lunes, 25 de agosto de 2014

31/08/2014 - 22º domingo Tiempo ordinario (A)

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¡Volver a Jesús! Retomar la frescura inicial del evangelio.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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22º domingo Tiempo ordinario (A)


EVANGELIO

El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 21-27

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
-«¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
-«Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.»
Entonces dijo Jesús a sus discípulos:
-«El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará.
¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?
¿O qué podrá dar para recobrarla?
Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
31 de agosto de 2014

APRENDER A PERDER

El dicho está recogido en todos los evangelios y se repite hasta seis veces: “Si uno quiere salvar su vida, la perderá, pero el que la pierde por mí, la encontrará”. Jesús no está hablando de un tema religioso. Está planteando a sus discípulos cuál es el verdadero valor de la vida.
El dicho está expresado de manera paradójica y provocativa. Hay dos maneras muy diferentes de orientar la vida: una conduce a la salvación, la otra a la perdición. Jesús invita a todos a seguir el camino que parece más duro y menos atractivo, pues conduce al ser humano a la salvación definitiva.
El primer camino consiste en aferrarse a la vida viviendo exclusivamente para uno mismo: hacer del propio “yo” la razón última y el objetivo supremo de la existencia. Este modo de vivir, buscando siempre la propia ganancia o ventaja, conduce al ser humano a la perdición.
El segundo camino consiste en saber perder, viviendo como Jesús, abiertos al objetivo último del proyecto humanizador del Padre: saber renunciar a la propia seguridad o ganancia, buscando no solo el propio bien sino también el bien de los demás. Este modo generoso de vivir conduce al ser humano a su salvación.
Jesús está hablando desde su fe en un Dios Salvador, pero sus palabras son una grave advertencia para todos. ¿Qué futuro le espera a una Humanidad dividida y fragmentada, donde los poderes económicos buscan su propio beneficio; los países, su propio bienestar; los individuos, su propio interés?
La lógica que dirige en estos momentos la marcha del mundo es irracional. Los pueblos y los individuos estamos cayendo poco a poco en la esclavitud del “tener siempre más”. Todo es poco para sentirnos satisfechos. Para vivir bien, necesitamos siempre más productividad, más consumo, más bienestar material, más poder sobre los demás.
Buscamos insaciablemente bienestar, pero ¿no nos estamos deshumanizando siempre un poco más? Queremos “progresar” cada vez más, pero, ¿qué progreso es este que nos lleva a abandonar a millones de seres humano en la miseria, el hambre y la desnutrición? ¿Cuántos años podremos disfrutar de nuestro bienestar, cerrando nuestras fronteras a los hambrientos?
Si los países privilegiados solo buscamos “salvar” nuestro nivel de bienestar, si no queremos perder nuestro potencial económico, jamás daremos pasos hacia una solidaridad a nivel mundial. Pero no nos engañemos. El mundo será cada vez más inseguro y más inhabitable para todos, también para nosotros. Para salvar la vida humana en el mundo, hemos de aprender a perder.


José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
28 de agosto de 2011

DETRÁS DE JESÚS

Jesús pasó algún tiempo recorriendo las aldeas de Galilea. Allí vivió los mejores momentos de su vida. La gente sencilla se conmovía ante su mensaje de un Dios bueno y perdonador. Los pobres se sentían defendidos. Los enfermos y desvalidos agradecían a Dios su poder de curar y aliviar su sufrimiento. Sin embargo no se quedó para siempre entre aquellas gentes que lo querían tanto.
Explicó a sus discípulos su decisión: «tenía que ir a Jerusalén», era necesario anunciar la Buena Noticia de Dios y su proyecto de un mundo más justo, en el centro mismo de la religión judía. Era peligroso. Sabía que «allí iba a padecer mucho». Los dirigentes religiosos y las autoridades del templo lo iban a ejecutar. Confiaba en el Padre: «resucitaría al tercer día».
Pedro se rebela ante lo que está oyendo. Le horroriza imaginar a Jesús clavado en una cruz. Sólo piensa en un Mesías triunfante. A Jesús todo le tiene que salir bien. Por eso, lo toma aparte y se pone a reprenderle: «No lo permita Dios, Señor. Eso no puede pasarte».
Jesús reacciona con una dureza inesperada. Este Pedro le resulta desconocido y extraño. No es el que poco antes lo ha reconocido como "Hijo del Dios vivo". Es muy peligroso lo que está insinuando. Por eso lo rechaza con toda su energía: «Apártate de mí Satanás». El texto dice literalmente: «Ponte detrás de mí». Ocupa tu lugar de discípulo y aprende a seguirme. No te pongas delante de mí desviándonos a todos de la voluntad del Padre.
Jesús quiere dejar las cosas muy claras. Ya no llama a Pedro «piedra» sobre la que edificará su Iglesia; ahora lo llama «piedra» que me hace tropezar y me obstaculiza el camino. Ya no le dice que habla así porque el Padre se lo ha revelado; le hace ver que su planteamiento viene de Satanás.
La gran tentación de los cristianos es siempre imitar a Pedro: confesar solemnemente a Jesús como "Hijo del Dios vivo" y luego pretender seguirle sin cargar con la cruz. Vivir el Evangelio sin renuncia ni coste alguno. Colaborar en el proyecto del reino de Dios y su justicia sin sentir el rechazo o la persecución. Queremos seguir a Jesús sin que nos pase lo que a él le pasó.
No es posible. Seguir los pasos de Jesús siempre es peligroso. Quien se decide a ir detrás de él, termina casi siempre envuelto en tensiones y conflictos. Será difícil que conozca la tranquilidad. Sin haberlo buscado, se encontrará cargando con su cruz. Pero se encontrará también con su paz y su amor inconfundible. Los cristianos no podemos ir delante de Jesús sino detrás de él.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - RECREADOS POR JESÚS
31 de agosto de 2008

LO QUE TUVO QUE OÍR PEDRO

Quítate de mi vista, Satanás.

La aparición de Jesús provocó en los pueblos de Galilea sorpresa, admiración y entusiasmo. Los discípulos soñaban con el éxito total. Jesús, por el contrario, sólo pensaba en la voluntad del Padre. Quería cumplirla hasta el final.
Por eso empezó a explicar a sus discípulos lo que le esperaba. Su intención era subir a Jerusalén a pesar de que allí iba a «sufrir mucho» precisamente «por parte de» los dirigentes religiosos. Su muerte entraba en los designios de Dios como consecuencia inevitable de su actuación. Pero el Padre lo iba a resucitar. No se quedaría pasivo e indiferente.
Pedro se rebela ante la sola idea de imaginar a Jesús crucificado. No lo quiere ver fracasado. Sólo quiere seguir a Jesús victorioso y triunfante. Por eso, lo «toma aparte», lo presiona y «lo increpa» para que se olvide de lo que acaba de decir: «No lo permita Dios! No te puede pasar a ti eso».
La respuesta de Jesús es muy fuerte: «Quítate de mi vista, Satanás». No quiere ver a Pedro ante sus ojos, porque «le hace tropezar», es un obstáculo en su camino. «Tú no piensas como Dios, sino como los hombres». Tienes una manera de pensar que no es la del Padre que piensa en la felicidad de todos sus hijos e hijas, sino la de hombres que sólo piensan en su bienestar y sus intereses. Eres la encamación de Satanás.
Cuando Pedro se abre con sencillez a la revelación del Padre, confiesa a Jesús como Hijo del Dios vivo y se convierte en «Roca» sobre la que Jesús puede construir su Iglesia. Cuando, siguiendo intereses humanos, pretende apartar a Jesús del camino de la cruz, se convierte en «Tentador satánico» (!).
Los autores subrayan que Jesús dice literalmente a Pedro: «Ponte detrás de mí, Satanás». Ese es tu sitio. Colócate como seguidor fiel detrás de mí. No pretendas pervertir mi vida orientando mi proyecto hacia el poder y el triunfo.
Es «satánico» confesar a Jesús como «Hijo del Dios Vivo», y no seguirle en su camino hacia la cruz. Si en la Iglesia de hoy seguimos actuando como Pedro, tendremos que oír también nosotros lo que él tuvo que oír de labios de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
28 de agosto de 2005

ARRIESGARLO TODO

El que la pierda por mí, la encontrará.

No es fácil asomarse al mundo interior de Jesús, pero en su corazón podemos intuir una doble experiencia: su identificación con los últimos y su confianza total en el Padre. Por una parte, sufría con la miseria, injusticia, desgracias y enfermedades que hacen sufrir tanto. Por otra, confiaba totalmente en ese Dios Padre que nada quiere más que arrancar de la vida lo que es malo y hace sufrir a sus hijos.
Jesús estaba dispuesto a todo por hacer realidad el deseo de Dios y por ver cuanto antes un mundo diferente: el mundo que quería el Padre. Y, como es natural, quería ver entre sus seguidores la misma actitud. Si seguían sus pasos, debían compartir su pasión por Dios y su disponibilidad total al servicio de su reino. Quería encender en ellos el fuego que llevaba dentro.
Hay frases que lo dicen todo. Las fuentes cristianas han conservado, con pequeñas diferencias, un dicho dirigido por Jesús a sus discípulos: «Si uno quiere salvar su vida, la perderá, pero el que la pierda por mí, la encontrará». Con estas palabras tan paradójicas, Jesús les está invitando a vivir como él: agarrarse ciegamente a la vida puede llevar a perderla; arriesgarla de manera generosa y valiente puede llevar a salvarla.
El pensamiento de Jesús es claro. El que camina tras él, pero sigue aferrado a las seguridades, metas y expectativas que le ofrece su vida, puede terminar perdiendo el mayor bien de todos: la vida vivida según el proyecto de Dios. Por el contrario, el que lo arriesga todo por seguirle, encontrará vida entrando con él en el reino de Dios.
Quien sigue a Jesús tiene con frecuencia la sensación de estar «perdiendo la vida» por una utopía inalcanzable: ¿No estamos echando a perder nuestros mejores años soñando con Jesús? ¿No estamos gastando nuestras mejores energías por una causa inútil?
¿Qué hacía Jesús cuando se veía turbado por este tipo de pensamientos oscuros? Identificarse todavía más con los que sufren y seguir confiando en ese Padre que ofrece una vida que no puede deducirse de lo que ahora experimentamos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
1 de septiembre de 2002

CONTRA LA MUERTE DEL ESPÍRITU

¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero...?

Es un Manifiesto diferente. Lo lanzaron hace unos años el escritor colombiano, Álvaro Mutis, premio Cervantes y el editor Javier Ruiz Portella. No está redactado para denunciar políticas, repudiar injusticias económicas o protestar contra actividades sociales específicas. Su voz quiere alertar sobre algo más profundo y más grave: el riesgo de que quede aniquilada la vida del espíritu.
Según el Manifiesto, una «profunda pérdida de sentido conmueve a la sociedad contemporánea». Todo se ha reducido a «preservar y mejorar la vida material». Muchos viven sólo para trabajar, producir, consumir y divertirse. El fondo del problema está en que el hombre se ha proclamado no sólo «dueño de la naturaleza», sino también «dueño y señor del sentido».
Para los autores del Manifiesto, lo que peligra hoy no son los beneficios materiales alcanzados por la ciencia y la técnica, es la vida del espíritu la que se ve amenazada. La pregunta de fondo es ésta: «para qué vivimos y morimos nosotros. los hombres que creemos haber dominado el mundo..., el mundo material, se entiende?, ¿cuál es nuestro sentido, nuestro proyecto, nuestros símbolos..., estos valores sin los que ningún hombre ni ninguna colectividad existirían?, ¿cuál es nuestro destino?» Si ésta es la pregunta que da sentido a cualquier civilización, hoy tendríamos que decir que «nuestro destino es estar privados de destino, es carecer de todo destino que no sea nuestro inmediato sobrevivir». Lo más angustioso es que, salvo algunas voces aisladas, la muerte del espíritu «parece dejar a nuestros contemporáneos sumidos en la más completa de las indiferencias».
Mientras leía el Manifiesto, resonaban en mí las palabras de Jesús: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? o ¿qué podrá dar para recobrarla?»
Este texto, traducido de manera incorrecta, ha sido leído en estos términos: ¿de qué le sirve al hombre ganar este mundo si al final pierde su alma y se queda sin la vida eterna? Las palabras de Jesús tienen otro sentido: ¿De qué le sirve al ser humano ganarlo todo si se pierde él? Hay algo de valor infinito en la persona, que, si se pierde, no puede ser recuperado con nada.
El Manifiesto habla también de un sentido y un misterio que transciende al ser humano y que hoy se está olvidando. Sin tomar una posición religiosa, los firmantes se preguntan, sin embargo, si no hemos de plantearnos, sobre bases radicalmente nuevas, «la cuestión que la modernidad había creído olvidar para siempre. la cuestión de Dios».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
29 de agosto de 1999

¿FE CONGELADA?

...y me siga.

Creer en Dios no es algo estático, una manera de pensar o de sentir que se conserva congelada en algún rincón interior de la persona. La fe consiste en vivir confiando en Dios, y la vida es la vida; no se congela en ningún momento; está llamada a crecer y desarrollarse. Cuando se vive ante Dios, no es posible quedarse siempre en el mismo punto. El creyente busca siempre vivir con más hondura. Repiensa las decisiones pasadas y toma otras nuevas. Trata de vivir siempre con más coherencia y dignidad. Lucha, cae, se arrepiente, vuelve a empezar... pero no permanece inerte.
Por eso, ser cristiano no consiste sólo en evitar el pecado. En nuestras vidas siempre hay pecado porque hay arrogancia, egoísmo, orgullo, exclusión del otro, acaparamiento y muchas cosas más. El creyente no es perfecto, pero es de corazón inquieto. Su fe le lleva a reconocer su pecado para reaccionar, levantarse, reorientar su vida, crecer.
Los primeros cristianos nunca entendieron su fe en Cristo de manera estática y repetitiva. Pensaron más bien en un proceso de crecimiento constante. Para ellos, ser cristiano consiste en «seguir» a Jesús, caminar tras sus huellas, aprender a vivir como él, reproducir su estilo de vida sencillo, fraterno, cercano al sufrimiento ajeno, abierto a la confianza en Dios.
Por eso, cuando se nos pregunta si somos cristianos, no deberíamos responder sin más: «Sí, soy cristiano». Deberíamos decir: «Me voy haciendo cristiano», «estoy tratando de seguir con más verdad a Cristo», «no quiero que se me escape la vida sin aprender a vivir como El». Con este lenguaje modesto y realista solía hablar K Rahner, uno de los teólogos más lúcidos del siglo veinte.
Ciertamente, es arriesgado y exigente seguir a Cristo: no se puede servir al Dios de Jesús y dedicarse sólo a ganar dinero; no es posible enfrentarse al futuro como él y volver la mirada atrás; se corre el riesgo de verse sin apoyo donde reclinar la cabeza. Pero es una manera apasionante de entender y afrontar la vida. A pesar de su mediocridad, el verdadero creyente se da cuenta de que nada ni nadie podría poner un estímulo más vigoroso y una fuerza más apasionante en su vida que este planteamiento de «seguir» a Jesús. Un planteamiento que nunca se sabe exactamente hasta dónde nos puede llevar.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
1 de septiembre de 1996

LA CRUZ ES OTRA COSA

Que cargue su cruz y me siga.

Es difícil no sentir desconcierto y malestar al escuchar una vez más las palabras de Jesús: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. » Entendemos muy bien la reacción de Pedro que, al oír a Jesús hablar de rechazo y sufrimiento «se lo lleva aparte y se pone a increparlo». Dice el teólogo mártir D. Bonhoffer que esta reacción de Pedro «prueba que, desde el principio, la Iglesia se ha escandalizado del Cristo sufriente. No quiere que su Señor le imponga la ley del sufrimiento.»
Este escándalo puede hacerse hoy insoportable para los que vivimos en lo que Kolakowsky llama «la cultura de analgésicos», esa sociedad obsesionada por eliminar el sufrimiento y malestar por medio de toda clase de drogas, narcóticos y evasiones.
Si queremos clarificar cuál ha de ser la actitud cristiana, hemos de comprender bien en qué consiste la cruz para el cristiano, pues puede suceder que nosotros la pongamos donde Jesús nunca la puso.
Nosotros llamamos fácilmente «cruz» a todo aquello que nos hace sufrir, incluso a ese sufrimiento que aparece en nuestra vida generado por nuestro propio pecado o manera equivocada de vivir. Pero no hemos de confundir la cruz con cualquier desgracia, contrariedad o malestar que se produce en la vida.
La cruz es otra cosa. Jesús llama a sus discípulos a que le sigan fielmente y se pongan al servicio de un mundo más humano: el Reino de Dios. Esto es lo primero. La cruz no es sino el sufrimiento que se producirá en nuestra vida como consecuencia de ese seguimiento. El destino doloroso que habremos de compartir con Cristo, si seguimos realmente sus pasos. Por eso, no hemos de confundir el «llevar la cruz» con posturas masoquistas o actitudes de resignación estéril, falsa mortificación o lo que P Evdokimov llama «ascetismo barato» e individualista.
Por otra parte, hemos de entender correctamente ese «negarse a sí mismo» que pide Jesús para cargar con la cruz y seguirle. «Negarse a sí mismo» no significa mortificarse de cualquier manera, castigarse a sí mismo y, menos aún, anularse o autodestruirse. «Negarse a sí mismo» es no vivir pendiente de uno mismo, olvidarse del propio «ego» para construir la existencia sobre Jesucristo. Liberarnos de nosotros mismos para adherirnos radicalmente a él. Dicho de otra manera, «llevar la cruz» significa seguir a Jesús dispuestos a asumir la inseguridad, la conflictividad, el rechazo y la persecución que hubo de padecer el mismo Crucificado.
Pero los creyentes no vivimos la cruz como derrotados, sino como portadores de una esperanza final. Todo el que pierda su vida por Jesucristo la encontrará. El Dios que resucitó a Jesús nos resucitará también a una vida plena.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
29 de agosto de 1993

CON DISCRECION

Que cargue con su cruz y me siga.

No es fácil hablar del sufrimiento. Siempre recordaré las palabras de aquel Arzobispo de París, cardenal Veuillot, que, en medio de los agudos sufrimientos de un cáncer en fase terminal, decía así: «Nosotros sabemos decir frases hermosas sobre el sufrimiento. Yo mismo he hablado de ello con calor. Decid a los sacerdotes que no digan nada. Nosotros ignoramos lo que es sufrir, y yo ahora lloro sufriendo.»
Los que han sufrido o sufren intensamente, conocen la verdad que encierran estas palabras. Los demás hemos de escucharlas con atención, para que nuestra reflexión sea humilde y discreta. Ante el misterio del sufrimiento poco podemos hacer si no es estar cerca de quien sufre.
El sufrimiento rompe todas nuestras seguridades y certezas. Antes, la vida nos parecía, tal vez, sólida y tranquila: proyectos, amor, trabajo, familia... Ahora, todo nos parece vano y sin sentido. De pronto descubrimos la fragilidad de todo, esa «tristeza de la finitud» de la que habla P Ricoeur.
Al mismo tiempo, el sufrimiento parece hundirnos en la soledad extrema. ¿Quién puede llegar a entendernos de verdad? Las palabras y los gestos de las personas más cercanas quedan lejos de lo que estamos viviendo por dentro. A pesar de sus esfuerzos y su buena voluntad, hay una especie de impotencia inevitable en todos los que se acercan a aliviarnos.
No sirven entonces las bellas teorías sobre el sentido del dolor ni los discursos espirituales sobre el valor del sufrimiento. Uno mismo tiene que aprender a seguir siendo humano en medio de lo que parece absurdo y sin sentido.
Las reacciones ante el sufrimiento pueden ser muy variadas. Hay quienes se rebelan hasta el agotamiento y la desesperación. No pocos se dejan destruir por la angustia y la ansiedad. Otros buscan la evasión y el autoengaño. Bastantes se encierran en su propio sufrimiento aislándose de todo lo que pudiera aportarles alivio o consuelo. En realidad, no es fácil ser dueño de sí mismo en medio del dolor.
El cristiano no tiene una «receta mágica» para superar el sufrimiento. No conoce el sentido último del mal. No se siente tampoco un «superhombre» inaccesible a la angustia o la desesperación. Como todo ser humano se sabe frágil e impotente ante el dolor.
La fuerza y la luz le llegan al creyente desde el Crucificado. En la cruz no hay teorías ni discursos hermosos. Sólo hay un Dios que sufre en silencio con nosotros. Un Dios cercano, amigo del hombre. Un Dios que arrastra la historia doliente de la humanidad hacia su salvación. De ahí las palabras del Maestro:
«Quien quiera venirse conmigo... que cargue con su cruz y me siga

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
2 de septiembre de 1990

ANTE EL SUFRIMIENTO

Que cargue su cruz y me siga.

Pocos aspectos del mensaje evangélico han sido tan distorsionados y desfigurados como la llamada de Jesús a «tomar la cruz». De ahí que no pocos cristianos tengan ideas bastante confusas sobre la actitud cristiana a adoptar ante el sufrimiento.
Recordemos algunos datos que no hemos de ignorar si queremos seguir al Crucificado con mayor fidelidad.
En Jesús no encontramos ese sufrimiento que hay tantas veces en nosotros, generado por nuestro propio pecado o nuestra manera desacertada de vivir. Jesús no ha conocido los sufrimientos que nacen de la envidia, el resentimiento, el vacío interior o el apego egoísta a las cosas y a las personas.
Hay, por tanto, en nuestra vida un sufrimiento (según los expertos, puede llegar en algunas personas al 90% de su sufrimiento) que hemos de ir suprimiendo de nosotros precisamente si queremos seguir a Cristo.
Por otra parte, Jesús no ama ni busca arbitrariamente el sufrimiento ni para El m para los demás, como si el sufrimiento encerrara algo especialmente grato a Dios.
Es una equivocación creer que uno sigue más de cerca a Cristo porque busca sufrir arbitrariamente y sin necesidad alguna. Lo que agrada a Dios no es el sufrimiento, sino la actitud con que una persona asume el sufrimiento en seguimiento fiel a Cristo.
Jesús, además, se compromete con todas sus fuerzas para hacer desaparecer de entre los hombres el sufrimiento. Toda su vida ha sido una lucha constante por arrancar al ser humano de ese sufrimiento que se esconde en la enfermedad, el hambre, la injusticia, los abusos, el pecado, la muerte.
El que quiera seguirle no podrá ignorar a los que sufren. Al contrario, su primera tarea será quitar sufrimiento de la vida de los hombres. Como ha dicho un teólogo, «no hay derecho a ser feliz sin los demás ni contra los demás» (Larrañeta).
Por último, cuando Jesús se encuentra con el sufrimiento provocado por quienes se oponen a su misión, no lo rehuye, sino que lo asume en una actitud de fidelidad total al Padre y de servicio incondicional a los hombres.
Antes que nada, «tomar la cruz» es seguir fielmente a Cristo y aceptar las consecuencias dolorosas que se seguirán, sin duda, de este seguimiento.
Hay rechazos, padecimientos y daños que el cristiano ha de asumir siempre. Es el sufrimiento que sólo podríamos hacer desaparecer de nuestra vida dejando de seguir a Cristo. Ahí está para cada uno de nosotros la cruz que hemos de llevar detrás de él.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
30 de agosto de 1987

SUFRIR

Que cargue con su cruz y me siga.

Querámoslo o no, el sufrimiento está incrustado en el interior mismo de nuestra experiencia humana y sería una ingenuidad tratar de soslayarlo.
A veces, es el dolor físico que sacude nuestro organismo. Otras, el sufrimiento moral, la muerte del ser querido, la amistad rota, el conflicto, la inseguridad, el miedo o la depresión.
El sufrimiento intenso e inesperado que pronto pasará o la situación penosa que se prolonga consumiendo nuestro ser y destruyendo nuestra alegría de vivir.
A lo largo de la historia, han sido muy diversas las posturas que el hombre ha adoptado ante el mal.
Los estoicos han creído que la postura más humana era enfrentarse al dolor y aguantarlo con dignidad. La escuela de Epicuro propagó una actitud pragmática: huir del sufrimiento disfrutando al máximo mientras se pueda. El budismo, por su parte, intenta arrancar el sufrimiento del corazón del hombre suprimiendo o negando “el deseo”.
Luego, en la vida diaria, cada uno se defiende como puede. Unos se rebelan ante lo inevitable; otros adoptan una postura de resignación; hay quienes se hunden en el pesimismo y el victimalismo; alguno, por el contrario, necesita sufrir para sentirse vivo...
Jesús nos invita a cargar con nuestra cruz y seguirle a él. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a ver qué actitud adopta concretamente ante el sufrimiento.
Jesús no hace de su sufrimiento el centro en torno al cual han de girar los demás. Al contrario, el suyo es un dolor solidario, abierto a los demás, fecundo.
No adopta una actitud victimista. No vive compadeciéndose de sí mismo sino escuchando los padecimientos de los demás. No se queja ni lamenta de su situación. Está atento más bien a los lamentos y lágrimas de los que le rodean.
No se agobia con fantasmas de posibles sufrimientos futuros. Vive cada momento acogiendo y regalando la vida que recibe del Padre. Su sabia consigna dice así: «No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día 1e bastan sus disgustos» (Mt6, 34).
Y por encima de todo, confía en el Padre, se pone serenamente en sus manos. E, incluso, cuando la angustia le ahoga el corazón, de sus labios sólo brota una plegaria: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
2 de septiembre de 1984

ESTROPEAR LA VIDA

¿De qué le sirve ganar el mundo entero...?

Casi sin darnos cuenta, hemos construido una sociedad donde lo importante es «obtenerlo todo y ahora mismo».
Una educación excesivamente permisiva, una falta casi total de autodisciplina, un ambiente social lleno de estímulos que nos empujan sólo a ganar, gozar, gastar y disfrutar, el miedo a no vivir intensamente, el temor a aparecer como fracasados y reprimidos… nos está llevando a un estilo de vida donde la renuncia no tiene ya lugar alguno.
Pero comenzamos a constatar que no es ése el camino acertado para vivir en plenitud.
Cuando, sistemáticamente, vamos satisfaciendo nuestros deseos de manera inmediata, no crecemos como hombres. No acertamos a saborear con gozo la satisfacción obtenida. Nuestro espíritu no se aquieta. Siempre surge un nuevo deseo más apremiante y excitante que el anterior.
Y comenzamos a vivir en tensión, sin saber ya cómo saciar nuestros deseos e insatisfacciones cada vez más voraces. Y la existencia se nos convierte en una carrera alocada donde lo único que nos llena es tener siempre más y disfrutar con mayor intensidad.
Y tras la satisfacción lograda, de nuevo el vacío, el decaimiento, la tristeza y el hastío. Y de nuevo, vuelta a empezar, atrapados en una trampa que no tiene salida hacia la verdadera libertad.
Quizás esta experiencia nos puede ayudar a entender mejor las palabras de Jesús: «¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla?».
Lo queramos o no, el hombre madura y crece, cuando sabe renunciar a la satisfacción inmediata y caprichosa de todos sus deseos en aras de una libertad, unos valores y una plenitud de vida más noble, digna y enriquecedora.
Todavía más. Si uno quiere obtenerlo todo ahora, inmediatamente, a cualquier precio y de cualquier manera, sin abrirse a una vida futura, eterna y definitiva, corre el riesgo de perderse definitivamente.
¿No hemos de introducir en nuestras vidas una dosis mayor de renuncia, sana austeridad y simplicidad en el vivir?
El que quiere seguir a Jesús hasta la plenitud de la resurrección ha de saber vivir de manera crucificada.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
30 de agosto de 1981

RENUNCIAR

...que se niegue a si mismo.

Alguien ha señalado como uno de los rasgos más característicos de la sociedad occidental la incapacidad para el sufrimiento y la renuncia.
Nuestra civilización del confort y la comodidad no quiere oír ni entender que no puede construirse un verdadero hombre sin renuncia y ascesis. No quiere saber que una sociedad incapaz de «renunciar» es una sociedad que avanza hacia su propia descomposición.
D. Sölle se pregunta «qué será de una sociedad que evita cómodamente determinadas formas de sufrimiento». Y nos recuerda todo un conjunto de hechos cada vez más frecuentes entre nosotros.
¿Qué pensar de una sociedad que disuelve el matrimonio en cuanto ha comenzado a parecer insoportable la relación entre los dos cónyuges?
¿Qué decir de unas generaciones de padres y de hijos que cortan lo más rápidamente posible las relaciones entre sí, para evitar los conflictos y vivir con mayor tranquilidad?
¿Qué decir de una sociedad que saca rápidamente de casa a los inválidos y a los ancianos, y que borra de su memoria con toda prontitud el recuerdo de sus muertos?
¿Qué decir de una época en la que, cada vez con mayor naturalidad, se suprime la vida del niño, sin permitir el nacimiento de quien puede «estorbar» la vida de quienes lo han engendrado?
¿Qué decir de quienes no se detienen ante los derechos más fundamentales de las personas y actúan sin escrúpulo alguno, movidos sólo por el éxito económico, el triunfo social y las ansias de tener cada vez más?
Con una cierta ingenuidad hemos pensado que nos debemos liberar de toda renuncia o ascesis, sin darnos cuenta de que estamos así renunciando a la posibilidad de ser más humanos.
Incluso, hemos tratado de educar a nuestros hijos evitándoles todo contratiempo y sufrimiento innecesarios, sin darnos cuenta que así 1os incapacitábamos para el crecimiento humano en la lucha y la adversidad.
Las palabras de Jesús tantas veces rechazadas y despreciadas como «una moral de esclavos», pueden cobrar de nuevo toda su actualidad. «El que quiera venirse conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga».

José Antonio Pagola




Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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lunes, 18 de agosto de 2014

24/08/2014 - 21º domingo Tiempo ordinario (A)

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¡Volver a Jesús! Retomar la frescura inicial del evangelio.
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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21º domingo Tiempo ordinario (A)


EVANGELIO

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 13-20

Tu eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos.

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
-«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron:
-«Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremias o uno de los profetas.»
Él les preguntó:
-«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
-«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió:
-«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo:
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
24 de agosto de 2014

QUÉ DECIMOS NOSOTROS

También hoy nos dirige Jesús a los cristianos la misma pregunta que hizo un día a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. No nos pregunta solo para que nos pronunciemos sobre su identidad misteriosa, sino también para que revisemos nuestra relación con él. ¿Qué le podemos responder desde nuestras comunidades?
¿Conocemos cada vez mejor a Jesús, o lo tenemos “encerrado en nuestros viejos esquemas aburridos” de siempre? ¿Somos comunidades vivas, interesadas en poner a Jesús en el centro de nuestra vida y de nuestras actividades, o vivimos estancados en la rutina y la mediocridad?
¿Amamos a Jesús con pasión o se ha convertido para nosotros en un personaje gastado al que seguimos invocando mientras en nuestro corazón va creciendo la indiferencia y el olvido? ¿Quienes se acercan a nuestras comunidades pueden sentir la fuerza y el atractivo que tiene para nosotros?
¿No sentimos discípulos y discípulas de Jesús? ¿Estamos aprendiendo a vivir con su estilo de vida en medio de la sociedad actual, o nos dejamos arrastrar por cualquier reclamo más apetecible para nuestros intereses? ¿Nos da igual vivir de cualquier manera, o hemos hecho de nuestra comunidad una escuela para aprender a vivir como Jesús?
¿Estamos aprendiendo a mirar la vida como la miraba Jesús? ¿Miramos desde nuestras comunidades a los necesitados y excluidos con compasión y responsabilidad, o nos encerramos en nuestras celebraciones, indiferentes al sufrimiento de los más desvalidos y olvidados: los que fueron siempre los predilectos de Jesús?
¿Seguimos a Jesús colaborando con él en el proyecto humanizador del Padre, o seguimos pensando que lo más importante del cristianismo es preocuparnos exclusivamente de nuestra salvación? ¿Estamos convencidos de que el modo de seguir a Jesús es vivir cada día haciendo la vida más humana y más dichosa para todos?
¿Vivimos el domingo cristiano celebrando la resurrección de Jesús, u organizamos nuestro fin de semana vacío de todo sentido cristiano? ¿Hemos aprendido a encontrar a Jesús en el silencio del corazón, o sentimos que nuestra fe se va apagando ahogada por el ruido y el vacío que hay dentro de nosotros?
¿Creemos en Jesús resucitado que camina con nosotros lleno de vida? ¿Vivimos acogiendo en nuestras comunidades la paz que nos dejó en herencia a sus seguidores? ¿Creemos que Jesús nos ama con un amor que nunca acabará? ¿Creemos en su fuerza renovadora? ¿Sabemos ser testigos del misterio de esperanza que llevamos dentro de nosotros?


José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
21 de agosto de 2011

NUESTRO ÚNICO SEÑOR

"¿Quién decís que soy yo?". Lo mismo que los primeros discípulos, también los cristianos de hoy hemos de responder a Jesús para recordar de quién nos hemos fiado, a quién estamos siguiendo y qué podemos esperar de él. También nosotros vivimos animados por la misma fe.
Jesús, tú eres el Hijo de Dios vivo. Creemos que vienes de Dios. Tú nos puedes acercar como nadie a su Misterio. De ti podemos aprender a confiar siempre en él, a pesar de los interrogantes, dudas e incertidumbres que nacen en nuestro corazón. ¿Quién reavivará nuestra fe en un Dios Amigo si no eres tú? En medio de la noche que cae sobre tus seguidores, muéstranos al Padre.
Jesús, tú eres el Mesías, el gran regalo del Padre al mundo entero. Tú eres lo mejor que tenemos tus seguidores, lo más valioso y atractivo. ¿Por qué se apaga la alegría en tu Iglesia? ¿Por qué no acogemos, disfrutamos y celebramos tu presencia buena en medio de nosotros? Jesús, sálvanos de la tristeza y contágianos tu alegría.
Jesús, tú eres nuestro Salvador. Tú tienes fuerza para sanar nuestra vida y encaminar la historia humana hacia su salvación definitiva. Señor, la Iglesia que tú amas está enferma. Es débil y ha envejecido. Nos faltan fuerzas para caminar hacia el futuro anunciando con vigor tu Buena Noticia. Jesús, si tú quieres, puedes curarnos.
Jesús, tú eres la Palabra de Dios hecha carne. El gran Indignado que ha acampado entre nosotros para denunciar nuestro pecado y poner en marcha la renovación radical que necesitamos. Sacude la conciencia de tus seguidores. Despiértanos de una religión que nos tranquiliza y adormece. Recuérdanos nuestra vocación primera y envíanos de nuevo a anunciar tu reino y curar la vida.
Jesús, tú eres nuestro único Señor. No queremos sustituirte con nadie. La Iglesia es sólo tuya. No queremos otros señores. ¿Por qué no ocupas siempre el centro de nuestras comunidades? ¿Por qué te suplantamos con nuestro protagonismo? ¿Por qué ocultamos tu evangelio? ¿Por qué seguimos tan sordos a tus palabras si son espíritu y vida? Jesús, ¿a quién vamos a ir? Tú sólo tienes palabras de vida eterna.
Jesús, tú eres nuestro Amigo. Así nos llamas tú, aunque casi lo hemos olvidado. Tú has querido que tu Iglesia sea una comunidad de amigos y amigas. Nos has regalado tu amistad. Nos has dejado tu paz. Nos la has dado para siempre. Tú estás con nosotros hasta el final. ¿Por qué tanta discordia, recelo y enfrentamientos entre tus seguidores? Jesús, danos hoy tu paz. Nosotros no la sabemos encontrar.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - Recreados por Jesús
24 de agosto de 2008

CONFESAR CON LA VIDA

¿Quién decís que soy yo?

¿Quién decís que soy yo? Todos los evangelistas sinópticos recogen esta pregunta dirigida por Jesús a sus discípulos en la región de Cesarea de Felipe. Para los primeros cristianos era muy importante recordar una y otra vez a quién estaban siguiendo, cómo estaban colaborando en su proyecto y por quién estaban arriesgando su vida.
Cuando nosotros escucharnos hoy esta pregunta, tendemos a pronunciar las fórmulas que ha ido acuñando el cristianismo a lo largo de los siglos: Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, el Salvador del mundo, el Redentor de la humanidad... ¿Basta pronunciar estas palabras para convertirnos en «seguidores» de Jesús?
Por desgracia, se trata con frecuencia de fórmulas aprendidas a una edad infantil, aceptadas de manera mecánica, repetidas de forma ligera, y afirmadas más que vividas.
Confesamos a Jesús por costumbre, por piedad o por disciplina, pero vivimos sin captar la originalidad de su vida, sin escuchar la novedad de su llamada, sin dejamos atraer por su amor misterioso, sin contagiamos de su libertad, sin esforzarnos en seguir su trayectoria.
Lo adoramos como «Dios» pero no es el centro de nuestra vida. Lo confesamos como «Señor» pero vivimos de espaldas a su proyecto, sin saber muy bien cómo era y qué quería. Le decimos «Maestro» pero no vivimos motivados por lo que motivaba su vida. Vivimos como miembros de una religión, pero no somos discípulos de Jesús.
Paradójicamente, la «ortodoxia» de nuestras fórmulas doctrinales nos puede dar seguridad, dispensándonos al mismo tiempo de un encuentro vivo con Jesús. Hay cristianos muy «ortodoxos» que viven una religiosidad instintiva, pero no conocen por experiencia lo que es nutrirse de Jesús. Se sienten «propietarios» de la fe, alardean incluso de su ortodoxia, pero no conocen el dinamismo del Espíritu de Cristo.
No nos hemos de engañar. Cada uno hemos de ponemos ante Jesús, dejamos mirar directamente por él y escuchar desde el fondo de nuestro ser sus palabras: ¿quién soy yo realmente para vosotros? A esta pregunta se responde con la vida más que con palabras sublimes.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
21 de agosto de 2005

¿QUÉ MISTERIO SE ENCIERRA EN ÉL?

¿Quién decís que soy yo?

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Cada uno ha de responder. No basta seguir repitiendo fórmulas y tópicos sobre Jesús. Es necesario un esfuerzo por intuir cada vez mejor qué misterio se encierra en este hombre en el que los creyentes descubrimos como en ninguna otra parte el rostro vivo de Dios. Voy a señalar algunos aspectos que destacan hoy investigadores y especialistas sobre Jesús.
Jesús fue un profeta que comunicó a las gentes una experiencia única y original de Dios, sin desfigurarla con los miedos, ambiciones y fantasmas que las religiones suelen proyectar de ordinario sobre la divinidad.
Para Jesús, Dios es amor compasivo. La compasión es la manera de ser de Dios, su primera reacción ante el ser humano y ante la creación entera. Por eso, Jesús habla, actúa, vive y muere movido por la compasión.
Jesús sólo vivió para implantar en el mundo lo que él llamaba «el reino de Dios». Fue su gran sueño. La pasión que alentó su vida entera. Quería ver realizado entre los hombres el proyecto de Dios: una vida más digna y dichosa para todos, ahora y para siempre.
Jesús no se dedicó a organizar una religión más perfecta desarrollando una teología más precisa sobre Dios o una liturgia más digna. Lo que verdaderamente le preocupó fue la felicidad de la gente. Por eso se entregó a eliminar el sufrimiento y a luchar contra todo lo que hace daño o permite la humillación de las personas.
Jesús amó a los más pobres e indefensos de la sociedad. Otros muchos lo han hecho también antes y después de él. Lo más sorprendente es que, por encima de los pobres, nada ha amado más Jesús que a ellos, ni siquiera la religión, la ley o las tradiciones más venerables.
¿Quién es este hombre que, además de vivir sólo para la felicidad de los demás, se ha atrevido a sugerir que Dios se parece a él, pues sólo quiere y busca una vida más digna y dichosa para todos? ¿Qué misterio se encierra en él? Para intuirlo, nada mejor que seguir sus pasos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
25 de agosto de 2002

¿QUÉ MISTERIO SE ENCIERRA EN ÉL?

¿Quién decís que soy yo?

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Cada uno ha de responder. No basta seguir repitiendo fórmulas y tópicos sobre Jesús. Es necesario un esfuerzo por intuir cada vez mejor qué misterio se encierra en este hombre en el que los creyentes descubrimos como en ninguna otra parte el rostro vivo de Dios. Voy a señalar algunos aspectos que destacan hoy investigadores y especialistas sobre Jesús.
Jesús fue un profeta que comunicó a las gentes una experiencia única y original de Dios, sin desfigurarla con los miedos, ambiciones y fantasmas que las religiones suelen proyectar de ordinario sobre la divinidad.
Para Jesús, Dios es ámor compasivo. La compasión es la manera de ser de Dios, su primera reacción ante el ser humano y ante la creación entera. Toda religión auténtica ha de potenciar el amor compasivo a los que sufren.
Jesús sólo vivió para implantar en el mundo lo que él llamaba «el reino de Dios». Fue su gran sueño. La pasión que alentó su vida entera. Quería ver realizado entre los hombres el proyecto de Dios: una vida más digna y dichosa para todos, ahora y para siempre.
Jesús no se dedicó a organizar una religión más perfecta desarrollando una teología más precisa sobre Dios o una liturgia más digna. Lo que verdaderamente le preocupó fue la felicidad de la gente. Por eso se entregó a eliminar el sufrimiento y a luchar contra todo lo que hace daño o permite la humillación de las personas.
Jesús amó a los más pobres e indefensos de la sociedad. Otros muchos lo han hecho también antes y después de él. Lo más sorprendente es que, por encima de los pobres, nada ha amado más Jesús que a ellos, ni siquiera la religión, la ley o las tradiciones más venerables.
¿Quién es este hombre que, además de vivir sólo para la felicidad de los demás, se ha atrevido a sugerir que Dios se parece a él, pues sólo quiere y busca una vida más digna y dichosa para todos? ¿Qué misterio se encierra en él? Para intuirlo, nada mejor que seguir sus pasos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
22 de agosto de 1999

ENCONTRARSE CON ALGUIEN

¿ Quién decís que soy yo?

Los cristianos hemos olvidado con demasiada frecuencia que la fe no consiste en creer algo, sino en creer en Alguien. No se trata de adherirnos fielmente a un credo y, mucho menos, de aceptar ciegamente «un conjunto extraño de doctrinas», sino de encontramos con Alguien vivo que da sentido radical a nuestra existencia.
Lo verdaderamente decisivo es encontrarse con la persona de Jesucristo y descubrir, por experiencia personal, que es el único que puede responder de manera plena a nuestras preguntas más decisivas, nuestros anhelos más profundos y nuestras necesidades más últimas.
En nuestros tiempos, se hace cada vez más difícil creer en algo. Las ideologías más firmes, los sistemas más poderosos, las teorías más brillantes se han ido tambaleando al descubrirnos sus limitaciones y profundas deficiencias.
El hombre moderno, escarmentado de dogmas e ideologías, quizás está dispuesto todavía a creer en personas que le ayuden a vivir dando un sentido nuevo a su existencia. Por eso ha podido decir el teólogo K Lehmann que «el hombre moderno sólo será creyente cuando haya hecho una experiencia auténtica de adhesión a la persona de Jesucristo».
Produce tristeza observar la actitud de sectores católicos cuya única obsesión parece ser «conservar la fe» como «un depósito de doctrinas» que hay que saber defender contra el asalto de nuevas ideologías y corrientes.
Creer es otra cosa. Antes que nada, los cristianos hemos de preocupamos de reavivar nuestra adhesión profunda a la persona de Jesucristo. Sólo cuando vivamos «seducidos» por él y trabajados por la fuerza regeneradora de su persona, podremos contagiar también hoy su espíritu y su visión de la vida. De lo contrario, proclamaremos con los labios doctrinas sublimes, al mismo tiempo que seguimos viviendo una fe mediocre y poco convincente.
Los cristianos hemos de responder con sinceridad a esa pregunta interpeladora de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Ibn Arabi escribió que «aquel que ha quedado atrapado por esa enfermedad que se llama Jesús, no puede ya curarse». ¿Cuántos cristianos podrían hoy intuir desde su experiencia personal la verdad que se encierra en estas palabras?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
25 de agosto de 1996

DICHOSO

Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo

Con frecuencia pensamos que seremos más felices el día en que cambie el entorno que nos rodea, cuando las personas nos traten mejor o cuando nos sucedan cosas buenas. En el fondo buscamos que la vida se adapte a nuestros deseos. Creemos que entonces seremos felices.
Sin embargo, hay una pregunta que no podemos ni debemos eludir. Para conocer la felicidad, ¿tiene que suceder algo fuera de mí, o justamente dentro de mí mismo?, ¿tienen que cambiar los demás, o tengo que cambiar yo?, ¿ha de mejorar el mundo que me rodea, o he de transformarme yo?
En el relato que nos ofrece el evangelista Mateo, Jesús le declara feliz a Pedro por algo que ha ocurrido en su interior: el Padre del cielo le ha revelado que Jesús no es un profeta más, sino «el Mesías, el Hijo de Dios vivo». No es difícil detectar dos matices en las palabras de Cristo: «Qué suerte tienes, Simón, hijo de Jonás, porque el Padre te ha desvelado una verdad tan decisiva.» Pero, al mismo tiempo: «Qué dichoso eres por haberte abierto a esa luz que el Padre ha puesto en ti.»
A nosotros nos puede resultar un tanto extraño que una «revelación interior» pueda convertirse en fuente de felicidad. Sin embargo, pocas cosas pueden desencadenar una experiencia tan gozosa y estable como el descubrir con luz nueva las convicciones fundamentales que sostienen la vida de la persona.
Los cristianos olvidamos con frecuencia un dato elemental. Lo que encontramos al comienzo del cristianismo no es una doctrina, sino una experiencia vivida con fe por los primeros discípulos. La fe cristiana nació cuando unos hombres y mujeres se encontraron con Cristo y experimentaron en él la cercanía de Dios. Este encuentro dio un sentido nuevo a sus vidas; descubrieron a Dios como Padre cercano y bueno; pusieron en Cristo todas sus esperanzas de salvación.
Ahora bien, lo que para ellos fue una experiencia viva, a nosotros nos llega como una tradición religiosa que ha sido formulada en un lenguaje concreto y ha cristalizado a lo largo de los siglos en un determinado cuerpo doctrinal. Pero, evidentemente, ser creyente es mucho más que aceptar dócilmente esa doctrina. Cada uno hemos de vivir nuestra propia experiencia y hacer nuestra la fe primera de aquellos discípulos.
No basta afirmar teóricamente que Cristo es el Hijo de Dios encarnado o atribuirle títulos tan solemnes como Salvador del Mundo o Redentor de la Humanidad. Es necesario, además, creer en él, adherirnos a su persona, abrirnos a su acción salvadora, acoger su palabra, dejarnos trabajar por su Espíritu. Por eso, también hoy dichoso el creyente que, al confesar a Cristo como «Mesías, Hijo de Dios vivo», no sólo afirma una verdad doctrinal del Credo, sino que se deja iluminar internamente por el Padre.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
22 de agosto de 1993

CUESTION DE FONDO

¿Quién decís que soy yo?

La pregunta de Jesús a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», no es sólo una pregunta dirigida por el Maestro a sus primeros seguidores. Es la cuestión fundamental a la que hemos de responder siempre los que nos confesamos cristianos.
Nuestra primera reacción puede ser encontrar rápidamente una respuesta doctrinal y confesar de manera rutinaria que Jesús es el «Hijo de Dios encarnado», el «Redentor» del mundo, el «Salvador» de la humanidad. Títulos todos ellos muy solemnes y ortodoxos, sin duda, pero que pueden ser pronunciados sin contenido vital alguno.
La pregunta de Jesús no nos pide simplemente nuestra opinión. Nos interpela, sobre todo, acerca de nuestra actitud ante Jesucristo. Y ésta no se refleja sólo en nuestras palabras y afirmaciones verbales, sino, sobre todo, en nuestro seguimiento concreto a Jesucristo. Como ha escrito algún teólogo: «La breve proposición: ‘Yo creo que Jesús es el Hijo de Dios’ significa algo completamente distinto si la pronuncia Francisco de Asís o la pronuncia uno de los actuales dictadores sudamericanos. El Dios de estos hombres no es el mismo, o, al menos, el Dios que cada uno invoca para dirigir su conducta.»
Las palabras de Jesús piden una opción radical, O bien Jesús es para nosotros un personaje más junto a otros muchos de la humanidad, o bien es la Persona decisiva que nos proporciona la comprensión última de la existencia, da una orientación nueva a nuestra vida y nos ofrece la esperanza definitiva.
La pregunta « ¿quién decís que soy yo?», cobra entonces un contenido nuevo. No es ya una cuestión sobre Jesús, sino sobre nosotros mismos. Una interpelación sobre mi fe y mi vida. ¿Quién soy yo? ¿En quién creo? ¿Desde dónde oriento mi existencia? ¿A qué se reduce mi fe?
Todos hemos de recordar una y otra vez que la fe no se identifica con las fórmulas que pronunciamos. Para comprender mejor el alcance de «lo que yo creo» es necesario verificar «cómo vivo», a qué aspiro, en qué me comprometo.
Por eso, la pregunta de Jesús, más que un examen sobre nuestra ortodoxia, debería ser el llamamiento a un estilo de vida cristiano. Evidentemente, no se trata de decir o creer cualquier cosa acerca de Cristo. Pero, tampoco de hacer solemnes profesiones de fe ortodoxa para vivir luego muy lejos del espíritu que esa misma proclamación de fe exige y lleva consigo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
26 de agosto de 1990

LA IGLESIA DE JESUCRISTO

Edificaré mi Iglesia

Todos los sondeos y estadísticas muestran de manera palpable que el mensaje de la Iglesia va perdiendo progresivamente su influencia en la sociedad occidental. El hombre contemporáneo escucha otros «evangelios» y atiende a otros «profetas».
Son muchos los que critican fuertemente la historia concreta del cristianismo y echan en cara a la Iglesia graves traiciones. Ha llegado el momento en el que los papeles se han invertido, y ya no es la Iglesia la que juzga al mundo, sino éste el que juzga a la Iglesia.
El hombre actual, terriblemente práctico y crítico, observa el cristianismo y no constata, al parecer, nada especial. Lo mismo que en el mundo, ve también en la Iglesia hombres y mujeres vacíos, superficiales, hipócritas o sin esperanza.
El evangelio parece haberse convertido en algo inofensivo. El mensaje de la Iglesia no encuentra casi nunca una reacción de resistencia hostil, sino de total indiferencia. Según el teólogo ortodoxo Paul Evdokimov, «los cristianos han hecho todo lo posible para esterilizar el evangelio; se diría que lo han sumergido en un líquido neutralizante».
El hecho cristiano parece resonar entonces en el vacío. La Iglesia no introduce apenas contraste en el interior del mundo. Los cristianos han perdido, en gran parte, su fuerza de fermento en medio de la masa.
¿No es ésta la gran derrota de la Iglesia contemporánea? ¿Cómo leer desde esta situación la promesa de Jesús: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará»?
Antes que nada, hemos de recordar que Jesús habla de «su Iglesia», de una Iglesia que él mismo ha de edificar sobre Pedro. Sus palabras, por tanto, no garantizan la consistencia de cualquier Iglesia, sino de una Iglesia que sea realmente «presencia de Jesucristo».
Ahora bien, Jesucristo no es sólo «doctrina», sino Vida de Dios encarnada, salvación hecha vida. Por ello, lo que se ha de construir sobre Pedro no es solamente un cuerpo de doctrina ortodoxa, sino el Cuerpo vivo de la presencia de Cristo en el mundo.
Jesucristo no es tampoco «palabras vacías», sino novedad de vida auténticamente humana. Por eso, la Iglesia ha de ser un foco de vida y no un lugar donde se produce «un vocabulario suplementario», pero donde el modo de pensar y de obrar es semejante al del mundo.
Jesucristo no es sólo «preocupación ética», sino enraizamiento de la vida en el Dios Creador y Padre. Por eso, lo que la Iglesia ha de poner en el mundo no es simplemente «creencia moral», sino vida que dimane del Trascendente.
Es esta Iglesia de Jesucristo la que el mundo actual necesita y la que nunca será derrotada.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
23 de agosto de 1987

A LA ESCUCHA DE OTRO

Te lo ha revelado mi Padre

Para crecer en fe no basta leer libros sobre temas religiosos ni escuchar las palabras y discursos que pronuncian otros creyentes, aunque éstos sean eclesiásticos de prestigio.
Lo importante es saber escuchar como Pedro lo que nos revela interiormente no alguien de carne y hueso, sino el Padre que está en el cielo y en el fondo de nosotros mismos.
Escuchar a Dios siempre es un don, algo que se nos regala gratuitamente pero, al mismo tiempo, es algo que ha de ser recibido y preparado por nosotros.
A nosotros se nos pide remover los obstáculos que nos impiden estar atentos y en silencio. Descender al fondo de nosotros y de la vida. Superar la dispersión y la superficialidad. Y luego, dejar que en nuestro interior «acontezca algo”.
Pero, ¿es esto posible alimentados exclusivamente por el periódico, la radio o la televisión que apenas nos permiten escuchar en nosotros otra voz que no sea el ruido del acontecer diario?
¿Es esto posible cuando vivimos ocupados por esa actividad tan absorbente, el medio más eficaz, en realidad, para olvidarnos de quiénes somos, qué buscamos y hacia dónde caminamos?
Cada vez son más las cosas que hemos de hacer y los compromisos que hemos de atender. Tal vez nos programamos inconscientemente así con la oculta intención de carecer de tiempo para detenernos.
Vivimos guiados por una consigna realmente peligrosa: “Date prisa», lo que, en el fondo, viene a decir “no pienses», “no escuches”, “vive aturdido”, “huye fuera de ti mismo».
Consciente de esta vida nuestra tan agitada y atropellada, me atrevo, sin embargo, a recoger aquí la invitación tan conocida de S. Anselmo en su Proslogion porque la considero de total actualidad.
Alguno leerá estas frases apresuradamente y tendrá la impresión de que las ha entendido porque ha entendido la conexión entre unas palabras y otras.
Sin embargo, sólo las entenderá quien lea en ellas una invitación a vivir en su propia experiencia lo que esas palabras sugieren.
“Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas.
Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de El. Di a Dios: Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
26 de agosto de 1984

¿QUIEN ES PARA NOSOTROS?

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

No es fácil intentar responder con sinceridad a la pregunta de Jesús: «quién decís que soy yo?».
En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros? Su persona nos llega a través de veinte siglos de imágenes, fórmulas, ideologizaciones, experiencias, interpretaciones culturales.., que van desvelando y velando al mismo tiempo su riqueza insondable.
Pero, además, cada uno de nosotros vamos revistiendo a Jesús de lo que nosotros somos. Y proyectamos en él nuestros deseos, aspiraciones, intereses y limitaciones. Y casi sin darnos cuenta, lo empequeñecemos y desfiguramos incluso cuando tratamos de exaltarlo.
Pero Jesús sigue vivo. Los cristianos no lo hemos podido disecar con nuestra mediocridad. No permite que lo disfracemos. No se deja etiquetar ni reducir a unos ritos, unas fórmulas, unas costumbres.
Jesús siempre desconcierta a quien se acerca a él con una postura abierta y sincera. Siempre es distinto de lo que esperábamos. Siempre abre nuevas brechas en nuestra vida, rompe nuestros esquemas y nos empuja a una vida nueva.
Cuanto más se le conoce, más sabe uno que todavía está empezando a descubrirlo. Seguir a Jesús es avanzar siempre, no establecer- se nunca, crear, construir, crecer.
Jesús es peligroso. Percibimos en él una entrega a los hombres que desenmascara todo nuestro egoísmo. Una pasión por la justicia que sacude todas nuestras seguridades, privilegios y comodidad. Una ternura y una búsqueda de reconciliación y perdón que deja al descubierto nuestra mezquindad. Una libertad que rasga nuestras mil esclavitudes y servidumbres.
Y sobre todo, intuimos en él un misterio de apertura, cercanía y proximidad a Dios que nos atrae y nos invita a abrir nuestra existencia al Padre.
A Jesús lo iremos conociendo en la medida en que nos entreguemos a él. Sólo hay un camino para ahondar en su misterio: seguirle.
Seguir humildemente sus pasos, abrirnos con él al Padre, actualizar sus gestos de amor y ternura, mirar la vida con sus ojos, compartir su destino doloroso, esperar su resurrección.
Y sin duda, saber orar muchas veces desde el fondo de nuestro corazón: «Creo, Señor, ayuda mi incredulidad».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
23 de agosto de 1981

NUESTRA IMAGEN DE CRISTO

¿Quién decís que soy yo?

La pregunta decisiva de Jesús: «Quién decís que soy yo? » sigue pidiendo todavía una respuesta entre los creyentes de nuestro tiempo.
No todos tenemos la misma imagen de Jesús. Y esto, no sólo por d carácter inagotable de su personalidad, sino, sobre todo, porque cada uno de nosotros vamos elaborando nuestra imagen de Jesús a partir de nuestros propios intereses y preocupaciones, condicionados por nuestra sicología personal y e1 medio social al que pertenecemos, y marcados de manera decisiva por la formación religiosa que hemos recibido.
Y sin embargo, la imagen de Cristo que podamos tener cada uno, tiene importancia decisiva para nuestra vida creyente, pues, condiciona esencialmente nuestra manera de entender y vivir la fe.
Una imagen empobrecida, unilateral, parcial o falsa de Jesús nos conducirá a una vivencia empobrecida, unilateral, parcial o falsa de la fe.
De ahí la importancia de tomar conciencia de las posibles deformaciones de nuestra visión de Jesús y de purificar nuestra adhesión a Jesucristo.
Por otra parte, es pura ilusión pensar que uno cree en Jesucristo porque «cree» en un dogma o porque está dispuesto a creer «en lo que la santa Madre Iglesia cree».
En realidad, cada creyente cree en lo que cree él, es decir, en lo que personalmente va descubriendo en su seguimiento a Jesucristo, aunque naturalmente, lo haga dentro de la comunidad cristiana.
Por desgracia, son bastantes los cristianos que entienden y viven su religión de tal manera que probablemente nunca podrán tener una experiencia un poco viva de lo que es encontrarse personalmente con Cristo.
Ya en una época muy temprana de su vida, se han hecho una idea infantil de Jesús, cuando quizás no se habían planteado todavía con suficiente lucidez las cuestiones y preguntas a las que Cristo puede responder.
Más tarde, ya no han vuelto a repensar su fe en Jesucristo, bien porque la consideran algo banal y sin importancia alguna para sus vidas, bien porque no se atreven a examinarla con seriedad y rigor por temor a perderla, bien porque se contentan con conservarla de manera indiferente y apática, sin eco alguno en su ser.
Desgraciadamente no sospechan lo que Jesús podría ser para su vida. M. Legaut escribía esta frase dura pero quizás muy real: «Esos cristianos ignoran quién es Jesús y están condenados por su misma religión a no descubrirlo jamás».

José Antonio Pagola

HOMILIA


En cualquier lugar y en cualquier época, quienes deseen vivir fielmente la fe cristiana tendrán que preguntarse una y otra vez: ¿Quién fue Jesús de Nazaret? ¿Quién es hoy Cristo para nosotros? ¿Qué podemos esperar de él? Por eso, todos los años se recuerda en la comunidad cristiana el diálogo de Cesarea de Filipo y se escucha esa pregunta decisiva de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Con frecuencia, se trata de responder a esta pregunta en clave doctrinal recordando lo que los grandes concilios han proclamado sobre él. Planteada así la cuestión, unos afirman que Jesús es el Hijo de Dios consustancial al Padre, otros entienden que es sólo un hombre extraordinario pero no de naturaleza divina, otros prefieren no pronunciarse pues no llegan a entender qué es lo que se quiere decir exactamente con este tipo de fórmulas.
Con ser decisiva, no es ésta, sin embargo, la única clave para acercarse a la verdadera identidad de Cristo, sobre todo en una época de fuerte crisis metafísica en la que muchos buscan orientación para su vida en medio de conflictos, interrogantes y contradicciones. Hay otra manera de ahondar en la personalidad de Cristo y es recorrer el camino iniciado por él.
A muchos hombres y mujeres de hoy no les ayuda mucho analizar lo que dicen los concilios sobre la naturaleza divina y humana de Cristo o escuchar las explicaciones de los teólogos sobre la posibilidad de que Dios se haga hombre. Es mejor conocer el relato evangélico sobre Jesús, captar lo esencial de esa vida y ponernos a seguirle.
Quien sigue a Jesús se acerca cada vez más a su misterio. Se encuentra con un hombre movido sólo por el amor, sintoniza con él, comienza a entender la existencia desde otra perspectiva y se pregunta qué misterio se encierra en este ser humano que no vive para sí mismo sino para los demás. Se sorprende ante su libertad inaudita, trata de seguirle en su «camino de verdad» y se pregunta dónde está el origen último de esa seguridad misteriosa que lo lleva a poner la ley, el culto y la religión al servicio del ser humano.
Lo que más nos acerca al misterio de Cristo no es confesar rutinariamente las grandes fórmulas cristológicas sino tratar de seguirle día a día abriéndonos a su Espíritu y sintonizando con su estilo de vivir.

José Antonio Pagola





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