lunes, 23 de julio de 2012

29/07/2012 - 17º domingo Tiempo ordinario (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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29 de julio de 2012

17º domingo Tiempo ordinario (B)


EVANGELIO

Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron.

+ Lectura del santo Evangelio según San Juan. 6, 1-15

En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman estos?». Lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo».
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?». Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo». Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie». Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido.
La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo».
Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
29 de julio de 2012

EL GESTO DE UN JOVEN

De todos los gestos realizados por Jesús durante su actividad profética, el más recordado por las primeras comunidades cristianas fue seguramente una comida multitudinaria organizada por él en medio del campo, en las cercanías del lago de Galilea. Es el único episodio recogido en todos los evangelios.
El contenido del relato es de una gran riqueza. Siguiendo su costumbre, el evangelio de Juan no lo llama "milagro" sino "signo". Con ello nos invita a no quedarnos en los hechos que se narran, sino a descubrir desde la fe un sentido más profundo.
Jesús ocupa el lugar central. Nadie le pide que intervenga. Es él mismo quien intuye el hambre de aquella gente y plantea la necesidad de alimentarla. Es conmovedor saber que Jesús no solo alimentaba a la gente con la Buena Noticia de Dios, sino que le preocupaba también el hambre de sus hijos e hijas.
¿Cómo alimentar en medio del campo a una muchedumbre numerosa? Los discípulos no encuentran ninguna solución. Felipe dice que no se puede pensar en comprar pan, pues no tienen dinero. Andrés piensa que se podría compartir lo que haya, pero solo un muchacho tiene cinco panes y un par de peces. ¿Qué es eso para tantos?
Para Jesús es suficiente. Ese joven, sin nombre ni rostro, va hacer posible lo que parece imposible. Su disponibilidad para compartir todo lo que tiene es el camino para alimentar a aquellas gentes. Jesús hará lo demás. Toma en sus manos los panes del joven, da gracias a Dios y comienza a "repartirlos" entre todos.
La escena es fascinante. Una muchedumbre, sentada sobre la hierba verde del campo, compartiendo una comida gratuita, un día de primavera. No es un banquete de ricos. No hay vino ni carne. Es la comida sencilla de la gente que vive junto al lago: pan de cebada y pescado ahumado. Una comida fraterna servida por Jesús a todos gracias al gesto generoso de un joven.
Esta comida compartida era para los primeros cristianos un símbolo atractivo de la comunidad nacida de Jesús para construir una humanidad nueva y fraterna. Les evocaba, al mismo tiempo, la eucaristía que celebraban el día del Señor para alimentarse del espíritu y la fuerza de Jesús, el Pan vivo venido de Dios.
Pero nunca olvidaron el gesto del joven. Si hay hambre en el mundo, no es por escasez de alimentos sino por falta de solidaridad. Hay pan para todos, falta generosidad para compartir. Hemos dejado la marcha del mundo en manos del poder financiero, nos da miedo compartir lo que tenemos, y la gente se muere de hambre por nuestro egoísmo irracional.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
26 de julio de 2009

NUESTRO GRAN PECADO

Tomó los panes y dijo la acción de gracias.

El episodio de la multiplicación de los panes gozó de gran popularidad entre los seguidores de Jesús. Todos los evangelistas lo recuerdan. Seguramente, les conmovía pensar que aquel hombre de Dios se había preocupado de alimentar a una muchedumbre que se había quedado sin lo necesario para comer.
Según la versión de Juan, el primero que piensa en el hambre de aquel gentío que ha acudido a escucharlo es Jesús. Esta gente necesita comer; hay que hacer algo por ellos. Así era Jesús. Vivía pensando en las necesidades básicas del ser humano.
Felipe le hace ver que no tienen dinero. Entre los discípulos, todos son pobres: no pueden comprar pan para tantos. Jesús lo sabe. Los que tienen dinero no resolverán nunca el problema del hambre en el mundo. Se necesita algo más que dinero.
Jesús les va a ayudar a vislumbrar un camino diferente. Antes que nada, es necesario que nadie acapare lo suyo para sí mismo si hay otros que pasan hambre. Sus discípulos tendrán que aprender a poner a disposición de los hambrientos lo que tengan, aunque sólo sea «cinco panes  de cebada y un par de peces».
La actitud de Jesús es la más sencilla y humana que podemos imaginar. Pero, ¿quién nos va enseñar a nosotros a compartir, si solo sabemos comprar? ¿Quién nos va a liberar de nuestra indiferencia ante los que mueren de hambre? ¿Hay algo que nos pueda hacer más humanos? ¿Se producirá algún día ese "milagro" de la solidaridad real entre todos?
Jesús piensa en Dios. No es posible creer en él como Padre de todos, y vivir dejando que sus hijos e hijas mueran de hambre. Por eso, toma los alimentos que han recogido en el grupo, «levanta los ojos al cielo y dice la acción de gracias». La Tierra y todo lo que nos alimenta lo hemos recibido de Dios. Es regalo del Padre destinado a todos sus hijos e hijas. Si vivimos privando a otros de lo que necesitan para vivir es que lo hemos olvidado. Es nuestro gran pecado aunque casi nunca lo confesemos.
Al compartir el pan de la Eucaristía, los primeros cristianos se sentían alimentados por Cristo resucitado, pero, al mismo tiempo, recordaban el gesto de Jesús y compartían sus bienes con los más necesitados. Se sentían hermanos. No habían olvidado todavía el Espíritu de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
30 de julio de 2006

DADLES VOSOTROS DE COMER

Dadles vosotros de comer.

El hecho quedó muy grabado entre los seguidores de Jesús. Lo narran todos los evangelistas: en cierta ocasión, Jesús se preocupó de alimentar a una muchedumbre necesitada en un lugar despoblado. El relato ha sido muy trabajado teológicamente y ya no es posible reconstruir qué es lo que pudo suceder.
A algunos cristianos la escena les recordaba a Jesús alimentando al nuevo pueblo de Dios en medio del desierto. Para otros, era una invitación a dejarse alimentar por él en la eucaristía. Marcos, el evangelista más antiguo, parece estar pensando en una llamada a vivir de manera más responsable la solidaridad con los necesitados.
Según este evangelista, los discípulos se desentienden de aquella gente necesitada y le dicen a Jesús dos palabras que muestran su falta de solidaridad y su individualismo: «Despídelos», que se vayan a las aldeas, y «que se compren algo de comer». El hambre no es problema suyo. Que cada uno se procure su sustento.
Jesús les responde con unas palabras sorprendentes: «Dadles vosotros de comer». No hay que «despedir» a nadie en esas condiciones. Es el grupo de discípulos el que se tiene que preocupar de esta gente necesitada. La solución no está en el dinero sino en la solidaridad. Con dinero sólo comen los que lo tienen. Para que todos coman es necesario compartir lo que hay.
El grupo de discípulos reacciona. Un muchacho tiene «cinco panes de cebada y un par de peces». No es mucho, pero allí están a disposición de todos. Jesús pronuncia la «acción de gracias» a Dios y los pone en una nueva dimensión. Ya no pertenecen en exclusiva ni al muchacho ni a los discípulos. Son un regalo de Dios. Nadie tiene derecho a acapararlos mientras hay alguien pasando hambre.
¿Hay algo en el mundo más escandaloso y absurdo que el hambre y la miseria de tantos seres humanos? ¿Hay algo más injusto e inhumano que nuestra indiferencia? ¿Hay algo más contrario al evangelio que desentendernos de los que mueren de hambre?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
27 de julio de 2003

EL PRÓJIMO LEJANO

¿Qué es eso para tantos?

Así se titula el sugerente libro publicado por Jean Claude Lavigne con la audaz intención de sacudir a los europeos de su «eurocentrismo» y ayudarles a descubrir la universalidad. Los hombres y mujeres del Norte han de aprender a hacerse «prójimos» de todos los seres humanos del planeta. Según Lavigne, la tarea es urgente, debido, sobre todo, a cuatro factores.
Se está produciendo en estos momentos una radicalización de la miseria, que reviste ya caracteres dramáticos en los países más pobres. Las situaciones infrahumanas en que viven algunos pueblos van más allá de todo lo conocido hasta ahora.
Por otra parte, los países del Norte no tienen experiencia directa de esta miseria. La mayoría de nosotros no tendrá nunca ocasión de encontrarse cara a cara y en profundidad con hombres y mujeres que mueren de hambre y sed.
Existe, además, un alejamiento cultural y lingüístico que hace difícil la comunicación y la sintonía con pueblos tan distantes de nuestra cultura moderna y de la «sociedad del bienestar».
Por último, la complejidad de la actual crisis económica acapara la atención de los pueblos ricos que abandonan cada vez más a su suerte a los habitantes más pobres de la Tierra.
El primer paso ha de ser no endurecer el corazón. No ignorar de manera sistemática la información que nos llega de esos países. No encerrarnos en el «no hay nada que hacer». No conformarnos con decir que es culpa del sistema económico o que se trata de pueblos indolentes y perezosos.
El segundo paso consiste en reaccionar llevando a cabo pequeños gestos, por modestos que nos parezcan o por escaso que sea su efecto. Aunque sólo haya sido por un momento, en secreto, alguna vez. Es importante vivir la experiencia de ensanchar nuestra solidaridad, mirar más allá de nuestro territorio perfectamente delimitado, sacudir la resignación.
Los gestos pueden ser muchos. Reducir el presupuesto familiar, colaborar en el envío de productos de primera necesidad, comprometerse en la campaña contra el hambre, apoyar la acción del 0,7, tomar parte en una marcha de protesta, colaborar con organizaciones de solidaridad con los pueblos del Sur.
Son gestos aparentemente muy modestos, pero necesarios para despertar nuestra conciencia, para ayudarnos a escuchar el grito del «pobre lejano» y para hacemos descubrir la inhumanidad de una «sociedad de bienestar» olvidada de los hambrientos de la Tierra. La escena de la multiplicación de los panes es una invitación a compartir más nuestros bienes, aunque sólo tengamos «cinco panes» y «un par de peces».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
30 de julio de 2000

RESPONSABLES Y SOLIDARIOS

¿ Qué es esto para tantos?

La exégesis contemporánea descubre en el relato de la multiplicación de los panes un texto muy trabajado teológicamente en el que es fácil detectar diversas llamadas para entender a Cristo como fuente de vida, para comprender mejor la cena eucarística o para vivir de manera más responsable la solidaridad con los necesitados. ¿Cómo leer hoy este relato en el horizonte de ese tercio de la Humanidad que muere de hambre y de miseria?
El relato habla de una muchedumbre necesitada de alimento, en medio de un desierto donde no es posible satisfacer el hambre. Los discípulos presentan «cinco panes y dos peces», símbolo expresivo de la penuria y escasez en aquel grupo que podría, sin embargo, alimentarse en las aldeas cercanas. Así viven hoy millones de seres humanos junto a países ricos donde hay medios suficientes para alimentar a toda la Humanidad.
¿Qué hacer ante esta situación? El relato rechaza el fatalismo o las respuestas fáciles nacidas de la insolidaridad. Los discípulos piensan enseguida en la solución menos comprometida para ellos: «que vayan a las aldeas y se compren de comer», es decir, que cada uno resuelva sus problemas con sus propios medios. Jesús, por el contrario, los llama a la responsabilidad: «Dadles vosotros de comer», no los dejéis abandonados a su suerte.
Más tarde, Jesús «levanta los ojos al cielo» para recordar a todos a ese Dios Padre del que proviene la vida y todo lo que la alimenta. La vida es un don de Dios y no podemos «levantar nuestros ojos» hacia Él si privamos a alguien de lo que necesita para vivir. El pan que comemos es verdaderamente humano cuando es compartido entre todos los hijos de Dios.
El relato culmina con un gesto que llama a la solidaridad responsable. Los discípulos cambian de actitud y ponen a disposición de Jesús todo lo que hay entre ellos. Jesús, por su parte, bendice al Padre y pone toda su fuerza al servicio de aquella muchedumbre hambrienta. Todos quedan saciados. El «milagro» es signo del mundo querido por Dios: un mundo fraterno y solidario donde todos compartan dignamente la vida que reciben de Dios. El relato de Juan insinúa que es en la cena eucarística donde los creyentes han de alimentar su conciencia fraterna y su responsabilidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
27 de julio de 1997

RESPONSABLES

Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes.

Criticamos, por lo general, con mucha tranquilidad a la sociedad moderna como injusta, insolidaria y poco humana porque, en el fondo, pensamos que son otros los que tienen la culpa de todo. Los verdaderos culpables se encuentran ocultos tras el sistema, son las multinacionales, los políticos de ciertas naciones poderosas, los mandos militares... Y, naturalmente, si «ellos» son los culpables, «nosotros» somos inocentes.
Sin duda, hay culpables y hay, sobre todo, causas de los males e injusticias, pero hay también una culpa que está como «diluida» en toda la sociedad y que nos toca a todos. Hemos interiorizado personalmente un tipo de cultura que nos lleva a pensar, sentir y tener comportamientos que sostienen y facilitan el funcionamiento de una sociedad poco humana.
Pensemos, por ejemplo, en la cultura consumista. Podemos estudiar lo que significa objetivamente una economía de mercado, la producción masiva de productos, el funcionamiento de la publicidad y tantos otros factores, pero podemos también analizar nuestra actuación, la de cada uno de nosotros.
Si yo me dejo modelar por la cultura consumista, esto significa que valoro más mi propia felicidad que la solidaridad; que pienso que esta felicidad se obtiene, sobre todo, teniendo cosas más que mejorando mi modo de ser; que tengo como meta secreta ganar siempre más y, para ello, tener el mayor éxito profesional y económico.
Esto me puede llevar fácilmente a considerar como algo «normal» una sociedad profundamente desigual donde cada uno tiene lo que se merece. Hay individuos eficientes y dinámicos que consiguen un nivel apropiado a sus esfuerzos, y hay un sector de gentes poco hábiles y nada trabajadoras que nunca conseguirán un nivel digno en esta sociedad.
A partir de aquí organizamos nuestra actividad y relaciones de manera «inteligente». Naturalmente, valoramos la amistad y el compañerismo, la convivencia familiar y el círculo de amigos. Apreciamos, incluso, los gestos de generosidad y la ayuda al necesitado. Pero hay que saber calcular. No hemos de perder nunca de vista nuestro propio interés y provecho. Hay que saber dar «de manera inteligente», ayudar a quien un día nos podrá corresponder.
Podemos seguir echando la culpa a otros, pero cada uno somos responsables de este estilo de vida poco humano. Por eso, es bueno dejarnos sacudir de vez en cuando por la interpelación sorprendente del evangelio. El relato de la multiplicación de los panes es un «signo mesiánico» que revela a Jesús como el Enviado a alimentar al pueblo, pero encierra también una llamada a aportar lo que cada uno pueda tener, aunque sólo sean cinco panes y dos peces, para alimentarnos todos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
24 de julio de 1994

EL PRÓJIMO LEJANO

¿Qué es eso para tantos?

Así se titula el sugerente libro recién publicado por Jean Claude Lavigne con la audaz intención de sacudir a los europeos de su «eurocentrismo» y ayudarles a descubrir la universalidad. Los hombres y mujeres del Norte han de aprender a hacerse «prójimos» de todos los seres humanos del planeta. Según Lavigne, la tarea es urgente, debido, sobre todo, a cuatro factores.
Se está produciendo en estos momentos una radicalización de la miseria, que reviste ya caracteres dramáticos en los países más pobres. Las situaciones infrahumanas en que viven algunos pueblos van más allá de todo lo conocido hasta ahora.
Por otra parte, los países del Norte no tienen experiencia directa de esta miseria. La mayoría de nosotros no tendrá nunca ocasión de encontrarse cara a cara y en profundidad con hombres y mujeres que mueren de hambre y sed.
Existe, además, un alejamiento cultural y lingüístico que hace difícil la comunicación y la sintonía con pueblos tan distantes de nuestra cultura moderna y de la «sociedad del bienestar».
Por último, la complejidad de la actual crisis económica acapara la atención de los pueblos ricos que abandonan cada vez más a su suerte a los habitantes más pobres de la Tierra.
El primer paso ha de ser no endurecer el corazón. No ignorar de manera sistemática la información que nos llega de esos países. No encerramos en el «no hay nada que hacer». No conformarnos con decir que es culpa del sistema económico o que se trata de pueblos indolentes y perezosos.
El segundo paso consiste en reaccionar llevando a cabo pequeños gestos, por modestos que nos parezcan o por escaso que sea su efecto. Aunque solo haya sido por un momento, en secreto, alguna vez. Es importante vivir la experiencia de ensanchar nuestra solidaridad, mirar más allá de nuestro territorio perfectamente delimitado, sacudir la resignación.
Los gestos pueden ser muchos. Reducir el presupuesto familiar, colaborar en el envío de productos de primera necesidad, comprometerse en la campaña contra el hambre, apoyar la acción del 0,7, tomar parte en una marcha de protesta, colaborar con organizaciones de solidaridad con los pueblos del Sur.
Son gestos aparentemente muy modestos, pero necesarios para despertar nuestra conciencia, para ayudamos a escuchar el grito del «pobre lejano» y para hacemos descubrir la inhumanidad de una «sociedad de bienestar» olvidada de los hambrientos de la Tierra. La escena de la multiplicación de los panes es una invitación a compartir más nuestros bienes, aunque solo tengamos «cinco panes» y «un par de peces».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
28 de julio de 1991

LA RELIGIÓN NO ES UN SEGURO

.... para proclamarlo rey.

El evangelista Juan termina su relato de la multiplicación de los panes con un detalle al que apenas se suele dar importancia, pero que ofrece la clave para evitar una interpretación equivocada de la misión de Jesús.
Las gentes que han comido pan hasta saciarse, al descubrir que Jesús puede resolver sus necesidades sin esfuerzo alguno por su parte, van en su busca para que aquello no acabe. Quieren que Jesús sea el rey que siga solucionando sus problemas. Y es entonces precisamente cuando Jesús desaparece.
La misión de Cristo no es solucionar de manera inmediata los problemas de manutención, bienestar o progreso, que los hombres tienen que resolver utilizando su inteligencia y sus fuerzas. Lo que Jesús ofrece no son soluciones mágicas a los problemas, sino un sentido último y una esperanza que pueden orientar el esfuerzo y la vida entera del ser humano.
Por eso, es una equivocación esperar de Cristo una solución más fácil a los problemas. Es una manera falsa de “hacerlo rey”. Es entonces precisamente cuando el verdadero Cristo desaparece de nuestra vida, pues siempre que tratamos de manipularlo para acceder a un nivel de vida más cómodo, estamos pervirtiendo el cristianismo.
Pocas cosas quedan más lejos del evangelio que esas burdas oraciones al Espíritu Santo, a la Virgen de Fátima o algún santo concreto que, repetidas un determinado número de veces o publicadas en la prensa, aseguran de manera casi automática un premio importante de la lotería, una buena colocación y toda clase de venturas.
Hay, por supuesto, modos más sutiles de manipular la religión. Durante estos últimos años, se va extendiendo en Occidente el recurso a ciertas experiencias religiosas como medio para asegurar el equilibrio síquico de la persona. Ciertamente, la fe encierra una fuerza sanante para el individuo y la sociedad, pero no hemos de confundir la religión con la medicina. Sería degradar la religión utilizarla con fines terapéuticos como si se tratara de uno de tantos remedios útiles.
Como dice muy bien el prestigioso fundador de la logoterapia, V. Frankl, “la religión no es ningún seguro con vistas a una vida tranquila, a una ausencia de conflictos en lo posible o a cualquier otra finalidad psicohigiénica. La religión da al hombre más que la psicoterapia y exige también más de él”.
La religión aporta sentido, libera del vacío interior y la desorientación existencial, ayuda a vivir en la verdad consigo mismo y con los demás, permite integrar la vida desde una esperanza última. Pero esa misma fe exige al hombre asumir su propia responsabilidad y luchar por una vida más humana, sin dejar la solución de los problemas en manos de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
24 de julio de 1988

COMPARTIR EL PAN

Tomó los panes y los repartió.

Según los exégetas, la multiplicación de los panes es un relato arquetípico que nos permite descubrir el sentido que la eucaristía tenía para los primeros cristianos como gesto de unos hermanos que saben repartir y compartir lo que poseen.
Según el relato, hay allí una muchedumbre de personas necesitadas y hambrientas. Los panes y los peces no se compran sino que se reúnen. Y todo se multiplica y se distribuye bajo la acción de Jesús que bendice el pan, lo parte y lo hace distribuir entre los necesitados.
Los cristianos olvidamos con frecuencia que, para los primeros creyentes, la eucaristía no era sólo una liturgia ritual sino un acto social en el que cada uno ponía sus bienes a disposición de los necesitados, repitiendo así el gesto del joven que entrega sus panes y peces.
En el famoso texto del siglo II en el que S. Justino nos describe cómo celebraban los cristianos la eucaristía semanal, se nos dice que cada uno entrega lo que posee para “socorrer a los huérfanos y las viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están necesitados, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso y, en una palabra, a cuantos están necesitados».
Durante los primeros siglos resultaba inconcebible venir a celebrar la eucaristía sin traer algo para ayudar a los indigentes y necesitados.
Sólo recordaré el severo reproche de S. Cipriano, obispo de Cartago, a una rica matrona: «Tus ojos no ven al necesitado y al pobre porque están oscurecidos y cubiertos de una noche espesa. Tú eres afortunada y rica. Te imaginas celebrar la cena del Señor sin tener en cuenta la ofrenda. Tú vienes a la cena del Señor sin ofrecer nada. Tú suprimes la parte de la ofrenda que es del pobre”.
La colecta de las misas por las diversas necesidades de las personas no es un añadido postizo y externo a la celebración eucarística. La misma eucaristía exige repartir y compartir.
Domingo tras domingo los creyentes que nos acercamos a compartir el pan eucarístico hemos de sentirnos llamados a compartir más de verdad nuestros bienes con los necesitados.
Este mismo domingo se nos hará una llamada a ofrecer nuestra ayuda generosa a los que han sido afectados gravemente por las riadas de estos días.
Sería una contradicción pretender compartir como hermanos la mesa del Señor cerrando nuestro corazón a quienes en estos momentos viven la angustia de un futuro incierto. Jesús no puede bendecir nuestra mesa si cada uno nos guardamos nuestro pan y nuestros peces.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
28 de julio de 1985

OTRA SOLUCIÓN

dijo la acción de gracias y los repartió.

La rica teología del relato de la multiplicación de los panes puede tener una resonancia muy particular para estos tiempos de crisis, agotamiento de recursos energéticos, escasez de trabajo, miseria creciente de los pueblos subdesarrollados.
¿Cómo resolver el problema de la subsistencia de hombres y pueblos enfrentados a una situación de escasez y falta de bienes necesarios para una vida digna?
El reláto evangélico propone una primera solución insuficiente e inviable. No bastarían doscientos denarios para comprar un pedazo de pan para cada uno.
La solución no está en el dinero. Los hombres y mujeres sumidos en la necesidad no pueden «comprar pan». Por otra parte, «comprar pan» significa que hay hombres y pueblos que disponen de alimentos en abundancia pero que no los ceden si no es imponiendo un precio y unas condiciones que aumentan su poder sobre los necesitados.
Jesús orienta a sus discípulos hacia una solución distinta que no cree nuevas dependencias de opresión y explotación. Una solución enormemente sencilla y que consiste en compartir con los necesitados lo que tenemos cada uno, aunque sea tan poco y desproporcionado con la magnitud del problema como los cinco panes y el par de peces de aquel muchacho.
Pero no hemos de olvidar algo que el relato quiere subrayar. Jesús, antes de comenzar a repartirlos, pronuncia la acción de gracias al Padre. Sólo cuando reconocemos que nuestros bienes son regalo del Padre a la humanidad, podemos ponerlos al servicio de los hermanos. Al restituir a Dios con su acción de gracias los bienes de la tierra, Jesús los orienta hacia su verdadero destino que es la comunidad de todos los hombres y mujeres.
No es posible reconocer sinceramente a Dios como Padre de los hombres y fuente de todos nuestros bienes y seguir acaparándolos egoístamente, desentendiéndonos de los pueblos hambrientos y de los hombres sumidos en la miseria.
Los bienes de la tierra no han de servir para acrecentar nuestra discordia y mutua explotación sino para crear mayor fraternidad y comunión.
La vida no se nos ha dado para hacer dinero sino para hacernos hermanos. La vida consiste en aprender a convivir y a colaborar en la larga marcha de los hombres hacia la fraternidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
25 de julio de 1982

COMPARTIR EL PAN

Tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió.

Ningún evangelista ha subrayado tanto como Juan el carácter eucarístico de la «multiplicación de los panes». El relato evoca claramente la celebración eucarística de las primeras comunidades.
Para los primeros creyentes, la Eucaristía no era sólo el recuerdo de la muerte y resurrección del Señor. Era, al mismo tiempo, una «vivencia anticipada de la fraternidad del reino».
Durante muchos años, hemos insistido tanto en la dimensión sacrificial de la eucaristía que «el santo sacrificio de la misa» nos puede hacer olvidar otros aspectos no menos importantes de la cena del Señor.
Quizás hoy tengamos que recuperar con más fuerza la Eucaristía como signo y vivencia de la comunión y la fraternidad que debemos buscar entre nosotros y que no alcanzará su verdadera plenitud sino en la consumación del reino.
La Eucaristía tendría que ser para los creyentes una invitación constante a crear fraternidad y a vivir compartiendo lo nuestro, aunque sea poco, aunque no sea más que los «cinco panes y los dos peces» que poseamos.
La Eucaristía nos obliga a preguntarnos qué relaciones existen entre aquellos que la celebramos. Como «signo de comunión fraterna», la Eucaristía se convierte en burla cuando en ella participamos todos, creadores de injusticias y víctimas de los abusos, los que se aprovechan de los demás y los marginados, sin que la celebración parezca cuestionar seriamente a nadie.
A veces, nos preocupamos de si el celebrante ha pronunciado las palabras prescritas en el ritual. Hacemos problema de si hay que comulgar en la boca o en la mano. Y mientras tanto, a pocos parece preocupar la celebración de una Eucaristía que no es signo de verdadera fraternidad ni impulso para buscarla.
Y, sin embargo, hay algo que aparece claro en la tradición de la Iglesia. «Cuando falta la fraternidad, sobra la Eucaristía» (L. González-Carvajal). Cuando no hay justicia, cuando no se vive en solidaridad, cuando no se lucha por cambiar las cosas, cuando no se ve esfuerzo por compartir los problemas de los abandonados, la celebración eucarística queda vacía de sentido.
Con esto no se quiere decir que sólo cuando se viva entre nosotros una fraternidad verdadera podremos celebrar la Eucaristía. La cena del Señor es sacramento del reino. No es todavía el reino mismo.
No tenemos que esperar a que desaparezca la última injusticia para poder celebrar nuestras Eucaristías. Pero tampoco podemos seguir celebrándolas sin que nos impulsen a comprometernos en la lucha contra toda injusticia.
El pan de la Eucaristía nos alimenta para el amor y no para el egoísmo. Nos impulsa a ir creando una mayor comunicación y solidaridad, y no un mundo en el que nos desentendamos unos de otros.

José Antonio Pagola

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