lunes, 25 de noviembre de 2013

01/12/2013 - 1º domingo de Adviento (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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1 de diciembre de 2013

1º domingo de Adviento (A)


EVANGELIO

Estad en vela para estar preparados.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 24,37-44

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del hombre.
Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre:
Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.
Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
1 de diciembre de 2013

CON LOS OJOS ABIERTOS

Las primeras comunidades cristianas vivieron años muy difíciles. Perdidos en el vasto Imperio de Roma, en medio de conflictos y persecuciones, aquellos cristianos buscaban fuerza y aliento esperando la pronta venida de Jesús y recordando sus palabras: Vigilad. Vivid despiertos. Tened los ojos abiertos. Estad alerta.
¿Significan todavía algo para nosotros las llamadas de Jesús a vivir despiertos? ¿Qué es hoy para los cristianos poner nuestra esperanza en Dios viviendo con los ojos abiertos? ¿Dejaremos que se agote definitivamente en nuestro mundo secular la esperanza en una última justicia de Dios para esa inmensa mayoría de víctimas inocentes que sufren sin culpa alguna?
Precisamente, la manera más fácil de falsear la esperanza cristiana es esperar de Dios nuestra salvación eterna, mientras damos la espalda al sufrimiento que hay ahora mismo en el mundo. Un día tendremos que reconocer nuestra ceguera ante Cristo Juez: ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, extranjero o desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te asistimos? Este será nuestro dialogo final con él si vivimos con los ojos cerrados.
Hemos de despertar y abrir bien los ojos. Vivir vigilantes para mirar más allá de nuestros pequeños intereses y preocupaciones. La esperanza del cristiano no es una actitud ciega, pues no olvida nunca a los que sufren. La espiritualidad cristiana no consiste solo en una mirada hacia el interior, pues su corazón está atento a quienes viven abandonados a su suerte.
En las comunidades cristianas hemos de cuidar cada vez más que nuestro modo de vivir la esperanza no nos lleve a la indiferencia o el olvido de los pobres. No podemos aislarnos en la religión para no oír el clamor de los que mueren diariamente de hambre. No nos está permitido alimentar nuestra ilusión de inocencia para defender nuestra tranquilidad.
Una esperanza en Dios, que se olvida de los que viven en esta tierra sin poder esperar nada, ¿no puede ser considerada como una versión religiosa de cierto optimismo a toda costa, vivido sin lucidez ni responsabilidad? Una búsqueda de la propia salvación eterna de espaldas a los que sufren, ¿no puede ser acusada de ser un sutil “egoísmo alargado hacia el más allá”?
Probablemente, la poca sensibilidad al sufrimiento inmenso que hay en el mundo es uno de los síntomas más graves del envejecimiento del cristianismo actual. Cuando el Papa Francisco reclama “una Iglesia más pobre y de los pobres”, nos está gritando su mensaje más importante a los cristianos de los países del bienestar.


José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
28 de noviembre de 2010

SIGNOS DE LOS TIEMPOS

Los evangelios han recogido, de diversas formas, la llamada insistente de Jesús a vivir despiertos y vigilantes, muy atentos a los signos de los tiempos. Al principio, los primeros cristianos dieron mucha importancia a esta "vigilancia" para estar preparados ante la venida inminente del Señor. Más tarde, se tomó conciencia de que vivir con lucidez, atentos a los signos de cada época, es imprescindible para mantenernos fieles a Jesús a lo largo de la historia.
Así recoge el Vaticano II esta preocupación: "Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de esta época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura...".
Entre los signos de estos tiempos, el Concilio señala un hecho doloroso: "Crece de día en día el fenómeno de masas que, prácticamente, se desentienden de la religión". ¿Cómo estamos leyendo este grave signo? ¿Somos conscientes de lo que está sucediendo? ¿Es suficiente atribuirlo al materialismo, la secularización o el rechazo social a Dios? ¿No hemos de escuchar en el interior de la Iglesia una llamada a la conversión?
La mayoría se ha ido marchando silenciosamente, sin sacar ruido alguno. Siempre han estado mudos en la Iglesia. Nadie les ha preguntado nada importante. Nunca han pensado que podían tener algo que decir. Ahora se marchan calladamente. ¿Qué hay en el fondo de su silencio? ¿Quién los escucha? ¿Se han sentido alguna vez acogidos, escuchados y acompañados en nuestras comunidades?
Muchos de los que se van eran cristianos sencillos, acostumbrados a cumplir por costumbre sus deberes religiosos. La religión que habían recibido se ha desmoronado. No han encontrado en ella la fuerza que necesitaban para enfrentarse a los nuevos tiempos. ¿Qué alimento han recibido de nosotros? ¿Dónde podrán ahora escuchar el Evangelio? ¿Dónde podrán encontrarse con Cristo?
Otros se van decepcionados. Cansados de escuchar palabras que no tocan su corazón ni responden a sus interrogantes. Apenados al descubrir el "escándalo permanente" de la Iglesia. Algunos siguen buscando a tientas. ¿Quién les hará creíble la Buena Noticia de Jesús?
Benedicto XVI viene insistiendo en que el mayor peligro para la Iglesia no viene de fuera, sino que está dentro de ella misma, en su pecado e infidelidad. Es el momento de reaccionar. La conversión de la Iglesia es posible, pero empieza por nuestra conversión, la de cada uno.
José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - RECREADOS POR JESÚS
2 de diciembre de 2007

¿SEGUIMOS DESPIERTOS?

Estad en vela.

Un día la historia apasionante de los hombres terminará, como termina inevitablemente la vida de cada uno de nosotros. Los evangelios ponen en boca de Jesús un discurso sobre este final, y siempre destacan una exhortación: «vigilad», «estad alerta», «vivid despiertos». Las primeras generaciones cristianas dieron mucha importancia a esta vigilancia. El fin del mundo no llegaba tan pronto como algunos pensaban. Sentían el riesgo de irse olvidando poco a poco de Jesús y no querían que los encontrara un día «dormidos».
Han pasado muchos siglos desde entonces. ¿Cómo vivimos los cristianos de hoy?, ¿seguimos despiertos o nos hemos ido durmiendo poco a poco? ¿Vivimos atraídos por Jesús o distraídos por toda clase de cuestiones secundarias? ¿Le seguimos a él o hemos aprendido a vivir al estilo de todos?
Vigilar es antes que nada despertar de la inconsciencia. Vivimos el sueño de ser cristianos cuando, en realidad, no pocas veces nuestros intereses, actitudes y estilo de vivir no son los de Jesús. Este sueño nos protege de buscar nuestra conversión personal y la de la Iglesia. Sin «despertar», seguiremos engañándonos a nosotros mismos.
Vigilar es vivir atentos a la realidad. Escuchar los gemidos de los que sufren. Sentir el amor de Dios a la vida. Vivir más atentos a su venida a nuestra vida, a nuestra sociedad y a la tierra. Sin esta sensibilidad, no es posible caminar tras los pasos de Jesús.
Vivimos inmunizados a las llamadas del evangelio. Tenemos corazón, pero se nos ha endurecido. Tenemos los ojos abiertos, pero no escuchamos lo que Jesús escuchaba. Tenemos los ojos abiertos, pero ya no vemos la vida como la veía él, no miramos a las personas como él las miraba. Puede ocurrir entonces lo que Jesús quería evitar entre sus seguidores: verlos como «ciegos conduciendo a otros ciegos».
Si no despertamos, a todos nos puede ocurrir lo de aquellos de la parábola que todavía, al final de los tiempos, preguntaban: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o extranjero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?»

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
28 de noviembre de 2004

DESPERTAR

Estad en vela.

Lo repitió Jesús una y otra vez: «estad siempre despiertos». Era su gran preocupación: que el fuego inicial se apagara y sus seguidores se durmieran. Es el gran riesgo de los cristianos: instalarnos cómodamente en nuestras creencias, «acostumbrarnos» al evangelio y vivir adormecidos en la observancia tranquila de una religión apagada. ¿Cómo despertar?
Lo primero es volver a Jesús y sintonizar con la experiencia primera que desencadenó todo. No basta instalamos «correctamente» en la tradición. Hemos de enraizar nuestra fe en la persona de Jesús, volver a nacer de su Espíritu. Nada hay más importante que esto en la Iglesia. Sólo Jesús nos puede conducir de nuevo a lo esencial.
Necesitamos, además, reavivar la experiencia de Dios. Lo esencial del evangelio no se aprende desde fuera. Lo descubre cada uno en su interior como Buena Noticia de Dios. Hemos de aprender y enseñar caminos para encontramos con Dios. De poco sirve desarrollar temas didácticos de religión o seguir discutiendo de cuestiones de «moral sexual», si no despertamos en nadie el gusto por un Dios amigo, fuente de vida digna y dichosa.
Hay algo más. La clave desde la que Jesús vivía a Dios y miraba la vida entera no era el pecado, la moral o la ley, sino el sufrimiento de las gentes. Jesús no sólo amaba a los desgraciados sino que nada amaba más o por encima de ellos. No estamos siguiendo bien los pasos de Jesús si vivimos más preocupados por la religión que por el sufrimiento de las personas. Nada despertará a la Iglesia de su rutina, inmovilismo o mediocridad si no nos conmueve más el hambre, la humillación y el sufrimiento.
Lo importante para Jesús es siempre la vida digna y dichosa de las personas. Por eso, si nuestro «cristianismo» no sirve para hacer vivir y crecer, no sirve para lo esencial por más nombres piadosos y venerables con que lo queramos designar.
El Adviento es un tiempo apropiado para reaccionar. No hemos de mirar a otros. Cada uno hemos de sacudimos de encima la indiferencia, la rutina y la pasividad que nos hace vivir dormidos.  

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
2 de diciembre de 2001

DESPERTAR

Estad en vela

Lo repitió Jesús una y otra vez: «estad siempre despiertos». Era su gran preocupación: que el fuego inicial se apagara y sus seguidores se durmieran. Es el gran riesgo de los cristianos: instalarnos cómodamente en nuestras creencias, «acostumbramos» al evangelio y vivir adormecidos en la observancia tranquila de una religión apagada. ¿Cómo despertar?
Lo primero es volver a Jesús y sintonizar con la experiencia primera que desencadenó todo. No basta instalarnos «correctamente» en la tradición. Hemos de enraizar nuestra fe en la persona de Jesús, volver a nacer de su espíritu. Nada hay más importante que esto en la Iglesia. Sólo Jesús nos puede conducir de nuevo a lo esencial.
Necesitamos, además, reavivar la experiencia de Dios. Lo esencial del evangelio no se aprende desde fuera. Lo descubre cada uno en su interior como Buena Noticia de Dios. Hemos de aprender y enseñar caminos para encontramos con Dios. De poco sirve desarrollar temas didácticos de religión o seguir discutiendo de cuestiones de «moral sexual», si no despertamos en nadie el gusto por un Dios amigo, fuente de vida digna y dichosa.
Hay algo más. La clave desde la que Jesús vivía a Dios y miraba la vida entera no era el pecado, la moral o la ley, sino el sufrimiento de las gentes. Jesús no sólo amaba a los desgraciados sino que nada amaba más o por encima de ellos. No estamos siguiendo bien los pasos de Jesús si vivimos más preocupados por la religión que por el sufrimiento de las personas. Nada despertará a la Iglesia de su rutina, inmovilismo o mediocridad si no nos conmueve más el hambre, la humillación y el sufrimiento.
Lo importante para Jesús es siempre la vida digna y dichosa de las personas. Por eso, si nuestro «cristianismo» no sirve para hacer vivir y crecer, no sirve para lo esencial por más nombres piadosos y venerables con que lo queramos designar.
El Adviento es un tiempo apropiado para reaccionar. No hemos de mirar a otros. Cada uno hemos de sacudimos de encima la indiferencia, la rutina y la pasividad que nos hace vivir dormidos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
29 de noviembre de 1998

REORIENTAR LA VIDA

Estad en vela.

No siempre es fácil poner nombre a ese malestar profundo y persistente que podemos sentir en algún momento de la vida. Así me lo han confesado en más de una ocasión personas que, por otra parte, buscaban «algo diferente», una luz nueva, tal vez una experiencia capaz de dar un color nuevo a su vivir diario.
Lo podemos llamar «vacío interior», insatisfacción, incapacidad de encontrar algo sólido que llene el deseo de vivir intensamente. Tal vez sería mejor llamarlo «aburrimiento», cansancio de vivir siempre lo mismo, sensación de no acertar con el secreto de la vida: nos estamos equivocando en algo esencial y no sabemos exactamente en qué.
A veces, la crisis adquiere un tono religioso. ¿Podemos hablar de «pérdida de fe»? No sabemos ya en qué creer, nada logra iluminarnos por dentro, hemos abandonado la religión ingenua de otros tiempos pero no la hemos sustituido por nada mejor. Puede crecer entonces en nosotros una sensación extraña de culpabilidad: nos hemos quedado sin clave alguna para orientar nuestra vida. ¿Qué podemos hacer?
Lo primero es no ceder a la tristeza ni a la crispación: todo nos está llamando a vivir. Dentro de ese malestar tan persistente hay algo de importancia suma: nuestro deseo de vivir algo más grande y menos postizo, algo más digno y menos artificial. Lo que necesitamos es reorientar nuestra vida. No se trata de corregir un aspecto concreto de nuestra persona. Eso vendrá tal vez después. Ahora lo importante es ir a lo esencial, encontrar una fuente de vida y de salvación.
Hoy no es un domingo más para los cristianos. Con este primer domingo de Adviento comenzamos un nuevo año litúrgico. De ahí, la llamada urgente que se escucha hoy: «Estad en vela», «Daos cuenta del momento que vivís», «Es hora de despertar». Todos hemos de preguntamos qué es lo que estamos descuidando en nuestra vida, qué es lo que hemos de cambiar, a qué hemos de dedicar más atención y más tiempo.
Las palabras de Jesús están dirigidas a todos y a cada uno de nosotros: «Vigilad.» Hemos de reaccionar. Si lo hacemos, viviremos uno de esos raros momentos en que nos sentimos «despiertos» desde lo más hondo de nuestro ser.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
3 de diciembre de 1995

POR FAVOR

Estad en vela.

Estoy en Mugina (Rwanda). Cuando se publiquen estas líneas me encontraré en la región de Butare, cerca de Burundi, impartiendo un curso intensivo de teología a los misioneros de habla castellana de Rwanda. Allí viviremos juntos el adviento y, desde allí, trataré de enviar mis comentarios de los próximos domingos.
Este primer domingo de adviento revivo la misma sensación que tuve el año pasado cuando visité estas tierras: no es lo mismo leer el evangelio desde el bienestar de Europa o desde la miseria y el sufrimiento de Africa.
A pesar de todas las crisis y problemas, en Europa se piensa que el mundo siempre irá a mejor. Nadie espera ni quiere el fin de la historia. Nadie desea que cambien mucho las cosas. En el fondo, nos va bastante bien. Desde esta perspectiva, oír hablar de que un día todo esto puede desaparecer, «suena» a «visiones apocalípticas» nacidas del desvarío de mentes pesimistas.
Todo cambia cuando el mismo evangelio es leído desde el sufrimiento del Tercer Mundo. Cuando la miseria es ya insoportable y el momento presente es vivido como un sufrimiento absolutamente destructor, es fácil percibir por dentro un sentimiento diferente: «Gracias a Dios, esto no durará para siempre.»
Los que sufren así son quienes mejor pueden comprender el mensaje de Cristo: «Felices los que lloran porque de ellos es el Reino de Dios.» Estos hombres y mujeres cuya existencia es dolor están esperando algo nuevo y diferente que responda a sus anhelos más hondos de vida y de paz.
Un día «el sol, la luna y las estrellas temblarán», es decir, todo aquello en que creíamos poder confiar para siempre se hundirá. Nuestras ideas de poder, seguridad y progreso se tambalearán. Todo aquello que no conduce al ser humano a la verdad, la justicia y la fraternidad se derrumbará y «en la tierra habrá angustia de las gentes».
Pero el mensaje de Cristo no es de desesperanza para nadie: «Aun entonces, en el momento de la verdad última, no desesperéis, estad despiertos, manteneos en pie, poned vuestra confianza en Dios.» Estos días, viviendo de cerca el sufrimiento cruel de estas gentes, me he sorprendido a mí mismo pensando algo que puede parecer extraño en un cristiano. No es propiamente una oración a Dios. Es un deseo ardiente y una invocación ante el misterio del dolor humano. Es esto lo que me sale de dentro: «Por favor, que haya Dios.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
29 de noviembre de 1992

DESPERTAR

Estad en vela...

Los ensayos que conozco sobre el momento actual insisten mucho en las contradicciones de la sociedad contemporánea, en la gravedad de la crisis socio-cultural y económica, y en el carácter decadente de este final de siglo.
Sin duda, también hablan de fragmentos de bondad y de belleza, y de gestos de nobleza y generosidad, pero todo ello parece quedar como ocultado por la fuerza del mal, el deterioro de la vida y la injusticia. Al final, todo son «profecías de desventuras».
Se olvida, por lo general, un dato enormemente esperanzador. Está creciendo en la conciencia de muchas personas un sentimiento de indignación ante tanta injusticia, degradación y sufrimiento. Son muchos los hombres y mujeres que no se resignan ya a aceptar una sociedad tan poco humana. De su corazón brota un «no» firme a lo inhumano.
Esta resistencia al mal es común a cristianos y agnósticos. Como decía recientemente el teólogo holandés E. Schillebeeckx, puede hablarse dentro de la sociedad moderna de «un frente común, de creyentes y no creyentes, de cara a un mundo mejor, de aspecto más humano».
En el fondo de esta reacción hay una búsqueda de algo diferente, un reducto de esperanza, un anhelo de algo que en esta sociedad no se ve cumplido. Es el sentimiento de que podríamos ser más humanos, más felices y más buenos en una sociedad más justa, aunque siempre limitada y precaria.
En este contexto cobra una actualidad particular la llamada de Jesús: «Estad en vela.» Son palabras que invitan a despertar y a vivir con más lucidez, sin dejarnos arrastrar o modelar pasivamente por cuanto se impone en esta sociedad.
Tal vez, esto es lo primero. Reaccionar y mantener despierta la resistencia y la rebeldía. Atrevemos a ser diferentes. No actuar como todo el mundo. No identificamos con lo inhumano de esta sociedad. Vivir en contradicción con tanta mediocridad y falta de sensatez. Iniciar la reacción.
Nos deben animar dos convicciones. El hombre no ha perdido su capacidad de ser más humano y de organizar una sociedad más aceptable. Por otra parte, el Espíritu de Dios sigue actuando en la historia y en el corazón de cada persona.
Es posible cambiar el rumbo equivocado que lleva esta sociedad. Lo que se necesita es que cada vez haya más personas lúcidas que se atrevan a introducir sensatez en medio de tanta locura, sentido moral en medio de tanto vacío ético, calor humano y solidaridad en el seno de tanto pragmatismo sin corazón.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
3 de diciembre de 1989

NUNCA ES TARDE

Estad en vela...

Desde que Sigmund Freud formuló la hipótesis de que toda una sociedad en su conjunto puede estar enferma, no han sido pocos los que han analizado sus posibles neurosis y enfermedades.
Recientemente se viene hablando en la sociedad occidental de una «patología de la abundancia» cuyos síntomas son diversos. Un cierto tipo de bienestar fácil puede llegar a atrofiar el crecimiento sano de la persona, aletargando su espíritu y adormeciendo su vitalidad.
Pero, tal vez, uno de sus efectos más graves y generalizados es la frivolidad. La ligereza en el planteamiento de los problemas más serios de la vida. La superficialidad que lo invade casi todo. Este cultivo de lo frívolo se traduce, a menudo, en incoherencias fácilmente detectables entre nosotros.
Se descuida la educación ética en la enseñanza o se eliminan los fundamentos de la vida moral, y luego nos extrañamos por la corrupción de la vida pública.
Se incita a la ganancia del dinero fácil, se promueven los juegos de azar, y luego nos lamentamos de que se produzcan fraudes y negocios sucios.
Se educa a los hijos en la insolidaridad y la búsqueda egoísta de su propio interés, y más tarde sorprende que se desentiendan de sus padres ancianos.
Protestamos del número alarmante de violaciones y agresiones sexuales de todo tipo, pero se sigue fomentando el desenfreno sexual de muchas maneras.
Cada uno se dedica a lo suyo, ignorando a quien no le sirva para su interés o placer inmediato, y luego nos extrañamos de sentirnos terriblemente solos.
Se exalta el amor libre y se trivializan las relaciones extramatrimoniales, y al mismo tiempo nos irritamos ante el sufrimiento inevitable de los fracasos y rupturas de los matrimonios.
Nos alarmamos ante esa plaga moderna de la depresión y el «estrés », pero seguimos fomentando un estilo de vida agitado, superficial y vacío.
De la frivolidad sólo es posible liberarse despertando de la inconsciencia, reaccionando con vigor y aprendiendo a vivir de manera más lúcida.
Este es precisamente el grito del evangelio, al comenzar un nuevo año litúrgico: «Despertad. Sacudíos el sueño. Sed lúcidos». Nunca es tarde para escuchar la llamada de Jesús a «vivir vigilantes», despertando de tanta frivolidad y asumiendo la vida de manera más responsable.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
30 de noviembre de 1986

¿QUEREMOS DE VERDAD LA PAZ?

Estad en vela...

Solemos decir que todos queremos la paz. Las gentes la desean, los políticos la piden, los partidos la incluyen en sus programas. ¿Quién se atrevería hoy a decir lo contrario en medio de un pueblo desgarrado por la violencia y los conflictos de todo orden?
Pero no siempre es cierto lo que los hombres proclamamos individual y colectivamente. Querer la paz no significa solamente lamentar- se de los hechos violentos que suceden entre nosotros. No basta irritarse cada cierto tiempo ante la sangre que se derrama en nuestra tierra.
Tampoco es suficiente esperar a que otros nos la traigan cuanto antes. Ni quedarnos aguardando a que nazca como resultado de un equilibrio de fuerzas o como fruto del juego y las estrategias de los políticos.
Es muy tentador tranquilizar nuestra conciencia, dando por supuesto que nosotros somos ‘buenas personas” que queremos y buscamos la paz y que son los otros “los malos” que no la desean ni la hacen posible.
Por lo general, cada uno de nosotros tiene una imagen interesada de la paz y lo que buscamos en realidad es un orden de cosas tranquilo donde se cumplan nuestros intereses individuales y políticos.
En su Carta Pastoral de Adviento, Mons. Setién nos recuerda que “no hemos de creer que la paz haya de resultar automáticamente sólo con que cada uno busque su propio interés, sin preocuparse de los demás, en virtud de una especie de juego fatal de egoísmos”. La paz no la vamos a hacer pensando cada uno sólo en sus cosas, su ideal político y sus intereses.
Por eso hemos de escuchar una vez más la llamada del evangelio a «despertar” y abrir los ojos. Hemos de preguntarnos cada uno a nosotros mismos, si realmente queremos la paz aunque no responda completamente a nuestros objetivos individuales o de grupo.
Probablemente hoy mismo las urnas reflejarán que la voluntad política de nuestro pueblo está profundamente dividida y que cada partido es solamente “partido”, es decir, algo parcial, que sólo representa a una parte del pueblo.
Cuando se llega a una situación como ésta, se hace más urgente que nunca abrir los ojos para ver hasta qué punto la paz que buscamos cada uno es, de alguna manera, parcial y está teñida por diversos intereses, no todos justos y nobles.
Caminar hacia una paz justa y verdadera para todos, sólo será posible si sabemos escucharnos y buscar juntos lo que hay de justo y bueno en los diversos planteamientos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
27 de noviembre de 1983

UN ADVIENTO PARA LA PACIFICACION

Estad en vela...

Este es el título de la Carta Pastoral que nuestro Obispo nos ha dirigido para despertar una vez más nuestra conciencia y responsabilidad ante la escalada y el crecimiento indiscriminado de la violencia.
Es hora de despertar y movilizar nuestras mejores fuerzas por la paz. Nos puede estar sucediendo también hoy lo que nos recuerda el evangelio. Como en tiempos de Noé, una humanidad distraída en diversos asuntos, no ve acercarse su ruina.
Es una grave equivocación y un pecado vivir hoy en el País Vasco, preocupados cada uno sólo de nuestros pequeños problemas y nuestra felicidad, cerrando los ojos a la violencia que asola nuestra tierra y rehuyendo nuestra propia responsabilidad.
No debemos engañarnos. La paz en el País Vasco no va a nacer espontáneamente del seno de la violencia ni se va a ir afirmando entre nosotros con el mero pasar del tiempo o el cansancio de los contendientes.
La paz tiene su precio y hemos de estar dispuestos a pagarlo. No basta una mayor eficacia policial ni unas medidas técnicas políticas para enraizar a un pueblo en la paz. Es necesario un cambio más profundo en todos.
Necesitamos despertar nuestra conciencia colectiva sobre las graves consecuencias que la violencia puede tener ya para la supervivencia de nuestro pueblo. ¿Qué importarán los diversos planteamientos, estrategias y oportunismos políticos, si, al final, es el pueblo quien queda destrozado, sin la energía necesaria para llevar adelante su recuperación? Más aún. «Qué valen la independencia o la unidad si es a costa de la destrucción de un pueblo? ¿Se le ama así de verdad?» (J.M. Setién, Obispo de San Sebastián).
Si está en juego la vida de nuestro pueblo, somos todo el pueblo los que nos tenemos que comprometer en una lucha por la paz, hemos de manifestar con más firmeza y claridad que la voluntad mayoritaria del pueblo es resolver el problema de Euskadi por vías dignas de nuestra condición humana.
Tenemos el derecho y la obligación de exigir a nuestros partidos, a nuestros dirigentes políticos y a quienes dicen luchar con las armas por nuestra liberación, a que renuncien a actitudes y procedimientos que hacen imposible la paz y amenazan arruinar nuestro futuro.
La paz es posible. Es una necesidad. Es un objetivo al que no podemos renunciar. Los creyentes debemos luchar por ella con la misma fe que anima a nuestro Obispo: «Estamos convencidos de que también hoy los pensamientos de Dios sobre nuestro pueblo son pensamientos de paz, no de desgracia, de darnos un porvenir de esperanza » (Jr 29, 11).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
30 de noviembre de 1980

¿QUE PUEDO YO ANTE LA VIOLENCIA?

Estad en vela.

Vivimos respirando un clima de violencia permanente. Amenazas, extorsiones, secuestros, torturas y muertes violentas de todo signo nos están haciendo ya caer en una espiral de violencia de consecuencias imprevisibles.
Mientras tanto, la repetición constante de las muertes, los comunicados que tratan de «justificar» cada acción violenta, el descrédito sistemático de las víctimas, las campañas que se organizan para legitimar tales muertes.., nos están insensibilizando ante la sangre.
Nos estamos acostumbrando a valorar estas muertes sólo por los efectos políticos y la utilidad que puedan tener para los intereses de un grupo o de otro.
Parece que damos por bueno que no vale lo mismo la vida de todos los hombres. Son bastantes los que, sin mayor reflexión, piensan que hay vidas cuya destrucción es el camino legítimo y necesario para resolver los problemas que hoy tiene nuestro pueblo.
No nos detenemos a medir las consecuencias que estas muertes tienen para las víctimas, familiares y amigos. Y no atendemos a las consecuencias imprevisibles que puede tener para todo nuestro pueblo el deterioro progresivo de la convivencia, la escalada de la violencia, la represión y el miedo, el crecimiento indiscriminado del odio y la venganza.
Es hora de despertar nuestra conciencia cristiana. Hay que reaccionar. Los que nos llamamos creyentes hemos de atrevemos a escuchar con sinceridad la voz de nuestra conciencia y defender nuestra postura públicamente. O ¿hemos olvidado ya que todo hombre es por encima de todo un hermano?
Es necesaria la reacción de todos para que se vea con más claridad que no es legítimo matar en nombre de un pueblo que ni siquiera puede decidir estas acciones que tienen graves repercusiones para nuestra convivencia socio-política.
Todos tenemos siempre algo que aportar: nuestro comportamiento personal, nuestra reacción, el modo de enjuiciar los hechos, nuestro gesto de condena, la defensa pública de toda vida, el apoyo a acciones y cauces pacíficos para resolver nuestros problemas.
Los padres, educadores y todos cuantos tenemos la posibilidad de ejercer alguna influencia en los demás, debemos promover una reacción permanente, activa y responsable frente a tanta injusticia, violencia, terror y sangre. Solo así, escucharemos la llamada de este primer domingo de Adviento: «Estad en vela». «Daos cuenta del momento en que vivís. Ya es hora de despertar...».

José Antonio Pagola


lunes, 18 de noviembre de 2013

24/11/2013 - 34º domingo Tiempo ordinario (C) - Jesucristo Rey del Universo

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Homilias de José Antonio Pagola

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24 de noviembre de 2013

34º domingo Tiempo ordinario (C) - Jesucristo Rey del Universo


EVANGELIO

Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 23,35-43

En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús diciendo:
- A otros ha salvado, que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.
Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:
- Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
- ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.
Pero el otro le increpaba:
- ¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.
Y decía:
- Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino.
Jesús le respondió:
- Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
24 de noviembre de 2013

ACUERDATE DE MÍ

Según el relato de Lucas, Jesús ha agonizado en medio de las burlas y desprecios de quienes lo rodean. Nadie parece haber entendido su vida. Nadie parece haber captado su entrega a los que sufren ni su perdón a los culpables. Nadie ha visto en su rostro la mirada compasiva de Dios. Nadie parece ahora intuir en aquella muerte misterio alguno.
Las autoridades religiosas se burlan de él con gestos despectivos: ha pretendido salvar a otros; que se salve ahora a sí mismo. Si es el Mesías de Dios, el “Elegido” por él, ya vendrá Dios en su defensa.
También los soldados se suman a las burlas. Ellos no creen en ningún Enviado de Dios. Se ríen del letrero que Pilatos ha mandado colocar en la cruz: “Este es el rey de los judíos”. Es absurdo que alguien pueda reinar sin poder. Que demuestre su fuerza salvándose a sí mismo.
Jesús permanece callado, pero no desciende de la cruz. ¿Qué haríamos nosotros si el Enviado de Dios buscara su propia salvación escapando de esa cruz que lo une para siempre a todos los crucificados de la historia? ¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos abandonara para siempre a nuestra suerte?
De pronto, en medio de tantas burlas y desprecios, una sorprendente invocación: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. No es un discípulo ni un seguidor de Jesús. Es un de los dos delincuentes crucificados junto a él. Lucas lo propone como un ejemplo admirable de fe en el Crucificado.
Este hombre, a punto de morir ajusticiado, sabe que Jesús es un hombre inocente, que no ha hecho más que bien a todos. Intuye en su vida un misterio que a él se le escapa, pero está convencido de que Jesús no va a ser derrotado por la muerte. De su corazón nace una súplica. Solo pide a Jesús que no lo olvide: algo podrá hacer por él.
Jesús le responde de inmediato: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Ahora están los dos unidos en la angustia y la impotencia, pero Jesús lo acoge como compañero inseparable. Morirán crucificados, pero entrarán juntos en el misterio de Dios.
En medio de la sociedad descreída de nuestros días, no pocos viven desconcertados. No saben si creen o no creen. Casi sin saberlo, llevan en su corazón una fe pequeña y frágil. A veces, sin saber por qué ni cómo, agobiados por el peso de la vida, invocan a Jesús a su manera. “Jesús, acuérdate de mí” y Jesús los escucha: “Tú estarás siempre conmigo”. Dios tiene sus caminos para encontrarse con cada persona y no siempre pasan por donde le indican los teólogos. Lo decisivo es tener un corazón que escucha la propia conciencia.


José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
21 de noviembre de 2010

CARGAR CON LA CRUZ

Este es el rey de los judíos.

El relato de la crucifixión, proclamado en la fiesta de Cristo Rey, nos recuerda a los seguidores de Jesús que su reino no es un reino de gloria y de poder, sino de servicio, amor y entrega total para rescatar al ser humano del mal, el pecado y la muerte.
Habituados a proclamar la "victoria de la Cruz", corremos el riesgo de olvidar que el Crucificado nada tiene que ver con un falso triunfalismo que vacía de contenido el gesto más sublime de servicio humilde de Dios hacia sus criaturas. La Cruz no es una especie de trofeo que mostramos a otros con orgullo, sino el símbolo del Amor crucificado de Dios que nos invita a seguir su ejemplo.
Cantamos, adoramos y besamos la Cruz de Cristo porque en lo más hondo de nuestro ser sentimos la necesidad de dar gracias a Dios por su amor insondable, pero sin olvidar que lo primero que nos pide Jesús de manera insistente no es besar la Cruz sino cargar con ella. Y esto consiste sencillamente en seguir sus pasos de manera responsable y comprometida, sabiendo que ese camino nos llevará tarde o temprano a compartir su destino doloroso.
No nos está permitido acercarnos al misterio de la Cruz de manera pasiva, sin intención alguna de cargar con ella. Por eso, hemos de cuidar mucho ciertas celebraciones que pueden crear en torno a la Cruz una atmósfera atractiva pero peligrosa, si nos distraen del seguimiento fiel al Crucificado haciéndonos vivir la ilusión de un cristianismo sin Cruz. Es precisamente al besar la Cruz cuando hemos de escuchar la llamada de Jesús: «Si alguno viene detrás de mí... que cargue con su cruz y me siga».
Para los seguidores de Jesús, reivindicar la Cruz es acercarse servicialmente a los crucificados; introducir justicia donde se abusa de los indefensos; reclamar compasión donde sólo hay indiferencia ante los que sufren. Esto nos traerá conflictos, rechazo y sufrimiento. Será nuestra manera humilde de cargar con la Cruz de Cristo.
El teólogo católico Johann Baptist Metz viene insistiendo en el peligro de que la imagen del Crucificado nos esté ocultando el rostro de quienes viven hoy crucificados. En el cristianismo de los países del bienestar está ocurriendo, según él, un fenómeno muy grave: "La Cruz ya no intranquiliza a nadie, no tiene ningún aguijón; ha perdido la tensión del seguimiento a Jesús, no llama a ninguna responsabilidad, sino que descarga de ella".
¿No hemos de revisar todos cuál es nuestra verdadera actitud ante el Crucificado? ¿No hemos de acercarnos a él de manera más responsable y comprometida?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
25 de noviembre de 2007

¿BURLARSE O INVOCAR?

Sálvate a ti mismo.

Lucas describe con acentos trágicos la agonía de Jesús en medio de las burlas y bromas de quienes lo rodean. Nadie parece valorar su gesto. Nadie ha captado su amor a los últimos. Nadie ha visto en su rostro la mirada compasiva de Dios al ser humano.
Desde una cierta distancia, las autoridades religiosas y el pueblo se burlan de Jesús haciendo muecas: A otros ha salvado; que se salve a sí mismo si es el Mesías. Los soldados de Pilato, al verlo sediento, le ofrecen un vino avinagrado muy popular entre ellos, mientras se ríen de él: Si tú eres rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Lo mismo le dice uno de los delincuentes, crucificado junto a él: ¿No eres el Mesías? Pues sálvate a ti mismo.
Hasta tres veces repite Lucas la burla: Sálvate a ti mismo. ¿Qué Mesías puede ser éste si no tiene poder para salvarse a sí mismo? ¿Qué clase de Rey puede ser? ¿Cómo va a salvar a su pueblo de la opresión de Roma si no puede escapar de los cuatro soldados que vigilan su agonía? ¿Cómo va a estar Dios de su parte si no interviene para liberarlo?
De pronto, en medio de tanta burla, una invocación: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Es el otro delincuente que reconoce la inocencia de Jesús, confiesa su culpa y lleno de confianza en el perdón de Dios, sólo pide a Jesús que se acuerde él. Jesús le responde de inmediato: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Ahora están los dos agonizando, unidos en el desamparo y la impotencia. Pero hoy mismo estarán los dos juntos disfrutando de la vida del Padre.
¿Qué sería de nosotros si el Enviado de Dios buscara su propia salvación escapando de esa cruz que lo une para siempre a todos los crucificados de la historia? ¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos dejara hundidos en nuestro pecado y en nuestra impotencia ante la muerte?
Hay quienes también hoy se burlan del Crucificado. No saben lo que hacen. No lo harían con Che Guevara ni con Martin Luther King. Se están burlando del hombre más humano que ha dado la historia. ¿Cuál es la postura más digna ante ese Crucificado, revelación suprema de la cercanía de Dios al sufrimiento del mundo, burlarse de él o invocarlo?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
21 de noviembre de 2004

MÁRTIR FIEL

Éste es el rey de los judíos.

Los cristianos hemos atribuido al Crucificado diversos nombres: «redentor», «salvador», «rey», «liberador». Podemos acercamos a él agradecidos: él nos ha rescatado de la perdición. Podemos contemplarlo conmovidos: nadie nos ha amado así. Podemos abrazamos a él para encontrar fuerzas en medio de nuestros sufrimientos y penas.
Pero entre los primeros cristianos se le llamaba también «mártir», es decir «testigo». Un escrito llamado Apocalipsis, redactado hacia el año 95, ve en el crucificado al «mártir fiel», «testigo fiel». Desde la cruz, Jesús se nos presenta como testigo fiel de un modo de entender y de vivir la existencia identificado con los últimos.
Se identificó tanto con las víctimas inocentes que terminó como ellas. Su palabra molestaba. Había ido demasiado lejos al hablar de Dios y su justicia. Ni el Imperio ni el Templo lo podían consentir. Había que eliminarlo. Probablemente, antes de que Pablo comenzara a elaborar su teología de la Cruz, entre los pobres de Galilea se vivía esta convicción: «ha muerto por nosotros», «por defendernos hasta el final», «por atreverse a hablar de Dios como defensor de los últimos».
Al mirar al Crucificado, deberíamos recordar instintivamente el dolor y la humillación de tantas víctimas desconocidas que, a lo largo de la historia, han sufrido, sufren y sufrirán olvidadas por casi todos. Sería una burla besar al Crucificado, invocarlo o adorarlo como Rey, mientras vivimos indiferentes a todo sufrimiento que no sea el nuestro.
El Crucifijo está desapareciendo de nuestros hogares e instituciones, pero los crucificados siguen ahí. Los podemos ver todos los días en cualquier telediario. Hemos de aprender a venerar al Crucificado no en un pequeño crucifijo sino en las víctimas inocentes del hambre y de las guerras, en las mujeres asesinadas por sus parejas, en los que se ahogan al hundirse sus pateras.
Confesar al Crucificado como Rey no es sólo hacer grandes profesiones de fe. La mejor manera de aceptarlo como Señor es imitarle viviendo un poco más identificados con quienes sufren injustamente.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
25 de noviembre de 2001

LA MALDICIÓN DE LA LEY

Éste es el rey de los judíos.

La escena es cruel. Según el relato de Lucas, Jesús es crucificado en medio de la burla general. Las «autoridades», los «soldados» y el «pueblo» se ríen de aquel hombre que es crucificado, no por gentes perversas, sino por los representantes autorizados de la ley.
Con poderosa intuición, Pablo de Tarso muestra la fuerza salvadora de esta «ejecución» de Cristo teniendo como telón de fondo los dos intentos más extraordinarios que se han hecho para salvar al mundo del caos: la sabiduría griega y la ley judía: «Los judíos piden signos y los griegos buscan sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles» (1 Co 1, 23-24).
Éste es el pensamiento de Pablo. La «sabiduría griega» pretende estructurar el mundo siguiendo la lógica de la racionalidad, pero según «su» lógica, los sabios de Grecia construyen la República sobre un sector de innumerables esclavos y proscritos. La «ley judía», por su parte, pretende poner justicia en el mundo imponiendo la ley pero, siguiendo la ley, se termina matando al inocente Jesús.
En la cruz se revela otra dinámica. «En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo y no imputándole sus delitos» (2 Co 5, 19). Siguiendo la lógica humana y la dinámica de la ley, Dios debería destruir a quien crucifica a su Hijo inocente. No lo hace porque sigue otra «sabiduría»: la de salvar el mundo desde el amor y la reconciliación. Pablo lo afirma con júbilo: «Cristo nos ha liberado de la maldición de la ley» (Ga 3, 13).
Desde el 11 de septiembre vivo con el corazón encogido y apenado al ver lo poco que hemos aprendido de esa «sabiduría» de Dios. Nuestra lógica de la ley nos ha llevado una vez más a creer en la guerra como única vía hacia la paz; no se han hecho esfuerzos serios por buscar previamente caminos menos violentos; se han dejado a un lado los auténticos principios de la civilización: los derechos de los pueblos y de las personas; se busca a los culpables «vivos o muertos», al margen de cualquier procedimiento judicial, según un sistema primitivo en el que no hay que dar cuentas a nadie.
Yo no quiero esta guerra porque, como todas, es injusta. No quiero víctimas inocentes ni en Estados Unidos, ni en Afganistán, ni en Iraq. No quiero terror en Nueva York, ni en Kabul, ni en Bagdad. No quiero ver a la Humanidad bajo la maldición de una ley que nos lleva una y otra vez a matar.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
22 de noviembre de 1998

¿BURLARSE O INVOCAR?

Se burlaban de él…

Son muchos los que se ríen hoy de las creencias religiosas y hacen caricatura permanente del creyente. Basta encender el televisor o asomarse a las revistas y semanarios de moda, para encontrarse con toda clase de burlas y parodias sobre el hecho religioso. Se diría que una actitud de modernidad y permisividad progresista ha de llevar consigo necesariamente el sarcasmo y la irreverencia hacia todo lo sagrado.
A veces da la impresión de que el creyente ha de ser considerado como un estúpido al que, en el fondo, se tolera, pero cuya postura religiosa dice muy poco en favor de su madurez humana y cultural. Si la fe es «eso» que nos presenta tantas veces la pequeña pantalla del televisor, ciertamente está destinada a ser alimento de personas enfermas y subdesarrolladas. Los ataques y las burlas se crecen todavía más cuando se trata de presentar a la Iglesia como una institución reaccionaria, totalitaria y ligada siempre al poder.
Ciertamente, en la historia pasada y presente de la Iglesia, hay muchas facetas sombrías y a nadie nos ha de extrañar que sean bastantes los que se crean con derecho a «pasarle factura». Pero, ¿se puede, sin ignorancia o mala fe, silenciar tantos aspectos positivos del cristianismo y reducir la historia de la Iglesia a la vida de los Borgia, la actuación de la Inquisición española, la condena de Galileo u otros episodios semejantes presentados de manera simplista y sin apenas rigor alguno?
Lo más lamentable no es, sin embargo, el rebrote de anticlericalismo, fenómeno, por otra parte, estéril y superado ya en la mayoría de los países europeos. Lo importante es preguntamos qué hemos de hacer después de burlamos de todo lo sagrado. Porque las preguntas más fundamentales siguen vivas en el corazón del hombre: ¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Qué nos espera?
¿Hasta dónde hay que continuar la farsa? ¿Es más humano este hombre superficial que se defiende de Dios burlándose de Él, o aquel que busca un sentido último al misterio de la existencia dispuesto a abrirse a todo ofrecimiento de salvación? ¿Cuál es la postura más humana ante Cristo crucificado, culmen de la cercanía de Dios a los hombres? ¿La postura de los soldados que se burlan de él, o la oración del malhechor que le grita: «Acuérdate de mí»?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
26 de noviembre de 1995

LA EXPERIENCIA DEL INCURABLE

Jesús, acuérdate de mí.

Todos sabemos, desde muy temprano, que hemos de morir. Pero vivimos como si la muerte no fuera con nosotros. Nos parece natural que mueran los demás, incluso esos seres queridos cuya desaparición nos apenará profundamente. Pero nos cuesta «imaginar» que también nosotros moriremos. No negamos con nuestra cabeza que algún día lejano e incierto será así. Es otra cosa. C. Castilla del Pino dice que se trata de una singular «negación emocional» que nos permite vivir y proyectar el futuro como si, de hecho, no fuéramos a morir nunca.
Sin embargo, el desarrollo de la medicina moderna está provocando cada vez más situaciones de personas que se ven obligadas a vivir la experiencia de saber o de intuir que, en un plazo más o menos breve, van a vivir su propia muerte. Cualquiera de nosotros puede sufrir hoy una intervención «a vida o muerte» o verse sometido a los largos tratamientos de una enfermedad terminal.
Las reacciones pueden ser diversas. Es normal que, de pronto, se despierte el miedo. La persona se siente «atrapada». Impotente ante un mal que puede acabar con su vida. Enseguida comienzan a brotar preguntas inquietantes: ¿He de morir ya? Y, ¿cuándo y cómo será?, ¿qué sentiré en esos momentos?, ¿qué sucederá después?, ¿terminará todo en la muerte?, ¿será verdad que me encontraré con Dios?
Estas preguntas, planteadas desde una actitud de angustia reprimida y formuladas una y otra vez en lo secreto de uno mismo, no hacen bien. La postura ha de ser otra. Es el momento de vivir más intensamente que nunca el regalo de cada día. Es ahora cuando se puede vivir con más verdad y también con más amor. Sin perder la confianza en Dios, comunicándose con la persona amiga, colaborando con los médicos para vivir con dignidad y sin sufrir mucho.
El doctor Reil, eminente médico del pasado siglo, decía que «los enfermos incurables pierden la vida, pero no la esperanza». Tal vez, éste es el gran reto del incurable: no perder la esperanza. Pero, ¿esperanza en qué?, ¿esperanza en quién? En un Congreso reciente, el profesor Laín Entralgo nos hablaba de esa «esperanza genuina» que, según los estudios del médico de Heilderberg, H. Plügge, habita a la persona ante la muerte, y que se da incluso en quien no profesa religión alguna. Una esperanza oculta que no se orienta hacia este mundo ni hacia las cosas de esta vida, sino que tiende hacia algo indeterminado y apunta a la vida como aspiración firme y segura del ser humano.
El incurable creyente confía todo este anhelo de vida en manos de Dios. Todo lo demás se hace secundario. No importan los errores pasados, la infidelidad o la vida mediocre. Ahora sólo cuenta la bondad y la fuerza salvadora de Dios. Por eso, de su corazón brota una oración semejante a la del malhechor moribundo en la cruz: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. » Una oración que es invocación confiada, petición de perdón y, sobre todo, acto de fe viva en un Dios salvador.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
22 de noviembre de 1992

TODO TERMINARA BIEN

Acuérdate de mí.

Estadísticas realizadas en diversos países de Europa muestran que sólo un cuarenta por ciento de las personas creen hoy en la vida eterna y que, además, para muchas de ellas esta fe ya no tiene fuerza o significado alguno en su vida diaria.
Pero lo más sorprendente en estas estadísticas es algo que también entre nosotros he podido comprobar en más de una ocasión. No son pocos los que dicen creer realmente en Dios y, al mismo tiempo, piensan que no hay nada más allá de la muerte.
Y, sin embargo, creer en la vida eterna no es una arbitrariedad de algunos cristianos, sino la consecuencia de la fe en un Dios al que sólo le preocupa la felicidad total del ser humano. Un Dios que, desde lo más profundo de su ser de Dios, busca el bien final de toda la creación.
Antes que nada, hemos de recordar que la muerte es el acontecimiento más trágico y brutal que nos espera a todos. Inútil querer olvidarlo. La muerte está ahí, cada día más cercana. Una muerte absurda y oscura que nos impide ver en qué terminarán nuestros deseos, luchas y aspiraciones. ¿Ahí se acaba todo? ¿Comienza precisamente ahí la verdadera vida?
Nadie tiene datos científicos para decir nada con seguridad. El ateo «cree» que no hay nada después de la muerte, pero no tiene pruebas científicas para demostrarlo. El creyente «cree» que nos espera una vida eterna, pero tampoco tiene prueba científica alguna. Ante el misterio de la muerte, todos somos seres radicalmente ignorantes e impotentes.
La esperanza de los cristianos brota de la confianza total en el Dios de Jesucristo. Todo el mensaje y el contenido de la vida de Jesús, muerto violentamente por los hombres pero resucitado por Dios para la vida eterna, les lleva a esta convicción: «La muerte no tiene la última palabra. Hay un Dios empeñado en que los hombres conozcan la felicidad total por encima de todo, incluso por encima de la muerte. Podemos confiar en él.»
Ante la muerte, el creyente se siente indefenso y vulnerable como cualquier otro hombre; como se sintió, por otra parte, el mismo Jesús. Pero hay algo que, desde el fondo de su ser, le invita a fiarse de Dios más allá de la muerte y a pronunciar las mismas palabras de Jesús: «Padre, en tus manos dejo mi vida.» Este es el núcleo esencial de la fe cristiana: dejarse amar por Dios hasta la vida eterna; abrirse confiadamente al misterio de la muerte, esperándolo todo del amor creador de Dios.
Esta es precisamente la oración del malhechor que crucifican junto a Jesús. En el momento de morir, aquel hombre no encuentra nada mejor que confiarse enteramente a Dios y a Cristo: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino.» Y escucha esa promesa que tanto consuela al creyente: « Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
26 de noviembre de 1989

DESPUES DE LA BURLA

Se burlaban de él...

Son muchos los que se ríen hoy de las creencias religiosas y hacen caricatura permanente del creyente. Basta encender el televisor o asomarse a las revistas y semanarios de moda, para encontrarse con toda clase de burlas y parodias sobre el hecho religioso.
Se diría que una actitud de modernidad y permisividad progresista ha de llevar consigo necesariamente el sarcasmo y la irreverencia hacia todo lo sagrado.
A veces da la impresión de que el creyente ha de ser considerado como un estúpido al que, en el fondo, se tolera pero cuya postura religiosa dice muy poco en favor de su madurez humana y cultural.
Si la fe es “eso” que nos presenta tantas veces la pequeña pantalla del televisor, ciertamente está destinada a ser alimento de personas enfermas y subdesarrolladas.
Los ataques y las burlas se crecen todavía más cuando se trata de presentar a la Iglesia como una institución reaccionaria, totalitaria y ligada siempre al poder.
Ciertamente, en la historia pasada y presente de la Iglesia, hay muchas facetas sombrías y a nadie nos ha de extrañar que sean bastantes los que se crean con derecho a “pasarle la factura”.
Pero, ¿se puede, sin ignorancia o mala fe, silenciar tantos aspectos positivos del cristianismo y reducir la historia de la Iglesia a la vida de los Borgia, la actuación de la Inquisición española, la condena de Galileo u otros episodios semejantes presentados de manera simplista y sin apenas rigor alguno?
Lo más lamentable no es, sin embargo, el rebrote de anticlericalismo, fenómeno, por otra parte, estéril y superado ya en la mayoría de los países europeos.
Lo importante es preguntarnos qué hemos de hacer después de burlarnos de todo lo sagrado. Porque las preguntas más fundamentales siguen vivas en el corazón del hombre: ¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Qué nos espera?  
¿Hasta dónde hay que continuar la farsa? ¿Es más humano este hombre superficial que se defiende de Dios burlándose de él o aquel que busca un sentido último al misterio de la existencia dispuesto a abrirse a todo ofrecimiento de salvación?
¿Cuál es la postura más humana ante Cristo crucificado, culmen de la cercanía de Dios a los hombres? ¿La postura de los soldados que se burlan de él o la oración del malhechor que le grita: “Acuérdate de mí”?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
23 de noviembre de 1986

CON LA PROPIA SANGRE

Este es el Rey...

De manera paradójica, el día en que celebramos a Cristo como Rey, se nos ofrece a los creyentes la imagen de Jesús reinando desde una cruz. Un Rey que establece su reino de justicia y paz a base de su propia sangre.
Hay en la cruz un mensaje que no siempre hemos escuchado los cristianos y es éste: Al hombre se le salva derramando por él nuestra propia sangre y no la de los otros.
¿Puede este Jesús crucificado decirnos algo válido, vivo, concreto a los que estamos viviendo envueltos por la violencia y el terrorismo?
¿Es el mensaje de la cruz inservible? ¿Es una utopía inútil y perniciosa recordar que desde la fe en el crucificado es más humano dejar- se matar por una causa que matar por ella? ¿No vamos a gritar nunca los creyentes nuestra fe con radicalidad?
Todos sabíamos que la violencia deshumaniza profundamente al que la práctica y que desata una lógica de violencia siempre mayor. Pero en estos momentos lo estamos comprobando con una crudeza y brutalidad desconocidas.
La violencia terrorista no parece tener ya límite ni control alguno. La ejecución inútil de un secuestrado, sin la mínima consideración de su vida, está más allá de toda violencia que se pretenda poner al servicio de una causa. Quien mata con esta frialdad se degrada como hombre y no puede ayudarnos a construir ninguna sociedad más humana.
Por otra parte, la exasperación y la agresividad van creciendo de manera incontenible. Hemos comenzado a escuchar palabras casi rituales de maldición sobre los asesinos. Se empieza a hablar de «guerra sucia» y de nueva ley del talión «vida por vida, secuestro por secuestro». Crece el deseo casi instintivo de aplastar el terrorismo por cualquier medio.
Pero, ¿es así como lograremos una convivencia más pacífica en el País Vasco? La violencia no queda erradicada sólo por haber sido aplastada por una violencia más poderosa. Una aparente victoria sobre el terrorismo a base de un terror mayor sólo generará nueva violencia y agresividad.
Jesús no ha creído nunca en la fuerza, la violencia o el terror como solución para establecer una sociedad más justa, libre y fraterna. Lo importante no es herir y aplastar al otro, sino desarmarlo como enemigo. Luchar por todos los medios para que la violencia no sea necesaria. Buscar toda clase de caminos para que el del terrorismo sea cada vez más injustificable.
Jesús muerto en la cruz en actitud de respeto total al hombre nos desenmascara e interpela a todos. No avanzaremos hacia una sociedad más humana si, para lograrla, comenzamos nosotros mismos por violar los derechos del hombre, pisotear su dignidad y destruir incluso su vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
20 de noviembre de 1983

MANIPULACION DE UN REY

Este es el Rey de los judíos.

La imagen que cada uno de los cristianos nos hacemos de Cristo tiene una importancia decisiva pues condiciona esencialmente nuestra manera de entender y vivir la fe cristiana.
Una imagen unilateral y falseada de Cristo nos llevará inevitablemente a vivir la fe de una manera unilateral y falsa. De ahí la importancia de tomar conciencia de las posibles deformaciones y manipulaciones que consciente o inconscientemente adulteran nuestra fe.
Puede suceder que, en lugar de adherirnos a Cristo y escuchar su mensaje interpelador, estemos proyectando sobre Jesús nuestros deseos, anhelos y aspiraciones, convirtiendo a Cristo en mero símbolo de nuestra propia ideología al servicio de nuestros propios intereses.
Algo de esto ha sucedido, sin duda, con Cristo Rey. Con frecuencia, una imagen falsa de un Cristo Rey poderoso ha servido para personificar y exaltar el poder absoluto, y para legitimar y sacralizar sistemas totalitarios ajenos a la concepción cristiana del hombre.
Este Cristo Rey venerado con devoción en los altares, adorado como Señor en la Eucaristía, paseado procesionalmente por nuestras calles como Rey de reyes, y presente en nuestras ciudades desde imágenes y monumentos, no es, sin embargo, principio de renovación y transformación de esa sociedad.
Al contrario, la nación es solemnemente consagrada a Cristo Rey, pero no en una actitud de conversión individual y colectiva, sino en un gesto que fortalece, confirma y sacraliza una situación ideológica y un sistema social determinados.
Entonces, el «viva Cristo Rey» ya no es una confesión de fe, sino un grito de guerra para atacar a todo el que trate de cambiar el sistema o defienda una causa diferente a «los guerrilleros de Cristo Rey».
Y de esta manera, una vez más Cristo es instrumentalizado al servicio de movimientos, «cruzadas» y guerras santas que poco tienen que ver con el evangelio de Jesús.
La reacción contraria es clara. Un Cristo proletario, subversivo y revolucionario servirá para impulsar y sacralizar acciones violentas de signo contrario.
Y, mientras tanto, seguirá sin escucharse el mensaje de aquel Jesús que prefirió morir antes que matar. Aquel Cristo que reina desde la cruz y no desde el poder.
Es una manipulación matar a un hombre en nombre de Cristo Rey o de Jesús Revolucionario. No se puede sacralizar en nombre de Cristo ningún terrorismo de derechas ni de izquierdas. No se puede legitimar ninguna violencia destructora ni de arriba ni de abajo en nombre de aquél que nos llama a construir una sociedad de hermanos.

José Antonio Pagola