lunes, 28 de mayo de 2012

03/06/2012 - La Santísima Trinidad (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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Nuevas Charlas de Jose Antonio Pagola

El próximo día 30 de mayo de 2012 en el Aula Magna del Seminario Diocesano de VitoriaJose Antonio Pagola dará dos charlas una a las 12.00 horas y otra a las 20.00 horas, con el título "Liberar la fuerza del Evangelio",
dentro de las jornadas "Palabra y Misión", organizadas por el Servicio Diocesano de Animación Bíblica de la Pastoral y la Facultad de Teología de Vitoria, que se celebrarán los días 20,30 y 31 de mayo. (Mas información)
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3 de junio de 2012

La Santísima Trinidad (B)


EVANGELIO

Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
- «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.
Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
3 de junio de 2012

EL MEJOR AMIGO

En el núcleo de la fe cristiana en un Dios trinitario hay una afirmación esencial. Dios no es un ser tenebroso e impenetrable, encerrado egoístamente en sí mismo. Dios es Amor y solo Amor. Los cristianos creemos que en el misterio último de la realidad, dando sentido y consistencia a todo, no hay sino Amor.
Jesús no ha escrito ningún tratado acerca de Dios. En ningún momento lo encontramos exponiendo a los campesinos de Galilea doctrina sobre él. Para Jesús, Dios no es un concepto, una bella teoría, una definición sublime. Dios es el mejor Amigo del ser humano.
Los investigadores no dudan de un dato que recogen los evangelios. La gente que escuchaba a Jesús hablar de Dios y le veía actuar en su nombre, experimentaba a Dios como una Buena Noticia. Lo que Jesús dice de Dios les resulta algo nuevo y bueno. La experiencia que comunica y contagia les parece la mejor noticia que pueden escuchar de Dios. ¿Por qué?
Tal vez lo primero que captan es que Dios es de todos, no solo de los que se sienten dignos para presentarse ante él en el templo. Dios no está atado a un lugar sagrado. No pertenece a una religión. No es propiedad de los piadosos que peregrinan a Jerusalén. Según Jesús, "hace salir su sol sobre buenos y malos". Dios no excluye ni discrimina a nadie. Jesús invita a todos a confiar en él: "Cuando oréis decid: ¡Padre!".
Con Jesús van descubriendo que Dios no es solo de los que se acercan a él cargados de méritos. Antes que a ellos, escucha a quienes le piden compasión porque se sienten pecadores sin remedio. Según Jesús, Dios anda siempre buscando a los que viven perdidos. Por eso se siente tan amigo de pecadores. Por eso les dice que él "ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido".
También se dan cuenta de que Dios no es solo de los sabios y entendidos. Jesús le da gracias al Padre porque le gusta revelar a los pequeños cosas que les quedan ocultas a los ilustrados. Dios tiene menos problemas para entenderse con el pueblo sencillo que con los doctos que creen saberlo todo.
Pero fue, sin duda, la vida de Jesús, dedicado en nombre de Dios a aliviar el sufrimiento de los enfermos, liberar a  poseídos por espíritus malignos, rescatar a leprosos de la marginación, ofrecer el perdón a pecadores y prostitutas..., lo que les convenció que Jesús experimentaba a Dios como el mejor Amigo del ser humano, que solo busca nuestro bien y solo se opone a lo que nos hace daño. Los seguidores de Jesús nunca pusieron en duda que el Dios encarnado y revelado en Jesús es Amor y solo Amor hacia todos.

 José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
7 de junio de 2009

LO ESENCIAL DEL CREDO

… en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

A lo largo de los siglos, los teólogos cristianos han elaborado profundos estudios sobre la Trinidad. Sin embargo, bastantes cristianos de nuestros días no logran captar qué tienen que ver con su vida esas admirables doctrinas.
Al parecer, hoy necesitamos oír hablar de Dios con palabras humildes y sencillas, que toquen nuestro pobre corazón, confuso y desalentado, y reconforten nuestra fe vacilante. Necesitamos, tal vez, recuperar lo esencial de nuestro credo para aprender a vivirlo con alegría nueva.
«Creo en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra». No estamos solos ante nuestros problemas y conflictos. No vivimos olvidados Dios es nuestro «Padre» querido. Así lo llamaba Jesús y así lo llamamos nosotros. Él es el origen y la meta de nuestra vida. Nos ha creado a todos sólo por amor, y nos espera a todos con corazón de Padre al final de nuestra peregrinación por este mundo.
Su nombre es hoy olvidado y negado por muchos. Nuestros hijos se van alejando de él, y los creyentes no sabemos contagiarles nuestra fe, pero Dios nos sigue mirando a todos con amor. Aunque vivamos llenos de dudas, no hemos de perder la fe en un Dios Creador y Padre pues habríamos perdido nuestra última esperanza.
«Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor». Es el gran regalo que Dios ha hecho al mundo. Él nos ha contado cómo es el Padre. Para nosotros, Jesús nunca será un hombre más. Mirándolo a él, vemos al Padre: en sus gestos captamos su ternura y comprensión. En él podemos sentir a Dios humano, cercano, amigo.
Este Jesús, el Hijo amado de Dios, nos ha animado a construir una vida más fraterna y dichosa para todos. Es lo que más quiere el Padre. Nos ha indicado, además, el camino a seguir: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Si olvidamos a Jesús, ¿quién ocupará su vacío?, ¿quién nos podrá ofrecer su luz y su esperanza?
«Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida». Este misterio de Dios no es algo lejano. Está presente en el fondo de cada uno de nosotros. Lo podemos captar como Espíritu que alienta nuestras vidas, como Amor que nos lleva hacia los que sufren. Este Espíritu es lo mejor que hay dentro de nosotros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
11 de junio de 2006

SÓLO AMOR

… en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

¿Es necesario creer en la Trinidad, ¿se puede?, ¿sirve para algo?, ¿no es una construcción intelectual innecesaria?, ¿cambia en algo nuestra fe en Dios y nuestra vida cristiana si no creemos en el Dios trinitario? Hace dos siglos Kant escribía estas palabras: «Desde el punto de vista práctico, la doctrina de la Trinidad es perfectamente inútil».
Nada más lejos de la realidad. La fe en la Trinidad cambia no sólo nuestra manera de mirar a Dios sino también nuestra manera de entender la vida. Confesar la Trinidad de Dios es creer que Dios es un misterio de comunión y de amor. Dios no es un ser frío, cerrado e impenetrable, inmóvil e indiferente. Dios es un foco de amor insondable. Su intimidad misteriosa es sólo amor y comunicación. Consecuencia: en el fondo último de la realidad dando sentido y existencia a todo no hay sino Amor. Todo lo existente viene del Amor.
El Padre es Amor originario, la fuente de todo amor. Él empieza el amor: «Sólo él empieza a amar sin motivos, es más, es él quien desde siempre ha empezado a amar» (E. Jüngel). El Padre ama desde siempre y para siempre, sin ser obligado ni motivado desde fuera. Es el «eterno Amante». Ama y seguirá amando siempre. Nunca retirará su amor y fidelidad. De él sólo brota amor. Consecuencia: creados a su imagen, estamos hechos para amar. Sólo amando acertamos a vivir plenamente.
El ser del Hijo consiste en recibir el amor del Padre. Él es el «Amado eternamente» antes de la creación del mundo. El Hijo es el Amor que acoge, la respuesta eterna al amor del Padre. El misterio de Dios consiste pues en dar y en recibir amor. En Dios, dejarse amar no es menos que amar. ¡Recibir amor es también divino! Consecuencia: creados a imagen de Dios, estamos hechos no sólo para amar sino para ser amados.
El Espíritu Santo es la comunión del Padre y del Hijo. Él es el Amor eterno entre el Padre amante y el Hijo amado, el que revela que el amor divino no es cerrazón o posesión celosa del Padre ni acaparamiento egoísta del Hijo. El amor verdadero es siempre apertura, don, comunicación hasta sus criaturas. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5, 5). Consecuencia: creados a imagen de ese Dios, estamos hechos para amarnos mutuamente sin acaparar y sin encerrarnos en amores ficticios y egoístas.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
15 de junio de 2003

LA FIESTA DE DIOS

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

¿Cómo se comunicaba Jesús con Dios?, ¿qué sentimientos despertaba en su corazón?, ¿cómo le experimentaba día a día? Una cuidadosa investigación lleva a una doble conclusión: Jesús le sentía a Dios como Padre, y lo vivía todo impulsado por su Espíritu.
Jesús se sentía «hijo querido» de Dios. Siempre que se comunica con él, lo llama Padre. No le sale otra palabra. Para él, Dios no es el «Santo» del que hablan todos, sino el «Compasivo». No habita en el Templo acogiendo sólo a los de corazón limpio y manos inocentes. Jesús lo ve llenando la creación entera, sin excluir a nadie de su amor compasivo. Cada mañana disfruta porque Dios hace salir su sol sobre buenos y malos.
Ese Padre tiene un gran proyecto en su corazón: hacer de la tierra una casa habitable. Jesús no duda. Dios no descansará hasta ver a sus hijos e hijas disfrutando juntos de una fiesta final. Nadie lo podrá impedir: ni la crueldad de la muerte ni la injusticia de los hombres. Como nadie puede impedir que llegue la primavera y lo llene todo de vida.
Jesús vive lleno de Dios, y movido por su Espíritu, sólo se dedica a una cosa: hacer un mundo más humano para todos. Todos han de conocer la Buena Noticia, sobre todo los que menos se lo esperan: los pecadores y los despreciados. Dios no da a nadie por perdido. A todos busca, a todos llama. No vive controlando a sus hijos, sino abriendo a cada uno caminos hacia una vida más humana. Quien escucha hasta el fondo su propio corazón, le está escuchando a él.
Ese Espíritu le empuja a Jesús hacia los que más sufren. Es normal, pues ve grabados en el corazón de Dios los nombres de los más solos y desgraciados. Los que para nosotros no son nadie, ésos son precisamente los predilectos de Dios. Jesús sabía que a ese Dios no le entienden los grandes sino los pequeños. Su amor lo descubren quienes le buscan porque no tienen a nadie que enjugue sus lágrimas.
La mejor manera de creer en el Dios trinitario no es tratar de entender las explicaciones de los teólogos, sino seguir los pasos de Jesús que vivió como Hijo querido de un Dios Padre y que, movido por su Espíritu, se dedicó a hacer un mundo más amable para todos. Es bueno recordarlo hoy que celebramos la fiesta de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
18 de junio de 2000

TERNURA

.... en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

El misterio de Dios supera infinitamente lo que la mente humana puede captar. Pero Dios ha creado nuestro corazón con un deseo infinito de buscarle de tal manera que no encontrará descanso más que en Él., Nuestro corazón, con su deseo insaciable de amar y ser amado, nos abre un resquicio para intuir el misterio inefable de Dios.
En el delicioso relato de «El Principito», A. de Saint Exupéry hace esta admirable afirmación: «Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos». Es una forma bella de exponer la intuición de los teólogos medievales:
«Ubi amor, ibi est oculus»: «donde reina el amor, allí hay ojos que saben ver». San Agustín lo había dicho de un modo más directo: «Si ves el amor, ves la Trinidad».
Cuando el cristianismo habla de la Trinidad quiere decir que Dios, en su misterio más íntimo, es amor compartido. Dios no es una idea oscura y abstracta; no es una energía oculta, una fuerza peligrosa; no es un ser solitario y sin rostro, apagado e indiferente; no es una sustancia fría e impenetrable. Dios es Ternura desbordante de amor.
Ese Dios trinitario es fuente y cumbre de toda ternura. La ternura inscrita en el ser humano tiene su origen y su meta en la Ternura que constituye el misterio de Dios. Por eso, la ternura no es un sentimiento más; es signo de madurez y vitalidad interior; brota en un corazón libre, capaz de ofrecer y de recibir amor, un corazón «parecido» al de Dios.
La ternura es la «huella» más clara de Dios en la creación; lo mejor que ha desarrollado la historia humana; lo que mide el grado de humanidad de una persona. Esta ternura se opone a dos actitudes muy difundidas en nuestra cultura: la «dureza de corazón» entendida como barrera, como muro, como apatía e indiferencia ante el otro; el «repliegue sobre uno mismo», el egocentrismo, la ausencia de solicitud y cuidado del otro.
El mundo se encuentra ante una grave alternativa entre una «cultura de la ternura» y, por tanto, del amor y de la vida, o una «cultura del egoísmo», y por tanto, de la indiferencia, la violencia y la muerte. Quienes creen en la Trinidad saben qué han de promover.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
25 de mayo de 1997

MISTERIO

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Lo sepa o no, el ser humano está siempre remitido a un Misterio sagrado que lo constituye y orienta desde el fondo de su existencia. Este Misterio es lo más originario y fundamental de nuestro ser, pero, por ello mismo, lo más oculto y desapercibido. Nos habla con más claridad cuando guardamos silencio, y se nos hace más presente cuando, desde la experiencia de nuestros propios límites, captamos su ausencia. A este Misterio los creyentes llamamos Dios.
Es posible que alguno no caiga nunca en cuenta de su presencia, pero él constituye lo más íntimo en nosotros y, a la vez, lo más trascendente. El hombre o la mujer que acoge su propia existencia con amor y responsabilidad absoluta, el que busca y espera con confianza la plenitud de la vida, se está encontrando con Dios, cualquiera que sea el nombre que le dé. En realidad, su verdadero nombre sólo es pronunciado con verdad cuando enmudecemos ante su Misterio.
Es difícil captar, bajo el trajín de la vida diaria, las experiencias más profundas de nuestra existencia, pero todos sabe mos que nadie es dueño de su propia vida: todos venimos de lo desconocido y nos encaminamos hacia lo desconocido. Lo queramos o no, hemos de tomar postura ante el Misterio que nos envuelve. Podemos cerrar los ojos a lo esencial de la existencia y encerrarnos en nuestra propia finitud o podemos abrirnos confiadamente al Misterio que intuimos en el fondo de todo. A esto último los creyentes llamamos creer en Dios.
Quien se abre así a Dios puede experimentar, en su historia más íntima, que ese Misterio silencioso y lejano es, al mismo tiempo, amor cercano. Ese amor de Dios es la salvación del ser humano y el verdadero sentido de todo cuanto existe. A este amor de Dios intuido de alguna manera en lo hondo de nuestra existencia llamamos los cristianos gracia.
Esta gracia es ofrecida a todos como luz y como promesa de vida eterna. Actúa en cada hombre y en cada mujer desde el fondo de su ser, aun antes de que asuma una religión o entre en una iglesia. Toda persona puede acoger ese amor salvador de Dios siempre que viva responsablemente el amor, escuche fielmente la voz de su conciencia y confíe en el Misterio de Dios a pesar de todas la tinieblas y oscuridades. Esta confianza fundamental en Dios podemos compartirla quienes nunca pronunciarán el nombre de la Trinidad y quienes bajo este nombre adoramos y agradecemos su Amor eterno.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
29 de mayo de 1994

¿VACIO MENTAL O ENCUENTRO CON DIOS?

… en el nombre del Padre, y del Ho, y del Espíritu Santo...

Está creciendo el número de personas, creyentes o no, que buscan en la meditación una especie de terapia eficaz contra el «stress» o el desequilibrio interior provocados por el ritmo agitado de la vida moderna. Basta leer los anuncios de los periódicos para comprobar la oferta de los diferentes centros, gurús o yoguis.
Por otra parte, el contacto cada vez más frecuente con las religiones orientales y sus métodos de meditación está llevando a no pocos cristianos a incorporar técnicas como el zen o el yoga, desconocidas entre nosotros hasta hace unos años.
Todo ello puede ser enormemente positivo y enriquecedor para los cristianos de Occidente si sabemos reavivar la originalidad de la meditación cristiana sin desfigurarla ni sustituirla con elementos extraños. De ahí la necesidad de algunos criterios claros.
Antes que nada, hemos de recordar que la meditación cristiana es diálogo personal, íntimo y profundo entre el hombre y Dios. Una meditación que desembocara solo en un estado de quietud o en «una inmersión en el abismo indeterminado de la divinidad» no es todavía encuentro gozoso con el Dios trinitario. La meditación cristiana es alabanza e invocación confiada al Padre, escucha fiel del Hijo, transformación gozosa en el Espíritu Santo.
Por otra parte, las diversas técnicas pueden ser una preparación óptima para la contemplación cristiana, conduciendo a la persona de la agitación y dispersión al recogimiento y silencio interior, necesarios para el encuentro personal con Dios. Pero las técnicas no «producen» automáticamente la «experiencia de Dios», que siempre es un acontecimiento de gracia. Por eso, no hay que confundir nunca las sensaciones de quietud y distensión que generan ciertos ejercicios síquico-físicos con la comunicación espiritual con Dios.
Asimismo, el «vacío mental» que se logra a través de ciertas técnicas no tiene en sí mismo valor religioso cristiano si no lleva a la persona a «llenarse» de la riqueza del Dios trinitario, misterio de amor insondable, que suscita en el orante la adoración, la acción de gracias y la invocación confiada.
Por último, no hemos de olvidar que la meditación cristiana conduce a la purificación de la persona, liberándola, sobre todo, de ese egoísmo desordenado que la lleva a acaparar las cosas y las personas para someterlas a su propio yo como a su destino último. Una «experiencia de Dios» que no transforma moralmente a la persona, es un engaño. El Dios cristiano siempre remite al orante a la práctica del amor al prójimo.
La fiesta de la Trinidad es una invitación a la acogida gozosa del misterio gratuito de Dios. San Cirilo de Jerusalén decía que «la Trinidad se revela a quien ¡a acoge como gracia y no a quien la manipula como una presa del entendimiento».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
26 de mayo de 1991

RECUPERAR UN SIMBOLO

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Los gestos simbólicos pueden ayudarnos a vivir la existencia con más hondura, pero, repetidos de manera distraída, pueden convertirse en algo mecánico y rutinario, vacío de todo significado vital.
Así sucede con frecuencia con esa cruz que los cristianos hemos aprendido desde niños a trazar sobre nosotros mismos y que resume toda nuestra fe sobre el misterio de Dios y sobre el espíritu que ha de animar nuestra vida entera.
Esa cruz es "la señal del cristiano" que ilumina nuestro caminar diario. Ella nos recuerda a un Dios cercano, entregado por nosotros. Esa cruz nos da esperanza. Nos enseña el camino. Nos asegura la victoria final en Cristo resucitado.
Pero ese gesto tiene un significado más hondo. Al hacer la cruz con nuestra mano, desde la frente hasta el pecho y desde el hombro izquierdo hasta el derecho, consagramos nuestra frente, boca y pecho, expresando así el deseo de acoger el misterio de Dios Trinidad en nosotros y la trayectoria que queremos dar a nuestra vida.
Esto es lo que queremos: que los pensamientos que elabora nuestra mente, las palabras que pronuncia nuestra boca, los sentimientos y deseos que nacen de nuestro pecho, sean los de un hombre o mujer que viva "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".
El gesto nos anima así a superar la dispersión de nuestra vida unificando todas nuestras actividades para vivir desde una confianza total en el Padre, siguiendo fielmente al Hijo encarnado en Jesús, dejándonos impulsar por la acción del Espíritu en nosotros.
Al mismo tiempo, este gesto realizado conscientemente en medio de una sociedad que va vaciando la vida de su grandeza y misterio, nos invita a vivir adorando el misterio trinitario de Dios, origen, fundamento y meta última de toda la creación, y dándole gracias por el don misterioso de la vida.
El creyente vive envuelto por este símbolo tan expresivo. Lo hacemos al comenzar la Eucaristía y al recibir la bendición final, al iniciar y terminar una oración, al bendecir la mesa, al empezar el día y al acostarnos. Si lo hiciéramos de manera consciente, podría ser un mensaje de alegría y salvación en medio de nuestra vida.
En esta fiesta de la Trinidad hemos de recordar que el misterio de la Trinidad no es un asunto para la reflexión exclusiva de los teólogos o la experiencia de los místicos. También un humilde creyente, alejado incluso de la práctica religiosa, puede elevar su corazón hasta Dios y santiguarse despacio en el nombre de la Trinidad, agradeciendo arrepentido su perdón y alabando gozoso su amor insondable.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
29 de mayo de 1988

TRINIDAD

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Desgraciadamente, la Trinidad no representa nada realmente decisivo en la vida de muchos cristianos.
Su fe gira en torno a dos polos: Por una parte, un Dios lejano, más o menos indefinido, al que se teme o invoca en las situaciones límite. Y por otra, ese Jesús más o menos conocido del que hablan los evangelios.
Si por un imposible, la Trinidad fuera eliminada un día de la doctrina cristiana, nada cambiaría en su corazón ni en su vida.
La Trinidad les resulta una idea extraña y abstrusa. Una especie de «teorema religioso” para entretenimiento de teólogos desocupados pero sin incidencia alguna en la vida práctica.
Sin embargo, es el Dios trinitario cuya imagen llevamos impresa en nuestro propio ser, quien fundamenta la estructura más profunda del hombre.
Dios es Padre, es don, comunicación, fuente de vida. Dios es Hijo, es acogida, respuesta agradecida y amorosa. Dios es Espíritu, es intercambio de vida, comunión y diálogo de amor.
Dar. Acoger. Intercambiar vida y amor. Esa es la necesidad más profunda que se encierra en el ser humano.
Siempre que amamos con ternura y hacemos nacer la vida a nuestro alrededor, siempre que somos amados con respeto y acogemos en nosotros ese amor o amistad, siempre que compartimos e intercambiamos vida, estamos saboreando el amor trinitario del que brota nuestro verdadero ser.
Lo sepa o no, el hombre, para ser plenamente humano, necesita amar, ser amado y compartir amorosamente la vida.
Por ello, quien viva sólo para sí, en actitud narcisista, en la pura contemplación de sí mismo, no llegará nunca a ser humano. Como tampoco lo será el autosuficiente que crea bastarse a sí mismo y no necesitar de nadie para vivir.
Pero las consecuencias son todavía más graves. Cuando marginamos a alguien excluyéndolo de nuestra amistad o solidaridad o arrinconándolo en la soledad o el desprecio, lo estamos deshumanizando.
Cuando vivimos en actitud paternalista o de manera dominante y machista, estamos impidiendo que crezca a nuestro alrededor una vida verdaderamente humana.
Confesar la Trinidad como fuente última de nuestro ser exige vivir de manera trinitaria, generando y acogiendo vida, en una actitud de intercambio amoroso y creador.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
2 de junio de 1985

DIOS ES HUMILDE

en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

En otros tiempos, «Dios» fue una palabra llena de sentido para muchos hombres y mujeres. Hoy son cada vez más los que se avergüenzan de hablar de Dios de manera seria. Para muchos, Dios trae malos recuerdos. No interesa pensar en él. Es mejor «pasar» de Dios.
¿Cuál es la raíz profunda de este «ateísmo mediocre» que sigue creciendo en el corazón de tantos que, incluso, se llaman cristianos? Quizás, muchos de ellos han experimentado a Dios como alguien prepotente, tirano poderoso ante el que tenemos que defender nuestra libertad, rival invencible que nos roba la espontaneidad y la felicidad.
Sin darse cuenta, siguiendo la invitación de F. Nietzsche, están matando en su corazón a este Dios indeseado porque están secretamente convencidos de que ¿s un ser prepotente que nos estropea la vida avasallando nuestra libertad.
No saben que ese Dios tirano y dominador contra el que inconscientemente se rebelan, es un fantasma que no existe en la realidad.
La clave para recuperar de nuevo la fe en el verdadero Dios sería, para muchos, descubrir que Dios es amigo humilde y respetuoso. Dios no es un ídolo satisfecho de sí mismo y de su poder. No es un tirano narcisista que se goza y se complace en su omnipotencia.
Dios no grita, no se impone, no coacciona. Dios no se exhibe. No se ofrece en espectáculo. Son muchos los que se quejan de que Dios es demasiado invisible y no interviene espectacularmente en nuestras vidas, ni siquiera para reaccionar ante tantas injusticias. No han descubierto todavía que Dios es invisible porque es discreto y respeta hasta el final la libertad de los hombres.
La fiesta de la Trinidad nos vuelve a recordar algo que olvidamos una y otra vez. Dios sólo es Amor y su gloria y su poder consiste sólo en amar. Para nosotros, la gloria siempre es algo ambiguo y nos sugiere renombre, éxito por encima de todo, triunfo sobre los demás, poder que puede con los otros... La gloria de Dios es otra cosa.
Dios sólo es amor y, precisamente por eso, no puede sino amar. Dios no puede manipular, humillar, abusar, destruir. Dios sólo puede acercarse a nosotros para que nosotros podamos ser nosotros mismos. «La gloria de Dios consiste en que el hombre esté lleno de vida» como dice S. Ireneo.
Muchos hombres y mujeres cambiarían su actitud ante Dios si descubrieran que su idea de Dios es una «degradación lamentable» y si aprendieran a creer en un Dios humilde y respetuoso, amigo de la vida y la felicidad de los hombres, un Dios que no sabe ni puede hacer otra cosa que querernos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
6 de junio de 1982

DIOS

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Alguien ha dicho que «la humanidad sufre hoy la más terrible de todas las experiencias: la lejanía de Dios» (L. Boros). Lo cierto es que para muchos contemporáneos, Dios es algo lejano y vago, algo que se confunde casi con lo ilusorio e irreal.
De hecho, son bastantes los que casi insensiblemente, van pasando poco a poco de una fe débil y superficial a un ateísmo también débil y superficial, sin detenerse con sinceridad ante la realidad de quien es origen y destino último de nuestro ser.
¿Cómo dar de nuevo un contenido vivo a ese nombre de «Dios» cuando uno lo ha ido vaciando de vida, con una fe banal y una existencia mediocre? ¿Cómo aprender de nuevo a vivir con gozo ante Dios?
Quizás el gesto primero y más espontáneo del hombre actual al sentirse interpelado por Dios, sea la retirada, la huída cobarde y silenciosa. ¿Cómo ponerse de nuevo en camino hacia El?
Probablemente hemos de redescubrir, antes que nada, que Dios en su realidad más profunda es trinidad. Es decir, que Dios no es algo frío e impersonal, un ser solitario e inerte, sino vida compartida, amor comunitario, amistad gozosa, ternura vida en plenitud.
Dios no es alguien que nos ciega con su poder divino. Dios es amor que nos acoge, amistad que nos envuelve, ternura que nos busca por todos los caminos de nuestra existencia.
Por eso la presencia de Dios en el mundo es humilde y discreta, como lo es siempre la presencia de la ternura y el amor verdadero.
Sólo quien sabe de amor sabe de Dios. Sólo quien es capaz de vivir incondicionalmente la amistad, de irradiar amor y bondad en esta sociedad egoísta, de poner un poco de justicia y ternura en la construcción de este mundo, puede encontrar a Dios.
Es el amor vivido incondicionalmente el que purifica nuestras falsas imágenes de Dios, y nos coloca en la verdad y la humildad necesarias para acercarnos al Dios trinitario.
Ireneo de Lyon escribió una frase que se ha hecho famosa aunque no es fácil de traducir: «gloria Dei, vivens homo». Y viene a decir esto: el hombre que más honra a Dios es aquél que está más lleno de vida. Ciertamente, el hombre que da más gloria a la Trinidad es aquél que con más fuerza y más pureza vive el amor y la ternura.
Nuestra sociedad no necesita «defensores triunfalistas» que nos hagan la propaganda de Dios, sino testigos humildes que con su vida nos hagan percibir el amor y la amistad de Dios por los hombres.

José Antonio Pagola

viernes, 25 de mayo de 2012

27/05/2012 - Domingo de Pentecostés (B)

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El próximo día 30 de mayo de 2012 en el Aula Magna del Seminario Diocesano de VitoriaJose Antonio Pagola dará dos charlas una a las 12.00 horas y otra a las 20.00 horas, con el título "Liberar la fuerza del Evangelio",
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27 de mayo de 2012

Domingo de Pentecostés (B)


EVANGELIO

Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Recibid el Espíritu Santo.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-«Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. »
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
27 de mayo de 2012

RECIBID EL ESPÍRITU

Poco a poco, vamos aprendiendo a vivir sin interioridad. Ya no necesitamos estar en contacto con lo mejor que hay dentro de nosotros. Nos basta con vivir entretenidos. Nos contentamos con funcionar sin alma y alimentarnos solo de pan. No queremos exponernos a buscar la verdad. Ven Espíritu Santo y libéranos del vacío interior. Ya sabemos vivir sin raíces y sin metas. Nos basta con dejarnos programar desde fuera. Nos movemos y agitamos sin cesar, pero no sabemos qué queremos ni hacia dónde vamos. Estamos cada vez mejor informados, pero nos sentimos más perdidos que nunca. Ven Espíritu Santo y libéranos de la desorientación. Apenas nos interesan ya las grandes cuestiones de la existencia. No nos preocupa quedarnos sin luz para enfrentarnos a la vida. Nos hemos hecho más escépticos pero también más frágiles e inseguros. Queremos ser inteligentes y lúcidos. ¿Por qué no encontramos sosiego y paz? ¿Por qué nos visita tanto la tristeza? Ven Espíritu Santo y libéranos de la oscuridad interior. Queremos vivir más, vivir mejor, vivir más tiempo, pero ¿vivir qué? Queremos sentirnos bien, sentirnos mejor, pero ¿sentir qué? Buscamos disfrutar intensamente de la vida, sacarle el máximo jugo, pero no nos contentamos solo con pasarlo bien. Hacemos lo que nos apetece. Apenas hay prohibiciones ni terrenos vedados. ¿Por qué queremos algo diferente? Ven Espíritu Santo y enséñanos a vivir. Queremos ser libres e independientes, y nos encontramos cada vez más solos. Necesitamos vivir y nos encerramos en nuestro pequeño mundo, a veces tan aburrido. Necesitamos sentirnos queridos y no sabemos crear contactos vivos y amistosos. Al sexo le llamamos "amor" y al placer "felicidad", pero ¿quién saciará nuestra sed? Ven Espíritu Santo y enséñanos a amar. En nuestra vida ya no hay sitio para Dios. Su presencia ha quedado reprimida o atrofiada dentro de nosotros. Llenos de ruidos por dentro, ya no podemos escuchar su voz. Volcados en mil deseos y sensaciones, no acertamos a percibir su cercanía. Sabemos hablar con todos menos con él. Hemos aprendido a vivir de espaldas al Misterio. Ven Espíritu Santo y enséñanos a creer. Creyentes y no creyentes, poco creyentes y malos creyentes, así peregrinamos todos muchas veces por la vida. En la fiesta cristiana del Espíritu Santo a todos nos dice Jesús lo que un día dijo a sus discípulos exhalando sobre ellos su aliento: "Recibid el Espíritu Santo". Ese Espíritu que sostiene nuestras pobres vidas y alienta nuestra débil fe puede penetrar en nosotros por caminos que solo él conoce.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
31 de mayo de 2009

INVOCACIÓN AL ESPÍRITU

Exhaló su aliento sobre ellos.

Ven Espíritu Santo. Despierta nuestra fe débil, pequeña y vacilante. Enséñanos a vivir confiando en el amor insondable de Dios nuestro Padre a todos sus hijos e hijas, estén dentro o fuera de tu Iglesia. Si se apaga esta fe en nuestros corazones, pronto morirá también en nuestras comunidades e iglesias.
Ven Espíritu Santo. Haz que Jesús ocupe el centro de tu Iglesia. Que nada ni nadie lo suplante ni oscurezca. No vivas entre nosotros sin atraernos hacia su Evangelio y sin convertirnos a su seguimiento. Que no huyamos de su Palabra, ni nos desviemos de su mandato del amor. Que no se pierda en el mundo su memoria.
Ven Espíritu Santo. Abre nuestros oídos para escuchar tus llamadas, las que nos llegan hoy, desde los interrogantes, sufrimientos, conflictos y contradicciones de los hombres y mujeres de nuestros días. Haznos vivir abiertos a tu poder para engendrar la fe nueva que necesita esta sociedad nueva. Que, en tu Iglesia, vivamos más atentos a lo que nace que a lo que muere, con el corazón sostenido por la esperanza y no minado por la nostalgia.
Ven Espíritu Santo y purifica el corazón de tu Iglesia. Pon verdad entre nosotros. Enséñanos a reconocer nuestros pecados y limitaciones. Recuérdanos que somos como todos: frágiles, mediocres y pecadores. Libéranos de nuestra arrogancia y falsa seguridad. Haz que aprendamos a caminar entre los hombres con más verdad y humildad.
Ven Espíritu Santo. Enséñanos a mirar de manera nueva la vida, el mundo y, sobre todo, a las personas. Que aprendamos a mirar como Jesús miraba a los que sufren, los que lloran, los que caen, los que viven solos y olvidados. Si cambia nuestra mirada, cambiará también el corazón y el rostro de tu Iglesia. Los discípulos de Jesús irradiaremos mejor su cercanía, su comprensión y solidaridad hacia los más necesitados. Nos pareceremos más a nuestro Maestro y Señor.
Ven Espíritu Santo. Haz de nosotros una Iglesia de puertas abiertas, corazón compasivo y esperanza contagiosa. Que nada ni nadie nos distraiga o desvíe del proyecto de Jesús: hacer un mundo más justo y digno, más amable y dichoso, abriendo caminos al reino de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
4 de junio de 2006

BARRO ANIMADO POR EL ESPÍRITU

Exhaló su aliento sobre ellos.

Juan ha cuidado mucho la escena en que Jesús va a confiar a sus discípulos su misión. Quiere dejar bien claro qué es lo esencial. Jesús está en el centro de la comunidad llenando a todos de su paz y alegría. Pero a los discípulos les espera una misión. Jesús no los ha convocado sólo para disfrutar de él, sino para hacerlo presente en el mundo.
Jesús los «envía». No les dice en concreto a quiénes han de ir, qué han de hacer o cómo han de actuar: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Su tarea es la misma de Jesús. No tienen otra: la que Jesús ha recibido del Padre. Tienen que ser en el mundo lo que ha sido él.
Ya han visto a quiénes se ha acercado, cómo ha tratado a los más desvalidos, cómo ha llevado adelante su proyecto de humanizar la vida, cómo ha sembrado gestos de liberación y de perdón. Las heridas de sus manos y su costado les recuerdan su entrega total. Jesús los envía ahora para que «reproduzcan» su presencia entre las gentes.
Pero sabe que sus discípulos son frágiles. Más de una vez ha quedado sorprendido de su «fe pequeña». Necesitan su propio Espíritu para cumplir su misión. Por eso, se dispone a hacer con ellos un gesto muy especial. No les impone sus manos ni los bendice, como hacía con los enfermos y los pequeños: «Exhala su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo».
El gesto de Jesús tiene una fuerza que no siempre sabemos captar. Según la tradición bíblica, Dios modeló a Adán con «barro»; luego sopló sobre él su «aliento de vida»; y aquel barro se convirtió en un «viviente». Eso es el ser humano: un poco de barro, alentado por el Espíritu de Dios. Y eso será siempre la Iglesia: barro alentado por el Espíritu de Jesús.
Creyentes frágiles y de fe pequeña: cristianos de barro, teólogos de barro, sacerdotes y obispos de barro, comunidades de barro... Sólo el Espíritu de Jesús nos convierte en Iglesia viva. Las zonas donde su Espíritu no es acogido, quedan «muertas». Nos hacen daño a todos, pues nos impiden actualizar la presencia viva de Jesús. Muchos no pueden captar en nosotros la paz, la alegría y la vida renovada por Cristo. No hemos de bautizar sólo con agua, sino infundir el Espíritu de Jesús. No sólo hemos de hablar de amor, sino amar a las personas como él.

José Antonio Pagola

HOMILIA

4 de junio de 2006

LO DECISIVO ES ABRIR EL CORAZÓN

Según la tradición bíblica, el mayor pecado de una persona es vivir con un «corazón cerrado» y endurecido, un «corazón de piedra» y no de carne: un corazón obstinado y torcido, un corazón poco limpio. Quien vive «cerrado», no puede acoger el Espíritu de Dios; no puede dejarse guiar por el Espíritu de Jesús.
Cuando nuestro corazón está «cerrado», nuestros ojos no ven, nuestros oídos no oyen. Vivimos separados de la vida, desconectados. El mundo y las personas están «ahí fuera» y yo estoy «aquí dentro». Una frontera invisible nos separa del Espíritu de Dios que lo alienta todo; es imposible sentir la vida como la sentía Jesús. Sólo cuando nuestro corazón se abre, comenzamos a captarlo todo a la luz de Dios.
Cuando nuestro corazón está «cerrado», vivimos volcados sobre nosotros mismos, insensibles a la admiración y la acción de gracias. Dios nos parece un problema y no el Misterio que lo llena todo. Sólo cuando nuestro corazón se abre, comenzamos a intuir a ese Dios «en quien vivimos, nos movemos y existimos». Sólo entonces comenzamos a invocarlo como «Padre», con el mismo Espíritu de Jesús.
Cuando nuestro corazón está «cerrado», en nuestra vida no hay compasión. No sabemos sentir el sufrimiento de los demás. Vivimos indiferentes a los abusos e injusticias que destruyen la felicidad de tanta gente. Sólo cuando nuestro corazón se abre, empezamos a intuir con qué ternura y compasión mira Dios a las personas. Sólo entonces escuchamos la principal llamada de Jesús: «Sed compasivos como vuestro Padre».
Pablo de Tarso formuló de manera atractiva una convicción que se vivía entre los primeros cristianos: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado». ¿Lo podemos experimentar también hoy? Lo decisivo es abrir nuestro corazón. Por eso, nuestra primera invocación al Espíritu ha de ser ésta: «Danos un corazón nuevo, un corazón de carne, sensible y compasivo, un corazón transformado por Jesús».

José Antonio Pagola
HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
8 de junio de 2003

EL ESPÍRITU DE JESÚS

Recibid el Espíritu Santo.

Entre los cristianos se habla de «espiritualidad» con acentos muy diferentes. A los presbíteros se les pide vivir una espiritualidad sacerdotal, a los casados una espiritualidad matrimonial. Según las diferentes tradiciones, los religiosos se esfuerzan por vivir su propia espiritualidad benedictina, franciscana o carmelitana. Pero, ¿cuáles son los rasgos de una espiritualidad primera y básica de un seguidor de Jesús?
Lo primero, seguramente, es captar a Jesús como alguien vivo y cercano. Sentir su Espíritu sosteniendo y animando nuestra vida, captar en esa experiencia la cercanía absoluta de Dios y hacer de esa cercanía algo central en nuestra manera de vivir la fe.
Segundo, captar a Jesús como liberador. No es una manera de hablar. Es una experiencia esencial. Sentir a Jesús como alguien que nos libera en lo más profundo del corazón. Alguien que nos da fuerza interior para cambiar, y nos dice una y otra vez: «Tu fe te está salvando».
Captar a Jesús como alguien que nos hace bien. Es un auténtico regalo encontrarse con él. No es lo mismo hacer el recorrido de la vida con Jesús o sin él. Con Jesús, la vida es una carga exigente pero ligera a la vez. Esta es, tal vez, la experiencia más genuina del Espíritu de Jesús en nosotros.
Captar a Jesús como alguien que nos enseña a vivir en una dirección nueva. Es lo fundamental. Aprender a organizar la propia vida, no alrededor y a favor de uno mismo, del propio grupo o la propia Iglesia, sino en favor de los que sufren lejos o cerca de nosotros. Lo más decisivo no es la propia santidad, sino una vida más digna para todos. Jesús lo llamaba «reino de Dios».
Del Espíritu de Jesús van naciendo en nosotros algunas actitudes básicas: una sensibilidad especial hacia los que sufren, una búsqueda práctica de justicia en las cosas grandes y en las pequeñas, una voluntad sincera de paz para todos, una capacidad cada vez mayor de hacer el bien gratis, una esperanza última para todo lo bueno que hoy nos resulta inalcanzable.
Acoger al Espíritu Santo es vivir con la alegría y el dinamismo interior de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
11 de junio de 2000

ACOGER LA VIDA

Recibid el Espíritu Santo.

Hablar del «Espíritu Santo» es hablar de lo que podemos experimentar de Dios en nosotros. El «Espíritu» es Dios actuando en nuestra vida: la fuerza, la luz, el aliento, la paz, el consuelo, el fuego que podemos experimentar en nosotros y cuyo origen último está en Dios, fuente de toda vida.
Esta acción de Dios en nosotros se produce casi siempre de forma escondida, silenciosa y callada; el mismo creyente sólo intuye una presencia casi imperceptible. A veces, sin embargo, nos invade la certeza, la alegría desbordante y la confianza total: Dios existe, nos ama, todo es posible, incluso la vida eterna.
El signo más claro de la acción del Espíritu es la vida. Dios está allí donde la vida se despierta y crece, donde se comunica y expande. El Espíritu Santo siempre es «dador de vida»: dilata el corazón, resucita lo que está muerto en nosotros, despierta lo dormido, pone en movimiento lo que había quedado bloqueado. De Dios siempre estamos recibiendo «nueva energía para la vida» (J. Moltmann).
Esta acción recreadora de Dios no se reduce sólo a «experiencias íntimas del alma». Penetra en todas los estratos de la persona. Despierta nuestros sentidos, vivifica el cuerpo y reaviva la capacidad de amar. Por decirlo brevemente, el Espíritu conduce a la persona a vivirlo todo de forma diferente: desde una verdad más honda, desde una confianza más grande, desde un amor más desinteresado.
Para bastantes, la experiencia fundamental es el amor de Dios y lo dicen con una frase tan sencilla como «Dios me ama». Esa experiencia les devuelve su dignidad indestructible, les da fuerza para levantarse de la humillación o el desaliento, les ayuda a encontrarse con lo mejor de sí mismos.
Otros no pronuncian la palabra «Dios» pero experimentan una «confianza fundamental» que les hace amar la vida a pesar de todo, enfrentarse a los problemas con ánimo, buscar siempre lo bueno para todos. Nadie vive privado del Espíritu de Dios. En todos está Él atrayendo nuestro ser hacia la vida. Acogemos al «Espíritu Santo» cuando acogemos la vida. Éste es uno de los mensajes más básicos de la fiesta cristiana de Pentecostés.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
18 de mayo de 1997

AMAR LA VIDA

Recibid el Espíritu Santo.

Tanto la teología protestante como la católica han tendido durante siglos a comprender al Espíritu Santo como un Espíritu que habita en la Iglesia y que actúa en el interior de los creyentes. De ahí que en los manuales de teología se hable del Espíritu Santo en relación, sobre todo, con la fe y la vida cristiana o con la oración y los sacramentos. Se olvida, con frecuencia, que el Espíritu de Dios alienta la creación entera y es fuente de vida de todo ser creado por él.
Todo ello ha tenido graves consecuencias. Hablar hoy de «espiritualidad» sugiere a no pocos un cierto alejamiento del mundo y de la vida, un recelo ante el cuerpo y los sentidos, una preferencia por las experiencias internas del alma. Se olvida que el Espíritu creador de Dios está allí donde crece y se desarrolla la vida movida por el aliento amoroso de Dios y, que, por ello, «la experiencia del Espíritu», lejos de apartar del mundo o del vivir diario, lo que hace es despertar en nosotros «una nueva vitalidad de amor a la vida».
Por eso, hemos de agradecer tanto el excelente estudio sobre el Espíritu Santo, que Jürgen Moltmann nos regala en plena madurez teológica (El Espíritu de la vida, Ed. Sígueme, Salamanca, 1998). Superando visiones excesivamente estrechas, el profesor de Tubinga nos recuerda que el Espíritu de Dios puede y debe ser experimentado por cualquier ser humano en las experiencias cotidianas de la vida. Por decirlo en pocas palabras, vivir la «experiencia del Espíritu» consiste en percibir de alguna manera, en y bajo la experiencia de la vida, la presencia escondida, callada pero real, de Dios Creador que nos sostiene, nos alienta y nos acompaña siempre con su amistad y su amor.
Por eso, la verdadera «espiritualidad» lleva siempre a amar, respetar, afirmar y defender la vida. Lo propio del «hombre espiritual» no es la indiferencia, sino la pasión por la vida. A quien vive animado por el Espíritu creador de Dios, la vida le atrae, le interesa, le apasiona. Lucha siempre contra todo lo que sea manipular, destruir, violar o estropear la vida. Ve y ama la vida como Dios la ve y la ama: buena, justa, bella, destinada a ser disfrutada en paz por todos. Eso busca, por eso lucha.
La «experiencia del Espíritu» lleva a defender a los débiles, acompañar a los solos, acoger a los indefensos, curar a los enfermos, aliviar a los tristes, alentar a los desesperanzados. Esa fue la experiencia de Jesús: «El Espíritu del Señor está sobre mí. El me ha ungido y me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres» (Lucas 4, 18). Al hombre verdaderamente espiritual no se le encuentra ensimismado y vuelto sobre sí mismo, sino abierto a los más necesitados de aliento y de vida. Es bueno recordarlo en esta fiesta de Pentecostés.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
22 de mayo de 1994

UNA EXPERIENCIA DESCONOCIDA

Recibid el Espíritu Santo.

Dentro de cada uno de nosotros hay un «espacio interior» que para muchos permanece desconocido e inexplorado. No es exactamente un ámbito sicológico. Está a un nivel más profundo. Es el centro más recóndito de la persona, donde se esconde el misterio de nuestro ser, donde resuenan las preguntas más hondas: ¿Quién soy yo?, ¿por qué estoy aquí?, ¿para qué?
El hombre de hoy ha aprendido muchas cosas, pero no sabe llegar hasta su propia interioridad. Vive volcado hacia lo exterior, sin capacidad para encontrarse consigo mismo. La vida moderna lo dispersa en mil ocupaciones, contactos y experiencias externas que lo alejan de sí mismo. El ruido, la agitación, el ritmo acelerado le impiden vivir «desde dentro».
La fiesta cristiana de Pentecostés puede ser una llamada a cultivar más nuestro mundo interior y a vivir más atentos a la presencia del Espíritu en nosotros. ¿Cómo?
Entrar dentro de nosotros exige tiempo y calma. Quien trata de vivir desde dentro sabe muy bien que el exceso de trabajo y actividad no es una virtud, sino una enfermedad, una esclavitud. «Todos los días nos hace falta un buen rato de inactividad, para adentramos descalzos en nuestro mundo interior» (R Loidi).
Es importante, además, aprender a distanciamos de vez en cuando de nuestro quehacer cotidiano. Saber apartamos de las ocupaciones que nos atrapan y dispersan, para «hacer silencio» y encontramos con lo más profundo que hay en nosotros. No se puede vivir desde dentro sin asegurar «lugares» y «momentos» de interiorización.
Encontrarse a solas con uno mismo puede inspirar temor. Nos da miedo descubrir nuestras contradicciones e incoherencias, nuestra mentira y mediocridad, o nuestras frustraciones más profundas. Por eso, lo importante no es analizarse, sino descubrir la presencia amorosa del Espíritu de Dios que nos habita, nos sostiene, nos acoge tal como somos y nos invita a vivir.
El creyente se adentra en su interior en actitud confiada. Se sabe aceptado y amado. Por eso, no cae en la desestima o en la culpabilidad angustiosa. Se siente a gusto con Dios. Seguro. Su experiencia del Espíritu es siempre fuente de gozo. Un respiro en medio del vivir diario.
Este entrar en la propia interioridad no significa huir de la vida para replegarse estérilmente sobre uno mismo. Al contrario, es regenerarse desde la raíz, rescatar lo mejor que hay en nosotros, encontrarse de nuevo vivo y con fuerzas para vivir y hacer vivir. El Espíritu de Dios que habita en nosotros siempre es «dador de vida».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
19 de mayo de 1991

SABOREAR LA VIDA EN LA FUENTE

Recibid el Espíritu Santo.

Una de las deformaciones más deplorables de cierta teología es concebir el don del Espíritu Santo como algo que se recibe sólo y exclusivamente de manera secreta e invisible, en lo más oculto del alma, al margen de lo que va sucediendo en nuestra vida.
Sin embargo, el don del Espíritu no es sino la autocomunicación gratuita de Dios que se nos regala de múltiples maneras desde el fondo de la vida, a través de las personas que vamos encontrando en nuestro camino y a través de los acontecimientos y experiencias que tejen nuestra existencia.
Esta comunicación de Dios no es un fenómeno esporádico que sucede sólo en fechas litúrgicas determinadas o se canaliza siempre a través de los sacramentos. Sin duda que hay experiencias privilegiadas radicalizadas por la gracia, pero el amor de Dios se nos va regalando constantemente a todos desde lo más hondo de nuestro vivir.
Como dice K. Rahner, todo hombre, lo sea o no, “posee en lo más profundo de sí mismo un dinamismo espiritual”. Cuando trabaja y lucha, cuando ama, goza o sufre, cuando vive y cuando muere, no lo hace solo, sino acompañado por la presencia amorosa del Espíritu de Dios.
Nosotros podemos estar atentos a esa presencia o no prestarle atención alguna, podemos acoger libremente su acción o rechazarla, pero el Espíritu de Dios está siempre ahí, como “dador de vida”.
Tal vez alguno piense que es un despropósito hablar así en nuestros días. ¿Cómo puede haber todavía un lugar para el Espíritu Santo en la era de la técnica, la planificación científica y los ordenadores?
Entiendo lo que siente quien así piensa. Sé, por otra parte, que las realidades más profundas de la existencia ha de descubrirlas uno mismo por propia experiencia y que, sin ésta, de poco sirven las palabras que nos digan desde fuera. Yo sólo me atrevería a decirle esto: “Medita lealmente y con rigor la existencia, detente en las experiencias más profundas del gozo o del dolor, en los momentos culminantes del amor o de la soledad, ¿no sientes que en el fondo de nosotros hay un misterio último inexpresable que estamos casi siempre rehuyendo?”.
El “hombre espiritual” no es un ser extraño y anormal. Es sencillamente una persona que ha aprendido a “saborear la vida en la fuente” según la bella expresión del teólogo francés M.A. Santaner. Por eso capta lo que otros no captan y goza lo que otros no son capaces de gozar.
Tal vez, lo primero que hemos de pedir esta mañana de Pentecostés es el don de gustar la vida en su fuente, en el Espíritu, para poder saborearla sin intoxicarla y para disfrutar de ella sin arruinarla. Gustar a Dios. Esa es la clave para no atrofiar la vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
22 de mayo de 1988

PEREGRINAR AL CORAZON

Recibid el Espíritu Santo.

Según una concepción más querida a la tradición oriental, el mayor pecado del hombre es permanecer insensible a la vida interior que en él se encierra.
Caminando como autómatas por la vida, dejamos dormitar dentro de nosotros unas energías y un potencial insospechado de vida al ignorar la acción del Espíritu en nosotros.
Acostumbrados a vivirlo todo desde el exterior, hemos olvidado ya lo que es peregrinar al fondo del corazón para escuchar interiormente ese manantial de vida que es Dios.
Conozco personas insatisfechas de sí mismas que buscan con esfuerzo una vida más noble y profunda. Desean creer con más hondura y verdad. Las veo indagar, leer libros, preguntar. Algunas me escriben. Se diría que intentan hacer brotar la fe en su corazón desde el exterior.
Pero lo cierto es que desde el exterior no se le puede enseñar a nadie a creer, lo mismo que no se le puede enseñar a alegrarse, a amar o a llorar.
Desde fuera sólo se le puede orientar a adentrarse en su corazón. Pero la fe es una experiencia que cada uno ha de aprender en otra fuente que brota en su interior.
Cada vez recuerdo con más frecuencia las conocidas palabras de S. Agustín a su auditorio: «No penséis que se puede aprender algo de un hombre. Podemos atraer vuestra atención con el ruido de nuestra voz, pero si no hay dentro alguien que os enseñe, ese ruido será inútil”.
La fe no brota en nosotros al término de una reflexión o como conclusión de ese razonamiento brillante que hemos encontrado en la lectura de un libro. No es una decisión que tomamos después de escuchar la argumentación de un amigo creyente.
Es preciso cavar más adentro. Bajar al fondo de nuestro ser y mirarnos por dentro tal como somos. Sin engañarnos por más tiempo. Sin quedarnos en esa falsa seguridad que aparentamos por fuera ante los demás. Solos ante Dios y ante nosotros mismos.
Esos minutos de sinceridad pueden cambiar nuestra vida más que todos los razonamientos. Ese grito sincero a Dios desde el fondo del corazón puede ser el camino más corto para resucitar nuestra fe.
Si sabemos abrirnos camino hacia nuestro interior y escuchar la acción del Espíritu que nos llama desde dentro, hoy puede ser realmente para nosotros Pentecostés.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
26 de mayo de 1985

ATEISMO DEL CORAZÓN

Recibid el Espíritu Santo.

Quizás no son muchos los que, entre nosotros, niegan a Dios teóricamente hasta las últimas consecuencias. Sin duda, son muchos más los que prescinden de Dios, son ateos prácticos y viven como si en el fondo Dios no les afectara para nada.
Este «ateísmo del corazón» como lo ha llamado H. Mühlen, está más extendido de lo que sospechamos. Hombres y mujeres que quizás alguna vez pronuncian fórmulas rutinarias, pero que no abren nunca su corazón a Dios. Personas que ya no «escuchan» a nadie en su interior.
Cuántos que se dicen cristianos, se defienden ante Dios con oraciones recitadas de memoria, pero se avergonzarían de hablar con él espontáneamente y de corazón.
Por otra parte, ¿quién encuentra hoy un «rincón» para el silencio, la meditación, el recogimiento y la paz interior? ¿Quién tiene tiempo para orar en medio de las prisas, la agitación, el nerviosismo o el perpetuo cansancio?
La lucha por la vida, la competencia despiadada, la presión continua, está llevando a muchos a la asfixia y el ahogo espiritual. Esta sociedad donde el infarto ha llegado a ser el símbolo de todo un modo de vivir, corre el riesgo de ir perdiendo su alma y su vida interior.
Y, sin embargo, el Espíritu de Dios no está ausente de esta sociedad, aunque lo reprimamos, lo encubramos o no le prestemos atención alguna. El sigue trabajando silenciosamente a los hombres en lo más profundo de ese corazón demasiado «ateo».
Aquel gran teólogo y mejor creyente que fue K. Rahner nos ofrece algunas pistas para reconocer su presencia misteriosa pero real.
«Cuando el vivir diario, amargo, decepcionante y aniquilador se vive con perseverancia hasta el final, con una fuerza cuyo origen no podemos abarcar ni dominar.
Cuando uno corre el riesgo de orar en medio de las tinieblas silenciosas sabiendo que siempre somos escuchados, aunque no percibimos una respuesta que se pueda razonar o disputar...
Cuando uno acepta y lleva libremente una responsabilidad sin tener claras perspectivas de éxito y de utilidad...
Cuando se experimenta la desesperación y misteriosamente se siente uno consolado sin consuelo fácil...
Cuando se da una esperanza total que prevalece sobre las demás esperanzas particulares y abarca con su suavidad y silenciosa promesa todos los crecimientos y todas las caídas...
Entonces el Espíritu de Dios está trabajando. Allí está Dios. Allí es Pentecostés».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
30 de mayo de 1982

NECESIDAD DEL ESPIRITU

Recibid el Espíritu Santo.

Lo «espiritual» no evoca hoy gran cosa en muchos de nuestros contemporáneos. La misma palabra «espíritu» queda asociada al mundo de lo etéreo, lo inverificable, lo irreal. Sólo parece interesar lo material, lo práctico, lo útil y eficaz.
Incluso, podríamos decir que «lo espiritual» suscita en muchos una actitud de reserva y sospecha. El pensamiento marxista nos ha puesto en guardia frente a actitudes espirituales incapaces de tomar en serio la materia y la construcción de la ciudad terrestre.
Por su parte, representantes de la sicología profunda han descalificado, de manera penetrante, un espiritualismo olvidado de la esfera de los instintos y de la vida del cuerpo.
Y sin embargo, son bastantes las voces y los movimientos que reclaman hoy con fuerza el retorno al espíritu. La nostalgia del hombre occidental no busca sólo un nuevo sistema socio-económico, ni nuevas filosofías, sino una nueva vida, un aliento nuevo, una fuerza de salvación capaz de liberar al hombre del desencanto, del absurdo y del nihilismo destructor.
Es aquí donde debemos situar hoy los creyentes la fe en el Espíritu Santo, para redescubrir con gozo las posibilidades que se nos pueden abrir, si sabemos acoger con conciencia viva la acción salvadora de Dios en nuestras vidas.
Los creyentes siempre han reconocido al Espíritu una eficacia regeneradora. El hombre que acierta a abrirse a la acción de Dios en lo profundo de su corazón, descubre una fuerza capaz de regenerarlo, unificarlo, iluminarlo e impulsarlo más allá de los limites en que parecía iba a quedar encerrado para siempre.
Una gran parte de los hombres y mujeres de nuestro tiempo viven en desarmonía consigo mismo, sin un núcleo interior que unifique sus vidas, sin una razón profunda que dé aliento a su existencia, alienados desde lo más profundo de su conciencia, sin pertenecer a sí mismos, sin sospechar nunca que en lo más hondo de su ser hay una fuerza capaz de transformar sus vidas.
Los cristianos necesitamos creer más y con más concreción en la eficacia humanizadora y liberadora que tiene el vivir abiertos a la acción de Dios en nosotros.
El hombre no recupera su integridad replegándose sobre sí mismo, ni alcanza su liberación sometiéndose al poder, la ciencia o el dinero. El hombre se va haciendo humano cuando se abre a la acción del Espíritu que nos pone en armonía con nosotros mismos, nos conduce al encuentro con los otros en la verdad y la paz, y nos abre a la comunicación gozosa con Dios.
Nada de esto se puede entender desde fuera. Cada  uno debe descubrir por experiencia propia cómo la fe y la docilidad al Espíritu satura de sentido y de gozo su existencia.

José Antonio Pagola