lunes, 17 de diciembre de 2012

23/12/2012 - 4º domingo de Adviento (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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23 de diciembre de 2012

4º domingo de Adviento (C)



EVANGELIO

¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,39-45

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito.
- ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

Palabra de Dios.

HOMILIA


2012-2013 -
23 de diciembre de 2.012

MUJERES CREYENTES

Después de recibir la llamada de Dios, anunciándole que será madre del Mesías, María se pone en camino sola. Empieza para ella una vida nueva, al servicio de su Hijo Jesús. Marcha "aprisa", con decisión. Siente necesidad de compartir su alegría con su prima Isabel y de ponerse cuanto antes a su servicio en los últimos meses de embarazo.
El encuentro de las dos madres es una escena insólita. No están presentes los varones. Solo dos mujeres sencillas, sin ningún título ni relevancia en la religión judía. María, que lleva consigo a todas partes a Jesús, e Isabel que, llena del espíritu profético, se atreve a bendecir a su prima sin ser sacerdote.
María entra en casa de Zacarías, pero no se dirige a él. Va directamente a saludar a Isabel. Nada sabemos del contenido de su saludo. Solo que aquel saludo llena la casa de una alegría desbordante. Es la alegría que vive María desde que escuchó el saludo del Ángel: "Alégrate, llena de gracia".
Isabel no puede contener su sorpresa y su alegría. En cuanto oye el saludo de María, siente los movimientos de la criatura que lleva en su seno y los interpreta maternalmente  como "saltos de alegría".  Enseguida, bendice a María "a voz en grito" diciendo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre".
En ningún momento llama a María por su nombre. La contempla totalmente identificada con su misión: es la madre de su Señor. La ve como una mujer creyente en la que se irán cumpliendo los designios de Dios: "Dichosa porque has creído".
Lo que más le sorprende es la actuación de María. No ha venido a mostrar su dignidad de madre del Mesías. No está allí para ser servida sino para servir. Isabel no sale de su asombro. "¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?".
Son bastantes las mujeres que no viven con paz en el interior de la Iglesia. En algunas crece el desafecto y el malestar. Sufren al ver que, a pesar de ser las primeras colaboradoras en muchos campos, apenas se cuenta con ellas para pensar, decidir e impulsar la marcha de la Iglesia. Esta situación nos esta haciendo daño a todos.
El peso de una historia multisecular, controlada y dominada por el varón, nos impide tomar conciencia del empobrecimiento que significa para la Iglesia prescindir de una presencia más eficaz de la mujer. Nosotros no las escuchamos, pero Dios puede suscitar mujeres creyentes, llenas de espíritu profético, que nos contagien alegría y den a la Iglesia un rostro más humano. Serán una bendición. Nos enseñarán a seguir a Jesús con más pasión y fidelidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 -
20 de diciembre de 2.009

RASGOS DE MARÍA

La visita de María a Isabel le permite al evangelista Lucas poner en contacto al Bautista y a Jesús antes incluso de haber nacido. La escena está cargada de una atmósfera muy especial. Las dos van a ser madres. Las dos han sido llamadas a colaborar en el plan de Dios. No hay varones. Zacarías ha quedado mudo. José está sorprendentemente ausente. Las dos mujeres ocupan toda la escena.
María que ha llegado aprisa desde Nazaret se convierte en la figura central. Todo gira en torno a ella y a su Hijo. Su imagen brilla con unos rasgos más genuinos que muchos otros que le han sido añadidos posteriormente a partir de advocaciones y títulos más alejados del clima de los evangelios.
María, «la madre de mi Señor». Así lo proclama Isabel a gritos y llena del Espíritu Santo. Es cierto: para los seguidores de Jesús, María es, antes que nada, la Madre de nuestro Señor. Éste es el punto de partida de toda su grandeza. Los primeros cristianos nunca separan a María de Jesús. Son inseparables. «Bendecida por Dios entre todas las mujeres», ella nos ofrece a Jesús, «fruto bendito de su vientre».
María, la creyente. Isabel la declara dichosa porque «ha creído». María es grande no simplemente por su maternidad biológica, sino por haber acogido con fe la llamada de Dios a ser Madre del Salvador. Ha sabido escuchar a Dios; ha guardado su Palabra dentro de su corazón; la ha meditado; la ha puesto en práctica cumpliendo fielmente su vocación. María es Madre creyente.
María, la evangelizadora. María ofrece a todos la salvación de Dios que ha acogido en su propio Hijo. Ésa es su gran misión y su servicio. Según el relato, María evangeliza no sólo con sus gestos y palabras, sino porque allá a donde va lleva consigo la persona de Jesús y su Espíritu. Esto es lo esencial del acto evangelizador.
María, portadora de alegría. El saludo de María contagia la alegría que brota de su Hijo Jesús. Ella ha sido la primera  en escuchar la invitación de Dios: «Alégrate...el Señor está contigo». Ahora, desde una actitud de servicio y de ayuda a quienes la necesitan, María irradia la Buena Noticia de Jesús, el Cristo, al que siempre lleva consigo. Ella es para la Iglesia el mejor modelo de una evangelización gozosa.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
24 de diciembre de 2.006

MADRES CREYENTES

Dichosa tú que has creído.

La escena es conmovedora. La ha compuesto Lucas para crear la atmósfera de alegría, gozo profundo y alabanza que ha de acompañar al nacimiento de Jesús. La vida cambia cuando es vivida desde la fe. Acontecimientos como el embarazo o el nacimiento de un hijo cobran un sentido nuevo y profundo.
Todo sucede en una aldea desconocida, en la montaña de Judá. Dos mujeres embarazadas conversan sobre lo que están viviendo en lo íntimo de su corazón. No están presentes los varones. Ni siquiera José, que podía haber acompañado a su esposa. Son estas dos mujeres, llenas de fe y de Espíritu, quienes mejor captan lo que está sucediendo.
María saluda a Isabel. Le desea todo lo mejor. ahora que está esperando un hijo. Su saludo llena de paz y de gozo toda la casa. Hasta el niño que lleva Isabel en su vientre salta de alegría. María es portadora de salvación: es que lleva consigo a Jesús.
Hay muchas maneras de «saludar» y de acercarnos a las personas. María trae paz, alegría y bendición de Dios. Lucas recordará más tarde que era eso precisamente lo que su hijo Jesús pedía a sus seguidores: en cualquier casa que entréis, decid lo primero: Paz a esta casa.
Desbordada por la alegría, Isabel exclama: Bendita tú entre todas las mujeres y bendito e/fruto de tu vientre. Dios está siempre en el origen de la vida. Las madres, portadoras de vida, son mujeres «bendecidas» por el creador: el fruto de sus vientres es bendito. María es la «bendecida» por excelencia: con ella nos llega Jesús, la bendición de Dios al mundo.
Isabel termina exclamando: Dichosa tú, que has creído. María es feliz porque ha creído. Ahí está su grandeza e Isabel sabe valorarla. Estas dos madres nos invitan a vivir y celebrar desde la fe el misterio de la Navidad.
Feliz el pueblo donde hay madres creyentes, portadoras de vida, capaces de irradiar paz y alegría. Feliz la Iglesia donde hay mujeres bendecidas por Dios, mujeres felices que creen y transmiten la fe a sus hijos e hijas. Felices los hogares donde unas madres buenas enseñen a vivir con hondura la Navidad.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
21 de diciembre de 2.003

LA MENTIRÁ DE LA NAVIDAD

María se puso en camino.

Uno de los rasgos más tristes de nuestra sociedad contemporánea es la capacidad de vaciar de contenido y de verdad las fiestas y los acontecimientos más entrañables. Y la Navidad es sin duda una de las fiestas más estropeadas por el hombre de hoy. Unas fiestas de significado profundo para los creyentes, son celebradas hoy entre nosotros, sin que apenas se conozca su motivación original y su verdadero contenido. Por eso, puede ser bueno, aunque resulte duro, el denunciar humildemente, pero con lucidez, la mentira inmensa de nuestra Navidad.
Es mentira creer en un Dios que se ha hecho solidario de la humanidad y, al mismo tiempo, organizarse la Navidad y la vida entera de manera individualista y egoísta, ajenos totalmente a los problemas de los demás.
Es mentira creer que Dios se ha hecho hombre buscando la liberación plena de la humanidad, y no esforzarse por ser más humano cada día y trabajar por un mundo más justo y más liberado.
Es mentira creer que Dios ha querido compartir nuestra vida para restaurar todo lo humano, y, al mismo tiempo, colaborar en la deshumanización de nuestra sociedad, atentando de alguna manera contra la dignidad de la persona y los derechos de cada hombre.
Es mentira creer en un Dios que se ha entregado hasta la muerte por defender y salvar al hombre y, al mismo tiempo, pasarse la vida sin hacer nada por nadie.
Es mentira enviar felicitaciones a los familiares y amigos, y desear un feliz año nuevo, y, al mismo tiempo, no hacer nada por lograr un mundo más feliz para todos.
Es mentira cantar y celebrar la paz en estas fiestas navideñas, y no hacer nada porque desaparezcan las causas de los conflictos y quede desterrada la violencia de nuestra sociedad.
Es mentira hacer regalos a nuestros hijos, familiares y amigos, y no saber regalarles nuestra cercanía, nuestra comprensión, nuestra ayuda gratuita.
Es mentira aprovechar la Navidad como una ocasión para realizar gestos tranquilizantes de «caridad», y vivir luego sosteniendo una sociedad clasista cuyas diferencias e injusticias se hacen más palpables durante estas fechas.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
24 de diciembre de 2.000

LA ALEGRÍA DE VIVIR

Alégrate... el Señor está contigo.

No es fácil la alegría. Nunca lo ha sido, tampoco hoy. Los sociólogos de la salud que analizan la epidemia moderna del pesimismo y depresión, piensan que estamos pasando de la era de la ansiedad a la de la melancolía. Ya no vivimos tan ansiosos por satisfacer nuestros deseos, pero no encontramos descanso en nada. Nos falta algo para alimentar la alegría de vivir y no sabemos qué.
No hemos de confundir la alegría con el sentido del humor. Saber reírse de uno mismo y de los sinsabores de la vida con ternura y piedad hace bien. El humor se niega a que el sufrimiento y la frustración se impongan. Por eso, el humor ayuda a mantener la alegría, pero la alegría es otra cosa.
Tampoco hemos de identificarla con el optimismo que es la inclinación a esperar siempre lo mejor. Ser optimista no es verlo todo de color de rosa. No es sustituir la esperanza alimentando ilusiones baratas. El optimista lee la vida de manera positiva y esto es bueno. No olvidemos que no son los hechos los que, por lo general, nos hacen sufrir, sino nuestro modo de interpretarlos y vivirlos. Pero tampoco el optimismo es la alegría.
La alegría nace de lo más hondo de la persona y la impregna por entero. Da un brillo especial y una luz nueva a la existencia. Hace vivir con una confianza básica. Lleva a la persona a darse, abrirse, abrazar. El que vive con alegría no es indiferente a los sufrimientos de los demás. El dolor no le incomoda, le conmueve.
La auténtica alegría no se fabrica desde fuera, introduciendo en nuestra vida diversión o entretenimientos. Brota del interior. En realidad, la alegría emerge cuando aprendemos a vivir en la verdad y el amor. La alegría es el mejor signo de una vida vivida de manera sana desde su raíz.
Los creyentes dicen con frecuencia que Dios es fuente de alegría. Y es así. Pero sólo cuando se le percibe no como alguien que está ahí amargándonos la existencia, sino invitándonos a vivir. Sólo entonces se puede vivir la vida de manera confiada y no resentida. Sólo entonces experimenta el creyente la alegría de vivir.
En el pórtico de la Navidad se nos invita a escuchar las mismas palabras que María: «Alégrate, el Señor está contigo». No es sólo una invitación a vivir unas fiestas dichosas. Es algo más. La alegría es más fácil cuando uno sabe que no está solo, perdido en la vida. Navidad es el anuncio de esta gran noticia: ningún ser humano está solo. A todos nos acompaña Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
21 de diciembre de 1.997

CREER DE OTRA MANERA

¡Dichosa tú, que has creído!

Estamos viviendo unos tiempos en que, cada vez más, el único modo de poder creer de verdad va a ser para muchos aprender a creer de otra manera. Ya J. H. Newman anunció esta situación cuando advertía que una fe pasiva, heredada y no repensada acabaría entre las personas cultas en indiferencia, y entre las personas sencillas en superstición. Son muchas las cosas a pensar con más rigor, pero, tal vez, lo primero es aclarar algunos aspectos esenciales de la fe.
La fe es siempre una experiencia personal. No basta creer en lo que otros nos hablan o predican de Dios. Cada uno sólo cree, en definitiva, lo que de verdad cree en el fondo de su corazón ante Dios, no lo que oye decir a otros. Para creer en Dios es necesario pasar de una fe pasiva, infantil, heredada, a una fe más propia y personal. Ésta es la primera pregunta: ¿Yo creo en Dios, o en aquellos que me hablan de Él?
En la fe no todo es igual. Hay que saber diferenciar lo que es esencial y lo que es accesorio, y, después de veinte siglos, hay mucho de accesorio en el cristianismo actual. La fe del que confía de verdad en Dios está más allá de las palabras, las discusiones morales y las normas eclesiásticas. Lo que define a un cristiano no es el ser virtuoso u observante, sino el vivir confiando en un Dios cercano por el que se siente amado sin condiciones. Ésta puede ser la segunda pregunta: ¿,Confío en Dios o me quedo atrapado en otras cuestiones secundarias?
En la fe lo importante no es afirmar que uno cree en Dios, sino saber en qué Dios cree. Nada es más decisivo que la idea que cada uno se hace de Dios. Si creo en un Dios autoritario y justiciero, terminaré tratando de dominar y juzgar a todos. Si creo en un Dios que es amor y perdón, viviré amando y perdonando. Ésta puede ser la pregunta: ¿En qué Dios creo yo: en un Dios que responde a mis ambiciones e intereses o en el Dios vivo revelado en Jesucristo?
La fe, por otra parte, no es una especie de «capital» que recibimos en el bautismo y del que podemos disponer para el resto de la vida. La fe es una actitud viva que nos mantiene atentos a Dios, abiertos cada día a su misterio de cercanía y de amor a cada ser humano.
María es el mejor modelo de esta fe viva y confiada. La mujer que sabe escuchar a Dios en el fondo de su corazón y vive abierta a sus designios de salvación. Su prima Isabel la alaba con estas palabras memorables: «¡Dichosa tú que has creído!» Dichoso también tú si aprendes a creer. Es lo mejor que te puede suceder en la vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
18 de diciembre de 1.994

SOCIEDAD DE ADICTOS

Dichosa tú que has creído.

Hay quien piensa que se está cumpliendo a la perfección lo que escribía hace unos años J.P. Sartre: «El hombre es el ser que manifiesta su libertad eligiendo sus esclavitudes.» De hecho, en las sociedades que se consideran más liberadas, las gentes van cayendo en dependencias y adicciones cada vez más graves.
La plaga de la drogadicción no se detiene; se estudian las causas, se proponen medidas, pero la situación se agrava. El alcoholismo sigue creciendo; según las estadísticas, afecta ya a más de dos millones de españoles. Se estima que son más de trescientos mil los esclavos del juego patológico. Nadie puede calcular los efectos de la «teleadicción». Los observadores comienzan a hablar de una «cultura adicta».
La adicción se produce cuando el individuo se siente arrastrado a hacer algo, a pesar de que le resulta dañoso. Es su único recurso para superar ciertos problemas u obtener un efecto gratificante. Llega un momento en que no puede vivir sin su «droga». Algunos Llega un momento en que no puede vivir sin su «droga». Algunos necesitan del alcohol para superar sus miedos y enfrentarse a la vida; otros acuden a la cocaína para afirmar su personalidad; muchos se agarran al televisor para soportar el aburrimiento.
Las drogas, en realidad, no son el problema. Como advierte J. A. Marina, con su habitual perspicacia, las drogas son «una mala solución» a un problema previo. La raíz de tantas conductas adictivas está, en buena parte, en la inconsistencia interior, la vulnerabilidad de la persona, su incapacidad para enfrentarse a la vida con sentido. Castilla del Pino diría que se trata de estrategias de «apuntalamiento» de un yo frágil.
El adicto busca una solución rápida y fácil a sus problemas. Trata de resolverlos con el alcohol, las drogas, los tranquilizantes, la actividad frenética o el televisor. Ello le ayuda a soportar las situaciones sin necesidad de afrontarlas de raíz. Ahí está el engaño. El que vive de la adicción busca cambiar su estado de ánimo, pero no hace nada por orientar su vida de manera más sana.
El verdadero bienestar de la persona no se alcanza por esos «atajos vertiginosos». El camino es más largo. Es necesario cuidar mejor todas las dimensiones de la persona, alimentar la vida interior, vivir con más lucidez y sentido.
Naturalmente, hay adicciones graves y leves. Pero una «cultura adicta» nos puede conducir fácilmente a errar gravemente el camino. En este contexto, la fe en Dios vivida como sentido, esperanza y estímulo de una vida más humana, no es algo superfluo. También hoy se podría decir, recordando las palabras de Isabel a María: «Feliz tú si crees».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
22 de diciembre de 1.991

FELIZ EL QUE CREE

Dichosa ti que has creído.

B. Pascal se atrevió a decir que «nadie es tan feliz como un cristiano auténtico». Pero, ¿quién puede creer hoy realmente esto? La inmensa mayoría piensa más bien que la fe poco tiene que ver con la felicidad. En todo caso, habría que relacionarla con una salvación futura y eterna que queda lejos todavía, pero no con esa felicidad concreta de cada día que ahora mismo nos interesa.
Más aún. Son bastantes los que piensan que la religión es un estorbo para vivir la vida de manera intensa y espontánea, pues empequeñece a la persona y mata el gozo de vivir. Además, ¿por qué iba a preocuparse un creyente de ser feliz? Vivir como creyente, ¿no es fastidiarse siempre más que los demás? ¿No es seguir un camino de renuncia y abnegación? ¿No es, en definitiva, privarnos de felicidad?
Lo cierto es que los cristianos no parecen mostrar con su manera de ser y de vivir que la fe encierre una fuerza decisiva para enfrentarse a la vida con dicha y plenitud interior. Muchos nos ven más bien como F. Nietszche al que los creyentes le daban la impresión de ser «personas más encadenadas que liberadas por Dios».
¿Qué ha sucedido? ¿Por qué se habla tan poco de la felicidad en las iglesias? ¿Por qué muchos cristianos no descubren a Dios como el mejor amigo de su vida?
Como ocurre tantas veces, parece que también en el cristianismo se ha perdido la experiencia original que al comienzo lo vivificaba y animaba todo. Al enfriarse aquella primera experiencia y acumularse luego otras capas ideológicas y otros códigos y esquemas religiosos, a veces bastante extraños al evangelio, la alegría cristiana se ftie oscureciendo.
¿Cuántos sospechan hoy que lo primero que uno escucha cuando se acerca a Jesucristo es una llamada a ser feliz y a hacer un mundo más dichoso?
¿Cuántos pueden pensar que lo que Jesús ofrece es un camino por el que podemos descubrir una alegría diferente que puede transformar desde ahora nuestra vida?
¿Cuántos creen que Dios busca sólo y exclusivamente nuestro bien y felicidad, que no es un ser celoso que sufre al vernos disfrutar, sino alguien que nos quiere desde ahora gozosos y felices?
Estoy convencido de que una persona está a punto de tomar en serio a Jesucristo cuando intuye que en él puede encontrar lo que todavía le falta para ser feliz con una felicidad más plena y verdadera.
El saludo a María: «Feliz tú que has creído» puede extenderse, de alguna manera, a todo verdadero creyente. A pesar de todas las incoherencias y de toda la infidelidad que habita nuestras vidas mediocres, feliz también hoy el que cree en el fondo de su corazón.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
18 de diciembre de 1.988

¿COMO CELEBRAR LA NAVIDAD?

Dichosa tú que has creído.

Más de uno, al acercarse estas fiestas navideñas, nos preguntamos si es posible vivir hoy la Navidad cristiana en medio de este ambiente tan superficial y manipulado que se respira estos días entre nosotros.
A mi entender, sería una equivocación encerrarnos en la nostalgia de navidades pasadas, de recuerdos entrañables. Es mejor preguntarnos cómo vivir hoy con un poco de hondura y desde su verdadera raíz la Navidad cristiana. Porque también hoy se puede celebrar con gozo el misterio de un Dios cercano a los hombres.
Cuando las calles se llenan de estrellas que no orientan a nadie hacia Belén y se encienden toda clase de luces que no conducen hacia Aquel que ha venido a iluminar nuestras tinieblas, el creyente, en medio de esta sociedad poblada de “símbolos vacíos”, puede abrir su corazón a ese Dios que ilumina de manera nueva nuestra existencia.
Cuando entre nosotros se cruzan toda clase de felicitaciones y deseos de prosperidad, nacidos, con frecuencia, del mero compromiso por cumplir con un rito social, el creyente sabe que este Dios nacido para salvar al hombre nos urge a todos a poner nuestra pequeña colaboración por construir día a día a nuestro alrededor un mundo más feliz y más humano.
Cuando estos días escuchamos villancicos y cantos navideños que nos hablan de paz, en una tierra donde la violencia sigue llenando de muerte los hogares, un creyente sabe que sólo puede sentirse en paz si hace lo posible por promover un clima de no-violencia, de diálogo y reconciliación.
Cuando estos días las gentes corren a comprar para abastecer sus hogares y poder crear un clima de fiesta y jolgorio, un creyente recuerda que este Dios solidario de los hombres nos debería hacer correr más bien hacia los que estos días sentirán con más dureza su soledad y llorarán con más amargura sus problemas.
Son días en los que un creyente puede hacerse muchas preguntas. Dios ha bajado a lo profundo de nuestra existencia, ¿por qué la vida nos sigue pareciendo tan vacía? Dios ha venido a habitar el corazón de los hombres, ¿por qué sentimos un vacío interior tan insoportable? Dios ha querido hacerse presente entre nosotros, ¿por qué está tan ausente en nuestras relaciones?
Tal vez, la manera mejor de vivir la Navidad sea empezar por pedir a Dios esa sencillez y simplicidad de corazón que nos permitan descubrir, incluso en el fondo de estas fiestas tan estropeadas, un Dios entrañable que sigue estando cerca también hoy de todos nosotros aunque no sepamos ni celebrar su venida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
22 de diciembre de 1.986

ACOMPAÑAR A VIVIR

Se puso en camino...

Uno de los rasgos más característicos del amor cristiano es saber acudir junto a quien puede estar necesitando nuestra presencia.
Ese es el primer gesto de María después de acoger con fe la misión de ser madre del Salvador. Ponerse en camino y marchar aprisa junto a otra mujer que necesita en estos momentos su cercanía.
Hay una manera de amar que debemos recuperar en nuestros días y que consiste en «acompañar a vivir» a quien se encuentra hundido en la soledad, bloqueado por la depresión, atrapado por la enfermedad o sencillamente vacío de toda alegría y esperanza de vida.
Estamos consolidando entre todos una sociedad hecha sólo para los fuertes, los agraciados, los jóvenes, los sanos y los que son capaces de gozar y disfrutar de la vida.
Estamos fomentando así lo que alguien ha llamado «el segregarismo social» (J. Moltmann). Reunimos a los niños en las guarderías, instalamos a los enfermos en las clínicas y hospitales, guardamos a nuestros ancianos en asilos y residencias, encerramos a los delincuentes en las cárceles y ponemos a los drogadictos bajo vigilancia...
Así, todo nos parece que está en orden. Cada uno recibirá allí la atención que necesita, y los demás nos podremos dedicar con más tranquilidad a trabajar y disfrutar de la vida sin ser molestados.
Entonces procuramos rodearnos de personas simpáticas y sin problemas que no pongan en peligro nuestro bienestar, convertimos la amistad y el amor en un intercambio mutuo de favores, y logramos vivir «bastante satisfechos».
Sólo que así no es posible experimentar la alegría de contagiar y dar vida. Se explica que muchos, aun habiendo logrado un nivel elevado de bienestar y tranquilidad, tengan la impresión de que viven sin vivir y que la vida se les escapa aburridamente de entre las manos.
El que cree en la encarnación de un Dios que ha querido compartir nuestra vida y acompañarnos en nuestra indigencia, se siente llamado a vivir de otra manera.
No se trata de hacer «cosas grandes». Quizás sencillamente ofrecer nuestra amistad a ese vecino hundido en la soledad y la desconfianza, estar cerca de ese joven que sufre depresión nerviosa, tener paciencia con ese anciano que busca ser escuchado por alguien, estar junto a esos padres que tienen a su hijo en la cárcel, alegrar el rostro de ese niño solitario marcado por la separación de sus padres.
Este amor que nos hace tomar parte en las cargas y el peso que tiene que soportar el hermano es un amor «salvador», pues libera de la soledad e introduce una esperanza y alegría nueva en quien sufre, pero se siente acompañado en su dolor.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
19 de diciembre de 1.982

LA MENTIRA DE LA NAVIDAD

María se puso en camino.

Uno de los rasgos más tristes de nuestra sociedad contemporánea es la capacidad de vaciar de contenido y de verdad las fiestas y los acontecimientos más entrañables.
Y la Navidad es sin duda una de las fiestas más estropeadas por el hombre de hoy. Unas fiestas de significado profundo para los creyentes, son celebradas hoy entre nosotros, sin que apenas se conozca su motivación original y su verdadero contenido.
Por eso, puede ser bueno, aunque resulte duro, el denunciar humildemente, pero con lucidez, la mentira inmensa de nuestra Navidad.
Es mentira creer en un Dios que se ha hecho solidario de la humanidad y, al mismo tiempo, organizarse la Navidad y la vida entera de manera individualista y egoísta, ajenos totalmente a los problemas de los demás.
Es mentira creer que Dios se ha hecho hombre buscando la liberación plena de la humanidad, y no esforzarse por ser más hombre cada día y trabajar por un mundo más humano y más liberado.
Es mentira creer que Dios ha querido compartir nuestra vida para restaurar todo lo humano, y, al mismo tiempo, colaborar en la deshumanización de nuestra sociedad, atentando de alguna manera contra la dignidad de la persona y los derechos de cada hombre.
Es mentira creer en un Dios que se ha entregado hasta la muerte por defender y salvar al hombre y, al mismo tiempo, pasarse la vida sin hacer nada por nadie.
Es mentira enviar felicitaciones a los familiares y amigos, y desear un feliz año nuevo, y, al mismo tiempo, no hacer nada por lograr un mundo ms feliz para todos.
Es mentira cantar y celebrar la paz en estas fiestas navideñas, y no hacer nada porque desaparezcan las causas de los conflictos y quede desterrada la violencia de nuestra sociedad.
Es mentira hacer regalos a nuestros hijos, nuestros familiares y amigos, y no saber regalarles nuestra cercanía, nuestra comprensión, nuestra ayuda gratuita.
Es mentira aprovechar la Navidad como una ocasión para realizar gestos tranquilizantes de «caridad», y vivir luego sosteniendo una sociedad clasista cuyas diferencias e injusticias se hacen ms palpables durante estas fechas.

José Antonio Pagola

HOMILIA

PARA SABER “ALGO” DE LA NAVIDAD

Está tan desfigurada que parece casi imposible hoy ayudar a alguien a comprender el misterio que encierra la Navidad. Tal vez hay un camino, pero lo ha de recorrer cada uno. No consiste en entender grandes explicaciones teológicas sino en vivir una experiencia interior diferente.
 Lo primero es prepararse. Las grandes experiencias de la vida son un regalo pero, de ordinario, sólo las viven aquellos que están dispuestos a recibirlas. Para vivir la experiencia de la Navidad hay que prepararse por dentro. ¿Quieres tú conocer el misterio de la Navidad?
 Si es así, ten valor para quedarte solo contigo mismo durante un rato. Busca un lugar tranquilo y sosegado. Si lo consigues, piensa un poco cómo quieres vivir estos días. ¿No podrías ser en estas fiestas un poco más paciente y cariñoso, más amable y generoso? ¿No sería ése el mejor regalo que puedes hacer a quienes te rodean?
 Pero no te quedes sólo en eso. Escúchate a ti mismo. Acércate silenciosamente a lo más íntimo de tu ser. Es fácil que experimentes una sensación tremenda: qué solo estás en la vida; qué lejos están todas esas personas que te rodean y a las que te sientes unido por el amor. Te quieren mucho, pero están fuera de ti.
 Sigue en silencio. Tal vez sientas una impresión extraña: tú vives porque estás enraizado en una realidad inmensa y desconocida. ¿De dónde te llega la vida? ¿Qué hay en el fondo de tu ser? Si eres capaz de “aguantar” un poco más el silencio, probablemente empieces a sentir temor y, al mismo tiempo, paz. Estás ante el misterio último de tu ser. Los creyentes lo llaman Dios.
 Abandónate a ese misterio con confianza. Dios te parece inmenso y lejano. Pero si te abres a él, lo sentirás cercano. Dios está en ti sosteniendo tu fragilidad y haciéndote vivir. No es como las personas que te quieren desde fuera. Dios está en tu mismo ser.
 Según K. Rahner, “esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre”. Ya nunca estarás sólo. Nadie está solo. En todos nosotros está Dios. Ahora sabes “algo” de la Navidad. Puedes celebrarla, disfrutar y felicitar. Puedes gozar con los tuyos y ser más generoso con los que sufren y viven tristes.

José Antonio Pagola

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