lunes, 26 de septiembre de 2016

02-10-2016 - 27º domingo Tiempo ordinario (C)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción". 
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

No dejes de visitar la nueva página de VÍDEOS DE LAS CONFERENCIAS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA .

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27º domingo Tiempo ordinario (C)


EVANGELIO

¡Si tuvierais fe!

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 17,5-10

En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor:
- Auméntanos la fe.
El Señor contestó:
- Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería.
Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: «Enseguida, ven y ponte a la mesa»?
¿No le diréis: «Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo; y después comerás y beberás tú»? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2015-2016 -
2 de octubre de 2016

AUMÉNTANOS LA FE

De manera abrupta, los discípulos le hacen a Jesús una petición vital: «Auméntanos la fe». En otra ocasión le habían pedido: «Enséñanos a orar». A medida que Jesús les descubre el proyecto de Dios y la tarea que les quiere encomendar, los discípulos sienten que no les basta la fe que viven desde niños para responder a su llamada. Necesitan una fe más robusta y vigorosa.
Han pasado más de veinte siglos. A lo largo de la historia, los seguidores de Jesús han vivido años de fidelidad al Evangelio y horas oscuras de deslealtad. Tiempos de fe recia y también de crisis e incertidumbre. ¿No necesitamos pedir de nuevo al Señor que aumente nuestra fe?
Señor, auméntanos la fe. Enséñanos que la fe no consiste en creer algo sino en creer en ti, Hijo encarnado de Dios, para abrirnos a tu Espíritu, dejarnos alcanzar por tu Palabra, aprender a vivir con tu estilo de vida y seguir de cerca tus pasos. Sólo tú eres quien "inicia y consuma nuestra fe".
Auméntanos la fe. Danos una fe centrada en lo esencial, purificada de adherencias y añadidos postizos, que nos alejan del núcleo de tu Evangelio. Enséñanos a vivir en estos tiempos una fe, no fundada en apoyos externos, sino en tu presencia viva en nuestros corazones  y en nuestras comunidades creyentes.
Auméntanos la fe. Haznos vivir una relación más vital contigo, sabiendo que tú, nuestro Maestro y Señor, eres lo primero, lo mejor, lo más valioso y atractivo que tenemos en la Iglesia. Danos una fe contagiosa que nos oriente hacia una fase nueva de cristianismo, más fiel a tu Espíritu y tu trayectoria.
Auméntanos la fe. Haznos vivir identificados con tu proyecto del reino de Dios, colaborando con realismo y convicción en hacer la vida más humana, como quiere el Padre. Ayúdanos a vivir humildemente nuestra fe con pasión por Dios y compasión por el ser humano.
Auméntanos la fe. Enséñanos a vivir convirtiéndonos a una vida más evangélica, sin resignarnos a un cristianismo rebajado donde la sal se va volviendo sosa y donde la Iglesia va perdiendo extrañamente su cualidad de fermento. Despierta entre nosotros la fe de los testigos y los profetas.
Auméntanos la fe. No nos dejes caer en un cristianismo sin cruz. Enséñanos a descubrir que la fe no consiste en creer en el Dios que nos conviene sino en aquel que fortalece nuestra responsabilidad y desarrolla nuestra capacidad de amar. Enséñanos a seguirte tomando nuestra cruz cada día.
Auméntanos la fe. Que te experimentemos resucitado en medio de nosotros  renovando nuestras vidas  y alentando nuestras comunidades.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2012-2013 -
6 de octubre de 2013

¿SOMOS CREYENTES?

Jesús les había repetido en diversas ocasiones: “¡Qué pequeña es vuestra fe!”. Los discípulos no protestan. Saben que tiene razón. Llevan bastante tiempo junto a él. Lo ven entregado totalmente al Proyecto de Dios; solo piensa en hacer el bien; solo vive para hacer la vida de todos más digna y más humana. ¿Lo podrán seguir hasta el final?
Según Lucas, en un momento determinado, los discípulos le dicen a Jesús: “Auméntanos la fe”. Sienten que su fe es pequeña y débil. Necesitan confiar más en Dios y creer más en Jesús. No le entienden muy bien, pero no le discuten. Hacen justamente lo más importante: pedirle ayuda para que haga crecer su fe.
La crisis religiosa de nuestros días no respeta ni si quiera a los practicantes. Nosotros hablamos de creyentes y no creyentes, como si fueran dos grupos bien definidos: unos tienen fe, otros no. En realidad, no es así. Casi siempre, en el corazón humano hay, a la vez, un creyente y un no creyente. Por eso, también los que nos llamamos “cristianos” nos hemos de preguntar: ¿Somos realmente creyentes? ¿Quién es Dios para nosotros? ¿Lo amamos? ¿Es él quien dirige nuestra vida?
La fe puede debilitarse en nosotros sin que nunca nos haya asaltado una duda. Si no la cuidamos, puede irse diluyendo poco a poco en nuestro interior para quedar reducida sencillamente a una costumbre que no nos atrevemos a abandonar por si acaso. Distraídos por mil cosas, ya no acertamos a comunicarnos con Dios. Vivimos prácticamente sin él.
¿Qué podemos hacer? En realidad, no se necesitan grandes cosas. Es inútil que nos hagamos propósitos extraordinarios pues seguramente no los vamos a cumplir. Lo primero es rezar como aquel desconocido que un día se acercó a Jesús y le dijo: “Creo, Señor, pero ven en ayuda de mi incredulidad”. Es bueno repetirlas con corazón sencillo.
Dios nos entiende. El despertará nuestra fe.
No hemos de hablar con Dios como si estuviera fuera de nosotros. Está dentro. Lo mejor es cerrar los ojos y quedarnos en silencio para sentir y acoger su Presencia. Tampoco nos hemos de entretener en pensar en él, como si estuviera solo en nuestra cabeza. Está en lo íntimo de nuestro ser. Lo hemos de buscar en nuestro corazón.
Lo importante es insistir hasta tener una primera experiencia, aunque sea pobre, aunque solo dure unos instantes. Si un día percibimos que no estamos solos en la vida, si captamos que somos amados por Dios sin merecerlo, todo cambiará. No importa que hayamos vivido olvidados de él. Creer en Dios, es, antes que nada, confiar en el amor que nos tiene.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
3 de octubre de 2010

AUMÉNTANOS LA FE

(Ver homilía del ciclo C - 2015-2016)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
7 de octubre de 2007

FE MÁS VIVA EN JESÚS

Auméntanos la fe.

Auméntanos la fe. Así le piden los apóstoles a Jesús: «añádenos más fe a la que ya tenemos». Sienten que la fe que viven desde niños dentro de Israel es insuficiente. A esa fe tradicional han de añadirle «algo más» para seguir a Jesús. Y, ¿quién mejor que él mismo para darles lo que falta a su fe?
Jesús les responde con un dicho algo enigmático: Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esta morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar» y os obedecería. Los discípulos le están pidiendo una nueva dosis de fe, pero lo que necesitan no es eso. Su problema consiste en que la fe auténtica que hay en su corazón, no llega ni a un granito de mostaza.
Jesús les viene a decir: lo importante no es la cantidad de fe, sino la calidad. Que cuidéis dentro de vuestro corazón una fe viva, fuerte y eficaz. Para entendernos, una fe capaz de arrancar árboles como el sicómoro, símbolo de solidez y estabilidad, y de plantarlo en medio del lago de Galilea (!).
Probablemente, lo primero que necesitamos hoy los cristianos no es «aumentar» nuestra fe y creer más en toda la doctrina que hemos ido formulando a lo largo de los siglos. Lo decisivo es reavivar en nosotros una fe viva y fuerte en Jesús. Lo importante no es creer cosas, sino creerle a él.
Jesús es lo mejor que tenemos en la Iglesia, y lo mejor que podemos ofrecer y comunicar al mundo de hoy. Por eso, nada hay más urgente y decisivo para los cristianos que poner a Jesús en el centro del cristianismo, es decir, en el centro de nuestras comunidades y nuestros corazones.
Para ello necesitamos conocerlo de manera más viva y concreta, comprender mejor su proyecto, captar bien su intención de fondo, sintonizar con él, recuperar el «fuego» que él encendió en sus primeros seguidores, contagiarnos de su pasión por Dios y su compasión por los últimos. Si no es así, nuestra fe seguirá siendo más pequeña que un granito de mostaza. No arrancará árboles ni plantará nada nuevo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
3 de octubre de 2004

AUMÉNTANOS LA FE

Señor auméntanos la fe.

Según las primeras fuentes cristianas, los discípulos que rodean a Jesús no destacan por su adhesión entusiasta a su Maestro, sino por su fe pequeña y débil. Es tal su incapacidad para entender a Jesús que un evangelista los presenta dirigiéndose a él con esta petición: «Señor, auméntanos la fe». ¿No será ésta la oración que hemos de hacer los cristianos de hoy?
Auméntanos la fe porque continuamente nos desviamos de tu Evangelio. Ocupados en escuchar nuestros miedos e incertidumbres, no acertamos a oír tu voz ni en nuestras comunidades ni en nuestros corazones. Ya no sabemos arrodillarnos ni física ni interiormente ante ti. Despierta nuestra fe porque si perdemos contacto contigo, seguirá creciendo en nosotros el desconcierto y la inseguridad.
Aumenta nuestra fe para percibir tu presencia en el centro mismo de nuestra debilidad. Que no alimentemos nuestra vida con doctrinas teóricas, sino con la experiencia interna de tu persona. Que nos dejemos guiar por tu Espíritu y no por nuestro instinto de conservación.
Si cada uno no cambia, nada cambiará en tu Iglesia. Si todos seguimos cautivos de la inercia, nada diferente nacerá entre tus discípulos. Si nadie se atreve a dejarse arrastrar por tu creatividad, tu Espíritu quedará bloqueado por nuestra cobardía.
Auméntanos la fe para predicar sólo lo que creemos. No más, tampoco menos. Que no dictaminemos sobre problemas que no nos duelen. Que no condenemos ligeramente a quienes necesitan sobre todo calor y cobijo.
Señor, aumenta nuestra fe para encontrarte no sólo en las iglesias sino en el dolor de los que sufren; para escuchar tu llamada no sólo en las Escrituras Sagradas sino en el grito de quienes viven y mueren de hambre. Que nunca olvidemos que son los pobres quienes plantean a tu Iglesia las preguntas más graves.
Auméntanos la fe para creer en un mundo nuevo como creías tú, para amar la vida de todos como la amabas tú. Recuérdanos que nuestra primera tarea es poner en tu nombre signos de misericordia y esperanza en medio del mundo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
7 de octubre de 2001

ME HACE BIEN

Señor, aumenta nuestra fe.

Me hace bien, en esta sociedad pluralista, poder dialogar de manera sincera y abierta con esos hombres y mujeres que los cristianos llamamos «increyentes» porque no coinciden con nuestra fe religiosa, pero que, en realidad, son personas que tienen sus propias convicciones y principios.
Son estos amigos y amigas que no comparten mi fe los que, con sus preguntas y sus críticas, me estimulan corno nadie a revisar la imagen que realmente tengo de Dios. Ellos hacen mi fe más humilde, pues me ayudan a no confundir a Dios con lo que digo acerca de él. Junto a ellos siento que Dios es un Misterio más grande que todos nuestros argumentos y «teologías».
Conociendo la búsqueda sincera, la lucha interior y el deseo de verdad de algunos de ellos, he percibido que el Espíritu de Dios está presente en su corazón. Y más de una vez me he quedado en silencio preguntándome por la verdad de mi adhesión al Evangelio y la sinceridad de mi seguimiento a Cristo.
Juntos hemos podido compartir la misma fe en el ser humano, el mismo deseo de paz y de justicia, el mismo dolor ante las víctimas de la violencia. Ellos me ayudan, además, a amar a la Iglesia sin arrogancia alguna, pues me hacen ver que no tenemos el monopolio del amor y de la generosidad.
Me conmueve ver a algunos dudar de su increencia. Alguna vez alguien me dijo que la actitud de respeto y comprensión que veía en mí y en otros cristianos le cuestionaba más que todas nuestras palabras. Aquel día comprendí un poco mejor que a Dios sólo se le puede comunicar amando a las personas.
En la Iglesia se habla mucho del testimonio que hemos de dar los cristianos en medio de esta sociedad indiferente y descreída, pero apenas pensarnos en escuchar y dejarnos enseñar por quienes no comparten nuestra fe. Y, sin embargo, pocas experiencias hay más enriquecedoras que el diálogo y la mutua escucha entre personas que buscan con sinceridad a Dios. Un diálogo que, en más de una ocasión, deja paso a una súplica pronunciada de manera diferente por cada uno, pero que, en el fondo, es la oración de los discípulos a Jesús: «Señor, aumenta nuestra fe».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
4 de octubre de 1998

OSADÍA

Auméntanos la fe.

Hace unos años, el filósofo y sociólogo de origen belga, C. Levi-Strauss, hacía una declaración que refleja bien la actitud agnóstica de no pocos contemporáneos: «No me siento preocupado por el problema de Dios; para mí es absolutamente tolerable vivir consciente de que nunca podré explicarme la totalidad del universo.» Para este tipo de agnosticismo, la «totalidad del universo» está ahí como una realidad «inexplicable» cuyo origen y fundamento resulta insondable, pero ante esta realidad sólo siente despreocupación y falta de interés.
Los creyentes nos distinguimos de estos agnósticos, no porque intentemos decir «algo» sobre Dios, mientras ellos niegan lo que nosotros confesamos. No está ahí el fondo de la cuestión. Aunque reprimida a veces por diversos factores, la pregunta sobre el misterio del universo parece inevitable para todos. Lo propio de los creyentes, a diferencia de los agnósticos, es que se atreven a abandonarse de manera confiada a ese Misterio que subyace a la «totalidad del universo».
Como decía K Rahner, este «abandonarse» propio de la fe es «la máxima osadía del hombre». Una ínfima partícula del cosmos se atreve a relacionarse con la «totalidad incomprensible y fundante del universo», y lo hace, además, confiando absolutamente en su poder y en su amor. No estaría de más que los cristianos tomáramos más conciencia de la audacia inaudita que supone atreverse a confiar en el misterio de Dios.
El mensaje más nuclear y original de Jesús ha consistido precisamente en invitar a la humanidad a confiar incondicionalmente en el Misterio insondable que está en el origen de todo. Esto es lo que resuena en su anuncio: «No tengáis miedo... Confiad en Dios. Llamadlo «Abba» (Padre querido), pues lo es en verdad. El cuida de vosotros. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. Tened fe en Dios.»
Esta fe radical en Dios está en la base de toda oración. Orar no es una ocupación entre otras muchas posibles. Es la acción más seria y fundamental de la persona, pues en la oración el ser humano se acepta a sí mismo en su misterio más hondo como criatura que tiene su origen y fundamento en Dios.
El hombre de hoy se está alejando de Dios, no porque esté convencido de su no existencia, sino porque no se atreve a abandonarse confiadamente en Él. El primer paso hacia la fe consistiría para muchos en postrarse ante el Misterio insondable del universo y atreverse a decir con confianza: «Padre.» En estos tiempos en que esa confianza parece debilitarse, nuestra oración debería ser la que los discípulos hacen al Señor: «Auméntanos la fe.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
8 de octubre de 1995

RECONSTRUIR LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

Auméntanos la fe.

La palabra «Dios», que en otras épocas podía resultar clara y esclarecedora, hoy no lo es para muchas personas de la sociedad occidental. Sólo un ejemplo: las frases donde aparece el término «Dios» apenas tienen eco en su corazón. Se les hace difícil captar qué puede significar realmente «Dios ama», «Dios perdona», «Dios escucha».
A veces se suele pensar que esta dificultad se debe a un «pecado especial» del hombre de hoy que, dominado por su orgullo, está rechazando a Dios. No es exactamente así. Los hombres y mujeres de hoy son parecidos a los de todos los tiempos. Lo que sucede es, sobre todo, que los cambios culturales han debilitado las experiencias de las que se alimentaba aquella forma de creer.
Hoy no se puede creer en Dios como hace unos años. A nosotros nos toca la apasionante tarea de aprender nuevos caminos para abrirnos al Misterio de Dios, siguiendo de cerca a ese Jesús que sabía «enseñar el camino de Dios conforme a la verdad». ¿Cómo reconstruir hoy la experiencia religiosa?
Lo primero, hoy como siempre, es reconocer y aceptar la propia finitud. No es tan difícil llegar a esta experiencia: «Yo no puedo alcanzar por mis propias fuerzas el equilibrio, el reposo y la paz que ando buscando.» En el fondo, la vida me va diciendo de mil formas que yo no soy todo, no lo puedo todo, no soy la fuente de mi ser ni su dueño.
El segundo paso es aceptar ser desde esa Realidad que llamamos «Dios». Aceptar con confianza ese Misterio que fundamenta nuestro ser. En esta confianza radical consiste propiamente la fe, mucho antes de que el individuo se integre en una religión o iglesia determinada. No hemos de olvidar que la fe se pierde cuando la persona se desliga de esa Realidad suprema que fundamenta su ser.
Estos pasos no se dan con seguridad absoluta. Hay una certeza de fondo, pero acompañada de oscuridad. La persona percibe que es bueno confiar en Dios, pero su confianza no es el resultado de un razonamiento ni la convicción provocada desde fuera por otros. La fe «sucede» en el interior del individuo como gracia y regalo del mismo Dios. La persona «sabe» que no está sola, y acepta vivir de esa presencia oscura pero inconfundible de Dios.
La confianza en esa Realidad que llamamos «Dios» lo cambia todo. Hay muchas cosas que siguen sin entenderse, pero la persona «sabe» que la palabra «Dios» encierra un misterio en el que está lo que de verdad desea el corazón humano. Lo importante es, entonces, «dejarse amar». Ya san Ignacio de Loyola decía que, en todo esto, lo decisivo no es «el mucho saber», sino «el gustar y sentir las cosas internamente». Cuánto bien hace a las personas que viven en plena crisis religiosa repetir la oración de los apóstoles: «Auméntanos la fe.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
4 de octubre de 1992

ORAR DESDE LA DUDA

Auméntanos la fe.

En el creyente pueden surgir dudas que se refieren a uno u otro punto del mensaje cristiano. La persona se pregunta cómo ha de entender una determinada afirmación bíblica o un aspecto concreto del dogma cristiano. Son cuestiones que están pidiendo una mayor clarificación.
Pero hay personas que experimentan una duda más radical, que afecta a la totalidad. Por una parte, sienten que no pueden o no deben abandonar el cristianismo, pero, por otra, no se sienten capaces de pronunciar con sinceridad ese «sí» total que implica la fe.
El que se encuentra en este estado suele experimentar, por lo general, un malestar interior que le impide abordar con paz y serenidad su situación. Puede sentirse también culpable. ¿Qué ha podido pasar para llegar a esto? ¿Qué puede hacer uno en estos momentos? Tal vez, lo primero es abordar positivamente esta situación para vivir honestamente ante Dios.
La duda nos hace experimentar que no somos capaces de «poseer» la verdad del cristianismo. Ningún hombre «posee» la verdad última de Dios. Aquí no sirven las certezas que manejamos en otros órdenes de la vida. Ante el misterio último de la existencia hay que caminar con humildad y sinceridad.
La duda, por otra parte, pone a prueba mi libertad. En este asunto de la fe nadie puede responder en mi lugar. Soy yo el que me encuentro enfrentado a mi propia libertad y el que tengo que pronunciar un «sí» o un «no».
Por eso, la duda puede ser un revulsivo para despertar de una fe infantil y superar un cristianismo convencional. Lo primero no es intentar encontrar respuesta a mis interrogantes concretos, sino preguntarme qué orientación global quiero dar a mi vida. ¿Deseo realmente encontrar la verdad? ¿Estoy dispuesto a dejarme interpelar por la verdad del evangelio? ¿Prefiero vivir sin buscar ninguna verdad?
En definitiva, la fe no está encerrada en las nociones seguras ni en las definiciones bien explicadas. La fe brota del corazón sincero del hombre que se detiene a escuchar a Dios. Como dice el teólogo catalán E. Vilanova, «la fe no está en nuestras afirmaciones o en nuestras dudas. Está más allá: en el corazón... que nadie, excepto Dios, conoce».
Lo importante es ver si nuestro corazón busca a Dios o más bien lo rehuye. A pesar de toda clase de oscuridades e incertidumbres, si de verdad buscamos a Dios, siempre podemos decir desde el fondo de nuestro corazón esa oración de los discípulos: «Señor, auméntanos la fe.» El que ora así es creyente.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
8 de octubre de 1989

EL DESEO DE CREER

Auméntanos la fe.

Lo que más se opone a la fe no son las dudas e interrogantes que pueden nacer sinceramente en nosotros sino la indiferencia y la superficialidad de nuestra vida.
El que busca sinceramente a Dios, se ve envuelto más de una vez en oscuridad, duda o inseguridad. Pero si busca a Dios, hay en él un deseo de creer que no queda destruido por la duda, el cansancio, la oscuridad ni el propio pecado.
No olvidemos que la fe no se reduce a unas convicciones que nos han inculcado desde niños o a una visión de la vida que todavía defendemos.
El que cree de verdad no se queda en las fórmulas ni en los conceptos. No descansa en las palabras. Sencillamente, busca a Dios.
Por eso, el gran enemigo de la fe es la indiferencia. Ese rehuir constantemente el gran interrogante de la existencia. Ese cerrar los oídos a toda llamada o invitación que se nos hace a buscar la verdad.
Cuántos escepticismos teóricos y planteamientos doctrinales sólo encierran insensibilidad, apatía y temor a una búsqueda sincera y noble.
Nuestra fe se debilita, no cuando dudamos en nuestra búsqueda y deseo de Dios, sino cuando nos apartamos de El. Así dice San Agustín: “Cuando te apartas del fuego, el fuego sigue dando calor, pero tú te enfrías. Cuando te apartas de la luz, la luz sigue brillando, pero tú te cubres de sombras. Lo mismo ocurre cuando te apartas de Dios».
Cuando uno vive con el deseo sincero de encontrar a ese Dios, cada oscuridad, cada duda o cada interrogante puede ser un punto de partida hacia algo más profundo, un paso más para abrirse al misterio.
Todo esto no es fácil de entender cuando vivimos en la corteza de nosotros mismos, atrapados por mil cosas y embotados para todo aquello que no sea llenar nuestros bolsillos y nuestras ambiciones.
Por eso nuestra fe crece, no cuando hablamos o discutimos de «cuestiones de religión», sino cuando sabemos limpiar nuestro corazón de tantas ataduras y murmurar calladamente esa oración de los discípulos: «Señor, aumenta nuestra fe».
Cuando oramos así, no estamos buscando más seguridad en nuestras convicciones creyentes sino un corazón más abierto a Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
5 de octubre de 1986

FE BLOQUEADA

Auméntanos la fe.

En el curso de un diálogo con P. Ricoeur, publicado años más tarde, G. Marcel hacía esta confesión: «Me he encontrado durante años en la situación extremadamente singular de un hombre que cree profundamente en la fe de los demás y está perfectamente convencido de que esa fe no es ilusoria, pero que, sin embargo, no se siente con fuerzas o con derecho para hacerla propia».
Esta experiencia no es hoy tan rara como pudiera parecer. Son bastantes los que aprecian la fe de sus amigos, incluso la envidian quizás, pero sienten que, honradamente, no pueden adherirse a esa misma fe.
Sienten que su fe está bloqueada. Falta una comunicación real con Dios. No saben cómo encontrarse de nuevo con El. Se les hace imposible toda relación. Algo parece haber muerto en su corazón creyente.
Durante muchos años han vivido la fe como un deber. Hoy la sienten, quizás, como un estorbo que les impide vivir intensamente la experiencia humana.
¿Es posible desbloquear esa fe amenazada de muerte? ¿Es posible descubrirla de nuevo en el fondo de nuestro ser como una fuerza vital capaz de dinamizar toda nuestra existencia? ¿Creer de nuevo en «esa dulce y secreta intuición» (Rilke) de un Dios que no está lejos de ningún viviente y cuya ternura salvadora puedo experimentar yo mismo?
Sin duda, todo lo que es importante en nuestra existencia es siempre algo que va creciendo en nosotros de manera lenta y secreta, como fruto de una búsqueda paciente y como acogida de una gracia que se nos regala.
En concreto, nuestra fe puede comenzar a despertarse de nuevo en nosotros, si acertamos a gritar desde el fondo mejor de nosotros mismos lo que los discípulos gritan al Señor: «Auméntanos la fe».
Puede parecer una oración demasiado pobre, modesta y de poco prestigio. Una oración dirigida a Alguien demasiado ausente e incierto. Lo que importa es que sea humilde y sincera.
Cuando uno lleva mucho tiempo decepcionado por la «religión» y distanciado interiormente de la Iglesia, cuando uno no puede creer en Dios porque su silencio se le ha hecho ya demasiado impenetrable, tal vez, sólo esta oración humilde puede devolvernos a la fe viva.
Acosados por toda clase de dudas e interrogantes, este grito, repetido sinceramente, puede hacernos dudar de nuestras propias dudas y puede ayudarnos a descubrir de nuevo a Dios como fuente de vida.
Lo que puede cambiar nuestro corazón no son las palabras o las ideas, sino la comunicación con Aquel que está siempre activo en lo secreto de los seres. Quizás el recogimiento de este tiempo de otoño sea para algunos una invitación callada a hacer la experiencia.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
2 de octubre de 1983

APRENDER A CREER

Auméntanos la fe.

A ninguna persona lúcida se le escapa que las nuevas generaciones no creen en muchas de las instituciones y valores sobre los que hemos construido nuestra convivencia social.
Muchos de nuestros jóvenes no creen en el matrimonio ni en la familia. No aceptan nuestras instituciones educativas. Sospechan de los modelos de vida que sus padres les ofrecen. No creen en la validez de lo que les pueda ofrecer la iglesia cristiana o las diversas tradiciones religiosas.
Pero, no se trata sólo del desencanto, la indiferencia o el escepticismo de unos jóvenes que «pasan» de todo. Parece que al hombre actual se le está haciendo cada vez más difícil afiliarse a una ideología concreta o confesar con convicción un determinado credo.
Ya no están en crisis sólo los grandes sistemas económicos, políticos y religiosos, criticados por el análisis marxista. Hoy asistimos a la crisis del mismo movimiento socialista, que tampoco parece ser capaz de resolver el problema de una convivencia justa y libre.
Y no es extraño que el hombre de hoy se resista a creer rápidamente en cualquier mesianismo, aunque sienta, de diversas maneras, la necesidad urgente de encontrar una «salvación».
Y no es extraño tampoco que escuche de nuevo en el fondo de su ser las preguntas que eternamente acompañan el peregrinar de la humanidad. ¿Dónde encontrar razones válidas para enfrentarnos a la vida? ¿Qué es vivir de una manera verdaderamente humana? ¿Qué es lo que nos puede hacer a los hombres más humanos? ¿Qué sentido último podemos dar a nuestros trabajos, luchas y a todo nuestro quehacer histórico?
Los creyentes tenemos que aprender a creer en el horizonte de esta crisis general. El hombre de hoy sólo podrá creer en Dios si la fe le ayuda a responder convincentemente a estas preguntas. En nuestro pueblo se creerá en Dios si se puede verificar, de alguna manera, que la fe en Dios le hace realmente al hombre más humano, más justo, más liberado.
En el fondo, sólo creemos de verdad en aquello que nos ayuda a vivir. Y sólo creemos de verdad en Jesucristo si podemos comprobar por experiencia personal que él nos ayuda a vivir con más hondura, con más sentido y con verdadera esperanza.
También nosotros debemos gritar como los discípulos: «Auméntanos la fe», porque necesitamos creer con más convicción, más realismo y más gozo. Necesitamos, sobre todo, creer que el evangelio tiene hoy para todos nosotros fuerza salvadora y liberadora, y nos puede ayudar a construir una sociedad más justa, más fraterna y, en definitiva, más humana.

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com



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