miércoles, 19 de diciembre de 2012

25/12/2012 - Natividad del Señor (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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25 de diciembre de 2012

Natividad del Señor (C)



EVANGELIO

Misa de medianoche.

Hoy os ha nacido un Salvador.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,1-14

En aquellos días, salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero.
Éste fue el primer censo que se hizo siendo Quirinio gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.
Y un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor.
El ángel les dijo:
- No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
- Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.

Palabra de Dios.

Misa del día.

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 1,1-18

En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.
[Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz,
sino testigo de la luz.]
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino,
y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
[Juan da testimonio de él y grita diciendo:
- Éste es de quien dije: «El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia, porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás.
El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.]

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
25 de diciembre de 2012

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
25 de diciembre de 2009
Jn 1,1-18 (Misa del día)

LA NOSTALGIA DE LA NAVIDAD

La luz brilla en las tinieblas.

La Navidad es una fiesta llena de nostalgia. Se canta la paz, pero no sabemos construirla. Nos deseamos felicidad, pero cada vez parece más difícil ser feliz. Nos compramos mutuamente regalos, pero lo que necesitamos es ternura y afecto. Cantamos a un niño Dios, pero en nuestros corazones se apaga la fe. La vida no es como quisiéramos, pero no sabemos hacerla mejor.
No es sólo un sentimiento de Navidad. La vida entera está transida de nostalgia. Nada llena enteramente nuestros deseos. No hay riqueza que pueda proporcionar paz total. No hay amor que responda plenamente a los deseos más hondos. No hay profesión que pueda satisfacer del todo nuestras aspiraciones. No es posible ser amados por todos.
La nostalgia puede tener efectos muy positivos. Nos permite descubrir que nuestros deseos van más allá de lo que hoy podemos poseer o disfrutar. Nos ayuda a mantener abierto el horizonte de nuestra existencia a algo más grande y pleno que todo lo que conocemos. Al mismo tiempo, nos enseña a no pedir a la vida lo que no nos pueda dar, a no esperar de las relaciones lo que no nos pueden proporcionar. La nostalgia no nos deja vivir encadenados sólo a este mundo.
Es fácil vivir ahogando el deseo de infinito que late en nuestro ser. Nos encerramos en una coraza que nos hace insensibles a lo que puede haber más allá de lo que vemos y tocamos. La fiesta de la Navidad, vivida desde la nostalgia, crea un clima diferente: estos días se capta mejor la necesidad de hogar y seguridad. A poco que uno entre en contacto con su corazón, intuye que el misterio de Dios es nuestro destino último.
Si uno es creyente, la fe le invita estos días a descubrir ese misterio, no en un país extraño e inaccesible, sino en un niño recién nacido. Así de simple y de increíble. Hemos de acercarnos a Dios como nos acercamos a un niño: de manera suave y sin ruidos; sin discursos solemnes, con palabras sencillas nacidas del corazón. Nos encontramos con Dios cuando le abrimos lo mejor que hay en nosotros.
A pesar del tono frívolo y superficial que se crea en nuestra sociedad, la Navidad puede acercar a Dios. Al menos, si la vivimos con fe sencilla y corazón limpio.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
25 de diciembre de 2006
Lc 2,1-14  (Misa de medianoche)

EL CORAZÓN DE LA NAVIDAD

Os ha nacido hoy el Salvador.

Poco a poco lo vamos consiguiendo. Ya hemos logrado celebrar unas fiestas entrañables, sin conocer exactamente su razón de ser. Nos felicitamos unos a otros y no sabemos por qué. Se anuncia la Navidad y se oculta su motivo. Muchos no recuerdan ya dónde está el corazón de estas fiestas. ¿Por qué no escuchar el primer pregón de Navidad? Lo compuso el evangelista Lucas hacia el año ochenta.
Según el relato, es noche cerrada. De pronto, una claridad envuelve con su resplandor a unos pastores. El evangelista dice que es la gloria del Señor. La imagen es grandiosa: la noche queda iluminada. Sin embargo, los pastores se llenan de temor. No tienen miedo a las tinieblas sino a la luz. Por eso, el anuncio empieza con estas palabras: No temáis.
No nos hemos de extrañar. Preferimos vivir en tinieblas. Nos da miedo la luz de Dios. No queremos vivir en la verdad. Quien no ponga estos días más luz y verdad en su vida, no celebrará la Navidad.
El mensajero continúa: Os traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo. La alegría de Navidad no es una más entre otras. No hay que confundirla con cualquier bienestar, satisfacción o disfrute. Es una alegría grande, inconfundible, que viene de la Buena Noticia de Jesús. Por eso, es para todo el pueblo y ha de llegar, sobre todo a los que sufren y viven tristes.
Si ya Jesús no es una «buena noticia» para nosotros; si su evangelio no nos dice nada; si no conocemos la alegría que sólo nos puede llegar de Dios; si reducimos estas fiestas a disfrutar cada uno de su bienestar o a alimentar un gozo religioso egoísta, celebraremos cualquier cosa menos la Navidad.
La única razón para celebrarla es ésta: Os ha nacido hoy el Salvador. Ese niño no les ha nacido a María y José. No es suyo. Es de todos. Es el Salvador del mundo. El único en el que podemos poner nuestra última esperanza. Este mundo que conocemos no es la verdad absoluta. Jesucristo es la esperanza de que la injusticia que hoy lo envuelve todo no prevalezca para siempre.
Sin esta esperanza, no hay Navidad. Despertaremos nuestros mejores sentimientos, disfrutaremos del hogar y la amistad, nos regalaremos momentos de felicidad. Todo eso es bueno. Muy bueno. Todavía no es Navidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
25 de diciembre de 2003
Jn 1,1-18 (Misa del día)

LA NOSTALGIA DE LA NAVIDAD

La luz brilla en las tinieblas.

La Navidad es una fiesta llena de nostalgia. Se canta la paz, pero no sabemos construirla. Nos deseamos felicidad, pero cada vez parece más difícil ser feliz. Nos compramos mutuamente regalos, pero lo que necesitamos es ternura y afecto. Cantamos a un niño Dios, pero en nuestros corazones se apaga la fe. La vida no es como quisiéramos, pero no sabemos hacerla mejor.
No es sólo un sentimiento de Navidad. La vida entera está transida de nostalgia. Nada llena enteramente nuestros deseos. No hay riqueza que pueda proporcionar paz total. No hay amor que responda plenamente a los deseos más hondos. No hay profesión que pueda satisfacer del todo nuestras aspiraciones. No es posible ser amados por todos.
La nostalgia puede tener efectos muy positivos. Nos permite descubrir que nuestros deseos van más allá de lo que hoy podemos poseer o disfrutar. Nos ayuda a mantener abierto el horizonte de nuestra existencia a algo más grande y pleno que todo lo que conocemos. Al mismo tiempo, nos enseña a no pedir a la vida lo que no nos pueda dar, a no esperar de las relaciones lo que no nos pueden proporcionar. La nostalgia no nos deja vivir encadenados sólo a este mundo.
Es fácil vivir ahogando el deseo de infinito que late en nuestro ser. Nos encerramos en una coraza que nos hace insensibles a lo que puede haber más allá de lo que vemos y tocamos. La fiesta de la Navidad, vivida desde la nostalgia, crea un clima diferente: estos días se capta mejor la necesidad de hogar y seguridad. A poco que uno entre en contacto con su corazón, intuye que el misterio de Dios es nuestro destino último.
Si uno es creyente, la fe le invita estos días a descubrir ese misterio, no en un país extraño e inaccesible, sino en un niño recién nacido. Así de simple y de increíble. Hemos de acercarnos a Dios como nos acercamos a un niño: de manera suave y sin ruidos; sin discursos solemnes, con palabras sencillas nacidas del corazón. Nos encontramos con Dios cuando le abrimos lo mejor que hay en nosotros.
A pesar del tono frívolo y superficial que se crea en nuestra sociedad, la Navidad puede acercar a Dios. Al menos, si la vivimos con fe sencilla y corazón limpio.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
25 de diciembre de 2000
Jn 1,1-18 (Misa del día)

NAVIDAD DIFERENTE

La luz brilla en las tinieblas.

Es cierto que la Navidad es una fiesta muy estropeada en nuestros días. Sin embargo, también hoy es posible vivir su verdadero contenido. Para ello es necesario —eso sí— reaccionar ante tanta frivolidad y atreverse a vivir estos días de manera diferente.
Lo primero es recuperar el origen auténtico de estas fiestas. Disfruta, descansa, celebra..., pero recuerda lo que festejamos: Dios no es ese ser distante y temible que a veces te imaginas. El verdadero Dios nos muestra su rostro en ese niño débil y vulnerable que sólo irradia paz y ternura. Alégrate y mucho estos días porque Dios es más cercano, más bueno y más entrañable que todas las imágenes tristes que tienes de él.
Probablemente estás ya enviando tus felicitaciones navideñas a los familiares, amigos y conocidos de siempre. Es bueno que quieras la felicidad de los que te rodean, pero puedes felicitar también a personas que no recibirán felicitación alguna o a alguien que este año vivirá una Navidad triste, pues recordará al ser querido ausente o perdido no hace mucho.
Las Navidades son días de buenos deseos e intercambio de regalos. Ten algún detalle con tus seres queridos, pero recuerda también a quienes estos días sentirán con más crudeza su soledad, su vejez, su enfermedad o su miseria. ¿Por qué este año no te sales de tu círculo de familiares y amigos y tienes un detalle con quienes realmente lo necesitan?
Es obligado estos días cuidar más el encuentro familiar y el clima hogareño de estas fiestas. No lo hagas por cumplimiento. Estrecha los lazos con los tuyos y busca el acercamiento y la reconciliación con aquellos de quienes te has distanciado.
Pronto comenzaremos el año con la mentira de siempre: «Año Nuevo, vida nueva». No es fácil renovar y cambiar nuestra trayectoria. Pero estrenas un año nuevo y siempre es posible el deseo de algo mejor. ¿Por qué no concretas estos días algo que puedes cambiar o mejorar este año?
Si tienes ya cierta edad, no te resultará fácil disfrutar del contenido entrañable de estas fiestas. Sólo lo conocerás si despiertas al niño que hay escondido en algún rincón de tu corazón. No te reprimas, acércate al portal de Belén y rézale al Niño Dios. No estás tan distanciado como parece.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
25 de diciembre de 1997
Jn 1,1-18 (Misa del día)

NIÑOS

Vino al mundo.

Hay llamadas que nos trabajan durante la Navidad, más allá incluso de nuestras convicciones religiosas personales. Como señala el teólogo y psicoterapeuta E. Drewermann, «entre los europeos, en ningún día del año nuestro deseo de paz y de protección es tan grande como en la víspera de Navidad».
En la raíz de todo está la imagen de un Dios que entra en nuestra vida haciéndose niño, es decir, un ser frágil e macaba- do que todavía no sabe decir ni hacer nada aparentemente valioso. Este hecho central de la fe cristiana ha convertido a la Navidad en símbolo y llamada a despertar en nosotros al «niño» que somos y al que apenas dejamos nacer.
Ser adultos: ésa ha sido la consigna. Y todos, de alguna manera, nos esforzamos por exhibir resultados, eficacia, certezas indiscutibles. Nos exigimos demasiado unos a otros: perfección, habilidad, inteligencia, rendimiento. Apenas comenzamos a crecer, aprendemos a tememos unos a otros más que a amar, que es lo único para lo que hemos nacido.
Queremos ser adultos libres, y terminamos esclavos de mil leves que. sin estar escritas en ninguna parte, son sagradas. No sabemos querernos, pero hemos de cuidar al máximo cómo vestirnos, cómo hablar y presentarnos ante los otros, cómo actuar «correctamente» según lo establecido, cómo dar buena imagen. Ahogamos la vida, y luego aprendemos a considerar como normal el vivir atados al deber diario, realizado sin amor ni ilusión alguna.
En el prólogo de su delicioso «Principito», A. Saint-Exupery dice que «todas las personas han sido antes niños, pero pocas lo recuerdan». La Navidad nos invita a despertar lo que queda en nosotros de ese «niño» que fuimos, capaces de admirar, acoger y amar de manera espontánea y con gozo el regalo de la vida diaria.
Siempre hay en nosotros un rincón olvidado en el que todavía no hemos dejado de ser niños. Somos frágiles y lo sabemos: necesitamos protección. No acertamos a vivir solos, y lo sabemos: necesitamos querer a alguien y que alguien nos quiera. Cometemos errores, y lo sabemos: necesitamos bendición. Este es el mensaje de la Navidad para todos: sólo salva el amor encarnado en la fragilidad de nuestra existencia. El creyente, por su parte, celebra estos días el fundamento y la raíz de esa verdad: sólo salva un Dios que ama infinitamente al ser humano y se encarna entre nosotros en ese Niño de Belén.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
25 de diciembre de 1994
Lc 2,1-14  (Misa de medianoche)

LA VERDAD DE UNAS FIESTAS

La luz brilla en la tiniebla.

No lo puedo evitar. La Navidad despierta en mí una sensación de malestar. Me disgusta la «presión consumista». No me siento bien ante la «obligación» de felicitar y de recibir felicitaciones. Algo se rebela dentro de mí. No quiero esa Navidad.
Pero no es mi intención hacer una crítica fácil del carácter cada vez más superficial de estas fiestas. Disfruto mucho felicitando a las personas amigas. Me gusta el descanso de estos días en el hogar. Es un regalo vivir de cerca la ilusión de los niños. En el fondo de esa «atmósfera» tan especial de la Navidad intuyo lo que los hombres y mujeres anhelan: amor, convivencia pacífica, felicidad, cobijo, amistad. Lo estropeamos de muchas maneras, pero no es difícil ver hacia dónde apunta el corazón humano.
La Navidad me sigue ayudando a captar mejor la verdad última de la existencia. Es posible que todos «creamos» más que cuanto decimos. Es fácil, sobre todo, que nuestro corazón ande buscando la salvación de Dios más de lo que admitimos teóricamente.
Nuestra vida está dominada por el Misterio. Nos atrae el bien; necesitamos felicidad total; estamos hechos para amar y ser amados. Buscamos «salvación» y sabemos que no está en nosotros. Podemos darle un nombre u otro. Llamarlo Dios o no llamarlo de ninguna manera. Pero el ser humano anda buscando un Salvador.
Desde esta clave puede uno aproximarse a la verdad de la Navidad cristiana. Al misterio, las religiones lo llaman «Dios». A Dios, la fe cristiana le pone un nombre: Amor. Podemos invocarlo con confianza. Dios acepta al ser humano, lo ama y lo salva.
Si, estos días, intuimos mejor la verdad que se encierra en el misterio de la vida, y confiamos más en la salvación última del ser humano, estamos «viviendo» la Navidad. Si, además, en el fondo de nuestro corazón se despierta, aunque sea tímidamente, la confianza en Dios y somos capaces de invocarlo: «Yo confío en tu misericordia, mi corazón se alegra con tu salvación» (Salmo 13), estamos celebrando la Navidad cristiana.
Estas fiestas seguirán «secuestradas» por nuestra superficialidad. Pasará la Navidad y todo seguirá como antes. Pero la verdad decisiva está ahí: Dios nos ha aceptado tal como somos, seres frágiles y mediocres. El conoce nuestra indigencia. Es nuestro Salvador.
Esa es la verdadera razón de la alegría navideña. Lo primero que se nos pide es vivir con alegría: «Os anuncio una gran alegría para todo el pueblo: os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador que es el Cristo Señor» (Lc 2, 11). Estar triste, incluso en Navidad, es fácil. La alegría, por el contrario, exige esfuerzo. Y la auténtica, sólo puede brotar de la confianza en Dios nuestro Salvador.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
25 de diciembre de 1991
Lc 2,1-14  (Misa de medianoche)

EXPERIENCIAS DE NAVIDAD

Vino al mundo.

Todos los años la misma sensación. Esa «atmósfera» especial hecha de villancicos, felicitaciones y frases piadosas. Ese clima de regalos, compras y cenas abundantes. Esa «obligación» de desearnos paz y felicidad.
¿Qué puede hacer uno en medio de estas fiestas reducidas a algo tan convencional? ¿Participar resignadamente en toda esa confusión disimulando los verdaderos sentimientos que lleva dentro? ¿Gritar la verdad de la Navidad cuando es entendida de manera cristiana?
A pesar de toda la frivolidad que parece haberse apoderado de estas fechas, es posible todavía captar en las fiestas navideñas algunas experiencias que permiten abrirnos a la verdad esencial de la Navidad.
Para comenzar, hay algo fácil de percibir en el sabor agridulce de estas fiestas. Detrás de tantos deseos de paz y felicidad, y de tanta ilusión navideña, no podemos eludir una sensación: los hombres hemos nacido para algo más. En el fondo, anhelamos una felicidad que no podemos construir con nuestras propias manos. ¿Dónde encontrarla?
Hay personas que, precisamente en estas fechas navideñas, sienten con más fuerza que nunca una realidad innegable: estamos solos. Podemos crear un clima muy hogareño o multiplicar cenas ruidosas, dentro de cada uno de nosotros hay siempre un mundo en el que estamos solos y adonde no puede acompañarnos ni la persona más querida. Pero, ¿es la soledad nuestro último destino?
Hay algo más. Vivimos volcados en lo inmediato, agarrándonos a lo que podemos tocar y comprobar, pero no podemos sustraernos al misterio. En la alegría más íntima, en la angustia más oscura, en el disfrute del amor más sublime, siempre hay un anhelo de algo más pleno y total. ¿Qué buscamos? ¿Dónde está nuestra última verdad?
La Navidad nos recuerda que el misterio domina nuestra existencia. En él se hunden nuestras raíces, hacia él se dirigen nuestros anhelos más profundos. Misterio que no se desvanece por mucho que crece la ciencia. Misterio que atrae y atemoriza, y al que los creyentes damos un nombre: Dios.
El hombre que acepta su existencia hasta el fondo está caminando hacia la fe. El que se abandona silenciosamente al misterio último de la vida no está lejos de Dios. El que lo invoca con confianza está ya abriéndose a él.
Lo propio del cristiano es que acoge el Misterio tal como se le ofrece encarnado en Jesús. Descubre con gozo que la vida no es vacío y soledad, que el misterio último de la existencia no es rechazo sino amor, que Dios no es amenaza sino amistad.
Cuando algo de esto se produce y sentimos a Dios como alguien cercano en el fondo de nuestro ser, encarnado en nuestra propia existencia, amigo fiel que desde Cristo nos acompaña hacia la salvación, en nosotros es Navidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
25 de diciembre de 1988
Lc 2,1-14  (Misa de medianoche)

NOCHEBUENA

Os ha nacido un Salvador.

Si nuestro corazón no ha quedado insensibilizado del todo por las mil preocupaciones, problemas o intereses que nos invaden día a día, es fácil que esta noche, al llegar al hogar, sintamos una sensación diferente, difícil de definir. Esta noche es Nochebuena.
¿Cómo podríamos llamar a “eso” que percibimos en nuestro interior? ¿Nostalgia? ¿Gozo? ¿Deseo de una inocencia perdida? ¿Necesidad de paz? ¿Anhelo de felicidad imposible?
No. Los problemas no han desaparecido. La paz sigue esta noche tan ausente de nuestro mundo como siempre. Los sufrimientos y conflictos están ahí, dentro de nuestro hogar y dentro de cada uno de nosotros.
Por eso se nos hace tan difícil esta noche celebrar la Nochebuena. Tenemos buenos motivos para no tener mucha confianza en ella.
Sin embargo, esta noche hay algo que parece querer brotar en nosotros. ¿Es sólo la nostalgia de unos recuerdos infantiles? ¿La evocación de unas costumbres religiosas que persisten en nuestra conciencia?
Tal vez, si nos escuchamos con un poco de atención, descubramos en nosotros la necesidad de una vida más gozosa, más limpia, más humana.
Navidad significa “nacimiento”. Pero los cristianos no celebramos solamente el nacimiento del Hijo de Dios en Belén. Esta noche cada uno de nosotros nos sentimos llamados a renacer.
De poco sirve celebrar que Cristo ha nacido hace dos mil años si nada nuevo nace hoy en nosotros. De poco sirve que se haya cantado la paz en Belén si dentro de nosotros no se despierta hoy el deseo de trabajar por la paz y la solidaridad entre los hombres.
Sobre todo, de poco me sirve a mí que la ternura y el amor de Dios se hayan manifestado a los hombres si yo hoy no soy capaz de escuchar, acoger y agradecer ese amor.
Tal vez lo primero que se me pide esta noche es creer en algo que me resulta difícil creer: Yo puedo nacer de nuevo. Mi vida puede ser mejor. El gozo puede brotar otra vez en el fondo de mi ser.
Basta mirar con fe sencilla “el misterio de Belén”. Dios es infinitamente mejor de lo que yo me creo. Más amigo, más fiel, más comprensivo, más cercano. El puede transformar mi persona. Puede salvar mi vida.
Esta noche puedo acoger sin miedo ese gozo que se despierta dentro de mí. Esta noche puedo atreverme a cantar con mis hijos pequeños esos ingenuos villancicos. Esta noche puedo mirar de manera diferente a los ojos de mi esposa. Esta noche puedo rezarle a Dios desde el fondo del corazón. Esta noche es Nochebuena.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
25 de diciembre de 1985
Lc 2,1-14  (Misa de medianoche)


PAZ EN LA TIERRA

Paz en la tierra a los hombres que Dios ama.

La vida del hombre está llena de conflictos, enfrentamientos violentos y mutua agresividad. Las relaciones entre los pueblos están salpicadas de guerras. Encontramos conflictos en las familias y grupos sociales. Lo detectamos en nuestra propia persona.
La falta de paz en el mundo es como una maldición implacable que se ha apoderado de la humanidad y amenaza con destruirla.
Ante los conflictos, los hombres tanto individualmente como colectivamente, tienen que hacer una opción: escoger el camino del diálogo, de la razón, del mutuo entendimiento o seguir los caminos de la violencia.
El hombre ha escogido casi siempre este segundo camino. Y a pesar de que todas las generaciones han ido experimentando el poder destructivo y absurdo que se encierra en la violencia, el hombre no ha sabido renunciar a ella.
Incluso, en nuestros días, en que siente con horror la amenaza de una posible aniquilación total de la vida sobre el planeta, parece que nada le puede detener en este camino de destrucción.
Desde estas tinieblas de violencia hemos de escuchar los creyentes el mensaje de Navidad: «Paz en la tierra a los hombres que ama el Señor». La paz firme, duradera y estable no se impondrá por las armas sino con el amor. La salvación del mundo no está en manos de las armas sino en manos de Dios.
Por eso nos atrevemos a celebrar una vez más la Navidad, pese a la angustia, la falta de paz y las guerras que siguen acosando al hombre y en vez de disminuir, siguen aumentando.
Navidad es una fiesta que no la hemos inventado ni hecho los hombres, sino que nos ha sido regalada por el mismo Dios. Este Niño es para nosotros el signo y la garantía de que Dios tiene la última palabra en la historia del mundo.
Cuando sentimos que las tinieblas del mal y la violencia crecen, los cristianos celebramos a este Niño como la única esperanza verdadera del mundo. Creemos que en este pequeño se encierra la fuerza salvadora de la humanidad.
Este día de Navidad se nos pide confiarnos a Dios. Creer en la fuerza del amor. Descubrirla en lo pequeño y humilde.
Cada uno de nosotros hemos de sentirnos llamados a llenar nuestro corazón de amor, no de violencia, de ternura, no de agresividad, de diálogo, no de guerra. Entonces podremos cantar también este año: «Gloria a Dios en los cielos y en la tierra paz a los hombres que ama Dios».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
25 de diciembre de 1982
Jn 1,1-18 (Misa del día)

RENACER

Y la Palabra se hizo carne.

La Navidad encierra un secreto profundo que, desgraciadamente, se les escapa a muchos de los que hoy celebrarán «algo», sin saber exactamente qué.
Muchos no pueden ni siquiera sospechar que la Navidad nos ofrece la clave para descifrar el misterio último de nuestra existencia.
Generación tras generación, los hombres han gritado angustiados sus preguntas más hondas. ¿Por qué tenemos que sufrir, si desde lo más íntimo de nuestro ser todo nos llama a la felicidad? ¿Por qué tanta humillación? ¿Por qué la muerte si hemos nacido para la vida?
Los hombres preguntaban. Y preguntaban a Dios porque, de alguna manera, cuando estamos buscando el sentido último de nuestro ser, estamos apuntando hacia él. Pero Dios parecía guardar un silencio impenetrable.
Ahora, en la Navidad, Dios ha hablado. Tenemos ya su respuesta. Pero Dios no nos ha hablado para decirnos palabras hermosas acerca del sufrimiento, ni para ofrecernos disquisiciones profundas sobre nuestra existencia.
Dios no nos ofrece palabras. No. «La Palabra de Dios se ha hecho carne». Es decir, Dios más que darnos explicaciones, ha querido sufrir en nuestra propia carne nuestros interrogantes, sufrimientos e impotencia.
Dios no da explicaciones sobre el sufrimiento, sino que sufre con nosotros. No responde al porqué de tanto dolor y humillación, sino que él mismo se humilla. Dios no responde con palabras al misterio de nuestra existencia, sino que nace para vivir él mismo nuestra aventura humana.
Ya no estamos perdidos en nuestra inmensa soledad. Ya no estamos sumergidos en pura tiniebla. El está con nosotros. Hay una luz. «Ya no estamos solitarios sino solidarios». (L. Boff). Dios comparte nuestra existencia.
Ahora todo cambia. Dios mismo ha entrado en nuestra vida. La creación está salvada. Es posible vivir con esperanza. Merece la pena ser hombre. Dios mismo comparte nuestra vida y con él podemos caminar hacia la plenitud.
Por eso, la Navidad es siempre para los creyentes una llamada a renacer. Una invitación a renacer a la alegría, la esperanza, la solidaridad, la fraternidad y la confianza total en el Padre.
Recordemos esta mañana de Navidad las palabras del poeta Angelus Silesius: «Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón, estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano».

José Antonio Pagola

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