lunes, 31 de diciembre de 2012

06/01/2013 - La Epifanía del Señor (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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6 de enero de 2013

La Epifanía del Señor (C)



EVANGELIO

Venimos de Oriente a adorar al Rey.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 2, 1-12

Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes.
Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
-« ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.»
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron:
-«En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta:
"Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel."»
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:
-«Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.»
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.

Palabra de Dios.

HOMILIA


2012-2013 -
6 de enero de 2013

RELATO DESCONCERTANTE

Ante Jesús se pueden adoptar actitudes muy diferentes. El relato de los magos nos habla de la reacción de tres grupos de personas. Unos paganos que lo buscan, guiados por la pequeña luz de una estrella. Los representantes de la religión del Templo, que permanecen indiferentes. El poderoso rey Herodes que solo ve en él un peligro.
Los magos no pertenecen al pueblo elegido. No conocen al Dios vivo de Israel. Nada sabemos de su religión ni de su pueblo de origen. Solo que viven atentos al misterio que se encierra en el cosmos. Su corazón busca verdad.
En algún momento creen ver una pequeña luz que apunta hacia un Salvador. Necesitan saber quién es y dónde está. Rápidamente se ponen en camino. No conocen el itinerario preciso que han de seguir, pero en su interior arde la esperanza de encontrar una Luz para el mundo.
Su llegada a la ciudad santa de Jerusalén provoca el sobresalto general. Convocado por Herodes, se reúne el gran Consejo de "los sumos sacerdotes y los escribas del pueblo". Su actuación es decepcionante. Son los guardianes de la verdadera religión, pero no buscan la verdad. Representan al Dios del Templo, pero viven sordos a su llamada.
Su seguridad religiosa los ciega. Conocen dónde ha de nacer el Mesías, pero ninguno de ellos se acercará a Belén. Se dedican a dar culto a Dios, pero no sospechan que su misterio es más grande que todas las religiones, y tiene sus caminos para encontrarse con todos sus hijos e hijas. Nunca reconocerán a Jesús.
El rey Herodes, poderoso y brutal, solo ve en Jesús una amenaza para su poder y su crueldad. Hará todo lo posible para eliminarlo. Desde el poder opresor solo se puede "crucificar" a quien trae liberación.
Mientras tanto, los magos prosiguen su búsqueda. No caen de rodillas ante Herodes: no encuentran en él nada digno de adoración. No entran en el Templo grandioso de Jerusalén: tienen prohibido el acceso: La pequeña luz de la estrella los atrae hacia el pequeño pueblo de Belén, lejos de todo centro de poder.
Al llegar, lo único que ven es al "niño con María, su madre". Nada más. Un niño sin esplendor ni poder alguno. Una vida frágil que necesita el cuidado de una madre. Es suficiente para despertar en los magos la adoración.
El relato es desconcertante. A este Dios, escondido en la fragilidad humana, no lo encuentran los que viven instalados en el poder o encerrados en la seguridad religiosa. Se les revela a quienes, guiados por pequeñas luces, buscan incansablemente una esperanza para el ser humano en la ternura y la pobreza de la vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
6 de enero de 2010

SEGUIR LA ESTRELLA

Ver homilía del 06-01-2004.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
6 de enero de 2007

SEGUIR LA ESTRELLA

Ver homilía del 06-01-2004.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
6 de enero de 2004

SEGUIR LA ESTRELLA

Hemos visto salir su estrella.

Estamos demasiado acostumbrados al relato, Por otra parte, hoy apenas tiene nadie tiempo para detenerse y contemplar despacio las estrellas. Probablemente, no es sólo un asunto de tiempo. Pertenecemos a una época en la que es más fácil ver la oscuridad de la noche que los puntos luminosos que brillan en medio de cualquier tiniebla.
Sin embargo, no deja de ser conmovedor pensar en aquel viejo escritor cristiano que, al elaborar el relato midráshico de los Magos, los imaginó en medio de la noche, siguiendo la pequeña luz de una estrella. La narración respira la convicción profunda de los primeros creyentes después de la resurrección. En Jesús se han cumplido las palabras del profeta Isaías: «El pueblo que camina en tinieblas ha visto una luz grande. Habitaban en una tierra de sombras, y una luz ha brillado ante sus ojos». (Isaías 9, 1).
Sería una ingenuidad pensar que nosotros estamos viviendo una hora especialmente oscura, trágica y angustiosa. ¿No es precisamente esta oscuridad, frustración e impotencia que nosotros captamos en estos momentos, uno de los rasgos que acompañan casi siempre el caminar del hombre por la tierra?
Basta abrir las páginas de la historia. Sin duda, encontramos momentos de luz en que se anuncian grandes éxitos, se buscan grandes liberaciones, se entrevén mundos nuevos, se abren horizontes más humanos. Y luego, ¿qué viene? Revoluciones que crean nuevas esclavitudes. Logros que provocan nuevos problemas. Ideales que terminan en «soluciones a medias». Nobles luchas que acaban en «pactos mediocres». De nuevo, las tinieblas.
No es extraño que se nos diga que «ser hombre es muchas veces una experiencia de frustración». Pero no es ésa toda la verdad. A pesar de todos los fracasos y frustraciones, el hombre vuelve a recomponerse, vuelve a esperar, vuelve a ponerse en marcha en dirección a algo. Hay en el ser humano algo que le llama una y otra vez a la vida y a la esperanza. Hay siempre una estrella que vuelve a encenderse.
Para los creyentes esa estrella conduce siempre a Cristo. El cristiano no cree en cualquier mesianismo. Y por eso, no cae tampoco en cualquier desencanto. El mundo no es «un caso desesperado». No está en completa tiniebla. El mundo no sólo está mal y tiene que cambiar. El mundo está reconciliado con Dios y puede cambiar. Dios será un día el fin del exilio y las tinieblas. Luz total. Hoy sólo lo vemos en una humilde estrella que nos guía hacia Belén.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
6 de enero de 2001

ADORAR

Cayendo de rodillas, le adoraron.

El hombre actual ha quedado, en gran medida, atrofiado para descubrir a Dios. No es que sea ateo. Es que se ha hecho «incapaz de Dios». Cuando un hombre o una mujer sólo busca o conoce el amor bajo formas degeneradas y cuando su vida está movida exclusivamente por intereses egoístas de beneficio o ganancia, algo se seca en su corazón.
Cuántos viven hoy un estilo de vida que les abruma y empobrece. Envejecidos prematuramente, endurecidos por dentro, sin capacidad de abrirse a Dios por ningún resquicio de su existencia, caminan por la vida sin la compañía interior de nadie.
El gran teólogo A. Delp, ejecutado por los nazis, veía en este «endurecimiento interior» el mayor peligro para el hombre moderno. «Entonces deja el hombre de alzar hacia las estrellas las manos de su ser. La incapacidad del hombre actual para adorar, amar, venerar, tiene su causa en su desmedida ambición y en el endurecimiento de la existencia».
Esta incapacidad para adorar a Dios se ha apoderado también de muchos creyentes que sólo buscan un «Dios útil». Sólo les interesa un Dios que sirva para sus proyectos privados o sus programas socio-políticos. Dios queda así convertido en un «artículo de consumo» del que podemos disponer según nuestras conveniencias e intereses. Pero Dios es otra cosa. Dios es Amor infinito, encarnado en nuestra propia existencia. Y ante ese Dios, lo primero es adoración, júbilo, acción de gracias.
Cuando se olvida esto, el cristianismo corre peligro de convertirse en un esfuerzo gigantesco de humanización y la Iglesia en una institución siempre tensa, siempre agobiada, siempre con la conciencia de no lograr el éxito moral por el que lucha y se esfuerza.
Pero la fe cristiana, antes que nada, es descubrimiento de la Bondad de Dios, experiencia agradecida de que sólo Dios salva. El gesto de los Magos ante el Niño de Belén expresa la actitud primera de todo creyente ante Dios.
Dios existe. Está ahí, en el fondo de nuestra vida. Somos acogidos por Él. No sabemos a dónde nos quiere conducir a través de la muerte. Pero podemos vivir con confianza ante el misterio. Ante un Dios del que sólo sabemos que es Amor, no cabe sino el gozo, la adoración y la acción de gracias. Por eso, «cuando un cristiano piensa que ya ni siquiera es capaz de orar, debería tener al menos alegría» (L.Boros).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
6 de enero de 1998

BUSCAR LA VERDAD

Cayendo de rodillas lo adoraron.

¿Qué es la verdad? Ésta es la pregunta más importante que puede brotar en el corazón humano. Y sería una equivocación intentar responder precipitadamente a ella, pues si surge en nosotros es sencillamente porque no conocemos con exactitud la respuesta.
Probablemente, lo primero que hemos de decir es que la verdad no es una fórmula, una cláusula ni un dogma. La verdad no es mía ni tuya ni de nadie. No es hindú ni cristiana ni mahometana. La verdad no pertenece plenamente a ninguna persona. La verdad nos trasciende y nos exige, antes que nada, una actitud de búsqueda humilde y honesta. Por eso, sería un error que uno creyera estar en la verdad porque se agarra firmemente a su propia ideología, su cultura o su religión.
Una persona puede repetir una y otra vez fórmulas que ha ido tomando de prestado aquí y allá. Puede recitar credos que ha escuchado a sus antepasados. Puede leer muchos libros, acumular conocimientos y llegar a ser un erudito. Pero aunque sepa muchas «cosas», ¿qué sabe todavía de la verdad?
Tal vez, lo primero que hemos de preguntamos cada uno es si realmente queremos conocer la verdad. Aunque parezca extraño, es muy raro encontrarse con personas que desean y buscan la verdad. Y la razón es sencilla. Tenemos miedo a la verdad, pues intuimos que la verdad nos obligaría a desprendernos de ilusiones y engaños demasiado queridos, y nos obligaría a cambiar de vida. En realidad, no se trata de esforzarse por poseer la verdad, sino de dejar que la verdad se vaya apoderando de nosotros y nos transforme.
Pero hay algo más. Los hombres que más apasionadamente han buscado la verdad, sean poetas, místicos o científicos, parecen estar de acuerdo en una cosa: lo esencial permanece fuera de nuestro alcance, la verdad última sigue siendo misterio. La búsqueda de la verdad parece conducir al hombre hacia la adoración.
Es cierto que la cultura moderna ha pretendido borrar el misterio estableciendo, sin fundamento racional alguno, que sólo tiene que existir aquello que puede ser captado por la razón humana. Pero, ¿quiénes somos nosotros para decir que sólo existe la verdad que cabe en nuestras pequeñas mentes?
El relato de los magos es un símbolo de esa búsqueda sincera, humilde, incansable de unos hombres que buscando honestamente la verdad terminan adorando el misterio.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
6 de enero de 1995

SIN FRONTERAS

Unos magos de Oriente...

El mensaje central del relato evangélico de los magos es claro: el Salvador nacido en Belén es para todos los hombres y mujeres de la Tierra. La salvación que trae Cristo es para toda la humanidad.
Se dice que todos vivimos ya en una «aldea universal». Pero seguimos divididos en bloques, enfrentados en razas, pueblos y naciones. El amor universal que debería brotar de la fe en Jesucristo no logra unir divisiones, salvar distancias y curar rupturas.
¿Dónde ha quedado el carácter universal y católico del cristianismo? Porque hemos de reconocer que somos los cristianos quienes vivimos divididos por particularismos ideológicos y políticos, separados por discriminaciones y sectarismos de origen diverso. Nuestro amor no es universal y sin fronteras, capaz de abrirse a todos los hombres y mujeres de la Tierra, y de buscar la justicia y el bien para todos los pueblos. Encerrados en nuestros propios intereses, seguimos invocando a Dios Padre de todos, de espaldas precisamente a los más necesitados.
¿Cómo caminar hacia esa fraternidad amplia y universal que exige la adhesión al Salvador del mundo? ¿Cómo unir solidariamente a los hombres y mujeres de la Tierra, si, como ha dicho Aragón, ya no son éstos, días para vivir separados»? ¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué la fe cristiana no nos hace más universales? ¿Por qué seguimos interesados casi exclusivamente por lo nuestro?
Teilhard de Chardin escribía hace unos años estas palabras: «No es posible fijar habitualmente la mirada sobre los grandes horizontes descubiertos por la ciencia, sin que surja un deseo oscuro de ver ligarse entre los hombres una simpatía y un conocimiento crecientes, hasta que, bajo los efectos de alguna atracción divina, no existan más que un solo corazón y un alma única sobre la faz de la Tierra.»
El relato de los magos nos revela en el Niño de Belén esa «atracción divina» de la que habla Teilhard de Chardin. Ese Niño nos invita a los creyentes a ensanchar nuestro horizonte, vivir nuestra fe con amplitud universal y colaborar en la creación de una solidaridad real y efectiva entre todos los pueblos.
El relato evangélico sólo habla de unos magos o sabios. Más tarde, la tradición empezó a hablar de «tres magos», fundándose en el número de regalos que ofrecen al Niño: oro, incienso y mirra. A partir del siglo octavo, se mencionan incluso sus nombres: Melchor, Gaspar y Baltasar. Más tarde, se los considera como representantes de las tres razas entonces conocidas: blanca, amarilla y negra. De manera ingenua pero inteligente, la tradición entendía que el cristianismo estaba llamado a unir a todos los pueblos de la Tierra.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
6 de enero de 1992

FACIL Y DIFICIL

Cayendo de rodillas, lo adoraron.

Orar es tan sencillo que puede hacerlo un niño pequeño. Pero, a veces, parece tan difícil que millones de hombres son incapaces de elevar su corazón a Dios y comunicarse con él. Son bien conocidas las principales dificultades.
«Orar, ¿para qué?». Es la típica objeción de nuestro pragmatismo occidental. Lo primero que brota de ese hombre que se mueve entre la autosuficiencia y el utilitarismo. ¿Para qué le quiero a Dios? ¿Es que me va a resolver los problemas? ¿Me va a dar de comer? ¿Me va a procurar trabajo, dinero, seguridad? ¿Cómo me voy a dirigir a alguien que no me sirve para nada? Y, sin embargo, sigue siendo verdad que «no sólo de pan vive el hombre)>; o ¿es que el hombre de hoy ya no necesita paz interior, perdón, fuerza de conversión, esperanza?
«¿Orar? No tengo tiempo». Es otra reacción muy general. Porque esto no lo dice uno u otro. Lo dicen hoy muchos. No hay tiempo para orar. Tenemos el día totalmente ocupado. Imposible introducir otra tarea más. Sin embargo, sería mejor llamar a las cosas por su nombre. Siempre tenemos tiempo para lo que realmente nos interesa. Decir «no tengo tiempo para orar», ¿no equivale casi siempre a decir «Dios no me interesa»?
Cada uno sabrá cómo va construyendo su vida. Pero si un creyente no encuentra tiempo para estar con Dios, tampoco lo tendrá para estar consigo mismo, ni para estar en profundidad con las personas ni para crecer interiormente. ¿Dónde se alimentará su fe?
« ¿Orar? Es que no sé hacerlo. ¿Qué le puedo decir yo a Dios?». Son muchas las personas que hablan en términos parecidos. No saben exactamente por qué, pero se sienten bloqueadas interiormente. No aciertan a ponerse en comunicación con él.
Las razones pueden ser diferentes, pero, muchas veces, detrás de todos los razonamientos se esconde una verdad pura y llana. Sentimos miedo a la oración. Tenemos miedo a vernos tal como somos. Miedo a entrar dentro de nosotros y descubrir qué frágiles son los apoyos sobre los que se sustenta esa fachada de lo que aparentamos ser.
No nos atrevemos a afrontar nuestra propia verdad. Nos da miedo esa realidad tan deslucida de lo que verdaderamente somos y sentimos. Nos cuesta encontrarnos a solas y cara a cara con Dios, el espejo más limpio y el que mejor delata nuestras torpezas y nuestra mediocridad. La misma santa Teresa decía: «Me espanto de ver en la oración tantas verdades y tan claras».
¿Qué podemos hacer? ¿Seguir huyendo de Dios y de nosotros mismos? El episodio de los magos no es sólo un relato lleno de encanto. La búsqueda esforzada de esos hombres hasta caer de rodillas ante el Niño en actitud de adoración es una llamada que se nos hace a todos. La vida del hombre alcanza su mayor grandeza cuando sabe arrodillarse interiormente ante Dios. En él encuentra su auténtica verdad, el perdón y la paz.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
6 de enero de 1989

CREER EN UN DIOS ESCONDIDO

Se pusieron en camino.

No es fácil determinar qué es lo que hace que una persona adopte ante la vida una actitud creyente mientras otra se instala en el mundo prescindiendo totalmente de Dios.
Sin duda, la sensibilidad de cada uno, la educación, la trayectoria seguida a lo largo de la vida, el ambiente sociológico y tantos otros factores influyen de manera muy importante en las convicciones últimas que rigen nuestra vida.
Personalmente, me voy encontrando cada vez con más hombres y mujeres que desearían creer con más convicción, pero confiesan honradamente no poder hacerlo.
Han vivido intensamente los profundos cambios de estos últimos años y ya no aciertan a ver qué puede haber todavía de auténtico y verdadero en aquella fe infantil que aún recuerdan.
Muchas veces son personas que sufren una especie de “división interior”. Por una parte, se preguntan si todo lo que han creído desde niños no habrá sido un grave error o un enorme engaño. Por otra parte, sienten en su interior la nostalgia y hasta la necesidad de creer en algo o en alguien que dé un sentido último a todo.
Más de un padre me ha confesado la situación incómoda y embarazosa en que se ha encontrado ante las preguntas ingenuas pero tremendamente profundas de sus hijos pequeños.
No es fácil responder a ese niño que, mirándonos atentamente a los ojos, nos pregunta: “EA dónde ha ido el abuelo después de morir- se? ¿Cómo es el cielo? ¿Dónde está Dios?”.
En esos momentos, bastantes padres descubren con claridad que ya no les bastan las respuestas prefabricadas de siempre. El lenguaje eclesiástico, las formulaciones religiosas, los textos litúrgicos apenas les dicen ya algo que pueda encontrar eco en sus vidas.
Ese Dios en el que todavía desearían creer de verdad queda como tapado, encubierto por toda clase de prejuicios, dudas e incertidumbres. ¿Qué hacer?
Entonces, como siempre, lo más importante y decisivo es abrirse interiormente a Dios con corazón sencillo y sincero, sabiendo que Dios, como dice el profeta Isaías, es “un Dios escondido” (Is 45, 15) al que hemos de buscar a tientas.
Así buscan los magos al Señor. La estrella se les oculta una y otra vez. Es fácil entonces caer en la duda, la incertidumbre o la vacilación. Pero ellos siguen buscando y la estrella aparece de nuevo.
Dios siempre se deja encontrar por quienes lo buscan con un corazón sincero.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
6 de enero de 1986

RESPONDER A LA LUZ

La estrella comenzó a guiarlos.

Según el gran teólogo P. Tillich, la gran tragedia del hombre moderno es el haber perdido la dimensión de profundidad. Ya no es capaz de preguntar de dónde viene y a dónde va. No sabe interrogar- se por lo que hace y debe hacer de sí mismo en este breve lapso de tiempo entre su nacimiento y su muerte.
Estas preguntas no encuentran ya respuesta alguna en muchos hombres y mujeres de hoy. Más aún, ni siquiera son planteadas cuando se ha perdido esa «dimensión de profundidad».
Las generaciones actuales no tiene ya el coraje de plantearse estas cuestiones con la seriedad y hondura con que lo han hecho las generaciones pasadas. Prefieren seguir caminando en tinieblas.
Por eso, en estos tiempos, hemos de volver a recordar que ser creyente es, antes que nada, preguntar apasionadamente por el sentido de nuestra vida y estar abiertos a una respuesta, aun cuando la veamos de manera vacilante y oscura.
El relato de los magos ha sido visto por los Padres de la Iglesia como ejemplo de unos hombres que, aun viviendo en las tinieblas del paganismo, han sido capaces de responder fielmente a la luz que los l1amaba a la fe.
Son hombres que, con su actuación, nos invitan a secundar toda gracia y toda llamada que nos urge a caminar de manera fiel hacia Cristo.
Nuestro ser mismo de hombres está en juego en esta capacidad de escuchar la llamada de la gracia. Esta capacidad de ser aprehendidos por una aspiración última e incondicional.
Nuestra vida transcurre con frecuencia en la corteza de la existencia. Trabajos, reuniones, encuentros, ocupaciones diversas nos llevan y traen, y la vida se nos va pasando llenando cada instante con algo que hemos de hacer, decir, ver o planear.
Corremos el riesgo de perder nuestra propia identidad, convertirnos en una cosa más entre otras y no saber ya en qué dirección caminar.
¿Hay una luz capaz de orientar nuestra existencia? ¿Hay una respuesta a nuestros anhelos y aspiraciones más íntimas y profundas? Ciertamente esa respuesta existe. Esa luz brilla ya en ese Niño nacido en Belén.
Lo importante es descubrir que vivimos en tinieblas. Que hemos perdido el sentido fundamental de la vida. Quien descubre esto se encuentra ya muy cerca del verdadero camino.
Ojalá en medio de nuestro vivir diario, no perdamos nunca la capacidad de estar abiertos a toda luz que pueda iluminar nuestra existencia, a toda llamada que pueda dar profundidad a nuestra vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
6 de enero de 1983

SABER REGALAR

Le ofrecieron regalos.

Es una costumbre ya tradicional en estas fechas el intercambio de regalos realizado de diversas maneras. En los países nórdicos es Papá NoeI o Santa Claus el portador de la ilusión. Entre nosotros los Magos de Oriente o el Olentzero que se desliza por las chimeneas. En Rusia la legendaria Babuska. En Italia la simpática Befana. Y en muchos países el mismo Niño Jesús.
Hoy, el regalo navideño ha adquirido una importancia excepcional. Todo ha sido convenientemente explotado por una sociedad de consumo que nos invita a comprar, consumir y gastar siempre más y más.
Lo paradójico de esta sociedad es que sabe crear gestos tan humanos como el regalo, vaciándolos de su contenido ms profundo.
Regalar es un -gesto entrañablemente humano, pues expresa nuestro deseo de ofrecer algo gratis o, mejor, darnos gratuitamente al amigo o a la persona querida.
Pero, nuestra sociedad interesada y egoísta está olvidando lo que es el verdadero regalo. Corremos el riesgo de convertirlo todo en cumplimiento, interés y cálculo interesado.
Por otra parte, es más fácil dar un regalo a nuestros hijos, nuestra esposa o a las personas queridas, que ofrecerles nuestra cercanía, nuestra escucha sincera, nuestra entrega generosa y nuestro amor paciente de cada día.
Otras veces, «ponemos regalos» a nuestros hijos en una actitud de ostentación, de envidia y de sobresalir por encima de los demás. Lo importante es que la bicicleta de nuestro hijo sea más hermosa que la del vecino.
Cuántos niños sufrirán amargamente esta mañana de Reyes, al comparar con envidia su regalo con el de sus pequeños compañeros.
Estamos creando una sociedad de envidiosos que sólo disfrutan poseyendo más que los demás, sin descubrir el gozo del compartir y del regalar.
Y, mientras tanto, apenas nadie recordará el regalo que los Magos agradecen en Belén. El regalo que nos ha hecho el mismo Dios, el único que sabe regalar de verdad. El que nos ha manifestado su amor insondable regalándonos a su Hijo. «En él se nos ha manifestado el amor de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres».

José Antonio Pagola
  
Ver también:

miércoles, 26 de diciembre de 2012

01/01/2013 - Santa María, Madre de Dios (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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1 de enero de 2013

Santa María, Madre de Dios (C)



EVANGELIO

Encontraron a María y a José, y al niño. A los ocho días, le pusieron por nombre Jesús.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,16-21

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
1 de enero de 2013

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
1 de enero de 2010

PREGUNTAS DE AÑO NUEVO

Hoy comenzamos un «año nuevo». ¿Cómo será?, ¿qué espero yo del nuevo año?, ¿qué deseo de verdad?, ¿qué es lo que necesito?, ¿a qué dedicaré mi tiempo más precioso e importante?, ¿qué sería para mi algo realmente nuevo y bueno en este año que hoy comienza?
¿Viviré de cualquier manera, pasando de una ocupación a otra, sin saber exactamente qué quiero ni para qué vivo, o aprenderé a distinguir lo importante y esencial de lo que es secundario? ¿Viviré de forma rutinaria y aburrida, o aprenderé a vivir con espíritu más creativo?
¿Seguiré este año alejándome un poco más de Dios o empezaré a buscarlo con más confianza y sinceridad? ¿Seguiré un año más mudo ante él, sin abrir mis labios ni mi corazón, o brotará por fin de mi alma maltrecha una invocación pequeña, humilde pero sincera?
¿Viviré también este año preocupado sólo por mi bienestar o sabré preocuparme alguna vez de hacer felices a los demás?, ¿a qué personas me acercaré?, ¿sembraré en ellas alegría, o contagiaré desaliento y tristeza? Por donde yo pase, ¿será la vida más amable y menos dura?
¿Será un año más, dedicado a hacer cosas y más cosas, acumulando egoísmo, tensión y nerviosismo o tendré tiempo para el silencio, el descanso, la oración y el encuentro con Dios?, ¿me encerraré solo en mis problemas o viviré tratando de hacer un mundo más humano y habitable?
¿Seguiré con indiferencia las noticias que día a día me llegarán desde los países del hambre?, ¿contemplaré impasible los cuerpos destrozados de las gentes de Irak o los ahogados de las pateras?, ¿seguiré mirando con frialdad a los que vienen hasta nosotros buscando trabajo y pan? ¿Cuándo aprenderé a mirar a los que sufren con corazón responsable y solidario?
Lo «nuevo» de este año no nos vendrá de fuera. La novedad sólo puede brotar de nuestro interior. Este año será nuevo si aprendo a creer de manera nueva y más confiada, si encuentro gestos nuevos y más amables para convivir con los míos, si despierto en mi corazón una compasión nueva hacia los que sufren.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
1 de enero de 2007

TRABAJAR POR LA PAZ

Dando gloria y alabanza a Dios.

Hoy se celebra en el mundo entero el día de la Paz. En medio de una humanidad envuelta en tantas guerras y conflictos, la Iglesia desea comenzar el nuevo año elevando hasta Dios una oración por la paz.
Pero, ¿qué puede significar hoy una oración por la paz en este mundo desgarrado por tanta violencia? ¿Un entretenimiento religioso para aquellos que no saben o no se atreven a hacer nada más eficaz por lograrla? ¿Un tranquilizante cómodo que nos consuela de nuestra pasividad e inhibición?
Antes que nada, conviene recordar que nuestra oración no es para informar a Dios de la falta de paz que hay entre nosotros. No es Dios el que necesita «enterarse» de la ausencia de paz en el mundo, sino nosotros los que necesitamos descubrir los obstáculos que cada uno ponemos a la justicia y a la paz.
No es Dios quien tiene que «reaccionar», cambiar de manera de actuar y «hacer algo» para que se cumplan nuestros deseos de paz. Somos nosotros los que tenemos que cambiar para ajustar nuestras actuaciones y nuestra vida a los deseos de paz de Dios para la humanidad.
Si la oración es encuentro sincero con Dios, no lleva a la evasión y la cobardía. Al contrario, fortalece nuestra voluntad, estimula nuestra debilidad y robustece nuestro ánimo para buscar la paz y trabajar por ella incansablemente.
Quien pide la paz ardientemente, se hace más capaz para acogerla en su corazón. Más aún. Quien ora así a Dios, está haciendo ya la paz en su interior. No podrá «orar contra nadie» si no es contra su propio pecado, su ceguera, su egoísmo e intolerancia, sus reacciones de odio y venganza.
La verdadera oración convierte. Nos hace más capaces de perdón y reconciliación, más sensibles frente a cualquier injusticia, abuso y mentira. Más libres frente a cualquier manipulación.
No se puede trabajar por la paz de cualquier manera, pues introduciremos inconscientemente nuevos géneros de violencia y conflictividad entre nosotros. Con el corazón lleno de odio, condena, intolerancia y dogmatismo, se pueden hacer muchas cosas. Todo menos aportar verdadera paz a la convivencia entre los hombres. ¿No necesitaremos todos detenernos más a hacer paz en nuestro corazón? ¿No estará el mundo necesitado de más oración por la paz?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
1 de enero de 2004

PREGUNTAS DE AÑO NUEVO

María conservaba estas cosas meditándolas en su corazón.

Hoy comenzamos un «año nuevo». ¿Cómo será?, ¿qué espero yo del nuevo año?, ¿qué deseo de verdad?, ¿qué es lo que necesito?, ¿a qué dedicaré mi tiempo más precioso e importante?, ¿qué sería para mí algo realmente nuevo y bueno en este año que hoy comienza?
¿Viviré de cualquier manera, pasando de una ocupación a otra, sin saber exactamente qué quiero ni para qué vivo, o aprenderé a distinguir lo importante y esencial de lo que es secundario? ¿Viviré de forma rutinaria y aburrida, o aprenderé a vivir con espíritu más creativo?
¿Seguiré este año alejándome un poco más de Dios o empezaré a buscarlo con más confianza y sinceridad? ¿Seguiré un año más mudo ante él, sin abrir mis labios ni mi corazón, o brotará por fin de mi alma maltrecha una invocación pequeña, humilde pero sincera?
¿Viviré también este año preocupado sólo por mi bienestar o sabré preocuparme alguna vez de hacer felices a los demás?, ¿a qué personas me acercaré?, ¿sembraré en ellas alegría, o contagiaré desaliento y tristeza? Por donde yo pase, ¿será la vida más amable y menos dura?
¿Será un año más, dedicado a hacer cosas y más cosas, acumulando egoísmo, tensión y nerviosismo o tendré tiempo para el silencio, el descanso, la oración y el encuentro con Dios?, ¿me encerraré solo en mis problemas o viviré tratando de hacer un mundo más humano y habitable?
¿Seguiré con indiferencia las noticias que día a día me llegarán desde los países del hambre?, ¿contemplaré impasible los cuerpos destrozados de las gentes de Irak o los ahogados de las pateras?, ¿seguiré mirando con frialdad a los que vienen hasta nosotros buscando trabajo y pan? ¿Cuándo aprenderé a mirar a los que sufren con corazón responsable y solidario?
Lo «nuevo» de este año no nos vendrá de fuera. La novedad sólo puede brotar de nuestro interior. Este año será nuevo si aprendo a creer de manera nueva y más confiada, si encuentro gestos nuevos y más amables para convivir con los míos, si despierto en mi corazón una compasión nueva hacia los que sufren.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
1 de enero de 2001

HORAS IMPORTANTES

María conservaba estas cosas meditándolas en su corazón.

Desconocemos lo que nos espera en el nuevo año. No sabemos siquiera si lo terminaremos. Nadie lo sabe. Así caminamos los humanos a través del tiempo. Es normal que se despierten en nosotros preguntas inquietantes: ¿qué nos traerá el nuevo año?, ¿con qué me iré encontrando a lo largo de los días?, ¿tendré suerte?, ¿me irá mal?
También nos podemos preguntar: ¿cómo viviré yo este año?, ¿en qué puedo crecer?, ¿en qué me puedo estropear?, ¿me renovaré interiormente o envejeceré?, ¿será un año lleno de vida?, ¿será vacío y rutinario?
No todas las horas del nuevo año serán iguales. Habrá momentos importantes y momentos que apenas dejarán huella en nosotros. Pero, a veces, experiencias que no parecen dignas de ser registradas en un diario, pueden tener gran significado en nuestra vida. Quiero recordar algunas.
Si en algún momento de este año soy capaz de renunciar al egoísmo en el que normalmente vivo atrincherado y me decido a hacer algún gesto de bondad sin buscar contrapartidas ni exigir reconocimiento, habrá sido una hora importante.
Si en alguna circunstancia me olvido de otros intereses y actúo simplemente por honestidad, aunque sé que voy a quedar ante muchos como un imbécil, será una hora importante, pues habré recuperado mi dignidad.
Si un día de este nuevo año, decido por fin pararme a reflexionar para poner más verdad en mi vida, escuchando la voz íntima de mi conciencia, habrá sido una hora muy importante.
Si en algún momento renuncio a excusarme como acostumbro, escucho la crítica de quienes me conocen bien, y hago un esfuerzo por corregir mi vida de defectos y miserias que no aceptaría en los demás, será una hora importante, pues empezaré a cambiar.
Si un día, en vez de rezar como siempre de manera rutinaria y aburrida, me olvido de pronunciar palabras y me quedo en silencio ante Dios despertando en mi corazón la confianza y el agradecimiento, será una hora muy importante en la historia de mi fe.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
1 de enero de 1998

NUEVO AÑO

Dando gloria y alabanza a Dios.

Se ha dicho que el aburrimiento es una de las enfermedades más graves de nuestro tiempo. Las personas se aburren, se cansan de vivir, no saben ya qué hacer para sentirse vivas por dentro.
No estamos hablando de esa sensación que podemos experimentar cuando nos aburre la lectura de un libro o la conversación con una persona. Se trata de un aburrimiento más profundo, que viene desde dentro y envuelve toda la existencia de indiferencia, escepticismo y tedio. Todo parece entonces soso e insípido. Nada merece la pena. Se vive en un desierto interior.
Este aburrimiento no es una enfermedad nueva. Los medievales la llamaban acedia, y Santo Tomás de Aquino dice de ella que es la causa primera de muchos males, pues destruye de raíz el deseo de vivir de manera activa. Es normal que las personas traten de huir de este aburrimiento y vacío interior. Pero no todos los caminos son igualmente acertados.
Hay quienes buscan la huida en la diversión. Necesitan proteger su vida entreteniéndose en algo. Hay que disfrutar al máximo de todo. Pero paradójicamente, una vida dedicada al hedonismo es con frecuencia poco divertida. «La buena vida puede ser algo desesperadamente poco festivo» (J. Pieper).
Otros buscan la novedad y variedad. Tratan de romper la monotonía de su vida visitando nuevos lugares, estableciendo nuevas relaciones o cambiando sus hábitos y costumbres. Todo puede ser ayuda positiva. Pero la novedad ha de venir de dentro hacia fuera, no de fuera hacia dentro.
La verdadera liberación consiste en descubrir de nuevo un sentido a la vida. Recuperar «el amor creador», que es lo más contrario al aburrimiento. Despertar nuestra vida interior, cuidarla mejor, enriquecerla.
Hoy comenzamos un año nuevo. ¿Cómo será? ¿Estará marcado por el aburrimiento o por el amor creativo? ¿Será un año dedicado a «hacer cosas», resolver asuntos, asegurar mi pequeño bienestar, acumular egoísmo, nerviosismo y tensión? ¿Será un año en que aprenderé a ser más humano? ¿Sabré amar con más ternura y dedicación?
¿Qué tiempo dedicaré al silencio, a la intimidad, al descanso, a la amistad, a la oración y al encuentro con Dios? ¿A qué personas me acercaré, a quienes podré hacer un poco más felices, en quién despertaré un poco de alegría y esperanza?
¿Qué es lo que realmente quiero yo de este año? ¿Será un año vacío, aburrido, triste y rutinario? ¿Será un año en que crecerá mi fe y aumentará mi esperanza? ¿Será un año que me acercará a la vida eterna?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
1 de enero de 1995

LA PAZ ES POSIBLE

Dando gloria y alabanza a Dios.

Con el título “También hoy es posible la paz. Hagámosla”, el obispo de San Sebastián, José María Setién, publicaba hace un año una carta pastoral sobre la pacificación en el País Vasco. El escrito, lleno de realismo y esperanza, es, al mismo tiempo, una llamada a construir la paz. Recojo algunas de sus afirmaciones más importantes, en este Día Mundial de la Paz.
La paz habrá de alcanzarse a través de procesos que sean ellos mismos pacíficos y, por ello, pacificadores... Las acciones que atentan directamente contra los derechos fundamentales de personas concretas son incompatibles con la justicia de un proceso de paz.
Decimos con rotundidad que NO a los asesinatos, a los secuestros, a las amenazas y a los chantajes de ETA, lo mismo que decimos NO a las torturas, a los malos tratos y a las violaciones de los derechos reconocidos a los presos. Ese NO... se convierte en un SÍ radical a la dignidad humana y a los derechos que la protegen, y también a la pacificación social.
La calle no debe ser objeto de conquista para nadie. La calle es patrimonio de todos, como lo es el espacio público del que necesitamos para no asfixiarnos... Se ha de afirmar el derecho a un uso plural de los espacios públicos, sin violencias ni contaminaciones que hagan impracticable e irrespirable el clima que en ellos se pueda crear. No es verdad que cada cual puede hacer lo que quiera en la calle y con la calle, solamente porque ello pueda serle útil.
Hay que saber distinguir entre lo que es el ejercicio de la libre expresión y manifestación, propias de una sociedad democrática, y lo que es la «lucha» que lleva consigo la agresión contra los derechos de las personas y contra los bienes materiales públicos o de personas y entidades privadas.
No trabaja al servicio de la paz quien responde con agresión a la agresión. Para rechazar las agresiones injustas deben buscarse caminos distintos de la confrontación cívica... Un pueblo debe tener y debe ejercer los medios legítimos para la eliminación de la violencia callejera.
La búsqueda colectiva de la verdad, necesaria para podernos entender, exige afirmar y asegurar el clima de libertad necesario para poder decirla, con exclusión de las amenazas veladas o manifiestas que traten de amordazarla. Nadie tiene derecho a machacar a cuantos, desde las diversas perspectivas y caminos de acceso a la verdad, tratan de hacer su aportación en favor de la clarificación de los hechos, de sus causas y de lo que cree ser un paso hacia adelante al servicio de la justicia y de la paz.
Dialogar no quiere decir dar por bueno lo hecho por aquel con quien se dialoga. Lo que el diálogo debe buscar no es otra cosa que el cambio de la situación dolorosa en que nos hallamos, para dar así el paso a una situación normalizada y más humana.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
1 de enero de 1992

POR LA PAZ

Dando gloria y alabanza a Dios.

Hoy se celebra en el mundo entero el Día de la Paz. En medio de una humanidad envuelta en tantas guerras y conflictos, la Iglesia desea comenzar el nuevo año elevando hasta Dios una oración por la paz.
Pero, ¿qué puede significar hoy una oración por la paz en este pueblo desgarrado por tanta violencia? ¿Un entretenimiento religioso para aquellos que no saben o no se atreven a hacer nada más eficaz por lograrla? ¿Un tranquilizante cómodo que nos consuela de nuestra pasividad e inhibición?
Antes que nada, conviene recordar que nuestra oración no es para informar a Dios de la falta de paz que hay entre nosotros. No es Dios el que necesita «enterarse» de la ausencia de paz en el mundo, sino nosotros los que necesitamos descubrir los obstáculos que cada uno ponemos a la justicia y a la paz.
No es Dios quien tiene que «reaccionar», cambiar de manera de actuar y «hacer algo» para que se cumplan nuestros deseos de paz. Somos nosotros los que tenemos que cambiar para ajustar nuestras actuaciones y nuestra vida a los deseos de paz de Dios para la humanidad.
Si la oración es encuentro sincero con Dios, no lleva a la evasión y la cobardía. Al contrario, fortalece nuestra voluntad, estimula nuestra debilidad y robustece nuestro ánimo para buscar la paz y trabajar por ella incansablemente.
Quien pide la paz ardientemente, se hace más capaz para acogerla en su corazón. Más aún. Quien ora así a Dios, está haciendo ya la paz en su interior. No podrá «orar contra nadie» si no es contra su propio pecado, su ceguera, su egoísmo e intolerancia, sus reacciones de odio y venganza.
La verdadera oración convierte. Nos hace más capaces de perdón y reconciliación, más sensibles frente a cualquier injusticia, abuso y mentira. Más libres frente a cualquier manipulación.
No se puede trabajar por la paz de cualquier manera, pues introduciremos inconscientemente nuevos géneros de violencia y conflictividad entre nosotros. Con el corazón lleno de odio, condena, intolerancia y dogmatismo, se pueden hacer muchas cosas. Todo menos aportar verdadera paz a la convivencia entre los hombres. ¿No necesitaremos todos detenernos más a hacer paz en nuestro corazón? ¿No estará este pueblo necesitado de más oración por la paz?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
1 de enero de 1989

ORACION PARA NOCHEVIEJA

María conservaba todas estas cosas.

Señor, antes de entrar en el bullicio y el aturdimiento del fin de año, quiero esta tarde encontrarme contigo despacio y con calma.
Son pocas las veces que lo hago. Tú sabes que ya no acierto a rezar. He olvidado aquellas oraciones que me enseñaron de niño y no he aprendido a hablar contigo de otra manera más viva y concreta.
Señor, en realidad, ya no sé muy bien si creo en Tí Han pasado tantas cosas estos años. Ha cambiado tanto la vida y he envejecido tanto por dentro. Yo quisiera sentirte más vivo y más cercano. Me ayudaría a creer. Pero me resulta todo tan difícil.
Y sin embargo, Señor, yo te necesito. A veces me siento muy mal dentro de mí. Van pasando los años y siento el desgaste de la vida. Por fuera todo parece funcionar bien: el trabajo, la familia, los hijos. Cualquiera me envidiaría. Pero yo no me siento bien.
Ya ha pasado un año más. Esta noche comenzaremos un año nuevo, pero yo sé que todo seguirá igual. Los mismos problemas, las mismas preocupaciones, los mismos trabajos. Y así, ¿hasta cuándo?
Cuánto desearía poder renovar mi vida desde dentro. Encontrar en mí una alegría nueva, una fuerza diferente para vivir cada día. Cambiar, ser mejor conmigo mismo y con todos.
Pero a mi edad no se pueden esperar grandes cambios. Estoy ya demasiado acostumbrado a un estilo de vida. Ni yo mismo creo demasiado en mi transformación.
Por otra parte, Tú sabes cómo me dejo arrastrar por la agitación de cada día. Tal vez por eso no me encuentro casi nunca contigo. Tú estás dentro de mí y yo ando casi siempre fuera de mí mismo. Tú estás conmigo y yo ando perdido en mil cosas.
Si al menos te sintiera como mi mejor Amigo. A veces pienso que eso lo cambiaría todo. Qué alegría si yo no te tuviera esa especie de temor que no sé de dónde brota pero que me distancia tanto de Tí
Señor, graba bien en mi corazón que Tú hacia mí sólo puedes sentir amor y ternura. Recuérdame desde dentro que Tú me aceptas tal como soy, con mi mediocridad y mi pecado, y que me quieres incluso aunque no cambie.
Señor, se me va pasando la vida y, a veces, pienso que mi gran pecado es no terminar de creer en Ti y en tu amor. Por eso, esta noche yo no te pido cosas. Sólo que despiertes mi fe lo suficiente para creer que Tú estás siempre cerca y me acompañas.
Que a lo largo de este año nuevo no me aleje mucho de Tí Que sepa encontrarte en mis sufrimientos y mis alegrías. Entonces tal vez cambiaré. Será un año nuevo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
1 de enero de 1986

CON CONFIANZA

Al cumplirse los ocho días.

Sin fe, nuestro calendario no es otra cosa que la medida de las rotaciones de la tierra. En veinticuatro horas gira la tierra en torno a sí misma y en trescientos sesenta y cinco días, en torno al sol. El día y el año no son, en definitiva, más que medidas puramente mecánicas.
Así, el tiempo es como un círculo. Una marcha circular que se repite siempre de nuevo. La tierra va realizando su carrera, prescindiendo de los sufrimientos y las esperanzas de los hombres y mujeres que viven sobre ella.
Sólo la fe transforma el tiempo y le da sentido. A lo largo del año celebramos los creyentes las fiestas que nos recuerdan las acciones de Dios, desde el nacimiento de Jesús hasta la resurrección de Cristo.
La celebración de estas fiestas es algo totalmente distinto del discurrir de los días. Es la celebración del amor inagotable de Dios que nos conduce hacia la eternidad.
Así, el comienzo cristiano del año con la celebración de la Navidad, es algo totalmente distinto del inicio de un año civil. Es comenzar un nuevo paso hacia la eternidad de Dios apoyados en la fe en ese mismo Dios encarnado entre los hombres.
Por eso, todos los años, en el umbral del nuevo año, la Iglesia nos presenta unas palabras de la Carta a los gálatas donde se nos invita a gritar: «Abba», Padre. La Iglesia nos sugiere esas palabras para despertar en nosotros una confianza que nos ayude a caminar hacia el nuevo año consolados y animosos.
No nos resulta fácil a los hombres de hoy poner esta invocación en nuestra boca. Nos falta la ingenuidad y el espíritu filial que nos haga gritar: ¡Padre! Nos resistimos a presentarnos ante Dios como niños débiles, acostumbrados como estamos a defender nuestra posición de adultos ante todos.
Sin embargo, tenemos la experiencia amarga del pasado. Cuando queremos caminar solos por la vida, terminamos encontrándonos con nuestra propia impotencia. ¿No haremos tampoco este año la experiencia nueva de vivir con más confianza en el Padre? ¿Por qué no va a ser posible en estos tiempos modernos vivir con esa confianza profunda en Dios?
No sabemos lo que nos espera en el nuevo año, pero sabemos que nos espera Dios. No conocemos los problemas, conflictos, sufrimientos y soledades que pueden sacudir nuestro corazón, pero siempre podremos invocar a Dios. No sabemos qué pecados cometeremos y en qué errores caeremos, pero siempre podremos contar con su perdón.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
1 de enero de 1983

COMENZAR UN AÑO NUEVO

Al cumplirse los ocho días.

No es fácil comenzar un año nuevo. El paso del tiempo y la proximidad cada vez mayor de la vejez y de la muerte es algo que resulta insoportable al hombre contemporáneo.
Por eso, no es extraño que, al despedir el año que ha pasado y comenzar otro nuevo, muchos necesiten olvidar, aturdirse, engañarse a sí mismos y desearse una vida nueva y feliz. Cuántos comenzarán el año en la mentira de una cena, celebrada entre ruidosas carcajadas, copas de champagne, gran «cotillón» y augurios de felicidad y prosperidad.
Y en las próximas horas nos encontraremos por las calles y nos repetiremos la misma mentira: «Año nuevo, vida nueva».
Pero, no será así. Comenzará un año nuevo. Pero, nuestra vida continuará siendo casi la misma. Porque continuarán nuestros viejos problemas, nuestros enfrentamientos y nuestras luchas de siempre.
Llegará un nuevo año. Pero, seguiremos cometiendo los mismos errores y repitiendo los mismos fallos. Y seguiremos estropeando cada día nuestra vida y obstaculizando a cada momento nuestra convivencia.
Y, sin embargo, hay un deseo verdadero y real en muchos hombres, al comenzar el año nuevo. Ese día es tradicionalmente la Jornada Mundial por la Paz. Parece como que los hombres deseamos resumir en esa palabra, todos nuestros deseos de vida, justicia, convivencia y felicidad verdaderas.
Los Obispos de nuestras diócesis, siguiendo el mensaje del Papa, han querido dirigirnos, al comienzo del año, una llamada a construir esa paz, poniendo más verdad en nuestras vidas y en nuestra sociedad.
Su palabra es la de unos hombres que creen que una nueva paz es posible entre nosotros, si sabemos buscarla desde una postura de sinceridad, verdad y diálogo.
Durante estos últimos años se ha ido extendiendo entre nosotros la falsa idea de que nuestros problemas sólo se pueden resolver por la fuerza y la lucha violenta. Por eso, estamos acostumbrados a ver que cada uno tiende a imponer, por cualquier medio y a cualquier precio, sus propias convicciones, esquemas y proyectos.
Necesitamos creer más en el hombre y en su capacidad de ir resolviendo los problemas desde una postura sincera de diálogo.
Nuestros Obispos han apostado por «la fuerza pacificadora de quienes buscan sinceramente la verdad, por el diálogo en la acción política». Si su voz tuviera acogida, sería realmente un año nuevo.

José Antonio Pagola