domingo, 22 de diciembre de 2013

25/12/2013 - Natividad del Señor (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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25 de diciembre de 2013

Natividad del Señor (A)


EVANGELIO

Misa de medianoche.

Hoy os ha nacido un Salvador.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,1-14

En aquellos días, salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero.
Éste fue el primer censo que se hizo siendo Quirinio gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.
Y un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor.
El ángel les dijo:
- No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
- Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.

Palabra de Dios.

Misa de la aurora.

Los pastores encontraron a María y a José, y al niño.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,15-20

Cuando los ángeles los dejaron y subieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: "Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor." Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.

Palabra de Dios.

Misa del día.

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 1,1-18

En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.
[Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz,
sino testigo de la luz.]
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino,
y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
[Juan da testimonio de él y grita diciendo:
- Éste es de quien dije: «El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia, porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás.
El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.]

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
25 de diciembre de 2013
Lc 2,1-14  (Misa de medianoche)

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 – JESÚS ES PARA TODOS.
25 de diciembre de 2010
Lc 2,1-14  (Misa de medianoche)

UN DIOS CERCANO

(Ver homilía del 25 de diciembre de 2007.)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - RECREADOS POR JESÚS
25 de diciembre de 2007
Lc 2,1-14  (Misa de medianoche)

UN DIOS CERCANO

Os ha nacido un Salvador.

La Navidad es mucho más que todo ese ambiente superficial y manipulado que se respira estos días en nuestras calles. Una fiesta mucho más honda y gozosa que todos los artilugios de nuestra sociedad de consumo.
Los creyentes tenemos que recuperar de nuevo el corazón de esta fiesta y descubrir detrás de tanta superficialidad y aturdimiento, el misterio que da origen a nuestra alegría. Tenemos que aprender a «celebrar» la Navidad. No todos saben lo que es celebrar. No todos saben lo que es abrir el corazón a la alegría.
Y, sin embargo, no entenderemos la Navidad si no sabemos hacer silencio en nuestro corazón, abrir nuestra alma al misterio de un Dios que se nos acerca, reconciliamos con la vida que se nos ofrece, y saborear la fiesta de la llegada de un Dios Amigo.
En medio de nuestro vivir diario, a veces tan aburrido, apagado y triste, se nos invita a la alegría. «No puede haber tristeza cuando nace la vida» (S. León Magno). No se trata de una alegría insulsa y superficial. La alegría de quienes están alegres sin saber por qué. «Nosotros tenemos motivos para el jubilo radiante, para la alegría plena y para la fiesta solemne: Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre nosotros» (L. Boff). Hay una alegría que sólo la pueden disfrutar quienes se abren a la cercanía de Dios, y se dejan coger por su ternura.
Una alegría que nos libera de miedos, desconfianzas e inhibiciones ante Dios. ¿Cómo temer a un Dios que se nos acerca como niño? ¿Cómo huir ante quien se nos ofrece como un pequeño frágil e indefenso? Dios no ha venido armado de poder para imponerse a los hombres. Se nos ha acercado en la ternura de un niño a quien podemos hacer sonreír o llorar.
Dios no puede ser ya el Ser Omnipotente y Poderoso que nosotros sospechamos, encerrado en la seriedad y el misterio de un mundo inaccesible. Dios es este niño entregado cariñosamente a la humanidad, este pequeño que busca nuestra mirada para alegrarnos con su sonrisa.
El hecho de que Dios se haya hecho niño, dice mucho más de cómo es Dios, que todas nuestras cavilaciones y especulaciones sobre su misterio. Si supiéramos detenernos en silencio ante este Niño y acoger desde el fondo de nuestro ser toda la cercanía y la ternura de Dios, quizás entenderíamos por que el corazón de un creyente debe estar transido de una alegría diferente estos días de Navidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
25 de diciembre de 2005
Lc 2,1-14  (Misa de medianoche)

EL CORAZÓN DE LA NAVIDAD

Os ha nacido un Salvador.

Poco a poco lo vamos consiguiendo. Ya hemos logrado celebrar unas fiestas entrañables, sin conocer exactamente su razón de ser. Nos felicitamos unos a otros y no sabemos por qué. Se anuncia la Navidad y se oculta su motivo. Muchos no recuerdan ya dónde está el corazón de estas fiestas. ¿Por qué no escuchar el «primer pregón» de Navidad? Lo compuso el evangelista Lucas hacia el año ochenta.
Según el relato, es noche cerrada. De pronto, una «claridad» envuelve con su resplandor a unos pastores. El evangelista dice que es la «gloria del Señor». La imagen es grandiosa: la noche queda iluminada. Sin embargo, los pastores «se llenan de temor». No tienen miedo a las tinieblas sino a la luz. Por eso, el anuncio empieza con estas palabras: «No temáis».
No nos hemos de extrañar. Preferimos vivir en tinieblas.
Nos da miedo la luz de Dios. No queremos vivir en la verdad. Quien no ponga estos días más luz y verdad en su vida, no celebrará la Navidad.
El mensajero continúa: «Os traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo». La alegría de Navidad no es una más entre otras. No hay que confundirla con cualquier bienestar, satisfacción o disfrute. Es una alegría «grande», inconfundible, que viene de la «Buena Noticia» de Jesús. Por eso, es «para todo el pueblo» y ha de llegar, sobre todo, a los que sufren y viven tristes.
Si ya Jesús no es una «buena noticia»; si su evangelio no nos dice nada; si no conocemos la alegría que sólo nos puede llegar de Dios; si reducimos estas fiestas a disfrutar cada uno de su bienestar o a alimentar un gozo religioso egoísta, celebraremos cualquier cosa menos la Navidad.
La única razón para celebrarla es ésta: «Os ha nacido hoy el Salvador». Ese niño no les ha nacido a María y José. No es suyo. Es de todos. Es «el Salvador» del mundo. El único en el que podemos poner nuestra última esperanza. Este mundo que conocemos no es la verdad absoluta. Jesucristo es la esperanza de que la injusticia que hoy lo envuelve todo no prevalecerá para siempre.
Sin esta esperanza, no hay Navidad. Despertaremos nuestros mejores sentimientos, disfrutaremos del hogar y la amistad, nos regalaremos momentos de felicidad. Todo eso es bueno. Muy bueno. Todavía no es Navidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
25 de diciembre de 2001
Lc 2,1-14  (Misa de medianoche)

DIFERENTE

Os traiga la gran alegría.

¿Puede decir algo al hombre o a la mujer de hoy el deseo de Dios de un creyente del siglo once? ¿Está permitido publicar su oración en un periódico de nuestros días? ¿Es una provocación de mal gusto? ¿Una ingenuidad? ¿Puede ser una «llamarada» diferente para quienes buscan algo más que bienestar material? He dudado antes de transcribir estos fragmentos de la célebre oración de Anselmo de Canterbury. Tal vez sean para alguien un «regalo de Navidad».
«Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate un rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia... Excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte a buscarle...
Ahora di a Dios: Busco tu rostro, Señor, anhelo ver tu ros- (ro... Enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte... Si no estás aquí, ¿dónde te buscaré? Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia?... Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro.
¿Qué hará éste tu desterrado lejos de ti? ¿Qué hará tu servidor, ansioso de tu amor y tan lejos de tu rostro? Anhela verte, y tu rostro está muy lejos. Desea acercarse a ti, y tu morada es inaccesible. Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives. No suspira más que por ti, y jamás ha visto tu rostro...
Tú me has creado... y me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco. Me creaste para verte, y todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado...
Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré».
Qué Navidad tan diferente la nuestra; si pudiéramos despertar sentimientos como éstos en nuestro corazón, Dios «nacería» de nuevo en nosotros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
25 de diciembre de 1998
Lc 2,1-14  (Misa de medianoche)

UNA NOCHE DIFERENTE

Os ha nacido un Salvador.

La Navidad encierra un secreto profundo que, desgraciadamente, se les escapa a muchos de los que hoy celebrarán «algo», sin saber exactamente qué. Muchos no pueden ni siquiera sospechar que la Navidad nos ofrece la clave para descifrar el misterio último de nuestra existencia.
Generación tras generación, los hombres han gritado angustiados sus preguntas más hondas. ¿Por qué tenemos que sufrir, si desde lo más íntimo de nuestro ser todo nos llama a la felicidad? ¿Por qué tanta humillación? ¿Por qué la muerte si hemos nacido para la vida? Los hombres preguntaban. Y preguntaban a Dios porque, de alguna manera, cuando estamos buscando el sentido último de nuestro ser, estamos apuntando hacia él. Pero Dios parecía guardar un silencio impenetrable.
Ahora, en la Navidad, Dios ha hablado. Tenemos ya su respuesta. Pero Dios no nos ha hablado para decirnos palabras hermosas acerca del sufrimiento, ni para ofrecernos disquisiciones profundas sobre nuestra existencia. Dios no nos ofrece palabras. No. «La Palabra de Dios se ha hecho carne». Es decir, Dios más que darnos explicaciones, ha querido sufrir en nuestra propia carne nuestros interrogantes, sufrimientos e impotencia.
Dios no da explicaciones sobre el sufrimiento, sino que sufre con nosotros. No responde al porqué de tanto dolor y humillación, sino que él mismo se humilla. Dios no responde con palabras al misterio de nuestra existencia, sino que nace para vivir él mismo nuestra aventura humana.
Ya no estamos perdidos en nuestra inmensa soledad. Ya no estamos sumergidos en pura tiniebla. El está con nosotros. Hay una luz. «Ya no estamos solitarios, sino solidarios» (L. Boff). Dios comparte nuestra existencia.
Ahora todo cambia. Dios mismo ha entrado en nuestra vida. La creación está salvada. Es posible vivir con esperanza. Merece la pena ser hombre. Dios mismo comparte nuestra vida y con él podemos caminar hacia la plenitud. Por eso, la Navidad es siempre para los creyentes una llamada a renacer. Una invitación a reavivar la alegría, la esperanza, la solidaridad, la fraternidad y la confianza total en el Padre.
Recordemos esta mañana de Navidad las palabras del poeta Angelus Silesus: «Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón, estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
25 de diciembre de 1995
Lc 2,1-14  (Misa de medianoche)

ALEGRÍA RADICAL

La gran alegría para todo el pueblo.

Toda la fiesta de Navidad es una invitación a la alegría y al gozo. El relato del nacimiento de Jesús viene precedido precisamente por estas palabras del ángel: «Os vengo a traer la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo.»
El fundamento de esta alegría es un acontecimiento que está en la raíz de nuestra existencia: Dios que es la misma Alegría se ha hecho hombre para compartir nuestra vida. Desde entonces, la alegría es para los creyentes algo que hemos de cuidar y acrecentar amorosamente en nosotros. La tristeza, por el contrario, algo que hemos de combatir sin cesar.
L. Boros, meditando en esta alegría radical que se desprende de la encarnación de Dios, llega a decir que «el gusto por la felicidad forma parte de los elementos vitales del ser cristiano». La alegría no es algo secundario y accidental en la vida del cristiano. Al contrario, es un rasgo que ha de caracterizar la existencia entera del creyente que se sabe acompañado a lo largo de los días por el mismo Dios encarnado.
Pero, ¿cómo mantener la alegría cuando la soledad, el dolor, la enfermedad, la muerte de un ser querido y tantos otros sufrimientos entristecen nuestra vida? ¿Cómo eliminar de nuestro corazón tantas sombras que ahogan nuestra alegría?
Antes que nada, hemos de recordar que esta alegría del creyente no es fruto de un temperamento optimista ni resultado de una vida sin problemas ni tensiones. El creyente se ve enfrentado a la dureza de la vida con la misma crudeza y la misma fragilidad que cualquier otro ser humano.
El secreto de su alegría serena está en que sabe apoyar confiadamente su vida en ese Dios cercano y amigo que es el Dios nacido en Belén. Por eso, esa alegría no se manifiesta ordinariamente en la euforia o el optimismo, sino que se esconde humildemente en el fondo de su alma. Es una alegría que está ahí, sostenida por nuestra fe en Dios. Una alegría que crece en la medida en que sabemos difundirla e irradiarla serenamente a nuestro alrededor.
Un hombre que pasó muchos años en un campo de concentración de Siberia escribió en la pared de su celda esta frase que sintetiza bien cuál ha de ser nuestra actitud: «Buscaba a Dios y Dios se me ocultaba; buscaba mi propia alma y no la encontraba; busqué a mi hermano y encontré al mismo tiempo a Dios y a mi alma.»
Con frecuencia sucede así. Quien no encuentra paz en sí mismo ni siente la cercanía gozosa de Dios en el interior de su corazón, muchas veces recupera la alegría verdadera al tratar de aliviar el sufrimiento o la tristeza del hermano. Despertar en nosotros la alegría y difundirla a nuestro alrededor es celebrar hondamente la Navidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
25 de diciembre de 1992
Jn 1,1-18 (Misa del día)

LA ALEGRIA DE CREER

Os traigo la gran alegría
para todo el pueblo.

Muchas personas se han ido alejando de la fe porque nunca han logrado experimentar que podía ser para ellos fuente de felicidad. Al contrario, siempre han sentido la religión como estorbo y limitación.
En su conciencia ha quedado el recuerdo de una religión legalista y rígida que tiene muy poco que ver con la felicidad que ellos buscan. Por otra parte, su relación con Dios ha sido tan ritual e impersonal que difícilmente podía despertar alegría alguna en su interior.
Hoy, alejados de toda experiencia religiosa, y respirando un ambiente social que presenta casi siempre la religión como algo negativo y molesto para la humanidad, estas personas sólo sienten desconfianza ante lo religioso. No creen que la fe les pueda aportar nada importante para sentirse mejor.
Buscan la felicidad por diferentes caminos; a veces sienten que es fácil quedar atrapado en «una red de satisfacciones falsas y superficiales»; se esfuerzan por encontrar una felicidad digna, pero prescinden de Dios, pues no creen que pueda ser para ellos algo bueno.
Hace unos años, el escritor francés P. du Ruffray hacía esta afirmación: «La humanidad es hoy un enorme orfanato en el que millones de individuos se consideran sin creador, sin redentor y sin padre. ¿Sufren por ello? Algunos sí. Pero la mayoría son como pájaros cuyas alas están cortadas desde el nacimiento. Están hechos para volar, pero no lo saben.»
Sin embargo, la religión responde a ese deseo fundamental de felicidad que se encierra en el ser humano. Y si no se capta el vínculo que hay entre fe y felicidad, quiere decir que esa fe es todavía superficial o mediocre, y no ha desarrollado todavía en la persona toda su fuerza sanadora y liberadora.
La experiencia del verdadero creyente que, a pesar de su debilidad y pecado, busca a Dios con corazón sincero, es muy diferente. Conoce, como todos los hombres, gozos y alegrías diferentes, pero conoce además el placer de estar con Dios, la dicha de sentirse perdonado de manera total, el gusto de vivir la vida desde su raíz.
Esta dicha no se fundamenta sólo en la promesa de una vida eterna. Es algo que, en cierto modo, se puede verificar ya desde ahora. ¿No es verdad que experimentamos una alegría más profunda siempre que vamos más allá de nuestro habitual egoísmo? ¿No es verdad que, cuando la persona se esfuerza por ser fiel a Dios y a su conciencia, llega a conocer lo que es el «placer de ser bueno»? ¿No es verdad que quien vive celebrando la creación como obra de Dios experimenta la vida con hondura diferente?
Hoy celebramos los cristianos la Navidad. Para muchos será una fiesta superficial y yana. Para quienes se sienten creyentes en el fondo de su corazón, será una fiesta gozosa que les recuerda que pueden contar siempre con un Dios cercano que sólo busca nuestro bien.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
25 de diciembre de 1989
Jn 1,1-18 (Misa del día)

UN DIOS CERCANO

Vino al mundo

Celebrar la Navidad es, ante todo, creer, agradecer y disfrutar de la cercanía de Dios. Estas fiestas sólo puede gustarlas en su verdad más honda quien se atreve a creer que Dios es más cercano, más comprensivo y más amigo de lo que nosotros podemos imaginar.
Ese Niño nacido en Belén es el punto de la creación donde la verdad, la bondad y la cercanía cariñosa de Dios hacia sus criaturas aparece de manera más tierna y bella.
Sé muy bien cómo les cuesta hoy a muchas personas encontrarse con Dios. Quisieran creer de verdad en El, pero no saben cómo. Desearían poder rezarle, pero ya no les sale nada de su interior. La Navidad puede ser precisamente la fiesta de los que se sienten lejos de Dios.
En el corazón de estas fiestas en que celebramos al Dios hecho hombre, hay una llamada que todos, absolutamente todos, podemos escuchar: «Cuando no tengas ya a nadie que te pueda ayudar, cuando no veas ninguna salida, cuando creas que todo está perdido, confía en Dios. El está siempre junto a ti. El te entiende y te apoya. El es tu salvación».
Siempre hay salida. Lo más importante de nuestro ser, lo más decisivo de nuestra existencia, está siempre en manos de un Dios que nos ama sin fin. Y esta confianza en Dios Salvador ha de abrirse paso en nuestro corazón, incluso cuando nuestra conciencia nos acuse haciéndonos perder la paz.
La fidelidad y la bondad de Dios están por encima de todo, incluso de toda fatalidad y todo pecado. Todo puede ser nuevo si nos abrimos confiadamente a su perdón. En ese Niño nacido en Belén, Dios nos regala un comienzo nuevo. Para Dios nadie está definitivamente perdido.
Sé que las fiestas de Navidad no son unas fiestas fáciles. El que está solo, siente estos días con más crudeza su soledad. Los padres que sufren el alejamiento del hijo querido, lo añoran estas fechas más que nunca. La pareja en que se va apagando el amor, siente aún más su impotencia para reavivar aquel cariño que un día iluminó sus vidas.
Sé también que estos días es fácil sentir dentro del alma la nostalgia de un mundo más humano y feliz que los hombres no somos capaces de construir. En el fondo, todos sabemos que, al margen de otras muchas cosas, no somos más felices porque no somos más buenos.
Pues bien, la Navidad nos recuerda que, a pesar de nuestra aterradora superficialidad y, sobre todo, de nuestro inconfesable egoísmo, siempre hay en nosotros un rincón secreto en el que todavía se puede escuchar una llamada a ser mejores y más felices porque contamos con la comprensión de Dios.
Si los hombres huimos de Dios, en el fondo es para huir de nosotros mismos y de nuestra superficialidad. No es de la bondad de Dios de la que queremos escapar, sino de nuestro vacío y nuestra mediocridad.
Felices los que, en medio del bullicio y aturdimiento de estas fiestas sepan rezar a un Dios cercano y acogerlo con corazón creyente y agradecido. Para ellos habrá sido Navidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
25 de diciembre de 1986
Jn 1,1-18 (Misa del día)

UN DIOS IMPREVISIBLE

Se hizo carne

La Navidad nos obliga a revisar ideas e imágenes que habitualmente tenemos de Dios, pero que nos impiden acercarnos a su verdadero rostro.
Dios no se deja aprisionar en nuestros esquemas y moldes de pensamiento. No sigue los caminos que nosotros gustosamente le marcaríamos. Dios es imprevisible.
Nosotros lo queremos fuerte y poderoso, majestuoso y omnipotente. Pero él se nos ofrece en la fragilidad de un niño débil, nacido en la más absoluta sencillez y pobreza.
Nosotros lo colocamos casi siempre en lo extraordinario, maravilloso y sorprendente. Pero él se nos presenta en lo cotidiano, en lo normal y ordinario. Nosotros lo imaginamos grande y lejano y él se nos hace pequeño y cercano.
No. Este Dios encarnado en el niño de Belén no es el que nosotros hubiéramos esperado. No está a la altura de lo que nosotros hubiéramos imaginado. Este Dios nos puede decepcionar.
Sin embargo, ¿no es precisamente este Dios cercano el que los hombres necesitamos junto a nosotros? ¿No es esta cercanía y proximidad a lo humano lo que mejor revela el verdadero misterio de Dios? ¿No se manifiesta en la debilidad de este niño su verdadera grandeza?
La Navidad nos debe recordar que la presencia de Dios no responde siempre a nuestras expectativas. Dios se nos ofrece, con frecuencia, donde nosotros menos lo esperamos.
Ciertamente hemos de buscar a Dios en la oración y el silencio, en la constante superación de nuestro egoísmo, en la vida fiel y obediente a su voluntad, pero Dios se nos puede ofrecer cuando quiere y como quiere, incluso, en lo más ordinario y común de la vida.
Ahora sabemos que lo podemos encontrar en cualquier ser indefenso y débil que, tal vez, necesita de nuestra acogida. El puede estar en las lágrimas de un niño o en la soledad de un anciano.
No hace falta encontrarse con nada extraordinario ni portentoso. No son necesarios milagros ni prodigios. En el fondo de cualquier ser humano podemos descubrir la presencia de ese Dios que ha querido encarnarse en lo humano.
Esta es la fe revolucionaria de la Navidad, el escándalo más grave del cristianismo, expresado de manera lapidaria por San Pablo: «Cristo, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de siervo, haciéndose uno de tantos y presentándose como simple hombre”.
El Dios cristiano no es un Dios desencarnado, lejano e inaccesible. Es un Dios encarnado, próximo, cercano. Un Dios al que podemos tocar de alguna manera cuando tocamos lo humano.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
25 de diciembre de 1983
Lc 2,15-20  (Misa de la aurora)

SIMBOLOS VACIOS

Encontraron al Niño acostado en el pesebre

Apenas se acercan las fechas navideñas, nuestras calles se llenan de luces, estrellas, árboles navideños, belenes. En muchas casas se sacan con cuidado las piezas del nacimiento y se adorna el hogar con toda clase de motivos navideños.
Pocas veces nuestra sociedad adquiere un carácter ornamental tan intenso y festivo. Y sin embargo, ¿qué se encierra tras todos estos símbolos entrañables? ¿Qué lee el hombre actual en esos signos?
Se iluminan las ciudades con toda clase de luces y se encienden los cirios navideños en los hogares, pero apenas le recuerdan a nadie a Aquel que es la Luz del mundo, el que ha venido a iluminar las tinieblas de nuestra existencia.
Las calles se llenan de estrellas, pero, ¿ a cuántos les orientan hacia aquel portal de Belén en el que nació el Salvador de la humanidad?
Se colocan árboles de Navidad en las plazas y en los rincones de los hogares, pero, ¿quién se detiene a pensar que ese árbol simboliza a Jesucristo, el Árbol de la Vida, el Mesías que trae nueva savia a los hombres? ¿Quién recuerda que ese árbol, lleno de luces y regalos, es símbolo de Cristo, portador de luz y gracia para todos nosotros?
Pero, sobre todo, ¿quién se detiene a contemplar con fe el misterio que se encierra en un Belén por modesta que sea su construcción.
Francisco de Asís inició la costumbre de montar el Belén movido por el deseo de hacer más presente y real el misterio de la Encarnación, experimentar directamente la alegría del nacimiento de Dios y comunicar esa alegría a los amigos.
Cuenta Tomás de Celano, su primer biógrafo, que Francisco contemplaba con alegría indescriptible el misterio de Belén. «Afirmaba que ésta era la fiesta de las fiestas, pues en ese día Dios se hizo niño y se alimentó de leche del pecho de su madre, lo mismo que los demás niños. Francisco abrazaba con delicadeza y devoción las imágenes que representaban al Niño Jesús y lleno de afecto y compasión, como los niños, susurraba palabras de cariño».
Son muchos, sin duda, los factores que nos han hecho ciegos para leer los símbolos navideños y detenernos ante ese Niño en el que no somos ya capaces de percibir nada grande.
Por eso, tal vez, la manera más auténtica de vivir nosotros la Navidad sea empezar por pedir a Dios esa sencillez y simplicidad de corazón que sabe descubrir en el fondo de estas fiestas a un Dios entrañable y cercano.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
25 de diciembre de 1980
Jn 1,1-18 (Misa del día)

UN DIOS CERCANO

Se hizo carne.

La Navidad es mucho más que todo ese ambiente superficial y manipulado que se respira estos días en nuestras calles. Una fiesta mucho más honda y gozosa que todos los artilugios de nuestra sociedad de consumo.
Los creyentes tenemos que recuperar de nuevo el corazón de esta fiesta y descubrir detrás de tanta superficialidad y aturdimiento, el misterio que da origen a nuestra alegría.
Tenemos que aprender a «celebrar» la Navidad. No todos saben lo que es celebrar. No todos saben lo que es abrir el corazón a la alegría.
Y, sin embargo, no entenderemos la Navidad si no sabemos hacer silencio en nuestro corazón, abrir nuestra alma al misterio de un Dios que se nos acerca, reconciliarnos con la vida que se nos ofrece, y saborear la fiesta de la llegada de un Dios Amigo.
En medio de nuestro vivir diario, a veces tan aburrido, apagado y triste, se nos invita a la alegría. «No puede haber tristeza cuando nace la vida» (S. León Magno).
No se trata de una alegría insulsa y superficial. La alegría de quienes están alegres sin saber por qué. «Nosotros tenemos motivos para el júbilo radiante, para la alegría plena y para la fiesta solemne: Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre nosotros» (L. Boff).
Hay una alegría que sólo la pueden disfrutar quienes se abren a la cercanía de Dios, y se dejan coger por su ternura.
Una alegría que nos libera de miedos, desconfianzas e inhibiciones ante Dios. ¿Cómo temer a un Dios que se nos acerca como niño? ¿Cómo huir ante quien se nos ofrece como un pequeño frágil e indefenso?
Dios no ha venido armado de poder para imponerse a ¡os hombres. Se nos ha acercado en la ternura de un niño a quien podemos hacer sonreír o llorar.
Dios no puede ser ya el Ser Omnipotente y Poderoso que nosotros sospechamos encerrado en la seriedad y el misterio de un mundo inaccesible. Dios es este niño entregado cariñosamente a la humanidad, este pequeño que busca nuestra mirada para alegrarnos con su sonrisa.
El hecho de que Dios se haya hecho niño, dice mucho más de cómo es Dios, que todas nuestras cavilaciones y especulaciones sobre su misterio.
Si supiéramos detenernos en silencio ante este Niño y acoger desde el fondo de nuestro ser toda la cercanía y la ternura de Dios, quizás entenderíamos por qué el corazón de un creyente debe estar transido de una alegría diferente estos días de Navidad.

José Antonio Pagola

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Para ver las Homilías de las Conferencias de José Antonio:

                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


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