lunes, 29 de junio de 2015

05/07/2015 - 14º domingo Tiempo ordinario (B)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción". 
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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14º domingo Tiempo ordinario (B)


EVANGELIO

No desprecian a un profeta más que en su tierra.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 6, 1-6

En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
- «¿De donde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?
Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía:
- «No desprecian a un profeta mas que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, solo curo algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe.
Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2014-2015 -
5 de julio de 2015

NO DESPRECIAR AL PROFETA

El relato no deja de ser sorprendente. Jesús fue rechazado precisamente en su propio pueblo, entre aquellos que creían conocerlo mejor que nadie. Llega a Nazaret, acompañado de sus discípulos, y nadie sale a su encuentro, como sucede a veces en otros lugares. Tampoco le presentan a los enfermos de la aldea para que los cure.
Su presencia solo despierta en ellos asombro. No saben quién le ha podido enseñar un mensaje tan lleno de sabiduría. Tampoco se explican de dónde proviene la fuerza curadora de sus manos. Lo único que saben es que Jesús un trabajador nacido en una familia de su aldea. Todo lo demás «les resulta escandaloso».
Jesús se siente « despreciado»: los suyos no le aceptan como portador del mensaje y de la salvación de Dios. Se han hecho una idea de su vecino Jesús y se resisten a abrirse al misterio que se encierra en su persona. Jesús les recuerda un refrán que, probablemente, conocen todos: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».
Al mismo tiempo, Jesús «se extraña de su falta de fe». Es la primera vez que experimenta un rechazo colectivo, no de los dirigentes religiosos, sino de todo su pueblo. No se esperaba esto de los suyos. Su incredulidad llega incluso a bloquear su capacidad de curar: «no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos».
Marcos no narra este episodio para satisfacer la curiosidad de sus lectores, sino para advertir a las comunidades cristianas que Jesús puede ser rechazado precisamente por quienes creen conocerlo mejor: los que se encierran en sus ideas preconcebidas sin abrirse ni a la novedad de su mensaje ni al misterio de su persona.
¿Cómo estamos acogiendo a Jesús los que nos creemos «suyos»? En medio de un mundo que se ha hecho adulto, ¿no es nuestra fe demasiado infantil y superficial? ¿No vivimos demasiado indiferentes a la novedad revolucionaria de su mensaje? ¿No es extraña nuestra falta de fe en su fuerza transformadora? ¿No tenemos el riesgo de apagar su Espíritu y despreciar su Profecía?
Ésta la preocupación de Pablo de Tarso: «No apaguéis el Espíritu, no despreciéis el don de Profecía. Revisadlo todo y quedaos sólo con lo bueno» (1 tesalonicenses 5, 19-21). ¿No necesitamos algo de esto los cristianos de nuestros días?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2011-2012 -
8 de julio de 2012

RECHAZADO ENTRE LOS SUYOS

Jesús no es un sacerdote del Templo, ocupado en cuidar y promover la religión. Tampoco lo confunde nadie con un maestro de la Ley, dedicado a defender la Torá de Moisés. Los campesinos de Galilea ven en sus gestos curadores y en sus palabras de fuego la actuación de un profeta movido por el Espíritu de Dios.
Jesús sabe que le espera una vida difícil y conflictiva. Los dirigentes religiosos se le enfrentarán. Es el destino de todo profeta. No sospecha todavía que será rechazado precisamente entre los suyos, los que mejor lo conocen desde niño.
El rechazo de Jesús en su pueblo de Nazaret era muy comentado entre los primeros cristianos. Tres evangelistas recogen el episodio con todo detalle. Según Marcos, Jesús llega a Nazaret acompañado de un grupo de discípulos y con fama de profeta curador. Sus vecinos no saben qué pensar.
Al llegar el sábado, Jesús entra en la pequeña sinagoga del pueblo y "empieza a enseñar". Sus vecinos y familiares apenas le escuchan. Entre ellos nacen toda clase de preguntas. Conocen a Jesús desde niño: es un vecino más. ¿Dónde ha aprendido ese mensaje sorprendente del reino de Dios? ¿De quién ha recibido esa fuerza para curar? Marcos dice que todo "les resultaba escandaloso". ¿Por qué?
Aquellos campesinos creen que lo saben todo de Jesús. Se han hecho una idea de él desde niños. En lugar de acogerlo tal como se presenta ante ellos, quedan bloqueados por la imagen que tienen de él. Esa imagen les impide abrirse al misterio que se encierra en Jesús. Se resisten a descubrir en él la cercanía salvadora de Dios.
Pero hay algo más. Acogerlo como profeta significa estar dispuestos a escuchar el mensaje que les dirige en nombre de Dios. Y esto puede traerles problemas. Ellos tienen su sinagoga, sus libros sagrados y sus tradiciones. Viven con paz su religión. La presencia profética de Jesús puede romper la tranquilidad de la aldea.
Los cristianos tenemos imágenes bastante diferentes de Jesús. No todas coinciden con la que tenían los que lo conocieron de cerca y lo siguieron. Cada uno nos hacemos nuestra idea de él. Esta imagen condiciona nuestra forma de vivir la fe. Si nuestra imagen de Jesús es pobre, parcial o distorsionada, nuestra fe será pobre, parcial o distorsionada.
¿Por qué nos esforzamos tan poco en conocer a Jesús? ¿Por qué nos escandaliza recordar sus rasgos humanos? ¿Por qué nos resistimos a confesar que Dios se ha encarnado en un Profeta? ¿Tal vez intuimos que su vida profética nos obligaría a transformar profundamente su Iglesia?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
5 de julio de 2009

NO DESPRECIAR AL PROFETA

(Ver homilía del 5 de julio de 2015)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
9 de julio de 2006

SABIO Y CURADOR

¿ Qué sabiduría es ésa...?
¿y esos milagros de sus manos?

No tenía poder cultural como los escribas. No era un intelectual con estudios. Tampoco poseía el poder sagrado de los sacerdotes del templo. No era miembro de una familia honorable, ni pertenecía a las elites urbanas de Séforis o Tiberíades. Jesús era un «obrero de la construcción», de una aldea desconocida de la Baja Galilea.
No había estudiado en ninguna escuela rabínica. No se dedicaba a explicar la Ley. No le preocupaban las discusiones doctrinales. No se interesó nunca por los ritos del templo. La gente lo veía como un maestro que enseñaba a entender y vivir la vida de manera diferente.
Según Marcos, cuando Jesús llegó a Nazaret acompañado por sus discípulos, sus vecinos quedaron sorprendidos por dos cosas: la sabiduría de su corazón y la fuerza curadora de sus manos. Era lo que más atraía a la gente. Jesús no era un pensador que explicaba una doctrina, sino un sabio que comunicaba su experiencia de Dios y enseñaba a vivir bajo el signo del amor. No era un líder autoritario que imponía su poder, sino un curador que sanaba la vida y aliviaba el sufrimiento.
A las gentes de Nazaret no les costó mucho desacreditar a Jesús. Neutralizaron su presencia con toda clase de preguntas, sospechas y recelos. No se dejaron enseñar por él, ni se abrieron a su fuerza curadora. Jesús no pudo acercarlos a Dios, ni curar a todos como él hubiera deseado.
A Jesús no se le puede entender desde fuera. Hay que entrar en contacto con él. Dejar que vaya introduciendo poco a poco en nosotros cosas tan decisivas como la alegría de vivir, la compasión o la voluntad de crear un mundo más justo. Dejar que nos enseñe a vivir en la presencia amistosa y cercana de Dios. Cuando uno se acerca a Jesús, no se siente atraído por una doctrina, sino invitado a vivir de una manera nueva.
Por otra parte, para experimentar su fuerza salvadora, es necesario dejamos curar por él: recuperar poco a poco la libertad interior, liberamos de miedos que nos paralizan, atrevemos a salir de la mediocridad. Jesús sigue hoy «imponiendo sus manos». Sólo se curan quienes creen en él.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
6 de julio de 2003

LA FE PUEDE CURAR

Se extrañó de su falta de fe.

Durante mucho tiempo Occidente ha ignorado casi totalmente el papel del espíritu en la curación de la persona. Hoy, por el contrario, se reconoce abiertamente que gran parte de las enfermedades modernas son de origen sicosomático o tienen una dimensión sicosomática.
Sin embargo, muchas personas ignoran que su verdadera enfermedad se encuentra a un nivel más profundo que el estrés, la tensión arterial o la depresión. No se dan cuenta de que el deterioro de su salud comienza a gestarse en su vida absurda y sin sentido, en la carencia de amor verdadero, en la culpabilidad vivida sin la experiencia del perdón, en el deseo centrado egoístamente sobre uno mismo o en tantas otras «dolencias» que impiden el desarrollo de una vida saludable.
Ciertamente sería degradar la religión el utilizarla como uno de tantos remedios para tener buena salud física o síquica; la razón de ser de la religión no es la salud del hombre sino su salvación definitiva. Pero, una vez establecido esto, hemos de afirmar que la fe posee fuerza sanante y que acoger a Dios con confianza puede ayudar a las personas a vivir de manera más sana.
La razón es sencilla. El yo más profundo del ser humano pide sentido, esperanza y, sobre todo, amor. Muchas personas comienzan a enfermar por falta de amor. Por eso, la experiencia de saberse amado incondicionalmente por Dios cura. Los problemas no desaparecen. Pero saber, en el nivel más profundo de mi ser, que soy amado siempre y en cualquier circunstancia, y no porque yo soy bueno y santo, sino porque Dios es bueno y me quiere, es una experiencia que genera estabilidad interior.
A partir de esta experiencia básica, el creyente puede ir curando heridas de su pasado. Es bien sabido que gran parte de las neurosis y alteraciones sicofísicas van vinculadas a esa capacidad humana de grabarlo y almacenarlo todo. El amor de Dios acogido con fe puede ayudar a mirar con paz errores y pecados, puede liberar de las voces inquietantes del pasado, puede ahuyentar espíritus malignos que a veces pueblan la memoria. Todo queda abandonado confiadamente al amor de Dios.
Por otra parte, esa experiencia del amor de Dios puede sanar el vivir de cada día. En la vida todo es gracia para quien vive abierto a Dios; se puede trabajar con sentido a pesar de no obtener resultados; todo se puede unificar e integrar desde el amor; la experiencia más negativa y dolorosa puede ser vivida de manera positiva.
El evangelista Marcos recuerda en su evangelio que Jesús no pudo curar en Nazaret a muchos porque les faltaba fe. Ese puede ser también nuestro caso. No vivimos la fe con suficiente hondura como para experimentar su poder sanador.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
9 de julio de 2000

EL MISTERIO DE JESÚS

¿De dónde saca todo eso?

Marcos nos relata que los vecinos de Nazaret, sorprendidos por la enseñanza nueva de Jesús y por las curaciones que lleva a cabo, se hacen toda clase de preguntas sobre el misterio que se encierra en su persona: «De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos?». Más adelante, será el mismo Jesús quien planteará a sus discípulos la pregunta: «¿Quién decís que soy yo?»
Con frecuencia, se trata de responder a esta pregunta en clave doctrinal recordando lo que los grandes concilios han proclamado sobre él. Planteada así la cuestión, unos afirman que Jesús es el Hijo de Dios consustancial al Padre, otros entienden que es sólo un hombre extraordinario pero no de naturaleza divina, otros prefieren no pronunciarse pues no llegan a entender qué es lo que se quiere decir exactamente con este tipo de fórmulas.
Con ser decisiva, no es ésta, sin embargo, la única clave para acercarse a la verdadera identidad de Cristo, sobre todo en una época de fuerte crisis metafísica en la que muchos buscan orientación para su vida en medio de conflictos, interrogantes y contradicciones. Hay otra manera de ahondar en la personalidad de Cristo y es recorrer el camino iniciado por él.
A muchos hombres y mujeres de hoy no les ayuda mucho analizar lo que dicen los concilios sobre la naturaleza divina y humana de Cristo o escuchar las explicaciones de los teólogos sobre la posibilidad de que Dios se haga hombre. Es mejor conocer el relato evangélico sobre Jesús, captar lo esencial de esa vida y ponernos a seguirle.
Quien sigue a Jesús se acerca cada vez más a su misterio. Se encuentra con un hombre movido sólo por el amor, sintoniza con él, comienza a entender la existencia desde otra perspectiva y se pregunta qué misterio se encierra en este ser humano que no vive para sí mismo, sino para los demás. Se sorprende ante su libertad inaudita, trata de seguirle en su «camino de verdad» y se pregunta dónde está el origen último de esa seguridad misteriosa que lo lleva a poner la ley, el culto y la religión al servicio del ser humano.
Lo que más nos acerca al misterio de Cristo no es confesar rutinariamente las grandes fórmulas cristológicas, sino tratar de seguirle día a día abriéndonos a su Espíritu y sintonizando con su estilo de vivir.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
6 de julio de 1997

FE PEQUEÑA

Se extrañó de su falta de fe.

Es un dato fácil de observar. La fe de bastantes cristianos no crece a lo largo de su vida. Está ahí, estancada en el fondo de la persona. Pasarán los años y nada nuevo se despertará en su corazón. No es un problema de nuestros tiempos. En los evangelios se habla con frecuencia de quienes tienen «poca fe» (oligopistia), es decir, una fe pequeña, sin desarrollar. Más aún, en su pueblo de Nazaret, Jesús se extraña de la «falta de fe» de los suyos.
¿Es posible cambiar las cosas?, ¿qué hacer para crecer en la fe?, ¿cómo acrecentar nuestra confianza en Dios? Voy a sugerir tres caminos que, casi de forma espontánea, pueden conducir a una fe más viva y genuina.
Del sufrimiento a la invocación. Todo el mundo tenemos, tarde o temprano, problemas y dificultades. A veces se puede apoderar de nosotros incluso la ansiedad. Es cierto que contamos con la ayuda y el apoyo de no pocas personas. Pero, con todo, no siempre es fácil enfrentarse al peso de la existencia. En el fondo, todos andamos buscando una seguridad, plenitud y felicidad que la vida no da.
Si dentro de nosotros hay un poco de fe, es el momento de invocar a Dios: «Desde lo hondo grito a ti, Señor.» No para pedir cosas ni para encontrar soluciones mágicas a los problemas, sino para orientar nuestro deseo hacia el Único en el que nuestra vida encontrará descanso y salvación.
De la alegría de vivir a la acción de gracias. No todo son problemas. En la vida conocemos también el gozo, la expansión, los momentos de felicidad serena. Qué bueno es sentirse vivo y experimentar la alegría de vivir. La vida nos parece entonces hermosa y amable.
Si dentro de nosotros hay fe, es el momento del agradecimiento a Dios. Sin duda debemos mucho a personas que nos acompañan, pero ¿a quién agradecer el ser, la vida, esa alegría que experimentamos?, ¿hacia quién dirigir nuestra acción de gracias?, ¿hacia la vida o hacia ese Dios que es fuente y origen de todo bien?
De la culpa a la acogida del perdón. También sentimos en nosotros la «mala conciencia» y la culpabilidad. No estamos a gusto con nosotros mismos. No siempre lo queremos reconocer, pero es así. Sabemos cómo estamos estropeando la vida con nuestra mediocridad, egoísmo y cobardías.
¿Qué hacer con la culpabilidad? Podemos ignorarla o tratar de ahogarla de mil maneras. Podemos también acoger el perdón y la ternura de Dios. Ante él no necesitamos disculparnos ni defendernos. Tal vez no hay gracia mayor que la de creer cada vez más en el perdón infinito de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
3 de julio de 1994

FE Y SALUD

Se extrañó de su falta de fe.

Durante mucho tiempo Occidente ha ignorado casi totalmente el papel del espíritu en la curación de la persona. Hoy, por el contrario, se reconoce abiertamente que gran parte de las enfermedades modernas son de origen sicosomático o tienen una dimensión sicosomática. En particular, las enfermedades típicamente humanas que no afectan a los animales.
Sin embargo, muchas personas ignoran que su verdadera enfermedad se encuentra a un nivel más profundo que el estrés, la tensión arterial o la depresión. No se dan cuenta de que el deterioro de su salud comienza a gestarse en su vida absurda y sin sentido, en la carencia de amor verdadero, en la culpabilidad vivida sin la experiencia del perdón, en el deseo centrado egoístamente sobre uno mismo o en tantas otras «dolencias» que impiden el desarrollo de una vida saludable.
Ciertamente seria degradar la religión el utilizarla como uno de tantos remedios para tener buena salud física o síquica; la razón de ser de la religión no es la salud del hombre sino su salvación definitiva. Pero una vez establecido esto, hemos de afirmar que la fe posee fuerza sanante y que acoger a Dios con confianza puede ayudar a las personas a vivir de manera más sana.
La razón es sencilla. El yo más profundo del ser humano pide sentido, esperanza y, sobre todo, amor. Muchas personas comienzan a enfermar por falta de amor. Por eso, la experiencia de saberse amado incondicionalmente por Dios, cura. Los problemas no desaparecen. Pero saber, en el nivel más profundo de mi ser, que soy amado siempre y en cualquier circunstancia, y no porque yo soy bueno y santo, sino porque Dios es bueno y me quiere, es una experiencia que genera estabilidad interior.
A partir de esta experiencia básica, el creyente puede ir curando heridas de su pasado. Es bien sabido que gran parte de las neurosis y alteraciones sicofísicas van vinculadas a esa capacidad humana de grabarlo y almacenarlo todo. El amor de Dios acogido con fe puede ayudar a mirar con paz errores y pecados, puede liberar de las voces inquietantes del pasado, puede ahuyentar espíritus malignos que a veces pueblan la memoria. Todo queda expuesto confiadamente al amor de Dios.
Por otra parte, esa experiencia del amor de Dios puede sanar el vivir de cada día. En la vida todo es gracia para quien vive abierto a Dios; se puede trabajar con sentido a pesar de no obtener resultados; todo se puede unificar e integrar desde el amor; la experiencia más negativa y dolorosa puede ser vivida de manera positiva.
El evangelista Marcos recuerda en su evangelio que Jesús no pudo curar en Nazaret a muchos porque les faltaba fe. Ese puede ser también nuestro caso. No vivimos la fe con suficiente hondura como para experimentar su poder sanador.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
7 de julio de 1991

LA NUEVA ERA

¿Qué sabiduría es ésa?

En muy poco tiempo han proliferado entre nosotros todo tipo de libros y noticias sobre “la nueva era” (new age). Estudios teóricos como los de F. Capra o M. Fergusson o escritos divulgativos de toda clase nos hablan de “la nueva era” en que está entrando la humanidad.
Los escritos de carácter esotérico-astrológico nos aseguran que estamos viviendo la transición de la era de Piscis a “la era de Acuario”. Otros nos anuncian la llegada de “una nueva conciencia”. M. Fergusson nos habla de una “conspiración pacífica” inevitable que se irá extendiendo por todo el mundo desplazando a las antiguas religiones y conduciendo al hombre a un nivel superior de iluminación.
La “nueva era” viene impulsada por una proliferación de innumerables movimientos religiosos de componente gnóstico cristiano o de inspiración oriental (sólo en Francia cerca de trescientos). Al mismo tiempo resurge el esoterismo, la astrología, el ocultismo, la reencarnación.
Al tomar contacto con alguno de estos movimientos, más de un cristiano puede sentir la tentación de iniciarse en nuevas experiencias, pensando que no se aleja de la fe cristiana pues también aquí oye hablar de Cristo.
Sin duda cada uno es libre para seguir su camino, pero lo razonable es que primeramente conozca bien su propia religión cristiana y se percate de las graves discrepancias que afloran en esos movimientos. Apuntaré algunas de importancia.
La fe no consiste en la iniciación a una ciencia esotérica para descubrir unas supuestas leyes ocultas que rigen la existencia humana o el cosmos, sino en la escucha del Evangelio de Jesucristo que nos anuncia la salvación que nos viene de un Dios Padre.
La vida cristiana no consiste en tener acceso a una iluminación de Dios en nuestra conciencia (despertar “el Buda”, descubrir el “atman”), sino en seguir fielmente a Cristo en su amor al Padre y a los hermanos.
Dios no es simplemente el Espíritu o la Energía que dirige e impulsa la evolución del cosmos, sino un Padre que nos ofrece su amor personal en Cristo.
La salvación no consiste en una experiencia de plenitud cósmica a través de un proceso de reencarnación, sino en el encuentro personal con Cristo resucitado.
El cristiano cree en Jesucristo tal como es transmitido por los evangelios y no en las reconstrucciones fantasiosas de la antroposofía (R. Steiner), los rosacruces de H.S. Lewis o el Cristo cósmico de la Fraternidad Blanca Universal del maestro O.M. Aïvanhov.
Los evangelios nos relatan que las gentes se preguntaban extrañadas por “la sabiduría” de Jesús, pero, al hacerlo, no pensaban en ninguna ciencia oculta o teosofía esotérica del estilo de las que anuncian hoy las nuevas religiones, sino en la Buena Noticia de un Dios Padre capaz de salvar al hombre para siempre.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
3 de julio de 1988

UNA SABIDURIA DIFERENTE

¿ Qué sabiduría es ésa?

Los estudios que se vienen publicando estos últimos años sobre el futuro de la humanidad no son nada halagüeños.
Una y otra vez se repiten las mismas palabras y conceptos: crisis de la cultura moderna, decadencia de la sociedad occidental, ocaso de valores, disolución de la identidad humana, amenaza de aniquilación mundial.
Muchos siguen pensando que el hombre podrá superar esta crisis por medio de alguno de los sistemas existentes (capitalismo, socialismo, democracia...) o, tal vez, por medio de algún otro sistema que podamos descubrir.
Otros lo esperan todo del desarrollo tecnológico, de una revolución económica profunda o de un replanteamiento de las relaciones internacionales.
Sin duda, todo ello puede ser necesario. Pero la crisis actual del hombre no es sólo un problema ideológico, tecnológico o económico. Es el hombre mismo el que está enfermo y necesita ser curado en su misma raíz.
El hombre moderno ha empobrecido su existencia creyendo que el pensamiento racional es lo único válido y definitivo, y se ha ido quedando ciego interiormente para captar lo más esencial.
Ha desarrollado de manera insospechada sus técnicas de observación y análisis de la realidad, pero ha perdido el sentido de lo trascendente.
Han crecido cada vez más sus posibilidades de comunicación y relación, pero no acierta a encontrarse consigo mismo y religarse a su yo más profundo.
Conoce cada vez más cosas pero sabe cada vez menos sobre el sentido de su vida. Resuelve múltiples problemas pero no sabe resolver el problema de su libertad interior.
No es extraño que se eleven cada vez más voces apuntando la necesidad de una revolución más profunda que la que pueden aportar los sistemas ideológicos.
El hombre se está acercando a un “punto crucial” (F. Capra) en el que, si quiere sobrevivir, ha de aprender a vivir de manera nueva. La humanidad necesita reencontrar su «patria religiosa” (Enomiya-Lasalle). Es urgente una “transformación de la conciencia” (Sri Aurobindo).
La humanidad va a necesitar una vez más de la religión para redescubrir la sabiduría y el arte de vivir humanamente integrando mejor el pensamiento racional y la técnica.
Hoy se desprecia en occidente la sabiduría del Profeta de Galilea como lo hicieron sus propios vecinos. Sin embargo, ¿no será ésa precisamente la sabiduría que andamos necesitando?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
7 de julio de 1985

DIOS NO ES EXHIBICIONISTA

¿No es éste el carpintero?

Por lo general, los hombres buscamos a Dios en lo espectacular y extraordinario. Nos parece poco digno encontrarlo en lo sencillo y habitual, lo normal y no vistoso.
Según los relatos evangélicos, la verdadera dificultad para acoger al Hijo de Dios, no ha sido su grandeza extraordinaria o su poder aplastante, sino precisamente el encontrarse con «un carpintero», hijo de María, miembro de una familia insignificante.
Alguien ha dicho que «la raíz de la incredulidad es precisamente esta incapacidad de acoger la manifestación de Dios en lo cotidiano» (R. Fabris). No sabemos «reconocer» a Dios en lo ordinario de la vida.
La encarnación de Dios en un carpintero de Nazaret nos descubre, sin embargo, que Dios no es un exhibicionista que se ofrece en espectáculo, el Ser todopoderoso que se impone y ante el que es conveniente adoptar una postura de «legítima defensa» (F. Nietzsche).
El Dios encarnado en Jesús es el Dios discreto que no humilla. El Dios humilde y cercano que, desde el misterio mismo de la vida ordinaria y sencilla, nos invita al diálogo. Como escribía D. Bonhoeffer, Dios está en el centro de nuestra vida, aún estando más allá de ella».
A Dios lo podemos descubrir en las experiencias más normales de nuestra vida cotidiana. En nuestras tristezas inexplicables, en la felicidad insaciable, en nuestro amor frágil, en las añoranzas y anhelos, en las preguntas más hondas, en nuestro pecado más secreto, en nuestras decisiones más responsables, en la búsqueda sincera.
Cuando un hombre o una mujer ahonda con lealtad en su propia experiencia humana, le es difícil evitar la pregunta por el misterio último de la vida al que los creyentes llamamos «Dios».
Lo que necesitamos es unos ojos más limpios y sencillos y menos preocupados por tener cosas y acaparar personas. Una atención más honda y despierta hacia el misterio de la vida, que no consiste sólo en tener «espíritu observador» sino en saber acoger con simpatía los innumerables mensajes y llamadas que la misma vida irradia.
Dios «no está lejos de los que lo buscan». Lo que necesitamos es liberarnos de la superficialidad, de las mil distracciones que nos dispersan y de esa actividad nerviosa que, con frecuencia, nos impide tomar conciencia de lo que es la vida y nos cierra el camino hacia Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
4 de julio de 1982

APRENDER A VIVIR

¿Qué sabiduría es ésa?

La vida de un cristiano comienza a cambiar de manera insospechada el día en que descubre que Jesús es alguien que le puede enseñar a vivir.
Los relatos evangélicos no se cansan de presentarnos a Jesús como maestro. Alguien que puede enseñar una «sabiduría única».
De hecho, los primeros que se encontraron con él, se llamaron «discípulos», alumnos, es decir, hombres y mujeres dispuestos a aprender del único Maestro.
Quizás los cristianos de hoy tengamos que preguntarnos si no hemos olvidado demasiado ligeramente que ser cristiano es sencillamente «vivir aprendiendo» desde Jesús. Ir descubriendo desde Jesús cuál es la manera más humana, más auténtica y más gozosa de enfrentarse a la vida.
Cuántos esfuerzos no se hacen hoy para aprender a triunfar en la vida. Métodos para obtener el éxito en el trabajo profesional, técnicas para conquistar amigos, artes para salir triunfantes en las relaciones sociales. Pero, ¿dónde aprender a ser sencillamente humanos?
Son bastantes los cristianos para quienes Jesús no es, en modo alguno, el inspirador de sus vidas. No aciertan a ver qué relación podría existir entre Jesús y lo que ellos viven a diario.
Jesús se ha convertido en un personaje al que creen conocer perfectamente, cuando, en realidad, sigue siendo para muchos el «gran desconocido». Un Jesús sin consistencia real, incapaz de inspirar la existencia diaria.
Y sin embargo, ese Jesús mejor conocido y rna’s fielmente seguido, podría transformar nuestra vida. No como el maestro lejano que nos ha dejado un legado de sabiduría admirable a la humanidad. Sino como alguien vivo, que desde el fondo mismo de nuestra existencia, nos puede guiar con paciencia, comprensión y ternura.
El puede ser nuestro maestro de vida. Nos puede enseñar a usar nuestro potencial de vida no para manipular a otros sino para crecer. Nos puede descubrir que es mejor vivir dando que acaparando.
Nos puede enseñar poco a poco a ser de manera más gratuita y menos egoísta. Nos puede enseñar a arriesgarnos más por todo lo que es bueno y justo. Nos puede enseñar a no reducir todo a cálculo, eficacia e interés económico. Nos puede enseñar a querer a las personas como las quería él.
Nuestra vida depende de muchos factores. Pero el camino de la plenitud depende sobre todo de nuestra docilidad a quien puede ser nuestro «camino, verdad y vida».

José Antonio Pagola


Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


sábado, 27 de junio de 2015

29/06/2015 - San Pedro y San Pablo, apóstoles (B)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción". 
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

No dejes de visitar la nueva página de VÍDEOS DE LAS CONFERENCIAS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA .

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San Pedro y San Pablo, apóstoles (B)


EVANGELIO

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 13-19

Tu eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos.

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
-«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron:
-«Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremias o uno de los profetas.»
Él les preguntó:
-«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
-«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió:
-«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo:
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
29 de junio de 2014

SOLO JESÚS EDIFICA LA IGLESIA

El episodio tiene lugar en la región pagana de Cesarea de Filipo. Jesús se interesa por saber qué se dice entre la gente sobre su persona. Después de conocer las diversas opiniones que hay en el pueblo, se dirige directamente a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.
Jesús no les pregunta qué es lo que piensan sobre el sermón de la montaña o sobre su actuación curadora en los pueblos de Galilea. Para seguir a Jesús, lo decisivo es la adhesión  a su persona. Por eso, quiere saber qué es lo que captan en él.
Simón toma la palabra en nombre de todos y responde de manera solemne: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús no es un profeta más entre otros. Es el último Enviado de Dios a su pueblo elegido. Más aún, es el Hijo del Dios vivo. Entonces Jesús, después de felicitarle porque esta confesión sólo puede provenir del Padre, le dice: “Ahora yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
Las palabras son muy precisas. La Iglesia no es de Pedro sino de Jesús. Quien edifica la Iglesia no es Pedro, sino Jesús. Pedro es sencillamente “la piedra” sobre la cual se asienta “la casa” que está construyendo Jesús. La imagen sugiere que la tarea de Pedro es dar estabilidad y consistencia a la Iglesia: cuidar que Jesús la pueda construir, sin que sus seguidores introduzcan desviaciones o reduccionismos.
El Papa Francisco sabe muy bien que su tarea no es “hacer las veces de Cristo”, sino cuidar que los cristianos de hoy se encuentren con Cristo. Esta es su mayor preocupación. Ya desde el comienzo de su servicio de sucesor de Pedro decía así: “La Iglesia ha de llevar a Jesús. Este es el centro de la Iglesia. Si alguna vez sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús, sería una Iglesia muerta”.
Por eso, al hacer público su programa de una nueva etapa evangelizadora, Francisco propone dos grandes objetivos. En primer lugar, encontrarnos con Jesús, pues  “él puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestras comunidades... Jesucristo puede también romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo”.
En segundo lugar, considera decisivo “volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio” pues, siempre que lo intentamos, brotan nuevos caminos, métodos creativos, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual”. Sería lamentable que la invitación del Papa a impulsar la renovación de la Iglesia no llegara hasta los cristianos de nuestras comunidades.

José Antonio Pagola

HOMILIA

EL SERVICIO DE PEDRO

Jesús conversa con sus discípulos en la región de Cesarea de Filipo, no lejos de las fuentes del Jordán. El episodio ocupa un lugar destacado en el evangelio de Mateo. Probablemente, quiere que sus lectores no confundan las «iglesias» que van naciendo de Jesús con las «sinagogas» o comunidades judías donde hay toda clase de opiniones sobre él.
Lo primero que hay que aclarar es quién está en el centro de la Iglesia. Jesús se lo pregunta directamente a sus discípulos: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde en nombre de todos: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Intuye que Jesús no es sólo el Mesías esperado. Es el «Hijo de Dios vivo». El Dios que es vida, fuente y origen de todo lo que vive. Pedro capta el misterio de Jesús en sus palabras y gestos que ponen salud, perdón y vida nueva en la gente.
Jesús le felicita: «Dichoso tú… porque eso sólo te lo ha podido revelar mi Padre del cielo». Ningún ser humano «de carne y hueso» puede despertar esa fe en Jesús. Esas cosas las revela el Padre a los sencillos, no a los sabios y entendidos. Pedro pertenece a esa categoría de seguidores sencillos de Jesús que viven con el corazón abierto al Padre. Esta es la grandeza de Pedro y de todo verdadero creyente.
Jesús hace a continuación una promesa solemne: «Tú eres Pedro y sobre testa piedra yo edificaré mi Iglesia». La Iglesia no la construye cualquiera. Es Jesús mismo quien la edifica. Es él quien convoca a sus seguidores y los reúne en torno a su persona. La Iglesia es suya. Nace de él.
Pero Jesús no es un insensato que construye sobre arena. Pedro será «roca» en esta Iglesia. No por la solidez y firmeza de su temperamento pues, aunque es honesto y apasionado, también es inconstante y contradictorio. Su fuerza proviene de su fe sencilla en Jesús. Pedro es prototipo de los creyentes e impulsor de la verdadera fe en Jesús.
Este es el gran servicio de Pedro y sus sucesores a la Iglesia de Jesús. Pedro no es el «Hijo del Dios vivo», sino «hijo de Jonás». La Iglesia no es suya sino de Jesús. Sólo Jesús ocupa el centro. Sólo el la edifica con su Espíritu. Pero Pedro invita a vivir abiertos a la revelación del Padre, a no olvidar a Jesús y a centrar su Iglesia en la verdadera fe.

José Antonio Pagola

HOMILIA

CONSTRUIR LA IGLESIA DE JESÚS

Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

La Iglesia que conocemos hoy entre nosotros se nos ofrece como una organización sociológica que abarca a todos los ciudadanos que son registrados como bautizados a los pocos días de su nacimiento.
No es fácil ver en ella a la comunidad de los que han descubierto el evangelio, han creído con gozo en Jesucristo salvador e intentan vivir desde las exigencias y la esperanza del mensaje de Jesús.
La Iglesia ha venido a ser en nuestra sociedad una institución de la que no se puede decir que sea el conjunto de hombres y mujeres que se esfuerzan por vivir de acuerdo con el evangelio.
La pertenencia a la Iglesia no se debe a que una persona haya descubierto a Jesucristo y se convierta a la fe, sino, sencillamente, a que ha nacido en un familia de bautizados. En consecuencia, los miembros de la Iglesia no son necesariamente los convertidos al evangelio, sino los nacidos en determinados países «cristianos» o en determinados grupos sociológicos. De esta manera, la Iglesia deja de ser la comunidad de convertidos a Jesús y se configura como la masa de bautizados que piden con mayor o menor frecuencia unos servicios religiosos.
Necesitamos caminar desde una Iglesia entendida como un mero hecho sociológico, hacia una Iglesia entendida como la comunidad de los que viven esforzándose por seguir a Jesucristo.
Necesitamos comunidades cristianas en las que las exigencias del evangelio sean bien conocidas y claramente propuestas. Comunidades de hombres y mujeres que saben muy bien a qué se comprometen cuando deciden libremente entrar a formar parte de la comunidad cristiana.
Comunidades en las que todos se sientan responsables y protagonistas de la misión evangelizadora de la Iglesia. Comunidades no separadas ni disociadas las unas de las otras, sino estrechamente relacionadas y unidas para hacer presente también hoy la fuerza del evangelio en nuestra sociedad.
¿No son éstas algunas de nuestras necesidades más urgentes en estos momentos? Nuestra Iglesia diocesana así lo ha entendido. Durante dos días, más de ciento cincuenta creyentes de Guipúzcoa, de entre ellos casi un centenar de seglares, se han reunido alrededor del Obispo para reflexionar juntos sobre el modelo de Iglesia que debemos buscar y los pasos concretos que debemos dar.
Es sólo un signo modesto de una Iglesia que busca renovarse y convertirse en la comunidad que Jesús quiso construir sobre Pedro, portador fiel de u evangelio.

José Antonio Pagola

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CONFESAR CON LA VIDA

¿Quién decís que soy yo?

¿Quién decís que soy yo? Todos los evangelistas sinópticos recogen esta pregunta dirigida por Jesús a sus discípulos en la región de Cesarea de Felipe. Para los primeros cristianos era muy importante recordar una y otra vez a quién estaban siguiendo, cómo estaban colaborando en su proyecto y por quién estaban arriesgando su vida.
Cuando nosotros escucharnos hoy esta pregunta, tendemos a pronunciar las fórmulas que ha ido acuñando el cristianismo a lo largo de los siglos: Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, el Salvador del mundo, el Redentor de la humanidad... ¿Basta pronunciar estas palabras para convertirnos en «seguidores» de Jesús?
Por desgracia, se trata con frecuencia de fórmulas aprendidas a una edad infantil, aceptadas de manera mecánica, repetidas de forma ligera, y afirmadas más que vividas.
Confesamos a Jesús por costumbre, por piedad o por disciplina, pero vivimos sin captar la originalidad de su vida, sin escuchar la novedad de su llamada, sin dejamos atraer por su amor misterioso, sin contagiamos de su libertad, sin esforzarnos en seguir su trayectoria.
Lo adoramos como «Dios» pero no es el centro de nuestra vida. Lo confesamos como «Señor» pero vivimos de espaldas a su proyecto, sin saber muy bien cómo era y qué quería. Le decimos «Maestro» pero no vivimos motivados por lo que motivaba su vida. Vivimos como miembros de una religión, pero no somos discípulos de Jesús.
Paradójicamente, la «ortodoxia» de nuestras fórmulas doctrinales nos puede dar seguridad, dispensándonos al mismo tiempo de un encuentro vivo con Jesús. Hay cristianos muy «ortodoxos» que viven una religiosidad instintiva, pero no conocen por experiencia lo que es nutrirse de Jesús. Se sienten «propietarios» de la fe, alardean incluso de su ortodoxia, pero no conocen el dinamismo del Espíritu de Cristo.
No nos hemos de engañar. Cada uno hemos de ponemos ante Jesús, dejamos mirar directamente por él y escuchar desde el fondo de nuestro ser sus palabras: ¿quién soy yo realmente para vosotros? A esta pregunta se responde con la vida más que con palabras sublimes.

José Antonio Pagola

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¿QUÉ MISTERIO SE ENCIERRA EN ÉL?

¿Quién decís que soy yo?

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Cada uno ha de responder. No basta seguir repitiendo fórmulas y tópicos sobre Jesús. Es necesario un esfuerzo por intuir cada vez mejor qué misterio se encierra en este hombre en el que los creyentes descubrimos como en ninguna otra parte el rostro vivo de Dios. Voy a señalar algunos aspectos que destacan hoy investigadores y especialistas sobre Jesús.
Jesús fue un profeta que comunicó a las gentes una experiencia única y original de Dios, sin desfigurarla con los miedos, ambiciones y fantasmas que las religiones suelen proyectar de ordinario sobre la divinidad.
Para Jesús, Dios es amor compasivo. La compasión es la manera de ser de Dios, su primera reacción ante el ser humano y ante la creación entera. Por eso, Jesús habla, actúa, vive y muere movido por la compasión.
Jesús sólo vivió para implantar en el mundo lo que él llamaba «el reino de Dios». Fue su gran sueño. La pasión que alentó su vida entera. Quería ver realizado entre los hombres el proyecto de Dios: una vida más digna y dichosa para todos, ahora y para siempre.
Jesús no se dedicó a organizar una religión más perfecta desarrollando una teología más precisa sobre Dios o una liturgia más digna. Lo que verdaderamente le preocupó fue la felicidad de la gente. Por eso se entregó a eliminar el sufrimiento y a luchar contra todo lo que hace daño o permite la humillación de las personas.
Jesús amó a los más pobres e indefensos de la sociedad. Otros muchos lo han hecho también antes y después de él. Lo más sorprendente es que, por encima de los pobres, nada ha amado más Jesús que a ellos, ni siquiera la religión, la ley o las tradiciones más venerables.
¿Quién es este hombre que, además de vivir sólo para la felicidad de los demás, se ha atrevido a sugerir que Dios se parece a él, pues sólo quiere y busca una vida más digna y dichosa para todos? ¿Qué misterio se encierra en él? Para intuirlo, nada mejor que seguir sus pasos.

José Antonio Pagola

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ENCONTRARSE CON ALGUIEN

¿ Quién decís que soy yo?

Los cristianos hemos olvidado con demasiada frecuencia que la fe no consiste en creer algo, sino en creer en Alguien. No se trata de adherirnos fielmente a un credo y, mucho menos, de aceptar ciegamente «un conjunto extraño de doctrinas», sino de encontramos con Alguien vivo que da sentido radical a nuestra existencia.
Lo verdaderamente decisivo es encontrarse con la persona de Jesucristo y descubrir, por experiencia personal, que es el único que puede responder de manera plena a nuestras preguntas más decisivas, nuestros anhelos más profundos y nuestras necesidades más últimas.
En nuestros tiempos, se hace cada vez más difícil creer en algo. Las ideologías más firmes, los sistemas más poderosos, las teorías más brillantes se han ido tambaleando al descubrirnos sus limitaciones y profundas deficiencias.
El hombre moderno, escarmentado de dogmas e ideologías, quizás está dispuesto todavía a creer en personas que le ayuden a vivir dando un sentido nuevo a su existencia. Por eso ha podido decir el teólogo K Lehmann que «el hombre moderno sólo será creyente cuando haya hecho una experiencia auténtica de adhesión a la persona de Jesucristo».
Produce tristeza observar la actitud de sectores católicos cuya única obsesión parece ser «conservar la fe» como «un depósito de doctrinas» que hay que saber defender contra el asalto de nuevas ideologías y corrientes.
Creer es otra cosa. Antes que nada, los cristianos hemos de preocupamos de reavivar nuestra adhesión profunda a la persona de Jesucristo. Sólo cuando vivamos «seducidos» por él y trabajados por la fuerza regeneradora de su persona, podremos contagiar también hoy su espíritu y su visión de la vida. De lo contrario, proclamaremos con los labios doctrinas sublimes, al mismo tiempo que seguimos viviendo una fe mediocre y poco convincente.
Los cristianos hemos de responder con sinceridad a esa pregunta interpeladora de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Ibn Arabi escribió que «aquel que ha quedado atrapado por esa enfermedad que se llama Jesús, no puede ya curarse». ¿Cuántos cristianos podrían hoy intuir desde su experiencia personal la verdad que se encierra en estas palabras?

José Antonio Pagola

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DICHOSO

Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

Con frecuencia pensamos que seremos más felices el día en que cambie el entorno que nos rodea, cuando las personas nos traten mejor o cuando nos sucedan cosas buenas. En el fondo buscamos que la vida se adapte a nuestros deseos. Creemos que entonces seremos felices.
Sin embargo, hay una pregunta que no podemos ni debemos eludir. Para conocer la felicidad, ¿tiene que suceder algo fuera de mí, o justamente dentro de mí mismo?, ¿tienen que cambiar los demás, o tengo que cambiar yo?, ¿ha de mejorar el mundo que me rodea, o he de transformarme yo?
En el relato que nos ofrece el evangelista Mateo, Jesús le declara feliz a Pedro por algo que ha ocurrido en su interior: el Padre del cielo le ha revelado que Jesús no es un profeta más, sino «el Mesías, el Hijo de Dios vivo». No es difícil detectar dos matices en las palabras de Cristo: «Qué suerte tienes, Simón, hijo de Jonás, porque el Padre te ha desvelado una verdad tan decisiva.» Pero, al mismo tiempo: «Qué dichoso eres por haberte abierto a esa luz que el Padre ha puesto en ti.»
A nosotros nos puede resultar un tanto extraño que una «revelación interior» pueda convertirse en fuente de felicidad. Sin embargo, pocas cosas pueden desencadenar una experiencia tan gozosa y estable como el descubrir con luz nueva las convicciones fundamentales que sostienen la vida de la persona.
Los cristianos olvidamos con frecuencia un dato elemental. Lo que encontramos al comienzo del cristianismo no es una doctrina, sino una experiencia vivida con fe por los primeros discípulos. La fe cristiana nació cuando unos hombres y mujeres se encontraron con Cristo y experimentaron en él la cercanía de Dios. Este encuentro dio un sentido nuevo a sus vidas; descubrieron a Dios como Padre cercano y bueno; pusieron en Cristo todas sus esperanzas de salvación.
Ahora bien, lo que para ellos fue una experiencia viva, a nosotros nos llega como una tradición religiosa que ha sido formulada en un lenguaje concreto y ha cristalizado a lo largo de los siglos en un determinado cuerpo doctrinal. Pero, evidentemente, ser creyente es mucho más que aceptar dócilmente esa doctrina. Cada uno hemos de vivir nuestra propia experiencia y hacer nuestra la fe primera de aquellos discípulos.
No basta afirmar teóricamente que Cristo es el Hijo de Dios encarnado o atribuirle títulos tan solemnes como Salvador del Mundo o Redentor de la Humanidad. Es necesario, además, creer en él, adherirnos a su persona, abrirnos a su acción salvadora, acoger su palabra, dejarnos trabajar por su Espíritu. Por eso, también hoy dichoso el creyente que, al confesar a Cristo como «Mesías, Hijo de Dios vivo», no sólo afirma una verdad doctrinal del Credo, sino que se deja iluminar internamente por el Padre.

José Antonio Pagola

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CUESTION DE FONDO

¿Quién decís que soy yo?

La pregunta de Jesús a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», no es sólo una pregunta dirigida por el Maestro a sus primeros seguidores. Es la cuestión fundamental a la que hemos de responder siempre los que nos confesamos cristianos.
Nuestra primera reacción puede ser encontrar rápidamente una respuesta doctrinal y confesar de manera rutinaria que Jesús es el «Hijo de Dios encarnado», el «Redentor» del mundo, el «Salvador» de la humanidad. Títulos todos ellos muy solemnes y ortodoxos, sin duda, pero que pueden ser pronunciados sin contenido vital alguno.
La pregunta de Jesús no nos pide simplemente nuestra opinión. Nos interpela, sobre todo, acerca de nuestra actitud ante Jesucristo. Y ésta no se refleja sólo en nuestras palabras y afirmaciones verbales, sino, sobre todo, en nuestro seguimiento concreto a Jesucristo. Como ha escrito algún teólogo: «La breve proposición: ‘Yo creo que Jesús es el Hijo de Dios’ significa algo completamente distinto si la pronuncia Francisco de Asís o la pronuncia uno de los actuales dictadores sudamericanos. El Dios de estos hombres no es el mismo, o, al menos, el Dios que cada uno invoca para dirigir su conducta.»
Las palabras de Jesús piden una opción radical, O bien Jesús es para nosotros un personaje más junto a otros muchos de la humanidad, o bien es la Persona decisiva que nos proporciona la comprensión última de la existencia, da una orientación nueva a nuestra vida y nos ofrece la esperanza definitiva.
La pregunta « ¿quién decís que soy yo?», cobra entonces un contenido nuevo. No es ya una cuestión sobre Jesús, sino sobre nosotros mismos. Una interpelación sobre mi fe y mi vida. ¿Quién soy yo? ¿En quién creo? ¿Desde dónde oriento mi existencia? ¿A qué se reduce mi fe?
Todos hemos de recordar una y otra vez que la fe no se identifica con las fórmulas que pronunciamos. Para comprender mejor el alcance de «lo que yo creo» es necesario verificar «cómo vivo», a qué aspiro, en qué me comprometo.
Por eso, la pregunta de Jesús, más que un examen sobre nuestra ortodoxia, debería ser el llamamiento a un estilo de vida cristiano. Evidentemente, no se trata de decir o creer cualquier cosa acerca de Cristo. Pero, tampoco de hacer solemnes profesiones de fe ortodoxa para vivir luego muy lejos del espíritu que esa misma proclamación de fe exige y lleva consigo.

José Antonio Pagola

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LA IGLESIA DE JESUCRISTO

Edificaré mi Iglesia.

Todos los sondeos y estadísticas muestran de manera palpable que el mensaje de la Iglesia va perdiendo progresivamente su influencia en la sociedad occidental. El hombre contemporáneo escucha otros «evangelios» y atiende a otros «profetas».
Son muchos los que critican fuertemente la historia concreta del cristianismo y echan en cara a la Iglesia graves traiciones. Ha llegado el momento en el que los papeles se han invertido, y ya no es la Iglesia la que juzga al mundo, sino éste el que juzga a la Iglesia.
El hombre actual, terriblemente práctico y crítico, observa el cristianismo y no constata, al parecer, nada especial. Lo mismo que en el mundo, ve también en la Iglesia hombres y mujeres vacíos, superficiales, hipócritas o sin esperanza.
El evangelio parece haberse convertido en algo inofensivo. El mensaje de la Iglesia no encuentra casi nunca una reacción de resistencia hostil, sino de total indiferencia. Según el teólogo ortodoxo Paul Evdokimov, «los cristianos han hecho todo lo posible para esterilizar el evangelio; se diría que lo han sumergido en un líquido neutralizante».
El hecho cristiano parece resonar entonces en el vacío. La Iglesia no introduce apenas contraste en el interior del mundo. Los cristianos han perdido, en gran parte, su fuerza de fermento en medio de la masa.
¿No es ésta la gran derrota de la Iglesia contemporánea? ¿Cómo leer desde esta situación la promesa de Jesús: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará»?
Antes que nada, hemos de recordar que Jesús habla de «su Iglesia», de una Iglesia que él mismo ha de edificar sobre Pedro. Sus palabras, por tanto, no garantizan la consistencia de cualquier Iglesia, sino de una Iglesia que sea realmente «presencia de Jesucristo».
Ahora bien, Jesucristo no es sólo «doctrina», sino Vida de Dios encarnada, salvación hecha vida. Por ello, lo que se ha de construir sobre Pedro no es solamente un cuerpo de doctrina ortodoxa, sino el Cuerpo vivo de la presencia de Cristo en el mundo.
Jesucristo no es tampoco «palabras vacías», sino novedad de vida auténticamente humana. Por eso, la Iglesia ha de ser un foco de vida y no un lugar donde se produce «un vocabulario suplementario», pero donde el modo de pensar y de obrar es semejante al del mundo.
Jesucristo no es sólo «preocupación ética», sino enraizamiento de la vida en el Dios Creador y Padre. Por eso, lo que la Iglesia ha de poner en el mundo no es simplemente «creencia moral», sino vida que dimane del Trascendente.
Es esta Iglesia de Jesucristo la que el mundo actual necesita y la que nunca será derrotada.

José Antonio Pagola

HOMILIA

A LA ESCUCHA DE OTRO

Te lo ha revelado mi Padre.

Para crecer en fe no basta leer libros sobre temas religiosos ni escuchar las palabras y discursos que pronuncian otros creyentes, aunque éstos sean eclesiásticos de prestigio.
Lo importante es saber escuchar como Pedro lo que nos revela interiormente no alguien de carne y hueso, sino el Padre que está en el cielo y en el fondo de nosotros mismos.
Escuchar a Dios siempre es un don, algo que se nos regala gratuitamente pero, al mismo tiempo, es algo que ha de ser recibido y preparado por nosotros.
A nosotros se nos pide remover los obstáculos que nos impiden estar atentos y en silencio. Descender al fondo de nosotros y de la vida. Superar la dispersión y la superficialidad. Y luego, dejar que en nuestro interior «acontezca algo”.
Pero, ¿es esto posible alimentados exclusivamente por el periódico, la radio o la televisión que apenas nos permiten escuchar en nosotros otra voz que no sea el ruido del acontecer diario?
¿Es esto posible cuando vivimos ocupados por esa actividad tan absorbente, el medio más eficaz, en realidad, para olvidarnos de quiénes somos, qué buscamos y hacia dónde caminamos?
Cada vez son más las cosas que hemos de hacer y los compromisos que hemos de atender. Tal vez nos programamos inconscientemente así con la oculta intención de carecer de tiempo para detenernos.
Vivimos guiados por una consigna realmente peligrosa: “Date prisa», lo que, en el fondo, viene a decir “no pienses», “no escuches”, “vive aturdido”, “huye fuera de ti mismo».
Consciente de esta vida nuestra tan agitada y atropellada, me atrevo, sin embargo, a recoger aquí la invitación tan conocida de S. Anselmo en su Proslogion porque la considero de total actualidad.
Alguno leerá estas frases apresuradamente y tendrá la impresión de que las ha entendido porque ha entendido la conexión entre unas palabras y otras.
Sin embargo, sólo las entenderá quien lea en ellas una invitación a vivir en su propia experiencia lo que esas palabras sugieren.
“Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas.
Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de El. Di a Dios: Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro».

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿QUIEN ES PARA NOSOTROS?

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

No es fácil intentar responder con sinceridad a la pregunta de Jesús: «quién decís que soy yo?».
En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros? Su persona nos llega a través de veinte siglos de imágenes, fórmulas, ideologizaciones, experiencias, interpretaciones culturales.., que van desvelando y velando al mismo tiempo su riqueza insondable.
Pero, además, cada uno de nosotros vamos revistiendo a Jesús de lo que nosotros somos. Y proyectamos en él nuestros deseos, aspiraciones, intereses y limitaciones. Y casi sin darnos cuenta, lo empequeñecemos y desfiguramos incluso cuando tratamos de exaltarlo.
Pero Jesús sigue vivo. Los cristianos no lo hemos podido disecar con nuestra mediocridad. No permite que lo disfracemos. No se deja etiquetar ni reducir a unos ritos, unas fórmulas, unas costumbres.
Jesús siempre desconcierta a quien se acerca a él con una postura abierta y sincera. Siempre es distinto de lo que esperábamos. Siempre abre nuevas brechas en nuestra vida, rompe nuestros esquemas y nos empuja a una vida nueva.
Cuanto más se le conoce, más sabe uno que todavía está empezando a descubrirlo. Seguir a Jesús es avanzar siempre, no establecer- se nunca, crear, construir, crecer.
Jesús es peligroso. Percibimos en él una entrega a los hombres que desenmascara todo nuestro egoísmo. Una pasión por la justicia que sacude todas nuestras seguridades, privilegios y comodidad. Una ternura y una búsqueda de reconciliación y perdón que deja al descubierto nuestra mezquindad. Una libertad que rasga nuestras mil esclavitudes y servidumbres.
Y sobre todo, intuimos en él un misterio de apertura, cercanía y proximidad a Dios que nos atrae y nos invita a abrir nuestra existencia al Padre.
A Jesús lo iremos conociendo en la medida en que nos entreguemos a él. Sólo hay un camino para ahondar en su misterio: seguirle.
Seguir humildemente sus pasos, abrirnos con él al Padre, actualizar sus gestos de amor y ternura, mirar la vida con sus ojos, compartir su destino doloroso, esperar su resurrección.
Y sin duda, saber orar muchas veces desde el fondo de nuestro corazón: «Creo, Señor, ayuda mi incredulidad».

José Antonio Pagola

HOMILIA

NUESTRA IMAGEN DE CRISTO

¿Quién decís que soy yo?

La pregunta decisiva de Jesús: «Quién decís que soy yo? » sigue pidiendo todavía una respuesta entre los creyentes de nuestro tiempo.
No todos tenemos la misma imagen de Jesús. Y esto, no sólo por d carácter inagotable de su personalidad, sino, sobre todo, porque cada uno de nosotros vamos elaborando nuestra imagen de Jesús a partir de nuestros propios intereses y preocupaciones, condicionados por nuestra sicología personal y e1 medio social al que pertenecemos, y marcados de manera decisiva por la formación religiosa que hemos recibido.
Y sin embargo, la imagen de Cristo que podamos tener cada uno, tiene importancia decisiva para nuestra vida creyente, pues, condiciona esencialmente nuestra manera de entender y vivir la fe.
Una imagen empobrecida, unilateral, parcial o falsa de Jesús nos conducirá a una vivencia empobrecida, unilateral, parcial o falsa de la fe.
De ahí la importancia de tomar conciencia de las posibles deformaciones de nuestra visión de Jesús y de purificar nuestra adhesión a Jesucristo.
Por otra parte, es pura ilusión pensar que uno cree en Jesucristo porque «cree» en un dogma o porque está dispuesto a creer «en lo que la santa Madre Iglesia cree».
En realidad, cada creyente cree en lo que cree él, es decir, en lo que personalmente va descubriendo en su seguimiento a Jesucristo, aunque naturalmente, lo haga dentro de la comunidad cristiana.
Por desgracia, son bastantes los cristianos que entienden y viven su religión de tal manera que probablemente nunca podrán tener una experiencia un poco viva de lo que es encontrarse personalmente con Cristo.
Ya en una época muy temprana de su vida, se han hecho una idea infantil de Jesús, cuando quizás no se habían planteado todavía con suficiente lucidez las cuestiones y preguntas a las que Cristo puede responder.
Más tarde, ya no han vuelto a repensar su fe en Jesucristo, bien porque la consideran algo banal y sin importancia alguna para sus vidas, bien porque no se atreven a examinarla con seriedad y rigor por temor a perderla, bien porque se contentan con conservarla de manera indiferente y apática, sin eco alguno en su ser.
Desgraciadamente no sospechan lo que Jesús podría ser para su vida. M. Legaut escribía esta frase dura pero quizás muy real: «Esos cristianos ignoran quién es Jesús y están condenados por su misma religión a no descubrirlo jamás».

José Antonio Pagola




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