lunes, 29 de enero de 2018

04-02-2018 - 5º domingo Tiempo ordinario (B)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.

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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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5º domingo Tiempo ordinario (B)


EVANGELIO

Curó a muchos enfermos de diversos males

Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 29-39

En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.

Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:

- «Todo el mundo te busca.»

Él les respondió:

- «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»

Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2017-2018 -
4 de febrero de 2012

A LA PUERTA DE NUESTRA CASA

(Ver homilía del ciclo B - 2011-2012)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2014-2015 –
8 de febrero de 2015

RETIRARSE A ORAR

(Ver homilía del 8 de febrero de 2009)


José Antonio Pagola

HOMILIA

2011-2012 -
5 de febrero de 2012

A LA PUERTA DE NUESTRA CASA

En la sinagoga de Cafarnaún Jesús ha liberado por la mañana a un hombre poseído por un espíritu maligno. Ahora se nos dice que sale de la «sinagoga» y marcha a «la casa» de Simón y Andrés. La indicación es importante, pues en el evangelio de Marcos lo que sucede en esa casa encierra siempre alguna enseñanza para las comunidades cristianas.

Jesús pasa de la sinagoga, lugar oficial de la religión judía, a la casa, lugar donde se vive la vida cotidiana junto a los seres más queridos. En esa casa se va a ir gestando la nueva familia de Jesús. En las comunidades cristianas hemos de saber que no son un lugar religioso donde se vive de la Ley, sino un hogar donde se aprende a vivir de manera nueva en torno a Jesús.

Al entrar en la casa, los discípulos le hablan de la suegra de Simón. No puede salir a acogerlos pues está postrada en cama con fiebre. Jesús no necesita más. De nuevo va a romper el sábado por segunda vez el mismo día. Para él, lo importante es la vida sana de las personas, no las observancias religiosas. El relato describe con todo detalle los gestos de Jesús con la mujer enferma.  

«Se acercó». Es lo primero que hace siempre: acercarse a los que sufren, mirar de cerca su rostro y compartir su sufrimiento. Luego, «la cogió de la mano»: toca a la enferma, no teme las reglas de pureza que lo prohíben; quiere que la mujer sienta su fuerza curadora. Por fin, «la levantó», la puso de pie, le devolvió la dignidad.

Así está siempre Jesús en medio de los suyos: como una mano tendida que nos levanta, como un amigo cercano que nos infunde vida. Jesús solo sabe servir, no ser servido. Por eso la mujer curada por él se pone a «servir» a todos. Lo ha aprendido de Jesús. Sus seguidores han de vivir acogiéndose y cuidándose unos a otros.

Pero sería un error pensar que la comunidad cristiana es una familia que piensa solo en sus propios miembros y vive de espaldas al sufrimiento de los demás. El relato dice que, ese mismo día, «al ponerse el sol», cuando ha terminado el sábado, le llevan a Jesús toda clase de enfermos y poseídos por algún mal.

Los seguidores de Jesús hemos de grabar bien esta escena. Al llegar la oscuridad de la noche, la población entera, con sus enfermos, «se agolpa a la puerta». Los ojos y las esperanzas de los que sufren buscan la puerta de esa casa donde está Jesús. La Iglesia solo atrae de verdad cuando la gente que sufre puede descubrir dentro de ella a Jesús curando la vida y aliviando el sufrimiento. A la puerta de nuestras comunidades hay mucha gente sufriendo. No lo olvidemos.

 José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
8 de febrero de 2009

Y allí se puso a orar.

RETIRARSE A ORAR

En medio de su intensa actividad de profeta itinerante, Jesús cuidó siempre su comunicación con Dios en el silencio y la soledad. Los evangelios han conservado el recuerdo de una costumbre suya que causó honda impresión: Jesús solía retirarse de noche a orar.

El episodio que narra Marcos nos ayuda a conocer lo que significaba la oración para Jesús. La víspera había sido una jornada dura. Jesús «había curado a muchos enfermos». El éxito había sido muy grande. Cafarnaúm estaba conmocionada: «La población entera se agolpaba» en torno a Jesús. Todo el mundo hablaba de él.

Esa misma noche, «de madrugada», entre las tres y las seis de la mañana, Jesús se levanta y, sin avisar a sus discípulos, se retira al descampado. «Allí se puso a orar». Necesita estar a solas con su Padre. No quiere dejarse aturdir por el éxito. Sólo busca la voluntad del Padre: conocer bien el camino que ha de recorrer.

Sorprendidos por su ausencia, Simón y sus compañeros corren a buscarlo. No dudan en interrumpir su diálogo con Dios. Sólo quieren retenerlo: «Todo el mundo te busca». Pero Jesús no se deja programar desde fuera. Sólo piensa en el proyecto de su Padre. Nada ni nadie lo apartará de su camino.

No tiene ningún interés en quedarse a disfrutar de su éxito en Cafarnaúm. No cederá ante el entusiasmo popular. Hay aldeas que todavía no han escuchado la Buena Noticia de Dios: «Vamos… para predicar también allí».

Uno de los rasgos más positivos en el cristianismo contemporáneo es ver cómo se va despertando la necesidad de cuidar más la comunicación con Dios, el silencio y la meditación. Los cristianos más lúcidos y responsables quieren arrastrar a la Iglesia de hoy a vivir de manera más contemplativa.

Es urgente. Los cristianos, por lo general, ya no sabemos estar a solas con el Padre. Los teólogos, predicadores y catequistas hablamos mucho de Dios, pero hablamos poco con él. La costumbre de Jesús se olvidó hace mucho tiempo. En las parroquias se hacen muchas reuniones de trabajo, pero no sabemos retirarnos para descansar en la presencia de Dios y llenarnos de su paz.

Cada vez somos menos para hacer más cosas. Nuestro riesgo es caer en el activismo, el desgaste y el vacío interior. Sin embargo, nuestro problema no es tener muchos problemas, sino tener la fuerza espiritual necesaria para enfrentarnos a ellos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
5 de febrero de 2006

UN CORAZÓN QUE VE

Curó a muchos enfermos de diversos males.

Los evangelios van relatando con cierto detalle episodios y actuaciones concretas de Jesús. Pero, con frecuencia, ofrecen «resúmenes» o «sumarios» donde se describe el perfil de su estilo de vivir: lo que más grabado quedó en el recuerdo de sus seguidores.

En la comunidad donde se escribió el evangelio de Marcos se recordaban sobre todo estos rasgos: Jesús era un hombre muy atento al dolor de la gente. Incapaz de pasar de largo si veía a alguien sufriendo. Lo suyo no era sólo predicar. Lo dejaba todo, incluso la oración, para responder a las necesidades y dolencias de las personas. Por eso le buscaban tanto los enfermos y desvalidos.

He leído con alegría el primer escrito del Papa a toda la Iglesia pues, junto a otros aciertos, ha sabido exponer de manera certera lo que él llama el «programa del cristiano», que se desprende del «programa de Jesús». Según su espléndida expresión, el cristiano ha de ser, como Jesús, «un corazón que ve. Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia».

El Papa mira el mundo con mucho realismo. Reconoce que son muy grandes los progresos en el campo de la ciencia y de la técnica. Pero, a pesar de todo, «vemos cada día lo mucho que se sufre en el mundo a causa de tantas formas de miseria material y espiritual».

Quien vive con un corazón que ve, sabe «captar las necesidades de los demás en lo más profundo de su ser para hacerlas suyas». No basta que haya «organizaciones encargadas» de prestar ayuda. Si yo aprendo a mirar al otro como miraba Jesús, descubriré que «puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita».

El Papa no está pensando en «sentimientos piadosos». Lo importante es «no desentenderse» del que sufre. La caridad cristiana «es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos, los prisioneros visitados».

Es necesaria una atención profesional bien organizada. El Papa la considera requisito fundamental, pero «los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
9 de febrero de 2003

ALIVIAR

Curó a muchos enfermos.

La enfermedad es una de las experiencias más duras del ser humano. No sólo padece el enfermo que siente su vida amenazada y sufre sin saber por qué, para qué y hasta cuándo. Sufre también su familia, los seres queridos y los que le atienden.

De poco sirven las palabras y explicaciones. ¿Qué hacer cuando ya la ciencia no puede detener lo inevitable? ¿Cómo afrontar de manera humana el deterioro? ¿Cómo estar junto al familiar o el amigo gravemente enfermo?

Lo primero es acercarse. Al que sufre no se le puede ayudar desde lejos. Hay que estar cerca. Sin prisas, con discreción y respeto total. Ayudarle a luchar contra el dolor. Darle fuerza para que colabore con los que tratan de curarlo.

Esto exige acompañarlo en las diversas etapas de la enfermedad y en los diferentes estados de ánimo. Ofrecerle lo que necesita en cada momento. No incomodarnos ante su irritabilidad. Tener paciencia. Permanecer junto a él.

Es importante escuchar. Que el enfermo pueda contar y compartir lo que lleva dentro: las esperanzas frustradas, sus quejas y miedos, su angustia ante el futuro. Es un respiro para el enfermo poder desahogarse con alguien de confianza. No siempre es fácil escuchar. Requiere ponerse en el lugar del que sufre y estar atento a lo que nos dice con sus palabras y, sobre todo, con sus silencios, gestos y miradas.

La verdadera escucha exige acoger y comprender las reacciones del enfermo. La incomprensión hiere profundamente a quien está sufriendo y se queja. «Animo», resignación»... son palabras inútiles cuando hay dolor. De nada sirven consejos, razones o explicaciones doctas. Sólo la comprensión de quien acompaña con cariño y respeto alivia.

La persona puede adoptar ante la enfermedad actitudes sanas y positivas o puede dejarse destruir por sentimientos estériles y negativos. Muchas veces necesitará ayuda para mantener una actitud positiva, para confiar y colaborar con los que le atienden, para no encerrarse solo en sus problemas, para tener paciencia consigo mismo o para ser agradecido.

El enfermo puede necesitar también reconciliarse consigo mismo, curar las heridas del pasado, dar un sentido más hondo a su dolor, purificar su relación con Dios. El creyente puede ayudarle a orar, a vivir con paz interior, a creer en el perdón y confiar en su amor salvador.

El evangelista nos dice que las gentes llevaban sus enfermos y poseídos hasta Jesús. El sabía acogerlos con cariño, despertar su confianza en Dios, perdonar su pecado, aliviar su dolor y sanar su enfermedad. Su actuación ante el sufrimiento humano siempre será para los cristianos el ejemplo a seguir en el trato a los enfermos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
6 de febrero de 2000

MANO TENDIDA

… la cogió de la mano y la levantó.

La exégesis moderna ha tomado conciencia de que toda la actuación de Jesús está sostenida por la «gestualidad». No basta, por ello, analizar sus palabras. Es necesario, además, estudiar el hondo contenido de sus gestos. Recomiendo el estudio divulgativo de un biblista y un pedagogo, F. Armelliní-G. Moretti, Tenía rostro y palabras de hombre. Un retrato de Jesús (Ed. Paulinas, Madrid 1998).

Las manos son de gran importancia en el gesto humano. Pueden construir o destruir, curar o herir, acariciar o golpear, acoger o rechazar. Las manos pueden reflejar el ser de la persona. De ahí que los exégetas estudien con atención las manos de Jesús en las que tanto insisten los evangelistas.

Jesús toca a los discípulos caídos por tierra para devolverles la confianza: «Levantaos, no temáis» (Mt 17, 6-7). Cuando Pedro comienza a hundirse, le tiende su mano, lo agarra y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?» (Mt 14, 31). Jesús es, muchas veces, mano que levanta, infunde fuerza y pone en pie a la persona.

Los evangelistas destacan, sobre todo, los gestos de Jesús con los enfermos. Son significativos los matices expresados por los diferentes verbos. A veces, Jesús agarra al enfermo para arrancarlo del mal. Otras veces, impone sus manos en un gesto de bendición que transmite su fuerza curadora. Con frecuencia, extiende su mano para tocarlo en un gesto de cercanía, apoyo y compasión. Jesús es mano cercana que acoge a los impuros, los envuelve con su bendición y los protege de la exclusión.

Desde estas claves hemos de leer también el relato de Cafarnaúm (Mc 1, 31). Jesús entra en la habitación de una mujer enferma, se acerca a ella, la coge de la mano y la levanta en un gesto de cercanía y de apoyo que le transmite nueva fuerza. Jesucristo es para los cristianos «la mano que Dios tiende» a todo ser humano necesitado de fuerza, apoyo, compañía y protección. Ésa es la experiencia del creyente a lo largo de su vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
9 de febrero de 1997

RELIGIÓN TERAPÉUTICA

Curó a muchos enfermos.

La teología contemporánea trata de recuperar poco a poco una dimensión del cristianismo que, aun siendo esencial, se había ido perdiendo en buena parte a lo largo de los siglos. A diferencia de otras religiones, «el cristianismo es una religión terapéutica» (E. Biser).

En el origen de la tradición cristiana nada aparece con tanta claridad como la figura de Jesús curando enfermos. Es el signo que él mismo presenta como garantía de su misión: «Los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen... » Por otra parte, nada indica mejor el sentido de la fe cristiana que esas palabras tantas veces repetidas por Jesús: «Tu fe te ha sanado.» No es extraño que Cristo haya sido invocado en la Iglesia antigua con esta hermosa plegaria: «Ayúdanos, oh Cristo, Tú eres nuestro único Médico.»

Es fácil resumir lo sucedido posteriormente. Por una parte, el cristianismo se preocupó cada vez más de justificarse frente a objeciones y ataques, utilizando la teología para exponer el contenido de la fe de manera doctrinal; poco a poco se terminó pensando que lo importante era «creer verdades reveladas». Por otra parte, la curación fue pasando enteramente a manos de una medicina cada vez más capacitada para curar el organismo humano.

No se trata ahora de que la fe recupere el terreno cedido a la medicina científica echando mano de la oración o de otras prácticas para curar enfermedades. La religión no es un remedio terapéutico más. La perspectiva ha de ser otra. La medicina moderna ha convertido al enfermo en un «caso clínico» para poder aplicarle con eficacia su técnica e instrumental científico. Pero el ser humano es mucho más que un «caso clínico».

Asegurada la curación de buena parte de las enfermedades graves, el mal se cuela por la puerta trasera y vuelve a entrar en el ser humano bajo forma de sinsentido, depresión, soledad o vacío interior. No basta curar algunas enfermedades para vivir de manera sana.

Algunos teólogos apuntan dos hechos que pueden abrir un horizonte nuevo para la fe en el próximo milenio. Por una parte, se está desmoronando por sí sola una religión sustentada por la angustia y el miedo a Dios; es tal vez uno de los signos más esperanzadores que se está produciendo secretamente en la conciencia humana (E. Biser). Por otra parte, se abre así el camino hacia una forma renovada de creer y de «experimentar a Dios como fuerza sanadora y auxiliadora» (J. Gnilka). Tal vez, en próximos siglos sólo creerán quienes experimenten que Dios les hace bien, los que comprueben que la fe es el mejor estímulo y la mayor fuerza para vivir con sentido y esperanza.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
6 de febrero de 1994

ALIVIAR

Curó a muchos enfermos.

La enfermedad es una de las experiencias más duras del ser humano. No solo padece el enfermo que siente su vida amenazada y sufre sin saber por qué, para qué y hasta cuándo. Sufre también su familia, los seres queridos y los que le atienden.

De poco sirven las palabras y explicaciones. ¿Qué hacer cuando ya la ciencia no puede detener lo inevitable? ¿Cómo afrontar de manera humana el deterioro? ¿Cómo estar junto al familiar o el amigo gravemente enfermo?

Lo primer es acercarse. Al que sufre no se le puede ayudar desde lejos. Hay que estar cerca. Sin prisas, con discreción y respeto total. Ayudarle a luchar contra el dolor. Darle fuerza para que colabore con los que tratan de curarlo.

Esto exige acompañarlo en las diversas etapas de la enfermedad y en los diferentes estados de ánimo. Ofrecerle lo que necesita en cada momento. No incomodamos ante su irritabilidad. Tener paciencia. Permanecer junto a él.

Es importante escuchar. Que el enfermo pueda contar y compartir lo que lleva dentro. Las esperanzas frustradas, sus quejas y miedos, su angustia ante el futuro. Es un respiro para el enfermo poder desahogarse con alguien de confianza. No siempre es fácil escuchar. Requiere ponerse en el lugar del que sufre y estar atento a lo que nos dice con sus palabras y, sobre todo, con sus silencios, gestos y miradas.

La verdadera escucha exige acoger y comprender las reacciones del enfermo. La incomprensión hiere profundamente a quien está sufriendo y se queja. «Animo», resignación»... son palabras inútiles cuando hay dolor. De nada sirven consejos, razones o explicaciones doctas. Solo la comprensión de quien acompaña con cariño y respeto alivia.

La persona puede adoptar ante la enfermedad actitudes sanas y positivas o puede dejarse destruir por sentimientos estériles y negativos. Muchas veces necesitará ayuda para mantener una actitud positiva, para confiar y colaborar con los que le atienden, para no encerrarse solo en sus problemas, para tener paciencia consigo mismo o para ser agradecido.

El enfermo puede necesitar también reconciliarse consigo mismo, curar las heridas del pasado, dar un sentido más hondo a su dolor, purificar su relación con Dios. El creyente puede ayudarle a orar, a vivir con paz interior, a creer en el perdón y confiar en su amor salvador.

El evangelista Marcos nos dice que las gentes llevaban sus enfermos y poseídos hasta Jesús. El sabía acogerlos con cariño, despertar su confianza en Dios, perdonar su pecado, aliviar su dolor y sanar su enfermedad. Su actuación ante el sufrimiento humano siempre será para los cristianos el ejemplo a seguir en el trato a los enfermos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
10 de febrero de 1991

UNA SALUD MAS HUMANA

Curó a muchos enfermos.

Desde que la Organización Mundial de la Salud la definió en 1946 como “un estado de perfecto bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad”, el concepto de salud ha sido debatido y enriquecido desde múltiples perspectivas.

Antes que nada, hemos de recordar que la salud es mucho más que la ausencia de enfermedad. No basta eliminar en un individuo los trastornos físicos o los desequilibrios síquicos para que se pueda decir que es sano. La salud es todo “un modo de vivir orientado hacia el crecimiento integral, libre y responsable de la persona”.

Desde esta perspectiva, podemos afirmar que alguien está sano en la medida en que es capaz de orientar sus energías físicas, su fuerza mental y su potencial sicológico y espiritual hacia el crecimiento positivo de su persona.

Por eso, los expertos hablan de posturas sanas en medio de la enfermedad y de posturas enfermizas en la ausencia de la misma. Si una persona vive sin objetivo ni proyecto vital alguno, sin dar sentido a su vida, replegado estérilmente sobre su propio yo, aunque no se le pueda detectar ninguna enfermedad médica, su modo de vivir no es humanamente sano.

Por el contrario, cuando un hombre atrapado por la enfermedad incurable sabe asumir positivamente su deterioro y, desde su estado médicamente precario, es capaz de seguir abierto a los valores auténticamente humanos, de él se puede decir que vive su enfermedad de manera sana.

Por eso, cuidar la salud no es sólo velar por el buen funcionamiento del cuerpo o cuidar el desarrollo armonioso del propio organismo, sino vivir desplegando de manera responsable todas las virtualidades positivas del ser humano.

Algunos necesitarán, tal vez, vivir de manera más sobria y moderada, siguiendo un ritmo más saludable de trabajo y descanso, cuidando mejor el cuerpo o haciendo el ejercicio físico adecuado.

Otros pueden necesitar comprometerse en un trabajo personal que les ayude a ir pasando del resentimiento al amor, del aislamiento a la comunicación, del aburrimiento a la creatividad, del propio rechazo a la sana autoestima.

Otros necesitarán cuidar mejor su espíritu; recuperar esa relación sana con Dios que, quizás, ha quedado atrofiada y reprimida en su interior; liberarse de heridas y culpabilidades malsanas del pasado; dar un sentido más profundo a su vida.

El cristiano, como cualquier otro hombre o mujer, ha de escuchar hoy una llamada a cuidar su propia salud de manera integral y plena, pero ha de saber que en su fe cristiana puede encontrar precisamente fuerzas, estímulos y orientaciones que le ayudarán a desplegar aquello que le hará crecer como persona de manera sana.

El relato evangélico nos recuerda con insistencia el carácter sanador de Jesús que “curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
7 de febrero de 1988

JUNTO A LOS ENFERMOS

Curó a muchos enfermos.

El evangelista Marcos tiene particular interés en señalar que existe una especie de incompatibilidad entre Jesús y la enfermedad. Donde Jesús aparece, la enfermedad se retira y el enfermo recobra salud y vida.

La enfermedad sigue siendo también hoy una de las situaciones más perturbadoras para el hombre. Nada nos revela mejor nuestra impotencia, que sentirnos enfermos y experimentar que no podemos liberarnos de nuestra precariedad.

No es fácil decir qué es enfermar. La ciencia médica se niega cada vez más a establecer fronteras precisas entre el enfermo y el sano. Han caído los esquemas simples de otros tiempos. Hoy se nos habla de fases alternas, descompensaciones, bloqueos y regresiones de la energía vital.

Por eso, tampoco la curación es un proceso sencillo. No se trata solamente de recomponer el funcionamiento biológico del organismo. Curar significa liberar a la persona de todo aquello que bloquea su salud, estimular en ella las energías que le ayuden a crecer, devolverla a la vida.

Aquí se encierra, sin duda, uno de los problemas más graves de la medicina moderna. La intervención técnica y farmacológica es necesaria. Puede hacer prodigios. Pero resulta parcial y limitada si se reduce a resolver un problema puramente fisiológico.

Para curar a hombres y mujeres enfermos hoy de tantos males, no basta una medicina técnica que afronta la enfermedad pero no se acerca a curar integralmente a la persona enferma.

¿No es un grave error someter al enfermo a las técnicas más sofisticadas y aislarlo al mismo tiempo de aquellas personas amigas que podrían ayudarle a rehacerse desde sus raíces?

Junto al cuidado técnico, muchos enfermos necesitan cerca a alguien que les ayude a recuperar de nuevo el gusto por la vida, liberándose de tensiones y fijaciones que la bloquean y aprendiendo a relacionarse de manera más sana consigo mismos y con los demás.

Tal vez éste sea el mayor reto al que se enfrentan hoy los profesionales de la salud: ¿Cómo “humanizar» el servicio técnico al enfermo, convirtiendo cada vez más “la medicina de órganos» en “medicina de toda la persona”?

No es sólo un problema de técnica sanitaria sino de personas. No hemos de olvidar que realmente cura aquel que vive de manera sana; despierta gusto por la vida aquel que se siente vivo por dentro. La salud es algo que se contagia.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
10 de febrero de 1985

CANSANCIO

se marchó al descampado.

Jesús no se ha dejado destruir por el activismo. No se ha «vaciado» en la actividad agotadora de cada jornada. Rodeado de gentes que se agolpan sobre él, incluso, después de anochecer, sabe encontrar tiempo para reavivar su espíritu.

Según la información de Marcos, Jesús tenía esta costumbre: se levantaba de madrugada, se retiraba a un lugar solitario y, allí, se entregaba a la oración.

Cuando, al amanecer, los discípulos lo llaman de nuevo, Jesús se levanta con nuevas fuerzas, dispuesto a continuar su servicio generoso e incondicional a las gentes de Galilea.

El cansancio es algo con lo que tiene que contar todo hombre o mujer que se esfuerza por cumplir su tarea diaria con entrega y responsabilidad.

Un día las fuerzas se desgastan y el agobio se apodera de nosotros. Quedan atrás la euforia y vitalidad de otros tiempos. Ahora sólo sentimos la falta de aliento, la impotencia, el hastío.

Las raíces del cansancio pueden ser muy diversas. Las ocupaciones nos dispersan, la actividad constante nos desgasta, la mediocridad misma de nuestra vida y nuestro trabajo nos aburre.

Perdemos energías en las mil contrariedades y roces de cada día y no sabemos cómo ni dónde reparar nuestras fuerzas. Nos yacíamos quizás generosamente a lo largo del día, pero no cuidamos el alimento de nuestro espíritu.

¿Qué hacer cuando la alegría interior se nos escapa y sentimos el alma cansada y sin aliento?

Quizás, lo primero sea aceptar con paciencia el cansancio como «compañero de nuestro camino». Pero, al mismo tiempo, recordar que la soledad y el silencio pueden sanar de nuevo nuestras raíces.

Hay una oración callada, humilde y confiada que puede devolver- nos el aliento y la vida en las horas bajas del cansancio y el agobio.

Todos necesitamos, de alguna manera, saber retirarnos a «un lugar solitario» para enraizar de nuevo nuestra vida en lo esencial.

Necesitamos más silencio y soledad para reconocer con paz «las pequeñas cosas» que hemos agrandado indebidamente hasta agobiarnos, y para recordar las cosas realmente grandes e importantes que hemos descuidado día tras día.

Esa oración no es huida cobarde de los problemas. Es renacimiento, reencuentro y renovación del espíritu. Es sentirse vivo de nuevo y dispuesto para el servicio.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
7 de febrero de 1982

PASION POR LA VIDA

Curó a muchos enfermos de diversos males.

Donde está Jesús crece la vida. Esto es lo que descubre con gozo quien recorre las páginas entrañables del evangelista Marcos, y se encuentra con ese Jesús que cura a los enfermos, acoge a los desvalidos, sana a los enajenados y perdona a ios pecadores.

Donde está Jesús hay amor a la vida, interés por el hombre, pasión por la liberación de todo mal. No deberíamos olvidar nunca que la imagen primera que nos ofrecen los relatos evangélicos es la de un Jesús curador. Un hombre que difunde vida y restaura lo que está enfermo.

Por eso encontramos siempre a su alrededor la miseria de la humanidad: posesos, enfermos, paralíticos, leprosos, ciegos, sordos. Hombres a los que falta vida. «Los que están a oscuras», como diría B. Brecht.

Ciertamente, los milagros de Jesús no han solucionado prácticamente nada en la historia dolorosa de los hombres. Su presencia salvadora no ha resuelto los problemas. Hay que seguir luchando contra el mal.

Pero nos han descubierto algo decisivo y esperanzador. Dios es amigo de la vida, y ama apasionadamente la felicidad, la salud, el gozo y la plenitud de los hombres.

Inquieta ver con qué facilidad nos hemos acostumbrado a la muerte: la muerte de la naturaleza destruida por la polución industrial, la muerte en las carreteras, la muerte por la violencia, la muerte de los intoxicados por un aceite criminal, la muerte de los que no llegan a nacer, la muerte de las almas.

Es desalentador observar con qué indiferencia escuchamos cifras aterradoras que nos hablan de la miseria del tercer mundo, y con qué pasividad contemplamos la violencia callada, pero eficaz y constante, de estructuras injustas que hunden a los débiles en la marginación.

Por todas partes se gritan reivindicaciones insolidarias. Cada uno reivindica para sí. Los dolores y sufrimientos ajenos nos preocupan poco. Cada uno parece interesarse sólo por su problema, su convenio colectivo, su bienestar y seguridad personal.

La apatía se va apoderando de muchos. Corremos el riesgo de hacernos cada vez ms incapaces de amar la vida y vibrar con el que no puede vivir feliz.

Los creyentes no debemos olvidar que el amor cristiano es siempre interés por la vida, búsqueda apasionada de felicidad para el hermano. El amor cristiano es la actitud que nace en aquél que ha descubierto que Dios ama tan apasionadamente nuestra vida que ha sido capaz de sufrir nuestra muerte.

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


lunes, 22 de enero de 2018

28-01-2018 - 4º domingo Tiempo ordinario (B)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.

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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

No dejes de visitar la nueva página de VÍDEOS DE LAS CONFERENCIAS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA .

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4º domingo Tiempo ordinario (B)


EVANGELIO

Enseñaba con autoridad.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 1,21-28

En aquel tiempo, Jesús y sus -discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.

Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenla un espíritu inmundo, y se puso a gritar:

- «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»

Jesús lo increpó:

- «Cállate y sal de él.»

El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos:

- «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»

Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2017-2018 -
28 de enero de 2018

CURADOR

(Ver homilía del ciclo B - 2011-2012)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2014-2015 -
1 de febrero de 2015

UN ENSEÑAR NUEVO

(Ver homilía del 1 de febrero de 2009).

José Antonio Pagola

HOMILIA

2011-2012 -
29 de enero de 2012

CURADOR

Según Marcos, la primera actuación pública de Jesús fue la curación de un hombre poseído por un espíritu maligno en la sinagoga de Cafarnaún. Es una escena sobrecogedora, narrada para que, desde el comienzo, los lectores descubran la fuerza curadora y liberadora de Jesús.

Es sábado y el pueblo se encuentra reunido en la sinagoga para escuchar el comentario de la Ley explicado por los escribas. Por primera vez Jesús va a proclamar la Buena Noticia de Dios precisamente en el lugar donde se enseña oficialmente al pueblo las tradiciones religiosas de Israel.

La gente queda sorprendida al escucharle. Tienen la impresión de que hasta ahora han estado escuchando noticias viejas, dichas sin autoridad. Jesús es diferente. No repite lo que ha oído a otros. Habla con autoridad. Anuncia con libertad y sin miedos a un Dios Bueno.

De pronto un hombre «se pone a gritar: «¿Has venido a destruirnos?». Al escuchar el mensaje de Jesús, se ha sentido amenazado. Su mundo religioso se le derrumba. Se nos dice que está poseído por un «espíritu inmundo», hostil a Dios. ¿Qué fuerzas extrañas le impiden seguir escuchando a Jesús? ¿Qué experiencias dañinas y perversas le bloquean el camino hacia el Dios Bueno que anuncia Jesús?

Jesús no se acobarda. Ve al pobre hombre oprimido por el mal, y grita: «¡Cállate y sal de este hombre!». Ordena que se callen esas voces malignas que no le dejan encontrarse con Dios ni consigo mismo. Que recupere el silencio que sana lo más profundo del ser humano.

El narrador describe la curación de manera dramática. En un último esfuerzo por destruirlo, el espíritu «lo retorció violentamente y, dando un grito fuerte alarido, salió de él». Jesús ha logrado liberar al hombre de su violencia interior. Ha puesto fin a las tinieblas y al miedo a Dios. En adelante podrá escuchar la Buena Noticia de Jesús.

No pocas personas viven en su interior de imágenes falsas de Dios que les hacen vivir sin dignidad y sin verdad. Lo sienten, no como una presencia amistosa que invita a vivir de manera creativa, sino como una sombra amenazadora que controla su existencia. Jesús siempre empieza a curar liberando de un Dios opresor.

Sus palabras despiertan la confianza y hacen desaparecer los miedos. Sus parábolas atraen hacia el amor a Dios, no hacia el sometimiento ciego a la ley. Su presencia hace crecer la libertad, no las servidumbres; suscita el amor a la vida, no el resentimiento. Jesús cura porque enseña a vivir sólo de la bondad, el perdón y el amor, que no excluye a nadie. Sana porque libera del poder de las cosas, del autoengaño y de la egolatría.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
1 de febrero de 2009

Este enseñar con autoridad es nuevo.

UN ENSEÑAR NUEVO

El episodio es sorprendente y sobrecogedor. Todo ocurre en la «sinagoga», el lugar donde se enseña oficialmente la Ley, tal como es interpretada por los maestros autorizados. Sucede en «sábado», el día en que los judíos observantes se reúnen para escuchar el comentario de sus dirigentes. Es en este marco donde Jesús comienza por vez primera a «enseñar».

Nada se dice del contenido de sus palabras. No es eso lo que aquí interesa, sino el impacto que produce su intervención. Jesús provoca asombro y admiración. La gente capta en él algo especial que no encuentra en sus maestros religiosos: Jesús «no enseña como los escribas, sino con autoridad».

Los letrados enseñan en nombre de la institución. Se atienen a las tradiciones. Citan una y otra vez a maestros ilustres del pasado. Su autoridad proviene de su función de interpretar oficialmente la Ley. La autoridad de Jesús es diferente. No viene de la institución. No se basa en la tradición. Tiene otra fuente. Está lleno del Espíritu vivificador de Dios.

Lo van a poder comprobar enseguida. De forma inesperada, un poseído interrumpe a gritos su enseñanza. No la puede soportar. Está aterrorizado: «¿Has venido a acabar con nosotros?» Aquel hombre se sentía bien al escuchar la enseñanza de los escribas. ¿Por qué se siente ahora amenazado?

Jesús no viene a destruir a nadie. Precisamente su «autoridad» está en dar vida a las personas. Su enseñanza humaniza y libera de esclavitudes. Sus palabras invitan a confiar en Dios. Su mensaje es la mejor noticia que puede escuchar aquel hombre atormentado interiormente. Cuando Jesús lo cura, la gente exclama: «este enseñar con autoridad es nuevo».

Los sondeos indican que la palabra de la Iglesia está perdiendo autoridad y credibilidad. No basta hablar de manera autoritaria para anunciar la Buena Noticia de Dios. No es suficiente transmitir correctamente la tradición para abrir los corazones a la alegría de la fe. Lo que necesitamos urgentemente es un «enseñar nuevo».

No somos «escribas», sino discípulos de Jesús. Hemos de comunicar su mensaje, no nuestras tradiciones. Hemos de enseñar curando la vida, no adoctrinando las mentes. Hemos de anunciar su Espíritu, no nuestras teologías.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
29 de enero de 2006

APRENDER A ENSEÑAR

No enseñaba como los letrados sino con autoridad.

El modo de enseñar de Jesús provocó en la gente la impresión de que estaban ante algo desconocido y admirable. Lo señala la fuente cristiana más antigua y los investigadores piensan que fue así realmente. Jesús no enseñaba como los «letrados» de la Ley. Lo hacía con «autoridad»: su palabra liberaba a las personas de «espíritus malignos».

No hay que confundir «autoridad» con «poder». El evangelista Marcos es muy preciso en su lenguaje. La palabra de Jesús no proviene del poder. Jesús no trata de imponer su propia voluntad sobre los demás. No enseña para controlar el comportamiento de la gente. No utiliza la coacción ni las amenazas.

Su palabra no es como la de los letrados de la religión judía. No está revestida de poder institucional. Su «autoridad» nace de la fuerza del Espíritu. Proviene del amor a la gente. Busca aliviar el sufrimiento, curar heridas, promover una vida más sana. Jesús no genera sumisión, infantilismo o pasividad. Libera de miedos, infunde confianza en Dios, anima a las personas a buscar un mundo nuevo.

A nadie se le oculta que estamos viviendo una grave crisis de autoridad. La confianza en la palabra institucional está bajo mínimos. Dentro de la Iglesia se habla de una fuerte «devaluación del magisterio». Las homilías aburren. Las palabras están desgastadas.

¿No es el momento de volver a Jesús y aprender a enseñar como lo hacía él? La palabra de la Iglesia ha de nacer del amor real a las personas. Ha de ser dicha después de una atenta escucha del sufrimiento que hay en el mundo, no antes. Ha de ser cercana, acogedora, capaz de acompañar la vida doliente del ser humano.

Necesitamos una palabra más liberada de la seducción del poder y más llena de la fuerza del Espíritu. Una enseñanza nacida del respeto y la estima positiva de las personas, que genere esperanza y cure heridas. Sería grave que, dentro de la Iglesia, se escuchara una «doctrina de letrados» y no la palabra curadora de Jesús que tanto necesita hoy la gente para vivir.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR

DESCONOCIDOS Y TEMIDOS

Hasta a los espíritus inmundos les manda.

Unos están recluidos definitivamente en un centro. Otros deambulan por nuestras calles. La inmensa mayoría vive con su familia. Están entre nosotros, pero apenas suscitan el interés de nadie. Son los enfermos mentales.

No resulta fácil penetrar en su mundo de dolor y soledad. Privados, en algún grado, de vida consciente y afectiva sana, apenas gozan de prestigio o ascendiente. Muchos de ellos son seres débiles y vulnerables, o viven atormentados por el miedo en una sociedad que los teme o se desentiende de ellos.

Desde tiempo inmemorial, un conjunto de prejuicios, miedos y recelos y ha ido levantando una especie de muro invisible entre ese mundo de oscuridad y dolor, y la vida de quienes nos consideramos «sanos». El enfermo psíquico crea inseguridad y su presencia parece siempre peligrosa. Lo más prudente es defender nuestra «normalidad», recluyéndolos distanciándolos de nuestro entorno.

Hoy, sin embargo, se habla mucho de la inserción social de los enfermos mentales y del apoyo terapéutico que puede significar su integración en la convivencia. Pero todo ello no deja de ser una bella teoría si no se produce un cambio de actitud ante el enfermo psíquico y no se ayuda de forma más eficaz a tantas familias que se sienten solas o con poco apoyo para hacer frente a los problemas que se les vienen encima con la enfermedad de uno de sus miembros.

Hay familias que saben cuidar a su ser querido con amor y paciencia, colaborando positivamente con los médicos. Pero hay también hogares donde el enfermo resulta una carga dificii de sobrellevar. Poco a poco, la convivencia se deteriora y toda la familia va quedando afectada negativamente favoreciendo, a su vez, el empeoramiento del enfermo.

Es una ironía, entonces, seguir defendiendo teóricamente la mejor calidad de vida para el enfermo psíquico, su integración social o el derecho a una atención adecuada a sus necesidades afectivas, familiares y sociales. Todo esto ha de ser así, pero, para ello, es necesaria una ayuda más real a las familias y una colaboración más estrecha entre los médicos que atienden al enfermo y personas que sepan estar junto a él desde una relación humana y amistosa.

¿Qué lugar ocupan estos enfermos en nuestras comunidades cristianas? ¿No son los grandes olvidados? El evangelio de Marcos subraya de manera especial la atención de Jesús a «los poseídos por espíritus malignos». Su cercanía a las personas más indefensas y desvalidas ante el mal, siempre será para nosotros una llamada interpeladora.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
30 de enero de 2000

SANAR

Hasta a los espíritus inmundos les manda.

Las primeras tradiciones cristianas describen a Jesús como alguien que pone en marcha un profundo proceso de sanación tanto individual como social. Ésa fue su intención de fondo: curar, aliviar, restaurar la vida. Los evangelistas ponen en boca de Jesús frases que lo dicen todo: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).

Por eso, las curaciones que Jesús lleva a cabo a nivel físico, psicológico o espiritual son el símbolo que mejor condensa e ilumina el sentido de su vida. Jesús no realiza curaciones de manera arbitraria o por puro sensacionalismo. Lo que busca es la salud integral de las personas: que todos los que se sienten enfermos, abatidos, rotos o humillados, puedan experimentar la salud como signo de un Dios amigo que quiere para el ser humano vida y salvación.

No hemos de pensar sólo en las curaciones. Toda su actuación trata de encaminar a las personas hacia una vida más sana: su rebeldía frente a tantos comportamientos patológicos de raíz religiosa (legalismo, hipocresía, rigorismo vacío de amor...); su lucha por crear una convivencia más humana y solidaria; su ofrecimiento de perdón a gentes hundidas en la culpabilidad y la ruptura interior; su ternura hacia los maltratados por la vida o por la sociedad; sus esfuerzos por liberar a todos del miedo y la inseguridad para vivir desde la confianza absoluta en Dios.

No es extraño que, al confiar su misión a los discípulos, Jesús los imagine no como doctores, jerarcas, liturgistas o teólogos, sino como grandes curadores: «Proclamad que el Reinado de Dios está cerca: curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios». La primera tarea de la Iglesia no es celebrar cultos, elaborar teología, predicar moral, sino curar, liberar del mal, sacar del abatimiento, sanear la vida, ayudar a vivir de manera saludable. Esa lucha por la salud integral es camino de salvación.

Lo denunciaba hace algunos años B. Häring, uno de los más prestigiosos moralistas del siglo XX: la Iglesia ha de recuperar su misión sanadora si quiere enseñar el camino de la salvación. Anunciar la salvación eterna de manera doctrinal, intervenir sólo con llamamientos morales o promesas de salvación desprovistas de experiencia sanadora en el presente, pretender despertar la esperanza sin que se pueda sentir que la fe hace bien, es un error. Jesús no actuó así.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE

NADIE ESTÁ PERDIDO PARA DIOS

Hasta los espíritus inmundos.., lo obedecen.

«Estoy perdido... No hay nada que hacer.» Qué duro es escuchar a quien se nos confía con estas o parecidas palabras. Pocos sentimientos habrá tan penosos para el ser humano como esa sensación de verse hundido sin remedio.

Todo se desata, a veces, a partir de una desgracia que el individuo se siente incapaz de soportar: «Es demasiado para mí. No puedo más. Voy a volverme loco.» La persona no sabe dónde encontrar consuelo. Ya nada será como antes. Algo se ha roto para siempre.

Otras veces es la soledad sentida de manera angustiosa: «Nadie me entiende. Nadie me quiere. Todos me han dejado solo.» Frustrada en lo más íntimo, la persona se hunde en la amargura. Sabe que nadie le espera ya en ningún lugar. ¿Qué sentido puede tener seguir viviendo sin la presencia de una persona amada?

En algunos momentos puede aparecer una inexplicable sensación de malestar: «No tengo ganas de vivir. Nada me llena. Todo me da igual.» La persona no sabe cómo sacudirse de encima esa fastidiosa impresión de vacío y falsedad. Hay que seguir viviendo, pero uno se siente acabado.

En otras ocasiones el ser humano experimenta el cansancio de su propio corazón: «Estoy harto de todo y de todos.» Una especie de entumecimiento interior se apodera de la persona. Hay que «seguir tirando», pero hace tiempo que la vida se ha apagado.

No es tampoco tan extraña la experiencia del pecado: «Mi vida es un desastre. He dado muchos pasos equivocados. Poco a poco me he ido alejando de Dios, y ahora no tengo fuerzas para cambiar.» La persona no se atreve ya a enfrentarse a su propia conciencia. Siente confusamente el peso de la culpa, pero no sabe cómo salir de ese estado.

Las parábolas de la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido (Lucas 15, 1-32) insisten todas ellas en lo mismo: Dios es alguien que se alegra con la recuperación de todo hombre o mujer que se veía perdido. No hay desgracia ni pecado, no hay cansancio ni soledad, no hay crimen ni oscuridad que te pueda destruir definitivamente. Nadie está perdido para Dios.

Esta es la Buena Noticia del evangelio: No hay desesperación definitiva; siempre se puede seguir esperando incluso «contra toda esperanza». Dios es Salvador para todos aquellos que se ven desbordados por el mal, el pecado, la impotencia o la fragilidad. Esto es lo que descubren con admiración aquellas gentes de Galilea que son testigos del poder y la bondad de Jesús que libera del «espíritu inmundo» a aquel pobre hombre que se retuerce poseído por el mal.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
30 de enero de 1994

UN DIOS AMIGO

Hasta a los espíritus inmundos les manda.

Hace ya algunos años, A.N Whithead escribió una frase brillante, que luego ha sido largamente citada y comentada. Según este conocido matemático, filósofo y teólogo, «religión es lo que el individuo hace con su propia soledad». Es en la intimidad de cada persona donde se juega, en último término, su actitud religiosa, pues en esa soledad interior va respondiendo a las preguntas últimas: ¿quién soy yo en realidad?, ¿qué puedo saber de la vida?, ¿en qué puedo creer o esperar?

No es fácil saber qué sucede hoy en la interioridad de los individuos y cómo se las ve cada uno con Dios. La cultura moderna ha transformado profundamente la estructura interna de las personas. Hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos y menos consistentes, más escépticos y menos confiados. Sin embargo, el mismo Whithead ofrece algunas pistas para entender cómo se gesta la actitud religiosa en nuestros días.

Para bastantes, Dios no es sino un «concepto». Una idea, tal vez sublime y excelsa, pero que no se deja sentir en su interior. No niegan que exista —«algo tiene que haber»—, pero no saben relacionarse con él. Dios está situado en el mundo de las ideas, pero no es reconocido como alguien vivo y personal, que fundamenta y suscita la vida de la persona. Estos pueden hablar y discutir sobre Dios, pero nunca hablan a Dios en la soledad de su corazón.

Hay otros que sí sienten a Dios en su interior, pero lo intuyen como «enemigo». Alguien que les cierra el camino, les señala los límites y no les deja vivir en paz. Cuando se encuentran con él, siempre se topan con un señor soberano y omnipotente, que frena sus pretensiones de autonomía y felicidad. Para éstos, Dios es una «amenaza oscura», que hace la vida más difícil y dura de lo que ya es por sí misma.

Bien diferente es, por el contrario, la experiencia de quienes buscan a Dios siguiendo los pasos de Jesús. Estos sienten a Dios, no como el señor amenazador que exige y oprime, sino como el «amigo» que sustenta, comparte, perdona y hace vivir.

Estoy cada vez más convencido de que el proceso religioso que muchas personas necesitan recorrer, es el que lleva desde el Dios «enemigo» al Dios «amigo» y compañero de camino. Si hoy muchos abandonan a Dios y le dan la espalda, es porque solo lo experimentan como exigencia, y no como don y misericordia.

La experiencia de los que se encontraron con Jesús fue muy diferente. Podían comprobar que Jesús no solo hablaba de Dios con autoridad, sino que curaba a las personas y las liberaba del mal en el nombre de un Dios amigo de la dicha del ser humano.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
3 de febrero de 1991

UN PROGRESISMO INGENUO

Se quedaron asombrados de su enseñanza.

Uno de ios dogmas fundamentales de la cultura moderna es la fe en el poder absoluto de la razón. Con la fuerza de la razón, el hombre es capaz de resolver los problemas de la existencia.

En la raíz de esta postura “racionalista” hay una convicción que ha ido creciendo progresivamente. Lo único que existe es lo que el hombre puede verificar con su razón. Fuera de lo que el ser humano puede comprobar, no hay nada real.

Si esto es así, naturalmente ya no hay sitio para Dios ni para la religión. El mundo se reduce sencillamente a un sistema cerrado que el hombre puede dominar desarrollando la ciencia y las tecnologías. La fe en un Dios trascendente queda descalificada de raíz como una postura ingenua y primitiva.

Durante muchos años esta visión “racionalista” fue cultivada en círculos intelectuales y científicos, sin provocar grandes reacciones en las masas. Pero la situación ha cambiado profundamente con la llegada de los grandes medios de comunicación social. Por todas partes se divulga hoy una cultura “racionalista” donde lo religioso aparece como una postura que todavía personas desfasadas pueden cultivar en su corazón, pero que está ya superada hace tiempo por la ciencia y el progreso.

En cualquier programa televisivo se pueden escuchar toda clase de comentarios irónicos y frívolos sobre lo religioso, hechos por “personajes” de la vida social, interesados en dejar bien claro su agnosticismo para no ser tachados de poco progresistas.

Lo curioso es que, como siempre, todo esto sucede precisamente cuando en ¡os sectores científicos más serios y rigurosos del momento actual se respira un clima totalmente diferente.

Hace tiempo que los científicos más prestigiosos hablan de que la razón no puede responder a todos los interrogantes que plantea la existencia. Y son ellos mismos los que afirman la necesidad de que, junto a la ciencia, la humanidad siga cultivando la poesía, la ética, la metafísica, la religión.

Por otra parte, se ha ido tomando conciencia de que la pretensión “racionalista” de que no existe nada más que lo que el hombre puede conocer con su razón, no se basa en ningún análisis científico de la realidad. El hombre moderno ha decidido que no hay nada fuera de lo que él mismo puede comprobar, pero esta convicción primera no proviene de ninguna verificación racional. Es un prejuicio o creencia acrítica, anterior a cualquier intervención de la razón.

Por eso, son muchos los que piensan que ha llegado el momento de revisar, por una parte, la naturaleza del conocimiento científico y de explorar, por otra, las verdaderas raíces de la experiencia religiosa. Ciencia y religión no se excluyen. La humanidad las necesita a ambas para su crecimiento.

Lo progresista no es burlarse de la religión sino abrirse sin prejuicios a toda la verdad de la existencia. La “verdad” que se encierra en la experiencia religiosa es diferente de la “verdad” que aporta la ciencia. De alguna manera, es esto lo que descubren las gentes de Cafarnaum cuando experimentan que “la enseñanza” de Jesús encierra una “autoridad” diferente a la de “los letrados “.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
31 de enero de 1988

CON AUTORIDAD

Con autoridad.

Por lo general, solemos confundir fácilmente «autoridad” con «poder”, pues normalmente toda autoridad necesita para ser ejercida un cierto poder.

Sin embargo, hay personas que tienen autoridad no porque estén investidas de poder o se les haya encomendado una función social, sino porque su manera de ser y de vivir es reconocida y aceptada por los demás.

Son personas que irradian autoridad. No se imponen por su poderío o su fuerza. Es su vida la que atrae y deja huella profunda en quienes los conocen o tratan.

«Autoridad» es un término que viene del latín «augere” que significa «hacer crecer”, “agrandar”, “enriquecer», pues las personas con autoridad ayudan a crecer, nos estimulan, enriquecen la vida de los demás.

Esta autoridad nace de la misma persona, de su honestidad, de su actitud responsable y coherente, de su fidelidad. Ningún poder ni cargo, por importante que sean, pueden sustituirla cuando falta.

Tal vez éste sea uno de los problemas más graves de la actual sociedad occidental. Contamos con personas que tienen “poder oficiala pero no es fácil encontrar hombres y mujeres con autoridad para convertirse en guías y modelos a seguir.

El problema se agudiza cuando el poder o cargo oficial es desempeñado por una persona indigna y sin autoridad moral alguna debido a su comportamiento personal.

Es comprensible que los que ostentan un poder oficial pretendan deslindar netamente su cargo público de lo que constituye su vida personal privada.

Ciertamente, un hombre puede ser fiel a su cargo aunque no sea fiel a su esposa. Puede cumplir honestamente su responsabilidad pública aunque actúe de manera irresponsable en su vida privada.

Pero no es el mejor camino para despertar en los ciudadanos una mayor confianza en los poderes públicos y una mayor colaboración con sus directrices.

El evangelista Marcos nos recuerda que en el pueblo judío se despertó la admiración y el seguimiento a Jesús cuando vieron en él a un hombre que actuaba no como los escribas, sino «con autoridad».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
3 de febrero de 1985

ENSEÑAR CON AUTORIDAD

no como los letrados, sino con autoridad...

Jesús no fue un profesional especializado en comentar la Biblia o interpretar correctamente su contenido. Su palabra clara, directa, auténtica, tenía otra fuerza diferente que el pueblo supo inmediatamente captar.

No es un discurso lo que sale de labios de Jesús. Tampoco una instrucción. Su palabra es una llamada, un mensaje vivo que provoca impacto y se abre camino en lo más hondo de las gentes.

El pueblo queda asombrado «porque no enseña como ¡os letrados, sino con autoridad». Esta autoridad no está ligada a ningún título o poder social. No proviene tampoco de las ideas que expone o la doctrina que enseña. La fuerza de su palabra es él mismo, su persona, su espíritu, su libertad.

Jesús no es «un vendedor de ideologías» ni un repetidor de lecciones aprendidas de antemano. Es un maestro de vida que coloca al hombre ante las cuestiones más decisivas y vitales. Un hombre que enseña a vivir.

Es duro reconocer que, con frecuencia, las nuevas generaciones no encuentran «maestros de vida» a quienes poder escuchar. ¿Qué autoridad pueden tener las palabras de muchos políticos, dirigentes o responsable civiles y religiosos, si no están acompañadas de un testimonio claro de honestidad y responsabilidad personal?

Por otra parte, ¿qué vida pueden encontrar nuestros jóvenes en una enseñanza mutilada, que proporciona datos, cifras y códigos, pero no ofrece respuesta alguna a las cuestiones más inquietantes que anidan en el ser humano?

Difícilmente ayudará a crecer a los alumnos una enseñanza reducida a información científica en la que el enseñante puede ser sustituido por el programa correspondiente del «video» o del ordenador.

Nuestra sociedad necesita «profesores de existencia». Hombres y mujeres que enseñen el arte de abrir los ojos, maravillarse ante la vida e interrogarse con sencillez por el sentido último de todo.

Maestros que, con su testimonio personal de vida, siembren inquietud, contagien vida y ayuden a plantearse honradamente los interrogantes más hondos de la existencia.

Hacen pensar las palabras del escritor anarquista A. Robin, por lo que pueden presagiar para nuestra sociedad: «Se suprimirá la fe en nombre de la luz; después se suprimirá la luz. Se suprimirá el alma en nombre de la razón; después se suprimirá la razón. Se suprimirá la caridad en nombre de la justicia; después se suprimirá la justicia. Se suprimirá el espíritu de verdad en nombre del espíritu crítico; después se suprimirá el espíritu crítico».

El Evangelio de Jesús no es algo superfluo e inútil para una sociedad que corre el riesgo de seguir tales derroteros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
31 de enero de 1982

LA FUERZA DE LO DEMONIACO

Hasta los espíritus inmundos k obedecen.

Durante estos últimos años, varias novelas, llevadas posteriormente a la pantalla, han puesto de relieve que la imagen diabólica, un tanto arrinconada por la civilización contemporánea, sigue teniendo una confusa vigencia en la conciencia de grandes masas.

Obras como «El exorcista» de W. P. Blatty, «La semilla del diablo» de I. Levin y «El Otro» de Th. Tryon, y la proliferación inesperada de cultos satánicos en Norteamérica y Europa, nos han descubierto que la figura siniestra de lo demoníaco tiene todavía una fuerza que nadie hubiera podido sospechar.

Y es que también el hombre de hoy, al enfrentarse a la existencia, sigue percibiendo lo que Van der Leeuw ha llamado «la angustia indeterminada ante lo horrible, lo inabarcable». También el hombre contemporáneo se sigue conmoviendo cuando las fuerzas del mal adquieren un carácter amenazador incontrolable y de raíces impenetrables.

Paul Valory decía en su «Fausto» que la actuación primordial del demonio consiste en «mostrar a los hombres en un espejo sus deseos más ocultos». Lo que ha aterrorizado a los hombres no ha sido la entidad misma de los demonios, sino lo que lo demoníaco refleja: los instintos de agresión, destrucción y muerte que hay en nosotros, y que pueden desbordarse en un momento dado.

Y es esto lo que tampoco hoy deberíamos olvidar. En la historia grande de los pueblos y en la pequeña historia individual de cada uno, siempre existe la posibilidad de que el lado tenebroso y maligno de la existencia humana se rebele y nos desborde hasta límites insospechados.

Por eso siguen teniendo actualidad y vigencia esos relatos que encontramos en los evangelios, y donde se nos presenta a Jesús expulsando demonios con fuerza salvadora.

Los psicoanalistas nos han descubierto que lo inhumano, la sangre, el dolor, la destrucción y la muerte, ejercen una extraña atracción sobre el siquismo humano. Y que el hombre necesita abrirse a la vida, y entrar en una dinámica de amor y creatividad, si no quiere verse amenazado por la destrucción.

Este Jesús, que no expulsa demonios con fórmulas mágicas de exorcista, sino como el enviado del Dios de la vida y la salud, que predica con fuerza liberadora el amor, y que nos invita a entrar en el reino de la ternura, la fraternidad y la libertad, puede ser también hoy Alguien capaz de acallar las fuerzas del mal y liberarnos de la esclavitud de tantos males que parecen escapar a nuestro control.

José Antonio Pagola



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