lunes, 26 de noviembre de 2012

02/12/2012 - 1º domingo de Adviento (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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2 de diciembre de 2012

1º domingo de Adviento (C)




EVANGELIO

Se acerca vuestra liberación.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 21,25-28.34-36

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
2 de diciembre de 2012

INDIGNACIÓN Y ESPERANZA

Una convicción indestructible sostiene desde sus inicios la fe de los seguidores de Jesús: alentada por Dios, la historia humana se encamina hacia su liberación definitiva. Las contradicciones insoportables del ser humano y los horrores que se cometen en todas las épocas no han de destruir nuestra esperanza.
Este mundo que nos sostiene no es definitivo. Un día la creación entera dará "signos" de que ha llegado a su final para dar paso a una vida nueva y liberada que ninguno de nosotros puede imaginar ni comprender.
Los evangelios recogen el recuerdo de una reflexión de Jesús sobre este final de los tiempos. Paradójicamente, su atención no se concentra en los "acontecimientos cósmicos" que se puedan producir en aquel momento. Su principal objetivo es proponer a sus seguidores un estilo de vivir con lucidez ante ese horizonte.
El final de la historia no es el caos, la destrucción de la vida, la muerte total. Lentamente, en medio de luces y tinieblas, escuchando las llamadas de nuestro corazón o desoyendo lo mejor que hay en nosotros, vamos caminando hacia el misterio último de la realidad que los creyentes llamamos "Dios".
No hemos de vivir atrapados por el miedo o la ansiedad. El "último día" no es un día de ira y de venganza, sino de liberación. Lucas resume el pensamiento de Jesús con estas palabras admirables: "Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación". Solo entonces conoceremos de verdad cómo ama Dios al mundo.
Hemos de reavivar nuestra confianza, levantar el ánimo y despertar la esperanza. Un día los poderes financieros se hundirán. La insensatez de los poderosos se acabará. Las víctimas de tantas guerras, crímenes y genocidios conocerán la vida. Nuestros esfuerzos por un mundo más humano no se perderán para siempre.
Jesús se esfuerza por sacudir las conciencias de sus seguidores. "Tened cuidado: que no se os embote la mente". No viváis como imbéciles. No os dejéis arrastrar por la frivolidad y los excesos. Mantened viva la indignación. "Estad siempre despiertos". No os relajéis. Vivid con lucidez y responsabilidad. No os canséis. Mantened siempre la tensión.
¿Cómo estamos viviendo estos tiempos difíciles para casi todos, angustiosos para muchos, y crueles para quienes se hunden en la impotencia? ¿Estamos despiertos? ¿Vivimos dormidos? Desde las comunidades cristianas hemos de alentar la indignación y la esperanza. Y solo hay un camino: estar junto a los que se están quedando sin nada, hundidos en la desesperanza, la rabia y la humillación.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 -
29 de noviembre de 2009

ESTAD SIEMPRE DESPIERTOS

Los discursos apocalípticos recogidos en los evangelios reflejan los miedos y la incertidumbre de aquellas primeras comunidades cristianas, frágiles y vulnerables, que vivían en medio del vasto Imperio romano, entre conflictos y persecuciones, con un futuro incierto, sin saber cuándo llegaría Jesús, su amado Señor.
También las exhortaciones de esos discursos representan, en buena parte, las exhortaciones que se hacían unos a otros aquellos cristianos recordando el mensaje de Jesús. Esa llamada a vivir despiertos  cuidando la oración y la confianza son un rasgo original y característico de su Evangelio y de su oración.
Por eso, las palabras que escuchamos hoy, después de muchos siglos, no están dirigidas a otros destinatarios. Son llamadas que hemos de escuchar los que vivimos ahora en la Iglesia de Jesús en medio de las dificultades e incertidumbres de estos tiempos.
La Iglesia actual marcha a veces como una anciana "encorvada" por el peso de los siglos, las luchas y trabajos del pasado. "Con la cabeza baja", consciente de sus errores y pecados, sin poder mostrar con orgullo la gloria y el poder de otros tiempos.
Es el momento de escuchar la llamada que Jesús nos hace a todos.
«Levantaos», animaos unos a otros. «Alzad la cabeza» con confianza. No miréis al futuro solo desde vuestros cálculos y previsiones. « Se acerca vuestra liberación». Un día ya no viviréis encorvados, oprimidos ni tentados por el desaliento. Jesucristo es vuestro Liberador.
Pero hay maneras de vivir que impiden a muchos caminar con la cabeza levantada  confiando en esa liberación definitiva. Por eso, «tened cuidado de que no se os embote la mente». No os acostumbréis a vivir con un corazón insensible y endurecido, buscando llenar vuestra vida de bienestar y placer, de espaldas al Padre del Cielo y a sus hijos  que sufren en la tierra. Ese estilo de vida os hará cada vez menos humanos.
«Estad siempre despiertos». Despertad la fe en vuestras comunidades. Estad más atentos a mi Evangelio. Cuidad mejor mi presencia en medio de vosotros. No seáis comunidades dormidas. Vivid «pidiendo fuerza». ¿Cómo seguiremos los pasos de Jesús si el Padre no nos sostiene? ¿Cómo podremos «mantenernos en pie ante el Hijo del Hombre»?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
3 de diciembre de 2006

ALZAD LA CABEZA

Alzad la cabeza.

Nadie conoce su final. Nadie conoce tampoco el final del mundo. ¿En qué va a terminar todo esto?, ¿qué nos espera a todos y a cada uno de nosotros?, ¿qué va a ser de nuestros esfuerzos y trabajos, de nuestros anhelos y aspiraciones?
Cuando Lucas iba copiando del evangelio de Marcos el discurso de Jesús sobre el Final, no se fijó demasiado en los «cataclismos cósmicos». Todos los escritos apocalípticos hablaban así. El pensó enseguida en lo que nos pasa a las personas cuando todo se hunde bajo nuestros pies y se tambalea lo que, de ordinario, nos da seguridad.
Probablemente, todos conocemos en nuestra propia vida momentos de crisis en los que no sabemos qué hacer ni a quién acudir. Situaciones en las que podemos sentir miedo e incluso angustia porque nos quedamos sin seguridad y sin aliento. Al final, ¿qué es la vida?, ¿en quién podemos confiar? Según Lucas, algo de esto le pasará un día al mundo. Por eso, nos ofrece algunas consignas para aprender a vivir con lucidez cristiana.
Alzad la cabeza. Es lo primero. No vivir encogidos y cabizbajos, encerrados en nuestros miedos y tristezas. Levantar la mirada; ampliar el horizonte. La «Vida» es más que esta vida. Se acerca vuestra liberación. Un día sabremos lo que es una vida liberada, justa, gozosa.
Tened cuidado de que no se os embote la mente. Es nuestro gran riesgo: vivir atrapados por las cosas, preocupados sólo por el dinero, el bienestar y la buena vida. Terminar viviendo de manera rutinaria, frívola y vulgar. Demasiado aturdidos y vacíos como para «entender» algo del verdadero sentido de la vida.
Estad siempre despiertos. No vivir dormidos. Despertar nuestra vida interior. En ninguna parte vamos a encontrar luz, paz, impulso nuevo para vivir, si no lo encontramos dentro de nosotros.
Pidiendo fuerza. Es nuestro problema: no tenemos fuerza para ser libres, para tener criterio propio, para cuidar nuestra fe o para cambiar nuestra vida. ¿Qué haremos si, además, dejamos de comunicarnos con Dios?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
30 de noviembre de 2003

VIVIR DESPIERTOS

Estad siempre despiertos.

Jesús no se dedicó a explicar una doctrina religiosa para que sus discípulos la aprendieran correctamente y la difundieran luego en todas partes. No era éste su objetivo. Él les hablaba de un «acontecimiento» que estaba ya sucediendo: «Dios se está introduciendo en el mundo. Quiere que las cosas cambien. Sólo busca que la vida sea más digna y feliz para todos».
Jesús le llamaba a esto el «Reino de Dios». Hay que estar muy atentos a su venida. Hay que vivir despiertos: abrir bien los ojos del corazón; desear ardientemente que el mundo cambie; creer en esta buena noticia que tarda tanto en hacerse realidad plena; cambiar de manera de pensar y de actuar; vivir buscando y acogiendo el «Reino de Dios».
No es extraño que, a lo largo del evangelio, escuchemos tantas veces su llamada insistente: «vigilad», «estad atentos a su venida», «vivid despiertos». Es la primera actitud del que se decide a vivir la vida como la vivió Jesús. Lo primero que hemos de cuidar para seguir sus pasos.
«Vivir despiertos» significa no caer en el escepticismo y la indiferencia ante la marcha del mundo. No dejar que nuestro corazón se endurezca. No quedarnos sólo en quejas, críticas y condenas. Despertar activamente la esperanza.
«Vivir despiertos» significa vivir de manera más lúcida, sin dejamos arrastrar por la insensatez que, a veces, parece invadirlo todo. Atrevemos a ser diferentes. No dejar que se apague en nosotros el deseo de buscar el bien para todos.
«Vivir despiertos» significa vivir con pasión la pequeña aventura de cada día. No desentendernos de quien nos necesita. Seguir haciendo esos «pequeños gestos» que, aparentemente, no sirven para nada, pero sostienen la esperanza de las personas y hacen la vida un poco más amable.
«Vivir despiertos» significa despertar nuestra fe. Buscarle a Dios en la vida y desde la vida. Intuirlo muy cerca de cada persona. Descubrirlo atrayéndonos a todos hacia la felicidad. Vivir, no sólo de nuestros pequeños proyectos, sino atentos al proyecto de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
3 de diciembre de 2000

CUIDAR LA ESPERANZA

Alzad la cabeza.

Todos vivimos con la mirada puesta en el futuro. Siempre pensando en lo que nos espera. No sólo eso. En el fondo, casi todos andamos buscando «algo mejor», una seguridad, un bienestar mayor. Queremos que todo nos vaya bien y, si es posible, que nos vaya mejor. Es esa confianza básica la que nos sostiene en el trabajo y los esfuerzos de cada día. Por eso, cuando la esperanza se apaga, se apaga también la vida. La persona ya no crece, no busca, no lucha. Al contrario, se empequeñece, se hunde, se deja llevar por los acontecimientos. Si se pierde la esperanza, se pierde todo. Por eso, lo primero que hay que cuidar siempre en el corazón de la persona, en el seno de la sociedad o en la relación con Dios es la esperanza.
La esperanza no consiste en la reacción eufórica y optimista de un momento. Es más bien un estilo de vida, una manera de afrontar el futuro de forma positiva y confiada, sin dejarnos atrapar por el derrotismo. El futuro puede ser más o menos favorable, pero lo propio del hombre de esperanza es su actitud positiva, su deseo de vivir y de luchar, su postura decidida y confiada. No siempre es fácil. La esperanza hay que trabajarla.
Lo primero es mirar hacia adelante. No quedarse en lo que ya pasó. No vivir sólo de recuerdos y nostalgias. No quedarse añorando un pasado tal vez más dichoso, más seguro o menos problemático. Es ahora cuando hemos de vivir afrontando el futuro de manera positiva y esperanzada.
La esperanza no es una actitud pasiva, es un estímulo que impulsa a la acción. Quien vive animado por la esperanza no cae en la pasividad. Al contrario, se esfuerza por transformar la realidad y hacerla mejor. Quien vive con esperanza es realista, asume los problemas y las dificultades, pero lo hace de manera creativa dando pasos, buscando soluciones y contagiando confianza.
La esperanza no se sostiene en el aire. Tiene sus raíces en la vida. Por lo general, las personas viven de «pequeñas esperanzas» que se van cumpliendo o se van frustrando. Hemos de valorar y cuidar esas pequeñas esperanzas, pero el ser humano necesita una esperanza más radical e indestructible, que se pueda sostener cuando toda otra esperanza se hunde. Así es la esperanza en Dios, último salvador del hombre. Cuando caminamos cabizbajos y con el corazón desalentado, hemos de escuchar esas conmovedoras palabras de Jesús: «Alzad la cabeza, pues se acerca vuestra liberación».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
30 de noviembre de 1997

POR FAVOR, QUE HAYA DIOS

Estad siempre despiertos.

Muchas veces había pensado en la importancia que tiene el contexto socio-político en nuestra manera de leer el Evangelio, pero sólo tomé conciencia viva de ello cuando estuve viviendo una temporada un poco más larga en Ruanda.
Todavía recuerdo bien la sensación que tuve al leer el texto evangélico de este primer domingo de Adviento. No es lo mismo escuchar este discurso apocalíptico desde el bienestar de Europa o desde la miseria y el sufrimiento de África.
A pesar de todas las crisis y problemas, en Europa se piensa que el mundo siempre irá a mejor. Nadie espera ni quiere el fin de la historia. Nadie desea que cambien mucho las cosas. En el fondo, nos va bastante bien. Desde esta perspectiva, oír hablar de que un día todo esto puede desaparecer «suena» a «visiones apocalípticas» nacidas del desvarío de mentes pesimistas.
Todo cambia cuando el mismo Evangelio es leído desde el sufrimiento del Tercer Mundo. Cuando la miseria es ya insoportable y el momento presente es vivido como un sufrimiento absolutamente destructor, es fácil percibir por dentro un sentimiento diferente: «Gracias a Dios, esto no durará para siempre.»
Los que sufren así son quienes mejor pueden comprender el mensaje de Cristo: «Felices los que lloran, porque de ellos es el Reino de Dios.» Estos hombres y mujeres cuya existencia es dolor están esperando algo nuevo y diferente que responda a sus anhelos más hondos de vida y de paz.
Un día «el sol, la luna y las estrellas temblarán», es decir, todo aquello en que creíamos poder confiar para siempre se hundirá. Nuestras ideas de poder, seguridad y progreso se tambalearán. Todo aquello que no conduce al ser humano a la verdad, la justicia y la fraternidad se derrumbará y «en la tierra habrá angustia de las gentes».
Pero el mensaje de Cristo no es de desesperanza para nadie: Aún entonces, en el momento de la verdad última, no desesperéis, estad despiertos, «manteneos en pie», poned vuestra confianza en Dios. Viendo de cerca el sufrimiento cruel de aquellas gentes de África, me sorprendí a mí mismo pensando algo que puede parecer extraño en un cristiano. No es propiamente una oración a Dios. Es un deseo ardiente y una invocación ante el misterio del dolor humano. Es esto lo que me salía de dentro: «Por favor que haya Dios.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
27 de noviembre de 1994

¿HACIA DONDE VAMOS?

Estad siempre despiertos.

¿En qué dirección nos estamos moviendo?, ¿hacia dónde vamos? Pocas preguntas producen mayor inquietud. Porque, ¿qué respuesta se puede dar?, ¿quién puede saber qué se está generando en las entrañas de nuestra interminable historia de violencias, enfrentamientos e incapacidad de diálogo?
Este tipo de preguntas provoca, en no pocos, pesimismo: vamos irremediablemente a la catástrofe, a la división de un pueblo, a la descomposición. Otros quieren mantener el ánimo pensando que el futuro, sólo por serlo, será mejor: no es posible seguir así largo tiempo; la sociedad se está cansando; un día las cosas se arreglarán.
Lo primero que hay que decir es que el futuro no está escrito. Las generaciones venideras recogerán lo que ahora sembremos. El porvenir de un pueblo se va gestando en el presente, con nuestra manera de pensar y de actuar, con nuestro estilo de vivir y nuestro modo de enfrentamos a los conflictos. ¿Estamos en el camino de resolver nuestros problemas de fondo?
A mi juicio, el primer error es olvidar una de las lecciones más claras de la historia: las imposiciones violentas no sirven para construir una convivencia política duradera. Se requiere que las ideas sean asumidas por la conciencia colectiva, y obtengan la adhesión libre y pacífica de los ciudadanos. Sólo así se puede avanzar hacia una convivencia más humana.
Esta es mi segunda convicción: lo más decisivo para la dicha o la infelicidad de las futuras generaciones no va a ser la fórmula jurídico-política que se logre imponer, sino la visión de hombre y de sociedad, el talante democrático, el reconocimiento de la propia dignidad y la de los demás, la búsqueda eficaz del bien común. Se discute sin fin sobre «autonomía», «autodeterminación» o «independencia». A mí lo que me preocupa es el tipo de hombre que se está gestando entre nosotros.
Hay, por eso, preguntas que me parecen claves: ¿cómo poner en marcha una corriente social que nos lleve a un desarrollo más humano y justo de la convivencia?, ¿cómo promover una cultura más penetrada de sentido ético?, ¿cómo impulsar una acción política basada en actitudes y compromisos que generen integración, y no separación, unión de fuerzas, y no división? Estas son realidades que han de ser muy cuidadas en un pueblo tan pequeño como el nuestro.
Pero el estilo de vida y la calidad de la convivencia no se improvisan. Se requiere un clima social que los estimule. Un modo de hacer política al servicio del bien común buscado lealmente por todos y para todos. Un esfuerzo de educación integral de las nuevas generaciones. Los cristianos, por su parte, no han de permanecer indiferentes y pasivos. Desde las familias creyentes, desde las parroquias, desde los centros educativos, desde el compromiso personal, han de colaborar en la creación de una convivencia más humana. Las palabras de Jesús nos interpelan: «Estad siempre despiertos.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
1 de diciembre de 1991

EL DIOS DE LA ESPERANZA

Estad siempre despiertos.

No son teorías de los pensadores. Lo sienten así las gentes de los países más desarrollados. Las grandes palabras del siglo XX, «libertad», «justicia», «felicidad», están hoy en crisis. La fe en el progreso comienza a ser sustituida por el pesimismo. ¿Qué nos espera en el futuro?
Por otra parte, la fe cristiana parece haber perdido su fuerza para dar sentido y aliento al ser humano. No son pocos los que consideran la religión como una fase ya superada dentro del desarrollo de la humanidad.
Entre los mismos cristianos, las cosas han cambiado profundamente en pocos años. Crece la indiferencia, el abandono y la «apostasía silenciosa». Se difunde en no pocos un «desafecto interior» hacía la Iglesia. Quizás por vez primera, amplios sectores de gentes que se dicen cristianas perciben de manera difusa, a niveles profundos de su conciencia, una especie de inseguridad o desasosiego en torno a su fe.
Son tiempos en los que la humanidad anda buscando un mensaje de esperanza. Una experiencia nueva capaz de liberar al hombre contemporáneo del escepticismo, el cansancio y la indiferencia.
Lo más importante en estos momentos no es potenciar la autoridad religiosa para imponer desde fuera una seguridad. Como dice H. Zahmt, la renovación no llegará «administrando burocráticamente los residuos de fe» de la sociedad contemporánea.
Lo más importante no es tampoco el desarrollo de la teología especializada. Alguien ha dicho con ironía que «primeramente se hablada con Dios, luego se comenzó a hablar de Dios, más tarde se pasó a hablar del problema de Dios y se ha terminado hablando de la posibilidad de hablar acerca de Dios». La teología es necesaria, pero lo cierto es que la esperanza sólo puede venir de un Dios que es más grande que todas nuestras discusiones doctrinales.
Lo que el hombre de hoy necesita es que alguien le ayude a encontrarse con «el Dios de la esperanza». Un Dios en el que se pueda creer, no por tradición, no por miedo al infierno, no porque alguien lo ordena así, no porque alguno lo explica brillantemente, sino porque puede ser experimentado como fundamento sólido de esperanza para el ser humano.
Ese Dios sólo puede ser anunciado por creyentes que vivan ellos mismos radicalmente animados por la esperanza. El testimonio de «una esperanza vivida» es la mejor respuesta a todos los escepticismos, indiferencias y abandonos.
El Adviento es una llamada a despertar la esperanza. Si el cristianismo pierde la esperanza, lo ha perdido todo. Cristianos «habituados a creer desde siempre», ¿qué hemos hecho de la esperanza cristiana?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
27 de noviembre de 1988

EL CAMINO DE LA NO-VIOLENCIA

Estad siempre despiertos.

De nuevo la sangre ha sido derramada de manera brutal y absurda en nuestra tierra y, una vez más, hemos podido constatar con estremecimiento y dolor que el cese de hechos sangrientos durante un cierto tiempo no ha significado ningún paso hacia la paz.
¿Nadie tiene la audacia de romper esta espiral de violencia? ¿Nadie es capaz de llevar adelante una negociación que traiga por fin la paz que este pueblo anhela y necesita? ¿Durante cuántos años va a quedar estancada la violencia entre nosotros?
La vida de los hombres siempre ha estado fuertemente trabajada por los conflictos. Basta mirar la historia para ver a los pueblos destruyéndose mutuamente en enfrentamientos y agresiones interminables.
Encontramos conflictos en nuestras relaciones sociales, políticas y culturales. Se dan enfrentamientos en el seno de nuestras familias. La violencia está presente en nuestro vivir diario.
Para superar los conflictos el hombre tiene que hacer una opción de importancia decisiva. Ha de escoger entre el camino del diálogo y la razón o bien el camino de la violencia, la agresión o la imposición del más fuerte.
Desgraciadamente, los hombres han escogido casi siempre este segundo camino a pesar de que todas las generaciones han experimentado una y otra vez el poder destructor de la violencia.
Este es, sin duda, el mayor pecado de la humanidad. El hombre no sabe renunciar a la violencia y ni siquiera la amenaza del aniquilamiento total de la vida humana sobre la tierra es capaz de detenerlo en este camino.
Sin embargo, los hombres no hemos nacido para vivir haciéndonos daño unos a otros. Sería gravísimo que nos acostumbráramos a la violencia como algo necesario y normal para resolver nuestros problemas.
Las palabras de Jesús nos piden saber reaccionar ante el mal. “Estad siempre despiertos... Levantad la cabeza”. Los creyentes hemos de mantener una actitud vigilante ante el mal.
Nuestro Obispo ha querido en este Adviento concretar más esa llamada en una importante Carta Pastoral que lleva un título que recoge bien su contenido central: “Por la no-violencia a la paz “.
En ella nos invita a descubrir que los caminos de la no-violencia son más eficaces para alcanzar la paz que los caminos de la mutua destrucción.
¿No podríamos durante este Adviento estudiar esta Carta, recoger su mensaje, reflexionar sobre nuestras actitudes violentas y comprometernos a impulsar la no-violencia a nuestro alrededor? Sería una manera de escuchar la llamada a vivir despiertos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
1 de diciembre de 1985

MATAR LA ESPERANZA

Tened cuidado: no se os embote la mente...

Jesús fue un creador incansable de esperanza. Toda su existencia consistió en contagiar a los demás la esperanza que él mismo vivía desde lo más hondo de su ser.
Hoy escuchamos su grito de alerta: «Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Pero tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero».
Las palabras de Jesús no han perdido actualidad pues los hombres seguimos matando la esperanza y «embotando» nuestra existencia de muchas maneras.
Y no pensemos sólo en aquellos que, al margen de toda fe, viven según aquello de «comamos y bebamos, que mañana moriremos», sino en quienes, llamándonos cristianos, podemos caer en una actitud no muy diferente: «Comamos y bebamos, que mañana vendrá el mesías».
Cuando en una sociedad los hombres tienen como objetivo casi único de su vida la satisfacción ciega de sus apetencias y se encierran cada uno en su propio disfrute, allí muere la esperanza.
Los hombres satisfechos no desean nada realmente nuevo. No quieren cambiar el mundo. No les interesa esperar una vida futura mejor. El presente les satisface y les basta.
No se rebelan frente a las injusticias, sufrimientos y absurdos del mundo presente. En realidad, este mundo es para ellos «el cielo» al que se apuntarían para siempre. Pueden permitirse el lujo de no esperar nada mejor.
Qué tentador resulta siempre adaptarnos a la situación, instalarnos confortablemente en nuestro pequeño mundo y vivir tranquilos y cómodos, sin mayores aspiraciones.
Casi inconscientemente anida en bastantes la ilusión de poder conseguir la propia felicidad sin cambiar para nada el mundo. Pero no lo olvidemos. «Solamente aquellos que cierran sus ojos y sus oídos, solamente aquellos que se han insensibilizado, pueden sentirse a gusto en un mundo como éste» (R. A. Alves).
Quien ama de verdad la vida y se siente solidario de todo hombre, sufre el desasosiego y la intranquilidad de comprobar que todavía no podemos disfrutar de la felicidad a que estamos llamados.
Este sufrimiento alcanza su verdadero sentido cuando nace de la esperanza y nos impulsa a actuar de manera creadora. Es signo de que aún seguimos vivos, de que todavía somos conscientes de que algo no está bien en este orden de cosas y de que nuestro corazón sigue anhelando algo más.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
28 de noviembre de 1982

LA ESPERANZA, ¿UNA ILUSION?

Estad siempre despiertos.

La primera acusación al hombre que trata de dar sentido a su vida desde una actitud de esperanza cristiana, ha sido la de falta de realismo.
Hay que ser realistas. Si vivimos de recuerdos, nos estamos remontando a un pasado que ya no existe. Si nos dejamos llevar por la esperanza, empezamos a soñar en un futuro que todavía tampoco existe. Seamos realistas y aprendamos a enfrentarnos con lucidez y valentía al momento presente, única realidad que tenemos ante nosotros.
Esta acusación ha adquirido un acento más científico desde la crítica a la religión operada por Karl Marx. La esperanza desplaza nuestra atención de los problemas de esta vida a un más allá ficticio y alienante. La religión invita a los hombres a esperar en una vida ultraterrena la solución de todas sus opresiones. Y, mientras tanto, los incapacita para luchar con eficacia y lucidez por la transformación real de la sociedad.
Un creyente honrado no puede menos que escuchar con inquietud la interpelación de la crítica marxista. ¿No hemos justificado muchas veces los cristianos con nuestra actitud falsamente conformista y «resignada», la acusación de vivir adormecidos por «el opio de la religión?». ¿No tendremos que escuchar hoy, de manera nueva, el grito de Jesús que nos llama a vivir despiertos en medio de nuestra sociedad contemporánea?
Para el verdadero creyente, la esperanza no es una ilusión engañosa. Al contrario, si vive con esperanza, es porque quiere tomar en serio la vida en su totalidad, y porque quiere descubrir todas las posibilidades que en ella se encierran para el futuro del hombre.
Precisamente, porque quiere ser realista hasta el final, no se aferra a la realidad tal como es hoy, ni se instala en esta vida como algo definitivo. Al contrario, se acerca a la vida como algo inacabado, algo que es necesario construir con esperanza.
Por eso, la verdadera esperanza no tranquiliza. La esperanza nos inquieta, nos desinstala, nos pone en contradicción con una realidad tan lejana todavía de esta liberación final que esperamos para el hombre.
Cuando se espera de verdad la liberación, comienzan a doler más las cadenas. El que espera una verdadera justicia- para el hombre, no aguanta ya esta sociedad tan injusta. El que cree de verdad en el cielo, siente necesidad de luchar para cambiar la tierra.

José Antonio Pagola

lunes, 19 de noviembre de 2012

25/11/2012 - 34º domingo Tiempo ordinario (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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25 de noviembre de 2012

34º domingo Tiempo ordinario (B)


JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO


EVANGELIO

Tú lo dices: soy rey.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 18, 33b-37

En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: « ¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús le contestó: « ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?». Pilato replicó: « ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».
Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí». Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
25 de noviembre de 2012

INTRODUCIR VERDAD

El juicio contra Jesús tuvo lugar probablemente en el palacio en el que residía Pilato cuando acudía a Jerusalén. Allí se encuentran una mañana de abril del año treinta un reo indefenso llamado Jesús y el representante del poderoso sistema imperial de Roma.
El evangelio de Juan relata el dialogo entre ambos. En realidad, más que un interrogatorio, parece un discurso de Jesús para esclarecer algunos temas que interesan mucho al evangelista. En un determinado momento Jesús hace esta solemne proclamación: "Yo para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz".
Esta afirmación recoge un rasgo básico que define la trayectoria profética de Jesús: su voluntad de vivir en la verdad de Dios. Jesús no solo dice la verdad, sino que busca la verdad y solo la verdad de un Dios que quiere un mundo más humano para todos sus hijos e hijas.
Por eso, Jesús habla con autoridad, pero sin falsos autoritarismos. Habla con sinceridad, pero sin dogmatismos. No habla como los fanáticos que tratan de imponer su verdad. Tampoco como los funcionarios que la defienden por obligación aunque no crean en ella. No se siente nunca guardián de la verdad sino testigo.
Jesús no convierte la verdad de Dios en propaganda. No la utiliza en provecho propio sino en defensa de los pobres. No tolera la mentira o el encubrimiento de las injusticias. No soporta las manipulaciones. Jesús se convierte así en "voz de los sin voz, y voz contra los que tienen demasiada voz" (Jon Sobrino).
Esta voz es más necesaria que nunca en esta sociedad atrapada en una grave crisis económica. La ocultación de la verdad es uno de los más firmes presupuestos de la actuación de los grandes poderes financieros y de la gestión política sometida a sus exigencias. Se nos quiere hacer vivir la crisis en la mentira.
Se hace todo lo posible para ocultar la responsabilidad de los principales causantes de la crisis y se ignora de manera perversa el sufrimiento de las víctimas más débiles e indefensas. Es urgente humanizar la crisis poniendo en el centro de atención la verdad de los que sufren y la atención prioritaria a su situación cada vez más grave.
Es la primera verdad exigible a todos si no queremos ser inhumanos. El primer dato previo a todo. No nos podemos acostumbrar a la exclusión social y la desesperanza en que están cayendo los más débiles. Quienes seguimos a Jesús hemos de escuchar su voz y salir instintivamente en su defensa y ayuda. Quien es de la verdad escucha su voz.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
22 de noviembre de 2009

EXAMEN ANTE EL TESTIGO DE LA VERDAD

He venido al mundo para ser testigo de la verdad.

Dentro del proceso en el que se va a decidir la ejecución de Jesús, el evangelio de Juan ofrece un sorprendente diálogo privado entre Pilato, representante del imperio más poderoso de la Tierra y Jesús, un reo maniatado que se presenta como testigo de la verdad.
Precisamente, Pilato quiere, al parecer, saber la verdad que se encierra en aquel extraño personaje que tiene ante su trono: « ¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús va a responder exponiendo su verdad en dos afirmaciones fundamentales, muy queridas al evangelista Juan.
«Mi reino no es de este mundo». Jesús no es rey al estilo que Pilato puede imaginar. No pretende ocupar el trono de Israel ni disputar a Tiberio su poder imperial. Jesús no pertenece a ese sistema en el que se mueve el prefecto de Roma, sostenido por la injusticia y la mentira. No se apoya en la fuerza de las armas. Tiene un fundamento  completamente diferente. Su realeza proviene del amor de Dios al mundo.
Pero añade a continuación algo muy importante: «Soy rey...y he venido al mundo para ser testigo de la verdad» Es en este mundo donde quiere ejercer su realeza, pero de una forma sorprendente. No viene a gobernar como Tiberio sino a ser «testigo de la verdad» introduciendo el amor y la justicia de Dios en la historia humana.
Esta verdad que Jesús trae consigo no es una doctrina teórica. Es una llamada que puede transformar la vida de las personas. Lo había dicho Jesús: «Si os mantenéis fieles a mi Palabra...conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Ser fieles al Evangelio de Jesús es una experiencia única pues lleva a conocer una verdad liberadora, capaz de hacer nuestra vida más humana.
Jesucristo es la única verdad de la que nos está permitido vivir a los cristianos. ¿No necesitamos en la Iglesia de Jesús  hacer un examen de conciencia colectivo ante el "Testigo de la Verdad"¿Atrevernos a discernir con humildad qué hay de verdad y qué hay de mentira en nuestro seguimiento a Jesús? ¿Dónde hay verdad liberadora y dónde mentira que nos esclaviza? ¿No necesitamos dar pasos hacia mayores niveles de verdad humana y evangélica en nuestras vidas, nuestras comunidades y nuestras instituciones?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
26 de noviembre de 2006

TESTIGOS DE LA VERDAD

Para ser testigo de la verdad.

El juicio tiene lugar en el palacio donde reside el prefecto romano cuando viene a Jerusalén. Acaba de amanecer. Pilato ocupa la sede desde la que dicta sus sentencias. Jesús comparece maniatado como un delincuente. Allí están frente a frente: el representante del imperio más poderoso y el profeta del reino de Dios.
A Pilato le resulta increíble que aquel hombre intente desafiar a Roma: « ¿Con que tú eres rey?». Jesús es muy claro: «Mi reino no es de este mundo». No pertenece a ningún sistema injusto de este mundo. No pretende ocupar ningún trono. No busca poder ni dinero.
Pero no le oculta la verdad: «Soy Rey». Ha venido a este mundo a introducir verdad. Si su reino fuera de este mundo, tendría «guardias» que lucharían por él con armas. Pero sus seguidores no son «legionarios», sino «discípulos» que escuchan su mensaje y se dedican a poner verdad, justicia y amor en el mundo.
El reino de Jesús no es el de Pilato. El prefecto vive para extraer las riquezas y cosechas de los pueblos y conducirlas a Roma. Jesús vive «para ser testigo de la verdad». Su vida es todo un desafío: «todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Pilato no es de la verdad. No escucha la voz de Jesús. Dentro de unas horas, intentará apagarla para siempre.
El seguidor de Jesús no es «guardián» de la verdad sino «testigo». No ha venido tras las huellas de Jesús para ser legionario sino discípulo. Su quehacer no es disputar, combatir y derrotar a los adversarios, sino vivir la verdad del evangelio y comunicar la experiencia de Jesús que está cambiando su vida.
El cristiano tampoco es «propietario» de la verdad, sino testigo. No impone su doctrina, no controla la fe de los demás, no pretende tener razón en todo. Vive convirtiéndose a Jesús, contagia la atracción que siente por él, ayuda a mirar hacia el evangelio, pone en todas partes la verdad de Jesús. La Iglesia atraerá a la gente cuando vean que nuestro rostro se parece al de Jesús, y que nuestra vida recuerda a la suya.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
23 de noviembre de 2003

BUSCAR A DIOS

Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.

No todos los que han abandonado la práctica religiosa tienen la misma postura ante Dios. Algunos rechazan todo contacto con lo religioso; Dios les resulta un ser incómodo y amenazador del que prefieren prescindir. Otros viven absolutamente despreocupados de estas cosas; les basta con ir resolviendo los problemas de cada día: Dios no tiene sitio en su vida. Hay, sin embargo, un número creciente de no practicantes en los que comienza a despertarse una inquietud religiosa.
No es fácil expresar lo que sienten ni lo que buscan. Ciertamente no están pensando en volver al cristianismo que un día conocieron y que, por una razón o por otra, han abandonado. Su búsqueda se sitúa ahora a otro nivel diferente. Andan detrás de algo que ni ellos mismos aciertan a definir con precisión.
Lo que conocen de la Iglesia les parece excesivamente complicado. El lenguaje eclesiástico les resulta difícil. Tampoco les convence mucho la vida de otros cristianos practicantes que conocen. Pero sienten la necesidad de algo que dé más coherencia y más sentido a su vida.
En el fondo de todo está la cuestión de Dios. La mayoría no duda de que Dios existe. Pero, ¿cómo es ese Dios del que la Iglesia habla tanto? ¿Es un Dios terrible y peligroso del que uno no se puede fiar nunca del todo? ¿Es un Dios bueno que entiende nuestra debilidad y busca siempre sólo nuestro bien?
Pero, ¿con quién hablar de todo esto? Al que se ha alejado de la Iglesia no se le hace fácil acercarse a un sacerdote. Es normal. Si al menos pudiera hablar con toda confianza con algún amigo creyente. Porque es bueno escuchar la experiencia de alguien que vive gozosamente su fe para aclarar equívocos, deshacer prejuicios o exponer las propias dudas.
En cualquier caso, lo importante son los pasos que uno mismo va dando por dentro. Hay preguntas que es bueno contestar: ¿Por qué he abandonado yo el contacto con lo religioso? ¿Me ha hecho bien alejarme de Dios? Ahora sé lo que es vivir de espaldas a la fe, ¿quiero terminar así mi vida? ¿No necesito encontrarme con un Dios Amigo?
Hay personas que se alejaron hace mucho de todo lo religioso, pero tampoco tienen nada contra Dios. En este momento no sabrían cómo rezar; han olvidado las palabras del Padre Nuestro; no les sale ninguna oración. ¿Es difícil decir a Dios: «Tú me conoces y me entiendes. Ayúdame a vivir. Enséñame a creer» ? Puede parecer algo trivial y, sin embargo, una invocación sincera a Dios puede significar un cambio interior importante. Las palabras de Jesús son alentadoras: «Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
26 de noviembre de 2000

CON VERDAD

Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.

Es raro que una persona pueda vivir la vida entera sin plantearse nunca el sentido último de todo. Por muy frívolo que sea el discurrir de sus días, tarde o temprano se producen «momentos de ruptura» que pueden hacer brotar en la persona interrogantes de fondo sobre el problema de la vida.
Hay horas de intensa felicidad que nos obligan a preguntarnos por qué la vida no es siempre dicha y plenitud. Momentos de desgracia que despiertan en nosotros pensamientos sombríos: ¿por qué tanto sufrimiento?, ¿merece la pena vivir? Instantes de mayor lucidez que nos conducen a las cuestiones fundamentales: ¿Quién soy yo?, ¿qué es la vida?, ¿qué me espera?
Tarde o temprano, de una manera u otra, toda persona termina por plantearse un día el sentido de la vida. Todo puede quedar ahí, o puede también despertarse de manera callada pero inevitable la cuestión de Dios. Las reacciones pueden ser entonces muy diversas.
Hay quienes hace tiempo han abandonado, si no a Dios, sí un mundo de cosas que tenían relación con Dios: la Iglesia, la misa dominical, los dogmas... Poco a poco, se han ido desprendiendo de algo que ya no tiene interés alguno para ellos. Abandonado todo ese mundo religioso, ¿qué hacer ahora ante la cuestión de Dios?
Otros han abandonado incluso la idea de Dios. No tienen necesidad de Él. Les parece algo inútil y superfluo. Dios no les aportaría nada positivo. Al contrario, tienen la impresión de que les complicaría la existencia. Aceptan la vida tal como es y siguen su camino sin preocuparse excesivamente del final.
Otros viven envueltos en la incertidumbre. No están seguros de nada: ¿Qué es creer en Dios?, ¿cómo se puede uno relacionar con Él?, ¿quién sabe algo de estas cosas? Mientras tanto, Dios no se impone. No fuerza desde el exterior con pruebas ni evidencias. No se revela desde dentro con luces o revelaciones. Sólo es silencio, posibilidad, invitación respetuosa...
Lo primero ante Dios es ser honestos. No andar eludiendo su presencia con planteamientos poco sinceros. Quien se esfuerza por buscar a Dios con honradez y verdad no está lejos de Él. No hemos de olvidar unas palabras de Jesús que pueden iluminar a quien viva en la incertidumbre religiosa: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Jn 18, 37).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
23 de noviembre de 1997

CONTRA LA MENTIRA

Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.

No es frecuente escuchar a alguien defender el derecho del hombre a la verdad. Uno se pregunta por qué no se escuchan en nuestra sociedad gritos de protesta contra la mentira, al menos, con la misma fuerza con que se grita contra la injusticia.
¿Será que no somos conscientes de la mentira que nos envuelve por todas partes? ¿Será que cuando exigimos justicia nos sentimos solo víctimas y nunca opresores? ¿Será que para gritar contra la mentira, la hipocresía y el engaño, es necesario vivir con un mínimo de sinceridad personal?
La mentira es hoy uno de los presupuestos más firmes de nuestra convivencia social. El mentir es aceptado como algo necesario tanto en el complejo mundo del quehacer político y la información social como en «la pequeña comedia» de nuestras relaciones personales de cada día.
El hombre contemporáneo se ve obligado a pensar, decidir y actuar envuelto en una densa niebla de mentira y falsedad. Indefenso ante un cerco de engaños, falacias y embustes del que es difícil liberarse. ¿Cómo saber la «verdad» que se oculta tras las decisiones políticas de los diversos partidos? ¿Cómo descubrir los verdaderos intereses que se encierran tras campañas y acciones que se nos pide defender o rechazar? ¿Cómo actuar con lucidez en medio de la información deformada, parcial e interesada que diariamente nos vemos obligados a consumir?
Se dirá que la mentira es necesaria para actuar con eficacia en la construcción de una sociedad más libre y más justa. Pero, realmente, ¿hay alguien que pueda garantizar que estamos haciendo un mundo más humano cuando desde los centros de poder se oculta la verdad, cuando entre nosotros se utiliza la calumnia para destruir al adversario, cuando se obliga a las masas sencillas a que sean protagonistas de su historia desde una situación de engaño y de ignorancia?
En el fondo de todo hombre hay una búsqueda de verdad y difícilmente se construirá nada verdaderamente humano sobre la mentira y la falsedad. En el mensaje de Jesús hay una invitación a vivir en la verdad ante Dios, ante uno mismo y ante los demás. « Yo he venido para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Juan 18, 37). No es absurdo que se vuelvan a escuchar en nuestra sociedad aquellas palabras inolvidables de Jesús, que son un reto y una promesa para todo hombre que busca sinceramente una sociedad más humana: «La verdad os hará libres» (Juan 8, 32).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
20 de noviembre de 1994

CAMBIO IMPORTANTE

Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.

No todos los que han abandonado la práctica religiosa tienen la misma postura ante Dios. Algunos rechazan todo contacto con lo religioso; Dios les resulta un ser incómodo y amenazador del que prefieren prescindir. Otros viven absolutamente despreocupados de estas cosas; les basta con ir resolviendo los problemas de cada día; Dios no tiene sitio en su vida. Hay, sin embargo, un número creciente de no practicantes en los que comienza a despertarse una inquietud religiosa.
No es fácil expresar lo que sienten ni lo que buscan. Ciertamente no están pensando en volver al cristianismo que un día conocieron y que, por una razón o por otra, han abandonado. Su búsqueda se sitúa ahora a otro nivel diferente. Andan detrás de algo que ni ellos mismos aciertan a definir con precisión.
Lo que conocen de la Iglesia les parece excesivamente complicado. El lenguaje eclesiástico les resulta difícil. Tampoco les convence mucho la vida de otros cristianos practicantes que conocen. Pero sienten la necesidad de algo que dé más coherencia y más sentido a su vida.
En el fondo de todo está la cuestión de Dios. La mayoría no duda de que Dios exista. Pero, ¿cómo es ese Dios del que la Iglesia habla tanto? ¿Es un Dios terrible y peligroso del que uno no se puede fiar nunca del todo? ¿Es un Dios bueno que entiende nuestra debilidad y busca siempre solo nuestro bien?
Pero, ¿con quién hablar de todo esto? Al que se ha alejado de la Iglesia no se le hace fácil acercarse a un sacerdote. Es normal. Si al menos pudiera hablar con toda confianza con algún amigo creyente. Porque es bueno escuchar la experiencia de alguien que vive gozosamente su fe para aclarar equívocos, deshacer prejuicios o exponer las propias dudas.
En cualquier caso, lo importante son los pasos que uno mismo va dando por dentro. Hay preguntas que es bueno contestar: ¿Por qué he abandonado yo el contacto con lo religioso? ¿Me ha hecho bien alejarme de Dios? Ahora sé lo que es vivir de espaldas a la fe, ¿quiero terminar así mi vida? ¿No necesito encontrarme con un Dios Amigo?
¿Se puede rezar? Hay personas que se alejaron hace mucho de todo esto, pero tampoco tienen nada contra Dios. En este momento no sabrían cómo rezar; han olvidado las palabras del Padre Nuestro; no les sale ninguna oración. ¿Es difícil decir a Dios: «Tú me conoces y me entiendes. Ayúdame a vivir. Enséñame a creer»? Puede parecer algo trivial y, sin embargo, una invocación sincera a Dios puede significar un cambio interior importante. Las palabras de Jesús son alentadoras: «Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
24 de noviembre de 1991

ANTE EL VACIO ETICO

Testigo de la verdad.

Entre las consecuencias que el olvido de Dios está acarreando a la sociedad moderna no es el menos grave el resquebrajamiento de la conciencia moral. El alejamiento de la fe ha arrastrado a no pocos a una especie de “liberación” frente a los imperativos morales. No se trata de rechazo de una norma concreta o de otra, sino de un auténtico “vaciamiento ético”.
En pocos años ha surgido entre nosotros una manera puramente subjetiva de situarse ante lo moral. Hay incluso quienes piensan que no se puede imponer a nadie un código moral sin atentar contra la libertad de la persona. “Ya sabré yo cómo debo comportarme. Nada ni nadie puede exigirme a mí actuar de manera distinta de lo que yo piense”.
Es cierto que todavía se sigue funcionando como “por inercia” y que sectores importantes de la sociedad viven de una cultura moral que estuvo vigente en otros tiempos. Seguimos hablando de amor, justicia, verdad, respeto al otro, solidaridad. Pero son palabras que se van gastando. Poco a poco, estos grandes valores éticos van siendo sustituidos en la práctica por los intereses de cada uno. A la hora de la verdad, lo que cuenta es el propio provecho y el placer.
Pero la sociedad comienza ya a sentir las graves consecuencias de este vacío ético. Una ciencia económica “sin conciencia” termina generando paro y pobreza en los más débiles. La corrupción crece en la medida en que otros intereses suplantan el servicio de los políticos al bien común. La permisividad absoluta en lo sexual y el poco aprecio de la fidelidad conyugal acarrea cada vez más sufrimiento a parejas y hogares. Los medios de comunicación se convierten en poderosos mecanismos al servicio del dinero. Ya no hay límites. Todo se compra y se vende. Los dolores más secretos, las emociones más íntimas.
Ante todo esto, ha comenzado a despertarse la conciencia colectiva. No se puede seguir por este camino. Son demasiado graves las lesiones que se están cometiendo contra el hombre y su dignidad. Una sociedad “sin moral” puede llevar a la destrucción de todo lo humano. Hay que reaccionar.
Tenemos que preguntarnos qué tipo de hombre queremos y qué clase de sociedad vamos a construir. Un pueblo no se hace sólo con medidas legales y planificaciones económicas. Necesitamos un sistema de valores éticos asumidos socialmente y por cada uno. De lo contrario, ¿para qué queremos construir juntos una sociedad donde vamos a ser cada vez menos humanos?
Hemos de reconocer nuestra ceguera. Hacer luz en nuestra propia conciencia. Descubrir de nuevo la importancia de los valores éticos. Recuperar colectivamente el sentido del comportamiento moral y la verdad última del ser humano. El cristiano sabe que cuenta para ello con un punto de referencia insustituible: el mensaje y la actuación de aquel que vino a este mundo “para ser testigo de la verdad”. Todo el que es de la verdad, escucha su voz.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
20 de noviembre de 1988

CREER DESDE LA DUDA

Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.

¿Qué puede significar para muchos hombres y mujeres de hoy la fiesta de Cristo Rey? ¿Cómo pueden reaccionar ante una invitación a acoger el reinado de Dios? ¿Hay que volver, tal vez, a cantar aquellos cantos triunfalistas del colegio y recitar de nuevo aquellas extrañas consagraciones a un Cristo que, nadie sabe por qué, quería reinar en España de manera privilegiada?
Fiestas como la de Cristo Rey, Corpus Christi o el Sagrado Corazón despiertan en muchas personas un recuerdo agridulce. Palabras como «religión, misa, pecado, mandamientos, oración” les evoca un mundo lejano y extraño que se pierde en las brumas del pasado y no tiene nada que ver con la vida real.
Detrás de ese mundo está la sombra de un Dios que les trae malos recuerdos. Un Dios que, desde los primeros años juveniles, les ha impedido ser realmente felices.
Y sin embargo, muchas de estas personas siguen buscando a Dios. En lo más íntimo de su corazón sospechan que Dios es más grande, más vivo, más alegre y hermoso que todo lo que escucharon acerca de Él.
¿Es posible acoger de nuevo a Dios con gozo y paz después de tan negativa y triste experiencia como la que dicen haber vivido en el pasado? ¿Qué se puede hacer?
Antes que nada, buscar su rostro, aunque sea a tientas. Dios es más grande que todas nuestras palabras, todas nuestras ideas y todas nuestras pruebas. Por eso, hemos de aceptar humildemente “la compañía de la duda” y confiarnos a Él desde el sufrimiento de la incertidumbre.
Pero, ¿qué hacer cuando las dudas son tantas que uno quiere creer pero honradamente no puede hacerlo? Entonces hay que escuchar unas palabras decisivas de Jesús: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.
No hay que esperar a que todas nuestras dudas queden resueltas para vivir en verdad ante Dios. El que se esfuerza por vivir con honradez y con verdad, no está lejos de Dios.
Lo importante es ser honestos ante Él y saber que el valor y la calidad de una vida no dependen de la claridad de ideas que uno tenga en su cabeza sino de la verdad con que vivamos nuestra relación con Dios.
Quien quiere creer en Dios ha de hacer la experiencia de ser sincero con El. Vivir abierto a Él. Como dice B. Pascal, “esto le hará sencillo y le llevará a la fe”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
24 de noviembre de 1985

EL REINO DE CRISTO

Para esto he venido al mundo.

Con frecuencia, frases como ésta en que Jesús afirma que su reino «no es de este mundo» han servido para reforzar una visión del cristianismo como una religión que no debe inmiscuirse absolutamente en las cosas de este mundo. En el fondo se piensa que cuanto más entregado vive uno al reino de Cristo, menos se debe comprometer en asuntos políticos, económicos o sociales.
De hecho, es una de las típicas citas que se aportan cuando se desea descalificar o cuestionar intervenciones eclesiales de incómodas repercusiones en el orden socio-político.
Y sin embargo, ni la salvación es algo que sucede sólo en el otro mundo, ni ser cristiano es sólo buscar para sí mismo y para los demás un estado de felicidad con Dios más allá de la muerte.
Ciertamente, el reino de Cristo no pertenece al sistema injusto de este mundo. Jesús no pretende ocupar ningún trono de este mundo apoyándose en la fuerza de las armas. No disputa el poder a ningún rey adversario.
Su realeza tiene otro origen y fundamento completamente distintos. Su reinado no se impone con armas, poder o dinero. Es un reinado que crece desde el amor y la justicia de un Dios Padre de todos.
Pero, Jesús es un rey que «ha venido a este mundo», pues este reino de amor y justicia debe crecer ya en medio de los hombres, sus instituciones, sus luchas y sus problemas.
Por eso, Jesús toma siempre muy en serio la realidad de este mundo. No es del mundo, pero ni huye del mundo ni invita a nadie a huir de él.
Todo esto no son disquisiciones sin consecuencias. En concreto, Jesús, al no ser del mundo, toma distancias respecto a los distintos grupos influyentes en el pueblo judío, y no emplea nunca las armas, la diplomacia, el dinero, el poder para imponer su reinado a nadie.
Pero, al mismo tiempo, hace de su opción en favor de los marginados y desheredados de esta tierra el signo distintivo de que llega ya el amor y la justicia del reino de Dios a este mundo injusto.
Una iglesia, preocupada por «no ser del mundo» deberá estar atenta a tomar distancia de los poderes influyentes y a no caer en la falsa ilusión de fortalecer el reino de Cristo defendiendo posiciones con diplomacia, poder, dinero o armas.
Al mismo tiempo, si quiere «estar en el mundo» como Jesús, deberá escuchar las acertadas palabras de Juan Pablo II a los obispos españoles: «Donde esté el hombre padeciendo dolor, injusticia, pobreza o violencia, allí debe estar la voz de la Iglesia con su vigilante caridad y con la acción de los cristianos».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
21 de noviembre de 1982

LA MENTIRA COMO SISTEMA

Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.

No es frecuente escuchar a alguien defender el derecho del hombre a la verdad. Uno se pregunta por qué no se escuchan en nuestra sociedad gritos de protesta contra la mentira, al menos, con la misma fuerza con que se grita contra la injusticia.
¿Será que no somos conscientes de la mentira que nos envuelve por todas partes? ¿Será que cuando exigimos justicia, nos sentimos sólo víctimas y nunca opresores? ¿Será que para gritar contra la mentira, la hipocresía y el engaño, es necesario vivir con un mínimo de sinceridad personal?
La mentira es hoy uno de los presupuestos más firmes de nuestra convivencia social. El mentir es aceptado como algo necesario tanto en el complejo mundo del quehacer político y la información social como en «la pequeña comedia» de nuestras relaciones personales de cada día.
El hombre contemporáneo se ve obligado a pensar, decidir y actuar envuelto en una densa niebla de mentira y falsedad. Indefenso ante un cerco de engaños, falacias y embustes del que es difícil liberarse.
¿Cómo saber la «verdad» que se oculta tras las decisiones políticas de los diversos partidos? ¿Cómo conocer los verdaderos hilos que mueven a los autores de hechos tan dolorosos como los que se suceden día tras día entre nosotros? ¿Cómo descubrir los verdaderos intereses que se encierran tras campañas y acciones que se nos pide defender o rechazar? ¿Cómo actuar con lucidez en medio de la información deformada, parcial e interesada que diariamente nos vemos obligados a consumir?
Se dirá que la mentira es necesaria para actuar con eficacia en la construcción de una sociedad más libre y más justa. Pero, realmente, ¿hay alguien que pueda garantizar que estamos haciendo un mundo más humano cuando desde los centros de poder se oculta la verdad, cuando entre nosotros se utiliza la calumnia para destruir al adversario, cuando se obliga a las masas sencillas a que sean protagonistas de la historia desde una situación de engaño e ignorancia?
En el fondo de todo hombre hay una búsqueda de verdad. Y difícilmente se construirá nada verdaderamente humano sobre la mentira y la falsedad. En el mensaje de Jesús hay una invitación a vivir en la verdad ante Dios, ante uno mismo y ante los demás. «Yo he venido para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
No es absurdo que se vuelvan a escuchar en nuestra sociedad aquellas palabras inolvidables de Jesús que son un reto y una promesa para todo hombre que busca sinceramente una sociedad más humana: «La verdad os hará libres».

José Antonio Pagola