lunes, 15 de abril de 2013

21/04/2013 - 4º domingo de Pascua (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.


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21 de abril de 2013

4º domingo de Pascua (C)



EVANGELIO

Yo doy la vida eterna a mis ovejas.

Lectura del santo evangelio según san Juan 10,27-30

En aquel tiempo, dijo Jesús:
- Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre.
Yo y el Padre somos uno.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
21 de abril de 2013

ESCUCHAR Y SEGUIR A JESÚS

Era invierno. Jesús andaba paseando por el pórtico de Salomón, una de las galerías al aire libre, que rodeaban la gran explanada del Templo. Este pórtico, en concreto, era un lugar muy frecuentado por la gente pues, al parecer, estaba protegido contra el viento por una muralla.
Pronto, un grupo de judíos hacen corro alrededor de Jesús. El diálogo es tenso. Los judíos lo acosan con sus preguntas. Jesús les critica porque no aceptan su mensaje ni su actuación. En concreto, les dice: "Vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas". ¿Qué significa esta metáfora?
Jesús es muy claro: "Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco; ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna". Jesús no fuerza a nadie. Él solamente llama. La decisión de seguirle depende de cada uno de nosotros. Solo si le escuchamos y le seguimos, establecemos con Jesús esa relación que lleva a la vida eterna.
Nada hay tan decisivo para ser cristiano como tomar la decisión de vivir como seguidores de Jesús. El gran riesgo de los cristianos ha sido siempre pretender serlo, sin seguir a Jesús. De hecho, muchos de los que se han ido alejando de nuestras comunidades son personas a las que nadie ha ayudado a tomar la decisión de vivir siguiendo sus pasos.
Sin embargo, ésa es la primera decisión de un cristiano. La decisión que lo cambia todo, porque es comenzar a vivir de manera nueva la adhesión a Cristo y la pertenencia a la Iglesia: encontrar, por fin, el camino, la verdad, el sentido y la razón de la religión cristiana.
Y lo primero para tomar esa decisión es escuchar su llamada. Nadie se pone en camino tras los pasos de Jesús siguiendo su propia intuición o sus deseos de vivir un ideal. Comenzamos a seguirle cuando nos sentimos atraídos y llamados por Cristo. Por eso, la fe no consiste primordialmente en creer algo sobre Jesús sino en creerle a él.
Cuando falta el seguimiento a Jesús, cuidado y reafirmado una y otra vez en el propio corazón y en la comunidad creyente, nuestra fe corre el riesgo de quedar reducida a una aceptación de creencias, una práctica de obligaciones religiosas y una obediencia a la disciplina de la Iglesia.
Es fácil entonces instalarnos en la práctica religiosa, sin dejarnos cuestionar por las llamadas que Jesús nos hace desde el evangelio que escuchamos cada domingo. Jesús está dentro de esa religión, pero no nos arrastra tras sus pasos. Sin darnos cuenta, nos acostumbramos a vivir de manera rutinaria y repetitiva. Nos falta la creatividad, la renovación y la alegría de quienes viven esforzándose por seguir a Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
25 de abril de 2010

ESCUCHAR SU VOZ Y SEGUIR SUS PASOS

Mis ovejas escuchan mi voz.

La escena es tensa y conflictiva. Jesús está paseando dentro del recinto del templo. De pronto, un grupo de judíos lo rodea acosándolo con aire amenazador. Jesús no se intimida, sino que les reprocha abiertamente su falta de fe: «Vosotros no creéis porque no sois ovejas mías». El evangelista dice que, al terminar de hablar, los judíos tomaron piedras para apedrearlo.
Para probar que no son ovejas suyas, Jesús se atreve a explicarles qué significa ser de los suyos. Sólo subraya dos rasgos, los más esenciales e imprescindibles: «Mis ovejas escuchan mi voz... y me siguen». Después de veinte siglos, los cristianos necesitamos recordar de nuevo que lo esencial para ser la Iglesia de Jesús es escuchar su voz y seguir sus pasos.
Lo primero es despertar la capacidad de escuchar a Jesús. Desarrollar mucho más en nuestras comunidades esa sensibilidad, que está viva en muchos cristianos sencillos que saben captar la Palabra que viene de Jesús en toda su frescura y sintonizar con su Buena Noticia de Dios. Juan XXIII dijo en una ocasión que "la Iglesia es como una vieja fuente de pueblo de cuyo grifo ha de correr siempre agua fresca". En esta Iglesia vieja de veinte siglos hemos de hacer correr el agua fresca de Jesús.
Si no queremos que nuestra fe se vaya diluyendo progresivamente en formas decadentes de religiosidad superficial, en medio de una sociedad que invade nuestras conciencias con mensajes, consignas, imágenes, comunicados y reclamos de todo género, hemos de aprender a poner en el centro de nuestras comunidades la Palabra viva, concreta e inconfundible de Jesús, nuestro único Señor.
Pero no basta escuchar su voz. Es necesario seguir a Jesús. Ha llegado el momento de decidirnos entre contentarnos con una "religión burguesa" que tranquiliza las conciencias pero ahoga nuestra alegría, o aprender a vivir la fe cristiana como una aventura apasionante de seguir a Jesús.
La aventura consiste en creer lo que él creyó, dar importancia a lo que él dio, defender la causa del ser humano como él la defendió, acercarnos a los indefensos y desvalidos como él se acercó, ser libres para hacer el bien como él, confiar en el Padre como él confió y enfrentarnos a la vida y a la muerte con la esperanza con que él se enfrentó.
Si quienes viven perdidos, solos o desorientados, pueden encontrar en la comunidad cristiana un lugar donde se aprende a vivir juntos de manera más digna, solidaria y liberada siguiendo a Jesús, la Iglesia estará ofreciendo a la sociedad uno de sus mejores servicios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
29 de abril de 2007

DIOS NO ESTÁ EN CRISIS

Mi Padre... supera a todos.

Es más frecuente de lo que pensamos. Los creyentes decimos creer en Dios, pero en la práctica vivimos como si no existiera. Éste es también el riesgo que tenemos hoy al abordar la crisis religiosa actual y el futuro incierto de la Iglesia. Vivir estos momentos de manera «atea».
Ya no sabemos caminar en la «presencia de Dios». Analizamos nuestras crisis y planificamos el trabajo pensando sólo en nuestras posibilidades. Se nos olvida que el mundo está en manos de Dios, no en las nuestras. Ignoramos que el Gran Pastor que cuida y guía la vida de cada ser humano es Dios.
Vivimos como cristianos «huérfanos» que han perdido a su Padre. La crisis nos desborda. Lo que se nos pide nos parece excesivo. Es imposible perseverar con ánimo en una tarea, cuando no se ve el éxito por ninguna parte. Nos sentimos solos y cada uno se defiende como puede.
Según el relato evangélico, Jesús está en Jerusalén comunicando su mensaje. Es invierno y, para no enfriarse, se pasea por uno de los pórticos del templo, rodeado de judíos que lo acosan con sus preguntas. Jesús está hablando de las «ovejas» que escuchan su voz y le siguen. En un momento determinado dice: Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre.
Según Jesús, Dios supera a todos. Que nosotros estemos en crisis, no significa que Dios está en crisis. Que los cristianos perdamos el ánimo, no quiere decir que Dios se haya quedado sin fuerzas para salvar. Que nosotros no sepamos dialogar con el hombre de hoy, no significa que Dios ya no encuentre caminos para hablar al corazón de cada persona. Que las gentes se marchen de nuestras iglesias, no quiere decir que se le escapen a Dios de sus manos protectoras.
Dios es Dios. Ninguna crisis religiosa y ninguna mediocridad de la Iglesia podrán arrebatar de sus manos a esos hijos e hijas a los que ama con amor infinito. Dios no abandona a nadie. Tiene sus caminos para cuidar y guiar a cada uno de sus hijos, y sus caminos no son necesariamente los que nosotros le pretendemos trazar.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
2 de mayo de 2004

VOLVER A JESÚS

Mis ovejas escuchan mi voz.

Se pueden hacer toda clase de estudios y diagnósticos. Lo cierto es que el mundo necesita hoy savia nueva para vivir. Las iglesias andan buscando aliento y esperanza. Las muchedumbres pobres del planeta reclaman justicia y pan. Occidente ya no sabe cómo salir de esa tristeza mal disimulada que ningún bienestar logra ocultar.
El problema no es sólo de cambios políticos ni de renovaciones teológicas, sino de vida. Estamos necesitados de algo parecido al «fuego» que prendió Jesús en su breve paso por la tierra: su mística, su lucidez, su pasión por el ser humano. Necesitamos personas como él, palabras como las suyas, esperanza y amor como los suyos. Necesitamos volver a Jesús.
Desde el inicio, los cristianos vieron que él podía guiar a los seres humanos. Con su conocido lenguaje, el cuarto evangelio lo presenta como el «pastor» capaz de liberar a las ovejas del aprisco donde se encuentran encerradas para «sacarlas afuera», a un país nuevo de vida y dignidad. El marcha por delante marcando el camino a quienes lo quieran seguir.
Jesús no impone nada. No fuerza a nadie. Llama a cada uno «por su nombre». Para él no hay masas. Cada uno tiene nombre y rostro propio. Cada uno ha de escuchar su voz sin confundirla con la de extraños que no son sino «ladrones» que quitan al pueblo luz y esperanza.
Esto es lo decisivo: no escuchar voces extrañas, huir de mensajes que no vienen de Galilea. Siempre que la Iglesia ha buscado renovarse, se ha desencadenado una vuelta a Jesús para seguir de nuevo sus pasos. Como se ha recordado tantas veces, «sígueme» es la primera y la última palabra de Jesús a Pedro (D. Bonhoeffer).
Pero volver a Jesús no es tarea exclusiva del Papa ni de los obispos. Todos los creyentes somos responsables. Para volver a Jesús no hay que esperar ninguna orden. Francisco de Asís no esperó a que la Iglesia de su tiempo tomara no se qué decisiones. Él mismo se convirtió al evangelio y comenzó la aventura de seguir a Jesús de verdad. ¿A qué tenemos que esperar para despertar entre nosotros una pasión nueva por el evangelio y por Jesús?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
6 de mayo de 2001

DESDE ABAJO

Las conozco.., y les doy vida eterna.

La imagen del pastor está cargada de simbolismo religioso en la tradición bíblica. El pastor simboliza al jefe que gobierna y que dirige al pueblo. Su principal tarea es vigilar, guiar y proteger al rebaño. Dios es «el pastor de Israel» porque conduce al pueblo, vela por él y lo protege. Ese es también hoy su principal significado cuando se habla en la Iglesia de los pastores que «guían al pueblo».
Sin embargo, cuando los primeros cristianos hablan de Jesús como «Buen Pastor», no lo hacen sobre todo para presentarlo como jefe y caudillo de un pueblo, sino para destacar su preocupación por la vida de las personas. Jesús es «Buen Pastor», no porque sabe gobernar, conducir y vigilar mejor que nadie, sino porque es capaz de «dar su vida» por los demás.
Esta teología del Buen Pastor recoge bien la actuación de Jesús. Su primera preocupación no fue salvaguardar la doctrina, vigilar la moral o controlar la liturgia, sino desvivirse por la gente, luchar contra el sufrimiento bajo todas sus formas y trabajar por una vida más digna y dichosa para todos, llegando «hasta dar su vida» en este empeño. La Iglesia tiene la responsabilidad de invitar y orientar a los creyentes hacia la verdad de Cristo, pero Cristo se dedicaba precisamente a quitar sufrimientos y dar vida. Sólo desde ahí revelaba y anunciaba al verdadero Dios.
En estos tiempos en que tanta gente «abandona el rebaño» y se aleja de la fe, la mejor manera de guiar hacia la «verdad de Cristo» sería ver que la Iglesia está dedicada en cuerpo y alma a que la gente sea más dichosa, se sienta menos desamparada y más protegida contra el mal y el sufrimiento.
Los mismos cristianos que confesaron a Jesús como «pastor», le presentaron también como «cordero» sacrificado por los demás. Es un buen recordatorio para los pastores de la comunidad cristiana. El trabajo pastoral no se hace imponiéndose «desde arriba», sino sirviendo desde abajo. No se conduce hacia Cristo desde el poder y el dominio, sino desde la compasión y la lucha contra el sufrimiento y desamparo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
3 de mayo de 1998

CREER DE MANERA DIFERENTE

Mis ovejas escuchan mi voz.

El acto de creer es siempre una decisión absolutamente personal, cualquiera que sea la edad y la trayectoria de quien lo hace. Una decisión en la que nada ni nadie puede suplantar a la persona. No se cree en Jesucristo por tradición familiar o presión ambiental. En este sentido, la fe no se transmite ni se hereda. Ha de nacer de la libertad de cada persona como una de las decisiones más importantes de su vida.
El acto de creer no tiene nada que ver con la credulidad o el iluminismo. Estamos hoy muy lejos de las tesis cientifistas de comienzos de siglo, que consideraban la fe como fruto de una debilidad mental o psicológica. Creer es un acto profundamente responsable y comprometido.
El acto de creer no es, sin embargo, resultado de una investigación científica. La ciencia no puede responder a las cuestiones últimas de la existencia. Se queda muda, pues no es su competencia. Sólo sabe investigar el funcionamiento del mundo. Una cosa es la actitud abierta y confiada ante el Misterio último de la existencia que llamamos «Dios», y otra la acumulación de conocimientos organizados que una sociedad ha logrado en un determinado momento de su historia.
En la fe cristiana es decisivo el encuentro personal con Cristo. El punto de partida y los itinerarios de cada persona pueden ser diferentes, pero Cristo es el «camino» que lleva hacia Dios. Por ello, es decisivo conocer a Cristo. El es el «Buen Pastor», y quienes se dejan guiar por él lo «conocen».
No se trata de un conocimiento teórico. En el lenguaje bíblico, «conocer» es experimentar, entrar en comunión íntima. No se conoce desde la distancia, sino por medio de una relación vital. Conocer a Cristo es quererlo, experimentar que su presencia nos hace bien, acogerlo como a alguien único e inconfundible que da otro tono y vitalidad a nuestro vivir diario.
Son bastantes los bautizados cuya fe se mueve en una atmósfera abstracta de convicciones, creencias y ritos. No «conocen» vitalmente a Cristo. En su cristianismo falta precisamente Cristo, el único que podría reavivar su fe, eliminar sus prejuicios y resistencias, enseñarles a creer de manera diferente. Para ser cristiano, lo primero es encontrarse personalmente con Cristo, «escuchar su voz» y seguirle.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
7 de mayo de 1995

AMIGO Y MAESTRO

Las conozco... y les doy vida eterna.

Los primeros creyentes plasmaron su fe en Jesús empleando imágenes y títulos válidos para su mundo de experiencia, pero necesitados a veces de «traducción» para ser vividos por los hombres y mujeres de hoy. Así sucede con títulos como «Señor», «Rey» o «Pastor» que, leídos desde una cultura reacia a todo lo autoritario, pueden no expresar la experiencia original de los primeros cristianos.
Concretamente, la bella imagen de Jesús como «Buen Pastor» tuvo gran arraigo en los primeros siglos del cristianismo (recuérdese su presencia en las catacumbas romanas), pues sugiere el cuidado de Cristo por los suyos, su servicio y entrega total, su disponibilidad a dar la vida por los suyos. Sin embargo, ha ido perdiendo atractivo y fuerza en nuestros días en la medida en que puede evocar el seguimiento gregario a Cristo de un «rebaño» de cristianos poco conscientes y responsables.
En la cristología contemporánea se advierte hoy un desplazamiento hacia dos títulos, de origen neotestamentario ambos, y que, tal vez, responden mejor a la experiencia actual: Cristo Amigo y Maestro.
El título de «Amigo» arranca del evangelio de Juan y subraya la relación amistosa y confiada que se establece entre Cristo y el creyente: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 15). Cristo no es sólo el Señor que salva, sino el Amigo cercano que comprende y acompaña. La teología actual subraya la importancia de un Cristo Amigo en una época en la que no pocos experimentan la pérdida de identidad y la soledad existencial. Son varios los cristólogos que atraen la atención sobre esa frase que, según san Mateo, resume la actuación de Jesús: «La caña cascada no la quebrará, y la mecha humeante no la apagará» (Mt 12, 20).
El título de «Maestro» tiene también sus raíces en la tradición evangélica: «No llaméis a nadie maestro, porque uno sólo es vuestro maestro, Cristo» (Mt 23, 10). Cristo no es sólo el gran revelador del Padre, sino el maestro interior que enseña a vivir con sabiduría. Algo que es importante recordar en tiempos de crisis de sentido en que no pocos son víctimas de la confusión y la escisión interna.
No basta confesarse cristiano y seguidor de Jesús. Es decisivo el tipo de relación que se establece con él. No es lo mismo obedecer a Cristo Legislador, que comunicarse confiadamente con Cristo Amigo y compañero de camino. No es igual aceptar a Cristo «revelador de la doctrina cristiana», que dejarse enseñar día a día por él.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
10 de mayo de 1992

LA VIDA

Yo les doy vida eterna.

Es bueno recordar de vez en cuando, aunque de manera sencilla, los rasgos fundamentales del vivir humano. Nos puede ayudar a vivir de manera más lúcida y responsable.
Antes que nada, hemos de recordar que la vida es algo personal. Mi vida es tarea mía y sólo yo la puedo vivir. Nadie me puede sustituir. Si yo no amo, siempre faltará en el mundo ese amor. Si yo no creo, no gozo, no crezco.., faltará para siempre esa creatividad, ese gozo o ese crecimiento.
Esto significa también que no existe la vida en abstracto. Existimos los vivientes. Como tampoco existen en abstracto valores como el amor, la bondad, la justicia, sino encarnados en la vida concreta. Existe el amor cuando hay personas vivas que se quieren; existe la bondad cuando hay personas buenas; hay justicia cuando las personas viven de manera justa.
La vida es, además, algo irrepetible. Cada experiencia, cada gozo o sufrimiento que vivo en este preciso momento no volverá a repetirse. No sólo se vive una sola vez, sino que todo en la vida se vive sólo una vez. La experiencia siguiente podrá ser mejor o peor, pero nunca será ya lo vivido.
Por eso, cada instante de la vida encierra una continua novedad. Lo que se me ofrece en este momento no se me volverá a ofrecer así. Cada momento es nuevo y en cada decisión voy dando a mi vida una dirección u otra.
La vida es, por otra parte, algo inacabado. Una tarea siempre por hacer. La vida es expansión, desarrollo, despliegue. Lo más terrible que se puede decir de alguien es que está «acabado». Cuando esto sucede, la vida se termina.
Precisamente por eso, la verdadera vida consiste en irse construyendo a sí mismo. Como dice el famoso antropólogo Konrad Lorentz, ahí está la grandeza y también la debilidad del ser humano, en que «puede ir siempre más lejos, pero puede también caer siempre más bajo. Siempre se da la posibilidad constitutiva de superarse o de perderse». De ahí la importancia de mantener siempre el deseo de vivir creciendo.
Pero, ¿a dónde se dirige nuestra vida? ¿Dónde termina definitivamente? ¿Dónde alcanza su verdadero cumplimiento? Apoyados en Cristo resucitado, los cristianos creen que la vida no termina en la extinción biológica sino que está llamada a trascenderse. La vida es mucho más que esta vida que conocemos ahora. Hemos nacido para una «vida eterna» que alcanza su plenitud en Dios.
Sin duda, esta postura puede ser rechazada y hasta ridiculizada. Pero la vida sigue ahí con todo su misterio. Cada uno tendrá que preguntarse dónde ha descubierto una luz más luminosa, un camino más estimulante y una esperanza más liberadora para enfrentarse a la vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
16 de abril de 1989

MÁS ALLA DE LAS PALABRAS

Mis ovejas escuchan mi voz.

El Congreso sobre “Evangelización y hombre de hoy” celebrado el verano pasado en Madrid elaboró un mensaje final en el que se hacía esta sincera confesión: “Nos hemos sentido, en conjunto, como evangelizadores mediocres, cobardes a veces, divididos, rutinarios. Nos sobran palabras. Y nos falta la Palabra”.
Ciertamente, la Iglesia actual habla mucho. Habla el Papa. Hablan los Obispos y hablan los sacerdotes. Cartas Pastorales, documentos doctrinales, declaraciones, homilías, conferencias... Los teólogos escriben estudios y artículos de investigación. Los catequistas, obras de divulgación. Palabras, palabras, muchas palabras.
Pero si, a través de todas esas palabras, los hombres y mujeres de hoy no escuchamos la Voz de Alguien que está vivo y presente en la historia de la humanidad, ese mensaje pierde su “densidad vital”. Esas palabras quedan marcadas por la muerte propia de toda palabra o letra en la que falta el Espíritu.
Entonces los cristianos corremos el riesgo de vivir defendiendo y propagando una doctrina más, una ideología, a nuestro entender, más noble y más humana que otras, pero, al fin y al cabo, una ideología en competencia y rivalidad con otras, pero donde falta lo más decisivo: la presencia de Aquel que puede dar vida a ese mensaje.
Urgidos por la resurrección de Jesús, las primeras comunidades cristianas recordaron su mensaje y recogieron sus palabras no como unos discípulos que recogen con veneración el testamento de su maestro desaparecido para siempre, sino como la Palabra del que está vivo y sigue hablando con la fuerza de su Espíritu. Nació así un género literario nuevo y desconocido: el Evangelio.
Los cristianos hemos de aprender a oír y leer el mensaje cristiano “escuchando la voz» del Resucitado. De lo contrario, será difícil que entendamos apenas nada.
Puede uno escuchar palabras y tener la impresión de que le resultan conocidas. Puede uno leer frases y frases, entender la conexión que hay entre ellas y pensar que ya las ha comprendido. Pero, mientras el creyente no escucha personalmente a Cristo, todavía no sabe de qué se trata y no puede entender aquellas palabras de Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz... y yo les doy la vida eterna”.
Todas las palabras y los escritos de los cristianos (también este modesto artículo) no han de tener otra pretensión sino la de señalar, de alguna manera, la dirección adecuada para escuchar la Voz del que nos puede dar vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
20 de abril de 1986

ESCUCHAR

Mis ovejas escuchan mi voz.

Somos víctimas de una lluvia tan abrumadora de palabras, voces y ruidos que corremos el riesgo de perder nuestra capacidad para escuchar la voz que necesitamos oír para tener vida.
¿Cómo pueden resonar en esta sociedad las palabras de Jesús que leemos hoy en el evangelio? «Mis ovejas escuchan mi voz... y yo les doy vida eterna».
Apenas sabemos ya callarnos, estar atentos y permanecer abiertos a esa Palabra viva que está presente en lo más hondo de la vida y de nuestro ser.
Convertidos en tristes «teleadictos» nos pasamos horas y más horas sentados ante el televisor, recibiendo pasivamente imágenes, palabras, anuncios y todo cuanto nos quieran ofrecer para alimentar nuestra trivialidad.
Según estudios realizados, son mayoría los que ven de dos a tres horas diarias de televisión, lo cual significa que cuando hayan cumplido 65 años habrán estado 9 años consecutivos ante el televisor.
Envuelto en un mundo trivial, evasivo y deformante, el «teleadicto» sufre una verdadera frustración cuando carece de su alimento televisivo.
Necesita esa pequeña pantalla llena de colores, que se convierte con frecuencia, en una pantalla en sentido literal y estricto, entre el individuo y la realidad. Ya no vive desde las raíces de la misma vida. Apenas escucha ya otro mensaje sino el que recibe a través de las ondas.
El hombre contemporáneo necesita urgentemente recuperar de nuevo el silencio y la capacidad de escucha, si no quiere ver su vida y su fe ahogarse progresivamente en la trivialidad.
Necesitamos estar más atentos a la llamada de Dios, escuchar la voz de la verdad, sintonizar con lo mejor que hay en nosotros, desarrollar esa sensibilidad interior que percibe, más allá de lo visible y de lo audible, la presencia de Aquel que puede dar vida a nuestra vida.
Según K. Rahner, «el cristiano del futuro o será un místico, es decir, una persona que ha experimentado algo, o no será cristiano. Porque la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente religioso generalizado, sino en la experiencia y decisión personales».
Lo que cambia el corazón del hombre y lo convierte no son las palabras, las ideas y las razones, sino la escucha sincera de la voz de Dios.
Esa escucha sincera de Dios que transforma nuestra soledad interior en comunión vivificante y fuente de nueva vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
24 de abril de 1983

SABER ESCUCHAR

Mis ovejas escuchan mi voz.

El saber escuchar es uno de los rasgos que caracterizan al verdadero creyente. El cristiano es un hombre que trata de comprender y vivir toda su existencia a partir de la escucha sincera de Jesucristo y su mensaje. Las ovejas saben escuchar su voz.
Pero saber «escuchar» el evangelio no es tan sencillo como pudiéramos creer. Cuando leemos el mensaje de Jesús, cada uno de nosotros va acentuando aquello con lo que mejor sintoniza, y va subrayando lo que mejor y más directamente responde a sus planteamientos y su visión personal de la vida.
De esta manera, cada uno hacemos nuestra propia lectura del evangelio y vamos configurando el mensaje de Jesús y dándole vida desde nuestra propia comprensión.
Con frecuencia, no sospechamos los creyentes el riesgo que corremos de adulterar el contenido de la fe. No somos conscientes de la influencia que ejerce en nuestra lectura del mensaje cristiano, la mentalidad de la clase a la que pertenecemos, la ideología que predomina en nuestra concepción de la vida, la posición ante los problemas concretos de nuestra sociedad, las opciones que vamos tomando en la vida...
El tomar conciencia más clara de la parte de subjetividad que se encierra en toda escucha puede ser ya muy positivo. Precisamente, aquél que ingenuamente cree acercarse al evangelio con objetividad, sin sospechar de sus prejuicios y predisposiciones, es el que más riesgos corre de falsearlo.
Pero la escucha fiel del evangelio tiene además exigencias concretas que los cristianos deberíamos recordar. Sólo señalamos alguna.
Es necesario abrirse a la verdad total del mensaje de Jesús, evitando una selección ilegítima del evangelio y una polarización exclusivista sobre determinados aspectos del mensaje cristiano. Quizás esta lectura parcial y reduccionista del evangelio sea una de las tentaciones más graves que nos acechan siempre a los cristianos.
Por otra parte, nunca podemos tener la pretensión de que nuestra escucha del evangelio sea la única auténtica, ni siquiera la más fiel. Nadie puede asegurar que lo que a él se le escapa no sea relevante para la comprensión de la fe o que sea menos importante que lo que otros descubren y viven.
Es necesario el diálogo, la confrontación, la complementariedad con otras lecturas del evangelio hechas desde otros presupuestos distintos y por creyentes que viven quizás otra experiencia cristiana diferente a la nuestra.

José Antonio Pagola

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