lunes, 26 de septiembre de 2011

02/10/2011 - 27º domingo Tiempo ordinario (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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2 de octubre de 2011

27º domingo Tiempo ordinario (A)

EVANGELIO

Arrendará la viña a otros labradores.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 21, 33-43

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
-«Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje.
Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon.
Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia. " Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.
Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» Le contestaron:
-«Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»
Y Jesús les dice:
-« ¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente"? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2010-2011 - 2 de octubre de 2011

¿ESTAMOS DECEPCIONANDO A DIOS?

Jesús se encuentra en el recinto del Templo, rodeado de un grupo de altos dirigentes religiosos. Nunca los ha tenido tan cerca. Por eso, con audacia increíble, va a pronunciar una parábola dirigida directamente a ellos. Sin duda, la más dura que ha salido de sus labios.
Cuando Jesús comienza a hablarles de un señor que plantó una viña y la cuidó con solicitud y cariño especial, se crea un clima de expectación. La «viña» es el pueblo de Israel. Todos conocen el canto del profeta Isaías que habla del amor de Dios por su pueblo con esa bella imagen. Ellos son los responsables de esa "viña" tan querida por Dios.
Lo que nadie se espera es la grave acusación que les va a lanzar Jesús: Dios está decepcionado. Han ido pasando los siglos y no ha logrado recoger de ese pueblo querido los frutos de justicia, de solidaridad y de paz que esperaba.
Una y otra vez ha ido enviando a sus servidores, los profetas, pero los responsables de la viña los han maltratado sin piedad hasta darles muerte. ¿Qué más puede hacer Dios por su viña? Según el relato, el señor de la viña les manda a su propio hijo pensando: «A mi hijo le tendrán respeto». Pero los viñadores lo matan para quedarse con su herencia.
La parábola es transparente. Los dirigentes del Templo se ven obligados a reconocer que el señor ha de confiar su viña a otros viñadores más fieles. Jesús les aplica rápidamente la parábola: «Yo os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos».
Desbordados por una crisis a la que ya no es posible responder con pequeñas reformas, distraídos por discusiones que nos impiden ver lo esencial, sin coraje para escuchar la llamada de Dios a una conversión radical al Evangelio, la parábola nos obliga a hacernos graves preguntas.
¿Somos ese pueblo nuevo que Jesús quiere, dedicado a producir los frutos del reino o estamos decepcionando a Dios? ¿Vivimos trabajando por un mundo más humano? ¿Cómo estamos respondiendo desde el proyecto de Dios a las víctimas de la crisis económica y a los que mueren de hambre y desnutrición en África? ¿Respetamos al Hijo que Dios nos ha enviado o lo echamos de muchas formas "fuera de la viña"? ¿Estamos acogiendo la tarea que Jesús nos ha confiado de humanizar la vida o vivimos distraídos por otros intereses religiosos más secundarios?
¿Qué hacemos con los hombres y mujeres que Dios nos envía también hoy para recordarnos su amor y su justicia? ¿Ya no hay entre nosotros profetas de Dios ni testigos de Jesús? ¿Ya no los reconocemos?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - RECREADOS POR JESÚS
5 de octubre de 2008

NO DEFRAUDAR A DIOS

Se os quitará a vosotros el reino de Dios.

La parábola de los «viñadores homicidas» es tan dura que a los cristianos nos cuesta pensar que esta advertencia profética, dirigida por Jesús a los dirigentes religiosos de su tiempo, tenga algo que ver con nosotros.
El relato habla de unos labradores encargados por un señor para trabajar su viña. Llegado el tiempo de la vendimia, sucede algo sorprendente e inesperado. Los labradores se niegan a entregar la cosecha. El señor no recogerá los frutos que tanto espera.
Su osadía es increíble. Uno tras otro, van matando a los criados que el señor les envía para recoger los frutos. Más aún. Cuando les envía a su propio hijo, lo echan «fuera de la viña» y lo matan para quedarse como únicos dueños de todo.
¿Qué puede hacer ese señor de la viña con esos labradores? Los dirigentes religiosos, que escuchan nerviosos la parábola, sacan una conclusión terrible: los hará morir y traspasará la viña a otros labradores «que le entreguen los frutos a su tiempo». Ellos mismos se están condenando. Jesús se lo dice a la cara: «Por eso, os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».
En la «viña de Dios» no hay sitio para quienes no aportan frutos. En el proyecto del reino de Dios, que Jesús anuncia y promueve, no pueden seguir ocupando un lugar «labradores» indignos que no reconozcan el señorío de su Hijo, porque se sienten propietarios, señores y amos del pueblo de Dios. Han de ser sustituidos por «un pueblo que produzca frutos».
A veces pensamos que esta parábola tan amenazadora vale para antes de Cristo, para el pueblo del Antiguo Testamento, pero no para nosotros que somos el pueblo de la Nueva Alianza y tenemos ya la garantía de que Cristo estará siempre con nosotros.
Es un error. La parábola está hablando también de nosotros. Dios no tiene por qué bendecir un cristianismo estéril del que no recibe los frutos que espera. No tiene por qué identificarse con nuestras incoherencias, desviaciones y poca fidelidad. También ahora Dios quiere que los trabajadores indignos de su viña sean sustituidos por un pueblo que produzca frutos dignos del reino de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
2 de octubre de 2005

UN PUEBLO QUE DÉ FRUTOS

A un pueblo que produzca frutos.

La parábola de los «viñadores homicidas» es, sin duda, la más dura que Jesús pronunció contra los dirigentes religiosos de su pueblo. No es fácil remontarse hasta el relato original que pudo salir de sus labios, pero probablemente no era muy diferente del que podemos leer hoy en la tradición evangélica.
Los protagonistas de mayor relieve son, sin duda, los labradores encargados de trabajar la viña. Su actuación es siniestra. No se parecen en absoluto al dueño que cuida la viña con solicitud y amor para que no carezca de nada.
No aceptan al señor al que pertenece la viña. Quieren ser ellos los únicos dueños. Uno tras otro, van eliminando a los siervos que él les envía con paciencia increíble. No respetan ni a su hijo. Cuando llega, lo «echan fuera de la viña» y lo matan. Su única obsesión es «quedarse con la herencia».
¿Qué puede hacer el dueño? Terminar con estos viñadores y entregar su viña a otros «que le entreguen los frutos». La conclusión de Jesús es trágica: «Yo os aseguro que a vosotros se os quitará el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».
A partir de la destrucción de Jerusalén el año setenta, la parábola fue leída como una confirmación de que la Iglesia había tomado el relevo de Israel, pero nunca fue interpretada como si en el «nuevo Israel» estuviera garantizada la fidelidad al dueño de la viña. Jesús no dice que la viña será entregada a la Iglesia o a una nueva institución, sino a «un pueblo que produzca frutos».
El reino de Dios no es de la Iglesia. No pertenece a la Jerarquía. No es propiedad de estos teólogos o de aquellos. Nadie se ha de sentir propietario de su verdad ni de su espíritu. El reino de Dios está en «el pueblo que produce sus frutos» de justicia, compasión y defensa de los últimos.
La mayor tragedia que puede sucederle al cristianismo de hoy y de siempre es que mate la voz de los profetas, que los sacerdotes se sientan dueños de la «viña del Señor» y que, entre todos, echemos al Hijo «fuera», ahogando su Espíritu. Si la Iglesia no responde a las esperanzas que ha puesto en ella su Señor, Dios abrirá nuevos caminos de salvación en pueblos que produzcan frutos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
6 de octubre de 2002

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
3 de octubre de 1999

RECONSTRUIR LA VIDA

Es ahora la piedra angular.

No son pocos los que piensan que algo ha sucedido en la vida interior y espiritual del hombre occidental. Algo que impide a muchas personas construir gozosa y dignamente su vida.
Hay quienes sencillamente no aciertan a construirse a sí mismos. Quedan mutilados. Sin desarrollar las energías y posibilidades que en ellos se encierran. Otros construyen solamente su mundo exterior. Pero por dentro están inmensamente vacíos. Son personas que apenas dan ni reciben nada. Simplemente se mueven y giran por la vida.
Otros construyen su identidad de manera falsa. Desarrollan un «yo» fuerte y poderoso, pero inauténtico. Ellos mismos saben secretamente que su vida es apariencia y ficción.
Hay también quienes construyen su persona de manera parcial e incompleta. Atentos sólo a un aspecto de su vida, descuidan dimensiones importantes de la existencia. Pueden ser buenos profesionales, personas cultas y dinámicas que, sin embargo, fracasan como seres humanos ante sí mismos y ante las personas que quieren.
Sin duda, son muy complejos los factores de todo orden que generan este clima inhóspito y difícil para el crecimiento del ser humano. Hemos destruido ligeramente creencias donde se enraizaban el ser de muchas personas. La familia ha dejado de ser «hogar» para no pocos. El contacto personal y la relación cálida y amistosa se ha hecho difícil. La vida interior de muchos está sofocada y reprimida. No es fácil así creer y construirse. Muchas personas se sienten desguarnecidas y sin defensa ante los ataques que sufren desde fuera y desde dentro de su ser. Necesitarían esa «fuente de luz y de vida» que, a juicio del célebre psiquiatra Ronald Laing, ha perdido el hombre contemporáneo.
No parece, por ello, ninguna necedad escuchar el mensaje de Jesucristo que se ofrece como «piedra angular» para todo hombre que quiera construirse de manera digna. Era costumbre entre los maestros de obra judíos seleccionar bien cada una de las piedras destinadas a la construcción de un edificio. Aplicándose a sí mismo un viejo salmo judío, Jesús pronuncia estas palabras: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora piedra angular.»
Los arquitectos de la sociedad contemporánea desechan hoy la fe como algo perfectamente inútil. ¿No será, sin embargo, ésa precisamente «la piedra angular» que podría fundamentar y rematar la construcción del hombre contemporáneo?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
6 de octubre de 1996

JUICIO FINAL

Cuando venga el dueño de la viña.

En una época todavía no muy lejana la célebre secuencia de Tomás de Celano, «Dies irae, dies illa» encogía el ánimo de los asistentes al oficio de difuntos: «Día de cólera aquel día... en que el mundo quedará reducido a cenizas... ¡ Qué terror se apoderará de nosotros cuando se presente el Juez!» Durante mucho tiempo este lenguaje y estas imágenes tenebrosas han alimentado una «pastoral del miedo», que difícilmente ayudaba a despertar la confianza en Dios. Hoy, por el contrario, apenas se predica ya sobre el Juicio final, tal vez porque no se sabe exactamente cómo hacerlo.
Lo primero que hay que decir es que sólo se puede hablar del juicio de Dios a partir de su amor, nunca fuera de este amor. Por eso, el juicio de Dios no tiene nada que ver con el juicio de los hombres. Obedece a otra lógica porque el juicio de Dios no es sino la manifestación de su amor, su victoria definitiva sobre el mal.
Por eso hay que entender bien lo que dice la Biblia sobre la «cólera de Dios». Esta cólera divina no tiene como objetivo destruir al ser humano. Al contrario, sólo se despierta para destruir el mal que hace daño al hombre. Dios es amor, y no cólera. La cólera no es sino la reacción del amor de Dios que sólo busca y quiere el bien y la dicha definitiva del hombre.
Un Dios que abandonara para siempre la historia humana en manos del mal y la injusticia, que no reaccionara ante la mentira y la ambigüedad que lo envuelven todo, que no restableciera la paz y la verdad, no sería un Dios Amor. El juicio es necesario para comprender el amor de Dios. Un juicio no contra el hombre, sino contra aquello que va contra él.
Por eso, el juicio de Dios es una Buena Noticia para quienes quieren de verdad el bien y la felicidad total del ser humano. Un juicio que no se parece en nada a los tribunales humanos porque nace no de la acusación sino de su amor salvador. Un juicio que nos liberará para siempre de nuestra impotencia contra el mal y de nuestra complicidad con él.
En esto consiste el núcleo de la fe cristiana: « Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que quien crea no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). La última palabra de Dios sobre la historia no puede ser sino una palabra de gracia. El juicio pondrá al descubierto la verdad de nuestras vidas y la profundidad real del mal, pero también la inmensidad del amor infinito de Dios. Para ello, ante el Juicio final la reacción más cristiana no es el miedo irraiional e insano, sino el reconocimiento de nuestro pecado y la confianza en el perdón de Dios. A ello nos invita la parábola de los viñadores homicidas.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
3 de octubre de 1993

¿COMO ACERTAR?

Un pueblo que produzca sus frutos.

¿Qué hay que hacer en la vida para acertar? No es fácil responder, pero sin duda es una pregunta vital. ¿Cómo hemos de vivir para que se pueda decir que nuestra vida es un acierto? Nos podemos equivocar en muchas cosas, pero, ¿no habrá algo en que hemos de acertar?
Se suele decir que para llenar una vida es necesario tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Sin embargo, yo conozco a personas que no han hecho ninguna de estas tres cosas y cuya vida me parece un acierto. Y conozco también a personas que han tenido hijos y han escrito libros y cuya vida no parece muy acertada.
Sin duda, hay mucha sabiduría popular en ese dicho, pues, en definitiva, cuando se habla de tener un hijo, plantar un árbol o escribir un libro, se está apuntando a algo fundamental. En la vida se acierta cuando se vive un amor fecundo, capaz de engendrar vida o hacer vivir a los demás. Sólo este amor justifica y llena una vida.
De ahí la dura amenaza que se escucha en el trasfondo de esa parábola de los viñadores que, lejos de entregar los frutos de su trabajo, dan muerte al hijo del dueño. Se les quitará todo para dárselo a otros labradores que «entreguen los frutos a su tiempo».
Hay muchas formas de «perder la vida». Basta dedicarse a hacer cada vez más cosas en menos tiempo, creyendo que por el hecho de «hacer cosas» se vive más. Es una equivocación. Por muchas cosas que uno haga, si vive sin amar y sin poner vida en las personas y en el entorno, estará vaciando su vida de su contenido más precioso.
Corre por ahí una reflexión de Luis Espinal, sacerdote jesuita, asesinado en 1980 en Bolivia. Dice así: «Pasan los años y, al mirar atrás, vemos que nuestra vida ha sido estéril. No la hemos pasado haciendo el bien. No hemos mejorado el mundo que nos legaron. No vamos a dejar huella. Hemos sido prudentes y nos hemos cuidado. Pero, ¿para qué? Nuestro único ideal no puede ser llegar a viejos. Estamos ahorrando la vida, por egoísmo, por cobardía. Sería terrible malgastar ese tesoro de amor que Dios nos ha dado.»
Recuerdo que, al morir Juan XXIII, aquel Papa bueno que introdujo en la Iglesia y en el mundo un aire nuevo de esperanza, de bondad y de convivencia pacífica, el cardenal Suenens pudo decir que «dejaba el mundo más habitable que cuando él llegó». De Jesús quedó este recuerdo: «Pasó toda la vida haciendo el bien.» A alguno le parecerá tal vez poco. Para el cristiano es el mejor criterio para vivir con acierto.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
7 de octubre de 1990

EL IMPERIO DE LO EFÍMERO

Es ahora piedra angular.

Así se titula el último libro de G. Lipovetsky en torno a la moda. Un estudio lúcido y provocativo sobre un fenómeno aparentemente fútil, pero de importancia vital en la modernidad occidental.
Según el profesor de Grenoble, la moda ya no es sólo un lujo estético y periférico de los individuos, sino que se ha convertido en un elemento central que gobierna la producción y consumo de objetos, la publicidad, la cultura y hasta los cambios ideológicos y sociales.
Lipovetsky va analizando de manera penetrante los diversos rasgos que caracterizan a la moda: la variación rápida de las formas, la proliferación de modelos, la importancia de la seducción, la generalización de lo efímero en la vida social.
Pero el hecho a resaltar es que la moda se ha convertido en la sociedad occidental en el principio que organiza la vida cotidiana de los individuos y la producción socio-cultural de nuestros días.
Vivimos, según Lipovetsky, una época de «moda plena». Se crean necesidades artificiales a gran escala. Se cultiva el gusto por lo nuevo y diferente más que por lo verdadero y bueno. Lo efímero invade la vida cultural.
Es fácil observar una movilidad e inconstancia cada vez mayor en las conductas. Decae la pasión por las grandes causas y crece el entusiasmo de los sentidos. Ya no hay cultivo de ideologías, sino comunicación publicitaria y pragmatismo.
El mundo de la conciencia se halla bajo el imperio de lo superficial. Se cambia de manera de pensar como se cambia de residencia, de mujer o de coche.
Occidente se va vaciando así de toda fe en ideales superiores y vive cada vez más entregado a los placeres de la moda.
Lipovetsky trata de interpretar todo este fenómeno positivamente, como un progreso de la verdadera democracia y la autonomía de los individuos.
Pero no puede menos de terminar su análisis con afirmaciones realmente inquietantes: «El reino pleno de la moda... permite más libertad individual, pero engendra una vida más infeliz... Hay más estímulos de todo género, pero mayor inquietud de vida. Hay más autonomía privada, pero más crisis íntimas».
Lipovetsky, tal vez condicionado él mismo por la moda, no habla del vacío esencial que se encierra en esta «sociedad gobernada por la moda». Bajo el imperio de lo efímero, el hombre no conoce nada firme y consistente sobre lo cual edificar su existencia. La sociedad no sabe hacia dónde hacer converger sus esfuerzos para construir un futuro más humano.
Desde «la sociedad de la moda plena», los creyentes escuchamos con fe renovada esas palabras de Jesús, al verse rechazado por los dirigentes de aquella sociedad: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular».
En la sociedad de lo efímero y pasajero, Jesucristo parece inútil y, sin embargo, sigue siendo la piedra angular necesaria si el hombre quiere construir una vida auténticamente humana.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
4 de octubre de 1987

CONSTRUIR

Es ahora la piedra angular.

No son pocos los que piensan que algo ha sucedido en la vida interior y espiritual del hombre occidental. Algo que impide a muchas personas construir gozosa y dignamente su vida.
Hay quienes sencillamente no aciertan a construirse a sí mismos. Quedan mutilados. Sin desarrollar las energías y posibilidades que en ellos se encierran. Otros construyen solamente su mundo exterior. Pero por dentro están inmensamente vacíos. Son personas que apenas dan ni reciben nada. Simplemente se mueven y giran por la vida.
Otros construyen su identidad de manera falsa. Desarrollan un “yo” fuerte y poderoso, pero inauténtico. Ellos mismos saben secretamente que su vida es apariencia y ficción.
Hay también quienes construyen su persona de manera parcial e incompleta. Atentos sólo a un aspecto de su vida, descuidan dimensiones importantes de la existencia. Pueden ser buenos profesionales, personas cultas y dinámicas que, sin embargo, fracasan como seres humanos ante sí mismos y ante las personas que quieren.
Sin duda, son muy complejos los factores de todo orden que han provocado este clima inhóspito y difícil para el crecimiento del ser humano.
Hemos destruido ligeramente creencias donde se enraizaba el ser de muchas personas. La familia ha dejado de ser “hogar» para no pocos. El contacto personal y la relación cálida y amistosa se ha hecho difícil. La vida interior de muchos está sofocada y reprimida.
No es fácil así crecer y construirse. Muchas personas se sienten desguarnecidas y sin defensa ante los ataques que sufren desde fuera y desde dentro de su ser. Necesitarían esa “fuente de luz y de vida» que, a juicio del célebre psiquiatra Ronald Laing, ha perdido el hombre contemporáneo.
No parece por ello ninguna necedad escuchar el mensaje de Jesucristo que se ofrece como «piedra angular » para todo hombre que quiera construirse de manera digna.
Era costumbre entre los maestros de obra judíos seleccionar bien cada una de las piedras destinadas a la construcción de un edificio. Aplicándose a sí mismo un viejo salmo judío, Jesús pronuncia estas palabras: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora piedra angular”.
Los arquitectos de la sociedad contemporánea desechan hoy la fe como algo perfectamente inútil. ¿No será, sin embargo, ésa precisamente “la piedra angular” que podría fundamentar y rematar la construcción del hombre contemporáneo?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
7 de octubre de 1984

DESPUES DE LA MUERTE DE DIOS

Lo matamos y nos quedamos con su herencia.

Es difícil todavía hoy no estremecerse ante los gritos del loco en La Gaya Ciencia» de F. Nietzsche: «Dónde está Dios? Yo os lo voy a decir. ¡Nosotros lo hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos somos sus asesinos! Pero, ¿cómo hemos podido hacer eso?... ¿Qué hemos hecho al cortar la cadena que unía esta tierra al sol? ¿Hacia dónde se dirige ahora? ¿A dónde nos dirigimos nosotros?»
Según F. Nietzsche, el mayor acontecimiento de los tiempos modernos es que «Dios ha muerto». Dios no existe. No ha existido nunca. En cualquier caso, los hombres estamos solos para construir nuestro futuro.
Esta es la convicción profunda que se encierra en todos los proyectos de liberación que se le ofrecen al hombre moderno, sean de carácter cientifista, de inspiración marxiana o de origen freudiano.
Las religiones representan hoy una respuesta arcaica, ineficaz, insuficiente para liberar al hombre. Una respuesta ligada a una fase todavía infantil e inmadura de la historia humana.
Ha llegado el momento de emanciparnos de toda tutela religiosa. Dios es un obstáculo para la autonomía y el crecimiento del hombre. Hay que matar a Dios para que nazca el verdadero hombre. Es, una vez más, la actitud de los viñadores de la parábola: «Venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia».
La historia reciente de estos años comienza a descubrirnos que no le es tan fácil al hombre recoger la herencia de «un Dios muerto». Después de la declaración solemne de la muerte de Dios, son bastantes los que comienzan a entrever la muerte del hombre. Bastantes los que se preguntan como A. Malraux si el «verdugo de Dios» podrá sobrevivir a su víctima.
Las revoluciones socialistas no parecen haber traído consigo la libertad a la que el hombre aspira desde lo más hondo de su ser. La libre expansión de los impulsos instintivos, predicada por S. Freud, lejos de hacer surgir un hombre más sano y maduro, parece originar nuevas neurosis, frustraciones y una incapacidad cada vez más profunda para el amor de comunión. «El desarrollo científico, privado de dirección y de sentido, está convirtiendo el mundo en una inmensa fábrica» (H. Marcuse) y va produciendo no sólo máquinas que se asemejan a hombres sino «hombres que se asemejan cada vez más a máquinas» (I. Silone).
Este hombre, frustrado en sus necesidades más auténticas, víctima de la «neurosis más radical» que es la falta de sentido totalizante para su existencia, atemorizado ante la posibilidad ya real de una autodestrucción total, ¿no está necesitado más que nunca de Dios? Pero, ¿ya encontrará entre los creyentes a ese Dios capaz de hacer al hombre más responsable, más libre y más humano?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
4 de octubre de 1981

LOS FRUTOS DE UN PUEBLO

A un pueblo que produzca sus frutos.

No es una visión simple la de aquéllos que consideran «la propiedad privada, el lucro y el poder» como los pilares en los que se basa la sociedad industrial occidental.
Si analizamos las constantes que estructuran nuestra conducta social veremos que hunden sus raíces casi siempre en el deseo ilimitado de adquirir, lucrar y dominar.
Naturalmente, los frutos amargos de esta conducta son evidentes en nuestros días.
El afán de poseer va configurando normalmente un estilo de hombre insolidario, preocupado casi exclusivamente de sus bienes, indiferente al bien común de la sociedad. No olvidemos que si a la propiedad se la llama privada es precisamente porque se considera al propietario con poder para privar a los demás de su uso o disfrute.
El resultado es una sociedad estructurada en función de los intereses de los más poderosos, y no al servicio de los más necesitados y más «privados» de bienestar.
Por otra parte, el deseo ilimitado de adquirir, conservar y aumentar los propios bienes, va creando un hombre que lucha egoístamente por lo suyo y se organiza para defenderse de los demás.
Va surgiendo así una sociedad que separa y enfrenta a los individuos empujándolos hacia la rivalidad y la competencia, y no hacia la solidaridad y el mutuo servicio.
En fin, el deseo de poder hace surgir una sociedad• asentada sobre la agresividad y la violencia, y donde, con frecuencia, sólo cuenta la ley del más fuerte y poderoso.
No lo olvidemos. En una sociedad se recogen los frutos que se van sembrando en nuestras familias, nuestros centros docentes, nuestras instituciones políticas, nuestras estructuras sociales y nuestras comunidades religiosas.
Eric Fromm se preguntaba con razón: «Es cristiano el mundo occidental?». A juzgar por los frutos, la respuesta sería básicamente negativa.
Nuestra sociedad occidental apenas produce «frutos del reino de Dios»: solidaridad, fraternidad, mutuo servicio, justicia a los más desfavorecidos, perdón.
Hoy seguimos escuchando el grito de alerta de Jesús: «El reino de Dios se dará a un pueblo que produzca sus frutos». No es el momento de lamentarse estérilmente. La creación de una sociedad nueva sólo es posible si los estímulos de lucro, poder y dominio son sustituídos por los de la solidaridad y la fraternidad.

José Antonio Pagola 

HOMILIA

RIESGO

Un pueblo que produzca sus frutos.

Cuando el año setenta las tropas romanas destruyeron Jerusalén y el pueblo judío desapareció como nación, los cristianos hicieron una lectura terrible de este trágico hecho. Israel, aquel pueblo tan querido por Dios, no ha sabido responder a sus llamadas. Sus dirigentes religiosos han ido matando a los profetas enviados por él; han crucificado, por último, a su propio Hijo. Ahora, Dios los abandona y permite su destrucción: Israel será sustituido por la Iglesia cristiana.
Así leían los primeros cristianos la parábola de los «viñadores homicidas», dirigida por Jesús a los sumos sacerdotes de Israel. Los labradores encargados de cuidar la «viña del Señor» van matando uno tras otro a los criados que él les envía para recoger los frutos. Por último, matan también al hijo del propietario con la intención de suprimir al heredero y quedarse con la viña. El señor no puede hacer otra cosa que darles muerte y entregar su viña a otros labradores más fieles.
Esta parábola no fue recogida por los evangelistas para alimentar el orgullo de la Iglesia, nuevo Israel, frente al pueblo judío derrotado por Roma y dispersado por todo el mundo. La preocupación era otra: ¿Le puede suceder a la Iglesia cristiana lo mismo que le sucedió al antiguo Israel? ¿Puede defraudar las expectativas de Dios? Y si la Iglesia no produce el fruto que él espera, ¿qué caminos seguirá Dios para llevar a cabo sus planes de salvación?
El peligro siempre es el mismo. Israel se sentía seguro: tenían las Escrituras Sagradas; poseían el Templo; se celebraba escrupulosamente el culto; se predicaba la Ley; se defendían las instituciones. No parecía necesitarse nada nuevo. Bastaba conservarlo todo en orden. Es lo más peligroso que le puede suceder a una religión: que se ahogue la voz de los profetas y que los sacerdotes, sintiéndose los dueños de la «viña del señor», quieran administrarla como propiedad suya.
Es también nuestro peligro. Pensar que la fidelidad de la Iglesia está garantizada por pertenecer a la Nueva Alianza. Sentirnos seguros por tener a Cristo en propiedad. Sin embargo, Dios no es propiedad de nadie. Su viña le pertenece sólo a él. Y si la Iglesia no produce los frutos que él espera, Dios seguirá abriendo nuevos caminos de salvación.

José Antonio Pagola

lunes, 19 de septiembre de 2011

25/09/2011 - 26º domingo Tiempo ordinario (A)

Inicio ..... Ciclo A ..... Ciclo B ..... Ciclo C ..... Euskera

Homilias de José Antonio Pagola

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25 de septiembre de 2011

26º domingo Tiempo ordinario (A)

EVANGELIO

Recapacitó y fue.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 21, 28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
-«¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo:
"Hijo, ve hoy a trabajar en la viña" Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue.
Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor" Pero no fue.
¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»
Contestaron:
-«El primero.»
Jesús les dijo:
-«Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»


Palabra del Señor.

HOMILIA

2010-2011 - 25 de septiembre de 2011

EL PELIGRO DE LA RELIGION

Jesús lleva unos días en Jerusalén moviéndose en los alrededores del templo. No encuentra por las calles la acogida amistosa de las aldeas de Galilea. Los dirigentes religiosos que se cruzan en su camino tratan de desautorizarlo ante la gente sencilla de la capital. No descansarán hasta enviarlo a la cruz.
Jesús no pierde la paz. Con paciencia incansable sigue llamándolos a la conversión. Les cuenta una anécdota sencilla que se le acaba de ocurrir al verlos: la conversación de un padre que pide a sus dos hijos que vayan a trabajar a la viña de la familia.
El primero rechaza al padre con una negativa tajante: «No quiero». No le da explicación alguna. Sencillamente no le da la gana. Sin embargo, más tarde reflexiona, se da cuenta de que está rechazando a su padre y, arrepentido, marcha a la viña.
El segundo atiende amablemente la petición de su padre: «Voy, señor». Parece dispuesto a cumplir sus deseos, pero pronto se olvida de lo que ha dicho. No vuelve a pensar en su padre. Todo queda en palabras. No marcha a la viña.
Por si no han entendido su mensaje, Jesús dirigiéndose a «los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo», les aplica de manera directa y provocativa la parábola: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». Quiere que reconozcan su resistencia a entrar en el proyecto del Padre.
Ellos son los "profesionales" de la religión: los que han dicho un gran "sí" al Dios del templo, los especialistas del culto, los guardianes de la ley. No sienten necesidad de convertirse. Por eso, cuando ha venido el profeta Juan a preparar los caminos a Dios, le han dicho "no"; cuando ha llegado Jesús invitándolos a entrar en su reino, siguen diciendo "no".
Por el contrario, los publicanos y las prostitutas son los "profesionales del pecado": los que han dicho un gran "no" al Dios de la religión; los que se han colocado fuera de la ley y del culto santo. Sin embargo, su corazón se ha mantenido abierto a la conversión. Cuando ha venido Juan han creído en él; al llegar Jesús lo han acogido.
La religión no siempre conduce a hacer la voluntad del Padre. Nos podemos sentir seguros en el cumplimiento de nuestros deberes religiosos y acostumbrarnos a pensar que nosotros no necesitamos convertirnos ni cambiar. Son los alejados de la religión los que han de hacerlo. Por eso es tan peligroso sustituir la escucha del Evangelio por la piedad religiosa. Lo dijo Jesús: "No todo el que me diga "Señor", "Señor" entrará en el reino de Dios, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo"

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - RECREADOS POR JESÚS
28 de septiembre de 2008

VAN POR DELANTE

Las prostitutas os llevan la delantera.

La parábola es tan simple que parece poco digna de un gran profeta como Jesús. Sin embargo, no está dirigida al grupo de niños que corretea a su alrededor, sino a «los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo» que lo acosan cuando se acerca al templo.
Según el relato, un padre pide a dos de sus hijos que vayan a trabajar a su viña. El primero le responde bruscamente: «No quiero», pero no se olvida de la llamada del padre y termina trabajando en la viña. El segundo reacciona con una disponibilidad admirable: «Por supuesto que voy, señor»; pero todo se queda en palabras. Nadie lo verá trabajando en la viña.
El mensaje de la parábola es claro. También los dirigentes religiosos que escuchan a Jesús están de acuerdo. Ante Dios, lo importante no es «hablar» sino «hacer». Para cumplir la voluntad del Padre del cielo, lo decisivo no son las palabras, promesas y rezos, sino los hechos y la vida cotidiana.
Lo sorprendente es la aplicación de Jesús. Sus palabras no pueden ser más duras. Sólo las recoge el evangelista Mateo, pero no hay duda de que provienen de Jesús. Sólo él tenía esa libertad frente a los dirigentes religiosos: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios».
Jesús está hablando desde su propia experiencia. Los dirigentes religiosos han dicho «sí» a Dios. Son los primeros en hablar de él, de su ley y de su templo. Pero, cuando Jesús los llama a «buscar el reino de Dios y su justicia», se cierran a su mensaje y no entran por ese camino. Dicen «no» a Dios con su resistencia a Jesús.
Los recaudadores y prostitutas han dicho «no» a Dios. Viven fuera de la ley, están excluidos del templo. Sin embargo, cuando Jesús les ofrece la amistad de Dios, escuchan su llamada y dan pasos hacia la conversión. Para Jesús, no hay duda: el recaudador Zaqueo, la prostituta que ha regado con lágrimas sus pies y tantos otros... van por delante en «el camino del reino de Dios».
En este camino van por delante, no quienes hacen solemnes profesiones de fe, sino los que se abren a Jesús dando pasos concretos de conversión al proyecto de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
25 de septiembre de 2005

LAS COSAS NO SON LO QUE PARECEN

Las prostitutas os llevan la delantera.

La parábola es una de las más claras y simples. Un padre se acerca a sus dos hijos para pedirles que vayan a trabajar a la viña. El primero le responde con una negativa rotunda: «No quiero». Luego, lo piensa mejor y va a trabajar. El segundo reacciona con una docilidad ostentosa: «Por supuesto que voy, senior». Sin embargo, todo se queda en palabras pues no va a la viña.
También el mensaje de la parábola es claro y fuera de toda discusión. Ante Dios, lo importante no es «hablar» sino hacer; lo decisivo no es prometer o confesar, sino cumplir su voluntad. Las palabras de Jesús no tienen nada de original. Toda la tradición rabínica lo repite: «Los justos dicen poco y hacen mucho. Los impíos dicen mucho y no hacen nada».
Lo original es la aplicación que, según el evangelista Mateo, lanza Jesús a los dirigentes religiosos de aquella sociedad: «Os aseguro: los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». ¿Será verdad lo que dice Jesús?
Los escribas hablan constantemente de la ley: el nombre de Dios está siempre en sus labios. Los sacerdotes del templo alaban a Dios sin descanso; su boca está llena de salmos. Nadie dudaría de que están haciendo la voluntad del Padre. Pero las cosas no son siempre como parecen. Los recaudadores y las prostitutas no hablan a nadie de Dios. Hace tiempo que han olvidado su ley. Son pecadores despreciados por todos. Sin embargo, según Jesús van por delante en el camino del reino de Dios. Tal vez, porque saben estar junto a los despreciados y tener compasión de los perdidos. Es exactamente lo que quiere el Padre.
¿Qué importará el credo que pronuncian nuestros labios si vivimos sin compasión, ocupados sólo en nuestro bienestar, sin parecernos al Padre que sufre con los que sufren? ¿Qué importarán las peticiones que dirigimos a Dios para que traiga al mundo paz y justicia, si luego apenas hacemos nada por construir una vida más digna como él quiere para todos?
Los cristianos hemos llenado de palabras muy hermosas la historia de veinte siglos. Hemos construido sistemas impresionantes que recogen la doctrina cristiana con profundos conceptos. Sin embargo hoy y siempre, la verdadera voluntad del Padre la hacen aquellos que traducen en hechos el evangelio de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
29 de septiembre de 2002

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
26 de septiembre de 1999

SERÉIS LOS PRIMEROS

Las prostitutas os llevan la delantera.

Jesús conoció una sociedad estratificada, llena de barreras de separación y atravesada por complejas discriminaciones. En ella encontramos judíos que pueden entrar en el templo y paganos excluidos del culto. Personas «puras» con las que se puede tratar, y personas «impuras» a las que hay que eludir. «Prójimos» a los que se debe amar, y «no prójimos» a los que se puede abandonar. Hombres «piadosos» observantes de la ley, y «gentes malditas» que ni conocen ni cumplen lo prescrito. Personas «sanas» bendecidas por Dios, y «enfermos» malditos de Yahvé. Personas «justas», y hombres y mujeres «pecadores», de profesión deshonrosa.
La actuación de Jesús en esta sociedad resulta tan sorprendente que todavía hoy nos resistimos a aceptarla. No adopta la postura de los grupos fariseos que evitan todo contacto con impuros y pecadores. No sigue la actitud elitista de Qumrán donde se redactan listas precisas de los que quedan excluidos de la comunidad.
Jesús se acerca precisamente a los más discriminados. Se sienta a comer con publicanos. Se deja besar los pies por una pecadora. Toca con su mano a los leprosos. Busca salvar «lo que está perdido». La gente lo llama «amigo de pecadores». Con una insistencia provocativa va repitiendo que «los últimos serán los primeros», que «el hijo perdido» entrará en la fiesta y el observante quedará fuera, que los publicanos y las prostitutas van por delante de los justos en el camino del reino de Dios.
¿Quién sospecha hoy realmente que los alcohólicos, vagabundos y pordioseros, y todos los que forman el desecho de la sociedad, puedan ser un día los primeros? ¿Quién se atreve a pensar que las prostitutas, los heroinómanos o los afectados por el SIDA pueden preceder a no pocos cristianos de «vida íntegra»? Sin embargo, aunque ya casi nadie os lo diga, vosotros, los indeseables y anatematizados, tenéis que saber que el Dios revelado en Jesucristo sigue siendo realmente vuestro amigo. Vosotros podéis «entender» y acoger el perdón de Dios mejor que muchos cristianos que no sienten necesidad de arrepentir- se de nada.
Cuando nosotros os evitamos, Dios se os acerca. Cuando nosotros os humillamos, Él os defiende. Cuando os despreciamos, os acoge. En lo más oscuro de vuestra noche no estáis solos. En lo más profundo de vuestra humillación, no estáis abandonados. No hay sitio para vosotros en nuestra sociedad ni en nuestro corazón. Por eso precisamente tenéis un lugar privilegiado en el corazón de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
29 de septiembre de 1996

MÍSTICA COTIDIANA

Un hombre tenía dos hijos.

He tomado parte estos días en un Congreso Internacional de Teología que, con muy poco ruido y sin apenas eco social alguno, se ha celebrado en la ciudad de Ávila. No son tiempos para interesarse por la teología y, menos aún, si se abordan temas tan «inútiles» y poco prácticos como la evolución actual de la teología mística. Y, sin embargo, estoy convencido de que en el Congreso resonaban los interrogantes más hondos del hombre contemporáneo.
Dejando a un lado otras cuestiones de carácter más específico y técnico, quiero levantar acta de dos afirmaciones de fondo en que ha habido un consenso generalizado: la necesidad de una profunda renovación espiritual en la Iglesia, y la búsqueda de una «mística» encarnada en la vida real y concreta.
El Congreso ha sido contundente a la hora de analizar el momento actual del cristianismo: una de las causas más importantes del «desconcierto» de la Iglesia y del «desmoronamiento» de la fe de no pocos es el «vacío espiritual» o esa «ausencia de mística» analizada ampliamente por el teólogo alemán E. Biser en su importante libro «Pronóstico de la fe. Orientaciones para la época postsecularizada» (Ed. Herder).
La Iglesia anda ocupada, con frecuencia, en cuestiones que pertenecen a la «epidermis de la fe», pero apenas ayuda a vivir la experiencia de un encuentro vivo con el Dios de Jesucristo. La acción pastoral se resiente a veces de una falta alarmante de «atención a lo interior». Se ofrece doctrina religiosa, se dictan orientaciones morales, se promueven celebraciones litúrgicas, pero ¿cuándo y cómo comunica la Iglesia esta experiencia nueva y buena de un Dios Salvador, que tanto necesita el hombre de hoy?
Sin embargo —y ésta ha sido otra constante del Congreso—, nadie piensa en el retorno a una «mística neoplatónica», o a un espiritualismo alejado del mundo real y ajeno a los sufrimientos del hombre de hoy. La aportación de teólogos tan dispares como L. Bou yer, K. Rahner o H. Von Balthasar ha dejado claro que las «experiencias subjetivas» poco añaden de sustancial o verdaderamente importante a la unión del hombre con Dios, si falta una vida de amor práctico y compasivo al hermano.
Uno de los congresistas recordaba la «mística cotidiana» vivida por el judío Martín Buber, gran místico de nuestro tiempo, y leía sus propias palabras: «He abandonado o me ha abandonado a mí ‘lo religioso’ que sólo es excepción, exceso, salida y éxtasis. No poseo ahora más que la realidad ordinaria... No conozco más plenitud que la de la exigencia y responsabilidad de cada hora mortal.»
Cuando volvía de Ávila, pensaba que estas palabras de Buber son un comentario excelente a la parábola de Jesús. De los dos hijos, sólo hace la voluntad del padre el que, de hecho, va a trabajar a la viña. Ante Dios, lo importante no son las palabras, los sentimientos, las grandes efusiones o discursos, sino el amor real y efectivo vivido día a día, la «mística cotidiana».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
26 de septiembre de 1993

ACEDIA

Un hombre tenía dos hijos...

El cristianismo contemporáneo está sometido hoy a críticas muy severas, incluso desde sectores que desconocen por completo el verdadero sentido de la fe. Sin embargo, no siempre se menciona lo que puede ser el pecado clave que paraliza la vida de muchos cristianos: la apatía.
La fe queda viciada en su misma raíz por una actitud difusa de abandono y negligencia. Son «cristianos» que se niegan a vivir la alegría y la responsabilidad de su fe. Han renunciado hace ya mucho tiempo a vivir un estilo de vida coherente con sus convicciones, y su cristianismo se ha convertido en algo abstracto sin apenas repercusión en su existencia diaria.
Probablemente la teología medieval hubiera calificado su postura con el término de «acedía», que literalmente significa «descuido, desidia, indolencia». Esta «acedía» encierra una renuncia a vivir a la altura de la propia fe y juega un papel demoledor en la vida cristiana pues genera tristeza, tedio, falta de gusto por las cosas del espíritu y, en definitiva, aburrimiento religioso.
¿No es ésta la situación de bastantes «cristianos» que viven como huyendo de su propia fe y abdicando de su responsabilidad? Cristianos que viven su cristianismo «bajo mínimos’>, reduciéndolo todo a una especie de «residuo religioso» que difícilmente puede generar alegría y gozo interior. Personas que siguen confesándose creyentes pero cuya vida está dictada por criterios y comportamientos que poco tienen que ver con Jesucristo.
De ahí la actualidad de la parábola de Jesús. Lo importante no son las palabras que pronuncian los protagonistas del relato, sino la conducta real y efectiva. Sólo hace la voluntad del padre el hijo que, de hecho, va a trabajar a la viña.
Ser creyente es bastante más que confesar nuestra simpatía por algunos aspectos del cristianismo o proclamar ligeramente «soy creyente pero no practicante». Expresiones como ésta indican que no se ha comprendido en absoluto que «el Evangelio es una llamada a la responsabilidad adulta» (Harvey Cox).
Por eso, tal vez el primer paso que tiene que dar hoy el hombre o mujer que quiere tomar más en serio su vida y su fe es pararse y responder a preguntas como éstas: ¿Quién quiero ser yo? ¿Cómo quiero orientar mi vida? ¿Qué quiero vivir?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
30 de septiembre de 1990

MIEDO A LA RELIGIÓN

Un hombre tenía dos hijos...

Dorothee Sólle, tal vez la mujer teólogo de mayor prestigio en nuestros días, habla en uno de sus libros de un fenómeno social claramente observable en occidente: «el miedo a tener religión».
No está bien visto ocuparse de religión o interesarse por el hecho religioso. La misma palabra «religión» despierta en bastantes una actitud de defensa. Basta plantear la cuestión religiosa en un grupo para provocar malestar, silencios tensos o un discreto desvío de la conversación.
Practicar una religión, orar o celebrar la propia fe es visto a menudo como un comportamiento desfasado e, incluso, impropio de un hombre progresista. La religión pertenece, en opinión de muchos, a un estadio infantil de la humanidad ya superado, y no se comprende bien qué función pueda tener en una sociedad más adulta y emancipada.
Este «miedo a tener religión» puede estar provocado por factores socio-culturales diversos, pero la teólogo alemana cree ver una raíz más profunda: el hombre occidental siente miedo «ante lo absoluto de la exigencia que la religión recuerda».
Tenemos miedo a la religión porque tenemos miedo a plantearnos la vida en toda su profundidad. Nos da miedo toda experiencia que pueda poner en peligro nuestro pequeño mundo egoísta, descubrir el vacío de nuestra vida y plantearnos exigencias radicales. Preferimos seguir «funcionando sin alma», vivir sólo de pan, continuar muertos antes que exponernos al peligro de estar vivos.
Pero hay otra manera de eludir las exigencias más hondas de la existencia, y es confesar nuestra adhesión a una religión oficial y sentirnos, por ello mismo, dispensados de escuchar las exigencias concretas de Dios.
En la parábola de los dos hijos Jesús critica precisamente la postura ambigua de quienes dicen «sí» a Dios con la boca para luego decirle «no» con el comportamiento de cada día.
No hemos de sentirnos creyentes por el solo hecho de confesarnos «católicos». El carácter religioso de nuestros padres, el ambiente cristiano de la infancia o la educación recibida no son garantía de una fe auténtica.
K. Rahner solía decir de sí mismo que era un hombre «que esperaba llegar a ser cristiano». Cuando, en cierta ocasión, le preguntaba un entrevistador cómo podía hablar así después de más de cincuenta años dedicados a la investigación teológica, Rahner explicaba que «ser cristiano quiere decir siempre estar haciéndose cristiano».
Y luego, con esa humildad propia de los sabios, le revelaba una oración que él mismo repetía y que, a su juicio, cualquier cristiano, sacerdote, obispo o incluso el mismo papa puede hacer siempre: «Dios mío, ayúdame a no contentarme con creer que soy cristiano, sino haz que llegue a serlo de verdad».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
27 de septiembre de 1987

LAS PROSTITUTAS POR DELANTE

Las prostitutas os llevan la delantera.

Jesús conoció una sociedad estratificada, llena de barreras de separación y atravesada por complejas discriminaciones.
En ella encontramos judíos que pueden entrar en el templo y paganos excluidos del culto. Personas “puras” con las que se puede tratar y personas “impuras” a las que hay que eludir. “Prójimos” a los que se debe amar y “no prójimos” a los que se puede abandonar.
Hombres “piadosos” observantes de la ley y “gentes malditas” que ni conocen ni cumplen lo prescrito. Personas “sanas” bendecidas por Dios y “enfermos” malditos de Yahvé. Personas “justas” y hombres y mujeres «pecadores”, de profesión deshonrosa.
La actuación de Jesús en esta sociedad resulta tan sorprendente que todavía hoy nos resistimos a aceptarla.
No adopta la postura de los grupos fariseos que evitan todo contacto con impuros y pecadores. No sigue la actitud elitista de Qumrán donde se redactan listas precisas de los que quedan excluidos de la comunidad.
Jesús se acerca precisamente a los más discriminados. Se sienta a comer con publicanos. Se deja besar los pies por una pecadora. Toca con su mano a los leprosos. Busca salvar “lo que está perdido”; La gente lo llama «amigo de pecadores».
Con una insistencia provocativa va repitiendo que “los últimos serán los primeros”, que “el hijo perdido” entrará en la fiesta y el observante quedará fuera, que los publicanos y las prostitutas van por delante de los justos en el camino del Reino de Dios.
¿Quién sospecha hoy realmente que los alcohólicos, vagabundos y pordioseros, y todos los que forman el desecho de la sociedad, puedan ser un día los primeros? ¿Quién se atreve a pensar que las prostitutas, los heroinómanos o los afectados por el SIDA pueden preceder a no pocos cristianos de «vida íntegra”? Sin embargo, aunque ya casi nadie os lo diga, vosotros, los indeseables y anatematizados, tenéis que saber que el Dios revelado en Jesucristo sigue siendo realmente vuestro amigo.
Vosotros podéis “entender» y acoger el perdón de Dios mejor que muchos cristianos que no sienten necesidad de arrepentirse de nada.
Cuando nosotros os evitamos, Dios se os acerca. Cuando nosotros os humillamos, El os defiende. Cuando os despreciamos, os acoge.
En lo más oscuro de vuestra noche no estáis solos. En lo más profundo de vuestra humillación, no estáis abandonados.
No hay sitio para vosotros en nuestra sociedad ni en nuestro corazón. Por eso precisamente tenéis un lugar privilegiado en el corazón de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
30 de septiembre de 1984

INSTALARSE EN LA FE

Pero no fue...

Son bastantes los cristianos que terminan por instalarse cómodamente en su fe sin que su vida apenas se vea afectada lo más mínimo por su relación con Dios. Se diría que su fe es un añadido, un complemento de lujo o una nostalgia que se conserva todavía de los años de la infancia. Pero no algo nuclear que anima su vivir diario.
Cuántas veces la vida de los cristianos queda cortada en dos. Actúan, se organizan y viven como todos los demás a lo largo de los días, y el domingo dedican un cierto tiempo a dirigirse a un Dios que está ausente de sus vidas el resto de la semana.
Cristianos que se desdoblan y cambian de personalidad según se arrodillen para orar a Dios o se entreguen a sus ocupaciones diarias. Dios no penetra en su vida familiar, en su trabajo, en sus relaciones sociales, en sus proyectos o intereses.
La fe queda convertida así en una costumbre, un reflejo, una «relajación semanal» como diría J. Onimus y, en cualquier caso, en una prudente medida de seguridad para ese futuro que tal vez exista después de la muerte.
Todos hemos de preguntarnos con sinceridad qué significa realmente Dios en nuestro diario vivir. Lo que se opone a la verdadera fe no es, muchas veces, la increencia sino la falta de vida.
¿Qué importa el credo que pronuncian nuestros labios, si falta luego en nuestra vida un mínimo esfuerzo de seguimiento sincero a Jesucristo?
¿Qué importa —nos dice Jesús en su parábola— que un hijo diga a su padre que va a trabajar en la viña, si luego en realidad no lo hace? Las palabras, por muy hermosas y conmovedoras que sean, no dejan de ser palabras.
¿No hemos reducido, con frecuencia, nuestra fe a palabras, ideas o sentimientos? ¿No hemos olvidado demasiado que la fe es una actitud ante Dios que da un significado nuevo y una orientación diferente a todo el comportamiento del hombre?
Los cristianos no deberíamos ignorar que, en realidad, no creemos lo que decimos con los labios sino lo que expresamos con nuestra vida entera.
Los creyentes hemos llenado de palabras muy hermosas la historia de estos veinte siglos, hemos construido sistemas doctrinales monumentales que recogen el pensamiento cristiano con hondura, pero la verdadera fe hoy y siempre la viven aquellos hombres y mujeres que saben traducir en hechos el evangelio.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
27 de septiembre de 1981

MAS QUE PALABRAS

Después se arrepintió y fue.

Los que hemos nacido en una sociedad «cristiana» corremos el grave riesgo de no llegar a comprender correctamente el significado y la verdad de nuestra fe. Con frecuencia, nuestra visión particular de la fe, elaborada desde los primeros años de la infancia, no es sometida nunca a una verdadera revisión y no puede, por tanto, fácilmente ser purificada de parcialidades y deformaciones quizás inevitables.
De ahí que muchos se sientan «cristianos» por el mero hecho de afirmar verbalmente un credo o por estar dispuestos a aceptar un conjunto de fórmulas cuyo sentido y valor tampoco interesan demasiado.
Más de uno se considera cristiano solamente porque en el fondo de su conciencia cree poseer la respuesta verdadera al problema último del más allá.
Pero, entonces, la fe no es un impulso para vivir prácticamente según la orientación evangélica. Al contrario, puede convertirse en algo que alivia al individuo de la pesada tarea de buscar por sí mismo el verdadero sentido de la vida, y de decidir prácticamente la orientación de toda su conducta.
Erich Fromm habla de «los felices propietarios de la fe verdadera» que aceptan su religión como un «seguro de vida», sin que su fe sea impulso creativo y dinamizador de sus personas.
De ahí la actualidad de la parábola de Jesús. Lo importante no son, las palabras que pronuncian los dos protagonistas del relato sino su conducta real. Sólo hace la voluntad del padre el hijo que de hecho va a trabajar a la viña.
Ser creyente es algo más que recitar fórmulas de fe o confesar nuestra simpatía por la concepción cristiana de la vida.
No nos apresuremos a considerarnos creyentes. La fe no es algo que se posee sino un proceso que se vive. Más importante que confesarnos cristianos es esforzarse prácticamente por llegar a serlo.
La parábola de Jesús nos obliga a revisar nuestro cristianismo. La fe no consiste en pensar sino en recorrer el camino seguido por el Maestro. Somos creyentes en la medida en que la fe desencadena en nosotros una nueva manera de vivir siguiendo las huellas trazadas por él.

José Antonio Pagola

HOMILIA

PROFESIONALES DE LA RELIGIÓN

Los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera.

La parábola de Jesús es breve y clara. Un padre envía a sus hijos a trabajar en su viña. El primero le responde: «No quiero», pero después se arrepiente y va. El segundo le dice: «Ya voy», pero luego no marcha a trabajar. Jesús pregunta: ¿Quién de los dos hizo la voluntad del padre?
La parábola, dirigida por Jesús a los sacerdotes y dirigentes religiosos de Israel, es una fuerte crítica a los «profesionales» de la religión, que tienen continuamente en sus labios el nombre de Dios pero, acostumbrados a la religión, terminan por olvidar o ser insensibles a la verdadera voluntad del Padre del cielo. Según Jesús, lo único que Dios quiere es que sus hijos e hijas vivan desde ahora una vida digna y dichosa. Ése es siempre el criterio para actuar según su voluntad. Si alguien ayuda a las personas a vivir, si trata a todos con respeto y comprensión, si contagia confianza y contribuye a una vida más humana, está «haciendo» lo que desea el Padre.
Jesús advierte muchas veces a los escribas, sacerdotes y dirigentes religiosos de uno de los peligros que amenazan a los «profesionales» de la religión: hablan mucho de Dios, creen saberlo todo de él, predican en su nombre la ley, el orden y la moral. Pueden ser personas celosas y diligentes, pero pueden terminar haciendo la vida de las personas más dura y penosa de lo que ya es.
No es mala voluntad, pero hay un modo de entender lo religioso que no contribuye a una vida más plena y digna. Hay personas muy «religiosas» que acusan, amenazan y hasta condenan en nombre de Dios, sin despertar nunca en el corazón de nadie el deseo de una vida más elevada. En esa forma de entender la religión, todo parece estar en orden, todo es perfecto, todo se ajusta a la ley, pero al mismo tiempo, todo es frío y rígido, nada invita a la vida.
Al terminar la parábola, Jesús añade estas palabras terribles: «Los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios». Los excluidos oficialmente del ideal religioso, los que no saben cómo poner en orden su vida, los que aparentemente tienen poco que ver con Dios, están más cerca de él que los teólogos y sacerdotes, pues entienden y acogen mejor la comprensión y la bondad de Dios con todos.

José Antonio Pagola

lunes, 12 de septiembre de 2011

18/09/2011 - 25º domingo Tiempo ordinario (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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18 de septiembre de 2011

25º domingo Tiempo ordinario (A)

EVANGELIO

¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 20, 1-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
-«El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a *contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo:
"Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido."
Ellos fueron.
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo-. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:
¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?"
Le respondieron:
"Nadie nos ha contratado."
Él les dijo:
"Id también vosotros a mi viña."
Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz:
"Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros."
Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno.
Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo:
"Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno."
Él replicó a uno de ellos:
"Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?"
Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2010-2011 -
18 de septiembre de 2011

MIRADA ENFERMA

Jesús había hablado a sus discípulos con claridad: "Buscad el reino de Dios y su justicia". Para él esto era lo esencial. Sin embargo, no le veían buscar esa justicia de Dios cumpliendo las leyes y tradiciones de Israel como otros maestros. Incluso en cierta ocasión les hizo una grave advertencia: "Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de Dios". ¿Cómo entendía Jesús la justicia de Dios? La parábola que les contó los dejó desconcertados. El dueño de una viña salió repetidamente a la plaza del pueblo a contratar obreros. No quería ver a nadie sin trabajo. El primer grupo trabajó duramente doce horas. Los últimos en llegar sólo trabajaron sesenta minutos. Sin embargo, al final de la jornada, el dueño ordena que todos reciban un denario: ninguna familia se quedará sin cenar esa noche. La decisión sorprende a todos. ¿Cómo calificar la actuación de este señor que ofrece una recompensa igual por un trabajo tan desigual? ¿No es razonable la protesta de quienes han trabajado durante toda la jornada? Estos obreros reciben el denario estipulado, pero al ver el trato tan generoso que han recibido los últimos, se sienten con derecho a exigir más. No aceptan la igualdad. Esta es su queja: «los has tratado igual que a nosotros». El dueño de la viña responde con estas palabras al portavoz del grupo: «¿Va ser tu ojo malo porque yo soy bueno?». Esta frase recoge la enseñanza principal de la parábola. Según Jesús, hay una mirada mala, enferma y dañosa, que nos impide captar la bondad de Dios y alegrarnos con su misericordia infinita hacia todos. Nos resistimos a creer que la justicia de Dios consiste precisamente en tratarnos con un amor que está por encima de todos nuestros cálculos. Esta es la Gran Noticia revelada por Jesús, lo que nunca hubiéramos sospechado y lo que tanto necesitábamos oír. Que nadie se presente ante Dios con méritos o derechos adquiridos. Todos somos acogidos y salvados, no por nuestros esfuerzos sino por su misericordia insondable. A Jesús le preocupaba que sus discípulos vivieran con una mirada incapaz de creer en esa Bondad. En cierta ocasión les dijo así: "Si tu ojo es malo, toda tu persona estará a oscuras. Y si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!". Los cristianos lo hemos olvidado. ¡Qué luz penetraría en la Iglesia si nos atreviéramos a creer en la Bondad de Dios sin recortarla con nuestra mirada enferma! ¡Qué alegría inundaría los corazones creyentes! ¡Con qué fuerza seguiríamos a Jesús!

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - RECREADOS POR JESÚS
21 de septiembre de 2008

BONDAD ESCANDALOSA

...porque soy bueno

Probablemente era otoño y en los pueblos de Galilea se vivía intensamente la vendimia. Jesús veía en las plazas a quienes no tenían tierras propias, esperando a ser contratados para ganarse el sustento del día. ¿Cómo ayudar a esta pobre gente a intuir la bondad misteriosa de Dios hacia todos?
Jesús les contó una parábola sorprendente. Les habló de un señor que contrató a todos los jornaleros que pudo. Él mismo vino a la plaza del pueblo una y otra vez, a horas diferentes. Al final de la jornada, aunque el trabajo había sido absolutamente desigual, a todos les dio un denario: lo que su familia necesitaba para vivir.
El primer grupo protesta. No se quejan de recibir más o menos dinero. Lo que les ofende es que el señor «ha tratado a los últimos igual que a nosotros». La respuesta del señor al que hace de portavoz es admirable: « Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?».
La parábola es tan revolucionaria que, seguramente, después de veinte siglos, no nos atrevemos todavía a tomarla en serio. ¿Será verdad que Dios es bueno incluso con aquellos y aquellas que apenas pueden presentarse ante él con méritos y obras? ¿Será verdad que en su corazón de Padre no hay privilegios basados en el trabajo más o menos meritorio de quienes han trabajado en su viña?
Todos nuestros esquemas se tambalean cuando hace su aparición el amor libre e insondable de Dios. Por eso nos resulta escandaloso que Jesús parezca olvidarse de los «piadosos» cargados de méritos, y se acerque precisamente a los que no tienen derecho a recompensa alguna por parte de Dios: pecadores que no observan la Alianza o prostitutas que no tienen acceso al templo.
Nosotros seguimos muchas veces con nuestros cálculos, sin dejarle a Dios ser bueno con todos. No toleramos su bondad infinita hacia todos. Hay personas que no se lo merecen. Nos parece que Dios tendría que dar a cada uno su merecido, y sólo su merecido. Menos mal que Dios no es como nosotros. Desde su corazón de Padre, Dios sabe entenderse bien con esas personas a las que nosotros rechazamos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
18 de septiembre de 2005

BUENO CON TODOS

Porque soy bueno

Sin duda, es una de las parábolas más sorprendentes y provocativas de Jesús. Se solía llamar «parábola de los obreros de la viña». Sin embargo, el protagonista es el dueño de la viña. Algunos investigadores la llaman hoy, «parábola del patrono que quería trabajo y pan para todos».
Este hombre sale personalmente a la plaza para contratar a diversos grupos de trabajadores. A los primeros a las seis de la mañana, a otros a las nueve, más tarde a las doce del mediodía y a las tres de la tarde. A los últimos los contrata a las cinco, cuando sólo falta una hora para terminar la jornada.
Su conducta es extraña. No parece urgido por la vendimia. Lo que le preocupa es que haya gente que se quede sin trabajo. Por eso sale incluso a última hora para dar trabajo a los que nadie ha llamado. Y, por eso, al final de la jornada, les da a todos el denario que necesitan para cenar esa noche, incluso a los que no lo han ganado. Cuando los primeros protestan, ésta es su respuesta: « Vais a tener envidia porque soy bueno?».
¿Qué está sugiriendo Jesús? ¿Es que Dios no actúa con los criterios de justicia e igualdad que nosotros manejamos? ¿Será verdad que, más que estar midiendo los méritos de las personas, Dios busca responder a nuestras necesidades?
No es fácil creer en esa bondad insondable de Dios de la que habla Jesús. A más de uno le puede escandalizar que Dios sea bueno con todos, lo merezcan o no, sean creyentes o agnósticos, invoquen su nombre o vivan de espaldas a él. Pero Dios es así. Y lo mejor es dejarle a Dios ser Dios, sin empequeñecerlo con nuestras ideas y esquemas.
La imagen que no pocos cristianos se hacen de Dios es un «conglomerado» de elementos heterogéneos y hasta contradictorios. Algunos aspectos vienen de Jesús, otros del Dios justiciero del Antiguo Testamento, otros de sus propios miedos y fantasmas. Entonces, la bondad de Dios con todas sus criaturas queda como perdida en esa confusión.
Una de las tareas más importantes en una comunidad cristiana será siempre ahondar cada vez más en la experiencia de Dios vivida por Jesús. Sólo los testigos de ese Dios pondrán una esperanza diferente en el mundo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
22 de septiembre de 2002

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
19 de septiembre de 1999

BONDAD MISTERIOSA

¿ Vas a tener envidia porque yo soy bueno?

Cada vez estoy más convencido de que muchos de los que se dicen ateos, son hombres y mujeres que, cuando rechazan a Dios están rechazando en realidad un «ídolo mental» que se fabricaron cuando eran niños. La idea de Dios que llevaban en su interior y con la que han vivido durante algunos años se les ha quedado pequeña. Llegado un momento, ese Dios les ha resultado un ser extraño, incómodo y molesto y, naturalmente, se han desprendido de él.
No me cuesta nada comprender a estas personas. Dialogando con alguno de ellos, he recordado más de una vez aquellas certeras palabras del patriarca Máximos IV durante el concilio: «Yo tampoco creo en el dios en que los ateos no creen.» En realidad, el dios que han suprimido de sus vidas era una caricatura que se habían formado falsamente de él. Si han vaciado su alma de ese «dios falso», ¿no será para dejar sitio algún día al Dios verdadero?
Pero, ¿cómo puede hoy un hombre honesto y que busca la verdad, encontrarse con Dios? Si se acerca a los que nos decimos creyentes, es fácil que nos encuentre rezando no al Dios verdadero, sino a un pequeño ídolo sobre el que proyectamos nuestros intereses, miedos y obsesiones. Un Dios del que pretendemos apropiamos y al que intentamos utilizar para nuestro provecho olvidando su inmensa e incomprensible bondad con todos.
Jesús rompe todos nuestros esquemas cuando nos presenta en la parábola del «señor de la viña» a ese Dios que «da a todos su denario», lo merezcan o no, y dice así a los que protestan: « Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?»
Dios es bueno con todos los hombres, lo merezcamos o no, seamos creyentes o ateos. Su bondad misteriosa está más allá de la fe de los creyentes y de la increencia de los ateos. La mejor manera de encontrarnos con El no es discutir entre nosotros, intercambiamos palabras y argumentos que quedan infinitamente lejos de lo que El es en realidad.
Tal vez, lo primero sea dejar a un lado nuestras ideas, olvidamos de nuestros esquemas, hacer silencio en nuestro interior, escuchar hasta el fondo la vida que palpita entre nosotros... y esperar, confiar, dejar abierto nuestro ser. Dios no se oculta indefinidamente a quien lo busca con sincero corazón.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
22 de septiembre de 1996

SIN MERECERLO

… porque yo soy bueno

Uno de los rasgos más tristes de un cierto estilo de vivir es el «vaciamiento interior». Hay personas que consideran la vida del espíritu algo perfectamente inútil y superfluo. Casi todo lo que hacen tiene como objetivo alimentar su personalidad más externa y superficial. No han aprendido a vivir en contacto con lo que J. Van Ruysbroeck llamaba «el fondo» de la persona.
Por otra parte, la vida del espíritu está tan desprestigiada que, cuando alguien busca superar esta mediocridad para ocuparse más de su mundo interior, corre el riesgo de que se le acuse de evadirse de la realidad. Por lo visto, hoy es más digno y más presentable vivir sin interioridad.
Sin embargo, no es fácil vivir así. El ser humano necesita adentrarse en su propio misterio y llegar al corazón de su vida, allí donde es total y únicamente él mismo. Sin «núcleo interior», las personas se sienten desguarnecidas y sin defensa ante los ataques que sufren desde fuera y desde dentro de su ser.
Consciente o inconscientemente, estos hombres y mujeres reclaman hoy algo que no es técnica, ni ciencia, ni doctrina religiosa, sino experiencia viva del que es la «Fuente del ser» y el «Salvador» de la existencia humana. Pero, ¿quién les puede dar noticia de esa experiencia de salvación?, ¿quién la conoce?, ¿quién puede ayudar a descubrir esa «verdad interior» que libera y hace vivir?
Uno de los riesgos permanentes de las Iglesias es desarrollar una teología y una predicación de corte doctrinal, orientada a «explicar» a Dios, pero incapaz de comunicar la experiencia de su amor salvador. Naturalmente, la doctrina siempre es necesaria porque la persona busca «razones» para creer. Pero, lo que muchos necesitan hoy es descubrir en lo hondo de su ser la presencia latente de un Dios que es amor.
Los hombres de Iglesia hablamos mucho de Dios. Pero, ¿qué es lo que, en realidad, decimos con tantas palabras?, ¿no estamos, con frecuencia, encerrando a Dios en nuestra propia perspectiva, nuestros esquemas e ideas?, ¿no empobrecemos su misterio con nuestra palabrería fácil y rutinaria?, ¿no hay una manera de predicar que en vez de acercar a su misterio de amor insondable, distancia todavía más de él?
Sólo un ejemplo. Es fácil repetir rutinariamente que «Dios da a cada uno lo que se merece». Sin embargo, no es exactamente así. En la parábola de los viñadores, Jesús recuerda que Dios se asemeja más bien a ese «señor de la viña» que da a todos su denario —incluso a los que no se lo merecen— sólo porque él es bueno. Yo sé que puede escandalizar a alguno oír que Dios es bueno con todos, lo merezcan o no, sean creyentes o ateos, invoquen su nombre o vivan de espaldas a él. Pero es así. Y lo primero es dejarle a Dios ser Dios, y no empequeñecer con nuestros cálculos y esquemas su amor insondable y gratuito a todo ser humano.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
19 de septiembre de 1993

ESCANDALOSAMENTE BUENO

¿Vais a tener envidia porque yo soy bueno?

A veces se habla mucho de la importancia de creer o no creer en Dios. Pero se olvida que lo importante es saber en qué Dios cree cada uno. No es lo mismo creer en un Dios incomprensiblemente bueno con todos, que «hace salir su sol sobre buenos y malos», o creer en un Dios del orden y de la ley, con el que hay que hacer toda clase de cálculos para saber a qué atenerse.
Creer en un Dios Amigo incondicional puede ser la experiencia más liberadora y gozosa que se puede imaginar, la fuerza más vigorosa para vivir y morir. Creer en un Dios justiciero y amenazador puede convertirse, por el contrario, en la neurosis más peligrosa y destructora del ser humano.
La imagen de Dios que nos ha llegado hasta nosotros está inevitablemente amalgamada de ideas y concepciones de otras épocas, a veces con aciertos luminosos, otras, con ambigüedades peligrosas. ¿Cómo ir liberando nuestra representación de Dios de tantas falsas adherencias que se han podido ir acumulando en el fondo de nuestra conciencia?
Lo primero es dejarle a Dios ser Dios. No empequeñecerlo encerrándolo en nuestros esquemas o reduciéndolo a nuestros cálculos. Dejar que sea más grande y más humano que lo más grande y humano que hay en nosotros. No representarnos a Dios a partir de nuestra mediocridad y nuestros resentimientos; buscar más bien su verdadero rostro siguiendo a Jesús, aunque a veces esa imagen de Dios nos sorprenda y hasta «escandalice».
Nunca olvidaré el impacto que me produjo, hace ya muchos años, el descubrir que no fue el rigor o la radicalidad de Jesús lo que provocó irritación y rechazo, sino su anuncio de un Dios «escandalosamente bueno».
La parábola de los trabajadores de la viña es particularmente significativa. Su contenido es tan revolucionario que todavía no nos atrevemos a asumirlo. Y, sin embargo, el mensaje de Jesús es claro: lo mismo que «el Señor de la viña» da a todos sus obreros su «denario», lo merezcan o no, sencillamente porque su corazón es grande, así, Dios no hará injusticia a nadie, pero puede ofrecer su salvación, incluso a los que, según nuestros cálculos, no se la han ganado.
Dios es bueno con todos los hombres, lo merezcan o no, sean creyentes o sean ateos. Su bondad misteriosa desborda todos nuestros cálculos y está más allá de la fe de los creyentes y del ateísmo de los incrédulos. Ante este Dios lo único que cabe es el gozo agradecido. Olvidarnos de nuestros esquemas, hacer silencio dentro de nosotros y abrirnos confiadamente a su bondad infinita.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
23 de septiembre de 1990

DIOS NO ES UN ORDENADOR

¿ Vas a tener envidia
porque yo soy bueno?

En los últimos años de su vida, el gran teólogo alemán K. Rahner utilizaba con frecuencia una expresión un tanto rebuscada para designar a Dios. En vez de nombrarlo directamente, prefería hablar del «Misterio que de ordinario llamamos Dios».
De esta manera, según él, intentaba hacer notar que «no debemos poner bajo el nombre de Dios cualquier cosa: un anciano de barbas, un moralista tirano que vigila nuestra vida o algo semejante».
Decimos con razón que Dios es «misterio insondable», pero hemos de confesar que muchas veces los creyentes, incluidos los sacerdotes, hablamos de El como si lo hubiéramos visto y conociéramos perfectamente su modo de ver las cosas, de sentir y de actuar.
Lo peor es que, al encerrarlo en nuestras visiones estrechas y ajustarlo a nuestros esquemas, terminamos casi siempre por empequeñecerlo. El resultado es, con frecuencia, un Dios tan poco humano como nosotros y, a veces, menos humano.
Son bastantes, por ejemplo, los que sólo creen en un Dios cuyo quehacer esencial consiste en anotar los pecados y méritos de los hombres para retribuir exactamente a cada uno según sus obras. ¿Podemos imaginar un ser humano dedicado a esto durante toda su existencia?
Dios queda convertido entonces en una especie de «ordenador», de memoria prodigiosa, que va almacenando todos los datos de nuestra vida para hacerlos aparecer en pantalla en el momento de la muerte.
Este Dios no tiene corazón. Es tan pequeño y peligroso como nosotros. Lo más seguro es «estar en regla» con El, cumplir escrupulosamente los deberes religiosos y acumular méritos para asegurarnos la salvación eterna.
La parábola de «los obreros de la viña» introduce una verdadera revolución en la manera de concebir a Dios. Según Jesús, la bondad de Dios es insondable y no se ajusta a los cálculos que nosotros podamos hacer.
Dios no hará injusticia a nadie. Pero, lo mismo que el señor de la viña hace con su dinero lo que quiere, sin que nadie tenga derecho a protestar envidiosamente, así también Dios puede regalar su vida, incluso a los que no se la han ganado según nuestros cálculos.
Hemos de aprender una y otra vez a no confundir a Dios con nuestros esquemas religiosos y nuestros cálculos morales. Hemos de dejar a Dios ser más grande que nosotros. Hemos de dejarle sencillamente ser Dios.
Tenemos el riesgo de creer que somos cristianos sin haber asumido todavía ese mensaje que Jesús nos ofrece, de un Dios cuya bondad infinita llega misteriosamente hasta todos los hombres.
Probablemente, más de un cristiano se escandalizaría todavía hoy al oír hablar de un Dios a quien no obliga el derecho canónico, que puede regalar su gracia sin pasar por ninguno de los siete sacramentos, y salvar, incluso fuera de la Iglesia, a hombres y mujeres que nosotros consideramos perdidos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
20 de septiembre de 1987

CARICATURAS

¿Vas a tener envidia porque
yo soy bueno?

Cada vez estoy más convencido de que muchos de los que, entre nosotros, se dicen ateos, son hombres y mujeres que, cuando rechazan a Dios están rechazando en realidad un “ídolo mental” que se fabricaron cuando eran niños.
La idea de Dios que llevaban en su interior y con la que han vivido durante algunos años se les ha quedado pequeña. Llegado un momento, ese Dios les ha resultado un ser extraño, incómodo y molesto y, naturalmente, se han desprendido de él.
No me cuesta nada comprender a estas personas. Dialogando con alguno de ellos, he recordado más de una vez aquellas certeras palabras del patriarca Máximos IV durante el Concilio: “Yo tampoco creo en el dios en que los ateos no creen”.
En realidad, el dios que han suprimido de sus vidas era una caricatura que se habían formado falsamente de él. Si han vaciado su alma de ese “dios falso”, ¿no será para dejar sitio algún día al Dios verdadero?
Pero, ¿cómo puede hoy un hombre honesto y que busca la verdad, encontrarse con Dios?
Si se acerca a los que nos decimos creyentes es fácil que nos encuentre rezando no al Dios verdadero sino a un pequeño ídolo sobre el que proyectamos nuestros intereses, miedos y obsesiones.
Un Dios del que pretendemos apropiarnos y al que intentamos utilizar para nuestro provecho olvidando su inmensa e incomprensible bondad con todos.
Cómo rompe Jesús todos nuestros esquemas cuando nos presenta en la parábola del «señor de la viña» a ese Dios que “da a todos su denario», lo merezcan o no, y dice así a los que protestan: “¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?».
Dios es bueno con todos los hombres, lo merezcamos o no, seamos creyentes o ateos. Su bondad misteriosa está más allá de la fe de los creyentes y de la increencia de los ateos.
La mejor manera de encontrarnos con él no es discutir entre nosotros, intercambiamos palabras y argumentos que quedan infinitamente lejos de lo que El es en realidad.
Tal vez, lo primero sea dejar a un lado nuestras ideas, olvidarnos de nuestros esquemas, hacer silencio en nuestro interior, escuchar hasta el fondo la vida que palpita en nosotros... y esperar, confiar, dejar abierto nuestro ser. Dios no se oculta indefinidamente a quien lo busca con sincero corazón.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
23 de septiembre de 1984

ECLIPSE DE DIOS

¿ o vas a tener envidia porque yo soy bueno?

La parábola de los obreros en la viña nos recuerda a los creyentes 1go de suma importancia. Con un corazón lleno de envidia no se puede «entender» al Dios Bueno que anuncia Jesús.
Al hombre actual se le hace cada día más difícil encontrarse con Dios. Y, sin duda, son muchos y complejos los factores sociológicos y culturales que explican tal dificultad.
Pero no deberíamos olvidar lo que escribía J.M. Velasco hace unos años: «Es indudable que nuestra sociedad padece un eclipse de Dios y en este eclipse no hemos dejado de participar los creyentes con la interposición de una vida que transparenta más nuestros intereses, nuestras preocupaciones y nuestras obsesiones que la presencia vivificante de Dios».
Un Dios que es Amor no puede ser descubierto por la mirada interesada de unos hombres que sólo piensan en su propio provecho, utilidad o disfrute egoísta.
Un Dios que es acogida y ternura gratuita para todos no puede ser captado por hombres de alma calculadora que viven manipulándolo todo, atentos únicamente a lo que puede acrecentar su poder.
¿ Qué eco puede tener hoy, en amplios sectores de esta sociedad, hablar de un Dios que es Amor gratuito?
Hablar de amor es, para bastantes, hablar de algo hipócrita, retrógrado, ineficaz, algo perfectamente inútil en la sociedad actual. Nos basta con organizar bien nuestros egoísmos para no destruirnos unos a otros.
No es extraño que Dios se haya eclipsado convirtiéndose para muchos en algo irreal, abstracto, sin conexión alguna con su vida real.
Entonces corremos el riesgo de caer en la incredulidad total. Recordemos la experiencia de Simone de Beauvoir: «Dios se había convertido para mí en una idea abstracta en el fondo del cielo, y una tarde la borré».
No es posible creer que existimos «desde un origen amoroso» ni descubrir a Dios en la raíz misma de la vida, cuando estamos «fabricando» una sociedad donde apenas se cree en el amor.
Para muchos hombres y mujeres de hoy el camino para encontrarse de nuevo con Dios es volver a reconstruir pacientemente su vida, poniendo en todo un poco más de generosidad, desinterés, ternura y perdón. Lo más profundo de la existencia sólo se descubre desde la experiencia del amor.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
20 de septiembre de 1981

DIOS ES DISTINTO

...y recibieron un denario cada uno.

Con frecuencia, no sospechamos los creyentes que lo que nosotros «sabemos» de Dios, o lo que creemos «saber», puede ser un grave obstáculo para abrirnos al Dios genuino de Jesús.
Hemos olvidado que creer a Jesús es aprender a creer en el Dios en que él creyó. Nos aferramos a nuestros propios esquemas, nos elaboramos nuestra imagen «particular» de Dios, y no aprendemos desde Jesús y con Jesús, a vivir ante ese Padre que nos acoge como hijos y nos llama a la convivencia fraterna.
Por eso, la parbo1a del «Señor generoso y los obreros de la viña» choca profundamente con nuestra «religión particular». Y no sería extraño que también nosotros protestáramos ante la «injusticia de Dios», como los viñadores de la primera hora ante el Señor.
Porque el señor de la viña no retribuye a cada trabajador según lo que ha trabajado, sino que, a pesar de un trabajo desigual, da a todos el jornal completo que necesitan para vivir.
El pensamiento de Jesús es claro. Dios no retribuye a cada uno según sus méritos, siguiendo nuestros criterios y medidas humanas. Dios a nadie hará injusticia, pero, en su bondad infinita, puede incluso regalar a los hombres lo que éstos no se lo han merecido.
Así es Dios, y nadie puede presentarse con reclamaciones justificadas ante él. Su bondad hacia «los últimos» supera el marco estrecho de nuestras categorías de justicia.
La parábola, en su sencillez, tiene una fuerza crítica de consecuencias, a veces, totalmente olvidadas por los creyentes.
Aquí se critica cualquier postura religiosa en la que el hombre se sienta con algún derecho de reclamación ante Dios, apoyado en su práctica religiosa o en su comportamiento moral. La religión no puede ser concebida nunca como «una adquisición de derechos» ante Dios.
Precisamente por esto es condenable toda postura sectaria o monopolizadora en la que unos hombres, basándose en su ortodoxia o moralidad, se crean con derecho a poseer a Dios de una manera especial.
Ningún grupo, partido político ni comunidad religiosa puede pretender ante Dios unos derechos, con anterioridad y preferencia a otros. Sólo los pobres son los «privilegiados» de Dios, y éstos tampoco por sus méritos, sino por la bondad de Dios que defiende a los pequeños.

José Antonio Pagola

HOMILIA

DIOS ROMPE NUESTROS ESQUEMAS

Los cristianos no terminamos de creer en el Dios increíblemente bueno del que habla Jesús. Los predicadores no acertamos a presentarlo con convicción. Por eso, el mensaje evangélico, sorprendente y provocativo, no produce hoy ninguna sorpresa. Nosotros seguimos con nuestras ideas acerca de Dios.
Los exégetas consideran hoy la parábola de «los trabajadores de la viña» como una de las más revolucionarias de Jesús. El relato es conocido. El dueño de una viña va contratando obreros para que trabajen en su propiedad. Al primer grupo los contrata muy de mañana por un denario que era la cantidad que se consideraba necesaria para alimentarse cada día. A lo largo del día, va contratando a otros obreros que también van a la viña, pero trabajan mucho menos y sin soportar el peso del día y del calor. Al terminar la jornada y, aunque el trabajo ha sido desigual, sorprendentemente el dueño paga a todos un denario. Y cuando los primeros se quejan, responde así: «¿no puedo hacer lo que quiero con lo mío? ¿o vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?»
El mensaje de Jesús rompe todos nuestros esquemas. El dueño de la viña no se fija en el esfuerzo y trabajo que han realizado los diversos grupos de obreros sino en lo que necesitan para vivir. Así es Dios, dice Jesús. Aunque a nosotros nos sorprenda, Dios no está mirando nuestros méritos sino nuestras necesidades. Por eso, Dios increíblemente bueno, nos regala incluso lo que no nos merecemos. Si nos tratara según nuestros méritos, no tendríamos salida.
Alguno podría pensar que esta manera de entender la bondad de Dios llevaría a una vida irresponsable y arbitraria. Nada más contrario a la realidad pues, según Jesús, esta bondad de Dios es la que ha de inspirar nuestras relaciones y nuestra convivencia. Dicho de manera clara y sencilla: cuando nos encontramos con alguien, no hemos de preguntarnos qué se merece de nosotros sino que necesita para vivir.
Sólo señalaré un ejemplo sangrante. Ante los inmigrantes que luchan por entrar a convivir con nosotros, no hemos de preguntarnos qué derechos tienen, sino qué necesitan para vivir dignamente.

José Antonio Pagola