lunes, 30 de julio de 2012

05/08/2012 - 18º domingo Tiempo ordinario (B)

Inicio ..... Ciclo A ..... Ciclo B ..... Ciclo C ..... Euskera ... Multilingue


Homilias de José Antonio Pagola

Para leer, compartir, bajarse o imprimir las homilias de José Antonio Pagola del domingo haz "clic" sobre el título del domingo, o haz "clic" sobre Ciclo A, Ciclo B o Ciclo C, en el menú superior para leer las homilias de cada ciclo.


------------------------------------------------------------------------------------------------------------

5 de agosto de 2012

18º domingo Tiempo ordinario (B)


EVANGELIO

El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed.

+ Lectura del santo Evangelio según San Juan. 6, 24-35

En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».
Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?». Respondió Jesús: «La obra que Dios quiere es esta: que creáis en el que él ha enviado». Le replicaron: «,Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Les dio a comer pan del cielo”». Jesús les replicó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
5 de agosto de 2012

PAN DE VIDA

¿Por qué seguir interesándonos por Jesús después de veinte siglos? ¿Qué podemos esperar de él? ¿Qué nos puede aportar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿Nos va a resolver acaso los problemas del mundo actual? El evangelio de Juan habla un diálogo de gran interés, que Jesús mantiene con una muchedumbre a orillas del lago Galilea.
El día anterior han compartido con Jesús una comida sorprendente y gratuita. Han comido pan hasta saciarse. ¿Cómo lo van a dejar marchar? Lo que buscan es que Jesús repita su gesto y los vuelva a alimentar gratis. No piensan en nada más.
Jesús los desconcierta con un planteamiento inesperado: "Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el que perdura hasta la vida eterna". Pero ¿cómo no preocuparnos por el pan de cada día? El pan es indispensable para vivir. Lo necesitamos y debemos trabajar para que nunca le falte a nadie.
Jesús lo sabe. El pan es lo primero. Sin comer no podemos subsistir. Por eso se preocupa tanto de los hambrientos y mendigos que no reciben de los ricos ni las migajas que caen de su mesa. Por eso maldice a los terratenientes insensatos que almacenan el grano sin pensar en los pobres. Por eso enseña a sus seguidores a pedir cada día al Padre pan para todos sus hijos.
Pero Jesús quiere despertar en ellos un hambre diferente. Les habla de un pan que no sacia solo el hambre de un día, sino el hambre y la sed de vida que hay en el ser humano. No lo hemos de olvidar. En nosotros hay un hambre de justicia para todos, un hambre de libertad, de paz, de verdad. Jesús se presenta como ese Pan que nos viene del Padre, no para hartarnos de comida sino "para dar vida al mundo".
Este Pan, venido de Dios, "perdura hasta la vida eterna". Los alimentos que comemos cada día nos mantienen vivos durante años, pero llega un momento en que no pueden defendernos de la muerte. Es inútil que sigamos comiendo. No nos pueden dar vida más allá de la muerte.
Jesús se presenta como ese Pan de vida eterna. Cada uno ha de decidir cómo quiere vivir y cómo quiere morir. Pero, creer en Cristo es alimentar en nosotros una fuerza indestructible, empezar a vivir algo que no terminará con nuestra muerte. Seguir a Jesús es entrar en el misterio de la muerte sostenidos por su fuerza resucitadora.
Al escuchar sus palabras, aquellas gentes de Cafarnaún le gritan desde lo hondo de su corazón: "Señor, danos siempre de ese pan". Desde nuestra fe vacilante, nosotros no nos atrevemos a pedir algo semejante. Quizás, solo nos preocupa la comida de cada día. Y, a veces, solo la nuestra.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
2 de agosto de 2009

EL CORAZÓN DEL CRISTIANISMO

Que creáis en el que él os ha enviado.

La gente necesita a Jesús y lo busca. Hay algo en él que los atrae, pero todavía no saben exactamente por qué lo buscan ni para qué. Según el evangelista, muchos lo hacen porque el día anterior les ha distribuido pan para saciar su hambre.
Jesús comienza a conversar con ellos. Hay cosas que conviene aclarar desde el principio. El pan material es muy importante. Él mismo les ha enseñado a pedir a Dios «el pan de cada día» para todos. Pero el ser humano necesita algo más. Jesús quiere ofrecerles un alimento que puede saciar para siempre su hambre de vida.
La gente intuye que Jesús les está abriendo un horizonte nuevo, pero no saben qué hacer, ni por dónde empezar. El evangelista resume sus interrogantes con estas palabras: « y ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? ». Hay en ellos un deseo sincero de acertar. Quieren trabajar en lo que Dios quiere, pero, acostumbrados a pensarlo todo desde la Ley, preguntan a Jesús qué obras, prácticas y observancias nuevas tienen que tener en cuenta.
La respuesta de Jesús toca el corazón del cristianismo: «la obra (¡en singular!) que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado». Dios sólo quiere que crean en Jesucristo pues es el gran regalo que él ha enviado al mundo. Ésta es la nueva exigencia. En esto han de trabajar. Lo demás es secundario.
Después de veinte siglos de cristianismo, ¿no necesitamos descubrir de nuevo que toda la fuerza y la originalidad de la Iglesia está en creer en Jesucristo y seguirlo? ¿No necesitamos pasar de la actitud de adeptos de una religión de "creencias" y de "prácticas" a vivir como discípulos de Jesús?
La fe cristiana no consiste primordialmente en ir cumpliendo correctamente un código de prácticas y observancias nuevas, superiores a las del antiguo testamento. No. La identidad cristiana está en aprender a vivir un estilo de vida que nace de la relación viva y confiada en Jesús el Cristo. Nos vamos haciendo cristianos en la medida en que aprendemos a pensar, sentir, amar, trabajar, sufrir y vivir como Jesús.
Ser cristiano exige hoy una experiencia de Jesús y una identificación con su proyecto que no se requería hace unos años para ser un buen practicante. Para subsistir en medio de la sociedad laica, las comunidades cristianas necesitan cuidar más que  nunca la adhesión y el contacto vital con Jesús el Cristo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS

EL MEJOR TRABAJO

Los trabajos que Dios quiere.

El evangelista Juan va ofreciendo su visión de la fe cristiana elaborando discursos y conversaciones entre Jesús y la gente a orillas del lago de Galilea. Jesús les habla de que no trabajen por cualquier cosa, que no piensen sólo en un «alimento perecedero». Lo importante es trabajar teniendo como horizonte «la vida eterna».
Sin duda, es así. Jesús tiene razón. Pero, ¿cuál es el trabajo que quiere Dios? Ésta es la pregunta de la gente: ¿cómo podemos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere? La respuesta de Jesús no deja de ser desconcertante. El único trabajo que Dios quiere es éste: «que creáis en el que Dios os ha enviado».
«Creer en Jesús» no es una experiencia teórica, un ejercicio mental. No consiste simplemente en una adhesión religiosa. Es un «trabajo» en el que sus seguidores han de ocuparse a lo largo de su vida. Creer en Jesús es algo que hay que cuidar y trabajar día a día.
«Creer en Jesús» es configurar la vida desde él, convencidos de que su vida fue verdadera: una vida que conduce a la vida eterna. Su manera de vivirle a Dios como Padre, su forma de reaccionar siempre con misericordia, su empeño en despertar esperanza es lo mejor que puede hacer el ser humano.
«Creer en Jesús» es vivir y trabajar por algo último y decisivo: esforzarse por un mundo más humano y justo; hacer más real y más creíble la paternidad de Dios; no olvidar a quienes corren el riesgo de ser olvidados por todos, incluso por las religiones. Y hacer todo esto sabiendo que nuestro pequeño compromiso, siempre pobre y limitado, es el trabajo más humano que podemos hacer.
Por eso, desentendernos de la vida de los demás, vivirlo todo con indiferencia, encerrados sólo en nuestros intereses, ignorar el sufrimiento de gente que encontramos en nuestro camino, son actitudes que encontramos en nuestro camino, son actitudes que indican que no estamos «trabajando» nuestra fe en Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
3 de agosto de 2003

NOSTALGIA DE ETERNIDAD

Trabajad... por el alimento que perdura.

Cuando observamos que los años van deteriorando inexorablemente nuestra salud y que también nosotros nos vamos acercando hacia el final de nuestros días, algo se rebela en nuestro interior. ¿Por qué hay que morir si desde lo hondo de nuestro ser algo nos dice que estamos hechos para vivir?
El recuerdo de que nuestra vida se va gastando día a día sin detenerse, hace nacer en nosotros un sentimiento de impotencia y pena. La vida debería ser más hermosa para todos, más gozosa, más larga. En el fondo, todos anhelamos una vida feliz y eterna.
Siempre ha sentido el ser humano nostalgia de eternidad. Ahí están los poetas de todos los pueblos cantando la fugacidad de la vida, o los grandes artistas tratando de dejar una obra inmortal para la posteridad, o, sencillamente, los padres queriendo perpetuarse en sus hijos más queridos.
Aparentemente, hoy las cosas han cambiado. Los artistas afirman no pretender trabajar para la inmortalidad, sino sólo para la época. La vida va cambiando de manera tan vertiginosa que a los padres les cuesta reconocerse en sus hijos. Sin embargo, la nostalgia de eternidad sigue viva aunque, tal vez, se manifieste de manera más ingenua.
Hoy se intenta por todos los medios detener el tiempo, dando culto a la juventud y a lo joven. El hombre moderno no cree en la eternidad y, al mismo tiempo, se esfuerza por eternizar un tiempo privilegiado de su existencia. No es dificil ver cómo el horror al envejecimiento y el deseo de agarrarse a la juventud lleva a veces a comportamientos cercanos al ridículo.
Se ha hecho a veces burla de los creyentes diciendo que, ante el temor a la muerte, se inventan un cielo donde proyectan inconscientemente sus deseos de eternidad. Y apenas critica nadie ese neorromanticismo moderno de quienes sueñan inconscientemente con instalarse en una «eterna juventud».
Cuando el hombre busca eternidad, no está buscando establecerse en la tierra de una manera un poco más confortable y durar un poco más que en la actualidad. Lo que el hombre anhela no es perpetuar para siempre esa mezcla de gozos y sufrimientos, éxitos y decepciones que ya conoce, sino encontrar una vida de calidad definitiva que responda plenamente a su sed de felicidad.
El evangelio nos invita a «trabajar por un alimento que no perece sino que perdura dando vida eterna». El creyente es un hombre que se preocupa de alimentar lo que en él hay de eterno, enraizando su vida en un Dios que vive para siempre y en un amor que es «más fuerte que la muerte».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR

ALGO MÁS

Trabajad no por el alimento que perece.

Es un tópico hablar hoy de consumismo. Nos parece lo más normal. Se siguen abriendo nuevos centros comerciales e hipermercados. Los restaurantes multiplican sus ofertas. Cada vez es mayor la profusión de productos que uno puede elegir y el número de cadenas que puede seleccionar. Todo está ahí a nuestra disposición: objetos, servicios, viajes, música, programas, vídeos.
Ya no son las religiones ni los pensadores los que marcan las pautas de comportamiento o el estilo de vida. La «nueva sociedad» está dirigida cada vez más por la moda consumista. Hay que disfrutar de lo último que se nos ofrece, conocer nuevas sensaciones y experiencias. La lógica de «satisfacer deseos» lo va impregnando todo desde niños.
Está naciendo lo que el profesor G. Lipotvesky llama el «individuo-moda», de personalidad y gustos fluctuantes, sin lazos profundos, atraído por lo efímero. Un individuo sin mayores ideales ni aspiraciones, ocupado sobre todo en disfrutar, tener cosas, estar en forma, vivir entretenido y relajarse. Un individuo más interesado en conocer el parte meteorológico del fin de semana o los resultados deportivos que el sentido de su vida.
No hemos de demonizar esta sociedad. Es bueno vivir en nuestros días y tener tantas posibilidades para alimentar las diversas dimensiones de la vida. Lo malo es quedarse vacío por dentro, atrapado sólo por «necesidades superficiales». Dejar de hacer el bien para buscar sólo el bienestar, vivir ajenos a todo lo que no sea el propio interés, caer en la indiferencia, olvidar el amor.
No es superfluo recordar en nuestra sociedad la advertencia de Jesús: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna». El mismo Lipotvesky, que tanto subraya en sus obras los aspectos positivos de la moda consumista, no duda en recordar que «el hombre actual se caracteriza por la vulnerabilidad». Cuando el individuo se alimenta sólo de lo efímero se queda sin raíces ni consistencia interior. Cualquier adversidad provoca una crisis, cualquier problema adquiere dimensiones desmesuradas. Es fácil caer en la depresión o el sinsentido. Sin alimento interior la vida corre peligro. No se puede vivir sólo de pan. Se necesita algo más.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
3 de agosto de 1997

EL GRITO A DIOS

Danos siempre de ese pan.

La oración no es un fenómeno extraño, propio de personas raras. Es exactamente lo contrario. La verdadera súplica a Dios sólo puede nacer en el ser humano cuando la persona es capaz de vivir su existencia hasta el fondo. Pensemos un poco cómo se gesta la oración en el corazón humano.
El hombre es un «ser de necesidades». Nunca es plenamente lo que quiere ser, nada satisface del todo su deseo. Y, al verse necesitado, el ser humano grita: «Tengo hambre, siento miedo, deseo ser amado, estoy agobiado, me muero.» Este grito es al mismo tiempo una llamada. La persona no sólo grita su necesidad. Su grito se dirige a alguien para que venga en su ayuda. Independientemente de sus creencias religiosas, hay un hecho básico que no es posible ignorar. El ser humano es un mendigo, y su existencia es siempre, de alguna manera, grito, llamada y petición de ayuda.
Pero el ser humano no sólo necesita cosas, objetos o soluciones para sus diferentes problemas. En el fondo de esas necesidades concretas la persona percibe un vacío más hondo, que nada ni nadie puede colmar. El hombre necesita «salvación». Podemos negar o ignorar ese vacío último, podemos ocultarlo entre mil necesidades satisfechas, pero la necesidad de salvación sigue ahí. Cuando la persona lo capta, su grito se hace súplica a Dios: «Desde lo hondo a ti grito, Señor; escucha mi voz» (Salmo 130, 1).
Es verdad que muchos sólo piden a Dios cosas. Es cierto también que la oración puede convertirse en una especie de acción mágica con la que se pretende resolver los problemas y sinsabores de la vida. Pero la verdadera oración brota siempre de la «necesidad de salvación» y de la confianza total en Dios, Salvador último del ser humano: «El Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación» (Salmo 118, 14).
El verdadero orante no pide a Dios cosas. Su corazón busca a Dios por sí mismo. Lo que desea es su presencia callada, amistosa y salvadora. Le pedimos «el pan de cada día» y cuanto necesitamos para vivir, pero esas peticiones concretas son expresión de nuestra necesidad de Dios. Por ello ya san Agustín advertía así a quien ora: «Dios escucha tu llamada si le buscas a él. No te escucha si a través de él buscas otras cosas.»
El relato de Juan nos indica que la gente seguía a Jesús porque les había dado pan hasta saciarse. Jesús les saca de su error y les habla de otro pan que «da vida al mundo». Sólo entonces brota en ellos la verdadera oración: «Señor, danos siempre de ese pan» (Juan 6, 34).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
31 de julio de 1994

SI BUSCAS A DIOS

El que viene a mí no pasará hambre.

Hay personas que desean sinceramente encontrar a Dios, pero no saben qué camino seguir. Sin duda, cada uno tiene que hacer su propio recorrido personal y nadie nos puede señalar desde fuera los pasos concretos que hemos de dar, pero hay sugerencias que a todos nos pueden ayudar. He aquí algunas:
Si buscas a Dios, antes que nada deja de temerlo. Hay personas que, en cuanto oyen nombrar a Dios, comienzan a pensar en sus miserias y pecados. Esta clase de miedo a Dios te está alejando de él. Dios te conoce y te quiere. El sabrá encontrar el camino para entrar en tu vida, por mediocre que sea.
No tengas prisa. Actúa con calma. Hay personas que, durante unos días, se mueven mucho, rezan, quieren libros, buscan métodos para hacer oración; a los pocos días lo abandonan todo y vuelven a su vida de siempre. Tú camina despacio. Descubre humildemente tu pobreza y necesidad de Dios. El no está al final de no sé qué esfuerzos. Está ya junto a ti, deseando hacerte vivir.
Desciende a tu corazón y llega hasta las raíces más secretas de tu vida. Quítate todas las máscaras. ¿Cómo ibas a caminar disfrazado al encuentro con Dios? No tienes necesidad de ocultar tus heridas ni tu desorden. Pregúntate sinceramente: ¿Qué ando buscando en la vida? ¿Por qué no hay paz en mi corazón? ¿Qué necesito para vivir con más alegría? Por ahí encontrarás un camino hacia Dios.
Aprende a orar. Te puede hacer bien buscar un lugar tranquilo y reservar un tiempo apropiado. Al comienzo no sabrás qué hacer, y te puedes sentir incluso incómodo. Hace tanto tiempo que no te has parado ante Dios. Busca en la Biblia el libro de los salmos y comienza a recitar despacio alguno de ellos. Párate solo en aquellas frases que te dicen algo. Pronto descubrirás que los salmos reflejan tus sufrimientos y tus gozos, tus anhelos y tu búsqueda de Dios. Cuando hayas aprendido a saborearlos, ya no los dejarás.
Toma el evangelio en tus manos. No es un libro más. Ahí encontrarás a Jesucristo: él es el verdadero camino que te llevará a Dios. Tómate tiempo para leerlo y saborearlo. Se suele decir que el evangelio es una «regla de vida». Es cierto. Pero, antes que nada, es una «Buena Noticia». Medita las palabras de Jesús y sus gestos. Sentirás que algo empieza a moverse en tu corazón. Jesús te irá sanando. Te enseñará a vivir.
Si eres constante y sigues alimentando tu vida en este pequeño libro en que te encuentras con Cristo, un día descubrirás cuánta verdad encierran sus palabras: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
4 de agosto de 1991

NOSTALGIA DE ETERNIDAD

Trabajad... por el alimento que perdura.

Cuando observamos que los años van deteriorando inexorablemente nuestra salud y que también nosotros nos vamos acercando hacia el final de nuestros días, algo se rebela en nuestro interior. ¿Por qué hay que morir si desde lo hondo de nuestro ser algo nos dice que estamos hechos para vivir?
El recuerdo de que nuestra vida se va gastando día a día sin detenerse, hace nacer en nosotros un sentimiento de impotencia y pena. La vida debería ser más hermosa para todos, más gozosa, más larga. En el fondo, todos anhelamos una vida feliz y eterna.
Siempre ha sentido el ser humano nostalgia de eternidad. Ahí están los poetas de todos los pueblos cantando la fugacidad de la vida, o los grandes artistas tratando de dejar una obra inmortal para la posteridad, o, sencillamente, los padres queriendo perpetuarse en sus hijos más queridos.
Aparentemente, hoy las cosas han cambiado. Los artistas afirman no pretender trabajar para la inmortalidad, sino sólo para la época. La vida va cambiando de manera tan vertiginosa que a los padres les cuesta reconocerse en sus hijos. Sin embargo, la nostalgia de eternidad sigue viva aunque, tal vez, se manifieste de manera más ingenua.
Hoy se intenta por todos los medios detener el tiempo, dando culto a la juventud y a lo joven. El hombre moderno no cree en la eternidad y, al mismo tiempo, se esfuerza por eternizar un tiempo privilegiado de su existencia. No es difícil ver cómo el horror al envejecimiento y el deseo de agarrarse a la juventud lleva a veces a comportamientos cercanos al ridículo.
Se ha hecho a veces burla de los creyentes diciendo que, ante el temor a la muerte, se inventan un cielo donde proyectan inconscientemente sus deseos de eternidad. Y apenas critica nadie ese neorromanticismo moderno de quienes sueñan inconscientemente con instalarse en una “eterna juventud”.
Cuando el hombre busca eternidad, no está buscando establecerse en la tierra de una manera un poco más confortable y durar un poco más que en la actualidad. Lo que el hombre anhela no es perpetuar para siempre esa mezcla de gozos y sufrimientos, éxitos y decepciones que ya conoce, sino encontrar una vida de calidad definitiva que responda plenamente a su sed de felicidad.
El evangelio nos invita a “trabajar por un alimento que no perece sino que perdura dando vida eterna”. El creyente es un hombre que se preocupa de alimentar lo que en él hay de eterno, enraizando su vida en un Dios que vive para siempre y en un amor que es “más fuerte que la muerte”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
31 de julio de 1988

PAN DE VIDA

Yo soy el pan de vida.

No son pocas las personas que en un momento determinado de su vida tienen la impresión de encontrarse en un callejón sin salida.
Lo que les turba no son los problemas normales del trabajo, la familia o las mil preocupaciones de la vida ordinaria, sino un desasosiego interior difícil de explicar.
Ha llegado un momento en que apenas sienten gusto alguno por la vida. No saben exactamente por qué, pero ya no aciertan a vivir con cierto gozo. Tal vez no lo revelan a nadie, pero hay en ellos una especie de vacío interior.
¿Cómo recuperar de nuevo la vida? ¿Qué hacer para sentirse otra vez vivo dentro de uno mismo? ¿Dónde encontrar una energía liberadora? ¿Cómo abrirse nuevamente al “milagro” de la vida?
Tal vez, antes que nada, hemos de caer en la cuenta de que lo que necesitamos entonces es descubrir dónde puede estar “la fuente de la vida” capaz de regenerarnos.
Según ese gran maestro de vida que fue K G. Dürckheim, recientemente fallecido en Alemania, el mayor problema de muchos hombres y mujeres hoy es vivir “aislados del Ser esencial”.
Según el momento o las circunstancias, una persona puede sentir- se viva o inerte, eufórica o abatida, vacía o insatisfecha, pero el verdadero problema es vivir “sin raíces», separados del fondo misterioso de la existencia, sin contacto con la fuente de la vida.
Lo sepamos o no, lo que nos inquieta desde dentro a los hombres es siempre, de alguna manera, el miedo a perdernos, el desconcierto ante lo absurdo, la angustia ante la soledad. Esa triple ansiedad marca nuestra vida y hace que siempre andemos buscando seguridad sentido y amor.
Consciente o inconscientemente, el hombre lleva dentro de sí la nostalgia de una vida que esté por encima de toda muerte, de un sentido que esté más allá del sentido y sinsentido de este mundo, de una protección y acogida a las que nada pueda hacer peligrar.
Cuando uno percibe esto con suficiente hondura, algo le dice por dentro que sólo Dios puede ser la fuente de la verdadera vida. Nada que no sea Dios nos basta.
Si entonces uno acierta a abrirse humildemente a Dios, una fuerza liberadora le penetra y regenera. Todo cambia. Se puede vivir con una confianza diferente, con un sentido nuevo, con verdadera esperanza.
Entonces se puede intuir la verdad que encierran las palabras de Jesús: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasara hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
4 de agosto de 1985

UN VACIO DIFICIL DE LLENAR

Yo soy el pan de vida.

La palabra «religión» suscita hoy en muchos una actitud defensiva. En bastantes ambientes, el hecho mismo de plantear la cuestión religiosa provoca malestar, silencios evasivos, un desvío hábil de la conversación.
Se entiende la religión como un estadio infantil de la humanidad que está siendo ya superado. Algo que pudo tener sentido en otros tiempos pero que, en una sociedad adulta y emancipada, carece ya de todo interés.
Creer en Dios, orar, alimentar una esperanza final son, para muchos, un modo de comportarse que puede ser tolerado, pero que es indigno de personas inteligentes y progresistas. Cualquier ocasión parece buena para trivializar o ridiculizar lo religioso, incluso, desde los medios públicos de comunicación.
Se diría que la religión es algo superfluo e inútil. Lo realmente importante y decisivo pertenece a otra esfera: la del desarrollo técnico y la productividad económica.
A lo largo de estos últimos años ha ido creciendo entre nosotros la opinión de que una sociedad industrial moderna no necesita ya de religión pues es capaz de resolver por sí misma sus problemas de manera racional y científica.
Sin embargo, este optimismo «a-religioso» no termina de ser confirmado por los hechos. Los hombres viven casi exclusivamente para el trabajo y para el consumismo durante su tiempo libre, pero «ese pan» no llena satisfactoriamente su vida.
El lugar que ocupaba anteriormente la fe religiosa ha dejado en muchos hombres y mujeres un vacío difícil de llenar y un hambre que debilita las raíces mismas de su vida. F. Heer habla de «ese gran vacío interior en el que los seres humanos no pueden a la larga vivir sin escoger nuevos dioses, jefes y caudillos carismáticos artificiales».
Quizás es el momento de redescubrir que creer en Dios significa ser libre para amar la vida hasta el final. Ser capaz de buscar la salvación total sin quedarse satisfecho con una vida fragmentada. Mantener la inquietud de la verdad absoluta sin contentarse con la apariencia superficial de las cosas. Buscar nuestra religación con el Trascendente dando un sentido último a nuestro vivir diario.
Cuando se viven días, semanas y años enteros, sin vivir de verdad, sólo con la preocupación de «seguir funcionando», no debería de pasar inadvertida la invitación interpeladora de Jesús: «Yo soy el pan de vida».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
1 de agosto de 1982

¿CREER DESDE EL BIENESTAR?

Trabajad, no por el alimento que perece...

Probablemente, son mayoría los hombres y mujeres que, consciente o inconscientemente, aspiran como ideal último de su existencia al bienestar y al bien-vivir.
Lo importante es vivir cada vez mejor, tener linero y disfrutar de una seguridad. El dinero parece ser la fuente de todas las posibilidades.
El que posee una seguridad económica, puede aspirar a lograr el reconocimiento de los demás, la autoafirmación personal y, en definitiva, la felicidad.
Naturalmente, cuando el bienestar se convierte en el objetivo de nuestra vida, ya no importan demasiado los demás. Entonces es normal que se desate la competitividad, la insolidaridad, el acaparamiento injusto.
Alguien ha dicho que en esta sociedad, «nos hemos quedado sin noticias de Dios». Dios es superfluo. No hace falta ni combatirlo. Sencillamente se prescinde de él. ¿Por qué?
El ideal del bienestar crea un modo de vivir tan superficial y tan insensible y ciego para las dimensiones más profundas del hombre, que ya no parece haber sitio para Dios.
O quizás, algo que no es mucho mejor. Sólo queda sitio para una religión «rebajada» al plano individual y privado, donde la religioso se convierte, con frecuencia, en mero alivio de frustración y problemas individuales.
Entonces, y aún sin ser conscientes de ello, la religión viene a ser un elemento más de seguridad personal, al servicio de ese ideal último que es el bienestar.
¿No debemos escuchar hoy más que nunca los cristianos la queja y las palabras de Jesús junto al Tiberíades?: «Vosotros me buscáis porque comisteis hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna».
No basta alimentar nuestra vida de cualquier manera. No es suficiente un bienestar material. El hombre necesita un alimento capaz de llevarlo hasta su verdadera plenitud. Y ese alimento, lo creamos o no, es sólo el amor.
Es una equivocación mutilar nuestra existencia, poniendo toda nuestra esperanza en un bienestar que se acaba en el momento en que perece nuestra vida.
Sólo el amor da vida definitiva. Sólo el que sabe ver el dolor de los que sufren y escuchar los gritos de los maltratados, puede escapar del engañoso atractivo del bienestar y buscar una vida nueva. Una vida que lleva a los hombres a su plenitud.

José Antonio Pagola

HOMILIA

LO PRIMERO, LA VIDA

La exégesis moderna no deja lugar a dudas. Lo primero para Jesús es la vida, no la religión. Basta analizar la trayectoria de su actividad. A Jesús se le ve siempre preocupado de suscitar y desarrollar, en medio de aquella sociedad, una vida más sana y más digna.
Pensemos en su actuación en el mundo de los enfermos: Jesús se acerca a quienes viven su vida de manera disminuida, amenazada e insegura, para despertar en ellos una vida más plena. Pensemos en su acercamiento a los pecadores: Jesús les ofrece el perdón que les haga vivir una vida más digna, rescatada de la humillación y el desprecio. Pensemos también en los endemoniados, incapaces de ser dueños de su existencia: Jesús los libera de una vida alienada y desquiciada por el mal.
Como ha subrayado J. Sobrino, pobres son aquellos para quienes la vida es un carga pesada pues no pueden vivir con un mínimo de dignidad. Esta pobreza es lo más contrario al plan original del Creador de la vida. Donde un ser humano no puede vivir con dignidad, la creación de Dios aparece allí como viciada y anulada. No es extraño que Jesús se presente como el gran defensor de la vida ni que la defienda y la exija sin vacilar, cuando la ley o la religión es vivida «contra la vida».
Ya han pasado los tiempos en que la teología contraponía «esta vida» (lo natural) y la otra vida (lo natural) como dos realidades opuestas. El punto de partida, básico y fundamental es «esta vida» y, de hecho, Jesús se preocupó de lo que aquellas gentes de Galilea más deseaban y necesitaban que era, por lo menos vivir, y vivir con dignidad. El punto de llegada y el horizonte de toda la existencia es «vida eterna» y, por eso, Jesús despertaba en el pueblo la confianza final en la salvación de Dios.
A veces los cristianos exponemos la fe con tal embrollo de conceptos y palabras que, a la hora de la verdad, pocos se enteran de lo que es exactamente el Reino de Dios del que habla Jesús. Sin embargo, las cosas no son tan complicadas. Lo único que Dios quiere es esto: una vida más humana y digna para todos y desde ahora, una vida que alcance su plenitud en su vida eterna. Por eso se dice de Jesús que «da vida al mundo». (Jn 6, 33).

José Antonio Pagola

lunes, 23 de julio de 2012

29/07/2012 - 17º domingo Tiempo ordinario (B)

Inicio ..... Ciclo A ..... Ciclo B ..... Ciclo C ..... Euskera ... Multilingue


Homilias de José Antonio Pagola

Para leer, compartir, bajarse o imprimir las homilias de José Antonio Pagola del domingo haz "clic" sobre el título del domingo, o haz "clic" sobre Ciclo A, Ciclo B o Ciclo C, en el menú superior para leer las homilias de cada ciclo.


------------------------------------------------------------------------------------------------------------

29 de julio de 2012

17º domingo Tiempo ordinario (B)


EVANGELIO

Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron.

+ Lectura del santo Evangelio según San Juan. 6, 1-15

En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman estos?». Lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo».
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?». Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo». Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie». Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido.
La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo».
Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
29 de julio de 2012

EL GESTO DE UN JOVEN

De todos los gestos realizados por Jesús durante su actividad profética, el más recordado por las primeras comunidades cristianas fue seguramente una comida multitudinaria organizada por él en medio del campo, en las cercanías del lago de Galilea. Es el único episodio recogido en todos los evangelios.
El contenido del relato es de una gran riqueza. Siguiendo su costumbre, el evangelio de Juan no lo llama "milagro" sino "signo". Con ello nos invita a no quedarnos en los hechos que se narran, sino a descubrir desde la fe un sentido más profundo.
Jesús ocupa el lugar central. Nadie le pide que intervenga. Es él mismo quien intuye el hambre de aquella gente y plantea la necesidad de alimentarla. Es conmovedor saber que Jesús no solo alimentaba a la gente con la Buena Noticia de Dios, sino que le preocupaba también el hambre de sus hijos e hijas.
¿Cómo alimentar en medio del campo a una muchedumbre numerosa? Los discípulos no encuentran ninguna solución. Felipe dice que no se puede pensar en comprar pan, pues no tienen dinero. Andrés piensa que se podría compartir lo que haya, pero solo un muchacho tiene cinco panes y un par de peces. ¿Qué es eso para tantos?
Para Jesús es suficiente. Ese joven, sin nombre ni rostro, va hacer posible lo que parece imposible. Su disponibilidad para compartir todo lo que tiene es el camino para alimentar a aquellas gentes. Jesús hará lo demás. Toma en sus manos los panes del joven, da gracias a Dios y comienza a "repartirlos" entre todos.
La escena es fascinante. Una muchedumbre, sentada sobre la hierba verde del campo, compartiendo una comida gratuita, un día de primavera. No es un banquete de ricos. No hay vino ni carne. Es la comida sencilla de la gente que vive junto al lago: pan de cebada y pescado ahumado. Una comida fraterna servida por Jesús a todos gracias al gesto generoso de un joven.
Esta comida compartida era para los primeros cristianos un símbolo atractivo de la comunidad nacida de Jesús para construir una humanidad nueva y fraterna. Les evocaba, al mismo tiempo, la eucaristía que celebraban el día del Señor para alimentarse del espíritu y la fuerza de Jesús, el Pan vivo venido de Dios.
Pero nunca olvidaron el gesto del joven. Si hay hambre en el mundo, no es por escasez de alimentos sino por falta de solidaridad. Hay pan para todos, falta generosidad para compartir. Hemos dejado la marcha del mundo en manos del poder financiero, nos da miedo compartir lo que tenemos, y la gente se muere de hambre por nuestro egoísmo irracional.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
26 de julio de 2009

NUESTRO GRAN PECADO

Tomó los panes y dijo la acción de gracias.

El episodio de la multiplicación de los panes gozó de gran popularidad entre los seguidores de Jesús. Todos los evangelistas lo recuerdan. Seguramente, les conmovía pensar que aquel hombre de Dios se había preocupado de alimentar a una muchedumbre que se había quedado sin lo necesario para comer.
Según la versión de Juan, el primero que piensa en el hambre de aquel gentío que ha acudido a escucharlo es Jesús. Esta gente necesita comer; hay que hacer algo por ellos. Así era Jesús. Vivía pensando en las necesidades básicas del ser humano.
Felipe le hace ver que no tienen dinero. Entre los discípulos, todos son pobres: no pueden comprar pan para tantos. Jesús lo sabe. Los que tienen dinero no resolverán nunca el problema del hambre en el mundo. Se necesita algo más que dinero.
Jesús les va a ayudar a vislumbrar un camino diferente. Antes que nada, es necesario que nadie acapare lo suyo para sí mismo si hay otros que pasan hambre. Sus discípulos tendrán que aprender a poner a disposición de los hambrientos lo que tengan, aunque sólo sea «cinco panes  de cebada y un par de peces».
La actitud de Jesús es la más sencilla y humana que podemos imaginar. Pero, ¿quién nos va enseñar a nosotros a compartir, si solo sabemos comprar? ¿Quién nos va a liberar de nuestra indiferencia ante los que mueren de hambre? ¿Hay algo que nos pueda hacer más humanos? ¿Se producirá algún día ese "milagro" de la solidaridad real entre todos?
Jesús piensa en Dios. No es posible creer en él como Padre de todos, y vivir dejando que sus hijos e hijas mueran de hambre. Por eso, toma los alimentos que han recogido en el grupo, «levanta los ojos al cielo y dice la acción de gracias». La Tierra y todo lo que nos alimenta lo hemos recibido de Dios. Es regalo del Padre destinado a todos sus hijos e hijas. Si vivimos privando a otros de lo que necesitan para vivir es que lo hemos olvidado. Es nuestro gran pecado aunque casi nunca lo confesemos.
Al compartir el pan de la Eucaristía, los primeros cristianos se sentían alimentados por Cristo resucitado, pero, al mismo tiempo, recordaban el gesto de Jesús y compartían sus bienes con los más necesitados. Se sentían hermanos. No habían olvidado todavía el Espíritu de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
30 de julio de 2006

DADLES VOSOTROS DE COMER

Dadles vosotros de comer.

El hecho quedó muy grabado entre los seguidores de Jesús. Lo narran todos los evangelistas: en cierta ocasión, Jesús se preocupó de alimentar a una muchedumbre necesitada en un lugar despoblado. El relato ha sido muy trabajado teológicamente y ya no es posible reconstruir qué es lo que pudo suceder.
A algunos cristianos la escena les recordaba a Jesús alimentando al nuevo pueblo de Dios en medio del desierto. Para otros, era una invitación a dejarse alimentar por él en la eucaristía. Marcos, el evangelista más antiguo, parece estar pensando en una llamada a vivir de manera más responsable la solidaridad con los necesitados.
Según este evangelista, los discípulos se desentienden de aquella gente necesitada y le dicen a Jesús dos palabras que muestran su falta de solidaridad y su individualismo: «Despídelos», que se vayan a las aldeas, y «que se compren algo de comer». El hambre no es problema suyo. Que cada uno se procure su sustento.
Jesús les responde con unas palabras sorprendentes: «Dadles vosotros de comer». No hay que «despedir» a nadie en esas condiciones. Es el grupo de discípulos el que se tiene que preocupar de esta gente necesitada. La solución no está en el dinero sino en la solidaridad. Con dinero sólo comen los que lo tienen. Para que todos coman es necesario compartir lo que hay.
El grupo de discípulos reacciona. Un muchacho tiene «cinco panes de cebada y un par de peces». No es mucho, pero allí están a disposición de todos. Jesús pronuncia la «acción de gracias» a Dios y los pone en una nueva dimensión. Ya no pertenecen en exclusiva ni al muchacho ni a los discípulos. Son un regalo de Dios. Nadie tiene derecho a acapararlos mientras hay alguien pasando hambre.
¿Hay algo en el mundo más escandaloso y absurdo que el hambre y la miseria de tantos seres humanos? ¿Hay algo más injusto e inhumano que nuestra indiferencia? ¿Hay algo más contrario al evangelio que desentendernos de los que mueren de hambre?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
27 de julio de 2003

EL PRÓJIMO LEJANO

¿Qué es eso para tantos?

Así se titula el sugerente libro publicado por Jean Claude Lavigne con la audaz intención de sacudir a los europeos de su «eurocentrismo» y ayudarles a descubrir la universalidad. Los hombres y mujeres del Norte han de aprender a hacerse «prójimos» de todos los seres humanos del planeta. Según Lavigne, la tarea es urgente, debido, sobre todo, a cuatro factores.
Se está produciendo en estos momentos una radicalización de la miseria, que reviste ya caracteres dramáticos en los países más pobres. Las situaciones infrahumanas en que viven algunos pueblos van más allá de todo lo conocido hasta ahora.
Por otra parte, los países del Norte no tienen experiencia directa de esta miseria. La mayoría de nosotros no tendrá nunca ocasión de encontrarse cara a cara y en profundidad con hombres y mujeres que mueren de hambre y sed.
Existe, además, un alejamiento cultural y lingüístico que hace difícil la comunicación y la sintonía con pueblos tan distantes de nuestra cultura moderna y de la «sociedad del bienestar».
Por último, la complejidad de la actual crisis económica acapara la atención de los pueblos ricos que abandonan cada vez más a su suerte a los habitantes más pobres de la Tierra.
El primer paso ha de ser no endurecer el corazón. No ignorar de manera sistemática la información que nos llega de esos países. No encerrarnos en el «no hay nada que hacer». No conformarnos con decir que es culpa del sistema económico o que se trata de pueblos indolentes y perezosos.
El segundo paso consiste en reaccionar llevando a cabo pequeños gestos, por modestos que nos parezcan o por escaso que sea su efecto. Aunque sólo haya sido por un momento, en secreto, alguna vez. Es importante vivir la experiencia de ensanchar nuestra solidaridad, mirar más allá de nuestro territorio perfectamente delimitado, sacudir la resignación.
Los gestos pueden ser muchos. Reducir el presupuesto familiar, colaborar en el envío de productos de primera necesidad, comprometerse en la campaña contra el hambre, apoyar la acción del 0,7, tomar parte en una marcha de protesta, colaborar con organizaciones de solidaridad con los pueblos del Sur.
Son gestos aparentemente muy modestos, pero necesarios para despertar nuestra conciencia, para ayudarnos a escuchar el grito del «pobre lejano» y para hacemos descubrir la inhumanidad de una «sociedad de bienestar» olvidada de los hambrientos de la Tierra. La escena de la multiplicación de los panes es una invitación a compartir más nuestros bienes, aunque sólo tengamos «cinco panes» y «un par de peces».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
30 de julio de 2000

RESPONSABLES Y SOLIDARIOS

¿ Qué es esto para tantos?

La exégesis contemporánea descubre en el relato de la multiplicación de los panes un texto muy trabajado teológicamente en el que es fácil detectar diversas llamadas para entender a Cristo como fuente de vida, para comprender mejor la cena eucarística o para vivir de manera más responsable la solidaridad con los necesitados. ¿Cómo leer hoy este relato en el horizonte de ese tercio de la Humanidad que muere de hambre y de miseria?
El relato habla de una muchedumbre necesitada de alimento, en medio de un desierto donde no es posible satisfacer el hambre. Los discípulos presentan «cinco panes y dos peces», símbolo expresivo de la penuria y escasez en aquel grupo que podría, sin embargo, alimentarse en las aldeas cercanas. Así viven hoy millones de seres humanos junto a países ricos donde hay medios suficientes para alimentar a toda la Humanidad.
¿Qué hacer ante esta situación? El relato rechaza el fatalismo o las respuestas fáciles nacidas de la insolidaridad. Los discípulos piensan enseguida en la solución menos comprometida para ellos: «que vayan a las aldeas y se compren de comer», es decir, que cada uno resuelva sus problemas con sus propios medios. Jesús, por el contrario, los llama a la responsabilidad: «Dadles vosotros de comer», no los dejéis abandonados a su suerte.
Más tarde, Jesús «levanta los ojos al cielo» para recordar a todos a ese Dios Padre del que proviene la vida y todo lo que la alimenta. La vida es un don de Dios y no podemos «levantar nuestros ojos» hacia Él si privamos a alguien de lo que necesita para vivir. El pan que comemos es verdaderamente humano cuando es compartido entre todos los hijos de Dios.
El relato culmina con un gesto que llama a la solidaridad responsable. Los discípulos cambian de actitud y ponen a disposición de Jesús todo lo que hay entre ellos. Jesús, por su parte, bendice al Padre y pone toda su fuerza al servicio de aquella muchedumbre hambrienta. Todos quedan saciados. El «milagro» es signo del mundo querido por Dios: un mundo fraterno y solidario donde todos compartan dignamente la vida que reciben de Dios. El relato de Juan insinúa que es en la cena eucarística donde los creyentes han de alimentar su conciencia fraterna y su responsabilidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
27 de julio de 1997

RESPONSABLES

Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes.

Criticamos, por lo general, con mucha tranquilidad a la sociedad moderna como injusta, insolidaria y poco humana porque, en el fondo, pensamos que son otros los que tienen la culpa de todo. Los verdaderos culpables se encuentran ocultos tras el sistema, son las multinacionales, los políticos de ciertas naciones poderosas, los mandos militares... Y, naturalmente, si «ellos» son los culpables, «nosotros» somos inocentes.
Sin duda, hay culpables y hay, sobre todo, causas de los males e injusticias, pero hay también una culpa que está como «diluida» en toda la sociedad y que nos toca a todos. Hemos interiorizado personalmente un tipo de cultura que nos lleva a pensar, sentir y tener comportamientos que sostienen y facilitan el funcionamiento de una sociedad poco humana.
Pensemos, por ejemplo, en la cultura consumista. Podemos estudiar lo que significa objetivamente una economía de mercado, la producción masiva de productos, el funcionamiento de la publicidad y tantos otros factores, pero podemos también analizar nuestra actuación, la de cada uno de nosotros.
Si yo me dejo modelar por la cultura consumista, esto significa que valoro más mi propia felicidad que la solidaridad; que pienso que esta felicidad se obtiene, sobre todo, teniendo cosas más que mejorando mi modo de ser; que tengo como meta secreta ganar siempre más y, para ello, tener el mayor éxito profesional y económico.
Esto me puede llevar fácilmente a considerar como algo «normal» una sociedad profundamente desigual donde cada uno tiene lo que se merece. Hay individuos eficientes y dinámicos que consiguen un nivel apropiado a sus esfuerzos, y hay un sector de gentes poco hábiles y nada trabajadoras que nunca conseguirán un nivel digno en esta sociedad.
A partir de aquí organizamos nuestra actividad y relaciones de manera «inteligente». Naturalmente, valoramos la amistad y el compañerismo, la convivencia familiar y el círculo de amigos. Apreciamos, incluso, los gestos de generosidad y la ayuda al necesitado. Pero hay que saber calcular. No hemos de perder nunca de vista nuestro propio interés y provecho. Hay que saber dar «de manera inteligente», ayudar a quien un día nos podrá corresponder.
Podemos seguir echando la culpa a otros, pero cada uno somos responsables de este estilo de vida poco humano. Por eso, es bueno dejarnos sacudir de vez en cuando por la interpelación sorprendente del evangelio. El relato de la multiplicación de los panes es un «signo mesiánico» que revela a Jesús como el Enviado a alimentar al pueblo, pero encierra también una llamada a aportar lo que cada uno pueda tener, aunque sólo sean cinco panes y dos peces, para alimentarnos todos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
24 de julio de 1994

EL PRÓJIMO LEJANO

¿Qué es eso para tantos?

Así se titula el sugerente libro recién publicado por Jean Claude Lavigne con la audaz intención de sacudir a los europeos de su «eurocentrismo» y ayudarles a descubrir la universalidad. Los hombres y mujeres del Norte han de aprender a hacerse «prójimos» de todos los seres humanos del planeta. Según Lavigne, la tarea es urgente, debido, sobre todo, a cuatro factores.
Se está produciendo en estos momentos una radicalización de la miseria, que reviste ya caracteres dramáticos en los países más pobres. Las situaciones infrahumanas en que viven algunos pueblos van más allá de todo lo conocido hasta ahora.
Por otra parte, los países del Norte no tienen experiencia directa de esta miseria. La mayoría de nosotros no tendrá nunca ocasión de encontrarse cara a cara y en profundidad con hombres y mujeres que mueren de hambre y sed.
Existe, además, un alejamiento cultural y lingüístico que hace difícil la comunicación y la sintonía con pueblos tan distantes de nuestra cultura moderna y de la «sociedad del bienestar».
Por último, la complejidad de la actual crisis económica acapara la atención de los pueblos ricos que abandonan cada vez más a su suerte a los habitantes más pobres de la Tierra.
El primer paso ha de ser no endurecer el corazón. No ignorar de manera sistemática la información que nos llega de esos países. No encerramos en el «no hay nada que hacer». No conformarnos con decir que es culpa del sistema económico o que se trata de pueblos indolentes y perezosos.
El segundo paso consiste en reaccionar llevando a cabo pequeños gestos, por modestos que nos parezcan o por escaso que sea su efecto. Aunque solo haya sido por un momento, en secreto, alguna vez. Es importante vivir la experiencia de ensanchar nuestra solidaridad, mirar más allá de nuestro territorio perfectamente delimitado, sacudir la resignación.
Los gestos pueden ser muchos. Reducir el presupuesto familiar, colaborar en el envío de productos de primera necesidad, comprometerse en la campaña contra el hambre, apoyar la acción del 0,7, tomar parte en una marcha de protesta, colaborar con organizaciones de solidaridad con los pueblos del Sur.
Son gestos aparentemente muy modestos, pero necesarios para despertar nuestra conciencia, para ayudamos a escuchar el grito del «pobre lejano» y para hacemos descubrir la inhumanidad de una «sociedad de bienestar» olvidada de los hambrientos de la Tierra. La escena de la multiplicación de los panes es una invitación a compartir más nuestros bienes, aunque solo tengamos «cinco panes» y «un par de peces».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
28 de julio de 1991

LA RELIGIÓN NO ES UN SEGURO

.... para proclamarlo rey.

El evangelista Juan termina su relato de la multiplicación de los panes con un detalle al que apenas se suele dar importancia, pero que ofrece la clave para evitar una interpretación equivocada de la misión de Jesús.
Las gentes que han comido pan hasta saciarse, al descubrir que Jesús puede resolver sus necesidades sin esfuerzo alguno por su parte, van en su busca para que aquello no acabe. Quieren que Jesús sea el rey que siga solucionando sus problemas. Y es entonces precisamente cuando Jesús desaparece.
La misión de Cristo no es solucionar de manera inmediata los problemas de manutención, bienestar o progreso, que los hombres tienen que resolver utilizando su inteligencia y sus fuerzas. Lo que Jesús ofrece no son soluciones mágicas a los problemas, sino un sentido último y una esperanza que pueden orientar el esfuerzo y la vida entera del ser humano.
Por eso, es una equivocación esperar de Cristo una solución más fácil a los problemas. Es una manera falsa de “hacerlo rey”. Es entonces precisamente cuando el verdadero Cristo desaparece de nuestra vida, pues siempre que tratamos de manipularlo para acceder a un nivel de vida más cómodo, estamos pervirtiendo el cristianismo.
Pocas cosas quedan más lejos del evangelio que esas burdas oraciones al Espíritu Santo, a la Virgen de Fátima o algún santo concreto que, repetidas un determinado número de veces o publicadas en la prensa, aseguran de manera casi automática un premio importante de la lotería, una buena colocación y toda clase de venturas.
Hay, por supuesto, modos más sutiles de manipular la religión. Durante estos últimos años, se va extendiendo en Occidente el recurso a ciertas experiencias religiosas como medio para asegurar el equilibrio síquico de la persona. Ciertamente, la fe encierra una fuerza sanante para el individuo y la sociedad, pero no hemos de confundir la religión con la medicina. Sería degradar la religión utilizarla con fines terapéuticos como si se tratara de uno de tantos remedios útiles.
Como dice muy bien el prestigioso fundador de la logoterapia, V. Frankl, “la religión no es ningún seguro con vistas a una vida tranquila, a una ausencia de conflictos en lo posible o a cualquier otra finalidad psicohigiénica. La religión da al hombre más que la psicoterapia y exige también más de él”.
La religión aporta sentido, libera del vacío interior y la desorientación existencial, ayuda a vivir en la verdad consigo mismo y con los demás, permite integrar la vida desde una esperanza última. Pero esa misma fe exige al hombre asumir su propia responsabilidad y luchar por una vida más humana, sin dejar la solución de los problemas en manos de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
24 de julio de 1988

COMPARTIR EL PAN

Tomó los panes y los repartió.

Según los exégetas, la multiplicación de los panes es un relato arquetípico que nos permite descubrir el sentido que la eucaristía tenía para los primeros cristianos como gesto de unos hermanos que saben repartir y compartir lo que poseen.
Según el relato, hay allí una muchedumbre de personas necesitadas y hambrientas. Los panes y los peces no se compran sino que se reúnen. Y todo se multiplica y se distribuye bajo la acción de Jesús que bendice el pan, lo parte y lo hace distribuir entre los necesitados.
Los cristianos olvidamos con frecuencia que, para los primeros creyentes, la eucaristía no era sólo una liturgia ritual sino un acto social en el que cada uno ponía sus bienes a disposición de los necesitados, repitiendo así el gesto del joven que entrega sus panes y peces.
En el famoso texto del siglo II en el que S. Justino nos describe cómo celebraban los cristianos la eucaristía semanal, se nos dice que cada uno entrega lo que posee para “socorrer a los huérfanos y las viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están necesitados, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso y, en una palabra, a cuantos están necesitados».
Durante los primeros siglos resultaba inconcebible venir a celebrar la eucaristía sin traer algo para ayudar a los indigentes y necesitados.
Sólo recordaré el severo reproche de S. Cipriano, obispo de Cartago, a una rica matrona: «Tus ojos no ven al necesitado y al pobre porque están oscurecidos y cubiertos de una noche espesa. Tú eres afortunada y rica. Te imaginas celebrar la cena del Señor sin tener en cuenta la ofrenda. Tú vienes a la cena del Señor sin ofrecer nada. Tú suprimes la parte de la ofrenda que es del pobre”.
La colecta de las misas por las diversas necesidades de las personas no es un añadido postizo y externo a la celebración eucarística. La misma eucaristía exige repartir y compartir.
Domingo tras domingo los creyentes que nos acercamos a compartir el pan eucarístico hemos de sentirnos llamados a compartir más de verdad nuestros bienes con los necesitados.
Este mismo domingo se nos hará una llamada a ofrecer nuestra ayuda generosa a los que han sido afectados gravemente por las riadas de estos días.
Sería una contradicción pretender compartir como hermanos la mesa del Señor cerrando nuestro corazón a quienes en estos momentos viven la angustia de un futuro incierto. Jesús no puede bendecir nuestra mesa si cada uno nos guardamos nuestro pan y nuestros peces.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
28 de julio de 1985

OTRA SOLUCIÓN

dijo la acción de gracias y los repartió.

La rica teología del relato de la multiplicación de los panes puede tener una resonancia muy particular para estos tiempos de crisis, agotamiento de recursos energéticos, escasez de trabajo, miseria creciente de los pueblos subdesarrollados.
¿Cómo resolver el problema de la subsistencia de hombres y pueblos enfrentados a una situación de escasez y falta de bienes necesarios para una vida digna?
El reláto evangélico propone una primera solución insuficiente e inviable. No bastarían doscientos denarios para comprar un pedazo de pan para cada uno.
La solución no está en el dinero. Los hombres y mujeres sumidos en la necesidad no pueden «comprar pan». Por otra parte, «comprar pan» significa que hay hombres y pueblos que disponen de alimentos en abundancia pero que no los ceden si no es imponiendo un precio y unas condiciones que aumentan su poder sobre los necesitados.
Jesús orienta a sus discípulos hacia una solución distinta que no cree nuevas dependencias de opresión y explotación. Una solución enormemente sencilla y que consiste en compartir con los necesitados lo que tenemos cada uno, aunque sea tan poco y desproporcionado con la magnitud del problema como los cinco panes y el par de peces de aquel muchacho.
Pero no hemos de olvidar algo que el relato quiere subrayar. Jesús, antes de comenzar a repartirlos, pronuncia la acción de gracias al Padre. Sólo cuando reconocemos que nuestros bienes son regalo del Padre a la humanidad, podemos ponerlos al servicio de los hermanos. Al restituir a Dios con su acción de gracias los bienes de la tierra, Jesús los orienta hacia su verdadero destino que es la comunidad de todos los hombres y mujeres.
No es posible reconocer sinceramente a Dios como Padre de los hombres y fuente de todos nuestros bienes y seguir acaparándolos egoístamente, desentendiéndonos de los pueblos hambrientos y de los hombres sumidos en la miseria.
Los bienes de la tierra no han de servir para acrecentar nuestra discordia y mutua explotación sino para crear mayor fraternidad y comunión.
La vida no se nos ha dado para hacer dinero sino para hacernos hermanos. La vida consiste en aprender a convivir y a colaborar en la larga marcha de los hombres hacia la fraternidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
25 de julio de 1982

COMPARTIR EL PAN

Tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió.

Ningún evangelista ha subrayado tanto como Juan el carácter eucarístico de la «multiplicación de los panes». El relato evoca claramente la celebración eucarística de las primeras comunidades.
Para los primeros creyentes, la Eucaristía no era sólo el recuerdo de la muerte y resurrección del Señor. Era, al mismo tiempo, una «vivencia anticipada de la fraternidad del reino».
Durante muchos años, hemos insistido tanto en la dimensión sacrificial de la eucaristía que «el santo sacrificio de la misa» nos puede hacer olvidar otros aspectos no menos importantes de la cena del Señor.
Quizás hoy tengamos que recuperar con más fuerza la Eucaristía como signo y vivencia de la comunión y la fraternidad que debemos buscar entre nosotros y que no alcanzará su verdadera plenitud sino en la consumación del reino.
La Eucaristía tendría que ser para los creyentes una invitación constante a crear fraternidad y a vivir compartiendo lo nuestro, aunque sea poco, aunque no sea más que los «cinco panes y los dos peces» que poseamos.
La Eucaristía nos obliga a preguntarnos qué relaciones existen entre aquellos que la celebramos. Como «signo de comunión fraterna», la Eucaristía se convierte en burla cuando en ella participamos todos, creadores de injusticias y víctimas de los abusos, los que se aprovechan de los demás y los marginados, sin que la celebración parezca cuestionar seriamente a nadie.
A veces, nos preocupamos de si el celebrante ha pronunciado las palabras prescritas en el ritual. Hacemos problema de si hay que comulgar en la boca o en la mano. Y mientras tanto, a pocos parece preocupar la celebración de una Eucaristía que no es signo de verdadera fraternidad ni impulso para buscarla.
Y, sin embargo, hay algo que aparece claro en la tradición de la Iglesia. «Cuando falta la fraternidad, sobra la Eucaristía» (L. González-Carvajal). Cuando no hay justicia, cuando no se vive en solidaridad, cuando no se lucha por cambiar las cosas, cuando no se ve esfuerzo por compartir los problemas de los abandonados, la celebración eucarística queda vacía de sentido.
Con esto no se quiere decir que sólo cuando se viva entre nosotros una fraternidad verdadera podremos celebrar la Eucaristía. La cena del Señor es sacramento del reino. No es todavía el reino mismo.
No tenemos que esperar a que desaparezca la última injusticia para poder celebrar nuestras Eucaristías. Pero tampoco podemos seguir celebrándolas sin que nos impulsen a comprometernos en la lucha contra toda injusticia.
El pan de la Eucaristía nos alimenta para el amor y no para el egoísmo. Nos impulsa a ir creando una mayor comunicación y solidaridad, y no un mundo en el que nos desentendamos unos de otros.

José Antonio Pagola