lunes, 30 de abril de 2012

06/05/2012 - 5º domingo de Pascua (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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6 de mayo de 2012

5º domingo de Pascua (B)


EVANGELIO
El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 15,1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador.
A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
6 de mayo de 2012

CONTACTO PERSONAL


Según el relato evangélico de Juan, en vísperas de su muerte, Jesús revela a sus discípulos su deseo más profundo: "Permaneced en mí". Conoce su cobardía y mediocridad. En muchas ocasiones les ha recriminado su poca fe. Si no se mantienen vitalmente unidos a él no podrán subsistir.

Las palabras de Jesús no pueden ser más claras y expresivas: "Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí". Si no se mantienen firmes en lo que han aprendido y vivido junto a él, su vida será estéril. Si no viven de su Espíritu, lo iniciado por él se extinguirá.

Jesús emplea un lenguaje rotundo: "Yo soy la vid y vosotros los sarmientos". En los discípulos ha de correr la savia que proviene de Jesús. No lo han de olvidar nunca. "El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada". Separados de Jesús, sus discípulos no podemos nada.

Jesús no solo les pide que permanezcan en él. Les dice también que "sus palabras permanezcan en ellos". Que no las olviden. Que vivan de su Evangelio. Esa es la fuente de la que han de beber. Ya se lo había dicho en otra ocasión: "Las palabras que os he dicho son espíritu y vida".
El Espíritu del Resucitado permanece hoy vivo y operante en su Iglesia de múltiples formas, pero su presencia invisible y callada adquiere rasgos visibles y voz concreta gracias al recuerdo guardado en los relatos evangélicos por quienes lo conocieron de cerca y le siguieron. En los evangelios nos ponemos en contacto con su mensaje, su estilo de vida y su proyecto del reino de Dios.
Por eso, en los evangelios se encierra la fuerza más poderosa que poseen las comunidades cristianas para regenerar su vida. La energía que necesitamos para recuperar nuestra identidad de seguidores de Jesús. El Evangelio de Jesús es el instrumento pastoral más importante para renovar hoy a la Iglesia.
Muchos cristianos buenos de nuestras comunidades solo conocen los evangelios "de segunda mano". Todo lo que saben de Jesús y de su mensaje proviene de lo que han podido reconstruir a partir de las palabras de los predicadores y catequistas. Viven su fe sin tener un contacto personal con "las palabras de Jesús".
Es difícil imaginar una "nueva evangelización" sin facilitar a las personas un contacto más directo e inmediato con los evangelios. Nada tiene más fuerza evangelizadora que la experiencia de escuchar juntos el Evangelio de Jesús desde las preguntas, los problemas, sufrimientos y esperanzas de nuestros tiempos. 

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
10 de mayo de 2009

NO DESVIARNOS DE JESÚS

Sin mí no podéis hacer nada.

La imagen es sencilla y de gran fuerza expresiva. Jesús es la «vid verdadera», llena de vida; los discípulos son «sarmientos» que viven de la savia que les llega de Jesús; el Padre es el «viñador» que cuida personalmente la viña para que dé fruto abundante. Lo único importante es que se vaya haciendo realidad su proyecto de un mundo más humano y feliz para todos.
La imagen pone de relieve dónde está el problema. Hay sarmientos secos por los que no circula la savia de Jesús. Discípulos que no dan frutos porque no corre por sus venas el Espíritu del Resucitado. Comunidades cristianas que languidecen desconectadas de su persona.
Por eso se hace una afirmación cargada de intensidad: «el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid»: la vida de los discípulos es estéril «si no permanecen» en Jesús. Sus palabras son categóricas: «Sin mí no podéis hacer nada». ¿No se nos está desvelando aquí la verdadera raíz de la crisis de nuestro cristianismo, el factor interno que resquebraja sus cimientos como ningún otro?
La forma en que viven su religión muchos cristianos, sin una unión vital con Jesucristo, no subsistirá por mucho tiempo: quedará reducida a «folklore» anacrónico que no aportará a nadie la Buena Noticia del Evangelio. La Iglesia no podrá llevar a cabo su misión en el mundo contemporáneo, si los que nos decimos «cristianos» no nos convertimos en discípulos de Jesús, animados por su espíritu y su pasión por un mundo más humano.
Ser cristiano exige hoy una experiencia vital de Jesucristo, un conocimiento interior de su persona y una pasión por su proyecto, que no se requerían para ser practicante dentro de una sociedad de cristiandad. Si no aprendemos a vivir de un contacto más inmediato y apasionado con Jesús, la decadencia de nuestro cristianismo se puede convertir en una enfermedad mortal.
Los cristianos vivimos hoy preocupados y distraídos por muchas cuestiones. No puede ser de otra manera. Pero no hemos de olvidar lo esencial. Todos somos «sarmientos». Sólo Jesús es «la verdadera vid». Lo decisivo en estos momentos es «permanecer en él»: aplicar toda nuestra atención al Evangelio; alimentar en nuestros grupos, redes, comunidades y parroquias el contacto vivo con él; no desviarnos de su proyecto.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
14 de mayo de 2006

NO QUEDARNOS SIN SAVIA

El que permanece en mí... da fruto abundante.

La imagen es de una fuerza extraordinaria. Jesús es la «vid», los que creemos en él somos los «sarmientos». Toda la vitalidad de los cristianos nace de él. Si la savia de Jesús resucitado corre por nuestra vida, nos aporta alegría, luz, creatividad, coraje para vivir como vivía él. Si, por el contrario, no fluye en nosotros, somos sarmientos secos.
Éste es el verdadero problema de una Iglesia que celebra a Jesús resucitado como «vid» llena de vida, pero que está formada, en buena parte, por sarmientos muertos. ¿Para qué seguir distrayéndonos en tantas cosas, si la vida de Jesús no corre por nuestras comunidades y nuestros corazones?
Nuestra primera tarea hoy y siempre es «permanecer» en la vid, no vivir desconectados de Jesús, no quedamos sin savia, no secamos más. ¿Cómo se hace esto? El evangelio lo dice con claridad: hemos de esforzamos para que sus «palabras» permanezcan en nosotros.
La vida cristiana no brota espontáneamente entre nosotros. El evangelio no siempre se puede deducir racionalmente. Es necesario meditar largas horas las palabras de Jesús. Sólo la familiaridad y afinidad con los evangelios nos hace ir aprendiendo poco a poco a vivir como él.
Este acercamiento frecuente a las páginas del evangelio nos va poniendo en sintonía con Jesús, nos contagia su amor al mundo, nos va apasionando con su proyecto, va infundiendo en nosotros su Espíritu. Casi sin darnos cuenta, nos vamos haciendo cristianos.
Esta meditación personal de las palabras de Jesús nos cambia más que todas las explicaciones, discursos y exhortaciones que nos llegan del exterior. Las personas cambiamos desde dentro. Tal vez, éste sea uno de los problemas más graves de nuestra religión: no cambiamos, porque sólo lo que pasa por nuestro corazón cambia nuestra vida; y, con frecuencia, por nuestro corazón no pasa la savia de Jesús.
La vida de la Iglesia se trasformaría silos creyentes, los matrimonios cristianos, los presbíteros, las religiosas, los obispos, los educadores tuviéramos como libro de cabecera los evangelios de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
18 de mayo de 2003

VIDA COTIDIANA

El que permanece en mí... da fruto abundante.

La vida cotidiana ocupa, con gran diferencia, la mayor parte de nuestra vida. Por otra parte, aunque pensamos que lo importante de nuestra existencia sucede en los momentos excepcionales, fuera de lo cotidiano, lo cierto es que la persona va creciendo o se va empobreciendo en esa vida aparentemente pequeña de cada día. Podemos «soñar» grandes cosas, pero en el fondo no somos sino lo que somos en el vivir diario.
He estado releyendo estos días el estudio que publicó hace diez años J L. Aranguren con el título Moral de la vida cotidiana. Un libro, como todos los suyos, lleno de agudas reflexiones y sabias pautas para aprender a vivir.
Según el pensador, no está nada fácil lo de vivir con cierta autenticidad en nuestro pequeño mundo de cada día. De entrada, querámoslo o no, casi todos hemos de desempeñar un rol, muchas veces impuesto; hay que ajustarse al «guión» y representar bien nuestro papel. Pero, ¿se tratará sólo de ser un buen «actor»? ¿Cómo ser el «director» de la propia vida?
Está luego, la presión social; hay que estar atentos «a lo que se hace», «lo que se dice», «lo que se lleva». Muchas personas perciben su vida como algo monótono y rutinario, sin aliciente alguno. Se puede deber, en parte, a esta ciega sumisión al comportamiento establecido por la mayoría. Pero, ¿cómo ser más libres frente a tanta alimentación colectiva?
Aranguren apunta formas muy frecuentes hoy de vivir la cotidianeidad. Hay quienes viven procurando en todo momento dominar la situación y sacar el mayor partido de lo que sea. Para otros, lo importante es aparentar, quedar bien, dar buena imagen; no les interesa «ser», sino «parecer». Muchos viven pensando sólo en lo inmediato; esclavos del reloj, la agenda y el calendario, sólo viven para trabajar y «hacer cosas». Así se les pasa la vida.
Pero la vida cotidiana puede ser mucho más. Aranguren recuerda que «hay un cómo hacemos lo que hacemos y un para qué lo hacemos, es decir, hay un proyecto». Cada uno de nosotros está llamado a apropiarse personalmente de la vida penetrándola de sentido. El problema está en cómo elaborar y vivir ese proyecto de persona que queremos ser.
Para el cristiano, la fe en Jesucristo se convierte en la fuente más decisiva de su vivir diario. De su mensaje y su espíritu extrae sentido, orientación, confianza, estímulo para vivir y crecer como ser humano. La llamada de Jesús que escucha en su interior no es una llamada entre otras, sino la que da sentido último a su vida. Quien toma en serio el evangelio y sigue de cerca a Cristo, cree en sus palabras: «El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
21 de mayo de 2000

CREER

El que permanece en mL..

La fe no es una impresión o emoción del corazón. Sin duda, el creyente siente su fe, la experimenta y la disfruta, pero sería un error reducirla a «sentimentalismo». La fe no es algo que depende de los sentimientos: «ya no siento nada... debo estar perdiendo la fe». Ser creyentes es una actitud responsable y razonada.
La fe no es tampoco una opinión personal. El creyente se compromete personalmente a creer en Dios, pero la fe no puede ser reducida a «subjetivismo»: «yo tengo mis ideas y creo lo que a mí me parece». La realidad de Dios no depende de mí, ni el cristianismo es fabricación de cada uno.
La fe no es tampoco una costumbre o tradición recibida de los padres. Es bueno nacer en una familia creyente y recibir desde niño una orientación cristiana de la vida, pero sería muy pobre reducir la fe a «costumbre religiosa»: «en mi familia siempre hemos sido muy de Iglesia». La fe es una decisión personal de cada uno.
La fe no es tampoco una receta moral. Creer en Dios tiene sus exigencias, pero sería una equivocación reducirlo todo a «moralismo»: «yo respeto a todos y no hago mal a nadie». La fe es, además, amor a Dios, compromiso por un mundo más humano, esperanza de vida eterna, acción de gracias, celebración.
La fe no es tampoco un «tranquilizante». Creer en Dios es, sin duda, fuente de paz, consuelo y serenidad, pero la fe no es sólo un «agarradero» para los momentos críticos: «yo cuando me encuentro en apuros acudo a la Virgen». Creer es el mejor estímulo para luchar, trabajar y vivir de manera digna y responsable.
La fe comienza a desfigurarse cuando se olvida que, antes que nada, es un encuentro personal con Cristo. El cristiano es una persona que se encuentra con Cristo y en él va descubriendo a un Dios Amor que cada día le convence y atrae más. Lo dice muy bien Juan: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es Amor» (1 Jn 4, 16).
Esta fe sólo da frutos cuando vivimos día a día unidos a Cristo, es decir, motivados y sostenidos por su Espíritu y su Palabra: «El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
27 de abril de 1997

¿FE SIN MORAL?

El que permanece en mí... da fruto.

Existe una relación muy estrecha entre la imagen que cada uno se hace de Dios y el modo de entender y vivir la moral. Como dice el profesor de moral, Marciano Vidal, también aquí se puede aplicar el dicho popular: «Dime qué imagen de Dios tienes, y te diré qué tipo de moral practicas»; y viceversa, .dime qué moral vives, y te diré qué idea de Dios tienes».
Cuando uno cree en un Dios «abstracto», alejado de la realidad humana, que nada tiene que ver con la vida de las personas (ese «algo tiene que haber», que dicen algunos cuando se les pregunta por Dios), es normal que haya un divorcio entre religión y moral. Esa fe no hace vivir, no estimula el compromiso moral, no conduce a decisiones empeñativas. Sin embargo, la moral cristiana siempre lleva a una vida nueva al estilo de Cristo.
Cuando uno ve a Dios como el «legislador» universal y «juez» supremo de sus criaturas, es fácil caer en una moral infantil que lejos de ayudar a crecer a la persona, la hace vivir permanentemente en el miedo al castigo o en la búsqueda del premio. Sin embargo, vivir responsablemente ante un Dios que te ama incondicionalmente es otra cosa.
Cuando se piensa que Dios es alguien «interesado» que, en definitiva, sólo busca su propio honor y gloria, la moral se convierte en una «carga pesada» de la que uno se querría liberar para vivir de manera más dichosa y placentera. Sin embargo, Jesús habla de que su propuesta es un «yugo suave» y una «carga ligera» (Mateo 11, 30).
La verdadera moral cristiana brota y se alimenta de la fe en un Dios que busca sólo y exclusivamente el bien de todos sin contrapartida alguna. A Dios lo único que le interesa somos nosotros y nuestra felicidad total. Lo que le da «gloria» es vernos a todos vivir de manera digna y dichosa. De aquí nace el comportamiento cristiano que consiste fundamentalmente en buscar el bien integral de todos. Esta es la síntesis de la moral cristiana según el Vaticano II: «Producir frutos en la caridad para la vida del mundo» (Optatam totius, n. 16).
Para reavivar la conciencia moral en nuestros días, lo importante no es apelar al miedo a Dios, ni desarrollar una predicación más rigorista, sino ayudar a descubrir en Cristo a ese Dios absolutamente bueno que nos urge a ser buenos con todos. Desde esta perspectiva cobran otra luz las palabras de Jesús: «El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante» (Juan 15, 5). La adhesión a Jesús se traduce siempre en vida moral.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
1 de mayo de 1994

VIDA COTIDIANA

El que permanece en mí... da fruto abundante.

La vida cotidiana ocupa, con gran diferencia, la mayor parte de nuestra vida. Por otra parte, aunque pensamos que lo importante de nuestra existencia sucede en los momentos excepcionales, fuera de lo cotidiano, lo cierto es que la persona va creciendo o se va empobreciendo en esa vida aparentemente pequeña de cada día. Podemos «soñar» grandes cosas, pero en el fondo no somos sino lo que somos en el vivir diario.
He estado releyendo estos días —pequeño homenaje al profesor desaparecido recientemente— el estudio que publicó hace diez años J.L. L. Aranguren con el título «Moral de la vida cotidiana». Un libro, como todos los suyos, lleno de agudas reflexiones y sabias pautas para aprender a vivir…
Según el pensador, no está nada fácil lo de vivir con cierta autenticidad en nuestro pequeño mundo de cada día. De entrada, querámoslo o no, casi todos hemos de desempeñar un rol, muchas veces, impuesto; hay que ajustarse al «guión» y representar bien nuestro papel. Pero, ¿se tratará solo de ser un buen «actor»? ¿Cómo ser el «director» de la propia vida?
Está, luego, la presión social; hay que estar atentos a «lo que se hace»,
Aranguren apunta formas muy frecuentes hoy de vivir la cotidianeidad. Hay quienes viven procurando en todo momento dominar la situación y sacar el mayor partido de lo que sea. Para otros lo importante es aparentar, quedar bien, dar buena imagen; no les interesa «ser», sino «parecer». Muchos viven pensando solo en lo inmediato; esclavos del reloj, la agenda y el calendario, solo viven para trabajar y «hacer cosas». Así se les pasa la vida.
Pero la vida cotidiana puede ser mucho más. Aranguren recuerda que «hay un cómo hacemos lo que hacemos y un para qué lo hacemos, es decir, un proyecto». Cada uno de nosotros está llamado a apropiarse personalmente de la vida penetrándola de sentido. El problema está en cómo elaborar y vivir ese proyecto de persona que queremos ser.
Para el cristiano, la fe en Jesucristo se convierte en la fuente más decisiva de su vivir diario. De su mensaje y su espíritu extrae sentido, orientación, confianza, estímulo para vivir y crecer como ser humano. La llamada de Jesús que escucha en su interior no es una llamada entre otras, sino la que da sentido último a su vida. Quien se toma en serio el evangelio y sigue de cerca a Cristo, cree en sus palabras: «El que permanece en mí y yo en él ése da fruto abundante.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
28 de abril de 1991

DOGMAS PROGRESISTAS

Si permanecéis en mí.

Alguien tendrá que estudiar un día con rigor qué significa ser progresista, pues pocos términos son utilizados hoy de manera más ligera y equívoca. El progresismo se ha convertido en una especie de “mito” dentro del cual cabe todo, con tal de que uno defienda lo último que va imponiendo la moda social.
Progresar significa “avanzar hacia adelante”, pero ¿en qué dirección? ¿Es progresista destruir los valores sobre los que se fundamenta la dignidad humana? ¿Es un progreso caminar hacia un estilo de vida egoísta e insolidario, tan viejo como la humanidad misma?
No hemos de olvidar que se puede caminar hacia atrás y cambiar a peor. Y entonces, lo más progresista no es sintonizar con los retrocesos de la sociedad, sino “permanecer” fiel a lo que hace progresar al hombre en dignidad y convivencia justa y solidaria.
Desde aquí hemos de entender la invitación de Jesús a “permanecer” en él y a que sus palabras “permanezcan” en nosotros. En su última Carta Pastoral, los Obispos vascos nos recordaban algunas convicciones inquebrantables que no hemos de abandonar si queremos permanecer en la verdad. Resumo brevemente las más importantes.
No es verdad que la ciencia haya probado que la fe en Dios esté ya superada y condenada, por tanto, a desaparecer inexorablemente. La ciencia es impotente para afirmar o negar la existencia de Dios. Decir lo contrario es una mentira que ninguna persona progresista debería utilizar para engañar a nadie.
No es cierto que hay que eliminar a Dios para liberar al hombre y devolverle su dignidad perdida. Al contrario, quien vive una relación sana con Dios descubre en la fe la energía más estimulante para crecer como hombre libre y liberador. Quien diga otra cosa, no sabe de qué habla o está simplemente condenando “caricaturas” de fe.
Es un engaño destruir, en base a una supuesta modernidad, valores éticos imprescindibles para salvar al hombre. Al contrario, corremos el riesgo de sacrificar al hombre en aras de un progreso superficial y falso que va minando las bases que sostienen la dignidad del ser humano. No querer advertirlo es cerrar los ojos a la verdad.
Es una grave mutilación de la persona fijarle como objetivo único de su vida el disfrute del máximo placer en cada momento o situación. El placer es necesario y positivo, pero no ha de ocupar el primer puesto. El amor y la solidaridad exigen, muchas veces, diferir el placer o, incluso, renunciar a él. Quien no lo reconoce así, no conoce todavía el secreto último de la existencia.
Es una gravísima equivocación valorar al hombre por lo que tiene y no por lo que es. El afán de poseer siempre más y más, termina por esclavizar y degradar a la persona. El ser humano es más grande que todas las cosas y vale por lo que es, no por lo que gana y posee. Quien no lo entiende así, equivoca su trayectoria en la vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
1 de mayo de 1988

UNO DE MAYO

Ese da fruto abundante.

El uno de Mayo es una fecha cargada de historia, de luchas y de esperanza en un mundo más justo y más humano. Sin embargo, los grandes valores que representa (justicia social, dignidad humana, solidaridad obrera) parecen diluirse de día en día.
Las nuevas tecnologías y la disminución progresiva de mano de obra van quitando fuerza y protagonismo a la clase obrera tradicional, verdadero motor de la revolución social promovida por la izquierda.
Por otra parte, la crisis económica ha introducido en el mundo obrero una profunda división entre parados y obreros en activo, sin que el sentido de clase haya logrado mantener una solidaridad básica.
Los sindicatos obreros se enfrentan entre sí movidos por intereses contrapuestos. Los diferentes sectores luchan por sus reivindicaciones sectoriales y sus intereses corporativos aunque su logro dañe necesariamente a otro sector.
Cada uno busca su propio interés cada vez con menos pudor. No están los tiempos para planteamientos idealistas de solidaridad. Lo importante es “sobrevivir» y no perder el puesto de trabajo o el nivel salarial.
Una sola consigna parece mover todo el mundo socio-económico y también a la clase obrera: “Sálvese quien pueda”.
Por eso, apenas extraña ya a nadie que la crisis económica esté siendo afrontada por un Gobierno socialista desde soluciones liberales que permiten la imposición del más fuerte y el aumento dramático de las desigualdades.
Hace unos años se despertó la esperanza de muchos al oír consignas de “cambio» y de “ética» nueva en la vida socio-política.
Hoy estas palabras han desaparecido de escena sustituidas por otras más pragmáticas como “modernización», “sociedad progresista», “homologación con los países de la Comunidad europea», que ciertamente no prometen una ética más justa, digna y solidaria.
Pero, ¿en qué queda convertido el uno de Mayo si pierde su mística de solidaridad y su lucha por una sociedad más justa y digna para todos los trabajadores?
El uno de Mayo es hoy, antes que nada, una llamada a reconstruir la solidaridad y a recuperar la esperanza en una ética de mayor justicia e igualdad social.
Los creyentes no podemos sentirnos ajenos a esta tarea. La fe no es un sentimiento inoperante sino un estímulo para luchar por cambios humanizadores. Esta es la promesa de Jesús: “El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
5 de mayo de 1985

VIDAS ESTERILES

Sin mí no podéis nada...

Los hombres somos un deseo intenso de vida y cumplimiento. Hay dentro de nosotros algo que quiere vivir, vivir intensamente y vivir para siempre. Más aún, los hombres nacemos para hacer crecer la vida.
Sin embargo, la vida no cambia fácilmente. La injusticia, el sufrimiento, la mentira y el mal nos siguen dominando. Parece que todos los esfuerzos de los hombres por mejorar el mundo terminan tarde o temprano en el fracaso.
Movimientos que se dicen comprometidos en luchar por la libertad terminan provocando iguales o mayores esclavitudes. Hombres y mujeres que buscan la justicia terminan generando nuevas e interminables injusticias.
¿Quién de nosotros, incluso el más noble y generoso, no ha tenido un día la impresión de que todos sus proyectos, esfuerzos y trabajos no servían para nada?
¿Será la vida algo que no conduce a nada? ¿Un esfuerzo vacío y sin sentido? ¿Una «pasión inútil» como decía J.P. Sartre?
Los creyentes hemos de volver a recordar que la fe es «fuente de vida». Creer no es afirmar que debe existir Algo último en alguna parte. Creer es descubrir a Alguien que nos «hace vivir» superando nuestra impotencia, nuestros errores y nuestro pecado.
Una de las mayores tragedias de los cristianos es la de «practicar la religión» sin ningún contacto con el Viviente. Y sin embargo, uno empieza a descubrir la verdad de la fe cristiana cuando acierta a vivir en contacto personal con el Resucitado. Sólo entonces se descubre que Dios no es una amenaza o un desconocido, sino Alguien vivo que pone nueva fuerza y nueva alegría en nuestras vidas.
Con frecuencia, nuestro problema no es vivir envueltos en problemas y conflictos constantes. Nuestro problema más profundo es no tener fuerza interior para enfrentarnos a los problemas diarios de la vida.
La experiencia diaria nos ha de hacer pensar a los cristianos la verdad de las palabras de Jesús: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada».
¿ No está precisamente ahí la raíz más profunda de tantas vidas estériles y tristes de hombres y mujeres que nos llamamos creyentes?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
9 de mayo de 1982

FE ESTERIL

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.

La imagen es realmente expresiva. Todo sarmiento que está vivo tiene que producir fruto. Y si no lo hace es porque no responde a la vida que la vid puede comunicar. No circula por él la savia de la vid.
Así es también nuestra fe. Vive, crece y da frutos, cuando vivimos abiertos a la comunicación con Cristo. Si esta relación vital se interrumpe, hemos cortado la fuente de nuestra fe.
Entonces la fe se seca. Ya no es capaz de animar nuestra vida. Se convierte en confesión verbal, vacía de contenido y experiencia viva. Triste caricatura de lo que los primeros creyentes vivieron al encontrarse con el resucitado.
Digámoslo sinceramente. Esa ausencia de dinamismo cristiano, esa capacidad para seguir creciendo en amor y fraternidad con todos, esa inhibición y pasividad por luchar arriesgadamente por la justicia entre los hombres, ese inmovilismo y falta de creatividad evangélica para descubrir las nuevas exigencias del Espíritu, ¿no están delatando una falta de comunicación viva con Cristo resucitado?
Por paradójico que pueda parecer, una soledad interior se agazapa en el corazón de más de un cristiano. Cogido en una red de relaciones, actividades, ocupaciones y problemas, puede sentirse más solo que nunca en su interior, incapaz de comunicarse vitalmente con ese Cristo en quien dice creer.
Quizás la derrota más grave del hombre occidental sea su incapacidad de vida interior. El hombre contemporáneo parece vivir siempre huyendo. Siempre de espaldas a sí mismo. Sin saber qué hacer con su vacío interior.
Se diría que el alma de muchos hombres y mujeres es un desierto. Son muchos los afectados por esta epidemia de soledad y vacío interior. Lo advertía ya P. Claudel: «Nunca los hombres han sido tan solidarios, ni han estado tan solos».
Este aislamiento interior de ese Cristo que es fuente de vida, conduce poco a poco- un «ateísmo práctico». De poco sirve seguir confesando fórmulas, si uno no conoce la comunicación cálida, gozosa, revitalizadora con el resucitado.
Esa comunicación de quien sabe disfrutar del diálogo silencioso con él, alimentarse diariamente de su palabra, recordarlo con gozo en medio de la agitación y el trabajo cotidiano, descansar en él en los momentos de agobio.

José Antonio Pagola

miércoles, 25 de abril de 2012

29/04/2012 - 4º domingo de Pascua (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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29 de abril de 2012

4º domingo de Pascua (B)


EVANGELIO

El buen pastor da la vida por las ovejas.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 10, 11-18

En aquel tiempo, dijo Jesús:
- «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.
Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
29 de abril de 2012

VA CON NOSOTROS

El símbolo de Jesús como pastor bueno produce hoy en algunos cristianos cierto fastidio. No queremos ser tratados como ovejas de un rebaño. No necesitamos a nadie que gobierne y controle nuestra vida. Queremos ser respetados. No necesitamos de ningún pastor. No sentían así los primeros cristianos. La figura de Jesús buen pastor se convirtió muy pronto en la imagen más querida de Jesús. Ya en las catacumbas de Roma se le representa cargando sobre sus hombros a la oveja perdida. Nadie está pensando en Jesús como un pastor autoritario dedicado a vigilar y controlar a sus seguidores, sino como un pastor bueno que cuida de ellas. El "pastor bueno" se preocupa de sus ovejas. Es su primer rasgo. No las abandona nunca. No las olvida. Vive pendiente de ellas. Está siempre atento a las más débiles o enfermas. No es como el pastor mercenario que, cuando ve algún peligro, huye para salvar su vida abandonando al rebaño. No le importan las ovejas. Jesús había dejado un recuerdo imborrable. Los relatos evangélicos lo describen preocupado por los enfermos, los marginados, los pequeños, los más indefensos y olvidados, los más perdidos. No parece preocuparse de sí mismo. Siempre se le ve pensando en los demás. Le importan sobre todo los más desvalidos. Pero hay algo más. "El pastor bueno da la vida por sus ovejas". Es el segundo rasgo. Hasta cinco veces repite el evangelio de Juan este lenguaje. El amor de Jesús a la gente no tiene límites. Ama a los demás más que a sí mismo. Ama a todos con amor de buen pastor que no huye ante el peligro sino que da su vida por salvar al rebaño. Por eso, la imagen de Jesús, "pastor bueno", se convirtió muy pronto en un mensaje de consuelo y confianza para sus seguidores. Los cristianos aprendieron a dirigirse a Jesús con palabras tomadas del salmo 22: "El Señor es mi pastor, nada me falta... aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo... Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida". Los cristianos vivimos con frecuencia una relación bastante pobre con Jesús. Necesitamos conocer una experiencia más viva y entrañable. No creemos que él cuida de nosotros. Se nos olvida que podemos acudir a él cuando nos sentimos cansados y sin fuerzas o perdidos y desorientados. Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, confesado solo de manera doctrinal, un Jesús lejano cuya voz no se escucha bien en las comunidades..., corre el riesgo de olvidar a su Pastor. Pero, ¿quién cuidará a la Iglesia si no es su Pastor?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
3 de mayo de 2009

ACERCARNOS Y CONOCERNOS

Cuando entre los primeros cristianos comenzaron los conflictos y disensiones entre grupos y líderes diferentes, alguien sintió la necesidad de recordar que, en la comunidad de Jesús, sólo él es el Pastor bueno. No un pastor más, sino el auténtico, el verdadero, el modelo a seguir por todos.
Esta bella imagen de Jesús, Pastor bueno, es una llamada a la conversión, dirigida a quienes pueden reivindicar el título de «pastores» en la comunidad cristiana. El pastor que se parece a Jesús, sólo piensa en sus ovejas, no «huye» ante los problemas, no las «abandona». Al contrario, está junto a ellas, las defiende, se desvive por ellas, «expone su vida» buscando su bien.
Al mismo tiempo, esta imagen es una llamada a la comunión fraterna entre todos. El Buen Pastor «conoce» a sus ovejas y las ovejas le «conocen» a él. Sólo desde esta cercanía estrecha, desde este conocimiento mutuo y esta comunión de corazón, el Buen Pastor comparte su vida con las ovejas. Hacia esta comunión y mutuo conocimiento hemos de caminar también hoy en la Iglesia.
En estos momentos no fáciles para la fe, necesitamos como nunca aunar fuerzas, buscar juntos criterios evangélicos y líneas maestras de actuación para saber en qué dirección hemos de caminar de manera creativa hacia el futuro.
Sin embargo, no es esto lo que está sucediendo. Se hacen algunas llamadas convencionales a vivir en comunión, pero no estamos dando pasos para crear un clima de escucha mutua y diálogo. Al contrario, crecen las descalificaciones y disensiones entre obispos y teólogos; entre teólogos de diferentes tendencias; entre movimientos y comunidades de diverso signo; entre grupos y «blogs» de todo género…
Pero, tal vez, lo más triste es ver cómo sigue creciendo el distanciamiento entre la jerarquía y el pueblo cristiano. Se diría que viven dos mundos diferentes. En muchos lugares los «pastores» y las «ovejas» apenas se conocen. A muchos obispos no les resulta fácil sintonizar con las necesidades reales de los creyentes, para ofrecerles la orientación y el aliento que necesitan. A muchos fieles les resulta difícil sentir afecto e interés hacia unos pastores a los que ven alejados de sus problemas.
Sólo creyentes, llenos del Espíritu del Buen Pastor, pueden ayudarnos a crear el clima de acercamiento, mutua escucha, respeto recíproco y diálogo humilde que tanto necesitamos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
7 de mayo de 2006

EL PASTOR BUENO

El buen pastor da la vida por sus ovejas.

La figura del pastor era muy familiar en la tradición de Israel. Moisés, Saúl, David y otros líderes habían sido pastores. Al pueblo le agradaba imaginar a Dios como un «pastor» que cuida a su pueblo, lo alimenta y lo defiende.
Con el tiempo, el término «pastor» comenzó a utilizarse para designar también a los jefes del pueblo. Sólo que éstos no se parecían siempre a Dios, ni mucho menos. No sabían cuidar al pueblo y velar por las personas como lo hacía él.
Todos recordaban las duras críticas del profeta Ezequiel a los dirigentes de su tiempo: «¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! No fortalecéis a las ovejas débiles ni curáis a las enfermas ni vendáis a las heridas; no recogéis a las descarriadas ni buscáis a las perdidas, sino que las habéis dominado con violencia y dureza». El profeta anunciaba un porvenir diferente: «Aquí estoy yo, dice el Señor, yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él».
Cuando en las primeras comunidades cristianas comenzaron los conflictos y disensiones, los seguidores de Jesús sintieron la necesidad de recordar que sólo él es Pastor Bueno. Felizmente, hubo un escritor que compuso una bella alegoría para presentarlo como el pastor modelo, capaz de desenmascarar a todos aquellos que no son como él.
Jesús había actuado sólo por amor. Todos recordaban todavía su entrega a las «ovejas perdidas de Israel»: las más débiles, las más enfermas y heridas, las más descarriadas. El pastor bueno siempre trata a las ovejas con cuidado y amor. El pastor que se preocupa de sus propios intereses es un «asalariado». En realidad, «no le importan las ovejas» ni su sufrimiento.
Jesús no había actuado como un jefe dedicado a dirigir, gobernar o controlar. Lo suyo había sido «dar vida», curar, perdonar. No había hecho sino «entregarse», desvivirse, terminar crucificado dando la vida por las ovejas. El que no es verdadero pastor, piensa en sí mismo, «abandona las ovejas», evita los problemas y «huye».
La alegoría del «buen pastor» arroja una luz decisiva: quien tenga alguna responsabilidad pastoral ha de parecerse a Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
11 de mayo de 2003

EN LO COTIDIANO

Conozco a las mías.

Nuestra vida se decide en lo cotidiano. Por lo general, no son los momentos extraordinarios y excepcionales los que marcan más nuestra existencia. Es más bien esa vida ordinaria de todos los días, con las mismas tareas y obligaciones, en contacto con las mismas personas, la que nos va configurando. En el fondo, somos lo que somos en la vida cotidiana.
Esa vida no tiene muchas veces nada de excitante. Está hecha de repetición y rutina. Pero es nuestra vida. Somos «seres cotidianos». La cotidianidad es un rasgo esencial de la persona humana. Somos al mismo tiempo responsables y víctimas de esa vida aparentemente pequeña de cada día.
En esa vida de lo normal y ordinario podemos crecer como personas y podemos también echarnos a perder. En esa vida crece nuestra responsabilidad o aumenta nuestra desidia y abandono; cuidamos nuestra dignidad o nos perdemos en la mediocridad; nos inspira y alienta el amor o actuamos desde el resentimiento y la indiferencia; nos dejamos arrastrar por la superficialidad o enraizamos nuestra vida en lo esencial; se va disolviendo nuestra fe o se va reafirmando nuestra confianza en Dios.
La vida cotidiana no es algo que hay que soportar para luego vivir no se qué. Es en la normalidad de cada día donde se decide nuestra calidad humana y cristiana. Ahí se fortalece la autenticidad de nuestras decisiones; ahí se purifica nuestro amor a las personas; ahí se configura nuestra manera de pensar y de creer. K Rahner llega a decir que «para el hombre interior y espiritual no hay mejor maestro que la vida cotidiana».
Según la teología del cuarto evangelio, los seguidores de Jesús no caminan por la vida solos y desamparados. Los acompaña y defiende día a día el Buen Pastor. Ellos son como «ovejas que escuchan su voz y le siguen». El las conoce a cada una y les da vida eterna. Es Cristo quien ilumina, orienta y alienta su vida día a día hasta la vida eterna.
En el día a día de la vida cotidiana hemos de buscar al Resucitado en el amor, no en la letra muerta; en la autenticidad, no en las apariencias; en la verdad, no en los tópicos; en la creatividad, no en la pasividad y la inercia; en la luz, no en la oscuridad de las segundas intenciones; en el silencio interior, no en la agitación superficial.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
14 de mayo de 2000

EL DON DE DIOS

Yo doy mi vida por las ovejas.

Los cristianos han oído decir desde siempre que «Dios es Amor» (1Jn 4, 8), pero muchos ni siquiera sospechan lo que se quiere decir con esta afirmación central y decisiva del cristianismo. Si un día cayeran en cuenta, nacería en ellos una fe en Dios absolutamente diferente y nueva.
En realidad, no nos atrevemos a creer que Dios es amor, es decir, que no sólo nos tiene amor y nos quiere, sino que, en su ser más íntimo, es amor y que, por lo tanto, de Él no puede brotar más que amor, incluso cuando nosotros no merecemos ser amados. Dios es así; amor sin condiciones ni restricciones.
A nosotros nos resulta «increíble» que podamos ser amados sin condiciones. Por eso, enseguida proyectamos sobre Dios nuestros fantasmas y miedos recortando y deformando su amor. En el fondo pensamos que Dios es muy bueno y nos quiere, pero sólo si sabemos corresponderle: es decir, Dios ama como amamos nosotros, con condiciones, incluso exigiendo más que nosotros.
Este Dios no resulta muy agradable. Bastantes lo sienten como un ser peligroso, una amenaza, una censura constante, un juez implacable que no hace sino generar sentimientos de culpa, inseguridad y miedo. No es extraño que haya tanta gente que no quiera saber nada de Él.
Junto al pozo de Jacob, Jesús conversa con una mujer doblemente despreciable para un judío, por mujer y por samaritana. Jesús que mira siempre el corazón de las personas, le dice estas palabras inolvidables: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú y él te daría agua viva».
Muchos cristianos no conocen el «don de Dios» y no pueden sentirse a gusto con Él porque sólo conocen sus exigencias, no su amor incondicional y gratuito. Cristo no les atrae porque sólo piensan en él como un legislador exigente, y no como un «buen pastor» que se interesa sólo por el bien de sus ovejas hasta llegar incluso a «dar su vida» por ellas. En la Iglesia, como en tiempos de Jesús, hay jerarcas, doctores, sacerdotes y escribas, pero, ¿hay testigos capaces de contagiar y sugerir con su palabra y su vida el verdadero rostro de Dios? Y si no hacemos esto, ¿para qué hacemos todo lo demás?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
20 de abril de 1997

VOLVER A CRISTO

Yo y el Padre somos uno.

No es fácil describir la evolución que va siguiendo hoy la crisis religiosa en los países desarrollados. En estos momentos, la descristianización parece estar dejando paso a un «sincretismo religioso» en el que se pueden conocer diversos componentes no fáciles de reconciliar: agnosticismo e indiferencia ante Dios, y simpatía por ciertas manifestaciones religiosas; crítica a la Iglesia, y demanda de sus servicios religiosos. Esta curiosa «mezcla religiosa» va ocupando poco a poco el lugar que antes tenía la fe convencida.
¿Cuál es la reacción de las Iglesias cristianas? Nunca antes se habían enfrentado a una situación semejante. Los largos años de cristianismo establecido las habían convertido en depositarias de una doctrina moral y un saber religioso seguros e indiscutibles. Condicionadas por este pasado, su riesgo puede estar hoy en preocuparse sólo de defender ese patrimonio doctrinal y moral olvidando que lo primero que necesitan el hombre y la mujer de hoy es ayuda para descubrir y experimentar a un Dios amigo y salvador.
En el umbral del tercer milenio una doble tentación parece amenazar al cristianismo: el fundamentalismo y el inmovilismo. Ante una situación nueva de crisis no son pocos los que buscan volver a «las certezas del pasado». Sin duda, hay en ello un deseo noble de conservar el «depósito de la tradición», pero se olvida que esas certezas del pasado fueron en su momento «respuestas creativas» a los retos de entonces.
A nosotros se nos pide hoy recorrer nuestro camino. No nos podemos contentar con preservar el pasado. En un mundo que ha cambiado de manera espectacular, a los cristianos se nos pide creatividad, caminos y lenguajes nuevos para ayudar al hombre de hoy. Juan Pablo II nos ha animado a una evangelización «nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en su expresión».
El primer problema no es la suerte que pueda correr la tradición del pasado tal como se ha configurado durante estos veinte siglos, sino la urgencia de buscar caminos que ayuden al hombre de hoy a encontrarse con Dios. Y para ello no basta aferrarse a la letra o la autoridad del pasado. Hay que llegar hasta el mismo Cristo y recuperar vivo su espíritu, su mensaje y su experiencia de Dios. Nadie va al Padre sino por medio de él. Como dice Jesús: «Yo y el Padre somos uno» (Juan 10, 30). Tal vez, nuestro mayor pecado sea hoy, no atrevemos a escuchar directamente a Jesús, paralizados quizás por nuestra falta de fe en la acción del Espíritu en nuestros días.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
24 de abril de 1994

BUSCAR DESDE DENTRO

Escucharán mi voz.

No se pueden diseñar programas o técnicas que conduzcan automáticamente hasta Dios. No hay métodos para encontrarse con él de forma segura. Cada uno ha de seguir su propio camino, pues cada uno tiene su manera de abrirse al misterio de Dios. Sin embargo, no todo favorece en igual medida el despertar de la fe.
Hay personas que nunca hablan de Dios con nadie. Es un tema tabú; Dios pertenece al mundo de lo privado. Pero, luego tampoco piensan en él ni lo recuerdan en la intimidad de su conciencia. Esta actitud bastante frecuente incluso entre quienes se dicen creyentes, conduce casi siempre al debilitamiento de la fe. Cuando algo no se recuerda ni se habla nunca, termina muriendo por inanición.
Hay, por el contrario, personas que parecen interesarse mucho por lo religioso. Les gusta plantear cuestiones sobre Dios, la creación, la Biblia o el demonio. Hacen preguntas y más preguntas, pero no esperan la respuesta. No parece interesarles. Naturalmente, todas las palabras son inútiles si no hay una búsqueda sincera de Dios en el interior de la persona. Lo importante no es hablar de «cosas de religión», sino hacerle un sitio a Dios en la propia vida.
A otros les gusta discutir sobre religión. No saben hablar de Dios si no es para defender su propia posición y atacar la del contrario. De hecho, muchas discusiones sobre temas religiosos no hacen sino favorecer la intolerancia y el endurecimiento de posturas. Sin embargo, quien busca sinceramente a Dios, escucha la experiencia de quienes creen en él e, incluso, la de quienes lo han abandonado. Yo tengo que encontrar mi propio camino, pero me interesa conocer dónde encuentran los demás sentido, aliento y esperanza para enfrentarse a la existencia.
En cualquier caso, lo más importante para orientarse hacia Dios es invocarlo desde el fondo del corazón, a solas, en la intimidad de la propia conciencia. Es ahí donde uno se abre confiadamente al misterio de Dios o donde decide vivir solo, de forma atea, sin Dios. Alguien me dirá: «Pero, ¿cómo puedo yo invocar a Dios si no creo en él ni estoy seguro de nada?» Se puede. Esa invocación sincera en medio de la oscuridad y las dudas es, probablemente, uno de los caminos más puros y humildes para abrir- se al misterio y hacerse sensible a la presencia de Dios.
El cuarto evangelio nos recuerda que hay ovejas que «no son del redil» y viven lejos de la comunidad creyente. Pero Jesús dice: «También a ésas las tengo que traer y escucharán mi voz.» Quien busca con verdad a Dios, escucha, tarde o temprano, esta voz de Jesús en el fondo de su corazón. Primeramente con reservas tal vez, luego con más fe y confianza, un día con alegría honda.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
21 de abril de 1991

LO DECISIVO ES DAR

Yo entrego mi vida.

Probablemente, no reparamos hasta qué punto la sociedad neocapitalista ha introducido entre nosotros un tipo de “relaciones de intercambio” donde, como dice el prestigioso sociólogo M. Weber, parece “estar prohibido el amor”.
El intercambio se ha convertido en factor que determina casi todas las relaciones. Esta parece la principal regla de juego: “Yo te doy en la medida que tú me das”. El único principio ético consiste en no engañar ni cometer fraude en ese intercambio. Por lo demás, uno puede dedicarse a conseguir toda clase de ventajas para sí mismo.
Este principio de actuación mercantil no funciona sólo cuando nos intercambiamos artículos, servicios o favores. Es algo que llega a impregnar incluso las relaciones de los matrimonios, las parejas y los amigos.
No nos damos cuenta de que, actuando así, estamos justamente vaciando de amor y de amistad nuestras relaciones. Quien ama a una persona, se preocupa por su felicidad y busca antes que nada su bien. Quien, por el contrario, vive una relación “mercantil”, no se siente responsable del bien o la felicidad del otro; se limita a respetar sus derechos. En el fondo, no está unido amorosamente al otro, sino separado de él por su propio interés.
Basta observar lo que sucede cuando esa persona no encuentra en el otro la respuesta al propio interés. “Le quiero y, sin embargo, a veces no lo soporto. Hasta me da la impresión de que lo odio”. “Vivimos ratos de ternura extraordinaria y, sin embargo, ¿por qué me siento luego tan solo y triste?”.
En el amor lo decisivo es aprender a dar. Y éste es precisamente el problema de quien vive con espíritu mercantil, que no sabe dar, pues sólo está dispuesto a dar a cambio de recibir.
El que ama, sabe dar gratis. No da con el fin de recibir. Da porque ama, porque se siente dichoso al dar. Da de sí mismo, de su vida. Da lo que está vivo en él, su alegría, su fe, su escucha, su comprensión, su perdón. No se puede amar sin dar.
Este amor es creador. Engendra fuerza para vivir, ayuda a crecer, crea y recrea continuamente a las personas y las parejas. Uno de los signos más claros de tal amor es la alegría que despierta en los que se aman, a pesar de los desacuerdos, conflictos y tensiones inevitables. Cuando el amor se vuelve triste es señal de que se está apagando.
Las palabras de Jesús sobre el pastor asalariado y el pastor bueno nos recuerdan una gran verdad. Aparentemente, los dos aman a las ovejas. Sin embargo, el amor de uno es “asalariado”, sólo busca recibir su salario, no le importan las ovejas y por ello las abandona. El amor del buen pastor es real, da su vida por las ovejas porque las ama.
En ese amor verdadero de Cristo, Buen Pastor, alimenta el cristiano su capacidad de amar y purifica constantemente sus relaciones, para no caer en una vida puramente mercantil.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
24 de abril de 1988

HACEN FALTA

Yo soy el buen Pastor.

Según diversos observadores occidentales, “la modernidad” parece estar envejeciendo. La llamada «edad de las luces”, nacida bajo la primacía de la razón, pide relevo. Los hombres buscan hoy una luz nueva.
Ni el progreso científico ni el desarrollo tecnológico han logrado satisfacer debidamente el anhelo de verdad, amor y felicidad que inquieta el corazón humano.
Son, tal vez, las nuevas generaciones las que ofrecen indicios más claros de su sed por descubrir nuevas salidas a la existencia.
El célebre maestro espiritual K G. Dürckheim habla de un hecho ampliamente constatado por él en las sociedades occidentales: «En nuestro tiempo, y sobre todo en los jóvenes, escuchamos, cada vez más, que están pidiendo un maestro”.
Son muchos los jóvenes que andan buscando algo que no saben definir exactamente pero que no lo pueden recibir de sus educadores y profesores en la medida en que éstos se limitan a transmitirles unos conocimientos o a capacitarlos para organizarse su futuro.
Las nuevas generaciones buscan algo más que saber cosas, prepararse para tener éxito o aprender a conducirse según unos esquemas socioculturales.
Muchos de ellos buscan algo que nunca podrán encontrar en sus profesores, educadores o sacerdotes profesionalizados.
Hombres y mujeres de hoy, consciente o inconscientemente, reclaman algo que no es ciencia ni es doctrina religiosa, sino experiencia viva del que es la Fuente del ser. En el fondo, buscan pisar un nuevo suelo, abrirse a una vida interior diferente.
¿ Quién les puede mostrar el camino acertado y señalar la dirección buena? ¿Quién les puede contagiar esa experiencia? ¿Quién la conoce? ¿Quién les puede ayudar a conquistar esa verdad interior que es la que realmente libera y hace vivir?
Hoy, día del Buen Pastor, se celebra La Jornada de las vocaciones. Probablemente, se hablará una vez más de la crisis de vocaciones sacerdotales y religiosas.
Pero sería una grave equivocación pensar que esta crisis consiste simplemente en la indecisión, la cobardía o la frialdad religiosa de los jóvenes de hoy.
Tal vez, los padres, educadores, religiosos y sacerdotes deberíamos hacernos una pregunta previa: ¿Pueden estos jóvenes escuchar una vocación si nadie les ayuda a acercarse a ese Dios que toca, llama, libera y compromete?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
28 de abril de 198e5

EL PASTOR DE NUESTRAS VIDAS

Yo soy el Buen Pastor.

La vida de los hombres está siempre amenazada y no es fácil vivir con serenidad los sucesos de cada día, las experiencias dolorosas del destino, los fracasos y las incertidumbres de la vida.
M. Heidegger piensa que es necesario «una apertura al misterio» para aprender a vivir con serenidad la existencia. «La serenidad ante las cosas y la apertura al misterio coinciden. Nos ofrecen la posibilidad de comportarnos de una manera totalmente nueva en el mundo. Nos prometen un nuevo fundamento y un nuevo terreno sobre el que, dentro del mundo, podamos estar y subsistir sin peligro alguno».
Aunque vivimos en una época de avances tecnológicos insospechados sólo hace unos años, todos sabemos que nos movemos en una «ignorancia existencial» profunda. No sabemos qué es lo esencial y qué es lo poco importante. No sabemos de dónde venimos y hacia dónde vamos. Anhelamos algo grande y cuando lo tenemos ante nosotros o dentro de nosotros, no sabemos reconocerlo.
Andamos a tientas y no precisamente por nuestra maldad sino por nuestra pequeñez. Somos como niños perdidos en un mundo difícil que creemos dominar pero que nos desborda con su misterio.
No nos entendemos a nosotros mismos. Corremos tras la felicidad sin poder atraparla de manera definitiva. Nos cansamos buscando seguridad, pero nuestro corazón sigue inquieto e inseguro.
Tal vez no hemos intuido todavía que la verdadera serenidad nos envuelve cuando aceptamos humildemente nuestra pequeñez y nos dejamos guiar por Dios. Hemos olvidado demasiado que tenemos un Pastor que conoce hasta el fondo nuestras existencias y nos conduce a nuestro verdadero destino.
Nuestra serenidad sólo es posible cuando comenzamos a pensar y vivir desde Dios. Entonces todo cobra nueva luz. Todo es importante pero nada es demasiado importante. Todo se comprende de otra manera.
Lo único importante es ese Dios en cuyas manos estamos y cuya vida sostiene la nuestra. Lo importante es ese Pastor que nos guía hacia el Padre.
Todo tiene salida. No estamos abandonados. Siempre podemos tener esperanza. Nuestro final es un Padre demasiado grande para que lo podamos comprender desde ahora. Pero desde ahora podemos caminar hacia él bajo la guía serena del verdadero Pastor. Y no hay nada ni hay nadie que tenga fuerza o poder suficiente para arrebatarnos de su rebaño. Sólo nosotros podemos alejarnos de él.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
2 de mayo de 1982

LA NECESIDAD DE UN GUlA

Yo soy el buen pastor.

Para los primeros creyentes, Jesús no es sólo un pastor, sino el verdadero y auténtico pastor. El único líder capaz de orientar y dar verdadera vida a los hombres.
Esta fe en Jesús como el verdadero pastor y guía del hombre adquiere una actualidad nueva en una sociedad masificada como la nuestra, donde la persona corre el riesgo de perder su propia identidad y quedar aturdida ante tantas voces y reclamos.
La publicidad y los medios de comunicación social imponen al individuo no sólo los pantalones «Lois» que debe vestir, el «Gin» que debe tomar o la canción que debe tararear. Se nos impone también los hábitos, las costumbres, las ideas, los valores, el estilo de vida y la conducta que debemos tener.
Los resultados son palpables. Son muchas las víctimas de esta «sociedad-araña». Personas que viven «según la moda». Gentes que ya no actúan por propia iniciativa. Hombres y mujeres que buscan su pequeña felicidad, esforzándose por tener aquellos objetos, ideas y conductas que se les dicta desde fuera.
No es fácil ser libre ante tanta presión. Los diversos «slogan» pueden terminar por ser parte de nosotros mismos. Inconscientemente podemos ir perdiendo la propia personalidad sustituyéndola por otra personalidad estándar.
Expuestos a tantas llamadas y presiones, se corre el riesgo de no escuchar ya la voz de la propia interioridad. Es triste ver a las personas esforzándose por vivir un estilo de vida «impuesto» desde fuera, que simboliza para ellos el bienestar y la verdadera felicidad.
Los cristianos creemos que sólo Jesús puede ser guía definitivo del hombre. Sólo desde él podemos aprender a vivir. Precisamente, el cristiano es un hombre que desde Jesús va descubriendo día a día cuál es la manera más humana de vivir.
Seguir a Jesús como buen pastor es asumir las actitudes fundamentales que él vivió, y esforzarnos por vivirlas hoy desde nuestra propia originalidad, prosiguiendo la tarea de construir el reino de Dios que él comenzó.
Pero, mientras la meditación sea sustituida por la televisión, el silencio interior por el ruido, la escucha del evangelio por el último fascículo, y el seguimiento a la propia conciencia por la sumisión ciega a la moda, será difícil que escuchemos la voz del buen pastor que nos puede orientar y ayudar a vivir en medio de esta sociedad de consumo que consume a sus consumidores.

José Antonio Pagola