martes, 27 de diciembre de 2011

01/01/2012 - Santa María, Madre de Dios (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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1 de enero de 2012

Santa María, Madre de Dios (B)



EVANGELIO

Encontraron a María y a José, y al niño. A los ocho días, le pusieron por nombre Jesús.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,16-21
 

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.

Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
1 de enero de 2012



HOY



Lucas concluye su relato del nacimiento de Jesús indicando a los lectores que «María guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón». No conserva lo sucedido como un recuerdo del pasado, sino como una experiencia que actualizará y revivirá a lo largo de su vida.
No es una observación gratuita. María es modelo de fe. Según este evangelista, creer en Jesús Salvador no es recordar acontecimientos de otros tiempos, sino experimentar hoy su fuerza salvadora, capaz de hacer más humana nuestra vida.
Por eso, Lucas utiliza un recurso literario muy original. Jesús no pertenece al pasado. Intencionadamente va repitiendo que la salvación de Jesús resucitado se nos está ofreciendo "HOY", ahora mismo, siempre que nos encontramos con él. Veamos algunos ejemplos.
Así se nos anuncia el nacimiento de Jesús: "Os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador". Hoy puede nacer Jesús para nosotros. Hoy puede entrar en nuestra vida y cambiarla para siempre. Con él podemos nacer a una existencia nueva.
En una aldea de Galilea traen ante Jesús a un paralítico. Jesús se conmueve al verlo bloqueado por su pecado y lo sana ofreciéndole el perdón: "Tus pecados quedan perdonados". La gente reacciona alabando a Dios: "Hoy hemos visto cosas admirables". También nosotros podemos experimentar hoy el perdón, la paz de Dios y la alegría interior si nos dejamos sanar por Jesús.
En la ciudad de Jericó, Jesús se aloja en casa de Zaqueo, rico y poderoso recaudador de impuestos. El encuentro con Jesús lo transforma: devolverá lo robado a tanta gente y compartirá sus bienes con los pobres. Jesús le dice: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa". Si dejamos entrar a Jesús en nuestra vida, hoy mismo podemos empezar una vida más digna, fraterna y solidaria.
Jesús está agonizando en la cruz en medio de dos malhechores. Uno de ellos se confía a Jesús: "Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino". Jesús reacciona inmediatamente: "Hoy estarás conmigo en el paraíso". También el día de nuestra muerte será un día de salvación. Por fin escucharemos de Jesús esas palabras tan esperadas: descansa, confía en mí, hoy estarás conmigo para siempre.
Hoy comenzamos un año nuevo. Pero, ¿qué puede ser para nosotros algo realmente nuevo y bueno? ¿Quién hará nacer en nosotros una alegría nueva? ¿Qué psicólogo nos enseñará a ser más humanos? De poco sirven los buenos deseos. Lo decisivo es estar más atentos a lo mejor que se despierta en nosotros. La salvación se nos ofrece cada día. No hay que esperar a nada. Hoy mismo puede ser para mí un día de salvación.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 -
1 de enero de 2009

HORAS IMPORTANTES

Desconocemos lo que nos espera en el nuevo año. No sabemos siquiera si lo terminaremos. Nadie lo sabe. Así caminamos los humanos a través del tiempo. Es normal que broten de nosotros preguntas inquietantes: ¿qué nos traerá el nuevo año?, ¿con qué me iré encontrando a lo largo de los días?, ¿tendré suerte?, ¿me irá mal?
Tal vez, no son éstas las preguntas más importantes pues la vida no nos la hacen desde fuera. También nos podemos preguntar: ¿cómo viviré yo este año?, ¿en qué puedo crecer?, ¿en qué me puedo estropear?, ¿me renovaré interiormente o envejeceré?, ¿será un año lleno de vida?, ¿será vacío y rutinario?
No todas las horas del nuevo año serán iguales. Habrá momentos importantes y momentos que apenas dejarán huella en nosotros. A veces, experiencias que no parecen dignas de ser registradas en un diario, pueden tener gran significado en nuestra vida. Quiero recordar algunas.
Si en algún momento de este año soy capaz de renunciar al egoísmo en el que normalmente vivo atrincherado y me decido a hacer algún gesto de bondad sin buscar contrapartidas ni exigir reconocimiento, habrá sido una hora importante.
Si en alguna circunstancia me olvido de otros intereses y actuó simplemente por honestidad, aunque sé que voy a quedar ante muchos como un imbécil, será una hora importante pues habré recuperado mi dignidad.
Si un día de este nuevo año, decido por fin pararme a reflexionar para poner más verdad en mi vida, escuchando la voz íntima de mi verdad en mi vida, escuchando la voz íntima de conciencia, habrá sido una hora muy importante.
Si en algún momento renuncio a excusarme como acostumbro, escucho la crítica de quienes me conocen bien, y hago un esfuerzo por corregir mi vida de defectos y miserias que no aceptaría en los demás, será una hora importante pues empezaré a cambiar.
Si un día, en vez de rezar como siempre de manera rutinaria y aburrida, me olvido de pronunciar palabras y me quedo en silencio ante Dios despertando en mi corazón la confianza y el agradecimiento, será una hora muy importante en la historia de mi fe.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
1 de enero de 2006

LA MADRE NOS ACOMPAÑA

Encontraron a María y a José con el niño.

Se dice que los cristianos de hoy vibramos menos ante la figura de María que los creyentes de otras épocas. Quizás somos víctimas inconscientes de muchos recelos y sospechas ante deformaciones habidas en la piedad mariana.
A veces, se había insistido de manera excesivamente unilateral en la función protectora de María, la Madre que ampara a sus hijos e hijas de todos los males, sin convertirlos a una vida más evangélica.
Otras veces, algunos tipos de devoción mariana no han sabido exaltar a María como madre sin crear una dependencia insana de una «madre idealizada» y fomentar una inmadurez y un infantilismo religioso.
Quizás, esta misma idealización de María como «la mujer única» ha podido alimentar un cierto menosprecio a la mujer real y ser un refuerzo más del dominio masculino. Al menos, no deberíamos desatender ligeramente estos reproches que, desde frentes diversos, se nos hace a los católicos.
Pero sería lamentable que los católicos empobreciéramos nuestra vida religiosa olvidando el regalo que María puede significar para los creyentes.
Una piedad mariana bien entendida no encierra a nadie en el infantilismo, sino que asegura en nuestra vida de fe la presencia enriquecedora de lo femenino. El mismo Dios ha querido encarnarse en el seno de una mujer. Desde entonces, podemos decir que «lo femenino es camino hacia Dios y de Dios» (L. Boff).
La humanidad necesita siempre de esa riqueza que asociamos a lo femenino porque, aunque también se da en el varón, se condensa de manera especial en la mujer: intimidad, acogida, solicitud, cariño, ternura, entrega al misterio, gestación, donación de vida.
Siempre que marginamos a María de nuestra vida, empobrecemos nuestra fe. Y siempre que despreciamos lo femenino, nos cerramos a cauces posibles de acercamiento a ese Dios que se nos ha ofrecido en los brazos de una madre.
Comenzamos el año celebrando la fiesta de Santa María Madre de Dios. Su fidelidad y entrega a la palabra de Dios, su identificación con los pequeños, su adhesión a las opciones de su Hijo Jesús, su presencia servidora en la Iglesia naciente y, antes que nada, su servicio de Madre del Salvador hacen de ella la Madre de nuestra fe y de nuestra esperanza.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
1 de enero de 2003

CAMBIAR

Al cumplirse ocho días.

Tampoco este año cambiaremos mucho. En el calendario será un año nuevo. Nunca lo habíamos vivido con anterioridad. Pero nuestra vida será parecida pues seguiremos cometiendo los mismos errores. ¿Se puede hacer algo para aprender a vivir de manera diferente?
No hemos de buscar enseguida grandes cambios. No estamos preparados. La verdadera transformación se va dando en nosotros poco a poco, casi sin damos cuenta. No hay soluciones rápidas a nuestros problemas. Lo primero es escuchar despacio las preguntas que llevamos dentro: ¿qué deseo exactamente?, ¿qué busco?, ¿hacia dónde quiero caminar? Hemos de amar y ser pacientes con «lo que está sin resolver en nuestro corazón». Lo decía el poeta Rilke.
Este año nos pasará seguramente lo de siempre. Seremos víctimas fáciles de los acontecimientos. Nuestro estado de ánimo y nuestro comportamiento dependerán de lo que nos vaya ocurriendo. Si no vivimos en atención vigilante, nuestra vida será una secuencia de reacciones mecánicas, que no nacen del centro de nuestro ser. Sólo la vigilancia interior cambia nuestra mente y nuestro corazón. Sólo desde dentro se aprende a ser mejor.
También este año habrá acontecimientos, personas y situaciones que romperán nuestros planes y proyectos provocando en nosotros rabia, frustración, tristeza profunda o sensación de impotencia. No lo podemos evitar. Lo viviremos como «desgracia» o «mala suerte», pero pueden ser momentos privilegiados para conocemos mejor, aprender a reaccionar y, sobre todo, descubrir fuentes más profundas para vivir.
Ése puede ser precisamente nuestro verdadero problema: no tener fuerzas para cambiar. ¿Quién me puede ayudar a transformar mi corazón? ¿Qué sicólogo me enseñará a ser más humano cada día? ¿Quién me indicará la fuente de la verdadera alegría?
La fe no es una receta para vivir, pero la experiencia de un Dios cercano y el seguimiento evangélico al Maestro de Galilea ofrecen una luz y una fuerza dificiles de encontrar en otra parte. Este año será nuevo si aprendo a comunicarme de manera nueva y más honda con Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
1 de enero de 2000

AÑO NUEVO

Al cumplirse los ocho días.

No es fácil comenzar un año nuevo. Lo desconocido inquieta, no sabemos lo que nos traerá. Por eso lo festejamos de manera ruidosa: ya no es sólo la cena de Nochevieja y las ofertas especiales de las cadenas televisivas; son cada vez más los que comienzan el año echando cohetes o haciendo explotar petardos. También los antiguos romanos metían ruido para ahuyentar los malos espíritus al inicio del año. Pero se puede comenzar el año en silencio. Es, sin duda, la manera más lúcida de adentramos en el misterio de ese tiempo que no podemos detener y que constituye nuestra vida.
No es difícil recordar el año que se va: hemos vivido alegrías y sinsabores; hemos hecho cosas buenas y hemos cometido errores; nos hemos encontrado con personas nuevas; hemos amado y sufrido; algo ha crecido en mí y algo se ha apagado. Esa es mi verdad, ése soy yo. Si en algún rincón de mi alma sigue viva una pequeña fe, puedo agradecer, pedir perdón y confiar en ese Misterio que los creyentes llaman Dios.
Llega ahora un año nuevo. Lo nuevo no sólo inquieta, también tiene su atractivo. Lo nuevo es algo intacto, inédito, lleno de posibilidades: produce un placer especial conducir un coche nuevo, escuchar por primera vez un compacto, estrenar una prenda de vestir. Pero, ¿qué puede haber de realmente nuevo en el año que comienza? Tal vez, lo que más novedad puede introducir en nuestra vida es nuestra manera nueva de vivirla.
¿Puedo ser yo un «hombre nuevo», una «mujer diferente»? ¿Se pueden despertar en mí ideas y sentimientos nuevos? ¿Puedo recorrer caminos no transitados, encontrar gestos nuevos, amar con nueva ternura, acercarme a Dios con corazón renovado? No hace falta que lo cambie todo. En realidad, lo nuevo está ya en germen dentro de mí. Lo importante es que viva atento a lo mejor que hay en mi corazón acogiendo aquello que me puede hacer crecer.
Por eso, es bueno que nos deseemos mutuamente un Año Nuevo feliz, pero es mejor todavía que nos preguntemos: ¿qué deseo realmente para mí?, ¿qué es lo que necesito?, ¿qué busco?, ¿qué sería para mí algo realmente nuevo y bueno en este año que comienza?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
1 de enero de 1997

AÑO 2000

Al cumplirse los ocho días.

Hemos dejado atrás un año más y nos disponemos a comenzar otro nuevo. Esta vez, un año mágico: el dos mil. El cambio de los cuatro dígitos es, sin duda, un hecho trivial en sí mismo, pero parece que nos lleva a tomar conciencia más viva del paso del tiempo, esa curiosa realidad que, como decía san Agustín, todos conocemos mientras no nos preguntan por ella.
En realidad, nuestro calendario no es otra cosa que la medida de las rotaciones de la tierra. En veinticuatro horas gira la tierra en torno a sí misma, y en trescientos sesenta y cinco días en torno al sol. El día y el año no son, en definitiva, sino medidas puramente mecánicas. No es extraño que la civilización griega considerara el tiempo como una marcha circular que se repite siempre de nuevo. La tierra va realizando su carrera sin tener en cuenta los sufrimientos o las esperanzas de los hombres y mujeres que viven sobre ella.
Sólo la fe transforma la comprensión del tiempo y le da un sentido nuevo. El comienzo cristiano del año con la celebración de la Navidad es algo totalmente distinto del inicio del año civil del calendario. Es comenzar un nuevo paso hacia la eternidad de Dios apoyados en la fe en su Hijo encarnado entre nosotros.
En cualquier caso, es un momento oportuno para la reflexión. Muchas cosas que nos preocupaban y angustiaban ya han pasado. Tal vez no tenían la importancia que les habíamos atribuido. También lo que ahora nos agobia pasará. Con el año viejo se van no sólo las experiencias duras, sino también las horas hermosas y gozosas. Todo pasa. Nada permanece. Cuanto más avanzamos en edad mejor percibimos el paso inexorable del tiempo.
Pero comenzamos un año nuevo. Dice H. Hesse que «en cada comienzo hay algo maravilloso que nos ayuda a vivir y nos protege». Qué verdad se encierra en estas palabras cuando uno mira todo comienzo con ojos de fe. De nuevo se nos regala un tiempo lleno de posibilidades intactas. ¿Cómo será el nuevo año? ¿Aprenderemos a distinguir lo esencial de lo secundario? Tendremos tiempo para trabajar y para divertirnos, para sufrir y para disfrutar; ¿tendremos tiempo para crecer como personas y como creyentes?
Tendremos tiempo para nuestras cosas, nuestros «hobbies» y nuestros amigos; ¿tendremos tiempo para ser nosotros mismos?; ¿tendremos tiempo para Dios? Una cosa es segura, ese Dios olvidado y arrinconado tantas veces a lo largo del año, «tendrá tiempo» para nosotros, todo su tiempo, pues nos acompañará con amor día a día.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
1 de enero de 1994

CON FECHA DE CADUCIDAD

… meditándolas en su corazón.

No lo puedo evitar. En cuanto las grandes cadenas de televisión ponen en marcha sus programas especiales de fin de año, me viene a la memoria lo que escribía a comienzos de siglo el célebre filósofo alemán Max Scheler: «Cuanto más abigarrado, alegre, ruidoso y atractivo se hace el entorno, tanto más triste es, por lo común, el interior del hombre. Cosas muy alegres, contempladas por hombres muy tristes, que no saben qué hacer con ellas; tal es el ‘sentido’ de nuestra cultura del placer en las grandes ciudades.»
Tal vez los jóvenes no lo perciban todavía así. Pero, a partir de la segunda mitad de la vida, no resulta tan alegre y divertido ir dejando atrás un año y otro para seguir la travesía de la vida. Es fácil que esta misma noche, entre cenas ruidosas y animados «cotillones», más de uno sienta por dentro una insatisfacción profunda, una ausencia de alegría y entusiasmo por la vida. El descontento no proviene de ninguna causa en concreto. Se sufre por uno mismo, por la condición fugaz de la vida, por el paso del tiempo.
A partir de cierta edad, se comienza a percibir el tiempo de otra manera. Simone de Beauvoir dice que la edad «modifica nuestra relación con el tiempo. A lo largo de los años, nuestro futuro se encoge, mientras nuestro pasado se va tomando pesado». El joven cree «disponer» de tiempo sin límite alguno. Pero, a partir de los cuarenta años, más o menos, el tiempo comienza a aparecer como una reserva que se va agotando sin remedio. No es fácil entonces cambiar el calendario sin recordar que uno lleva consigo su propia «fecha de caducidad».
La primera mitad de la vida es expansión y desarrollo. La segunda, reducción y atardecer. No se puede vivir de la misma manera. Es una equivocación «conservarse» siempre joven. La vida misma reclama un sentido nuevo y nos obliga a redimensionar la existencia, si queremos proseguir el viaje de forma sana.
Y aquí viene el problema. Nuestra sociedad no educa para la segunda mitad de la vida. Solo prepara al individuo para competir y buscarse un sitio en la sociedad. Cuando la persona termina su formación, sabe de informática, de números, química o estrellas, pero no entiende casi nada de sí misma. No sabe desde dónde dar sentido a su existencia. Lo desconoce casi todo sobre las grandes travesías de la vida. Y lo que es peor: no sabe a dónde recurrir. A nuestra sociedad competitiva no le interesa nada de esto.
Todavía no contamos entre nosotros con una experiencia larga y generalizada de lo que es vivir sin fe todas las fases de la vida, desprovistos de sentido y de esperanza ante lo irremediable. Pero, cuando la persona pierde con los años la ilusión de la inmortalidad y comienza a gestarse secretamente en su interior ese «nacimiento de la muerte» del que habla K Jung, el ser humano siente la necesidad de definir su existencia desde la verdad última de todo. El creyente lo hace desde su fe en Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
1 de enero de 1991

VIDA NUEVA

… meditándolas en su corazón.

Hacemos muchas cosas a lo largo de la vida. Trabajamos, nos divertimos, creamos relaciones y nos empeñamos en mil actividades. Pero lo realmente importante es nuestra manera de ser en todo eso que realizamos.
Esa manera nuestra de vivir las cosas es la que da su verdadera calidad a cada instante de nuestra vida. Desde nuestra actitud interior vamos poniendo un sello personal a todo lo que hacemos, estropeando los momentos más sublimes o transfigurando los detalles más insignificantes.
Los instantes más bellos y las actividades más gozosas se oscurecen cuando la persona los vive desde el aburrimiento, la tristeza o el resentimiento. Por el contrario, una actitud positiva y creadora pone calor y vida incluso a los trabajos más aburridos y desagradables.
El inicio de un nuevo año puede ser buena ocasión para preguntarnos cómo estamos viviendo, y para decidir cómo queremos ser a lo largo del año que comienza.
No es necesario elaborar muchos proyectos. Lo importante no es la cantidad de cosas nuevas que deberíamos hacer en el nuevo año, sino la calidad de vida que hemos de cuidar día a día.
Lo decisivo es aprender a vivir de lo esencial. Hacernos preguntas como ésta: Cuando me encuentre agitado y contrariado por mil experiencias negativas, ¿me detendré a recuperar el centro de mi vida? Cuando me sienta desbordado por un programa sobrecargado de actividades y compromisos, ¿dónde pondré yo lo esencial?, ¿a qué le daré verdadera importancia? Si al pasar de los años no vamos unificando nuestra vida sino, por el contrario, vivimos cada vez más dispersos, estamos siguiendo un camino equivocado.
Naturalmente, hemos de ser realistas y contar siempre con nuestras limitaciones. También en el futuro seguiremos cometiendo errores: estropearemos nuestras relaciones con nuestro torpe egoísmo, nos dejaremos llevar más de una vez por intereses mezquinos, seremos incoherentes con nuestras propias convicciones.
Pero todos esos errores y sombras pueden ser integrados poco a poco desde una actitud positiva más profunda. Se puede vivir abierto sinceramente a lo esencial a pesar de todos los pecados y debilidades. Ese es el secreto y la fuerza del creyente. Los problemas no desaparecen, la mediocridad sigue ahí. Pero uno cuenta siempre con la acogida y el perdón renovador de Dios.
Podemos saludar el año nuevo con confianza. Sólo hemos de preocuparnos de nuestra disponibilidad. Por lo demás, el Dios que guía nuestra vida quiere para nosotros lo mejor.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
1 de enero de 1988

FELIZ AÑO NUEVO

Meditándolas en su corazón.

Estas son las palabras rituales que repetiremos estos días de manera rutinaria o sentida, con aire distraído o con verdadero cariño. Feliz Año Nuevo.
Pero, ¿qué es lo que, en realidad, nos deseamos unos a otros? ¿Que nos acompañe la suerte? ¿Que no nos afecte desgracia alguna? ¿Que nos veamos libres de problemas?
Es evidente que la verdadera felicidad no depende del azar. No le llega a cada uno por casualidad. La dicha es algo que la persona ha de buscar, crear y disfrutar. Y no todos saben hacerlo.
Al escuchar estos días tantos deseos de felicidad, viene a mi mente una sabia enseñanza que escuché de labios de aquel gran maestro indio que fue Tony de Mello y que no he visto publicada en ninguno de sus escritos.
Según él, hay “placeres engañosos» que alimentan el propio “yo” de manera falsa. Son placeres que nos encierran en nosotros mismos, hinchan nuestro egocentrismo pero nos aíslan de la verdadera vida.
Así es el placer que saboreamos cuando alguien alaba nuestro éxito, cuando vencemos a un adversario, dominamos a una persona o logramos por fin poseer un objeto largamente deseado.
Este placer no ofrece felicidad sino satisfacción de mis deseos. Precisamente por eso está siempre amenazado. Cuando mis deseos no queden satisfechos, quedaré deprimido y triste.
Hay, por otra parte, “placeres verdaderos” que no hinchan el propio “yo». No nos encierran en nosotros mismos sino que nos abren a la vida y nos invitan al agradecimiento y a la alabanza.
Son placeres que no se deben a nuestro esfuerzo, poder o valía, y, mucho menos, a nuestras injusticias y opresiones. Placeres que se nos regalan a lo largo de cada día de manera totalmente gratuita.
No todos saben saborearlos debidamente. El secreto está, tal vez, en vivir más despacio, de manera más consciente, atentos a disfrutar todo lo que es vida dentro y fuera de nosotros, por pequeño que pueda parecer.
Se hace necesario aprender a mirar, gustar, tocar, oler y escuchar todo de manera nueva. Saborear con otra hondura los encuentros, las miradas, los rostros, la belleza. Disfrutar más el lado bueno, positivo y gozoso de las personas y los acontecimientos.
En medio de nuestro vivir cotidiano se abre entonces un camino humilde pero real hacia la Vida y hacia Aquel que es la fuente y el origen de todo lo que es felicidad y vida verdadera. Feliz Alío Nuevo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
1 de enero de 1985

UN AÑO NUEVO

Meditándolas en su corazón.

Hemos dejado ya atrás un año más y nos disponemos a comenzar un año nuevo. En estos momentos nace casi espontáneamente en nosotros la reflexión. Tomamos conciencia más lúcida del tiempo, de esa curiosa realidad que vamos gastando sin tomarla demasiado en cuenta.
Son momentos idóneos para realizar un balance del pasado y proyectar también nuestra mirada hacia el porvenir.
Muchas cosas que nos angustiaban y nos parecían casi insuperables ya han pasado. Hoy nos parecen insignificantes y sin importancia. Mirando hacia atrás, los días que fueron duros tienen un aspecto diferente. Ahora nos sentimos más tranquilos y serenos, incluso, ante lo que ahora nos agobia y que también un día pasará.
Al mismo tiempo, sentimos nostalgia. Nada permanece. Con el viejo año se van no sólo las cosas difíciles y duras sino también las hermosas y buenas. Y cuanto más avanza uno en edad tanto mayor es la fuerza con que percibe el paso inexorable del tiempo.
Este año que ha pasado nos deja también sabor agridulce. No hemos sido lo que deseábamos ser. No hemos hecho lo que nos habíamos propuesto. No hemos sido fieles a nosotros mismos. Un año más que se va sin que hayamos crecido en verdad, en generosidad, en amor.
Hoy comenzamos un año nuevo. Dice H. Hesse que «en cada comienzo hay algo maravilloso que nos ayuda a vivir y nos protege». Qué verdad se encierra en estas palabras cuando uno mira todo comienzo con ojos de fe.
De nuevo se nos ofrece un tiempo lleno de esperanza y de posibilidades intactas. ¿Qué haremos con él?
Las preguntas que podemos hacernos son muchas. Aumentaremos nuestro nivel de vida y nuestro confort quizás, pero, ¿ seguirá empequeñeciéndose nuestro corazón? Tendremos tiempo para trabajar, para poseer, para disfrutar, ¿lo tendremos también para crecer como personas?
Este año será semejante a tantos otros. ¿Aprenderemos a distinguir lo esencial de lo accesório, lo importante de lo accidental y secundario? Tendremos tiempo para nuestras cosas, nuestros amigos, nuestras relaciones sociales. ¿Tendremos tiempo para ser nosotros mismos? ¿Tendremos tiempo para Dios?
Y sin embargo, ese Dios al que arrinconamos día tras día entre tantas ocupaciones y distracciones es el que sostiene nuestro tiempo y puede infundir a nuestra existencia una vida nueva.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
1 de enero de 1982

PAZ EN LA TIERRA

Se admiraban de lo que decían los pastores.

Comenzamos hoy un año nuevo. Un año todavía intacto, pero que viene ya marcado por las luchas, los trabajos, sufrimientos y gozos vividos hasta el día mismo de ayer.
Todos comenzamos un año nuevo, pero todos de manera distinta. Algunos con la incertidumbre quizás de perder su puesto de trabajo. Otros con el gozo de esperar un nuevo hijo. Alguien con la angustia de entrar en el último año de su vida. Otro con la ilusión de crear un nuevo hogar.
Cada uno con sus propios problemas. Sin embargo, a los creyentes se nos invita hoy a que, olvidando nuestras preocupaciones individuales, iniciemos el nuevo año con la mirada puesta en un objetivo urgente para la humanidad: la paz.
Hemos despedido un año sembrado de violencias, agresividad, muertes y sangre. Y comenzamos otro que no nos ofrece un horizonte mejor.
Oímos hablar de violencias injustas y de violencias legítimas. Distinguimos entre una violencia opresora y otra represora. Pero el caso es que poco a poco va consolidándose entre nosotros la convicción de que si se quiere realmente lograr algo, es necesario utilizar «una dosis suficiente de violencia».
Sin embargo, esta idea no es sólo monstruosa sino falsa. La violencia es útil para lograr ciertos objetivos inmediatos y parciales, pero nunca para crear una sociedad más reconciliada, dialogante y fraterna.
Ni de la punta de las metralletas terroristas ni de los gritos de los torturados puede salir una sociedad más humana. La paz y la justicia hay que construirlas por otros medios.
Ha llegado quizás la hora de que todos nos empeñemos en crear una nueva conciencia colectiva de luchar por la «no-violencia» activa. No podemos dejar nuestro futuro en manos del más violento.
Es urgente andar otros caminos. Como ha dicho Rene Habachi, «la no-violencia es una última tentativa del espíritu y de la libertad, más allá de la cual sólo hay unas fuerzas impersonales que se enfrentan, sin otra posibilidad que la victoria de la más implacable».
El respeto a la vida del hermano es algo esencial a lo que un creyente no puede renunciar. Desde el momento en que Dios se ha hecho hombre, ningún hombre puede ser un sujeto sacrificable.
Sin duda, es poco lo que cada uno de nosotros podemos hacer. Pero todos podemos colaborar en la creación de una nueva conciencia y de un nuevo estilo de vida, que actúe como punta de lanza que abra a esta sociedad tan violenta hacia un futuro de mayor fraternidad.

José Antonio Pagola