leyes, costumbres, estructuras y prácticas que generan discriminación de la mujer, y hacer de la Iglesia un espacio sin dominación masculina.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR

REZAR CON SINCERIDAD

No temas, basta que tengas fe.

Mucho antes de las investigaciones de Freud y del psicoanálisis, los grandes maestros de la vida espiritual habían advertido ya de las numerosas trampas en que puede caer la persona cuando reza a Dios. Pero, sin duda, los análisis de Freud han sembrado una sospecha más radical: la oración más sencilla y aparentemente más sincera puede encerrar graves autoengaños y alimentar fantasías infantiles y neuróticas. En el fondo, la cuestión es ésta: ¿Con quién está hablando realmente una persona cuando dice hablar con Dios? ¿Qué hace cuando se dirige a alguien a quien no se ve y que no contesta? Por mucho que hable con Dios, ¿no está encerrada en su propio yo?
Para no pocos, la divulgación de esta «cultura de la sospecha» ha supuesto el derrumbe de su religión. Ya no aciertan a rezar. Todo les parece engaño y patología. No pueden y no quieren rezar. No se comunican con Dios. Su vida se va haciendo cada vez más atea.
Otros, por el contrario, es ahora cuando están purificando su religión de ilusiones infantiles poco sanas. Poco a poco van descubriendo un rostro nuevo de Dios. Hoy rezan de forma distinta. La fe comienza a ser para ellos el mejor estímulo para vivir de manera digna y esperanzada.
Lo primero es no confundir a Dios con cualquier cosa. Dios está más allá de nuestros sentimientos e ilusiones. No se identifica con las representaciones, símbolos o ritos creados por los hombres. El que reza no ha de caer en la trampa de «fabricarse» un Dios a su gusto y para su uso particular.
Dios, por otra parte, no es una especie de «seguro» fácil que protege de la dureza de la vida. Es una equivocación alimentar la ilusión de un Dios que está ahí, siempre a mano, ofreciendo soluciones mágicas a los problemas del ser humano. Dios no se deja poseer ni manejar como un objeto más de consumo.
Por otra parte, lejos de apartar de la realidad, la oración verdadera lleva a afrontar su dureza y, lo que es más importante, a empeñarse en su transformación. Cuando una persona se va haciendo cada vez más huidiza ante los conflictos, más intolerante e intransigente con los otros, más encerrada en sus propios intereses y, en definitiva, más egoísta, su oración es puro «juego imaginativo». Invocar al Padre es hacerse hermano. Rezar al Dios del evangelio conduce a vivir evangélicamente. Orar a un Dios Amor es disponerse a amar responsablemente.
Marcos nos describe en su relato dos reacciones muy diferentes ante la oración de Jairo, preocupado sólo por la salud de su hija. La de sus criados que le invitan a la resignación realista: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?» Y la de Jesús que le invita a la confianza total: «No temas; basta que tengas fe».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
2 de julio de 2000

TABÚ

La niña no está muerta.

La palabra «mortal» ha servido desde siempre para designar al hombre. Ésta es su condición. El ser humano es mortal: en cualquier momento puede morir y, ciertamente, cada instante lo acerca un poco más a su final. Lo decía de manera gráfica Heidegger: «Desde que nace, el hombre es lo bastante viejo para morir».
Pero no es sólo que «puede» morir, sino que «tiene» que morir. Nadie escapa a la muerte. Es inútil nuestro afán de vivir, nuestro deseo de no enfermar, no envejecer, sobrevivir. Durante muchos años se puede vivir sin sentir la amenaza de la muerte, pero llega un día en que la enfermedad, el mal funcionamiento de algún órgano o la jubilación comienzan a hacernos pensar que también nosotros estamos acercándonos a nuestro final.
Casi siempre los humanos han tratado de olvidar la muerte, a ver si desaparece. Lo decía ya B. Pascal: «Los hombres, para ser felices, no ha hiendo podido encontrar remedio a la muerte... han tomado la decisión de no pensar en ella». No son menos ingenuas las sociedades progresistas del tercer milenio que han convertido la muerte en el gran «tabú»: no hay que hablar de ella, no hay que pronunciar el nombre de ciertas enfermedades, hay que vivir como si fuéramos inmortales.
Sin embargo, cuando leemos el grito de M. de Unamuno, sabemos que está expresando lo que todos sentimos en el fondo de nuestro ser: «No quiero morirme, no, no quiero ni quiero quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo, que me soy y me siento ahora y aquí». Queremos vivir, no desaparecer, no caer en la nada.
El hombre de nuestros días sigue repitiendo los viejos caminos de siempre para eludir la certeza de su muerte. Algunos intentan vivir sin esperanza, aunque sin caer en una desesperación angustiosa. Otros se lanzan a vivir a tope lo inmediato cerrando los ojos a todo futuro. Hay quienes viven sin tomar en serio ningún amor y ninguna esperanza, sin arriesgarse en ninguna lucha, sin ligarse a nada ni a nadie.
Cada uno sigue su camino pero nadie puede sustraerse a ciertas preguntas: ¿qué me espera en la muerte?, ¿qué va a ser de mí y de todos mis anhelos?, ¿me aguarda la nada?, ¿hay algo o alguien que me espera para acoger mi deseo de vida y llevarme a una vida plena? El relato que nos presenta a Jesús devolviendo la vida a la niña que todos creen muerta, está escrito desde la fe en un Dios que, al resucitar a Jesús, nos ha revelado que sólo quiere la vida del ser humano, incluso por encima de la muerte.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE

DIOS QUIERE LA VIDA

Niña, levántate.

EJ ser humano se siente mal ante el misterio de la muerte. Nos da miedo lo desconocido. Nos aterra despedirnos para siempre de nuestros seres queridos para adentramos, en la soledad más absoluta, en un mundo inexplorado en el que no sabemos exactamente qué es lo que nos espera.
Por otra parte, incluso en estos tiempos de indiferencia e incredulidad, la muerte sigue envuelta en una atmósfera religiosa. Ante el final se despierta en no pocos el recuerdo de Dios o las imágenes que cada uno nos hacemos de él. De alguna manera, la muerte desvela nuestra secreta relación con el Creador, bien sea de abandono confiado, de inquietud ante el posible encuentro con su misterio o de rechazo abierto a toda trascendencia.
Es curioso observar que son bastantes los que asocian la muerte con Dios, como si ésta fuera algo ideado por él para asustarnos o para hacernos caer un día en sus manos. Dios sería un personaje siniestro que nos deja en libertad durante unos años, pero que nos espera al final en la oscuridad de esa muerte tan temida.
Sin embargo, la tradición bíblica insiste una y otra vez en que Dios no quiere la muerte. El ser humano, fruto del amor infinito de Dios, no ha sido pensado ni creado para terminar en la nada. La muerte no puede ser el objetivo o la intención última del proyecto de Dios sobre el hombre.
Desde las culturas más primitivas hasta las filosofías más elaboradas sobre la inmortalidad del alma, la humanidad se ha rebelado siempre contra la muerte. El hombre sabe que morir es algo natural dentro del proceso biológico del viviente, pero, al mismo tiempo, intuye más o menos oscuramente que esa muerte no puede ser su último destino.
La esperanza en una vida eterna se fue gestando lentamente en la tradición bíblica no por razones filosóficas o consideraciones sobre la inmortalidad del alma, sino por la confianza total en la fidelidad de Dios. Si esperamos la vida eterna es sólo porque Dios es fiel a sí mismo y fiel a su proyecto. Como dijo Jesús en una frase inolvidable: «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos» (Lucas 20, 38).
Dios quiere la vida del ser humano. Su proyecto va más allá de la muerte biológica. La fe del cristiano, iluminada por la resurrección de Cristo, está bien expresada por el salmista: «No me entregarás a la muerte ni dejarás a tu amigo conocer la corrupción» (Salmo 16, 10). La actuación de Jesús agarrando con su mano a la joven muerta para rescatarla de la muerte es encarnación y signo visible de la acción de Dios, dispuesto a salvar de la muerte a todo ser humano.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
26 de junio de 1994

REZAR DESPUES DE FREUD

No temas; basta que ten gas fe.

Mucho antes de las investigaciones de Freud y del psicoanálisis, los grandes maestros de la vida espiritual habían advertido ya de las numerosas trampas en que puede caer la persona cuando reza a Dios. Pero, sin duda, los análisis de Freud han sembrado una sospecha más radical: la oración más sencilla y aparentemente más sincera puede encerrar graves autoengaños y alimentar fantasías infantiles y neuróticas. En el fondo, la cuestión es ésta: ¿Con quién está hablando realmente una persona cuando dice hablar con Dios? ¿Qué hace cuando se dirige a alguien a quien no se ve y que no contesta? Por mucho que hable con Dios, ¿no está encerrada en su propio yo?
Para no pocos, la divulgación de esta «cultura de la sospecha» ha supuesto el derrumbe de su religión. Ya no aciertan a rezar. Todo les parece engaño y patología. No pueden y no quieren rezar. No se comunican con Dios. Su vida se va haciendo cada vez más atea.
Otros, por el contrario, es ahora cuando están purificando su religión de ilusiones infantiles poco sanas. Poco a poco van descubriendo un rostro nuevo de Dios. Hoy rezan de forma distinta. La fe comienza a ser para ellos el mejor estímulo para vivir de manera digna y esperanzada.
Lo primero es no confundir a Dios con cualquier cosa. Dios está más allá de nuestros sentimientos e ilusiones. No se identifica con las representaciones, símbolos o ritos creados por los hombres. El que reza no ha de caer en la trampa de «fabricarse» un Dios a su gusto y para su uso particular.
Dios, por otra parte, no es una especie de «seguro» fácil que protege de la dureza de la vida. Es una equivocación alimentar la ilusión de un Dios que está ahí, siempre a mano, ofreciendo soluciones mágicas a los problemas del ser humano. Dios no se deja poseer ni manejar como un objeto más de consumo.
Por otra parte, lejos de apartar de la realidad, la oración verdadera lleva a afrontar su dureza y, lo que es más importante, a empeñarse en su transformación. Cuando una persona se va haciendo cada vez más huidiza ante los conflictos, más intolerante e intransigente con los otros, más encerrada en sus propios intereses y, en definitiva, más egoísta, su oración es puro «juego imaginativo». Invocar al Padre es hacerse hermano. Rezar al Dios del evangelio conduce a vivir evangélicamente. Orar a un Dios Amor es disponerse a amar responsablemente.
Marcos nos describe en su relato dos reacciones muy diferentes ante la oración de Jairo, preocupado solo por la salud de su hija. La de sus criados que le invitan a la resignación realista: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?» Y la de Jesús que le invita a la confianza total: «No temas; basta que tengas fe. »

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
30 de junio de 1991

UN PROBLEMA NO SUPERADO

No temas; basta que tengas fe.

La cultura moderna ha divulgado un modo diferente de mirar la muerte. El morir ya no interesa como hecho trascendente, ni como destino misterioso del ser humano. Se trata sencillamente de la interrupción de un proceso biológico, un “fenómeno natural” que hemos de aceptar como algo normal y ordinario. Pero, a decir verdad, nadie siente la propia muerte como algo natural, sino como un final absurdo e inhumano.
Por otra parte, se esperaba que el progreso y el bienestar generalizado harían olvidar poco a poco el “pequeño problema de la muerte”, pero los hombres y mujeres de hoy siguen sintiendo la misma rabia e impotencia de siempre, cuando presienten cercano su final: “Esto era todo? ¿Por qué tengo que morir ahora?”.
Por eso, no es extraño leer hoy afirmaciones como la del teólogo alemán Heinz Zahrnt en su último estudio: “El problema de la muerte y de lo que viene después de la muerte no es un problema superado. Está ahí tan vivo como siempre e, incluso, sus- cita un interés renovado”.
De hecho, se leen con avidez las experiencias vividas por individuos “vueltos a la vida”, que pretenden decirnos lo que sucede en la muerte. Las gentes acuden cada vez más a recibir “mensajes del más allá” a través de personas mediadoras que, se dice, pueden comunicar con las almas de los difuntos. Se ponen de moda diversas formas de “reencarnación” elaboradas a partir de antiguas doctrinas orientales.
Pero la muerte no admite “soluciones de compromiso”. Inútil recibir pretendidos “mensajes del más allá” o escuchar relatos de los “reanimados” que, naturalmente, no han experimentado la muerte. Inútil también buscar refugio en teorías reencarnacionistas tan alejadas con frecuencia de su inspiración oriental. Ante la muerte, sólo cabe una alternativa. O el hombre se pierde para siempre, o bien es acogido por Dios para la vida.
La esperanza de los cristianos en la vida eterna tiene como fundamento único la confianza total en la fidelidad de Dios que, como dice Jesús, es “un Dios de vivos y no de muertos”. El posee la vida en plenitud. Donde él actúa, se despierta la vida. También en el interior de la muerte.
En el momento de morir yo no podré disponer de mi vida. No podré ya relacionarme con nadie. Nadie podrá hacer nada por mí. No hay apoyos ni garantías de nada. Estaré solo ante la destrucción. O hay un Dios Creador que me saca de la muerte, o todo habrá terminado para siempre.
En ese momento la fe del creyente se hará total. La confianza se convertirá en abandono absoluto en el misterio de Dios. La única manera cristiana de morir es hacer de la muerte el acto final de confianza total en un Dios que me ama sin fin.
Nuestra preocupación hoy no ha de ser satisfacer nuestra curiosidad sobre el más allá, ni alejar nuestros temores recurriendo a teorías prestadas de otras religiones, sino acrecentar nuestra fe en el Dios de la vida.
Hemos de escuchar en toda su hondura las palabras de Jesús al jefe de la sinagoga de Cafarnaum, ante la muerte de su hija: “No temas. Solamente ten fe “.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
26 de junio de 1988

RECUPERAR LA FEMINIDAD

Vete en paz y con salud.

La hemorroisa de la que habla el episodio evangélico es una mujer enferma en las raíces mismas de su feminidad. Aquellas pérdidas de sangre que viene padeciendo desde hace doce años la excluyen de la intimidad y el amor conyugal.
Según las normas del Levítico es impura ante sus propios ojos y ante los demás. Una mujer intocable y frustrada que queda excluida del deseo y el amor del varón.
Su ser más íntimo de mujer está herido. Su sangre se derrama inútilmente. Su vida se desgasta en la esterilidad.
El evangelista la describe como una mujer ignorada y solitaria, avergonzada de sí misma, perdida en el anonimato de la multitud.
La curación de esta mujer se produce cuando Jesús se deja tocar por ella y la mira con amor y ternura desconocida: “Hija... vete en paz y Con salud”.
La sicoanalista católica Françoise Dolto, al comentar esta curación en su estudio “El evangelio ante el psicoanálisis”, señala que “una mujer sólo se sabe y se siente femenina mediante un hombre que cree en ella. Es en los ojos de un hombre, en su actitud, donde una mujer se sabe femenina». Para aquella mujer enferma ese hombre ha sido Jesús.
En nuestra sociedad se despierta poco a poco la sensibilidad colectiva ante la violencia y las agresiones que la mujer padece. Crecen las denuncias, se agiliza el código penal, se abren centros para mujeres maltratadas.
Pero somos todavía poco conscientes del sufrimiento oculto y la tragedia de tantas mujeres frustradas en su ser más íntimo de mujer.
Mujeres perdidas en el anonimato de los hogares y las faenas caseras cuya dedicación y entrega apenas valora nadie.
Mujeres inseguras de sí mismas, atemorizadas por su propio marido, que viven culpabilizándose de sus desaciertos y depresiones porque no encuentran el apoyo y la comprensión que necesitan.
Mujeres vencidas por la soledad, cansadas ya de luchar y sufrir en silencio, que no aman ni son amadas con la ternura que su ser de mujer está pidiendo.
Mujeres desgastadas y afeadas por la dureza de la vida, que descuidan su cuerpo y su feminidad porque hace mucho tiempo que nadie las mira ni las besa con amor.
Mujeres que recuperarían su ser auténtico de mujer si se encontraran con la mirada acogedora y curadora de un esposo o un verdadero amigo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
30 de junio de 1985

NUESTRA INJUSTICIA CON LAS MUJERES

Salió fuerza de él.

Jesús adoptó ante las mujeres una postura tan sorprendente que desconcertó, incluso, a sus mismos discípulos.
En aquella sociedad judía donde el varón daba gracias a Dios cada día por no haber nacido mujer, no era fácil entender la nueva postura de Jesús, acogiendo sin discriminaciones a hombres y mujeres en la nueva comunidad.
Si algo se desprende con claridad de actitud es que, para él, hombres y mujeres tienen igual dignidad personal, sin que la mujer tenga que ser objeto del dominio del varón.
Sin embargo, los cristianos no hemos sido capaces todavía de extraer todas las consecuencias que se siguen de la actitud del Maestro. R. Laurentin ha llegado a decir que se trata de «una revolución ignorada» por la Iglesia.
Por lo general, los varones seguimos sospechando de todo movimiento feminista y reaccionamos secretamente contra cualquier planteamiento que pueda poner en peligro nuestra situación privilegiada sobre la mujer.
En ina Iglesia, dirigida por varones, no hemos sido capaces de descubrir todo el pecado que se encierra en el dominio que los hombres ejercemos, de muchas maneras, sobre las mujeres. Y lo cierto es que apenas se escuchan desde el interior de la Iglesia voces que, en nombre de Cristo, urjan a los varones a una profunda conversión.
Para justificar nuestra supremacía masculina hemos ido consolidando un presupuesto secreto pero enormemente eficaz «los varones son los únicos que realmente importan, mientras que las mujeres existen únicamente por referencia a ellos» (M. French).
Los creyentes hemos de tomar conciencia de que el actual dominio de los varones sobre las mujeres no es «algo natural», sino una estructura y un comportamiento profundamente viciados por el egoísmo y la imposición injusta de nuestro poder.
¿Es posible superar este dominio masculino? La revolución urgida por Jesús no se realiza despertando la agresividad mutua ni promoviendo entre los sexos una guerra que acarrearía nuevos riesgos para nuestra supervivencia humana. Jesús llama a «una revolución de las conciencias» que nos haga vivir de otra manera las relaciones que nos unen a unos con otros.
Las diferencias ente los sexos, además de su función en el origen de una nueva vida, han de ser encaminadas hacia la cooperación, el apoyo y el crecimiento mutuos.
Los varones hemos de escuchar con mucha más lucidez y sinceridad la interpelación de aquel de quien, según el relato evangélico, «salió fuerza» para curar a la mujer.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
27 de junio de 1982

CURARSE

Tu fe te ha curado.

Los cristianos pasamos a veces por alto que Jesús, más que atribuirse a sí mismo las curaciones que realiza, recuerda a los enfermos algo realmente sorprendente: Tu fe te ha curado.
Jesús los despide invitándoles a no olvidar nunca esta verdad. En el hombre que cree hay siempre algo que le puede salvar, reconstruir y liberar de todo lo que le impide vivir.
Contrariamente a lo que pensaba S. Freud, los análisis de Erik H. Erikson llevan a pensar que en el fondo de todo ser humano existe una «confianza de base», una «confianza original» que permite el ulterior desarrollo de nuestra vida.
Toda vida humana reposaría sobre esta confianza implícita, con frecuencia inconsciente, como una fuerza que secretamente estaría alimentando toda nuestra existencia.
El pensamiento de Jesús va más lejos. El hombre que sabe creer en el Dios de la vida, y acierta a confiar su existencia en el Padre, posee en sí mismo una fuerza capaz de liberarlo de lo que le deshumaniza y destruye como hombre.
Quizás los cristianos no nos atrevemos ya a creer que la fe puede seguir hoy curando a los hombres. No sabemos apreciar la fuerza sanadora que se encierra en el corazón de un hombre habitado por la fe.
Y sin embargo, hoy la fe puede curarnos. Hombres extraños a sí mismos, incapaces de despojarse de su «máscara social», hombres condenados a no ser nunca lo que habrían podido llegar a ser, pueden descubrir en la fe una fuerza capaz de reavivar las posibilidades de generosidad, nobleza y humanidad que todavía se encierran en su corazón.
Hombres esclavos del dinero y la autosatisfacción, insensibles a la vida de los demás, hombres cuya vida no crece ni tiende hacia nada, hombres de «alma mutilada», podrían encontrar en la fe una fuerza capaz de recrear y reanimar su vivir diario.
Alguien ha dicho que «el corazón de los hombres de nuestro tiempo se asfixia lentamente, a causa de la ausencia universal de bondad» (M. Delbrel).
La indiferencia por el sufrimiento de ios desvalidos domina la economía. El cinismo y la mentira se han apoderado de la vida política y de las relaciones internacionales. El olvido gigantesco del hambre, la miseria y la muerte de millones de seres humanos es general.
Este mundo está enfermo en sus raíces, en la orientación misma del corazón humano y de la vida. Necesita una curación «radical». Y es ésta precisamente la oferta y el reto más apasionante del evangelio: una fe capaz de sanar al hombre de sus raíces.

José Antonio Pagola

lunes, 18 de junio de 2012

24/06/2012 - LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA (B)

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24 de junio de 2012

LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA (B)


EVANGELIO

El nacimiento de Juan Bautista. Juan es su nombre.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,57-66. 80

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban.
A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo:
- ¡No! Se va a llamar Juan.
Le replicaron:
- Ninguno de tus parientes se llama así.
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Todos se quedaron extrañados.
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo:
- ¿Qué va a ser este niño?
Porque la mano del Señor estaba con él.
El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
24 de junio de 2012

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS

REDESCUBRIR LA FIESTA

El Señor le había hecho gran misericordia...

La festividad de San Juan representa el pórtico de las fiestas que a lo largo del verano se irán celebrando en nuestros pueblos.
Pero, ¿qué es «hacer fiesta»? ¿Qué es lo que diferencia al día de fiesta de un día ordinario? «¿Por qué unos días son mayores que otros si todo el año la luz nos viene del sol?», se pregunta el libro del Eclesiástico.
Son bastantes los que piensan que el hombre actual está perdiendo la capacidad de «celebrar fiestas». Algunos llegan a hablar de una «civilización sin fiestas».
Cuando «la actividad desnuda», el trabajo y la eficacia marcan el sistema de una sociedad y nuestra vida entera, la fiesta queda como vacía de su contenido más hondo.
La fiesta se convierte entonces en día «no laborable», día de vacación. Un tiempo en el que, paradójicamente, hay que «trabajar» y esforzarse por conseguir una alegría que de ordinario no hay en nuestra vida.
Entonces la fiesta deja su lugar al espectáculo, el turismo, la huida de los viajes o la ebriedad de «las salas de fiesta».
Pero la fiesta es mucho más que una «suspensión del trabajo» o una distensión física. El hombre es mucho más que un «animal laborable» o una máquina que necesita recuperación.
Necesitamos algo más que unas vacaciones que nos distraigan y nos hagan olvidar las preocupaciones que tienen habitualmente nuestros días de trabajo. Algo que no puede lograr «la industria del tiempo libre» por muchas fórmulas que invente para llenar o, como se dice expresivamente, para «matar el tiempo».
Lo importante es «vivir en fiesta» por dentro. Saber celebrar la vida. Abrirnos al regalo del Creador. Despertar lo mejor que hay en nosotros y que queda oscurecido por el olvido, la superficialidad, la actividad y el ritmo agitado de cada día.
Vivir con el corazón abierto a ese Padre que da sentido y valor definitivo a nuestro vivir diario. Sentirnos hermanos de los hombres y amigos de la creación entera. Dejar hablar a nuestro Dios y gustar su presencia cariñosa en nuestra existencia.
Entonces la fiesta se carga de un significado auténtico, se tiñe de una alegría que nada tiene que ver con el goce del trabajo eficaz y bien realizado, nos regenera y nos redime del hastío y el desgaste diario.
Quien no lo haya descubierto seguirá confundiendo lamentablemente las vacaciones con la fiesta, sencillamente porque es incapaz de «vivir en fiesta».

José Antonio Pagola

domingo, 17 de junio de 2012

24/06/2012 - 12º domingo Tiempo ordinario (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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24 de junio de 2012

12º domingo Tiempo ordinario (B)


EVANGELIO

¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 4, 35-41

Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban.
Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. El estaba a popa, dormido sobre un almohadón.
Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!». El viento cesó y vino una gran calma. El les dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?». Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
24 de junio de 2012

POR QUÉ TANTO MIEDO

La barca en la que van Jesús y sus discípulos se ve atrapada por una de aquellas tormentas imprevistas y furiosas que se levantan en el lago de Galilea al atardecer de algunos días de verano. Marcos describe el episodio para despertar la fe de las comunidades cristianas que viven momentos difíciles.
El relato no es una historia tranquilizante para consolarnos a los cristianos de hoy con la promesa de una protección divina que permita a la Iglesia pasear tranquila a través de la historia. Es la llamada decisiva de Jesús para hacer con él la travesía en tiempos difíciles: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?".
Marcos prepara la escena desde el principio. Nos dice que "era al atardecer". Pronto caerán las tinieblas de la noche sobre el lago. Es Jesús quien toma la iniciativa de aquella extraña travesía: "Vamos a la otra orilla". La expresión no es nada inocente. Les invita a pasar juntos, en la misma barca, hacia otro mundo, más allá de lo conocido: la región pagana de la Decápolis.
De pronto se levanta un fuerte huracán y las olas rompen contra la frágil embarcación inundándola de agua. La escena es patética: en la parte delantera, los discípulos luchando impotentes contra la tempestad; a popa, en un lugar algo más elevado, Jesús durmiendo tranquilamente sobre un cojín.
Aterrorizados, los discípulos despiertan a Jesús. No captan la confianza de Jesús en el Padre. Lo único que ven en él es una increíble falta de interés por ellos. Se les ve llenos de miedo y nerviosismo: "Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?".
Jesús no se justifica. Se pone de pie y pronuncia una especie de exorcismo: el viento cesa de rugir y se hace una gran calma. Jesús aprovecha esa paz y silencio grandes para hacerles dos preguntas que hoy llegan hasta nosotros: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?".
¿Qué nos está sucediendo a los cristianos? ¿Por qué son tantos nuestros miedos para afrontar estos tiempos cruciales, y tan poca nuestra confianza en Jesús? ¿No es el miedo a hundirnos el que nos está bloqueando? ¿No es la búsqueda ciega de seguridad la que nos impide hacer una lectura lúcida, responsable y confiada de estos tiempos? ¿Por qué nos resistimos a ver que Dios está conduciendo a la Iglesia hacia un futuro más fiel a Jesús y su Evangelio? ¿Por qué buscamos seguridad en lo conocido y establecido en el pasado, y no escuchamos la llamada de Jesús a "pasar a la otra orilla" para sembrar humildemente su Buena Noticia en un mundo indiferente a Dios, pero tan necesitado de esperanza.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
21 de junio de 2009

¿POR QUÉ SOMOS TAN COBARDES?

¿Por qué sois tan cobardes?.

«¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?». Estas dos preguntas que Jesús dirige a sus discípulos no son, para el evangelista Marcos, una anécdota del pasado. Son las preguntas que han de escuchar los seguidores de Jesús en medio de sus crisis. Las preguntas que nos hemos de hacer también hoy: ¿Dónde está la raíz de nuestra cobardía? ¿Por qué tenemos miedo ante el futuro? ¿Es porque nos falta fe en Jesucristo?
El relato es breve. Todo comienza con una orden de Jesús: «Vamos a la otra orilla». Los discípulos saben que en la otra orilla del lago Tiberíades está el territorio pagano de la Decápolis. Un país diferente y extraño. Una cultura hostil a su religión y creencias.
De pronto se levanta una fuerte tempestad, metáfora gráfica de lo que sucede en el grupo de discípulos. El viento huracanado, las olas que rompen contra la barca, el agua que comienza a invadirlo todo, expresan bien la situación: ¿Qué podrán los seguidores de Jesús ante la hostilidad del mundo pagano? No sólo está en peligro su misión, sino incluso la supervivencia misma del grupo.
Despertado por sus discípulos, Jesús interviene, el viento cesa y sobre el lago viene una gran calma. Lo sorprendente es que los discípulos «se quedan espantados».
Antes tenían miedo a la tempestad. Ahora parecen temer a Jesús. Sin embargo, algo decisivo se ha producido en ellos: han recurrido a Jesús; han podido experimentar en él una fuerza salvadora que no conocían; comienzan a preguntarse por su identidad. Comienzan a intuir que con él todo es posible.
El cristianismo se encuentra hoy en medio de una «fuerte tempestad» y el miedo comienza a apoderarse de nosotros. No nos atrevemos a pasar a «la otra orilla».
La cultura moderna nos resulta un país extraño y hostil. El futuro os da miedo. La creatividad parece prohibida. Algunos creen más seguro mirar hacia atrás para mejor ir adelante.
Jesús nos puede sorprender a todos. El Resucitado tiene fuerza para inaugurar una fase nueva en la historia del cristianismo. Solo se nos pide fe. Una fe que nos libere de tanto miedo y cobardía, y nos comprometa a caminar tras las huellas de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
25 de junio de 2006

¿POR QUÉ TANTO MIEDO?

¿Por qué sois tan cobardes?.

La tempestad calmada por Jesús en medio del lago de Galilea siempre ha tenido gran eco entre los cristianos. Ya no es posible conocer su núcleo histórico original. Marcos ha trabajado el relato para invitar a su comunidad, amenazada por la persecución y la hostilidad, a confiar en Jesús.
La escena es sobrecogedora. La barca se encuentra en medio del mar. Comienza a echarse encima la oscuridad de la noche. De pronto, se levanta un fuerte huracán. Las olas rompen contra la barca. El agua lo va llenando todo. El grupo de Jesús está en peligro.
Dentro de la barca, los discípulos están angustiados: en cualquier momento se pueden hundir. Mientras tanto, Jesús «duerme» en la parte trasera, tal vez en el lugar desde el que se marca el rumbo de la embarcación. No se siente amenazado. Su sueño tranquilo indica que en ningún momento ha perdido la paz.
Los discípulos lo despiertan: «¿No te importa que nos hundamos?». El miedo les impide confiar en Jesús. Sólo ven el peligro. Dudan de Jesús. Le reprochan su indiferencia: ¿por qué se desentiende?, ¿ya no se preocupa de sus seguidores? Son preguntas que brotan en la comunidad cristiana en los momentos de crisis.
La respuesta de Jesús es doble: «¿Por qué sois tan cobardes?», ¿por qué tanto miedo? A los discípulos les falta confianza, no tienen valor para correr riesgos junto a Jesús. «¿Aún no tenéis fe?». Los discípulos viven la tempestad como si estuvieran solos, abandonados a su suerte; como si Jesús no estuviera en la barca.
Nuestro mayor pecado en una Iglesia en crisis es cultivar el miedo. El miedo agiganta los problemas y despierta la añoranza del poder del pasado. Nos lleva a culpabilizar al mundo, no a amarlo. Genera control y ahoga la alegría. Endurece la disciplina y hace desaparecer la fraternidad. Donde comienza el miedo termina la fe.
Lo que necesitamos en momentos de crisis es reflexión valiente y lúcida sobre la situación, autocrítica serena de nuestros miedos y cobardías, diálogo sincero y colaboración confiada. ¿Qué aporto yo a la Iglesia?, ¿miedo o fe?, ¿pesimismo o confianza?, ¿turbación o paz?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR

¿DUDAS O INDIFERENCIA?

¿Por qué sois tan cobardes?.

Siempre es saludable, en una época de crisis como la actual, ir clarificando todo aquello que nos impide adoptar una postura lúcida y honesta. Concretamente y por lo que se refiere a la crisis religiosa del hombre contemporáneo, es imprescindible distinguir bien lo que es duda religiosa y lo que es indiferencia.
El hombre que duda desde una actitud sincera no rechaza nada. Tampoco se mantiene indiferente. Sencillamente busca, indaga, trata de encontrar razones para creer de manera responsable. Esta duda es noble y digna de todo respeto. Jean Lacroix llega a decir que «si muchos de nuestros contemporáneos guardan una actitud de duda parcial o total ante ciertos dogmas es porque, muchas veces, no pueden en conciencia hacer otra cosa».
No hemos de olvidar que la teología siempre ha afirmado que el acto de fe, como cualquier otro acto humano, para ser responsable, ha de estar justificado en la propia conciencia. Una persona no debe confesar lo que la Iglesia confiesa, si en conciencia cree que no lo debe hacer. Santo Tomás de Aquino, el teólogo más eximio de Occidente, no tiene reparo en afirmar que «creer en Cristo es algo bueno en sí mismo, pero es inmoral si la razón estima que es malo, pues cada uno debe obedecer a su conciencia, incluso cuando es errónea».
Naturalmente, estamos hablando de aquellos que dudan porque quieren ser honestos y no se contentan con adoptar ciegamente una postura ligera e irresponsable.
La indiferencia es otra cosa muy distinta. El que adopta una postura indiferente ante las cuestiones fundamentales de la religión está eludiendo en definitiva la cuestión del sentido último de la vida y, en la medida en que vive de manera indiferente, está deshumanizando su existencia.
La razón es simple. El escepticismo no deja de ser una enfermedad de la inteligencia pues impide a la persona buscar la verdad con decisión, y una enfermedad de la voluntad pues lleva al hombre a refugiarse en un mundo de desconfianza y sospechas teóricas para no verse obligado a tomar una postura más comprometida y responsable.
En el fondo de la crisis religiosa del hombre contemporáneo hay probablemente mucho más de indiferencia interesada y escepticismo cobarde que de duda honesta y responsable. Por eso es saludable escuchar las preguntas de Jesús: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Por qué no tenéis fe?».
Yo invitaría al que se dice increyente y agnóstico a reducir todas las cuestiones a algunas pocas preguntas esenciales:
¿qué es exactamente lo que no crees?, ¿qué es lo que te resistes a creer? Esa postura de indiferencia, ¿es resultado de una búsqueda sincera o la coartada de quien no se atreve a vivir de manera más profunda y comprometida?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR

ELIMINAR MIEDOS

¿Por qué sois tan cobardes?

A nadie sorprende que una persona sienta miedo ante un peligro real. La vida es una aventura no exenta de riesgos y amenazas. Por eso el miedo es sano, nos pone en estado de alerta y nos permite reaccionar para orientar nuestra vida con mayor sentido y seguridad.
Lo que resulta extraño es que siga creciendo en la sociedad moderna el número de personas que viven con sensación de miedo pero sin motivo aparente. Individuos atrapados por la inseguridad, amenazados por riesgos y peligros no formulados, habitados por un miedo difuso, difícil de explicar.
Este miedo hace daño. Paraliza a la persona, detiene su crecimiento, impide vivir amando. Es un miedo que anula nuestra energía interior, ahoga la creatividad, nos hace vivir de manera rígida, en una actitud de continua autodefensa. Esa inquietud no resuelta impide afrontar la vida con paz y, muchas veces, conduce a una vida ajetreada y frívola para acallar la desazón interior.
Sin duda, el origen de este miedo insano puede ser diferente y requiere en cada caso una atención específica adecuada. Pero no es exagerado decir que, en bastantes, tiene mucho que ver con una existencia vacía, un individualismo empobrecedor, una falta abrumadora de sentido y una ausencia casi total de vida interior.
La exégesis actual está destacando, en la actuación histórica de Jesús, su empeño por liberar a las gentes del miedo que puede anidar en el corazón humano. Los evangelios repiten una y otra vez sus palabras: «No tengáis miedo a los hombres», «no tengáis miedo a los que matan el cuerpo», «no se turbe vuestro corazón», «no seáis cobardes», «no tengáis miedo, vosotros valéis más que los gorriones». B. Hanssler llega a decir que Jesús es «el único fundador religioso que ha eliminado de la religión el elemento del temor».
La fe cristiana no es una receta psicológica para combatirlos miedos, pero la confianza radical en un Dios Padre y la experiencia de su amor incondicional y eterno, pueden ofrecer al ser humano la mejor base espiritual para afrontar la vida con paz. Ya el fundador del psicoanálisis afirmaba que «amar y ser amado es el principal remedio contra todas las neurosis». Por eso, nos hace bien escuchar las palabras de Jesús a sus discípulos en medio de la tempestad: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
22 de junio de 1997

LE IMPORTA

¿No te importa que nos hundamos?

Hay formas de entender la religión que, aunque estén muy extendidas, son falsas y desfiguran sustancialmente la realidad de Dios y la experiencia religiosa. No son cosas secundarias, sino de fondo.
Veamos un ejemplo. Son bastantes los que se imaginan como dos mundos de intereses. Por una parte, están los intereses de Dios. A él le interesa su gloria, es decir, que las personas crean en él, que lo alaben y que cumplan su voluntad divina. Por otra, están los intereses de los humanos que nos afanamos por vivir lo mejor posible y ser felices.
A Dios, evidentemente, le interesa «lo suyo» y trata de poner al hombre a su servicio. Impone sus diez mandamientos (como podía haber impuesto otros o ninguno) y está atento a cómo le responden los hombres. Si le obedecen los premia, en caso contrario los castiga. Como Señor que es, también concede favores; a unos más que a otros; a veces gratuitamente, a veces a cambio de algo.
Los hombres, por su parte, buscan sus propios intereses y tratan de ponerle a Dios de su parte. Le «piden ayuda» para que les salgan bien las cosas; le «dan gracias» por determinados favores; incluso le «ofrecen sacrificios» y «cumplen promesas» para forzarlo a interesarse por sus asuntos.
En realidad, las cosas son de manera muy diferente. A Dios lo único que le interesa somos nosotros. Nos crea sólo por amor y busca siempre nuestro bien. No hay que convencerlo de nada. De él sólo brota amor hacia el ser humano. No busca contrapartidas. No ama al hombre para obtener de él su reconocimiento. Lo único que le interesa es el bien y la dicha de las personas. Lo que le da verdadera gloria es que los hombres y mujeres vivan en plenitud.
Si quiere que cumplamos esas obligaciones morales que llevamos dentro del corazón por el mero hecho de ser humanos, es porque ese cumplimiento es bueno para nosotros. Dios está siempre contra el mal porque va contra la felicidad del ser humano. No «envía» ni «permite» la desgracia. No está en la enfermedad, sino en el enfermo. No está en el accidente, sino con el accidentado. Está en aquello que contribuye ahora mismo al bien del hombre. Y, a pesar de los fracasos y desgracias inevitables de esta vida finita, está orientándolo todo hacia la salvación definitiva.
En el relato evangélico de Marcos, los discípulos, zarandeados por la tempestad, gritan asustados: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» Jesús calma el mar (símbolo del poder del mal) y les dice: «¿Aún no tenéis fe?» Mientras no hemos descubierto que a Dios lo que le importa es que no nos hundamos, ¿qué fe tenemos?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
19 de junio de 1994

CONFIAR

¿Aún no tenéis fe?

Apenas se oye hablar hoy de la «providencia de Dios». Es un lenguaje que ha ido cayendo en desuso o que se ha convertido en una forma piadosa de considerar ciertos acontecimientos. Se habla de un hecho «providencial» cuando se produce un suceso feliz e inesperado. Sin embargo, creer en el amor providente de Dios es un rasgo básico del cristiano.
Todo brota de una convicción radical. Dios no abandona ni se desentiende de aquellos a quienes crea, sino que sostiene su vida con amor fiel, vigilante y creador. No estamos a merced del azar, el caos o la fatalidad. En el interior de la existencia está Dios, conduciendo nuestro ser hacia el bien.
Esta fe no libera de penas y trabajos, pero enraíza al creyente en una confianza total en Dios, que expulsa el miedo a caer definitivamente bajo las fuerzas del mal. Dios es el Señor último de nuestras vidas. De ahí la invitación de la primera carta de san Pedro: «Descargad en Dios todo agobio, que a él le interesa vuestro bien» (1 Pe 5, 7).
Esto no quiere decir que Dios «intervenga» en nuestra vida como intervienen otras personas o factores. La fe en la Providencia ha caído a veces en descrédito precisamente porque se la ha entendido en sentido intervencionista, como si Dios se entrometiera en nuestras cosas, forzando los acontecimientos o eliminando la libertad humana. No es así. Dios respeta totalmente las decisiones de las personas y la marcha de la historia.
Por eso, no se debe decir propiamente que Dios «guía» nuestra vida, sino que ofrece su gracia y su fuerza para que nosotros la orientemos y guiemos hacia nuestro bien. Así, la presencia providente de Dios no lleva a la pasividad o la inhibición, sino a la iniciativa y la creatividad.
No hemos de olvidar, por otra parte, que si bien podemos captar signos del amor providente de Dios en experiencias concretas de nuestra vida, su acción permanece siempre inescrutable. Lo que a nosotros hoy nos parece malo, puede ser mañana fuente de bien. Nosotros somos incapaces de abarcar la totalidad de nuestra existencia; se nos escapa el sentido final de las cosas; no podemos comprender el menor acontecimiento en sus últimas consecuencias. Todo queda bajo el signo del amor de Dios, que no olvida a ninguna de sus criaturas.
Desde esta perspectiva adquiere toda su hondura la escena del lago de Toberíades. En medio de la tormenta, los discípulos ven a Jesús dormido confiadamente en la barca. De su corazón lleno de miedo brota un grito: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?
Jesús, después de contagiar su propia calma al mar y al viento, les dice: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
23 de junio de 1991

¿DUDA SINCERA O INDIFERENCIA?

¿Por qué sois tan cobardes?

Siempre es saludable, en una época de crisis como la actual, ir clarificando todo aquello que nos impide adoptar una postura lúcida y honesta. Concretamente y por lo que se refiere a la crisis religiosa del hombre contemporáneo, es imprescindible distinguir bien lo que es duda religiosa y lo que es indiferencia.
El hombre que duda desde una actitud sincera no rechaza nada. Tampoco se mantiene indiferente. Sencillamente busca, indaga, trata de encontrar razones para creer de manera responsable. Esta duda es noble y digna de todo respeto. Jean Lacroix llega a decir que “si muchos de nuestros contemporáneos guardan una actitud de duda parcial o total ante ciertos dogmas es porque, muchas veces, no pueden en conciencia hacer otra cosa”.
No hemos de olvidar que la teología siempre ha afirmado que el acto de fe, como cualquier otro acto humano, para ser responsable, ha de estar justificado en la propia conciencia. Una persona no debe confesar lo que la Iglesia confiesa, si en conciencia cree que no lo debe hacer. Santo Tomás de Aquino, el teólogo más eximio de Occidente, no tiene reparo en afirmar que “creer en Cristo es algo bueno en sí mismo, pero es inmoral si la razón estima que es malo, pues cada uno debe obedecer a su conciencia, incluso cuando es errónea”.
Naturalmente, estamos hablando de aquellos que dudan porque quieren ser honestos y no se contentan con adoptar ciegamente una postura ligera e irresponsable.
La indiferencia es otra cosa muy distinta. El que adopta una postura indiferente ante las cuestiones fundamentales de la religión está eludiendo en definitiva la cuestión del sentido último de la vida y, en la medida en que vive de manera indiferente, está deshumanizando su existencia.
La razón es simple. El escepticismo no deja de ser una enfermedad de la inteligencia pues impide a la persona buscar la verdad con decisión, y una enfermedad de la voluntad pues lleva al hombre a refugiarse en un mundo de desconfianza y sospechas teóricas para no verse obligado a tomar una postura más comprometida y responsable.
En el fondo de la crisis religiosa del hombre contemporáneo hay probablemente mucho más de indiferencia interesada y escepticismo cobarde que de duda honesta y responsable. Por eso es saludable escuchar las preguntas de Jesús: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Por qué no tenéis fe?”.
Yo invitaría al que se dice increyente y agnóstico a reducir todas las cuestiones a algunas pocas preguntas esenciales: ¿qué es exactamente lo que no crees?, ¿qué es lo que te resistes a creer? Esa postura de indiferencia, ¿es resultado de una búsqueda sincera o la coartada de quien no se atreve a vivir de manera más profunda y comprometida?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
19 de junio de 1988

PERDER LA FE

¿Aún no tenéis fe?

No nos resulta siempre fácil hablar sinceramente de nuestras crisis de fe ni de los combates que secretamente mantenemos en el fondo de nuestra conciencia.
Por ello no es extraño que se vayan generalizando en nuestros días una serie de expresiones fáciles y de tópicos con los que algunos tratan de definir su postura personal ante la fe.
Son frases que se van extendiendo entre nosotros y que, tal vez, requerirían una reflexión más seria.
“Soy creyente pero no practicante”. Así se definen hoy bastantes, como si esas palabras expresaran el posicionamiento acabado y perfecto de quien ha descubierto la postura irreprochable y progresista de vivir hoy la fe.
Pero, ¿qué significa en realidad ser creyente y no practicante? ¿Incoherencia personal? ¿Arrinconamiento de la fe al “cuarto trastero»? ¿Incapacidad para poner en práctica, de manera consecuente, las exigencias de la fe?
No parece fácil alimentar responsablemente la fe cuando uno nunca la celebra, la recuerda o la comparte con otros creyentes.
“No sé si tengo fe”. Comprendo muy bien a los que hablan así desde el fondo de la incertidumbre. Sé que la fe está tejida muchas veces de crisis y dudas y que el creyente se purifica y crece en la búsqueda no siempre fácil de Dios.
Pero, ¿no significa a veces esa frase precisamente lo contrario? ¿Un dejación en la búsqueda? ¿Una falta de experiencia personal comprometida?
¿No son bastantes los que abandonan hoy la fe sin haberla conocido ni gustado?
«He perdido la fe» Estas son las palabras que he escuchado a más de uno, sin observar en su rostro el menor sentimiento de pena o pesar.
Y, sin embargo, estas palabras encierran para mí una verdadera desgracia porque perder la fe es realmente “perder”. Salir perdiendo.
Perder vida y luz interior. Perder energía humanizadora y esperanza. Perder la capacidad de mirar la existencia hasta el final con confianza. Perder el camino esencial. Perderse lo más importante.
No estoy hablando de otros. Estas frases que hoy comento podrían salir en más de una ocasión de labios de quienes nos decimos creyentes. Todos hemos de escuchar desde muy dentro las preguntas de Jesús: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Por qué no tenéis fe?”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
23 de junio de 1985

SE CONMUEVEN LOS CIMIENTOS

¿Aún no tenéis fe?

La destrucción creciente de la naturaleza, el agotamiento de los recursos energéticos, la insolidaridad entre los pueblos, la carrera nuclear y tantos otros datos ofrecen un panorama tan desolador del mundo que son muchos los que se preguntan si no habremos alcanzado ya el punto de no retorno.
Algunos presagian que nuestra civilización, como tantas otras, acabará suicidándose. Observadores como C.S. Lewis piensan que cada nuevo poder que logra el hombre actual se convierte en «poder sobre el hombre» y que la conquista final del hombre moderno será la abolición del hombre».
Otros como Birch nos advierten que la tecnología actual en manos de un hombre que no sabe exactamente lo que quiere, «tiende a crear más problemas que los que puede resolver».
Mientras tanto los protagonistas más poderosos del planeta no saben buscar otra solución que no sea la del poder nuclear o tecnológico.
¿Pueden los hombres todavía enderezar el curso de los acontecimiento ? ¿Podemos restablecer de nuevo el equilibrio y organizar nuestra convivencia en la tierra sobre bases nuevas que eviten la catástrofe y garanticen un futuro a la especie humana?
Hace unos años, P. Tillich, uno de los más grandes teólogos de nuestro siglo, escribía una obra titulada «Se conmueven los cimientos» para mostrar la importancia de la fe en una época en la que «todos los cimientos de la vida personal, natural y cultural se han conmocionado».
El desastre sólo puede evitarse cambiando de rumbo. Son muchos los que se sonríen irónicamente cuando se hace una llamada a la ética, pero cada vez es más claro que la supervivencia de la humanidad es inseparable de una conversión a la justicia, la solidaridad, la austeridad.
Pero, ¿quién tiene hoy fuerza suficiente para conseguir en el mundo la aceptación de unas pautas y orientaciones morales? ¿Quién puede infundir en los pueblos la fe imprescindible para vivir una ascética de fraternidad?
¿Quién puede sustentar una ética no manipulable y egoísta si no es la fe en un Dios Señor del mundo y Padre de todos? Nadie está obligado a creer en Dios pero nadie debe ignorar las graves consecuencias que se siguen para un hombre que no sabe dar sentido a su vida desde el Absoluto.
Nuestro grito es semejante al de los discípulos en medio de la tormenta: «ano te importa que nos hundamos?». Y quizá también nosotros necesitamos escuchar las mismas palabras: «Por qué no tenéis fe?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
20 de junio de 1982

MIEDO A CREER

¿Por qué sois tan cobardes?

Los hombres preferimos casi siempre lo fácil, y nos pasamos la vida tratando de eludir todo aquello que exige verdadero riesgo y sacrificio.
Cuantos retroceden y se repliegan cómodamente en la pasividad, cuando descubren las exigencias y luchas que lleva consigo el saber vivir con cierta hondura.
Nos da miedo tomar en serio nuestra vida. Da vértigo asumir la propia existencia con responsabilidad total. Es más fácil «instalarse» y «seguir tirando», sin atreverse a afrontar el sentido último de nuestro vivir diario.
Cuántos hombres y mujeres viven sin saber cómo, por qué ni hacia dónde. Están ahí. La vida sigue cada día. Pero, por el momento, que nadie les moleste. Están ocupados por su trabajo, al atardecer les espera su programa de T. V., las vacaciones están ya próximas. ¿Qué más hay que buscar?
Vivimos en un mundo atormentado, y, de alguna manera hay que defenderse. No se puede vivir a la deriva. Y entonces cada uno se va buscando con mayor o menor esfuerzo el tranquilizante que más le conviene, aunque dentro de nosotros se vaya abriendo un vacío cada vez más inmenso de falta de sentido y de cobardía para vivir nuestra existencia en toda su hondura.
Por eso, los que fácilmente nos llamamos creyentes, deberíamos escuchar con sinceridad total las palabras de Jesús: «Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?».
Quizás nuestro mayor pecado contra la fe, lo que más gravemente bloquea nuestra acogida del evangelio, sea la cobardía. Digámoslo con sinceridad. No nos atrevemos a tomar en serio todo lo que el evangelio significa.
Con frecuencia se trata de una cobardía oculta, casi inconsciente. Alguien ha hablado de la «herejía disfrazada» (M. Bellet) de quienes defienden el cristianismo incluso con agresividad, pero no se abren nunca a las exigencias más fundamentales del evangelio.
Entonces el cristianismo corre el riesgo de convertirse en un tranquilizante más. Un conglomerado de cosas que hay que creer, cosas que hay que practicar y defender. Cosas que «tomadas en su medida», hacen bien y ayudan a vivir.
Pero, entonces todo puede quedar falseado. Uno puede estar viviendo su «propia religión tranquilizante», no muy alejada del paganismo vulgar que se alimenta de confort, dinero y sexo, evitando de mil maneras el «peligro supremo» de encontrarnos con d Dios vivo de Jesús que nos llama a la justicia, la fraternidad y la cercanía a los pobres.

José Antonio Pagola