lunes, 30 de mayo de 2016

05-06-2016 - 10º domingo Tiempo ordinario (C)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción". 
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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10º domingo Tiempo ordinario (C)


EVANGELIO

¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 7,11-17

En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando estaba cerca de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo:
- No llores.
Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
- ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo:
- Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2015-2016 -
5 de junio de 2016

EL SUFRIMIENTO HA DE SER TOMADO EN SERIO

Jesús llega a Naín cuando en la pequeña aldea se está viviendo un hecho muy triste. Jesús viene del camino, acompañado de sus discípulos y de un gran gentío. De la aldea sale un cortejo fúnebre camino del cementerio. Una madre viuda, acompañada por sus vecinos, lleva a enterrar a su único hijo.
En pocas palabras, Lucas nos ha descrito la trágica situación de la mujer. Es una viuda, sin esposo que la cuide y proteja en aquella sociedad controlada por los varones. Le quedaba solo un hijo, pero también éste acaba de morir. La mujer no dice nada. Solo llora su dolor. ¿Qué será de ella?
El encuentro ha sido inesperado. Jesús venía a anunciar también en Naín la Buena Noticia de Dios. ¿Cuál será su reacción? Según el relato, “el Señor la miró, se conmovió y le dijo: No llores”. Es difícil describir mejor al Profeta de la compasión de Dios.
No conoce a la mujer, pero la mira detenidamente. Capta su dolor y soledad, y se conmueve hasta las entrañas. El abatimiento de aquella mujer le llega hasta dentro. Su reacción es inmediata: “No llores”. Jesús no puede ver a nadie llorando. Necesita intervenir.
No lo piensa dos veces. Se acerca al féretro, detiene el entierro y dice al muerto: “Muchacho, a ti te lo digo, levántate”. Cuando el joven se reincorpora y comienza a hablar, Jesús “lo entrega a su madre” para que deje de llorar. De nuevo están juntos. La madre ya no estará sola.
Todo parece sencillo. El relato no insiste en el aspecto prodigioso de lo que acaba de hacer Jesús. Invita a sus lectores a que vean en él la revelación de Dios como Misterio de compasión y Fuerza de vida, capaz de salvar incluso de la muerte. Es la compasión de Dios la que hace a Jesús tan sensible al sufrimiento de la gente.
En la Iglesia hemos de recuperar cuanto antes la compasión como el estilo de vida propio de los seguidores de Jesús. La hemos de rescatar de una concepción sentimental y moralizante que la ha desprestigiado. La compasión que exige justicia es el gran mandato de Jesús: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”.
Esta compasión es hoy más necesaria que nunca. Desde los centros de poder, todo se tiene en cuenta antes que el sufrimiento de las víctimas. Se funciona como si no hubiera dolientes ni perdedores. Desde las comunidades de Jesús se tiene que escuchar un grito de indignación absoluta: el sufrimiento de los inocentes ha de ser tomado en serio; no puede ser aceptado socialmente como algo normal pues es inaceptable para Dios. Él no quiere ver a nadie llorando.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2012-2013 -
9 de junio de 2013

EL SUFRIMIENTO HA DE SER TOMADO EN SERIO

(Ver homilías del ciclo C -  2015/2016)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS

ANESTESIA

(Ver la homilía del 8 de junio de 1986)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
10 de junio de 2007

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS

ANESTESIA

(Ver la homilía del 8 de junio de 1986)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES

CRISIS

No llores.

Desde que nacemos, no hacemos otra cosa que buscar, anhelar, reclamar algo que no poseemos, pero que necesitamos para vivir con plenitud. Nuestro error está en pensar que podemos saciar los anhelos más hondos del corazón satisfaciendo nuestras pequeñas necesidades de cada día. Por eso, no es malo sentir la sacudida de la crisis que nos advierte de nuestro error.
A veces, la crisis no es una ruptura desgarradora. Sólo el «mal sabor» que va dejando en nosotros una existencia vivida de manera frívola y mediocre. Tengo de todo, podría ser feliz, ¿de dónde me brota esa fastidiosa sensación de vacío y false re dad? ¿Por qué esa nostalgia a veces tan fuerte de algo diferente, más bello y auténtico que todo lo que me rodea?
Otras veces, es el cansancio, la insatisfacción de vivir haciendo siempre lo mismo y del mismo modo, la frustración de vivir de manera repetitiva y mecánica. ¿Eso es todo? ¿Me he de contentar con levantarme, trabajar, descansar el fin de semana y volver de nuevo a repetir el mismo recorrido? ¿Qué es lo que anhela mi ser?
Tarde o temprano, llega también la crisis que rompe nuestra seguridad. Vivíamos tranquilos, sin problemas ni preocupaciones. Todo parecía asegurado para siempre. De pronto, la sombra de una enfermedad grave, la muerte de un ser querido, la crisis de la pareja... ¿por qué no hay paz duradera? Una cosa es clara: mis deseos no tienen límite, pero yo soy frágil y limitado. En el fondo, ¿no estoy deseando algo que supera todo lo que conozco?
Estoy convencido de que son muchas las personas que experimentan algo de esto más de una vez en su vida, aunque luego no hablen de ello ni sepan cómo explicarlo a otros. Pero estas crisis se dan y son importantes porque crean un espacio para hacernos preguntas, para liberarnos de engaños y para enraizar mejor nuestra vida en lo esencial.
Los evangelistas nos presentan a Jesús como fuente de esperanza en medio de las crisis del ser humano. En el relato de Lucas se nos dice que Jesús se encuentra con un entierro en las afueras de Naim. Sus ojos se fijan en una mujer rota por la desgracia: una viuda sola y desamparada que acaba de perder a su único hijo. Jesús sólo le dice dos palabras: «No llores». Siempre es posible la esperanza.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE

MUJERES VIOLENTADAS

Mujer, no llores.

Es sorprendente que una sociedad que parece tan sensible a las diferentes violencias y opresiones, no se atreva a abordar en profundidad la violencia que los varones ejercen sobre la mujer. Sin embargo, esta violencia no es algo imaginario, sino, desgraciadamente, una de las violencias más arraigadas en la Humanidad y que más sufrimiento genera en el mundo.
Los varones que maltratan, violentan o degradan a la mujer dentro o fuera del matrimonio son seres reales. Hombres «respetables» que saben elevar su voz para pedir más libertad y respeto a los derechos de las personas.
Hemos construido una sociedad donde la mujer no puede moverse libremente sin temor a los varones. Recientes estudios realizados en Estados Unidos indican que toda mujer tiene un 46 % de probabilidades de ser víctima, en un determinado momento de su vida, de una violación consumada o intentada. ¿Estamos muy lejos de estos niveles entre nosotros? Los violadores no son necesariamente seres desequilibrados. Son fruto ellos mismos de un clima de agresividad y violencia donde se sigue perpetuando el dominio del varón sobre la mujer por la fuerza.
Pcro lo más grave es que todos los datos disponibles, cada vez más abundantes, indican que las mujeres violentadas por sus maridos son el doble que las violadas por extraños. Vejaciones físicas y psicológicas que la esposa ha de sufrir sintiéndose íntimamente violada por aquel que se supone que la ama.
Pero nadie parece muy interesado en denunciar estos comportamientos. Las personas de talante conservador, modeladas por una «cultura patriarcal», se niegan a apoyar una intervención social en «el santuario de la familia» donde la esposa ha de estar a la total disponibilidad del marido ya que, de alguna manera, es su «propiedad».
Las personas de talante liberal que han acogido con gozo «la revolución sexual» se niegan a reconocer que esta revolución, al banalizar el sexo sin desarrollar la ternura, la mutua acogida y las relaciones personales de la pareja, está perpetuando la violencia contra la mujer de una manera todavía más brutal y deshumanizadora.
Mientras tanto, las Iglesias no parecen escuchar en Jesucristo un mensaje liberador para la mujer. Tal vez no hemos descubierto todavía a ese Jesús que nos describe Lucas en su evangelio, preocupado en poner paz y amor entre los sexos, dedicado a liberar a la mujer de tantas vejaciones y sufrimientos y de cuyos labios salen siempre las mismas palabras: «Mujer no llores.» Ese Jesús que, ante la mujer y ante todos, utiliza siempre el poder no para dominar, sino para crear y liberar del sufrimiento.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS

EXPERIENCIA NUEVA

Dios ha visitado a su pueblo.

La religión de no pocos está configurada por imágenes, conceptos y creencias que a ellos mismos les resultan poco convincentes. No le falta razón al teólogo Torres Queiruga cuando describe la situación religiosa de bastantes en estos términos: «Se cree, pero se duda de que las cosas puedan ser así; se duda, pero no se osa preguntar; se pregunta, pero no se dan respuestas claras... »
Tengo la impresión de que, a veces, se vive la religión como algo anticuado y poco grato, que todavía se conserva «por si acaso». A nadie se le oculta que esta manera de vivir la fe «bajo eterna sospecha» no puede ser fuente de gozo interior ni estímulo para vivir. ¿Qué hacer? ¿Echar a Dios del corazón? ¿Olvidar todo esto como algo que sólo puede interesar a gentes que no saben vivir a la altura de los tiempos? Estoy convencido de que muchas personas necesitan hoy ir al «núcleo de la fe»; desprenderse de falsas ideas que les impiden el encuentro con el Dios Vivo; deshacer fantasmas creados por el miedo. En definitiva, vivir una experiencia realmente nueva de Dios.
Lo primero es revisar a fondo cómo se entiende y se vive la religión. A veces, se piensa que hay como dos mundos. Por una parte, «la religión», el ámbito de creencias, ritos, oraciones y deberes religiosos; el mundo que le pertenece a Dios; lo que le interesa a Él. Por otra, «la vida humana», el mundo propiamente «nuestro», en el que nos movemos, trabajamos y nos divertimos; el mundo de nuestros intereses.
Según esta concepción, Dios buscaría lo que le conviene a Él, su gloria, mientras los hombres y mujeres nos afanamos por lo que nos conviene a nosotros. O si se quiere, a Dios sólo le interesaría de nosotros lo que está relacionado con «lo sagrado», no nuestra vida. De hecho, no pocos viven la religión tratando de servir a Dios con la sensación de que hacen lo que le interesa a Él, pero no lo que de verdad les conviene a ellos.
Qué transformación cuando la persona descubre que a Dios lo único que le interesa somos nosotros, que no piensa en sí mismo sino en nuestro bien, que lo único que le da gloria es nuestra vida vivida en plenitud. Yo he visto a alguien llorar de alegría al intuir por vez primera con claridad desbordante que Dios sólo quiere nuestra felicidad total y desde ahora mismo.
El evangelista Lucas nos describe un entierro en la pequeña aldea de Naím. Al ver a la madre viuda que ha perdido a su hijo único, Jesús se conmueve y le dice: «No llores. » Al comprobar la intervención vivificadora de Jesús y ver al joven lleno de vida, la gente que capta lo sucedido grita: «Dios ha visitado a su pueblo. » Dios no quiere que el ser humano llore.
Alguien me dijo en cierta ocasión: «Qué suerte si Dios fuera como Vd. lo presenta; pero ¿será así?» No. Dios no es como yo trato de presentarlo. Dios es siempre mayor y mejor que todo lo que podamos balbucir los humanos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN

PERDER AL SER QUERIDO

No llores.

Pocas experiencias hay tan dolorosas en la vida de la persona como la pérdida de un ser querido. El amor no es eterno. La amistad no es para siempre. Tarde o temprano, llega el momento del adiós. Y, de pronto, todo se nos hunde. Impotencia, pena, desconsuelo; parece que nuestra vida ya no podrá ser nunca como antes. ¿Cómo recuperar de nuevo el sentido de la vida?
Lo primero es recordar que liberarse del dolor no quiere decir olvidar al ser querido o amarlo menos. Recuperar la vida no es una deshonra ni una ofensa a la persona que se nos ha muerto. De alguna manera, esa persona vive en nosotros. Su amor, su cariño, su manera de ser nos han enriquecido a lo largo de los años. Ahora, hemos de seguir viviendo.
Hemos de elegir entre hundirnos en la pena o construir de nuevo la vida; sentirnos víctimas o mirar hacia adelante con confianza. El pasado ya no puede cambiar. Es nuestra vida de ahora la que podemos transformar. Reiniciar las actividades abandonadas; proponernos vivir una hora, esta tarde, un día, sin mirar, cada vez, con angustia todo lo que nos espera.
Tal vez, por dentro se nos acumulan toda clase de sentimientos cuando recordamos al ser querido. Momentos de gozo y de plenitud, recuerdos dolorosos, heridas mutuas, penas compartidas, proyectos que han quedado a medias. Cómo ayuda entonces poder comunicar lo que se siente a una persona amiga; poder llorar con alguien que comprende nuestro dolor.
Puede brotar también en nosotros el sentimiento de culpa. Ahora que hemos perdido a esa persona, nos damos cuenta de que no la hemos comprendido, que la podíamos haber querido mejor. No es justo torturarnos ahora por errores cometidos en el pasado. Sólo sirve para deprimimos. Es verdad que nuestro amor siempre es imperfecto. Ahora lo importante es aprender a perdonamos a nosotros mismos y sentirnos perdonados por Dios.
A veces no es fácil recuperarse. La ausencia del ser querido nos pesa demasiado, y la tristeza y el desconsuelo se apoderan de nosotros una y otra vez. Puede ser el momento de acudir a la propia fe. Desahogarse con Dios no es pecado. Dios no rechaza nuestras quejas. Las entiende. Cuántos creyentes han encontrado de nuevo la fuerza y la paz en esa oración. «No sé lo que hubiera hecho si no hubiera tenido fe)); «Dios me está dando la fuerza que necesito.»
El evangelista Lucas nos describe una escena conmovedora que invita a despertar nuestra fe. Al acercarse a la pequeña aldea de Naím, Jesús se encuentra con una viuda que ha perdido a su hijo único al que llevan a enterrar. Al verla, Jesús se conmueve. Y de sus labios salen dos palabras que hemos de escuchar desde lo más hondo de nuestro ser como venidas del mismo Dios: «No llores».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
11 de junio de 1989

VIOLENCIA CONTRA LA MUJER

Mujer, no llores.

Es sorprendente que una sociedad que parece tan sensible a las diferentes violencias y opresiones, no se atreva a abordar en profundidad la violencia que los varones ejercen sobre la mujer.
Sin embargo, esta violencia no es algo imaginario sino, desgraciadamente, una de las violencias más arraigadas en la Humanidad y que más sufrimiento genera en el mundo.
Los varones que maltratan, violentan o degradan a la mujer dentro o fuera del matrimonio son seres reales. Hombres “respetables” que saben elevar su voz para pedir más libertad y respeto a los derechos de las personas.
Hemos construido una sociedad donde la mujer no puede mover- se libremente sin temor a los varones. Recientes estudios realizados en Estados Unidos indican que toda mujer tiene un 46 por 100 de probabilidades de ser víctima, en un determinado momento de su vida, de una violación consumada o intentada. ¿Estamos muy lejos de estos niveles entre nosotros?
Los violadores no son necesariamente seres desequilibrados. Son fruto ellos mismos de un clima de agresividad y violencia donde se sigue perpetuando el dominio del varón sobre la mujer por la fuerza.
Pero lo más grave es que todos los datos disponibles, cada vez más abundantes, indican que las mujeres violentadas por sus maridos son el doble que las violadas por extraños. Vejaciones físicas y sicológicas que la esposa ha de sufrir sintiéndose íntimamente violada por aquel que se supone que la ama.
Pero nadie parece muy interesado en denunciar estos comportamientos entre esposos que serían delito entre extraños.
Las personas de talante conservador, modeladas por una “cultura patriarcal”, se niegan a apoyar una intervención social en “el santuario de la familia” donde la esposa ha de estar a la total disponibilidad del marido ya que, de alguna manera, es su “propiedad”.
Las personas de talante liberal que han acogido con gozo “la revolución sexual” se niegan a reconocer que esta revolución, al banalizar el sexo sin desarrollar la ternura, la mutua acogida y las relaciones personales de la pareja, está perpetuando la violencia contra la mujer de una manera todavía más brutal y deshumanizadora.
Mientras tanto, las Iglesias no parecen escuchar en Jesucristo un mensaje liberador para la mujer. Tal vez no hemos descubierto todavía a ese Jesús que nos describe San Lucas en su evangelio, preocupado en poner paz y amor entre los sexos, dedicado a liberar a la mujer de tantas vejaciones y sufrimientos y de cuyos labios salen siempre las mismas palabras: “Mujer, no llores”.
Ese Jesús que, ante la mujer y ante todos, utiliza siempre el poder no para dominar sino para crear y liberar del sufrimiento.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
8 de junio de 1986

ANESTESIA

Le dio lástima...

Es increíble la necesidad que parece tener nuestra sociedad de exhibir trágicamente el sufrimiento humano en las primeras páginas de los periódicos y las pantallas de la televisión. La fotografía de una mujer llorando a su marido enterrado en una mina, la imagen de un niño agonizando de hambre en cualquier país del Tercer Mundo o la de unos palestinos acribillados a balazos en su propio campo de refugio, se cotizan en muchos miles de dólares.
Todos los días leemos las noticias más crueles y contemplamos imágenes de destrucciones en masa, asesinatos, catástrofes, muertes de víctimas inocentes, mientras seguimos despreocupadamente nuestra vida. Se diría que hasta nos dan una «cierta seguridad», pues nos parece que esas cosas siempre pasan a otros. Todavía no ha llegado nuestra hora. Nosotros podemos seguir disfrutando de nuestro fin de semana y haciendo planes para el futuro.
Cuando la tragedia es más cercana y el sufrimiento afecta a alguien más próximo a nosotros, nos inquietamos más, no nos sentimos cómodos, no sabemos cómo eludir la situación para poder encontrar de nuevo la tranquilidad perdida.
Porque, con frecuencia, es eso lo que buscamos. Recuperar nuestra pequeña tranquilidad. A ratos, deseamos que desaparezcan el hambre y la miseria en el mundo, pero simplemente para que no nos molesten demasiado. Deseamos que nadie sufra junto a nosotros, sencillamente porque no queremos ver amenazada nuestra pequeña felicidad.
De mil maneras, nos esforzamos por eludir el sufrimiento, anestesiar nuestro corazón ante el dolor ajeno y permanecer distantes de todo lo que puede turbar nuestra paz. La actitud de Jesús nos desenmascara y nos descubre que nuestro nivel de humanidad es terriblemente bajo. Jesús es alguien que vive con gozo profundo la vida de cada día. Pero su alegría no es fruto de una cuidada evasión del sufrimiento propio o ajeno. Tiene su raíz en la experiencia gozosa de Dios como Padre acogedor y salvador de todos sus hijos e hijas.
Por eso, su alegría no es una anestesia que le impide ser sensible al dolor que le rodea. Cuando Jesús ve a una madre llorando la muerte de su hijo único, no se escabulle calladamente. Reacciona acercándose a su dolor como hermano, amigo, sembrador de paz y de vida. Lucas describe así la escena. Al entrar en la aldea de Nain, Jesús se encuentra con un entierro: una viuda marcha a enterrar a su hijo único. «Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: No llores». Así es Jesús. No puede ver llorar a alguien sin reaccionar.
En Jesús vamos descubriendo los creyentes que sólo quien tiene capacidad de gozar profundamente del amor del Padre a los pequeños, tiene capacidad de sufrir con ellos y aliviar su dolor. La persona que sigue las huellas de Jesús siempre será una persona feliz a quien le falta todavía la felicidad de los demás.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
5 de junio de 1983

EL DERECHO A TENER CORAZON

Le dio lástima.

Con frecuencia alarmante nos encontramos en la prensa diaria con la noticia casi obligada de que en algún lugar de nuestra tierra ha caído muerto un hombre cazado implacablemente por sus adversarios.
A los pocos días podremos leer los comunicados correspondientes donde se nos informará, de manera generalmente muy inconcreta, de los delitos que supuestamente legitiman la «ejecución» y que prueban la justicia y limpieza de aquella muerte.
Otras veces, los comunicados no se extienden en explicación alguna. Se entiende que la víctima era un enemigo eliminable y su muerte sólo una cuestión de «racionalidad de medios de cara a un fin».
Pero nadie nos habla de los proyectos, las ilusiones y los sueños de ese joven violentamente arrancado de la vida y que nunca llegarán a realizarse. Nadie nos dice nada del vacío inmenso que deja en el corazón acongojado de su joven esposa. Nadie parece recordar demasiado el vacío irreparable y el trauma angustioso que marcará para siempre a sus hijos.
Todo sucede como si el muerto fuera sólo una sigla, un uniforme, una pieza que era necesario hacer saltar dentro de una fría estrategia.
Parece prohibido ver en él a un hombre como nosotros, un esposo enamorado al que ya no podrá abrazar nunca su joven viuda, un padre querido al que ya no podrán esperar nunca sus hijos.
Parece que se nos niega el derecho a tener corazón y sentimientos humanos. Y hasta corre uno el riesgo de ser tachado de insolidaridad con «la causa vasca» por el mero hecho de querer ser solidario con la causa del hombre, de todo hombre.
Por eso es bueno que nos detengamos hoy ante Jesús de Nazaret y aprendamos de su comprensión, su cercanía y su dolor ante aquel joven muerto, hijo único de una pobre viuda de Naín. Quizás aprendamos algo muy necesario entre nosotros: sufrir con todos los que sufren.
Necesitamos hombres de espíritu lúcido y magnánimo, capaces de compadecer a todo hombre. Al que cae muerto por las balas de sus ejecutores y al que, durante toda su vida, tendrá que soportar el haber dado muerte a alguien que en definitiva era su hermano.
Porque cuando un hombre es ejecutado violentamente, la muerte no alcanza solamente al caído. Hay algo que muere para siempre en el que se ha atrevido a atentar contra la vida.

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


lunes, 23 de mayo de 2016

29/05/2016 - El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (C)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (C)


SEGUNDA LECTURA

Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 11,23-26

Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:
- Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
- Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Palabra de Dios.

EVANGELIO

Comieron todos y se saciaron.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,11b-17

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:
- Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.
Él les contestó:
- Dadles vosotros de comer.
Ellos replicaron:
- No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.
Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos:
- Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.
Lo hicieron así, y todos se echaron.
Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2015-2016 -
29 de mayo de 2016

HACER MEMORIA DE JESÚS

Comieron todos.

Al narrar la última Cena de Jesús con sus discípulos, las primeras generaciones cristianas recordaban el deseo expresado de manera solemne por su Maestro: «Haced esto en memoria mía». Así lo recogen el evangelista Lucas y Pablo, el evangelizador de los gentiles.
Desde su origen, la Cena del Señor ha sido celebrada por los cristianos para hacer memoria de Jesús, actualizar su presencia viva en medio de nosotros y alimentar nuestra fe en él, en su mensaje y en su vida entregada por nosotros hasta la muerte. Recordemos cuatro momentos significativos en la estructura actual de la misa. Los hemos de vivir desde dentro y en comunidad.
La escucha del Evangelio. Hacemos memoria de Jesús cuando escuchamos en los evangelios el relato de su vida y su mensaje. Los evangelios han sido escritos, precisamente, para guardar el recuerdo de Jesús alimentando así la fe y el seguimiento de sus discípulos.
Del relato evangélico no aprendemos doctrina sino, sobre todo, la manera de ser y de actuar de Jesús, que ha de inspirar y modelar nuestra vida. Por eso, lo hemos de escuchar en actitud de discípulos que quieren aprender a pensar, sentir, amar y vivir como él.
La memoria de la Cena. Hacemos memoria de la acción salvadora de Jesús escuchando con fe sus palabras: "Esto es mi cuerpo. Vedme en estos trozos de pan entregándome por vosotros hasta la muerte... Éste es el cáliz de mi sangre. La he derramado para el perdón de vuestros pecados. Así me recordaréis siempre. Os he amado hasta el extremo".
En este momento confesamos nuestra fe en Jesucristo haciendo una síntesis del misterio de nuestra salvación: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús". Nos sentimos salvados por Cristo nuestro Señor.
La oración de Jesús. Antes de comulgar, pronunciamos la oración que nos enseñó Jesús. Primero, nos identificamos con los tres grandes deseos que llevaba en su corazón: el respeto absoluto a Dios, la venida de su reino de justicia y el cumplimiento de su voluntad de Padre. Luego, con sus cuatro peticiones al Padre: pan para todos, perdón y misericordia, superación de la tentación y liberación de todo mal.
La comunión con Jesús. Nos acercamos como pobres, con la mano tendida; tomamos el Pan de la vida; comulgamos haciendo un acto de fe; acogemos en silencio a Jesús en nuestro corazón y en nuestra vida: "Señor, quiero comulgar contigo, seguir tus pasos, vivir animado con tu espíritu y colaborar en tu proyecto de hacer un mundo más humano".

José Antonio Pagola

HOMILIA

2012-2013 -
2 de junio de 2013

EN MEDIO DE LA CRISIS

La crisis económica va a ser larga y dura. No nos hemos de engañar. No podremos mirar a otro lado. En nuestro entorno más o menos cercano nos iremos encontrando con familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas de desahucio, vecinos golpeados por el paro, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o medicación.
Nadie sabe muy bien cómo irá reaccionando la sociedad. Sin duda, irá creciendo la impotencia, la rabia y la desmoralización de muchos. Es previsible que aumenten los conflictos y la delincuencia. Es fácil que crezca el egoísmo y la obsesión por la propia seguridad.
Pero también es posible que vaya creciendo la solidaridad. La crisis nos puede hacer más humanos. Nos puede enseñar a compartir más lo que tenemos y no necesitamos. Se pueden estrechar los lazos y la mutua ayuda dentro de las familias. Puede crecer nuestra sensibilidad hacia los más necesitados. Seremos más pobres, pero podemos ser más humanos.
En medio de la crisis, también nuestras comunidades cristianas pueden crecer en amor fraterno. Es el momento de descubrir que no es posible seguir a Jesús y colaborar en el proyecto humanizador del Padre sin trabajar por una sociedad más justa y menos corrupta, más solidaria y menos egoísta, más responsable y menos frívola y consumista.
Es también el momento de recuperar la fuerza humanizadora que se encierra en la eucaristía cuando es vivida como una experiencia de amor confesado y compartido. El encuentro de los cristianos, reunidos cada domingo en torno a Jesús, ha de convertirse en un lugar de concienciación y de impulso de solidaridad práctica.
La crisis puede sacudir nuestra rutina y mediocridad. No podemos comulgar con Cristo en la intimidad de nuestro corazón sin comulgar con los hermanos que sufren. No podemos compartir el pan eucarístico ignorando el hambre de millones de seres humanos privados de pan y de justicia. Es una burla darnos la paz unos a otros olvidando a los que van quedando excluidos socialmente.
La celebración de la eucaristía nos ha de ayudar a abrir los ojos para descubrir a quiénes hemos de defender, apoyar y ayudar en estos momentos. Nos ha de despertar de la “ilusión de inocencia” que nos permite vivir tranquilos, para movernos y luchar solo cuando vemos en peligro nuestros intereses. Vivida cada domingo con fe, nos puede hacer más humanos y mejores seguidores de Jesús. Nos puede ayudar a vivir la crisis con lucidez cristiana, sin perder la dignidad ni la esperanza.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
6 de junio de 2010

HACER MEMORIA DE JESÚS

(Ver homilía del ciclo C - 2015-2016)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
7 de junio de 2007

CADA DOMINGO

Comieron todos y se saciaron.

Para celebrar la eucaristía dominical no basta con seguir las normas prescritas o pronunciar las palabras obligadas. No basta tampoco cantar, santiguarse o damos la paz en el momento adecuado. Es muy fácil asistir a misa y no celebrar nada en el corazón; oír las lecturas correspondientes y no escuchar la voz de Dios; comulgar piadosamente sin comulgar con Cristo; damos la paz sin reconciliamos con nadie. ¿Cómo vivir la misa del domingo como una experiencia que renueve y fortalezca nuestra fe?
Para empezar, es necesario escuchar desde dentro con atención y alegría la Palabra de Dios y, en concreto, el evangelio de Jesús. Durante la semana hemos visto la televisión, hemos escuchado la radio y hemos leído la prensa. Vivimos aturdidos por toda clase de mensajes, voces, ruidos, noticias, información y publicidad. Necesitamos escuchar otra voz diferente que nos cure por dentro.
Es un respiro escuchar las palabras directas y sencillas de Jesús. Traen verdad a nuestra vida. Nos liberan de engaños, miedos y egoísmos que nos hacen daño. Nos enseñan a vivir con más sencillez y dignidad, con más sentido y esperanza. Es una suerte hacer el recorrido de la vida guiados cada domingo por la luz del evangelio.
La plegaria eucarística constituye el momento central. No nos podemos distraer. «Levantamos el corazón» para dar gracias a Dios. Es bueno, es justo y necesario agradecer a Dios por la vida, por la creación entera, por el regalo que es Jesucristo. La vida no es sólo trabajo, esfuerzo y agitación. Es también celebración, acción de gracias y alabanza a Dios. Es un respiro reunimos cada domingo para sentir la vida como regalo y dar gracias al Creador.
La comunión con Cristo es decisiva. Es el momento de acoger a Jesús en nuestra vida para experimentarlo en nosotros, para identificamos con él y para dejamos trabajar, consolar y fortalecer por su Espíritu.
Todo esto no lo vivimos encerrados en nuestro pequeño mundo. Cantamos juntos el Padrenuestro sintiéndonos hermanos de todos. Le pedimos que a nadie le falte el pan ni el perdón. Nos damos la paz y la buscamos para todos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
10 de junio de 2004

UNA DESPEDIDA INOLVIDABLE

Comieron todos.

Celebrar la eucaristía es revivir la última cena que Jesús celebró con sus discípulos y discípulas la víspera de su ejecución. Ninguna explicación teológica, ninguna ordenación litúrgica, ninguna devoción interesada nos ha de alejar de la intención original de Jesús. ¿Cómo diseño él aquella cena? ¿Qué es lo que quería dejar grabado para siempre en sus discípulos? ¿Por qué y para qué debían seguir reviviendo una y otra vez aquella despedida inolvidable?
Antes que nada, Jesús quería contagiarles su esperanza indestructible en el reino de Dios. Su muerte era inminente; aquella cena era la última. Pero un día se sentaría a la mesa con una copa en sus manos para beber juntos un «vino nuevo». Nada ni nadie podrá impedir ese banquete final del Padre con sus hijos e hijas. Celebrar la eucaristía es reavivar la esperanza: disfrutar desde ahora con esa fiesta que nos espera con Jesús, junto al Padre.
Jesús quería, además, prepararlos para aquel duro golpe de su ejecución. No han de hundirse en la tristeza. La muerte no romperá la amistad que los une. La comunión no quedará rota. Celebrando aquella cena podrán alimentarse de su recuerdo, su presencia y su espíritu. Celebrar la eucaristía es alimentar nuestra adhesión a Jesús, vivir en contacto con él, seguir unidos.
Jesús quiso que los suyos nunca olvidaran lo que había sido su vida: una entrega total al proyecto de Dios. Se lo dijo mientras les distribuía un trozo de pan a cada uno: «Esto es mi cuerpo; recordadme así: entregándome por vosotros hasta el final para haceros llegar la bendición de Dios». Celebrar la eucaristía es comulgar con Jesús para vivir cada día de manera más entregada, trabajando por un mundo más humano.
Jesús quería que los suyos se sintieran comunidad. A los discípulos les tuvo que sorprender lo que Jesús hizo al final de la cena. En vez de beber cada uno de su copa, como era costumbre, Jesús les invitó a todos a beber de una sola: ¡la suya! Todos compartirían la «copa de salvación» bendecida por él. En ella veía Jesús algo nuevo: «Ésta es la nueva alianza en mi sangre». Celebrar la eucaristía es alimentar el vínculo que nos une entre nosotros y con Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
14 de junio de 2001

PRIMERA COMUNIÓN

Comieron todos.

Un gesto repetido una y otra vez puede fácilmente desgastarse. La práctica rutinaria nos lleva a olvidar su verdadero sentido y a desvirtuar su contenido. Así nos puede ocurrir con ese gesto hondo y entrañable que consiste en acercarnos a recibir a Cristo en la comunión. ¿Cómo comulgar de manera nueva?
Lo primero es despertar nuestra alegría. Nos sentimos «dichosos» de sabernos llamados a la mesa del Señor. No comulgamos de rodillas en actitud penitencial, sino de pie, sabiendo que Cristo resucitado nos ha devuelto la dignidad de hijos de Dios. Por eso, es normal que nos acerquemos cantando.
Al mismo tiempo, reconocemos nuestra mediocridad repitiendo las palabras del centurión: «Yo no soy digno de que entres en mi casa...» Por eso, comulgamos extendiendo nuestra mano como pobres mendigos que necesitan recibir el pan de la vida.
Comulgamos haciendo un acto de fe. El que da la comunión presenta el pan consagrado diciendo: «El cuerpo de Cristo». El que comulga responde: «Amén». Esta sencilla palabra hebrea viene a significar: «Yo creo». El creyente comulga diciendo interiormente: «Yo creo en la presencia de Cristo en este humilde gesto. Creo que el Resucitado viene a alimentar mi vida en esta comunión».
Comulgar es mucho más que introducir el pan consagrado en nuestra boca. Comulgamos acogiendo a Cristo en nuestra vida. Por eso es tan importante retirarnos en silencio para abrir nuestro corazón al Resucitado: «Yo te acojo, limpia mi corazón, transforma mi vida. Quiero vivir de tu verdad y de tu espíritu. Quiero ser como eras tú, vivir y amar como vivías y amabas tú». En ese silencio profundo vamos comulgando con Cristo.
Hace algún tiempo, hablaba yo de todo esto con un cristiano practicante entrado ya en años. A las pocas semanas, me llamó para decirme más o menos estas palabras: «Después de tantos años de comulgar todos los domingos, tengo la impresión de estar haciendo ahora la “primera comunión”». Tal vez, todos necesitamos aprender a comulgar de manera nueva y más viva. Nuestra fe crecería.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
11 de junio de 1998

CUIDADO CON LA EUCARISTÍA

Comieron todos.

Los cristianos repetimos con frecuencia que la eucaristía es el centro vital de la Iglesia y la experiencia nuclear de la vida cristiana. Y realmente es así. Lo recordó con fuerza especial el Concilio Vaticano II: “No se construye ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la eucaristía.”
Sin embargo, a lo largo de los siglos, se ha hecho de todo con la Cena del Señor. La misa ha servido de marco para celebrar homenajes y escuchar grandes conciertos; se han organizado “misas de campaña” para animar al combate a los ejércitos; se han hecho funerales para defender una determinada ideología. Es evidente que en todo esto no se busca precisamente celebrar “el memorial del Señor”, sino algo mucho más ambiguo y confuso.
Sin llegar a estos abusos, la eucaristía queda vacía también de su contenido esencial cuando se convierte en práctica rutinaria sin repercusión alguna en nuestras vidas. Esas misas no construyen comunidad ni alimentan la vida cristiana. Al contrario, como dice J. von Allmen: “La Cena hace enfermar a la Iglesia cuando no es el lugar de un amor confesado y compartido“.
Es una contradicción grave comulgar con Cristo todos los domingos en la más recogida intimidad, y no preocuparnos durante la semana de comulgar con los hermanos; compartir el pan eucarístico, e ignorar el hambre de millones de seres humanos privados de pan, justicia y paz; celebrar el “sacramento del amor”, y no revisar nuestros egoísmos individuales y colectivos o nuestra apatía ante situaciones de injusticia y olvido de los más desvalidos; escuchar la Palabra de Dios en las Escrituras, y no oír los gritos de sus hijos más necesitados; darnos todos los domingos el abrazo de paz, y no trabajar por hacerla realidad entre nosotros.
Vivida así, la eucaristía no provoca conversión ni pone en seguimiento de Cristo. Al contrario, puede convertirse en “coartada religiosa” que, al ofrecer la satisfacción del deber religioso cumplido, refuerza inconscientemente lo que J. B. Metz ha llamado «el “status quo” de nuestros corazones aburguesados». Se exhorta mucho a los cristianos a que no dejen de participar en la eucaristía dominical, En esta fiesta del Corpus yo quiero hacer oír otro grito: ¡Cuidado con la eucaristía vivida de manera rutinaria!

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
15 de junio de 1995

CADA MOMENTO

Comieron todos.

Son bastantes las personas que «asisten» a misa sin saber exactamente cómo vivir cada momento de la celebración. Sin embargo, sólo esta participación personal puede hacer de cada eucaristía una experiencia viva capaz de alimentar la vida del creyente.
El canto de entrada y el saludo del sacerdote nos ayudan a «entrar» en el clima de la celebración. Atrás queda una semana de trabajos y preocupaciones. Ahora me encuentro junto a otros creyentes como yo. Juntos vamos a vivir esa experiencia que nos desea el que preside. Quiero acoger la «gracia» de Cristo, recordar el «amor» del Padre y sentirme unidos los demás por la «comunión» del Espíritu Santo.
Entramos ahora en el rito penitencial. Unos breves momentos para recordar que también a lo largo de esta semana he sido egoísta y mediocre. «Señor, ten piedad». Me acerco a Ti buscando ni gracia y tu perdón.
La Liturgia de la Palabra es el momento de sentarme para escuchar la Palabra de Dios. Todos los días veo la televisión, escucho la radio, leo los periódicos y hablo con la gente. Pero necesito escuchar algo diferente. ¿Qué me quiere decir Dios? Llega la lectura del evangelio. Me pongo de pie. Quiero estar atento a las palabras de Jesús. Me pueden ayudar a vivir la próxima semana de forma más humana y esperanzada.
Después de escuchar la Palabra de Dios, recitamos el Credo. Es un gesto importante de la comunidad creyente. Todos los domingos, puestos de pie, confesamos nuestra fe. También yo. No puedo detenerme en cada frase, pero quiero sentirme creyente, a pesar de mis dudas y de mi debilidad. «Creo, Señor, pero ayuda a mi poca fe.»
Después del ofertorio, comienza la «Plegaria eucarística», el momento central de la misa. El sacerdote nos invita a «levantar el corazón» para dar gracias a Dios. Quiero hacerlo de verdad. Es bueno, es justo y necesario darte gracias siempre y en todo lugar a Ti, Padre Santo y Bueno. A veces no acierto a creer, pero no quiero que se me pase la vida sin darte gracias por la creación, por mi vida, por Jesucristo nuestro Salvador. Es lo más grande que puedo hacer este domingo.
Se acerca el momento de la comunión. Quiero prepararme bien. Voy a cantar el Padre nuestro sintiéndole a Dios como Padre y sintiéndome más hermano de todos. Luego haré el gesto de la paz. Quiero vivir dando mi mano a todos, buscando siempre la unión y la paz. Sólo entonces me acercaré a comulgar. Sé que no soy digno, pero el Señor me entiende. Necesito sentirme reconfortado y fortalecido interiormente. Necesito sentirle a Cristo cerca, dentro de mí. Quiero acogerlo en mi vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
18 de junio de 1992

CON CARIÑO Y HUMOR

Comieron todos.

He aquí algunas sugerencias, pensadas con cariño y algo de humor para ser seguidas por aquellos a quienes la misa "no les dice nada".
Al oír, en la mañana del domingo, la llamada de las campanas que invitan a los creyentes a la oración y la acción de gracias a Dios, no las dejes resonar en tu interior. Bastante ocupado estás en organizarte bien el domingo.
Nunca llegues a la iglesia con tiempo suficiente para estar unos minutos en silencio y prepararte para vivir la celebración. Es mejor entrar a última hora de manera atropellada. Así se te hará todo más corto.
Colócate lo más atrás posible. Es más difícil seguir de cerca lo que se realiza en el altar, pero se domina mejor la situación y se está más tranquilo. Además, puedes salir de los primeros.
A ser posible, no abras la boca en toda la celebración ni para cantar ni para unirte a la oración. Esto es para personas más "piadosas". A ti te va más una postura seria y digna.
Si te animas a cantar algún canto, no se te ocurra fijarte en la letra para ver qué estás diciendo. Lo importante es que la canción salga bien y "suene" de manera agradable. Ya habrá tiempo para comunicarte con Dios.
Al sentarte para oír la Palabra de Dios, no escuches el mensaje de las lecturas bíblicas. Es un buen momento para ponerte cómodo y descansar. Puedes observar qué personas han acudido a misa. Las palabras del lector te servirán de "música de fondo".
La homilía puede ser un momento más interesante o un verdadero ejercicio de "paciencia", todo hay que decirlo. En cualquier caso, ya te sabes más o menos lo que dirá el sacerdote. Puedes, incluso, comentarlo a la salida. Pero no se te ocurra escuchar interpelación o llamada alguna para ti.
Aprovecha los momentos de silencio (desgraciadamente, no suelen ser muchos) para recordar lo que tienes que hacer al salir de misa. No entres dentro de ti para dar gracias a Dios o pedirle perdón. A ti no te van esas cosas.
Al comulgar, muestra tu habilidad en hacerlo de manera rápida y ágil. Así podrás pasar revista a los que vienen después de ti. Al llegar a tu sitio, no te recojas interiormente para comunicarte con Cristo. Eso se hacía antes del Concilio.
Sobre todo, sé rápido al final porque ya sabes cómo se amontona luego la gente. No necesitas quedarte a recibir la bendición de Dios. El te quiere y te bendice, incluso cuando estás ya fuera del templo.
Pero, eso sí. Cuando el sacerdote diga en la misa: "Levantemos el corazón", tú no abras la boca. No digas "Lo tenemos levantado hacia el Señor";.no lo digas porque no es verdad. Todavía no has "levantado tu corazón" hacia el Señor; y, si no lo haces, difícilmente te podrá decir algo la misa.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
25 de mayo de 1989

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
29 de mayo de 1986

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
2 de junio de 1983

Título

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José Antonio Pagola



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