lunes, 26 de marzo de 2012

01/04/2012 - Domingo de Ramos (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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1 de abril de 2012

Domingo de Ramos (B)



EVANGELIO

Para la lectura dialogada: + Jesús; C Cronista; D Discípulos y amigos; M = Muchedumbre; O Otros personajes.

Pasión de nuestro Señor Jesucristo.

+ Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 14, 1-15, 47

Conspiración para arrestar y matar a Jesús.

C. Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los sumos sacerdotes y los escribas pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte. Pero decían:
O. «No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo».

Una mujer derrama perfume sobre Jesús.

C. Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y lo derramó en la cabeza de Jesús. Algunos comentaban indignados:
O. «LA qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres».
C. Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó:
+ «Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo está bien. Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tenéis siempre. Ella ha hecho lo que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se recordará también lo que ha hecho esta».

La traición de Judas Iscariote.

C. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron dinero. El andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

La Cena del Señor.

C. El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
D. «Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?».
C. El envió a dos discípulos, diciéndoles:
+ «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”. Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena». C. Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
C. Al atardecer fue él con los Doce. Estando a la mesa comiendo, dijo Jesús:
+ «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo».
C. Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro:
D. «,Seré yo?».
C. Respondió:
+ «Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!».
C. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:
+ «Tomad, esto es mi cuerpo».
C. Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo:
+ «Esta es mi sangre. sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».

Jesús anuncia la negación de Pedro.

C. Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos. Jesús les dijo:
+ «Todos vais a caer, como está escrito: “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas”. Pero, cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea».
C. Pedro replicó:
D. «Aunque todos caigan, yo no».
C. Jesús le contestó:
+ «Te aseguro que tú hoy, esta noche, antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres».
C. Pero él insistía:
D. «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré».
C. Y los demás decían lo mismo.

Jesús ora en Getsemaní.

C. Fueron a un huerto, que llaman Getsemaní, y dijo a sus discípulos:
+ «Sentaos aquí mientras voy a orar».
C. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y angustia. y les dijo:
+ «Me muero de tristeza; quedaos aquí velando».
C. Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y dijo:
+ «Abba! (Padre), tú lo puedes todo; aparta de mí este cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres».
C. Volvió y, al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:
+ «Simón, ¿duermes?; ¿no has podido velar ni una hora? Velad y orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne es débil».
C. De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió por tercera vez y les dijo:
+ «Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega».

Jesús es arrestado.

C. Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:
D. «Al que yo bese, ese es; prendedlo y conducidlo bien sujeto».
C. Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo:
D. «Maestro!».
C. Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:
+ «Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras».
C. Y todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho, envuelto sólo en una sábana, y le echaron mano; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.

Jesús ante la Junta Suprema.

C. Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los ancianos y los escribas. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del palacio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados a la lumbre para calentarse. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra él, los testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose en pie, daban testimonio contra él, diciendo:
O. «Nosotros le hemos oído decir: “Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por hombres”».
C. Pero ni en esto concordaban los testimonios. El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús:
O. «No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?».
C. Pero él callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo interrogó de nuevo, preguntándole:
O. «Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?».
C. Jesús contestó:
+ «Sí, lo soy. Y veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo».
C. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras, diciendo:
O. «j,Qué falta hacen más testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué decís?».
C. Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle y, tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:
M. «Haz de profeta».
C. Y los criados le daban bofetadas.

Pedro niega conocer a Jesús.

C. Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró y dijo:
D. «También tú andabas con Jesús, el Nazareno».
C. El lo negó, diciendo:
D. «Ni sé ni entiendo lo que quieres decir».
C. Salió fuera al zaguán, y un gallo cantó. La criada, al verlo, volvió a decir a los presentes:
O. «Este es uno de ellos».
C. Y él volvió a negar. Al poco rato, también los presentes dijeron a Pedro:
O. «Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo»,
C Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:
D. «No conozco a ese hombre que decís».
C. Y enseguida, por segunda vez, cantó un gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: «Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres», y rompió a llorar.

(Comienza la lectura breve)

Jesús ante Pilato.

C. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:
O. «,Eres tú el rey de los judíos?».
C. El respondió:
+ «Tú lo dices».
C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo:
O. «,No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti».
C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.

Jesús es sentenciado a muerte.

C. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó:
O. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».
C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
O. «Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?»
C. Ellos gritaron de nuevo:
M. «¡Crucifícalo!».
C Pilato les dijo:
O. «Pues ¿qué mal ha hecho?».
C. Ellos gritaron más fuerte:
M. «i Crucifícalo!».
C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
C. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio —al pretorio— y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
M. «Salve, rey de los judíos!».
C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo.

Crucifixión de Jesús.

C. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda.
C. Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
M.«Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz».
C. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:
O. «A otros ha salvado, y a sí mismo rio se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos».
C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban.

Muerte de Jesús.

C. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:
+ «Eloí, Eloí, lamá sabaktani».
C. Que significa:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».
C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
M. «Mira, está llamando a Elías».
C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:
O. «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo».
C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

C. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: O. «Realmente este hombre era Hijo de Dios».

(Fin de la lectura breve).

C. Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas, María Magdalena, María, la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, que, cuando él estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.

Jesús es sepultado.

C. Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, noble senador, que también aguardaba el reino de Dios; armándose de valor, se presentó ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la de José observaban dónde lo ponían.

Jaunak esana.

HOMILIA

2011-2012 -
1 de abril de 2012

IDENTIFICADO CON LAS VÍCTIMAS

Ni el poder de Roma ni las autoridades del Templo pudieron soportar la novedad de Jesús. Su manera de entender y de vivir a Dios era peligrosa. No defendía el imperio de Tiberio, llamaba a todos a buscar el reino de Dios y su justicia. No le importaba romper la ley del sábado ni las tradiciones religiosas, solo le preocupaba aliviar el sufrimiento de las gentes enfermas y desnutridas de Galilea. No se lo perdonaron. Se identificaba demasiado con las víctimas inocentes del imperio y con los olvidados por la religión del templo. Ejecutado sin piedad en una cruz, en él se nos revela ahora Dios, identificado para siempre con todas las víctimas inocentes de la historia. Al grito de todos ellos se une ahora el grito de dolor del mismo Dios. En ese rostro desfigurado del Crucificado se nos revela un Dios sorprendente, que rompe nuestras imágenes convencionales de Dios y pone en cuestión toda práctica religiosa que pretenda dar culto a Dios olvidando el drama de un mundo donde se sigue crucificando a los más débiles e indefensos. Si Dios ha muerto identificado con las víctimas, su crucifixión se convierte en un desafío inquietante para los seguidores de Jesús. No podemos separar a Dios del sufrimiento de los inocentes. No podemos adorar al Crucificado y vivir de espaldas al sufrimiento de tantos seres humanos destruidos por el hambre, las guerras o la miseria. Dios nos sigue interpelando desde los crucificados de nuestros días. No nos está permitido seguir viviendo como espectadores de ese sufrimiento inmenso alimentando una ingenua ilusión de inocencia. Nos hemos de rebelar contra esa cultura del olvido, que nos permite aislarnos de los crucificados desplazando el sufrimiento injusto que hay en el mundo hacia una "lejanía" donde desaparece todo clamor, gemido o llanto. No nos podemos encerrar en nuestra "sociedad del bienestar", ignorando a esa otra "sociedad del malestar" en la que millones de seres humanos nacen solo para extinguirse a los pocos años de una vida que solo ha sido muerte. No es humano ni cristiano instalarnos en la seguridad olvidando a quienes solo conocen una vida insegura y amenazada. Cuando los cristianos levantamos nuestros ojos hasta el rostro del Crucificado, contemplamos el amor insondable de Dios, entregado hasta la muerte por nuestra salvación. Si lo miramos más detenidamente, pronto descubrimos en ese rostro el de tantos otros crucificados que, lejos o cerca de nosotros, están reclamando nuestro amor solidario y compasivo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 -
5 de abril de 2009

EL GESTO SUPREMO

Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era un ingenuo. Sabía a qué se exponía si seguía insistiendo en el proyecto del reino de Dios. Era imposible buscar con tanta radicalidad una vida digna para los «pobres» y los «pecadores», sin provocar la reacción de aquellos a los que no interesaba cambio alguno.
Ciertamente, Jesús no es un suicida. No busca la crucifixión. Nunca quiso el sufrimiento ni para los demás ni para él. Toda su vida se había dedicado a combatirlo allí donde lo encontraba: en la enfermedad, en las injusticias, en el pecado o en la desesperanza. Por eso no corre ahora tras la muerte, pero tampoco se echa atrás.
Seguirá acogiendo a pecadores y excluidos aunque su actuación irrite en el templo. Si terminan condenándolo, morirá también él como un delincuente y excluido, pero su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no excluye a nadie de su perdón.
Seguirá anunciando el amor de Dios a los últimos, identificándose con los más pobres y despreciados del imperio, por mucho que moleste en los ambientes cercanos al gobernador romano. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá también él como un despreciable esclavo, pero su muerte sellará para siempre su fidelidad al Dios defensor de las víctimas
Lleno del amor de Dios, seguirá ofreciendo «salvación» a quienes sufren el mal y la enfermedad: dará «acogida» a quienes son excluidos por la sociedad y la religión; regalará el «perdón» gratuito de Dios a pecadores y gentes perdidas, incapaces de volver a su amistad. Ésta actitud salvadora que inspira su vida entera, inspirará también su muerte.
Por eso a los cristianos nos atrae tanto la cruz. Besamos el rostro del Crucificado, levantamos los ojos hacia él, escuchamos sus últimas palabras… porque en su crucifixión vemos el servicio último de Jesús al proyecto del Padre, y el gesto supremo de Dios entregando a su Hijo por amor a la humanidad entera.
Es indigno convertir la semana santa en folclore o reclamo turístico. Para los seguidores de Jesús celebrar la pasión y muerte del Señor es agradecimiento emocionado, adoración gozosa al amor «increíble» de Dios y llamada a vivir como Jesús solidarizándonos con los crucificados.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
9 de abril de 2006

CARGAR CON LA CRUZ

Lo entregó para que lo crucificaran.

Lo que nos hace cristianos es seguir a Jesús. Nada más. Este seguimiento a Jesús no es algo teórico o abstracto. Significa seguir sus pasos, comprometernos como él a «humanizar la vida», y vivir así contribuyendo a que, poco a poco, se vaya haciendo realidad su proyecto de un mundo donde reine Dios y su justicia.
Esto quiere decir que los seguidores de Jesús estamos llamados a poner verdad donde hay mentira, a introducir justicia donde hay abusos y crueldad con los más débiles, a reclamar compasión donde hay indiferencia y pasividad ante los que sufren. Y esto exige construir comunidades donde se viva con el proyecto de Jesús, con su espíritu y sus actitudes.
Seguir así a Jesús trae consigo, más tarde o más temprano, conflictos, problemas y sufrimiento. Hay que estar dispuesto a cargar con las reacciones y resistencias de quienes, por una razón u otra, no buscan un mundo más humano, tal como lo quiere ese Dios revelado en Jesús. Quieren otra cosa.
Los evangelios han conservado una llamada realista de Jesús a sus seguidores. Lo escandaloso de la imagen sólo puede provenir de él: «Si alguno quiere venir detrás de mí... cargue sobre las espaldas su cruz y sígame». Jesús no los engaña. Si le siguen de verdad, tendrán que compartir su destino. Terminarán como él. Esa será la mejor prueba de que su seguimiento es fiel.
Seguir a Jesús es una tarea apasionante: es difícil imaginar una vida más digna y noble. Pero tiene un precio. Para seguir a Jesús, es importante «hacer»: hacer un mundo más justo y más humano; hacer una Iglesia más fiel a Jesús y más coherente con el evangelio. Sin embargo, es tan importante o más «padecer»: padecer por un mundo más digno; padecer por una Iglesia más evangélica.
Al final de su vida, el teólogo K. Rahner escribió así: «Creo que ser cristiano es la tarea más sencilla, la más simple y, a la vez, aquella pesada “carga ligera” de que habla el evangelio. Cuando uno carga con ella, ella carga con uno, y cuanto más tiempo viva uno, tanto más pesada y más ligera llegará a ser Al final sólo queda el misterio. Pero es el misterio de Jesús».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
13 de abril de 2003

DIO UN FUERTE GRITO

Dio un fuerte grito.

No tenía dinero, armas ni poder. No tenía autoridad religiosa. No era sacerdote ni escriba. No era nadie. Pero llevaba en su corazón el fuego del amor a los crucificados. Sabía que para Dios eran los primeros. Esto marcó para siempre la vida de Jesús.
Se acercó a los últimos y se hizo uno de ellos. También él viviría sin familia, sin techo y sin trabajo fijo. Curó a los que encontró enfermos, abrazó a sus hijos, tocó a los que nadie tocaba, se sentó a la mesa con ellos y a todos les devolvió la dignidad. Su mensaje siempre era el mismo: «Estos que excluís de vuestra sociedad son los predilectos de Dios».
Bastó para convertirse en un hombre peligroso. Había que eliminarlo. Su ejecución no fue un error ni una desgraciada coincidencia de circunstancias. Todo estuvo bien calculado. Un hombre así siempre es una amenaza en una sociedad que ignora a los últimos.
Según la fuente cristiana más antigua, al morir, Jesús «dio un fuerte grito». No era sólo el grito final de un moribundo. En aquel grito estaban gritando todos los crucificados de la historia. Era un grito de indignación y de protesta. Era, al mismo tiempo, un grito de esperanza.
Nunca olvidaron los primeros cristianos ese grito final de Jesús. En el grito de ese hombre deshonrado, torturado y ejecutado, pero abierto a todos sin excluir a nadie, está la verdad última de la vida. En el amor impotente de ese crucificado está Dios mismo, identificado con todos los que sufren y gritando contra las injusticias, abusos y torturas de todos los tiempos.
En este Dios se puede creer o no creer, pero nadie se puede burlar de él. Este Dios no es una caricatura de Ser supremo y omnipotente, dedicado a exigir a sus criaturas sacrificios que aumenten aún más su honor y su gloria. Es un Dios que sufre con los que sufren, que grita y protesta con las víctimas, y que busca con nosotros y para nosotros la Vida.
Para creer en este Dios, no basta ser piadoso; es necesario, además, tener compasión. Para adorar el misterio de un Dios crucificado, no basta celebrar la semana santa; es necesario, además, mirar la vida desde los que sufren e identificar- nos un poco más con ellos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
16 de abril de 2000

UNA MÍSTICA DE OJOS ABIERTOS

Lo crucificaron.

Los expertos nos alertan sobre el nuevo «privatismo» que se extiende hoy por Europa. Triunfa el culto a lo virtual y se desvanece la capacidad de percibir la realidad doliente del entorno, no por falta de información, sino por sobreinformación. Cada vez son más los que se acostumbran a seguir el curso vertiginoso de los acontecimientos de forma distraída y «voyerista», encerrándose detrás de su televisor en su pequeño bienestar, ajenos a todo sufrimiento que no sea el suyo.
En esta Europa moderna es cada vez mayor la tentación de una religión de carácter estético y tranquilizador, una especie de «refugio» que salva del vacío existencial y libera de ciertos sufrimientos y miedos, pero «que ya no intranquiliza a nadie, no tiene ningún aguijón, ha perdido la tensión del seguimiento a Jesús, no llama a ninguna responsabilidad, sino que descarga de ella» (J.B. Metz).
De ahí la necesidad de «plantar» de nuevo en el centro del cristianismo europeo la Cruz, «memoria» conmovedora de un «Dios crucificado» y recuerdo permanente de todos los que sufren de manera inocente e injusta. El grito del Crucificado no es virtual. Introduce en nuestras vidas y en nuestra religión el dolor de todas las víctimas olvidadas y abandonadas a su suerte.
En este «Dios crucificado» está toda la grandeza y también la vulnerabilidad del cristianismo. Buda se encontró con el sufrimiento humano pero terminó refugiándose en su interioridad para vivir una «mística de ojos cerrados», atenta a su mundo interior. Jesús por el contrario, vive una «mística de ojos abiertos», atenta y responsable ante todo el que sufre.
Probablemente tiene razón el conocido teólogo alemán Juan Bautista Metz cuando se pregunta si no hay en el cristianismo actual demasiado canto y demasiado poco grito de los pobres, demasiado júbilo y poco duelo con los que sufren, demasiado consuelo y poca hambre de justicia para todos. En la Iglesia del Primer Mundo necesitamos levantar la mirada hacia el Crucificado para no olvidar a los que sufren, para no olvidar que los estamos olvidando.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
23 de marzo de 1997

¿CÓMO ES TU DIOS?

Lo crucificaron.

A veces se piensa que la culpa es algo introducido en el mundo por la religión: si no existiera Dios, desaparecería el sentimiento de culpa, pues no habría «mandamientos» y cada uno podría hacer lo que quisiera según lo afirmado por Dosroiewski: «Si Dios no existe, todo está permitido.»
Nada más lejos de la realidad. Ya Freud vio con claridad meridiana que la culpa acompaña siempre a la libertad y es una de las experiencias más primitivas del ser humano, pues aparece antes de que aflore la moral o la religión. Ateos y creyentes, todos experimentan la responsabilidad y la culpa. Todos han de luchar por igual contra la fuerza de su egoísmo.
La diferencia está no en la experiencia de la culpa, sino en el modo de afrontarla. El ateo vive su culpa de forma solitaria. El creyente la vive ante Dios. Esto da a la culpa una «seriedad absoluta», pero, al mismo tiempo, abre la posibilidad de enfrentarse a ella de forma positiva y esperanzada.
Lo importante es ver en qué Dios se cree. Siempre hay que recordar lo que advierte el teólogo Torres Queiruga: «Dime cómo es tu Dios, y te diré cómo es tu pecado.» Si la persona vive ante un Dios justiciero que clava su mirada escrutadora e implacable sobre nuestro pecado, nada hay con mayor capacidad de culpabilizar, deprimir y destruir. Si, por el contrario, la persona siente sobre sí la mirada de un Dios perdonador, siempre dispuesto a comprender y ayudar, es difícil pensar en algo más sanante, liberador y constructivo.
Estoy convencido de que una de las tareas más urgentes en el cristianismo actual es liberarlo de no pocos malentendidos acumulados a lo largo de los siglos, para captar el verdadero rostro de Dios revelado en Jesucristo como «misericordia absoluta y perdón sin condiciones». No es fácil, pues la psicología humana proyecta continuamente miedos, resentimientos y angustias oscureciendo su amor infinito al ser humano. Por algo un artículo fundamental del Credo nos llama a «creer en el perdón de los pecados» sin rebajarlo ni deformarlo.
La celebración de la Pasión y Muerte del Señor estos días de semana santa nos puede ayudar a ahondar en el amor perdonador de Dios. San Pablo resume su visión del Crucificado en esta síntesis inolvidable: «En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo y no imputando a los hombres sus transgresiones» (2 Corintios 5, 19).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
27 de marzo de 1994

UNA ÉTICA DEMASIADO ALEGRE

Lo crucificaron.

La prensa ha recogido la intervención de F Savater en el Congreso Internacional de Ontología, con estas palabras suyas: «Hay una tendencia a tener una visión un poco penitencial y lúgubre de la ética ya que la gente la ve como renuncia, sacrificio o con carácter de cilicio, cuando la ética es el deseo de potenciar la alegría.» No sé si resumen correctamente su exposición, pero lo cierto es que, desde la publicación de su Ética como amor propio (1988), Savater viene predicando una ética centrada en la afirmación placentera del yo.
Los ingredientes básicos de su propuesta son dos. Según el profesor donostiarra, «el amor propio» es la única raíz sensata de la actitud ética. «No hay otro motivo ético razonable que la búsqueda y defensa real de lo que nos es más provechoso, de lo que más nos conviene.» Savater aclara su pensamiento añadiendo un segundo elemento: la apuesta por el placer como forma excelsa de virtud. «El amor propio del sujeto se cifra en lograr cuanto más placer sea posible.»
A Savater no le preocupan las graves consecuencias de su propuesta ética. ¿Qué hacer, por ejemplo, cuando surge el conflicto entre el placer individual y el bien de la sociedad? ¿Cuál es la dirección a seguir? Savater no duda: «La buena vida debe preceder, paradójicamente, a la buena sociedad.» Ni siquiera intenta establecer algunos criterios para resolver la posible colisión de valores. Naturalmente, en esta ética de la afirmación egoísta del individuo, poca cabida puede tener la moral cristiana del amor. Savater no entra nunca a analizar a fondo el cristianismo. Le basta con caricaturizarlo y, una vez desfigurado, despacharlo con cuatro frases mordaces.
Pero el problema no es «la ética de Savater» ni «la superstición clerical» de la que habla, sino el ser humano, la felicidad de toda persona. ¿Cree de verdad Savater que es ético dedicarse egoístamente a buscar mi «máximo placen>, olvidando a quienes viven humillados, excluidos y maltratados? Sinceramente, no le creo capaz de semejante insensibilidad. Desde una perspectiva cristiana, yo formularía las cosas de otra manera. La felicidad de los hombres y mujeres, de todo ser humano y de toda la humanidad es la meta última de la ética (y es bueno que Savater nos recuerde la alegría). Pero el motor para avanzar hacia esa alegría no es el egoísmo placentero de cada individuo, sino el amor abnegado al desdichado.
Esta semana celebraremos los cristianos a Cristo crucificado. Aunque Savater piense otra cosa, el Crucificado no es para nosotros símbolo de una ética penitencial y lúgubre, sino la actuación ética de alguien que, movido por el amor, busca de forma radical la alegría del ser humano. Jesús ha muerto en la cruz, no porque despreciaba la alegría, sino porque la amaba tanto que no podía consentir que fuera disfrutada solo por unos pocos privilegiados. Murió crucificado, no porque desdeñaba la felicidad, sino porque la defendía y la buscaba para todos, incluso para los más olvidados, despreciados e indefensos. Esta es la fe de quienes siguen al Crucificado: La salvación y la alegría del ser humano no está en el egoísmo hedonista, sino en el amor capaz de sacrificarse por el otro.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
24 de marzo de 1991

DIOS NO ES UN SADICO

Lo crucificaron.

La Cruz es considerada no pocas veces como una negociación entre Jesús y el Padre para lograr la salvación de la humanidad. Una especie de contrato entre el Padre que exige de los hombres una reparación infinita y el Hijo dispuesto a entregar su vida de valor infinito por nuestra salvación.
A lo largo de los siglos, se ha ido desarrollando una rica teología para expresar el significado de la Cruz. Los teólogos la presentan como “rito de pacificación”, “sacrificio de expiación”, “holocausto reparador”, “propiciación satisfactoria”. Este lenguaje trata de interpretar el contenido salvador de la Cruz, pero, cuando se habla de manera descuidada y parcial, puede sugerir falsamente la idea de un Dios que reclama sufrimiento antes de perdonar.
De hecho, no son pocos los cristianos que piensan que Dios ha exigido la destrucción de su Hijo, como condición previa indispensable, para poder salvar a los hombres. No advierten que, de esta manera, queda radicalmente pervertida la imagen de Dios, el cual ya no sería un Padre que perdona gratuitamente, sino un acreedor implacable y justiciero que no salva si previamente no se repara su honor.
Esta manera falsa de entender la Cruz puede llevar a muchos a alejarse de un Dios “sádico” que sólo parece aplacarse al ver sangre y destrucción. Hacen pensar las palabras del renombrado antropólogo René Girard: “Dios no sólo reclama una nueva víctima, sino que reclama la víctima más preciosa y querida: su propio Hijo. Indudablemente, este postulado ha contribuido más que ninguna otra cosa a desacreditar el cristianismo a los ojos de los hombres de buena voluntad en el mundo moderno”.
Sin embargo, la crucifixión no es algo que el Padre provoca directamente para que quede satisfecho su honor, sino un crimen injusto que los hombres cometen rechazando a su Hijo. Si Cristo muere en la cruz, no es porque así lo exige un Dios que busca una víctima, sino porque Dios se mantiene firme en su amor infinito a los hombres, incluso cuando éstos le matan a su Hijo amado.
No es Dios el que busca la muerte y destrucción de nadie y, menos, la de Jesús. Son los hombres los que destruyen y matan, incluso, a su Hijo. Dios sólo podría evitarlo destruyendo la libertad de los hombres, pero no lo hará, pues su amor insondable al ser humano no tiene fin.
Esta Semana Santa celebraremos los cristianos, no la avidez insaciable de un Dios que busca por encima de todo la reparación de su honor, sino el amor insondable de un Padre que se nos entrega en su propio Hijo incluso cuando nosotros lo estamos crucificando. Como dice San Pablo: “En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo y no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres “.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
27 de marzo de 1988

ANTE EL CRUCIFICADO

Lo crucificaron.

Siguiendo una antiquísima tradición romana, el Viernes Santo no se celebra la Eucaristía sino una solemne liturgia que tiene como centro la Pasión y la Muerte del Señor.
Siempre me ha impresionado, dentro de esta celebración, la liturgia sobria y profunda de la adoración de la Cruz, de inspiración probablemente oriental.
En primer lugar, el descubrimiento progresivo del Crucificado y la repetida invitación a la adoración. Luego, la procesión de todos los fieles hacia la Cruz, mientras se canta el admirable himno “Crux fidelis”. Por fin, el beso emocionado de cada creyente al Cristo muerto.
No es un momento de tristeza. Para los creyentes es momento de hondo recogimiento donde se entremezclan, de manera difícil de expresar, el agradecimiento, la adoración, el arrepentimiento.
Ese gran teólogo y gran creyente que fue Karl Rahner nos ha desvelado su alma orante en ese precioso libro que lleva por título «Oraciones de vida».
Tal vez su oración nos pueda ayudar también a nosotros a acercarnos esa tarde del Viernes Santo al Dios crucificado:
“¿En dónde podría yo refugiarme con mi debilidad, con mi dejadez, con mis ambigüedades e inseguridades.., sino en Ti, Dios de los pecadores comunes, cotidianos, cobardes, corrientes?”.
“Mírame, Señor, mira mi miseria. ¿A quién podría huir sino a Ti? ¿Cómo podría soportarme a mí mismo si no supiera que Tú me soportas, si no tuviera la experiencia de que Tú eres bueno conmigo?”.
“Mi pecado no es grandioso, es tan cotidiano, tan común, tan corriente que incluso puede pasar inadvertido... Pero qué hastío suscita mi miseria, mi apatía, la horrible mediocridad de mi ‘buena conciencia’. Sólo Tú puedes soportar tal corazón. Sólo Tú tienes aún para mí un amor paciente. Sólo Tú eres más grande que mi pobre corazón”.
“Dios santo, Dios justo, Dios que eres la Verdad, la Fidelidad, la Sinceridad, la Justicia, la Bondad... ten compasión de mí... Soy un pecador, pero tengo un deseo humilde de tu misericordia gratuita”.
“Tú no te cansas en tu paciencia conmigo. Tú vienes en mi ayuda. Tú me das la fuerza de comenzar siempre de nuevo, de esperar contra toda esperanza, de creer en la victoria, en tu victoria en mí en todas las derrotas, que son las mías”.
Este año tal vez nuestro beso al Crucificado puede ser un poco más sincero y profundo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
31 de marzo de 1985

¿QUE HACE DIOS EN UNA CRUZ?

Lo crucificaron...

La ejecución de Jesús no ha sido algo casual, fruto de un malentendido de las autoridades religiosas y políticas de Israel.
Tampoco basta considerar la cruz como algo permitido por Dios por motivos enigmáticos, pero que ha quedado resuelto con el triunfo glorioso de la resurrección.
La resurrección «no elimina el escándalo de la cruz, sino que lo eleva a misterio» (J. Sobrino). Porque, aún después de la resurrección, nos tenemos que preguntar: ¿por qué y para qué la cruz? ¿qué hace Dios en una cruz?
Un «Dios crucificado» constituye una auténtica revolución y nos obliga a cuestionar todas nuestras imágenes humanas de Dios. La cruz rompe todos nuestros esquemas sobre un Dios al que suponemos conocer ya de antemano.
El crucificado no tiene el rostro que nosotros atribuimos a la divinidad. En la cruz no hay belleza, poder, fuerza, sabiduría, majestad. Dios no aparece como el que tiene poder sobre la muerte, sino como alguien que se ve sumergido dentro de ella.
Con la cruz, o se termina toda nuestra fe en Dios o se abre a una comprensión nueva y sorprendente de un Dios que nos ama de manera insospechada.
Contra todas nuestras concepciones sobre la divinidad, en la cruz descubrimos sorprendidos que Dios es alguien que sufre con nuestros sufrimientos. Nuestra miseria le afecta. Nuestro sufrimiento le «salpica». Dios no puede amarnos sin sufrir. Como ha dicho D. Bonhoeffer, «sólo un Dios que sufre puede salvarnos».
A este «Dios crucificado» no se le puede «entender» desde categorías filosóficas. Es un escándalo y una necedad. A este «Dios crucificado» sólo se le «entiende» cuando sabemos amar a los que sufren y descubrimos por propia experiencia que el amor verdadero a los crucificados hace sufrir.
Este «Dios crucificado» no permite una fe ingenua y egoísta en cualquier Dios poderoso puesto al servicio de nuestros propios intereses. Este Dios nos pone mirando hacia el sufrimiento, el abandono y los gritos de tantas víctimas de la injusticia. A este Dios nos acercamos, cuando sabemos acercarnos al sufrimiento de cualquier abandonado.
Los cristianos seguimos dando muchos rodeos para no encontrarnos con el «Dios crucificado». La Semana Santa nos ha de recordar que la originalidad del cristiano está en «permanecer con Dios en la pasión» de los que sufren (D. Bonhoeffer). Sin esto, no hay fe en el Dios verdadero sino manipulación.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
4 de abril de 1982

JESUS ANTE SU MUERTE

Era media mañana cuando lo crucificaron.

Jesús ha previsto seriamente la posibilidad de una muerte violenta. Quizás no contaba con la intervención de la autoridad romana ni con la crucifixión como último destino más probable.
Pero no se le ocultaba la reacción violenta que su actuación y su mensaje estaban provocando en los sectores más significativos del judaísmo. El rostro de Dios que presentaba deshacía demasiados esquemas teológicos, y el anuncio de su reinado rompía demasiadas seguridades políticas y religiosas.
Sin embargo, nada ha modificado su actuación. No ha eludido la muerte. No se ha defendido. No ha emprendido la huída.
Tampoco ha buscado su perdición. No es Jesús el hombre que busca su muerte en actitud suicida. Durante su corta estancia en Jerusalén, se esfuerza por ocultarse y no aparecer en público.
Si queremos saber cómo vivió Jesús su muerte, hemos de detenernos en dos actitudes fundamentales que dan sentido a todo su comportamiento final. Toda su vida había sido «des-vivirse» por la causa de Dios y el servicio liberador a los hombres. Su muerte sellará ahora su vida. Jesús morirá por fidelidad al Padre y por solidaridad con los hombres.
Jesús se ha enfrentado a su propia muerte desde una actitud de le total en el Padre. Avanza hacia la muerte convencido de que su ejecución no podrá impedir la llegada del reino de Dios que sigue anunciando hasta el fin.
En la cena de despedida, Jesús manifiesta su fe total en que volverá a comer con los suyos la Pascua verdadera cuando se establezca el reino definitivo de Dios, por encima de todas las injusticias que podamos cometer los hombres.
Cuando todo fracasa y hasta Dios parece abandonarlo como a un falso profeta equivocado lamentablemente y condenado justamente en nombre de la ley, Jesús grita con fe: «Padre, en tus manos pongo mi vida».
Por otra parte, Jesús muere en una actitud de solidaridad con los abandonados, y de servicio a los hombres. Toda su vida había sido defender a los pobres frente a la inhumanidad de los ricos, solidarizarse con los débiles frente a los intereses egoístas de los poderosos, anunciar el perdón a los pecadores frente a la dureza inconmovible de los «justos».
Ahora sufre la muerte de un pobre, de un abandonado que nada puede ante el poder de los que dominan la tierra. Y vive su muerte como un servicio. El último y supremo servicio que puede hacer a la causa de un Dios de amor y a la salvación de unos hombres abandonados a su propia injusticia.

José Antonio Pagola

lunes, 19 de marzo de 2012

25/03/2012 - 5º Domingo de Cuaresma (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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25 de marzo de 2012

5º Domingo de Cuaresma (B)



EVANGELIO

Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 12,20-33

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la Fiesta, había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:
- Señor, quisiéramos ver a Jesús.
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó:
- Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.
Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará.
Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora, Padre, glorifica tu nombre.
Entonces vino una voz del cielo:
- Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo:
- Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
25 de marzo de 2012

EL ATRACTIVO DE JESÚS

Unos peregrinos griegos que han venido a celebrar la Pascua de los judíos se acercan a Felipe con una petición: «Queremos ver a Jesús». No es curiosidad. Es un deseo profundo de conocer el misterio que se encierra en aquel hombre de Dios. También a ellos les puede hacer bien. A Jesús se le ve preocupado. Dentro de unos días será crucificado. Cuando le comunican el deseo de los peregrinos griegos, pronuncia unas palabras desconcertantes: «Llega la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre». Cuando sea crucificado, todos podrán ver con claridad dónde está su verdadera grandeza y su gloria. Probablemente nadie le ha entendido nada. Pero Jesús, pensando en la forma de muerte que le espera, insiste: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». ¿Qué es lo que se esconde en el crucificado para que tenga ese poder de atracción? Sólo una cosa: su amor increíble a todos. El amor es invisible. Sólo lo podemos ver en los gestos, los signos y la entrega de quien nos quiere bien. Por eso, en Jesús crucificado, en su vida entregada hasta la muerte, podemos percibir el amor insondable de Dios. En realidad, sólo empezamos a ser cristianos cuando nos sentimos atraídos por Jesús. Sólo empezamos a entender algo de la fe cuando nos sentimos amados por Dios. Para explicar la fuerza que se encierra en su muerte en la cruz, Jesús emplea una imagen sencilla que todos podemos entender: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto». Si el grano muere, germina y hace brotar la vida, pero si se encierra en su pequeña envoltura y guarda para sí su energía vital, permanece estéril. Esta bella imagen nos descubre una ley que atraviesa misteriosamente la vida entera. No es una norma moral. No es una ley impuesta por la religión. Es la dinámica que hace fecunda la vida de quien sufre movido por el amor. Es una idea repetida por Jesús en diversas ocasiones: Quien se agarra egoístamente a su vida, la echa a perder; quien sabe entregarla con generosidad genera más vida. No es difícil comprobarlo. Quien vive exclusivamente para su bienestar, su dinero, su éxito o seguridad, termina viviendo una vida mediocre y estéril: su paso por este mundo no hace la vida más humana. Quien se arriesga a vivir en actitud abierta y generosa, difunde vida, irradia alegría, ayuda a vivir. No hay una manera más apasionante de vivir que hacer la vida de los demás más humana y llevadera. ¿Cómo podremos seguir a Jesús si no nos sentimos atraídos por su estilo de vida?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 -
29 de marzo de 2009

ATRAIDOS POR EL CRUCIFICADO

Un grupo de «griegos», probablemente paganos, se acercan a los discípulos con una petición admirable: «Queremos ver a Jesús». Cuando se lo comunican, Jesús responde con un discurso vibrante en el que resume el sentido profundo de su vida. Ha llegado la hora. Todos, judíos y griegos, podrán captar muy pronto el misterio que se encierra en su vida y en su muerte: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
Cuando Jesús sea alzado a una cruz y aparezca crucificado sobre el Gólgota, todos podrán conocer el amor insondable de Dios, se darán cuenta de que Dios es amor y sólo amor para todo ser humano. Se sentirán atraídos por el Crucificado. En él descubrirán la manifestación suprema del Misterio de Dios.
Para ello se necesita, desde luego, algo más que haber oído hablar de la doctrina de la redención. Algo más que asistir a algún acto religioso de la semana santa. Hemos de centrar nuestra mirada interior en Jesús y dejarnos conmover, al descubrir en esa crucifixión el gesto final de una vida entregada día a día por un mundo más humano para todos. Un mundo que encuentre su salvación en Dios.
Pero, probablemente a Jesús empezamos a conocerlo de verdad cuando, atraídos por su entrega total al Padre y su pasión por una vida más feliz para todos sus hijos, escuchamos aunque sea débilmente su llamada: «El que quiera servirme que me siga, y dónde esté yo, allí estará también mi servidor».
Todo arranca de un deseo de «servir» a Jesús, de colaborar en su tarea, de vivir sólo para su proyecto, de seguir sus pasos para manifestar, de múltiples maneras y con gestos casi siempre pobres, cómo nos ama Dios a todos. Entonces empezamos a convertirnos en sus seguidores.
Esto significa compartir su vida y su destino: «donde esté yo, allí estará mi servidor». Esto es ser cristiano: estar donde estaba Jesús, ocuparnos de lo que se ocupaba él, tener las metas que él tenía, estar en la cruz como estuvo él, estar un día a la derecha del Padre donde está él.
¿Cómo sería una Iglesia «atraída» por el Crucificado, impulsada por el deseo de «servirle» sólo a él y ocupada en las cosas en que se ocupaba él? ¿Cómo sería una Iglesia que atrajera a la gente hacia Jesús?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
2 de abril de 2006

UNA LEY PARADÓJICA

Si el grano de trigo no cae en tierra.

Pocas frases encontramos en el evangelio tan desafiantes como estas palabras que recogen una convicción muy de Jesús: «Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto».
La idea de Jesús es clara. Con la vida sucede lo mismo que con el grano de trigo, que tiene que morir para liberar toda su energía y producir un día fruto. Si «no muere», se queda solo encima del terreno. Por el contrario, si «muere» vuelve a levantarse trayendo consigo nuevos granos y nueva vida.
Con este lenguaje tan gráfico y lleno de fuerza, Jesús deja entrever que su muerte, lejos de ser un fracaso, será precisamente lo que dará fecundidad a su vida. Pero, al mismo tiempo, invita a sus seguidores a vivir según esta misma ley paradójica: para dar vida es necesario «morir».
No se puede engendrar vida sin dar la propia. No es posible ayudar a vivir si uno no está dispuesto a «desvivirse» por los demás. Nadie contribuye a un mundo más justo y humano viviendo apegado a su propio bienestar. Nadie trabaja seriamente por el reino de Dios y su justicia, si no está dispuesto a asumir los riesgos y rechazos, la conflictividad y persecución que sufrió Jesús.
Nos pasamos la vida tratando de evitar sufrimientos y problemas. La cultura del bienestar nos empuja a organizarnos de la manera más cómoda y placentera posible. Es el ideal supremo. Sin embargo, hay sufrimientos y renuncias que es necesario asumir si queremos que nuestra vida sea fecunda y creativa. El hedonismo no es una fuerza movilizadora; la obsesión por el propio bienestar empequeñece a las personas.
Nos estamos acostumbrando a vivirlo todo cerrando los ojos al sufrimiento de los demás. Parece lo más inteligente y sensato para ser felices. Es un error. Seguramente, lograremos evitamos algunos problemas y sinsabores, pero nuestro bienestar será cada vez más vacío, aburrido y estéril, nuestra religión cada vez más triste y egoísta. Mientras tanto, los oprimidos y afligidos quieren saber si le importa a alguien su dolor.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
6 de abril de 2003

ANTE LA ENFERMEDAD

Si el grano de trigo no cae en tierra...

No están habituados nuestros oídos a escuchar palabras como éstas de Jesús: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto». Nosotros pensamos que lo único realmente positivo que puede construir nuestra vida es la salud, el éxito, lo agradable, lo que nos sale bien. ¿Qué pueden aportar de bueno y positivo a nuestra existencia la enfermedad, el sufrimiento, la desgracia o el fracaso?
Pensemos, por ejemplo, en esa experiencia dolorosa de la enfermedad que todos podemos sufrir, tarde o temprano, en nuestra propia carne. La enfermedad se nos presenta como algo totalmente malo y negativo. Una fatalidad absurda e injusta que nos ataca de pronto echando por tierra todos nuestros proyectos.
Sin embargo, los mismos científicos nos advierten que la enfermedad no es siempre algo dañoso. Puede ser también la reacción sabia del organismo que emite una señal de alarma para que la persona se cure de heridas y conflictos profundos, y reoriente su vida de manera más sana.
En cualquier caso, la enfermedad puede ser una experiencia de crecimiento y renovación si el enfermo acierta a vivirla de manera positiva. He aquí algunas sugerencias.
La enfermedad grave rompe nuestra seguridad. Vivíamos tranquilos y sin problemas, y de pronto nos vemos obligados a dejar el trabajo, detener nuestra vida y permanecer en el lecho. Entonces llegan las preguntas: ¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Me curaré? ¿Podré hacer de nuevo mi vida de siempre? Al enfermar, comprobamos que nuestra vida es frágil y está siempre amenazada. Si estamos atentos, escucharemos cómo la enfermedad nos invita a apoyarnos en algo o alguien más fuerte y seguro que nosotros.
Al mismo tiempo, en esas largas horas de silencio y dolor, el enfermo comienza a revivir recuerdos gozosos y experiencias negativas, deseos insatisfechos, errores y pecados. Y surgen de nuevo las preguntas: ¿Y esto ha sido todo? ¿Para qué he vivido hasta ahora? ¿Qué sentido tiene vivir así? Es el momento de reconciliarse con uno mismo y con Dios, confesar los errores del pasado y acoger en nosotros la paz y el perdón.
Pero la enfermedad nos ayuda, además, a abrir los ojos y ver con más lucidez el futuro. Al caer muchas falsas ilusiones, el enfermo empieza a descubrir lo que de verdad es importante en la vida, lo que no quisiera perder nunca: el amor de las personas, la libertad, la paz del corazón, la esperanza. Es el momento de reorientar nuestra vida de manera más humana. Intuimos que nos irá mejor.
Pasarán los días y las noches. El organismo se curará o, tal vez, caerá en un proceso incurable. Pero siguiendo a Cristo, más de uno podrá descubrir que el grano que muere da fruto, el sufrimiento purifica y la enfermedad puede conducir a una vida más sana.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
9 de abril de 2000

EVANGELIOS

Señor, quisiéramos ver a Jesús.

Me encuentro más de una vez con personas cansadas de discursos eclesiásticos, sermones rutinarios y palabras vacías. Quisieran encontrar algo más vivo y auténtico. Me lo decía hace unos días una joven: «Callaos, dejaos de rollos y ayudadme a encontrar a Dios». Sus palabras me recordaban las de San Juan de la Cruz. Cito de memoria: «No quieras enviarme ya más mensajero, que no saben decirme lo que quiero».
He pensado de nuevo en ello al leer en el texto evangélico el deseo de aquellos gentiles que se acercan a Felipe con este deseo: «Quisiéramos ver a Jesús». A quienes están cansados de «oír a los curas» les invito a hacer una experiencia diferente. Consiste en leer despacio el Evangelio fijándose bien en qué dice y qué hace Jesús. De esta manera podrán descubrir por sí mismos a Jesucristo, la persona que ha despertado más esperanza y ha generado más amor y solidaridad que nadie en toda la historia de la humanidad.
Mucha gente no tiene claro quién fue Jesús y por qué ha tenido tanta influencia en la historia. Se preguntan por qué es tan diferente de otros personajes y qué puede aportamos en nuestros días. A mi juicio, el mejor camino para sintonizar con él es acercarse personalmente a los evangelios y conocer directamente el relato de los evangelistas.
Jesús no deja a nadie indiferente. Sus palabras penetrantes, sus gestos imprevisibles, su vitalidad y amor a la vida, su confianza total en el Padre, su manera de defender a los desgraciados, su libertad frente a todo poder, su lucha contra la mentira y los abusos, su comprensión hacia los pecadores, su cercanía al sufrimiento humano, su acogida a los despreciados, su interés por hacer más digna y dichosa la vida de todos... nos ponen ante la persona más excepcional que jamás haya existido y suscitan un interrogante: ¿qué misterio se encierra en este hombre?
Quien se acerca directamente a Jesucristo y sintoniza con él descubre todo lo que él puede aportarnos para encontrar un sentido acertado a nuestra vida, para vivir con dignidad y sensatez, y para caminar día a día movidos por una esperanza indestructible.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
16 de marzo de 1997

NO SE AMA IMPUNEMENTE

… pero si muere, da mucho fruto

Pocas frases tan desafiantes y provocativas como las que escuchamos hoy en el evangelio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.»
El pensamiento de Jesús es claro. No se puede engendrar vida sin dar la propia. No se puede hacer vivir a los demás si uno no está dispuesto a «des-vivirse» por los otros. La vida es fruto del amor, y brota en la medida en que sabemos entregarnos.
En el cristianismo no se ha distinguido siempre con claridad el sufrimiento que está en nuestras manos suprimir, y el sufrimiento que no podemos nosotros eliminar. Hay un sufrimiento inevitable, reflejo de nuestra condición creatural, y que nos descubre la distancia que todavía existe entre lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Pero hay también un sufrimiento que es fruto de nuestros egoísmos e injusticias. Un sufrimiento con el que los hombres nos herimos mutuamente.
Es natural que nos apartemos del dolor, que busquemos evitarlo siempre que sea posible, que luchemos por suprimirlo de nosotros. Pero precisamente por eso, hay un sufrimiento que es necesario asumir en la vida. El sufrimiento aceptado como precio y consecuencia de nuestro esfuerzo por hacerlo desaparecer de entre los hombres. «El dolor sólo es bueno si lleva adelante el proceso de su supresión» (D. Sölle).
Es claro que en la vida podríamos evitarnos muchos sufrimientos, amarguras y sinsabores. Bastaría con cerrar los ojos ante los sufrimientos ajenos, y encerrarnos en la búsqueda egoísta de nuestra dicha. Pero siempre sería a un precio demasiado costoso: dejando sencillamente de amar.
Cuando uno ama y vive intensamente la vida, no puede vivir indiferente al dolor grande o pequeño de las gentes. El que ama se hace vulnerable. Amar a los hombres incluye sufrimiento, «compasión», solidaridad en el dolor. «No existe ningún sufrimiento que nos pueda ser ajeno» (K. Simonow).
Esta solidaridad dolorosa hace surgir salvación y liberación para el hombre. Es lo que descubrimos en el Crucificado: sólo salva el que comparte el dolor, y se solidariza con el que sufre.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
20 de marzo de 1994

NO DEFORMAR LA CRUZ

Si el grano de trigo no cae en tierra...

La fe cristiana puede quedar gravemente deformada cuando se recogen frases evangélicas o palabras de Jesús de manera aislada, sin enraizarlas correctamente en el conjunto de su mensaje y sin entenderlas desde la inspiración central de su vida.
Textos como «quien quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, torne su cruz y me siga», o «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo», tomados de manera absoluta y sin contexto, pueden darle a la vida un sello dolorista que no responde al espíritu ni a la orientación fundamental de lo que vivió Cristo.
Se impone, por ello, la relectura de un cierto «ascetismo» que no tiene su origen en la cruz de Cristo, sino en corrientes culturales extrañas al cristianismo. Un ascetismo convertido en elemento autónomo y nuclear, inspirador de todo lo demás, que hace girar a la persona en torno a la renuncia y al dolor, considerados como valores en sí mismos, independientemente de la orientación profunda de la vida, es algo totalmente extraño al cristianismo. Por otra parte, la renuncia y la abnegación, aislados en sí mismos y vividos sin el Espíritu que animó a Jesús, pueden generar resentimiento y teñir de negatividad el hecho mismo de ser cristiano.
No se trata de negar el valor de la renuncia y, mucho menos de encubrir el hecho capital de la cruz, cediendo a los gustos de una cultura hedonista. Al contrario, se trata de purificar versiones falsas y empobrecedoras para asumir y vivir la cruz cristiana en toda su pureza y verdad.
El dato que nunca hemos de olvidar es éste: Jesús no vivió para la cruz; su vida no se centra en buscar sufrimientos. Jesús vivió para amar; la cruz es consecuencia de su vida desbordante de entrega y de servicio; fruto de su libertad total, de su coherencia, de su fidelidad a Dios y de su pasión por hacer el bien a las gentes.
Lo que Jesús busca a lo largo de toda su vida es la felicidad del ser humano. Por ello, lucha contra toda clase de sufrimientos: los que provienen de la injusticia de los mismos hombres y los que sobrevienen de manera inevitable. Pero lo hace con tal radicalidad y verdad que, en su búsqueda de felicidad para todos, no se detiene ni siquiera ante su propio sufrimiento, sino que lo asume por fidelidad al Padre y por amor al ser humano.
Por eso, «llevar la cruz» siguiendo a Cristo no significa añadir a la vida nuevos sufrimientos y nuevas cargas, como si esto nos identificara sin más con el Crucificado. Quien quiere seguir a Cristo de verdad no se pone a buscar sufrimientos, se dispone a desvivirse por los demás. La renuncia y la cruz le llegan no como recorte de su libertad, sino como fruto de una plenitud y como consecuencia de esa experiencia positiva de servicio y entrega.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
17 de marzo de 1991

¿QUE HACER EN LA ENFERMEDAD?

Si el grano de trigo no cae en tierra...

No están habituados nuestros oídos a escuchar palabras como éstas de Jesús: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”. Nosotros pensamos que lo único realmente positivo que puede construir nuestra vida es la salud, el éxito, lo agradable, lo que nos sale bien. ¿Qué pueden aportar de bueno y positivo a nuestra existencia la enfermedad, el sufrimiento, la desgracia o el fracaso?
Pensemos, por ejemplo, en esa experiencia dolorosa de la enfermedad que todos podemos sufrir, tarde o temprano, en nuestra propia carne. La enfermedad se nos presenta como algo totalmente malo y negativo. Una fatalidad absurda e injusta que nos ataca de pronto echando por tierra todos nuestros proyectos.
Sin embargo, los mismos científicos nos advierten que la enfermedad no es siempre algo dañoso. Puede ser también la reacción sabia del organismo que emite una señal de alarma para que la persona se cure de heridas y conflictos profundos, y reoriente su vida de manera más sana.
En cualquier caso, la enfermedad puede ser una experiencia de crecimiento y renovación si el enfermo acierta a vivirla de manera positiva. He aquí algunas sugerencias.
La enfermedad grave rompe nuestra seguridad. Vivíamos tranquilos y sin problemas, y de pronto nos vemos obligados a dejar el trabajo, detener nuestra vida y permanecer en el lecho. Y llegan las preguntas: ¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Me curaré? ¿Podré hacer de nuevo mi vida de siempre? Al enfermar, comprobamos que nuestra vida es frágil y está siempre amenazada. Si estamos atentos, escucharemos cómo la enfermedad nos invita a apoyarnos en algo o alguien más fuerte y seguro que nosotros.
Al mismo tiempo, en esas largas horas de silencio y dolor, el enfermo comienza a revivir recuerdos gozosos y experiencias negativas, deseos insatisfechos, errores y pecados. Y surgen de nuevo las preguntas: ¿Y esto ha sido todo? ¿Para qué he vivido hasta ahora? ¿Qué sentido tiene vivir así? Es el momento de reconciliarse con uno mismo y con Dios, confesar los errores del pasado y acoger en nosotros la paz y el perdón.
Pero la enfermedad nos ayuda, además, a abrir los ojos y ver con más lucidez el futuro. Al caer muchas falsas ilusiones, el enfermo empieza a descubrir lo que de verdad es importante en la vida, lo que no quisiera perder nunca: el amor de las personas, la libertad, la paz del corazón, la esperanza. Es el momento de reorientar nuestra vida de manera más humana. Intuimos que nos irá mejor.
Pasarán los días y las noches. El organismo se curará o, tal vez, caerá en un proceso incurable. Pero siguiendo a Cristo, más de uno podrá descubrir que el grano que muere da fruto, el sufrimiento purifica y la enfermedad puede conducir a una vida más sana.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
20 de marzo de 1988

LA CONFIANZA ABSOLUTA

El que se ama a sí mismo se pierde.

Nuestra vida discurre, por lo general, de manera bastante superficial Pocas veces nos atrevemos a adentramos en nosotros mismos. Nos produce una especie de vértigo asomarnos a nuestra interioridad.
¿Quién es ese ser extraño que descubro dentro de mí, lleno de miedos e interrogantes, hambriento de felicidad y harto de problemas, siempre en búsqueda y siempre insatisfecho?
¿ Qué postura adoptar al contemplar en nosotros esa mezcla extraña de nobleza y miseria, de grandeza y pequeñez, de finitud e infinitud?
Entendemos el desconcierto de San Agustín que, cuestionado por la muerte de su mejor amigo, se detiene a reflexionar sobre su vida: Me he convertido en un gran enigma para mí mismo».
Hay una primera postura posible. Se llama resignación y consiste en contentarnos con lo que somos. Instalarnos en nuestra pequeña vida de cada día y aceptar nuestra finitud.
Naturalmente, para ello hemos de acallar cualquier rumor de trascendencia. Cerrar los ojos a toda señal que nos invite a mirar hacia el infinito. Permanecer sordos a toda llamada proveniente del Misterio.
Hay otra actitud posible. Es la desesperación. Lo que S. Kirkegaard llamaba “querer desesperadamente ser uno mismo». Querer salvarme con mis propias fuerzas sin salir de mí mismo. Ser yo “dios” para mí.
Pero, ¿qué hacer cuando compruebo una y otra vez que no puedo darme esa felicidad plena, total y absoluta que ando buscando en el fondo de mi ser?
Hay otra opción posible ante la encrucijada de la vida. La confianza absoluta. Aceptar en nuestra vida la presencia salvadora del Misterio. Abrirnos a ella desde lo más hondo de nosotros. Acoger a Dios como raíz y destino de nuestro ser. Creer en la salvación que se nos ofrece.
Sólo desde esa confianza plena en Dios Salvador se entienden esas desconcertantes palabras de Jesús: “El que se ama a sí mismo se pierde y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guarda para la vida eterna».
Lo decisivo es abrir confiadamente nuestra existencia al Misterio. Descubrir y aceptar que somos seres “gravitando” hacia Dios. Como decía P. Tillich, “aceptar ser aceptados por El”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
24 de marzo de 1985

NUESTRA INGENUIDAD ANTE LA MUERTE

Yo soy la resurrección y la vida....

El hombre contemporáneo no sabe qué hacer exactamente con la muerte. Lo único que se nos ocurre es ignorarla, no hablar de ella, no pronunciar e1 nombre de las enfermedades incurables.
Hemos convertido a la muerte en el moderno «tabú» que ha sustituido al antiguo tabú sexual. A los niños se les explica todo sobre el origen maravilloso de la vida, pero nadie se atreve a iniciarlos al misterio de la muerte.
Son muchos los padres que, ante el niño que pregunta a donde se ha ido el abuelo, sienten el mismo malestar o mayor que antes, cuando preguntaban de donde venían los niños al mundo.
Son admirables todos los esfuerzos que hacemos por retrasar la muerte, ignorarla y vivir apartando de nosotros todo lo que nos puede recordar su cercanía.
Todo el mundo quiere parecer joven, fuerte, agresivo e invulnerable. Añoramos la juventud, la salud y la fuerza porque creemos poder encontrar en todo eso una protección contra lo irremediable: la vejez y la muerte.
No queremos recordar lo que en realidad somos: seres profundamente débiles, vulnerables y, en definitiva, mortales.
Pero hay todavía algo más. Son bastantes los que se dicen cristianos porque admiran el evangelio y veneran a Jesucristo, aunque confiesan modestamente no ambicionar ni añorar o esperar con gozo la resurrección. En realidad, se contentarían con prolongar esta vida de manera indefinida.
¿No es todo esto síntoma de un grave empobrecimiento y signo de una profunda ingenuidad?
Si nuestra vida es insatisfactoria, no es porque sea corta sino porque nunca podrá satisfacer nuestras aspiraciones más profundas. El hombre puede y debe prolongar esta vida, humanizarla, hacerla siempre mejor. Pero, sólo con ello, no alcanza la vida que anhela.
Sólo desde el realismo profundo de nuestra condición mortal y desde la necesidad sentida de salvación, podemos escuchar con fe la promesa de Jesucristo: «Yo soy la Resurrección y la Vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá».
Quizás, para entender estas palabras, necesitamos antes que nada, dejar a un lado autoengaños ilusorios, liberarnos de nuestra ingenuidad y recordar aquella observación tan certera de D. Sölle: «El hombre no vive sólo de pan, muere también de sólo pan».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
28 de marzo de 1982

NO SE AMA IMPUNEMENTE

… .pero si muere, da mucho fruto.

Pocas frases tan desafiantes y provocativas como las que escuchamos hoy en el evangelio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto».
El pensamiento de Jesús es claro. No se puede engendrar vida sin dar la propia.. No, se puede hacer vivir a los demás si uno no está dispuesto a «des-vivirse» por los otros. La vida es fruto del amor, y brota en la medida en que’ sabemos entregarnos.
En la metáfora de Jesús, la muerte es la condición para que se libere toda la energía vital que contiene el grano. El fruto comienza en el mismo grano que muere. Así sucede también en la vida. El don total de sí es lo que hace que la vida de un hombre pueda ser realmente fecunda.
Los pensadores cristianos no han distinguido siempre con claridad el sufrimiento que está en nuestras manos suprimir, y el sufrimiento que no podemos nosotros eliminar.
Hay un sufrimiento inevitable, reflejo de nuestra condición creatural, y que nos descubre la distancia que todavía existe entre lo que somos y los que estamos llamados a ser. Pero hay también un sufrimiento que es fruto de nuestros egoísmos e injusticias. Un sufrimiento con el que los hombres nos herimos mutuamente.
Es natural que los hombres nos apartemos del dolor, que busquemos evitarlo siempre que sea posible, que luchemos por suprimirlo de entre nosotros.
Pero precisamente por eso, hay un sufrimiento que es necesario asumir en la vida. El sufrimiento aceptado como precio y consecuencia de nuestro esfuerzo por hacerlo desaparecer de entre los hombres. «El dolor sólo es bueno si lleva adelante el proceso de su supresión» (D. Sölle).
Es claro que en la vida podríamos evitarnos muchos sufrimientos, amarguras y sinsabores. Bastaría con cerrar los ojos ante los sufrimientos ajenos, y encerramos en la búsqueda egoísta de nuestra dicha. Pero siempre sería a un precio demasiado costoso: dejando sencillamente de amar.
Cuando uno ama y vive intensamente la vida, no puede vivir indiferente al dolor grande o pequeño de las gentes. El que ama se hace vulnerable. Amar a los hombres incluye sufrimiento, «compasión», solidaridad en el dolor. «No existe ningún sufrimiento que nos pueda ser ajeno» (K. Simonow).
Esta solidaridad dolorosa hace surgir salvación y liberación para el hombre. Es lo que descubrimos en el crucificado: sólo salva el que comparte el dolor, y se solidariza con el que sufre.

José Antonio Pagola