lunes, 30 de julio de 2012

05/08/2012 - 18º domingo Tiempo ordinario (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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5 de agosto de 2012

18º domingo Tiempo ordinario (B)


EVANGELIO

El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed.

+ Lectura del santo Evangelio según San Juan. 6, 24-35

En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».
Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?». Respondió Jesús: «La obra que Dios quiere es esta: que creáis en el que él ha enviado». Le replicaron: «,Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Les dio a comer pan del cielo”». Jesús les replicó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
5 de agosto de 2012

PAN DE VIDA

¿Por qué seguir interesándonos por Jesús después de veinte siglos? ¿Qué podemos esperar de él? ¿Qué nos puede aportar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿Nos va a resolver acaso los problemas del mundo actual? El evangelio de Juan habla un diálogo de gran interés, que Jesús mantiene con una muchedumbre a orillas del lago Galilea.
El día anterior han compartido con Jesús una comida sorprendente y gratuita. Han comido pan hasta saciarse. ¿Cómo lo van a dejar marchar? Lo que buscan es que Jesús repita su gesto y los vuelva a alimentar gratis. No piensan en nada más.
Jesús los desconcierta con un planteamiento inesperado: "Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el que perdura hasta la vida eterna". Pero ¿cómo no preocuparnos por el pan de cada día? El pan es indispensable para vivir. Lo necesitamos y debemos trabajar para que nunca le falte a nadie.
Jesús lo sabe. El pan es lo primero. Sin comer no podemos subsistir. Por eso se preocupa tanto de los hambrientos y mendigos que no reciben de los ricos ni las migajas que caen de su mesa. Por eso maldice a los terratenientes insensatos que almacenan el grano sin pensar en los pobres. Por eso enseña a sus seguidores a pedir cada día al Padre pan para todos sus hijos.
Pero Jesús quiere despertar en ellos un hambre diferente. Les habla de un pan que no sacia solo el hambre de un día, sino el hambre y la sed de vida que hay en el ser humano. No lo hemos de olvidar. En nosotros hay un hambre de justicia para todos, un hambre de libertad, de paz, de verdad. Jesús se presenta como ese Pan que nos viene del Padre, no para hartarnos de comida sino "para dar vida al mundo".
Este Pan, venido de Dios, "perdura hasta la vida eterna". Los alimentos que comemos cada día nos mantienen vivos durante años, pero llega un momento en que no pueden defendernos de la muerte. Es inútil que sigamos comiendo. No nos pueden dar vida más allá de la muerte.
Jesús se presenta como ese Pan de vida eterna. Cada uno ha de decidir cómo quiere vivir y cómo quiere morir. Pero, creer en Cristo es alimentar en nosotros una fuerza indestructible, empezar a vivir algo que no terminará con nuestra muerte. Seguir a Jesús es entrar en el misterio de la muerte sostenidos por su fuerza resucitadora.
Al escuchar sus palabras, aquellas gentes de Cafarnaún le gritan desde lo hondo de su corazón: "Señor, danos siempre de ese pan". Desde nuestra fe vacilante, nosotros no nos atrevemos a pedir algo semejante. Quizás, solo nos preocupa la comida de cada día. Y, a veces, solo la nuestra.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
2 de agosto de 2009

EL CORAZÓN DEL CRISTIANISMO

Que creáis en el que él os ha enviado.

La gente necesita a Jesús y lo busca. Hay algo en él que los atrae, pero todavía no saben exactamente por qué lo buscan ni para qué. Según el evangelista, muchos lo hacen porque el día anterior les ha distribuido pan para saciar su hambre.
Jesús comienza a conversar con ellos. Hay cosas que conviene aclarar desde el principio. El pan material es muy importante. Él mismo les ha enseñado a pedir a Dios «el pan de cada día» para todos. Pero el ser humano necesita algo más. Jesús quiere ofrecerles un alimento que puede saciar para siempre su hambre de vida.
La gente intuye que Jesús les está abriendo un horizonte nuevo, pero no saben qué hacer, ni por dónde empezar. El evangelista resume sus interrogantes con estas palabras: « y ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? ». Hay en ellos un deseo sincero de acertar. Quieren trabajar en lo que Dios quiere, pero, acostumbrados a pensarlo todo desde la Ley, preguntan a Jesús qué obras, prácticas y observancias nuevas tienen que tener en cuenta.
La respuesta de Jesús toca el corazón del cristianismo: «la obra (¡en singular!) que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado». Dios sólo quiere que crean en Jesucristo pues es el gran regalo que él ha enviado al mundo. Ésta es la nueva exigencia. En esto han de trabajar. Lo demás es secundario.
Después de veinte siglos de cristianismo, ¿no necesitamos descubrir de nuevo que toda la fuerza y la originalidad de la Iglesia está en creer en Jesucristo y seguirlo? ¿No necesitamos pasar de la actitud de adeptos de una religión de "creencias" y de "prácticas" a vivir como discípulos de Jesús?
La fe cristiana no consiste primordialmente en ir cumpliendo correctamente un código de prácticas y observancias nuevas, superiores a las del antiguo testamento. No. La identidad cristiana está en aprender a vivir un estilo de vida que nace de la relación viva y confiada en Jesús el Cristo. Nos vamos haciendo cristianos en la medida en que aprendemos a pensar, sentir, amar, trabajar, sufrir y vivir como Jesús.
Ser cristiano exige hoy una experiencia de Jesús y una identificación con su proyecto que no se requería hace unos años para ser un buen practicante. Para subsistir en medio de la sociedad laica, las comunidades cristianas necesitan cuidar más que  nunca la adhesión y el contacto vital con Jesús el Cristo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS

EL MEJOR TRABAJO

Los trabajos que Dios quiere.

El evangelista Juan va ofreciendo su visión de la fe cristiana elaborando discursos y conversaciones entre Jesús y la gente a orillas del lago de Galilea. Jesús les habla de que no trabajen por cualquier cosa, que no piensen sólo en un «alimento perecedero». Lo importante es trabajar teniendo como horizonte «la vida eterna».
Sin duda, es así. Jesús tiene razón. Pero, ¿cuál es el trabajo que quiere Dios? Ésta es la pregunta de la gente: ¿cómo podemos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere? La respuesta de Jesús no deja de ser desconcertante. El único trabajo que Dios quiere es éste: «que creáis en el que Dios os ha enviado».
«Creer en Jesús» no es una experiencia teórica, un ejercicio mental. No consiste simplemente en una adhesión religiosa. Es un «trabajo» en el que sus seguidores han de ocuparse a lo largo de su vida. Creer en Jesús es algo que hay que cuidar y trabajar día a día.
«Creer en Jesús» es configurar la vida desde él, convencidos de que su vida fue verdadera: una vida que conduce a la vida eterna. Su manera de vivirle a Dios como Padre, su forma de reaccionar siempre con misericordia, su empeño en despertar esperanza es lo mejor que puede hacer el ser humano.
«Creer en Jesús» es vivir y trabajar por algo último y decisivo: esforzarse por un mundo más humano y justo; hacer más real y más creíble la paternidad de Dios; no olvidar a quienes corren el riesgo de ser olvidados por todos, incluso por las religiones. Y hacer todo esto sabiendo que nuestro pequeño compromiso, siempre pobre y limitado, es el trabajo más humano que podemos hacer.
Por eso, desentendernos de la vida de los demás, vivirlo todo con indiferencia, encerrados sólo en nuestros intereses, ignorar el sufrimiento de gente que encontramos en nuestro camino, son actitudes que encontramos en nuestro camino, son actitudes que indican que no estamos «trabajando» nuestra fe en Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
3 de agosto de 2003

NOSTALGIA DE ETERNIDAD

Trabajad... por el alimento que perdura.

Cuando observamos que los años van deteriorando inexorablemente nuestra salud y que también nosotros nos vamos acercando hacia el final de nuestros días, algo se rebela en nuestro interior. ¿Por qué hay que morir si desde lo hondo de nuestro ser algo nos dice que estamos hechos para vivir?
El recuerdo de que nuestra vida se va gastando día a día sin detenerse, hace nacer en nosotros un sentimiento de impotencia y pena. La vida debería ser más hermosa para todos, más gozosa, más larga. En el fondo, todos anhelamos una vida feliz y eterna.
Siempre ha sentido el ser humano nostalgia de eternidad. Ahí están los poetas de todos los pueblos cantando la fugacidad de la vida, o los grandes artistas tratando de dejar una obra inmortal para la posteridad, o, sencillamente, los padres queriendo perpetuarse en sus hijos más queridos.
Aparentemente, hoy las cosas han cambiado. Los artistas afirman no pretender trabajar para la inmortalidad, sino sólo para la época. La vida va cambiando de manera tan vertiginosa que a los padres les cuesta reconocerse en sus hijos. Sin embargo, la nostalgia de eternidad sigue viva aunque, tal vez, se manifieste de manera más ingenua.
Hoy se intenta por todos los medios detener el tiempo, dando culto a la juventud y a lo joven. El hombre moderno no cree en la eternidad y, al mismo tiempo, se esfuerza por eternizar un tiempo privilegiado de su existencia. No es dificil ver cómo el horror al envejecimiento y el deseo de agarrarse a la juventud lleva a veces a comportamientos cercanos al ridículo.
Se ha hecho a veces burla de los creyentes diciendo que, ante el temor a la muerte, se inventan un cielo donde proyectan inconscientemente sus deseos de eternidad. Y apenas critica nadie ese neorromanticismo moderno de quienes sueñan inconscientemente con instalarse en una «eterna juventud».
Cuando el hombre busca eternidad, no está buscando establecerse en la tierra de una manera un poco más confortable y durar un poco más que en la actualidad. Lo que el hombre anhela no es perpetuar para siempre esa mezcla de gozos y sufrimientos, éxitos y decepciones que ya conoce, sino encontrar una vida de calidad definitiva que responda plenamente a su sed de felicidad.
El evangelio nos invita a «trabajar por un alimento que no perece sino que perdura dando vida eterna». El creyente es un hombre que se preocupa de alimentar lo que en él hay de eterno, enraizando su vida en un Dios que vive para siempre y en un amor que es «más fuerte que la muerte».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR

ALGO MÁS

Trabajad no por el alimento que perece.

Es un tópico hablar hoy de consumismo. Nos parece lo más normal. Se siguen abriendo nuevos centros comerciales e hipermercados. Los restaurantes multiplican sus ofertas. Cada vez es mayor la profusión de productos que uno puede elegir y el número de cadenas que puede seleccionar. Todo está ahí a nuestra disposición: objetos, servicios, viajes, música, programas, vídeos.
Ya no son las religiones ni los pensadores los que marcan las pautas de comportamiento o el estilo de vida. La «nueva sociedad» está dirigida cada vez más por la moda consumista. Hay que disfrutar de lo último que se nos ofrece, conocer nuevas sensaciones y experiencias. La lógica de «satisfacer deseos» lo va impregnando todo desde niños.
Está naciendo lo que el profesor G. Lipotvesky llama el «individuo-moda», de personalidad y gustos fluctuantes, sin lazos profundos, atraído por lo efímero. Un individuo sin mayores ideales ni aspiraciones, ocupado sobre todo en disfrutar, tener cosas, estar en forma, vivir entretenido y relajarse. Un individuo más interesado en conocer el parte meteorológico del fin de semana o los resultados deportivos que el sentido de su vida.
No hemos de demonizar esta sociedad. Es bueno vivir en nuestros días y tener tantas posibilidades para alimentar las diversas dimensiones de la vida. Lo malo es quedarse vacío por dentro, atrapado sólo por «necesidades superficiales». Dejar de hacer el bien para buscar sólo el bienestar, vivir ajenos a todo lo que no sea el propio interés, caer en la indiferencia, olvidar el amor.
No es superfluo recordar en nuestra sociedad la advertencia de Jesús: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna». El mismo Lipotvesky, que tanto subraya en sus obras los aspectos positivos de la moda consumista, no duda en recordar que «el hombre actual se caracteriza por la vulnerabilidad». Cuando el individuo se alimenta sólo de lo efímero se queda sin raíces ni consistencia interior. Cualquier adversidad provoca una crisis, cualquier problema adquiere dimensiones desmesuradas. Es fácil caer en la depresión o el sinsentido. Sin alimento interior la vida corre peligro. No se puede vivir sólo de pan. Se necesita algo más.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
3 de agosto de 1997

EL GRITO A DIOS

Danos siempre de ese pan.

La oración no es un fenómeno extraño, propio de personas raras. Es exactamente lo contrario. La verdadera súplica a Dios sólo puede nacer en el ser humano cuando la persona es capaz de vivir su existencia hasta el fondo. Pensemos un poco cómo se gesta la oración en el corazón humano.
El hombre es un «ser de necesidades». Nunca es plenamente lo que quiere ser, nada satisface del todo su deseo. Y, al verse necesitado, el ser humano grita: «Tengo hambre, siento miedo, deseo ser amado, estoy agobiado, me muero.» Este grito es al mismo tiempo una llamada. La persona no sólo grita su necesidad. Su grito se dirige a alguien para que venga en su ayuda. Independientemente de sus creencias religiosas, hay un hecho básico que no es posible ignorar. El ser humano es un mendigo, y su existencia es siempre, de alguna manera, grito, llamada y petición de ayuda.
Pero el ser humano no sólo necesita cosas, objetos o soluciones para sus diferentes problemas. En el fondo de esas necesidades concretas la persona percibe un vacío más hondo, que nada ni nadie puede colmar. El hombre necesita «salvación». Podemos negar o ignorar ese vacío último, podemos ocultarlo entre mil necesidades satisfechas, pero la necesidad de salvación sigue ahí. Cuando la persona lo capta, su grito se hace súplica a Dios: «Desde lo hondo a ti grito, Señor; escucha mi voz» (Salmo 130, 1).
Es verdad que muchos sólo piden a Dios cosas. Es cierto también que la oración puede convertirse en una especie de acción mágica con la que se pretende resolver los problemas y sinsabores de la vida. Pero la verdadera oración brota siempre de la «necesidad de salvación» y de la confianza total en Dios, Salvador último del ser humano: «El Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación» (Salmo 118, 14).
El verdadero orante no pide a Dios cosas. Su corazón busca a Dios por sí mismo. Lo que desea es su presencia callada, amistosa y salvadora. Le pedimos «el pan de cada día» y cuanto necesitamos para vivir, pero esas peticiones concretas son expresión de nuestra necesidad de Dios. Por ello ya san Agustín advertía así a quien ora: «Dios escucha tu llamada si le buscas a él. No te escucha si a través de él buscas otras cosas.»
El relato de Juan nos indica que la gente seguía a Jesús porque les había dado pan hasta saciarse. Jesús les saca de su error y les habla de otro pan que «da vida al mundo». Sólo entonces brota en ellos la verdadera oración: «Señor, danos siempre de ese pan» (Juan 6, 34).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
31 de julio de 1994

SI BUSCAS A DIOS

El que viene a mí no pasará hambre.

Hay personas que desean sinceramente encontrar a Dios, pero no saben qué camino seguir. Sin duda, cada uno tiene que hacer su propio recorrido personal y nadie nos puede señalar desde fuera los pasos concretos que hemos de dar, pero hay sugerencias que a todos nos pueden ayudar. He aquí algunas:
Si buscas a Dios, antes que nada deja de temerlo. Hay personas que, en cuanto oyen nombrar a Dios, comienzan a pensar en sus miserias y pecados. Esta clase de miedo a Dios te está alejando de él. Dios te conoce y te quiere. El sabrá encontrar el camino para entrar en tu vida, por mediocre que sea.
No tengas prisa. Actúa con calma. Hay personas que, durante unos días, se mueven mucho, rezan, quieren libros, buscan métodos para hacer oración; a los pocos días lo abandonan todo y vuelven a su vida de siempre. Tú camina despacio. Descubre humildemente tu pobreza y necesidad de Dios. El no está al final de no sé qué esfuerzos. Está ya junto a ti, deseando hacerte vivir.
Desciende a tu corazón y llega hasta las raíces más secretas de tu vida. Quítate todas las máscaras. ¿Cómo ibas a caminar disfrazado al encuentro con Dios? No tienes necesidad de ocultar tus heridas ni tu desorden. Pregúntate sinceramente: ¿Qué ando buscando en la vida? ¿Por qué no hay paz en mi corazón? ¿Qué necesito para vivir con más alegría? Por ahí encontrarás un camino hacia Dios.
Aprende a orar. Te puede hacer bien buscar un lugar tranquilo y reservar un tiempo apropiado. Al comienzo no sabrás qué hacer, y te puedes sentir incluso incómodo. Hace tanto tiempo que no te has parado ante Dios. Busca en la Biblia el libro de los salmos y comienza a recitar despacio alguno de ellos. Párate solo en aquellas frases que te dicen algo. Pronto descubrirás que los salmos reflejan tus sufrimientos y tus gozos, tus anhelos y tu búsqueda de Dios. Cuando hayas aprendido a saborearlos, ya no los dejarás.
Toma el evangelio en tus manos. No es un libro más. Ahí encontrarás a Jesucristo: él es el verdadero camino que te llevará a Dios. Tómate tiempo para leerlo y saborearlo. Se suele decir que el evangelio es una «regla de vida». Es cierto. Pero, antes que nada, es una «Buena Noticia». Medita las palabras de Jesús y sus gestos. Sentirás que algo empieza a moverse en tu corazón. Jesús te irá sanando. Te enseñará a vivir.
Si eres constante y sigues alimentando tu vida en este pequeño libro en que te encuentras con Cristo, un día descubrirás cuánta verdad encierran sus palabras: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
4 de agosto de 1991

NOSTALGIA DE ETERNIDAD

Trabajad... por el alimento que perdura.

Cuando observamos que los años van deteriorando inexorablemente nuestra salud y que también nosotros nos vamos acercando hacia el final de nuestros días, algo se rebela en nuestro interior. ¿Por qué hay que morir si desde lo hondo de nuestro ser algo nos dice que estamos hechos para vivir?
El recuerdo de que nuestra vida se va gastando día a día sin detenerse, hace nacer en nosotros un sentimiento de impotencia y pena. La vida debería ser más hermosa para todos, más gozosa, más larga. En el fondo, todos anhelamos una vida feliz y eterna.
Siempre ha sentido el ser humano nostalgia de eternidad. Ahí están los poetas de todos los pueblos cantando la fugacidad de la vida, o los grandes artistas tratando de dejar una obra inmortal para la posteridad, o, sencillamente, los padres queriendo perpetuarse en sus hijos más queridos.
Aparentemente, hoy las cosas han cambiado. Los artistas afirman no pretender trabajar para la inmortalidad, sino sólo para la época. La vida va cambiando de manera tan vertiginosa que a los padres les cuesta reconocerse en sus hijos. Sin embargo, la nostalgia de eternidad sigue viva aunque, tal vez, se manifieste de manera más ingenua.
Hoy se intenta por todos los medios detener el tiempo, dando culto a la juventud y a lo joven. El hombre moderno no cree en la eternidad y, al mismo tiempo, se esfuerza por eternizar un tiempo privilegiado de su existencia. No es difícil ver cómo el horror al envejecimiento y el deseo de agarrarse a la juventud lleva a veces a comportamientos cercanos al ridículo.
Se ha hecho a veces burla de los creyentes diciendo que, ante el temor a la muerte, se inventan un cielo donde proyectan inconscientemente sus deseos de eternidad. Y apenas critica nadie ese neorromanticismo moderno de quienes sueñan inconscientemente con instalarse en una “eterna juventud”.
Cuando el hombre busca eternidad, no está buscando establecerse en la tierra de una manera un poco más confortable y durar un poco más que en la actualidad. Lo que el hombre anhela no es perpetuar para siempre esa mezcla de gozos y sufrimientos, éxitos y decepciones que ya conoce, sino encontrar una vida de calidad definitiva que responda plenamente a su sed de felicidad.
El evangelio nos invita a “trabajar por un alimento que no perece sino que perdura dando vida eterna”. El creyente es un hombre que se preocupa de alimentar lo que en él hay de eterno, enraizando su vida en un Dios que vive para siempre y en un amor que es “más fuerte que la muerte”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
31 de julio de 1988

PAN DE VIDA

Yo soy el pan de vida.

No son pocas las personas que en un momento determinado de su vida tienen la impresión de encontrarse en un callejón sin salida.
Lo que les turba no son los problemas normales del trabajo, la familia o las mil preocupaciones de la vida ordinaria, sino un desasosiego interior difícil de explicar.
Ha llegado un momento en que apenas sienten gusto alguno por la vida. No saben exactamente por qué, pero ya no aciertan a vivir con cierto gozo. Tal vez no lo revelan a nadie, pero hay en ellos una especie de vacío interior.
¿Cómo recuperar de nuevo la vida? ¿Qué hacer para sentirse otra vez vivo dentro de uno mismo? ¿Dónde encontrar una energía liberadora? ¿Cómo abrirse nuevamente al “milagro” de la vida?
Tal vez, antes que nada, hemos de caer en la cuenta de que lo que necesitamos entonces es descubrir dónde puede estar “la fuente de la vida” capaz de regenerarnos.
Según ese gran maestro de vida que fue K G. Dürckheim, recientemente fallecido en Alemania, el mayor problema de muchos hombres y mujeres hoy es vivir “aislados del Ser esencial”.
Según el momento o las circunstancias, una persona puede sentir- se viva o inerte, eufórica o abatida, vacía o insatisfecha, pero el verdadero problema es vivir “sin raíces», separados del fondo misterioso de la existencia, sin contacto con la fuente de la vida.
Lo sepamos o no, lo que nos inquieta desde dentro a los hombres es siempre, de alguna manera, el miedo a perdernos, el desconcierto ante lo absurdo, la angustia ante la soledad. Esa triple ansiedad marca nuestra vida y hace que siempre andemos buscando seguridad sentido y amor.
Consciente o inconscientemente, el hombre lleva dentro de sí la nostalgia de una vida que esté por encima de toda muerte, de un sentido que esté más allá del sentido y sinsentido de este mundo, de una protección y acogida a las que nada pueda hacer peligrar.
Cuando uno percibe esto con suficiente hondura, algo le dice por dentro que sólo Dios puede ser la fuente de la verdadera vida. Nada que no sea Dios nos basta.
Si entonces uno acierta a abrirse humildemente a Dios, una fuerza liberadora le penetra y regenera. Todo cambia. Se puede vivir con una confianza diferente, con un sentido nuevo, con verdadera esperanza.
Entonces se puede intuir la verdad que encierran las palabras de Jesús: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasara hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
4 de agosto de 1985

UN VACIO DIFICIL DE LLENAR

Yo soy el pan de vida.

La palabra «religión» suscita hoy en muchos una actitud defensiva. En bastantes ambientes, el hecho mismo de plantear la cuestión religiosa provoca malestar, silencios evasivos, un desvío hábil de la conversación.
Se entiende la religión como un estadio infantil de la humanidad que está siendo ya superado. Algo que pudo tener sentido en otros tiempos pero que, en una sociedad adulta y emancipada, carece ya de todo interés.
Creer en Dios, orar, alimentar una esperanza final son, para muchos, un modo de comportarse que puede ser tolerado, pero que es indigno de personas inteligentes y progresistas. Cualquier ocasión parece buena para trivializar o ridiculizar lo religioso, incluso, desde los medios públicos de comunicación.
Se diría que la religión es algo superfluo e inútil. Lo realmente importante y decisivo pertenece a otra esfera: la del desarrollo técnico y la productividad económica.
A lo largo de estos últimos años ha ido creciendo entre nosotros la opinión de que una sociedad industrial moderna no necesita ya de religión pues es capaz de resolver por sí misma sus problemas de manera racional y científica.
Sin embargo, este optimismo «a-religioso» no termina de ser confirmado por los hechos. Los hombres viven casi exclusivamente para el trabajo y para el consumismo durante su tiempo libre, pero «ese pan» no llena satisfactoriamente su vida.
El lugar que ocupaba anteriormente la fe religiosa ha dejado en muchos hombres y mujeres un vacío difícil de llenar y un hambre que debilita las raíces mismas de su vida. F. Heer habla de «ese gran vacío interior en el que los seres humanos no pueden a la larga vivir sin escoger nuevos dioses, jefes y caudillos carismáticos artificiales».
Quizás es el momento de redescubrir que creer en Dios significa ser libre para amar la vida hasta el final. Ser capaz de buscar la salvación total sin quedarse satisfecho con una vida fragmentada. Mantener la inquietud de la verdad absoluta sin contentarse con la apariencia superficial de las cosas. Buscar nuestra religación con el Trascendente dando un sentido último a nuestro vivir diario.
Cuando se viven días, semanas y años enteros, sin vivir de verdad, sólo con la preocupación de «seguir funcionando», no debería de pasar inadvertida la invitación interpeladora de Jesús: «Yo soy el pan de vida».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
1 de agosto de 1982

¿CREER DESDE EL BIENESTAR?

Trabajad, no por el alimento que perece...

Probablemente, son mayoría los hombres y mujeres que, consciente o inconscientemente, aspiran como ideal último de su existencia al bienestar y al bien-vivir.
Lo importante es vivir cada vez mejor, tener linero y disfrutar de una seguridad. El dinero parece ser la fuente de todas las posibilidades.
El que posee una seguridad económica, puede aspirar a lograr el reconocimiento de los demás, la autoafirmación personal y, en definitiva, la felicidad.
Naturalmente, cuando el bienestar se convierte en el objetivo de nuestra vida, ya no importan demasiado los demás. Entonces es normal que se desate la competitividad, la insolidaridad, el acaparamiento injusto.
Alguien ha dicho que en esta sociedad, «nos hemos quedado sin noticias de Dios». Dios es superfluo. No hace falta ni combatirlo. Sencillamente se prescinde de él. ¿Por qué?
El ideal del bienestar crea un modo de vivir tan superficial y tan insensible y ciego para las dimensiones más profundas del hombre, que ya no parece haber sitio para Dios.
O quizás, algo que no es mucho mejor. Sólo queda sitio para una religión «rebajada» al plano individual y privado, donde la religioso se convierte, con frecuencia, en mero alivio de frustración y problemas individuales.
Entonces, y aún sin ser conscientes de ello, la religión viene a ser un elemento más de seguridad personal, al servicio de ese ideal último que es el bienestar.
¿No debemos escuchar hoy más que nunca los cristianos la queja y las palabras de Jesús junto al Tiberíades?: «Vosotros me buscáis porque comisteis hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna».
No basta alimentar nuestra vida de cualquier manera. No es suficiente un bienestar material. El hombre necesita un alimento capaz de llevarlo hasta su verdadera plenitud. Y ese alimento, lo creamos o no, es sólo el amor.
Es una equivocación mutilar nuestra existencia, poniendo toda nuestra esperanza en un bienestar que se acaba en el momento en que perece nuestra vida.
Sólo el amor da vida definitiva. Sólo el que sabe ver el dolor de los que sufren y escuchar los gritos de los maltratados, puede escapar del engañoso atractivo del bienestar y buscar una vida nueva. Una vida que lleva a los hombres a su plenitud.

José Antonio Pagola

HOMILIA

LO PRIMERO, LA VIDA

La exégesis moderna no deja lugar a dudas. Lo primero para Jesús es la vida, no la religión. Basta analizar la trayectoria de su actividad. A Jesús se le ve siempre preocupado de suscitar y desarrollar, en medio de aquella sociedad, una vida más sana y más digna.
Pensemos en su actuación en el mundo de los enfermos: Jesús se acerca a quienes viven su vida de manera disminuida, amenazada e insegura, para despertar en ellos una vida más plena. Pensemos en su acercamiento a los pecadores: Jesús les ofrece el perdón que les haga vivir una vida más digna, rescatada de la humillación y el desprecio. Pensemos también en los endemoniados, incapaces de ser dueños de su existencia: Jesús los libera de una vida alienada y desquiciada por el mal.
Como ha subrayado J. Sobrino, pobres son aquellos para quienes la vida es un carga pesada pues no pueden vivir con un mínimo de dignidad. Esta pobreza es lo más contrario al plan original del Creador de la vida. Donde un ser humano no puede vivir con dignidad, la creación de Dios aparece allí como viciada y anulada. No es extraño que Jesús se presente como el gran defensor de la vida ni que la defienda y la exija sin vacilar, cuando la ley o la religión es vivida «contra la vida».
Ya han pasado los tiempos en que la teología contraponía «esta vida» (lo natural) y la otra vida (lo natural) como dos realidades opuestas. El punto de partida, básico y fundamental es «esta vida» y, de hecho, Jesús se preocupó de lo que aquellas gentes de Galilea más deseaban y necesitaban que era, por lo menos vivir, y vivir con dignidad. El punto de llegada y el horizonte de toda la existencia es «vida eterna» y, por eso, Jesús despertaba en el pueblo la confianza final en la salvación de Dios.
A veces los cristianos exponemos la fe con tal embrollo de conceptos y palabras que, a la hora de la verdad, pocos se enteran de lo que es exactamente el Reino de Dios del que habla Jesús. Sin embargo, las cosas no son tan complicadas. Lo único que Dios quiere es esto: una vida más humana y digna para todos y desde ahora, una vida que alcance su plenitud en su vida eterna. Por eso se dice de Jesús que «da vida al mundo». (Jn 6, 33).

José Antonio Pagola

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