lunes, 27 de enero de 2014

02/02/2014 - La Presentación del Señor (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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2 de febrero de 2014

La Presentación del Señor (A)


EVANGELIO

Mis ojos han visto a tu Salvador.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 22-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor", y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones."
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel."

[Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: "Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma."
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.]

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
2 de febrero de 20141

FE SENCILLA

El relato del nacimiento de Jesús es desconcertante. Según Lucas, Jesús nace en un pueblo en el que no hay sitio para acogerlo. Los pastores lo han tenido que buscar por todo Belén hasta que lo han encontrado en un lugar apartado, recostado en un pesebre, sin más testigos que sus padres.
Al parecer, Lucas siente necesidad de construir un segundo relato en el que el niño sea rescatado del anonimato para ser presentado públicamente. ¿Qué lugar más apropiado que el Templo de Jerusalén para que Jesús sea acogido solemnemente como el Mesías enviado por Dios a su pueblo?
Pero, de nuevo, el relato de Lucas va a ser desconcertante. Cuando los padres se acercan al Templo con el niño, no salen a su encuentro los sumos sacerdotes ni los demás dirigentes religiosos. Dentro de unos años, ellos serán quienes lo entregarán para ser crucificado. Jesús no encuentra acogida en esa religión segura de sí misma y olvidada del sufrimiento de los pobres.
Tampoco vienen a recibirlo los maestros de la Ley que predican sus “tradiciones humanas” en los atrios de aquel Templo. Años más tarde, rechazarán a Jesús por curar enfermos rompiendo la ley del sábado. Jesús no encuentra acogida en doctrinas y tradiciones religiosas que no ayudan a vivir una vida más digna y más sana.
Quienes acogen a Jesús y lo reconocen como Enviado de Dios son dos ancianos de fe sencilla y corazón abierto que han vivido su larga vida esperando la salvación de Dios. Sus nombres parecen sugerir que son personajes simbólicos. El anciano se llama Simeón (“El Señor ha escuchado”), la anciana se llama Ana (“Regalo”). Ellos representan a tanta gente de fe sencilla que, en todos los pueblos de todas los tiempos, viven con su confianza puesta en Dios.
Los dos pertenecen a los ambientes más sanos de Israel. Son conocidos como el “Grupo de los Pobres de Yahvé”. Son gentes que no tienen nada, solo su fe en Dios. No piensan en su fortuna ni en su bienestar. Solo esperan de Dios la “consolación” que necesita su pueblo, la “liberación” que llevan buscando generación tras generación, la “luz” que ilumine las tinieblas en que viven los pueblos de la tierra. Ahora sienten que sus esperanzas se cumplen en Jesús.
Esta fe sencilla que espera de Dios la salvación definitiva es la fe de la mayoría. Una fe poco cultivada, que se concreta casi siempre en oraciones torpes y distraídas, que se formula en expresiones poco ortodoxas, que se despierta sobre todo en momentos difíciles de apuro. Una fe que Dios no tiene ningún problema en entender y acoger.

José Antonio Pagola

HOMILIA

BANDERA DISCUTIDA

«Será como una bandera discutida.»

Simeón es un personaje entrañable. Lo imaginamos casi siempre como un sacerdote anciano del Templo, pero nada de esto se nos dice en el texto. Simeón es un hombre bueno del pueblo que guarda en su corazón la esperanza de ver un día «el consuelo» que tanto necesitan. «Impulsado por el Espíritu de Dios», sube al templo en el momento en que están entrando María, José y su niño Jesús.
El encuentro es conmovedor. Simeón reconoce en el niño que trae consigo aquella pareja pobre de judíos piadosos al Salvador que lleva tantos años esperando. El hombre se siente feliz. En un gesto atrevido y maternal, «toma al niño en sus brazos» con amor y cariño grande. Bendice a Dios y bendice a los padres. Sin duda, el evangelista lo presenta como modelo. Así hemos de acoger al Salvador.
Pero, de pronto, se dirige a María y su rostro cambia. Sus palabras no presagian nada tranquilizador: «Una espada te traspasara el alma». Este niño que tiene en sus brazos será una «bandera discutida»: fuente de conflictos y enfrentamientos. Jesús hará que «unos caigan y otros se levanten». Unos lo acogerán y su vida adquirirá una dignidad nueva: su existencia se llenará de luz y de esperanza. Otros lo rechazarán y su vida se echará a perder. El rechazo a Jesús será su ruina.
Al tomar postura ante Jesús, «quedará clara la actitud de muchos corazones». El pondrá al descubierto lo que hay en lo más profundo de las personas. La acogida de este niño pide un cambio profundo. Jesús no viene a traer tranquilidad, sino a generar un proceso doloroso y conflictivo de conversión radical.
Siempre es así. También hoy. Una Iglesia que tome en serio su conversión a Jesucristo, no será nunca un espacio de tranquilidad sino de conflicto. No es posible una relación más vital con Jesús sin dar pasos hacia mayores niveles de verdad. Y esto es siempre doloroso para todos.
Cuanto más nos acerquemos a Jesús, mejor veremos nuestras incoherencias y desviaciones; lo que hay de verdad o de mentira en nuestro cristianismo; lo que hay de pecado en nuestros corazones y nuestras estructuras, en nuestras vidas y nuestras teologías.

José Antonio Pagola

HOMILIA

¡QUÉ FAMILIA!

Se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.

Hoy se habla mucho de la crisis de la institución familiar. Ciertamente la crisis es grave. Pero no es lícito ser catastrofistas. Aunque estamos siendo testigos de una verdadera revolución en la conducta familiar, y muchos han predicado la muerte de diversas formas tradicionales de familia, nadie anuncia hoy seriamente la desaparición de la familia.
Al contrario, la historia parece enseñarnos que en los tiempos difíciles se estrechan más los vínculos familiares. La abundancia separa a los hombres. La crisis y la penuria los une. Ante el presentimiento de que vamos a vivir tiempos difíciles, son bastantes los que presagian un nuevo renacer de la familia.
Con frecuencia, el deseo sincero de muchos cristianos de imitar a la sagrada familia de Nazaret ha favorecido el ideal de una familia cimentada en la armonía y la felicidad del propio hogar. Sin duda, es necesario también hoy promover la autoridad y responsabilidad de los padres, la obediencia de los hijos, el diálogo y la solidaridad familiar. Sin estos valores la familia fracasará.
Pero no cualquier familia responde a las exigencias del reino de Dios planteadas por Jesús. Hay familias abiertas al servicio de la sociedad, y familias egoístamente replegadas sobre sí mismas. Familias autoritarias y familias de talante dialogal. Familias que educan en el egoísmo y familias que enseñan solidaridad.
Concretamente, en el contexto de la grave crisis económica que estamos padeciendo, la familia puede ser una escuela de insolidaridad en la que el egoísmo familiar, se convierte en virtud y criterio de actuación que configurará el comportamiento social de los hijos. Y puede ser, por el contrario, un lugar en el que el hijo o la hija puede recordar que todos tenemos un Padre común, y que el mundo no se acaba en las paredes de la propia casa.
Por eso, no podemos celebrar responsablemente la fiesta de la Sagrada Familia, sin escuchar el reto de nuestra fe. ¿Serán nuestros hogares un lugar donde las nuevas generaciones escucharán la llamada del evangelio a la fraternidad universal, la defensa de los abandonados, y la búsqueda de una sociedad mas justa, o se convertirán en la escuela más eficaz de insolidaridad, inhibición y pasividad egoísta ante los problemas ajenos?

José Antonio Pagola

HOMILIA

SHALOM

Luz para alumbrar a las naciones.

El evangelista que narra el nacimiento de Jesús no sabía cómo transmitir su emoción ante lo sucedido en aquella noche santa. Sólo pudo decir lo que él «escuchaba» en lo íntimo de su corazón. Un canto entonado por ángeles, que venía a decir así: «A Dios gloria, alabanza y agradecimiento sin fin. A los hombres paz y sólo paz».
Es correcto traducir el término hebreo «shalom» por paz, como hacen todas las biblias, pero es demasiado poco. «Shalom» es la experiencia dichosa de la vida, el placer de vivir, el gozo total que Dios quiere para cada criatura, para cada árbol y cada animal, para cada niño y para cada hombre y mujer.
«Shalom» es lo que Dios quiere que experimentemos en cada cosa y en cada situación. «Shalom» es salud y bienestar, es casa segura y tierra fértil. Es gozar con la pareja, tener hijos, dormir seguros. «Shalom» es alegría, gozo y armonía interior. «Shalom» es la bendición de Dios: lo que Dios quiere desde siempre para la humanidad entera. Lo único que explica el nacimiento de ese niño.
Las sociedades modernas no despiertan necesidad de «shalom» ni anhelo de plenitud. Sólo producen necesidades artificiales que se satisfacen adquiriendo cosas. Hasta en estos días entrañables pretenden convencemos de que la falta de ternura y de calor se puede llenar comprando artículos de regalo.
Me dicen que vivo en una sociedad del bienestar, pero conozco a mucha gente que se defiende como puede entre la depresión y la resignación. Me aseguran que pertenezco a una religión que es portadora de una alegría universal y siento entre nosotros tristeza, resentimiento y hasta crispación. Al parecer, ni los creyentes damos un voto de confianza a Dios.
Y, entonces, ¿qué tengo que hacer yo para vivir con corazón limpio estas fechas de Navidad? Tal vez, muy poco. No escaparme de este mundo ni de esta Iglesia. No vivir de espaldas a los que sufren. Participar en la vida de las personas. No ahogar en mí el placer de vivir. No cansarme de hacer la vida más amable. Vivir dando gloria a Dios y buscando «shalom» para todos. Felices vosotros y yo si, por lo menos, despertamos en nosotros el deseo de vivir así.

José Antonio Pagola

HOMILIA

INDIFERENCIA

Luz para alumbrar a las naciones.

La actitud más inhumana ante el sufrimiento de tantos hombres y mujeres que mueren de hambre en el mundo es, sin duda, la apatía e insensibilidad de quienes nos sentimos a salvo de tan trágica situación. Gracias al desarrollo de los medios de comunicación hoy sabemos más que nunca de la miseria, el hambre y las desgracias que asolan a pueblos enteros de la tierra. Pero todo ello, lejos de estimular nuestra solidaridad, nos acostumbra a veces a mirarlo todo con resignación y apatía.
Hemos aprendido a quedarnos indiferentes ante las cifras y estadísticas que nos hablan de miseria y muerte. Podemos calcular cuántos niños mueren de hambre cada minuto, sin que se conmueva un ápice nuestra conciencia. Las imágenes más crueles y trágicas que pueda servirnos la televisión quedan rápidamente borradas por el telefilme o el concurso de turno.
Y, sin embargo, la muerte por hambre es la más indigna e inmoral de todas las muertes porque es evitable y sólo se produce por nuestra indiferencia y complicidad. Lo dicen los expertos: sobran alimentos, falta solidaridad.
La indiferencia en los países occidentales alcanza a veces rasgos escandalosos y provocativos. Estas mismas navidades hemos podido ver anunciadas en la prensa donostiarra cenas de fin de año a 115 euros el cubierto. A los pocos días se nos informaba que los indios de Chiapas (México) viven durante todo el año con el equivalente aproximado a 85 euros. ¿Cómo se puede calificar este estado de cosas?
Mientras cien mil personas mueren de hambre cada día, en nuestras sociedades ricas casi la mitad de la población vive preocupada por problemas derivados de una alimentación excesiva. Sobre la misma tierra en que caen cada día tantos hombres y mujeres vencidos por el hambre, nosotros, bien alimentados, paseamos, corremos o hacemos «footing» para bajar el exceso de peso.
Este es nuestro pecado y también nuestra mayor vergüenza. En esta fiesta de la Sagrada Familia hay algo que los creyentes no deberíamos olvidar. Según Jesús, la familia no puede quedar reducida a quienes estamos unidos por lazos de sangre. Todos los humanos formamos «la familia de Dios». No podemos celebrar satisfechos la Navidad dentro de nuestro hogar mientras hay familias en el mundo que mueren de hambre.

José Antonio Pagola

HOMILIA

LAS ABUELAS

Se volvieron a Galilea.

La crisis de fe que se observa en la sociedad repercute de diversas formas en la familia, verdadera «caja de resonancia» de cuanto se produce en el entorno social. Algo ha cambiado durante estos años en no pocos hogares: han desaparecido, en buena parte, los signos religiosos, se han perdido costumbres cristianas, son pocas las familias que se reúnen para rezar. En general lo que se transmite a los hijos no es fe, sino indiferencia religiosa y silencio.
La situación concreta es, sin embargo, más variada y compleja. Hay ciertamente familias donde los padres adoptan una postura de rechazo a lo religioso e impiden que sus hijos sean iniciados en la fe. No son muchos. En esos hogares lo religioso sólo aparece para ser objeto de ataque o de burla.
Hay, por el contrario, hogares donde se mantiene viva la identidad cristiana. La fe es un factor importante a la hora de configurar el clima familiar. Se reza, se cuidan los valores religiosos, y los padres se preocupan de la educación cristiana de los hijos. Se trata de un grupo más numeroso de lo que a veces se piensa.
La situación más generalizada es otra. No pocos padres se han alejado de la práctica religiosa y viven instalados en la indiferencia. No rechazan la fe, pero tampoco les preocupa la educación religiosa de sus hijos. No les parece algo importante para su futuro. Bautizan a sus hijos, celebran su primera comunión, pero no les transmiten fe.
En estos hogares son las abuelas las que están desempeñando muchas veces una labor de gran importancia dentro de su aparente humildad. Calladamente y de la forma más natural, van enseñando al nieto o a la nieta a rezar, lo llevan a la iglesia y, a su estilo y manera, le van explicando las «cosas más fundamentales» sobre Dios y Jesús. Ni ellas mismas se dan cuenta de que están despertando en el niño las primeras experiencias religiosas.
Algunas van más lejos, y se preocupan de comprarles una «Biblia para niños» o libros adecuados para explicarles con detalle las parábolas de Jesús o el sentido de las fiestas cristianas. No siempre es una labor solitaria. Cuentan muchas veces con la «complicidad» del abuelo y el asentimiento agradecido de los padres que, en el fondo, saben que todo eso es bueno para el hijo.
En esta fiesta de la Sagrada Familia quiero alabar la actuación de estas mujeres. Tal vez un día, más de uno recuerde agradecido a la «amona» que le habló de un Dios que nos ama sin fin o le contó la parábola del hijo pródigo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

HACIA UNA FAMILIA MÁS SANA

Se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.

Entre no pocos padres se ha extendido una sensación de pesimismo y desaliento. Es problemático lograr una convivencia sana y gozosa en el hogar. Por todas partes se habla de crisis de la familia y se apuntan toda clase de dificultades. Sin embargo, psicólogos y pedagogos siguen recordando las grandes posibilidades de la familia. Eso sí. Los padres han de cuidar algunos aspectos básicos.
Lo primero es que los padres se quieran de verdad, y que los hijos puedan verlo. Saber y experimentar que los padres se quieren es el mejor regalo para los hijos. La base para crear un ámbito de confianza y seguridad donde los hijos pueden crecer de manera sana. Los psicólogos insisten en que también hoy la persona vuelve, por lo general, a aquellos valores, experiencias y actitudes que vivió con gozo y satisfacción en los primeros años de su vida.
Naturalmente, es decisivo el afecto de los padres hacia sus hijos: el cariño, la atención a cada uno, el interés por sus cosas, la cercanía. Para un hijo, lo más importante es que el padre y la madre le dediquen tiempo a él solo. Los lazos que se crean en ese encuentro a solas son más decisivos que todas las discusiones que se tienen a lo largo del día. El futuro de los hijos que se sienten queridos así por sus padres es siempre más sano y positivo.
Es importante también crear en casa un clima de comunicación. Esto exige eliminar lo que puede generar desconfianza, agresividad o autoritarismo. Pide también momentos de encuentro, un cierto control de la TV, salidas de toda la familia junta. Es cierto que la vida moderna hace más difícil la convivencia en familia. Pero lo más importante no es sacar más tiempo para estar juntos, sino que, cuando la familia esté reunida, se puedan encontrar a gusto, en un clima de confianza y cercanía. Difícilmente van a encontrar los hijos un clima semejante en la sociedad actual.
Los padres han de cuidar también la coherencia entre lo que piden a sus hijos y lo que viven ellos mismos. El padre y la madre pueden cometer errores y tener momentos malos. El hijo sabe que tampoco sus padres son perfectos. Lo importante es que pueda ver en ellos un esfuerzo honesto por vivir según sus propias convicciones. Es esto lo que convence y da autoridad a la palabra de los padres.
Unos padres creyentes, preocupados por crear este clima en su hogar, pueden, al mismo tiempo, darle un carácter cristiano. Es mucho lo que se puede hacer, desde ensayar una oración en pareja y enseñar a rezar a los hijos pequeños, hasta cuidar los signos religiosos en casa o compartir la fe en momentos señalados.
La fiesta litúrgica de la Sagrada Familia puede ser, en estas fechas de Navidad, una buena ocasión para la reflexión y la renovación del clima familiar.

José Antonio Pagola

HOMILIA

EL CANSANCIO DE OCCIDENTE

Luz para alumbrar a las naciones.

No es un libro más, sino el título de una apasionante conversación entre dos importantes intelectuales que se atreven a analizar el mundo occidental con absoluta libertad y penetrante lucidez. Un libro que invita a la reflexión y al cambio (El cansancio de Occidente. Rafael Argullol y Eugenio Trías, Edic. Destino, 1992).
Hay algo que se hace evidente a medida que avanza el análisis de los dos autores. Occidente está profundamente cansado. El mito del progreso se desmorona sin remedio. La vida humana se empobrece. Cada vez son más palpables “los signos de agotamiento” de nuestro pretendido mundo feliz.
La técnica ha introducido un modo de ser y de pensar que sólo mira a la eficacia, el rendimiento y la operatividad. No interesa nada que pueda hacer relación al destino o al sentido de la vida, al misterio del cosmos, a lo sagrado. Todo queda descalificado por el pragmatismo.
Sólo interesa el bienestar, el éxito, la seguridad. El hombre contemporáneo se encoge de hombros ante cualquier planteamiento más profundo sobre el hombre, el mundo, la divinidad. “Para qué ocuparse de aquello que carece de respuestas claras, exactas?”
Poco a poco, Occidente se ha convertido en “una suerte de máquina productiva” que va arrasando ideas, valores culturales, poéticos y religiosos, demoliendo cualquier religación al misterio. El resultado es un ciudadano “bárbaro-civilizado” que Argullol y Trías analizan, de manera incisiva, para sacarnos de la ceguera.
Un ser “radicalmente irresponsable”, incapaz de reflexionar por su cuenta, perfectamente adaptado a los patrones de vida que se le imponen. Un hombre ignorante, de “sensibilidad embotada”, con una tendencia creciente a trivializarlo todo. Capaz de acumular muchos, datos de los medios de información, pero carente de verdadera formación.
Aparentemente, siempre en incesante actividad, pero en realidad un “hombre pasivo” que participa dócilmente en un plan de vida que él no ha trazado. Un “individuo-masa”, productor, consumidor, automovilista, espectador televisivo, convertido en “átomo-cápsula” que reproduce ese carácter incapsulado de su ser en su vivienda, su célula familiar, su automóvil, su sector laboral.
El libro de Argullol y Trías no es amargo. Está inspirado por un motivo noble y esperanzador: “Debemos atrevemos a replantear el propio rumbo seguido por la civilización moderna”. Occidente está necesitado de la luz de una “nueva evangelización”. Y éste es el gran reto para la Iglesia: acoger ella misma la llamada de Cristo a la conversión, y urgir al hombre de hoy a cambiar de rumbo.
A la Iglesia se le piden hoy muchas cosas. Pero ella ha de saber que también hoy su tarea primera y fundamental es hacer presente en medio de la sociedad moderna a ese Cristo que, según el cántico de Simeón, es “Salvador de todos los pueblos” y “luz para alumbrar a las naciones “.

José Antonio Pagola

HOMILIA

EL ARTE DE ENVEJECER

Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón.

Nadie quiere envejecer. La vejez evoca casi siempre en nosotros soledad, tristeza, esclerosis, aislamiento, amnesia..., incapacidad para vivir intensamente.
¿No es posible ser un anciano dichoso? Sin duda, depende de la familia, de los amigos, del ambiente, de la salud, de las condiciones de jubilación. Pero, en buena parte, depende también de cada hombre o mujer.
Hay gente mayor que se hunde en la desconfianza, la rebelión o el pesimismo. Gente mayor amargada por el egoísmo, que tiraniza a quienes les rodean. Pero hay también gente mayor que ha descubierto la riqueza de esta edad.
El evangelista Lucas nos describe la figura simpática de Simeón y Ana, dos ancianos que consumen sus últimos días a la sombra del templo de Jerusalén dando gracias a Dios y ofreciendo su sabiduría al pueblo.
Sin duda, envejecer no es un arte fácil. Tal vez, lo primero sea saber aceptar humildemente la vida tal como es, con su ritmo, sus posibilidades y sus limitaciones. Es gran sabiduría aceptar serenamente y sin engaños el momento particular de la vida en que nos encontramos.
Pero, ¿qué posibilidades puede ofrecer una edad aparentemente tan triste y temida como la vejez?
En primer lugar, la vejez puede ser la gran ocasión para recuperar la paz del corazón y reconciliarnos con nosotros mismos. En la medida en que van disminuyendo otras actividades y preocupaciones, puede ser más fácil descansar de tanta agitación y encontrarse serenamente con uno mismo.
Para ello, es necesario confiar en Dios. Mirar nuestra vida pasada con los ojos de ese Dios que comprende nuestras equivocaciones, perdona nuestros pecados más oscuros y nos acepta como somos. Dejar en sus manos nuestro futuro porque sólo El nos ama al fin.
Entonces, la vejez puede ser tiempo para saborear la bondad de Dios, momento propicio para agradecer el regalo de la vida, tal como ha sido, con sus horas hermosas y sus momentos amargos.
Pero puede ser, además, el tiempo de la sabiduría y de la verdad. Tiempo para relativizar con humor tantas cosas que no tenían la importancia que les hemos dado a lo largo de la vida. Tiempo para recordar a los jóvenes dónde está, al final, lo verdaderamente esencial.
Y, sobre todo, tiempo de oración sencilla para convertir esas largas horas de silencio, soledad y, tal vez, de sufrimiento, en maduración confiada para el encuentro final con Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

LA FAMILIA NECESARIA

Entraban sus padres con el Niño Jesús.

En poco tiempo estamos asistiendo a un cambio profundo de la institución familiar entre nosotros.
La familia numerosa ha desaparecido para ser sustituida por una «familia nuclear» formada por la pareja y un número muy reducido de hijos.
La mujer ha salido del hogar para realizar un trabajo profesional tan valorado como el de su esposo, abandonando así su rol anterior de esposa y madre dedicada exclusivamente a las labores del hogar.
Los divorcios y separaciones han crecido notablemente. Esta inestabilidad matrimonial ha traído consigo el aumento de hijos que crecen en un hogar en que vive solamente uno de los progenitores.
¿Significa todo esto que la familia está llamada a desaparecer? Los estudiosos de la familia apuntan hoy, más bien, la posibilidad de que se extinga la familia tal como la hemos conocido, pero ninguno de ellos anuncia la desaparición de la dimensión familiar.
El hombre necesita el ámbito familiar para abrirse a la vida y crecer dignamente. Por otra parte, estamos viviendo momentos de grave crisis y la historia nos enseña que en los tiempos difíciles se estrechan los vínculos familiares. La abundancia separa a los hombres y la penuria los une.
Los problemas de la pareja y de la familia no se van a resolver con la ley del divorcio ni con la despenalización del aborto. Es una equivocación pensar que es un progreso establecer una mayor liberalización del divorcio y del aborto.
Lo que necesitan y reclaman los hombres y mujeres de esta sociedad no es poder divorciarse sino poder formar una verdadera familia. Lo que nos tenemos que preguntar seriamente todos es cuáles son las condiciones necesarias para formar un matrimonio duradero y una familia estable, cálida y acogedora.
Los hombres y mujeres de nuestros días están necesitados de experiencias fundamentales de amor y la familia es, tal vez, el marco privilegiado para vivir una experiencia de amor amistoso, gratuito y confiado.
Para los creyentes este amor es precisamente experiencia privilegiada para expresar y vivir la gracia y el amor de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

¿QUE FAMILIA?

Se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.

Recientemente, un escritor canadiense resumía así la crisis de la familia contemporánea: «Cómo optar por una descendencia en una sociedad aparentemente sin futuro, en una situación social que parece sin salida? ¿Cómo proyectar una larga aventura de educación, cuando se la concibe como una gota de agua en un mar de influencias incontrolables? » (J. Grand’Maison).
Ciertamente, la crisis es grave. Pero no es lícito ser catastrofistas. Aunque estamos siendo testigos de una verdadera revolución en la conducta familiar, y muchos han predicado la muerte de diversas formas tradicionales de familia, nadie anuncia hoy seriamente la desaparición de la familia.
Al contrario, la historia parece enseñarnos que en los tiempos difíciles se estrechan más los vínculos familiares. La abundancia separa a los hombres. La crisis y la penuria los une. Ante el presentimiento de que vamos a vivir tiempos difíciles, son bastantes los que presagian un nuevo renacer de la familia.
Pero, ¿qué familia? Los católicos hemos defendido, con frecuencia, la familia en abstracto, sin detenernos demasiado a reflexionar cuál debe ser el contenido de un proyecto familiar entendido y vivido desde la fe.
Pero, no cualquier familia responde a las exigencias del evangelio. Hay familias abiertas al servicio de la sociedad, y familias egoístamente replegadas sobre sí mismas. Familias autoritarias y familias de talante dialogal. Familias que educan en el egoísmo y familias que enseñan solidaridad.
Concretamente, en el contexto de la grave crisis económica que estamos padeciendo, la familia puede ser una escuela de insolidaridad en la que el egoísmo familiar, se convierte en virtud y criterio de actuación que configurará el comportamiento social de los hijos.
Y puede ser, por el contrario, un lugar en el que el hijo puede recordar que todos tenemos un Padre común, y que el mundo no se acaba en las paredes de la propia casa.
Por eso, no podemos celebrar responsablemente la fiesta de la Sagrada Familia, sin escuchar el reto de nuestra fe. ¿Serán nuestros hogares un lugar donde las nuevas generaciones podrán escuchar la llamada del evangelio a la fraternidad universal, la defensa de los abandonados, y la búsqueda de una sociedad más justa, o se convertirán en la escuela más eficaz de insolidaridad, inhibición y pasividad egoísta ante los problemas ajenos?

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

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02/02/2014 - 4º domingo Tiempo ordinario (A)

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2 de febrero de 2014

4º domingo Tiempo ordinario (A)


EVANGELIO

Dichosos los pobres en el espíritu

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
«Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Palabra de Dios

HOMILIA

2013-2014 -
2 de febrero de 2.014

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
30 de enero de 2011

IGLESIA MÁS EVANGÉLICA

Al formular las bienaventuranzas, Mateo, a diferencia de Lucas, se preocupa de trazar los rasgos que han de caracterizar a los seguidores de Jesús. De ahí la importancia que tienen para nosotros en estos tiempos en que la Iglesia ha de ir encontrando su estilo cristiano de estar en medio de una sociedad secularizada.
No es posible proponer la Buena Noticia de Jesús de cualquier forma. El Evangelio sólo se difunde desde actitudes evangélicas. Las bienaventuranzas nos indican el espíritu que ha de inspirar la actuación de la Iglesia mientras peregrina hacia el Padre. Las hemos de escuchar en actitud de conversión personal y comunitaria. Sólo así hemos de caminar hacia el futuro.
Dichosa la Iglesia "pobre de espíritu" y de corazón sencillo, que actúa sin prepotencia ni arrogancia, sin riquezas ni esplendor, sostenida por la autoridad humilde de Jesús. De ella es el reino de Dios.
Dichosa la Iglesia que "llora" con los que lloran y sufre al ser despojada de privilegios y poder, pues podrá compartir mejor la suerte de los perdedores y también el destino de Jesús. Un día será consolada por Dios.
Dichosa la Iglesia que renuncia a imponerse por la fuerza, la coacción o el sometimiento, practicando siempre la mansedumbre de su Maestro y Señor. Heredará un día la tierra prometida.
Dichosa la Iglesia que tiene "hambre y sed de justicia" dentro de sí misma y en el mundo entero, pues buscará su propia conversión y trabajará por una vida más justa y digna para todos, empezando por los últimos. Su anhelo será saciado por Dios.
Dichosa la Iglesia compasiva que renuncia al rigorismo y prefiere la misericordia antes que los sacrificios, pues acogerá a los pecadores y no les ocultará la Buena Noticia de Jesús. Ella alcanzará de Dios misericordia.
Dichosa la Iglesia de "corazón limpio" y conducta transparente, que no encubre sus pecados ni promueve el secretismo o la ambigüedad, pues caminará en la verdad de Jesús. Un día verá a Dios.
Dichosa la Iglesia que "trabaja por la paz" y lucha contra las guerras, que aúna los corazones y siembra concordia, pues contagiará la paz de Jesús que el mundo no puede dar. Ella será hija de Dios.
Dichosa la Iglesia que sufre hostilidad y persecución a causa de la justicia, sin rehuir el martirio, pues sabrá llorar con las víctimas y conocerá la cruz de Jesús. De ella es el reino de Dios.
La sociedad actual necesita conocer comunidades cristianas marcadas por este espíritu de las bienaventuranzas. Sólo una Iglesia evangélica tiene autoridad y credibilidad para mostrar el rostro de Jesús a los hombres y mujeres de hoy.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 – RECREADOS POR JESÚS
3 de febrero de 2008

ESCUCHAR DE CERCA

Se acercaron sus discípulos...

Cuando Jesús sube a la montaña y se sienta para anunciar las bienaventuranzas, hay un gentío en aquel entorno, pero sólo «los discípulos se acercan» a él para escuchar mejor su mensaje. ¿Qué escuchamos hoy los discípulos de Jesús si nos acercamos a Jesús?
Dichosos «los pobres de espíritu», los que saben vivir con poco, confiando siempre en Dios. Dichosa una Iglesia con alma de pobre porque tendrá menos problemas, estará más atenta a los necesitados y vivirá el evangelio con más libertad. De ella es el reino de los cielos.
Dichosos «los sufridos» que vacían su corazón de resentimiento y agresividad. Dichosa una Iglesia llena de mansedumbre. Será un regalo para este mundo lleno de violencia. Ella heredará la tierra prometida.
Dichosos «los que lloran» porque padecen injustamente sufrimientos y marginación. Con ellos se puede crear un mundo mejor y más digno. Dichosa la Iglesia que sufre por ser fiel a Jesús. Un día será consolada por Dios.
Dichosos «los que tienen hambre y sed de justicia», los que no han perdido el deseo de ser más justos ni el afán de hacer un mundo más digno. Dichosa la Iglesia que busca con pasión el reino de Dios y su justicia. En ella alentará lo mejor del espíritu humano. Un día su anhelo será saciado.
Dichosos «los misericordiosos» que actúan, trabajan y viven movidos por la compasión. Son los que, en la tierra, más se parecen al Padre del cielo. Dichosa la Iglesia a la que Dios le arranca el corazón de piedra y le da un corazón de carne. Ella alcanzará misericordia.
Dichosos «los que trabajan por la paz» con paciencia y fe, buscando el bien para todos. Dichosa la Iglesia que introduce en el mundo paz y no discordia, reconciliación y no enfrentamiento. Ella será «Hija de Dios».
Dichosos los que, «perseguidos a causa de la justicia», responden con mansedumbre a las injusticias y ofensas. Ellos nos ayudan a vencer el mal con el bien. Dichosa la Iglesia perseguida por seguir a Jesús. De ella es el Reino de los cielos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
30 de enero de 2005

FELIZ

Dichosos los pobres en el espíritu.

No es difícil dibujar el perfil de una persona feliz en la sociedad que conoció Jesús. Se trataría de un varón adulto y de buena salud, casado con una mujer honesta y fecunda, con hijos varones y unas tierras ricas, observante de la religión y respetado en su pueblo ¿Qué más se podía pedir?
Ciertamente, no era éste el ideal que animaba a Jesús. Sin esposa ni hijos, sin tierras ni bienes, recorriendo Galilea como un vagabundo, su vida no respondía a ningún tipo de felicidad convencional. Su manera de vivir era provocativa. Si era feliz, lo era de manera contracultural, a contrapelo de lo establecido.
En realidad, no pensaba mucho en su felicidad. Su vida giraba más bien en tomo a un proyecto que le entusiasmaba y le hacía vivir intensamente. Lo llamaba «reino de Dios». Al parecer, era feliz cuando podía hacer felices a otros. Se sentía bien devolviendo a la gente la salud y la dignidad que se les había arrebatado injustamente.
No buscaba que se cumplieran sus expectativas. Vivía creando nuevas condiciones de felicidad para todos. No sabía ser feliz sin incluir a los otros. A todos proponía criterios nuevos, más libres y personales, para hacer un mundo más digno y dichoso.
Creía en un «Dios feliz», el Dios creador que mira a todas sus criaturas con amor entrañable, el Dios amigo de la vida y no de la muerte, más atento al sufrimiento de las gentes que a sus pecados.
Desde la fe en ese Dios rompía todos los esquemas religiosos y sociales. No predicaba: «felices los justos y piadosos porque recibirán el premio de Dios». No decía «felices los ricos y poderosos porque cuentan con su bendición». Su grito era desconcertante para todos: «felices los pobres porque Dios será su felicidad».
La invitación de Jesús viene a decir así: «No busquéis la felicidad en la satisfacción de vuestros intereses ni en la práctica gratificante de vuestra religión. Sed felices trabajando de manera fiel y paciente por un mundo más feliz para todos».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
3 de febrero de 2002

DICHOSAS

Dichosos los pobres.

Probablemente, Jesús sólo pronunció tres bienaventuranzas: las que declaran dichosos a los pobres, a los hambrientos y los afligidos. Las demás fueron añadidas más tarde extendiendo a otras áreas su mensaje y dándoles un contenido más moral. ¿Será excesivo atrevimiento hacer hoy algo semejante ante la violencia doméstica?
Dichosas vosotras que sufrís en silencio la amenaza constante de vuestros esposos, sin que nadie sospeche vuestra angustia, vuestro miedo, insomnios y depresión. Aunque os cueste creerlo, Dios no se olvida de vosotras.
Ay de nosotros los varones, que no tenemos inteligencia ni corazón para reconocer el sufrimiento que generamos en la mujer desde nuestras posiciones machistas y dominantes. Dios confundirá un día nuestra ceguera y prepotencia.
Dichosas vosotras que vivís aterrorizadas por los insultos, golpes y agresiones de vuestra pareja, sin saber cómo defenderos a vosotras mismas y a vuestros hijos e hijas de su acoso y violencia diaria. Dios está sufriendo con vosotras.
Ay de nosotros que seleccionamos las víctimas que merecen nuestra atención e interés, y olvidamos a las mujeres que sufren el «terrorismo doméstico», dejando sin protección a quienes más lo necesitan. Dios desprecia nuestra indiferencia e hipocresía.
Dichosas vosotras que os sentís ridiculizadas y humilladas por vuestra pareja ante vuestros propios hijos y ante amigos y conocidos, hasta ver destruida vuestra personalidad. Dios es el primer defensor de vuestra dignidad.
Ay de nosotros, los creyentes, que vivimos tranquilos pidiendo a Dios por el bienestar de nuestras familias, sin recordar en nuestras eucaristías a las víctimas de esta tragedia doméstica. ¿Cómo va a escuchar Dios nuestra plegaria?
Dichosas vosotras que vivís en la impotencia, la inseguridad y el desprecio, sometidas al servilismo o perversamente culpabilizadas por vuestra pareja. Tenéis un lugar especial en el corazón de Dios.
Ay de nosotros, los eclesiásticos, que lo ignoramos casi todo de la violencia doméstica y no gritamos a los varones la necesidad urgente de conversión. ¿Quién reconocerá en nuestra predicación al Dios de Jesús?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
31 de enero de 1999

CONTENIDO INAGOTABLE

Dichosos...

Quien se acerca una y otra vez a las bienaventuranzas de Jesús advierte que su contenido es inagotable. Siempre tienen resonancias nuevas. Siempre encontramos en ellas una luz diferente para el momento que estamos viviendo. Así «resuenan» hoy en mí las palabras de Jesús.
Felices los pobres de espíritu, los que saben vivir con poco. Tendrán menos problemas, estarán más atentos a los necesitados y vivirán con más libertad. El día en que lo entendamos, seremos más humanos.
Felices los mansos, los que vacían su corazón de violencia y agresividad. Son un regalo para este pueblo. Cuando todos lo hagamos, podremos convivir en verdadera paz.
Felices los que lloran al ver sufrir a otros. Son gente buena. Con ellos se puede construir un mundo más fraterno y solidario.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, los que no han perdido el deseo de ser más justos ni el afán de hacer una sociedad más justa. En ellos alienta lo mejor del espíritu humano.
Felices los misericordiosos, los que saben perdonar en lo hondo de su corazón. Sólo Dios conoce su lucha interior y su grandeza. Son ellos los que mejor nos pueden acercar hacia la reconciliación.
Felices los que mantienen su corazón limpio de odios, engaños e intereses ambiguos. Se puede confiar en ellos para construir el futuro.
Felices los que trabajan por la paz con paciencia y con fe. Sin desalentarse ante los obstáculos y dificultades, y buscando siempre el bien de todos. Los necesitamos para reconstruir la convivencia.
Felices los que son perseguidos por actuar con justicia, y responden con mansedumbre a las injurias y ofensas. Ellos nos ayudan a vencer el mal con el bien.
Felices los que son insultados, perseguidos y calumniados por seguir fielmente la trayectoria de Jesús. Su sufrimiento no se perderá inútilmente.
Deformaríamos sin embargo el sentido de estas bienaventuranzas si no añadiéramos algo que se subraya en cada una de ellas. Con bellas expresiones Jesús pone ante nuestros ojos a Dios como garante último de la dicha humana. Quienes vivan inspirándose en este programa de vida, un día «serán consolados», «quedarán saciados de justicia», «alcanzarán misericordia», «verán a Dios» y disfrutarán eternamente en su Reino.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
28 de enero de 1996

VIVIR BIEN

Dichosos...

A menudo se piensa que la fe, en todo caso, es algo que tiene que ver con la salvación eterna del ser humano, pero no con la felicidad concreta de cada día, que es lo que ahora mismo nos interesa. Más aún. Hay quienes sospechan que sin Dios y sin religión seríamos más dichosos. Por eso es saludable recordar algunas convicciones cristianas que han podido quedar olvidadas o encubiertas por una presentación desacertada o insuficiente de la fe. He aquí algunas.
• Dios nos ha creado sólo por amor, no para su propio provecho o pensando en su interés, sino buscando nuestra dicha. A Dios lo único que le interesa es nuestro bien.
• Dios quiere nuestra felicidad, no sólo a partir de la muerte, en eso que llamamos «vida eterna», sino ahora mismo, en esta vida. Por eso está presente en nuestra existencia potenciando nuestro bien, nunca nuestro daño.
• Dios respeta las leyes de la naturaleza y la libertad del ser humano. No fuerza ni la libertad humana ni la creación. Pero está junto a los hombres apoyando su lucha por una vida más humana y atrayendo su libertad hacia el bien. Por eso, en cada momento contamos con la gracia de Dios para ser lo más dichosos posible.
• La moral no consiste en cumplir unas leyes impuestas arbitrariamente por Dios. Si él quiere que escuchemos las exigencias morales que llevamos dentro del corazón por el hecho de ser humanos es porque su cumplimiento es bueno para nosotros. Dios no prohíbe lo que es bueno para la humanidad ni obliga a lo que puede ser dañoso. Sólo quiere nuestro bien.
• Convertirse a Dios no significa decidirse por una vida más infeliz y fastidiosa, sino orientar la propia libertad hacia una existencia más humana, más sana y, en definitiva, más dichosa, aunque ello exija sacrificios y renuncia. Ser feliz siempre tiene sus exigencias.
• Ser cristiano es aprender a «vivir bien» siguiendo el camino apuntado por Jesucristo, y las bienaventuranzas son el núcleo más significativo y «escandaloso» de ese camino. Hacia la felicidad se camina con corazón sencillo y transparente, con hambre y sed de justicia, trabajando por la paz con entrañas de misericordia, soportando el peso del camino con mansedumbre. Este camino diseñado en las bienaventuranzas lleva a conocer ya en esta tierra la felicidad vivida y experimentada por el mismo Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
31 de enero de 1993

LA SEDUCCION DEL DINERO

Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el Reino de los cielos.

Los datos son trágicos. Más de un millón de familias españolas no cuentan con ningún miembro que pueda sostenerlas con su trabajo; el paro y otros factores de la vida moderna han elevado ya el número de pobres por encima de los ocho millones. Y, sin embargo, Solchaga podía decir en 1987 que «España es el país donde uno se puede hacer rico en menos tiempo».
Estos últimos años se está produciendo entre nosotros un fenómeno que comienza a preocupar a no pocos. La crisis económica, con sus consecuencias de paro y empobrecimiento de algunas familias, provocó en un comienzo en la conciencia ciudadana preocupación por los parados y reacciones de solidaridad. Sin embargo, la generalización de la crisis ha ido poco a poco narcotizando esa «mala conciencia» inicial. Cada uno busca hoy su propia seguridad económica. Crece la obsesión por el dinero. Se busca sin pudor alguno el máximo lucro. José María Cuevas, presidente de los empresarios españoles, decía recientemente: «En los últimos doce años, la visión crítica del dinero ha sufrido un cambio radical. Actualmente, no sólo no está mal visto tener dinero o intentar conseguirlo, sino que algunos de los poseedores de grandes entidades han pasado a formar parte del protagonismo social más relevante.»
Esta «seducción del dinero», precisamente en momentos de crisis, no es un fenómeno que se pueda detectar exclusivamente entre quienes cuentan con recursos económicos más abundantes. El «negocio sucio», la búsqueda de dinero fácil o el consumismo alocado se han ido extendiendo en todos los niveles sociales.
El sociólogo, Francisco Andrés Orizo, concluye: «Hemos cambiado todos. Ahora, dinero equivale a éxito. Ya no hay otras formas de triunfar socialmente. Vivimos tiempos de hedonismo y consumo.» Por su parte, el catedrático de Derecho, Alejandro Nieto, añade: «Para ser un país pobre, como al parecer somos, el lujo es ostentoso y el nivel de consumo elevadísimo... En España se gasta, a partir de las nueve de la noche, más que en otros países de Europa durante las 24 horas del día. Esto parece el reino de Jauja, donde el ocio es dilatado y no hay otra ocupación que la de gastar y consumir.»
El fenómeno es grave no sólo por la insolidaridad que encierra. La obsesión por el dinero empobrece a las personas. Los grandes valores de la vida se van oscureciendo. La cultura pasa a segundo término. La fe se debilita. Se busca lo más fácil y placentero, lo que se puede conseguir al instante con sólo mostrar la tarjeta de crédito. La persona quiere «dominar el mundo», pero se ve cada vez más perdida ante los grandes interrogantes de la existencia.
Las Bienaventuranzas siguen rompiendo nuestros esquemas. El dinero podrá abrir otras puertas, pero no abre las puertas de nuestro corazón. Para ser humano con todos, para comunicarse con Dios, para vivir con un corazón amplio, es necesario abandonar la obsesión del dinero como meta de la vida. «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de Dios.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
28 de enero de 1990

MAL PROGRAMADOS

Dichosos...

Todos experimentamos que la vida está sembrada de problemas y conflictos que en cualquier momento nos pueden hacer sufrir. Pero, a pesar de todo, podemos decir que la «felicidad interior» es uno de los mejores indicadores para saber si una persona está acertando en el difícil arte de vivir. Se podría incluso afirmar que la verdadera felicidad no es sino la vida misma cuando está siendo vivida con acierto y plenitud.
Nuestro problema consiste en que la sociedad actual nos programa para buscar la felicidad por caminos equivocados que casi inevitablemente nos conducirán a vivir de manera desdichada.
Una de las instrucciones erróneas dice así: «Si no tienes éxito, no vales». Para conseguir la aprobación de los demás e, incluso, la propia estima hay que triunfar.
La persona así programada difícilmente será dichosa. Necesitará tener éxito en todas sus pequeñas o grandes empresas. Cuando fracase en algo, sufrirá de manera indebida. Fácilmente crecerá su agresividad contra la sociedad y contra la misma vida.
Esa persona quedará, en gran parte, incapacitada para descubrir que ella vale por sí misma, por lo que es, aun antes de que se le añadan éxitos o logros personales.
La segunda equivocación es ésta: «Si quieres tener éxito, has de valer más que los demás». Hay que ser siempre más que los otros, sobresalir, dominar.
La persona así programada está llamada a sufrir. Vivirá siempre envidiando a los que han logrado más éxito, los que tienen mejor nivel de vida, los de posición más brillante.
En su corazón crecerá fácilmente la insatisfacción, la envidia oculta, el resentimiento. No sabrá disfrutar de lo que es y de lo que tiene. Vivirá siempre mirando de reojo a los demás. Así, difícilmente se puede ser feliz.
Otra consigna equivocada: «Si no respondes a las expectativas, no puedes ser feliz». Has de responder a lo que espera de ti la sociedad, ajustarte a los esquemas. Si no entras por donde van todos, puedes perderte.
La persona así programada se estropea casi inevitablemente. Termina por no conocerse a sí misma ni vivir su propia vida. Sólo busca lo que buscan todos, aunque no sepa exactamente por qué ni para qué.
Las Bienaventuranzas nos invitan a preguntarnos si tenemos la vida bien planteada o no, y nos urgen a eliminar programaciones equivocadas. ¿Qué sucedería en mi vida si yo acertara a vivir con un corazón más sencillo, sin tanto afán de posesión, con más limpieza interior, más atento a los que sufren, con una confianza grande en un Dios que me ama de manera incondicional? Por ahí va el programa de vida que nos trazan las Bienaventuranzas de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
1 de febrero de 1987

EL DIA DE LA ALEGRIA

Dichosos

Desde su origen, el domingo ha sido para los cristianos el día de la alegría. Día en el que ha de crecer nuestra esperanza. Así exhorta ya la Didascalia de los Apóstoles en e1 siglo II: “Estad siempre alegres el domingo, pues quien se aflige el día del domingo comete pecado».
Esta alegría dominical no es sólo fiesta externa, sino gozo interior profundo de quien ha descubierto en Cristo el sentido de la existencia y la salvación.
No se trata simplemente de obedecer a una ley que nos prohíbe trabajar ese día para permitir así a nuestro organismo recuperar las fuerzas que necesita.
El descanso dominical significa y nos recuerda el fin último de nuestra vida. No hemos nacido para trabajar eternamente sino para disfrutar. No estamos hechos para sufrir sino para gozar. El fin último de todo lo que hacemos es entrar un día en el descanso gozoso de Dios.
El domingo pregustamos ya la fiesta final, el domingo eterno. Llegará un día en que siempre será domingo. Ya no habrá trabajos ni problemas, no habrá lágrimas ni sufrimientos. Sólo gozo, disfrute, acción de gracias, descanso y felicidad en Dios.
Por eso el domingo no es un descanso vacío en el que nos encerramos todavía más sobre nosotros mismos y nuestro propio aburrimiento. Es un descanso que nos permite volvernos hacia Dios, encontrarnos con el resucitado, celebrar la vida final.
El domingo nos permite tener tiempo para lo importante. Tiempo para meditar, para descansar, para dialogar. Tiempo para Dios, tiempo para la amistad y la celebración.
Son bastantes los observadores que nos están advirtiendo del riesgo que corre el hombre contemporáneo de empobrecerse y asfixiarse espiritualmente al perder el sentido hondo de la fiesta.
La celebración de la fiesta está siendo sustituida en gran parte por el espectáculo, las competiciones deportivas, el cine, la televisión o los viajes turísticos.
No acertamos a trascender el mundo de lo cotidiano y dilatar festivamente nuestro corazón hacia el trasfondo último de todo. No sabemos captar y celebrar la bondad originaria de la vida. No nos atrevemos a creer en nuestro destino de felicidad eterna.
Para recuperar la fiesta dominical no basta aprender a divertirse o relajarse. Necesitamos recuperar la actitud religiosa, la apertura al Creador, la fe en nuestra resurrección.
Sólo entonces sabremos celebrar el domingo de otra manera y salir de casa a saborear la vida con mayor hondura, a encontrar a los amigos con más sosiego, a disfrutar la naturaleza con más intensidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
29 de enero de 1984

LA FELICIDAD NO SE COMPRA

Dichosos...

Nadie sabemos dar una respuesta demasiado clara cuando se nos pregunta por la felicidad. ¿Qué es de verdad la felicidad? ¿En qué consiste realmente? ¿Cómo alcanzarla? ¿Por qué caminos?
Ciertamente no es fácil acertar a ser feliz. No se logra la felicidad de cualquier manera. No basta conseguir lo que uno andaba buscando. No es suficiente satisfacer los deseos. Cuando uno ha conseguido k que quería, descubre que está de nuevo buscando ser feliz.
También es claro que la felicidad no se puede comprar. No se la puede adquirir en ninguna planta del «Corte Inglés» como tampoco la alegría, la amistad o la ternura. Con dinero sólo podemos comprar apariencia de felicidad.
Por eso, hay tantas personas tristes en nuestras calles. La felicidad ha sido sustituida por el placer, la comodidad y el bienestar. Pero nadie sabe cómo devolverle al hombre de hoy el gozo, la libertad, la apariencia de plenitud.
Nosotros tenemos nuestras «bienaventuranzas». Suenan así: Dichosos los que tienen una buena cuenta corriente, los que se pueden comprar el último modelo, los que siempre triunfan, a costa de lo que sea, los que son aplaudidos, los que disfrutan de la vida sin escrúpulos, los que se desentienden de los problemas...
Jesús ha puesto nuestra «felicidad» cabeza abajo. Ha dado un vuelco total a nuestra manera de entender la vida y nos ha descubierto que estamos corriendo «en dirección contraria».
Hay otro camino verdadero para ser feliz, que a nosotros nos parece falso e increíble. La verdadera felicidad es algo que uno se la encuentra de paso, como fruto de un seguimiento sencillo y fiel a Jesús.
¿En qué creer? ¿En las bienaventuranzas de Jesús o en los reclamos de felicidad de nuestra sociedad?
Tenemos que elegir entre estos dos caminos, O bien, tratar de asegurar nuestra pequeña felicidad y sufrir lo menos posible, sin amar, sin tener piedad de nadie, sin compartir... O bien, amar... buscar la justicia, estar cerca del que sufre y aceptar el sufrimiento que sea necesario, creyendo en una felicidad más profunda.
Uno se va haciendo creyente cuando va descubriendo prácticamente que el hombre es más feliz cuando ama, incluso sufriendo, que cuando no ama y por lo tanto no sufre por ello.
Es una equivocación pensar que el cristiano está llamado a vivir fastidiándose más que los demás, de manera más infeliz que los otros. Ser cristiano, por el contrario, es buscar la verdadera felicidad por el camino señalado por Jesús. Una felicidad que comienza aquí, aunque alcanza su plenitud en el encuentro final con Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
1 de febrero de 1981

APATIA

Felices los que lloran.

Si algo aparece claro en las bienaventuranzas es que Dios es el Dios de los pobres, los oprimidos, los que lloran y sufren.
Dios no es insensible al sufrimiento de los hombres. Dios no es apático. Dios «sufre donde sufre el amor» (J. Moltmann). Por eso, el futuro proyectado y querido por Dios pertenece a esos hombres que sufren porque apenas hay un lugar para ellos ni en la sociedad ni en el corazón de los hermanos.
Son bastantes los pensadores que creen observar un aumento creciente de la apatía en la sociedad moderna. Parece estar creciendo la incapacidad de hombre para percibir el sufrimiento ajeno.
Apatía significa «no-sufrir», incapacidad para sufrir. Es la actitud del hombre ciego que ya no percibe el dolor. El embotamiento de quien permanece insensible ante el sufrimiento.
De mil maneras vamos evitando la relación y el contacto con los que sufren. Levantamos muros que nos separan de la experiencia y la realidad del sufrimiento ajeno.
Uno intenta mantenerse lo más lejos posible del dolor, sin ser tocado ni afectado por el sufrimiento de los demás. Se preocupa sólo de sus asuntos, vive «asépticamente» en su mundo privado, después de colocar el correspondiente «Not disturb».
Y la organización de la vida moderna parece ayudar a encubrir la miseria y soledad de las gentes, y a ocultar el sufrimiento hondo de las personas.
Raramente experimentamos de forma sensible e inmediata el sufrimiento y la muerte de los otros. No es frecuente encontrarse de cerca con el rostro perdido de un hombre marginado. No tocamos la soledad y la desesperación del que vive junto a nosotros.
Hemos reducido los problemas humanos a números y datos. Contemplamos el sufrimiento ajeno de forma indirecta, a través de la pantalla televisiva. Corremos cada uno a nuestras ocupaciones sin tiempo para detenernos ante quien sufre.
En medio de esta apatía social, se hace todavía más significativa la fe cristiana en un «Dios amigo de los pobres», un Dios crucifi. cado, que ha querido sufrir junto a los abandonados de este mundo.
«Podemos cambiar las condiciones sociales bajo las cuales sufren los hombres... Podemos hacer retroceder y suprimir incluso el sufrimiento, que aún hoy se produce para provecho de unos pocos. Pero, en todos esos caminos tropezamos con fronteras que no se dejan traspasar. No sólo la muerte... También el embrutecimiento y falta de sensibilidad. El único medio de traspasar estas fronteras consiste en compartir el dolor con los que sufren, no dejarlos solos y hacer más fuerte su grito» (D. Sölle).

José Antonio Pagola



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