lunes, 26 de noviembre de 2012

02/12/2012 - 1º domingo de Adviento (C)

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Homilias de José Antonio Pagola

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2 de diciembre de 2012

1º domingo de Adviento (C)




EVANGELIO

Se acerca vuestra liberación.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 21,25-28.34-36

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2012-2013 -
2 de diciembre de 2012

INDIGNACIÓN Y ESPERANZA

Una convicción indestructible sostiene desde sus inicios la fe de los seguidores de Jesús: alentada por Dios, la historia humana se encamina hacia su liberación definitiva. Las contradicciones insoportables del ser humano y los horrores que se cometen en todas las épocas no han de destruir nuestra esperanza.
Este mundo que nos sostiene no es definitivo. Un día la creación entera dará "signos" de que ha llegado a su final para dar paso a una vida nueva y liberada que ninguno de nosotros puede imaginar ni comprender.
Los evangelios recogen el recuerdo de una reflexión de Jesús sobre este final de los tiempos. Paradójicamente, su atención no se concentra en los "acontecimientos cósmicos" que se puedan producir en aquel momento. Su principal objetivo es proponer a sus seguidores un estilo de vivir con lucidez ante ese horizonte.
El final de la historia no es el caos, la destrucción de la vida, la muerte total. Lentamente, en medio de luces y tinieblas, escuchando las llamadas de nuestro corazón o desoyendo lo mejor que hay en nosotros, vamos caminando hacia el misterio último de la realidad que los creyentes llamamos "Dios".
No hemos de vivir atrapados por el miedo o la ansiedad. El "último día" no es un día de ira y de venganza, sino de liberación. Lucas resume el pensamiento de Jesús con estas palabras admirables: "Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación". Solo entonces conoceremos de verdad cómo ama Dios al mundo.
Hemos de reavivar nuestra confianza, levantar el ánimo y despertar la esperanza. Un día los poderes financieros se hundirán. La insensatez de los poderosos se acabará. Las víctimas de tantas guerras, crímenes y genocidios conocerán la vida. Nuestros esfuerzos por un mundo más humano no se perderán para siempre.
Jesús se esfuerza por sacudir las conciencias de sus seguidores. "Tened cuidado: que no se os embote la mente". No viváis como imbéciles. No os dejéis arrastrar por la frivolidad y los excesos. Mantened viva la indignación. "Estad siempre despiertos". No os relajéis. Vivid con lucidez y responsabilidad. No os canséis. Mantened siempre la tensión.
¿Cómo estamos viviendo estos tiempos difíciles para casi todos, angustiosos para muchos, y crueles para quienes se hunden en la impotencia? ¿Estamos despiertos? ¿Vivimos dormidos? Desde las comunidades cristianas hemos de alentar la indignación y la esperanza. Y solo hay un camino: estar junto a los que se están quedando sin nada, hundidos en la desesperanza, la rabia y la humillación.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 -
29 de noviembre de 2009

ESTAD SIEMPRE DESPIERTOS

Los discursos apocalípticos recogidos en los evangelios reflejan los miedos y la incertidumbre de aquellas primeras comunidades cristianas, frágiles y vulnerables, que vivían en medio del vasto Imperio romano, entre conflictos y persecuciones, con un futuro incierto, sin saber cuándo llegaría Jesús, su amado Señor.
También las exhortaciones de esos discursos representan, en buena parte, las exhortaciones que se hacían unos a otros aquellos cristianos recordando el mensaje de Jesús. Esa llamada a vivir despiertos  cuidando la oración y la confianza son un rasgo original y característico de su Evangelio y de su oración.
Por eso, las palabras que escuchamos hoy, después de muchos siglos, no están dirigidas a otros destinatarios. Son llamadas que hemos de escuchar los que vivimos ahora en la Iglesia de Jesús en medio de las dificultades e incertidumbres de estos tiempos.
La Iglesia actual marcha a veces como una anciana "encorvada" por el peso de los siglos, las luchas y trabajos del pasado. "Con la cabeza baja", consciente de sus errores y pecados, sin poder mostrar con orgullo la gloria y el poder de otros tiempos.
Es el momento de escuchar la llamada que Jesús nos hace a todos.
«Levantaos», animaos unos a otros. «Alzad la cabeza» con confianza. No miréis al futuro solo desde vuestros cálculos y previsiones. « Se acerca vuestra liberación». Un día ya no viviréis encorvados, oprimidos ni tentados por el desaliento. Jesucristo es vuestro Liberador.
Pero hay maneras de vivir que impiden a muchos caminar con la cabeza levantada  confiando en esa liberación definitiva. Por eso, «tened cuidado de que no se os embote la mente». No os acostumbréis a vivir con un corazón insensible y endurecido, buscando llenar vuestra vida de bienestar y placer, de espaldas al Padre del Cielo y a sus hijos  que sufren en la tierra. Ese estilo de vida os hará cada vez menos humanos.
«Estad siempre despiertos». Despertad la fe en vuestras comunidades. Estad más atentos a mi Evangelio. Cuidad mejor mi presencia en medio de vosotros. No seáis comunidades dormidas. Vivid «pidiendo fuerza». ¿Cómo seguiremos los pasos de Jesús si el Padre no nos sostiene? ¿Cómo podremos «mantenernos en pie ante el Hijo del Hombre»?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
3 de diciembre de 2006

ALZAD LA CABEZA

Alzad la cabeza.

Nadie conoce su final. Nadie conoce tampoco el final del mundo. ¿En qué va a terminar todo esto?, ¿qué nos espera a todos y a cada uno de nosotros?, ¿qué va a ser de nuestros esfuerzos y trabajos, de nuestros anhelos y aspiraciones?
Cuando Lucas iba copiando del evangelio de Marcos el discurso de Jesús sobre el Final, no se fijó demasiado en los «cataclismos cósmicos». Todos los escritos apocalípticos hablaban así. El pensó enseguida en lo que nos pasa a las personas cuando todo se hunde bajo nuestros pies y se tambalea lo que, de ordinario, nos da seguridad.
Probablemente, todos conocemos en nuestra propia vida momentos de crisis en los que no sabemos qué hacer ni a quién acudir. Situaciones en las que podemos sentir miedo e incluso angustia porque nos quedamos sin seguridad y sin aliento. Al final, ¿qué es la vida?, ¿en quién podemos confiar? Según Lucas, algo de esto le pasará un día al mundo. Por eso, nos ofrece algunas consignas para aprender a vivir con lucidez cristiana.
Alzad la cabeza. Es lo primero. No vivir encogidos y cabizbajos, encerrados en nuestros miedos y tristezas. Levantar la mirada; ampliar el horizonte. La «Vida» es más que esta vida. Se acerca vuestra liberación. Un día sabremos lo que es una vida liberada, justa, gozosa.
Tened cuidado de que no se os embote la mente. Es nuestro gran riesgo: vivir atrapados por las cosas, preocupados sólo por el dinero, el bienestar y la buena vida. Terminar viviendo de manera rutinaria, frívola y vulgar. Demasiado aturdidos y vacíos como para «entender» algo del verdadero sentido de la vida.
Estad siempre despiertos. No vivir dormidos. Despertar nuestra vida interior. En ninguna parte vamos a encontrar luz, paz, impulso nuevo para vivir, si no lo encontramos dentro de nosotros.
Pidiendo fuerza. Es nuestro problema: no tenemos fuerza para ser libres, para tener criterio propio, para cuidar nuestra fe o para cambiar nuestra vida. ¿Qué haremos si, además, dejamos de comunicarnos con Dios?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
30 de noviembre de 2003

VIVIR DESPIERTOS

Estad siempre despiertos.

Jesús no se dedicó a explicar una doctrina religiosa para que sus discípulos la aprendieran correctamente y la difundieran luego en todas partes. No era éste su objetivo. Él les hablaba de un «acontecimiento» que estaba ya sucediendo: «Dios se está introduciendo en el mundo. Quiere que las cosas cambien. Sólo busca que la vida sea más digna y feliz para todos».
Jesús le llamaba a esto el «Reino de Dios». Hay que estar muy atentos a su venida. Hay que vivir despiertos: abrir bien los ojos del corazón; desear ardientemente que el mundo cambie; creer en esta buena noticia que tarda tanto en hacerse realidad plena; cambiar de manera de pensar y de actuar; vivir buscando y acogiendo el «Reino de Dios».
No es extraño que, a lo largo del evangelio, escuchemos tantas veces su llamada insistente: «vigilad», «estad atentos a su venida», «vivid despiertos». Es la primera actitud del que se decide a vivir la vida como la vivió Jesús. Lo primero que hemos de cuidar para seguir sus pasos.
«Vivir despiertos» significa no caer en el escepticismo y la indiferencia ante la marcha del mundo. No dejar que nuestro corazón se endurezca. No quedarnos sólo en quejas, críticas y condenas. Despertar activamente la esperanza.
«Vivir despiertos» significa vivir de manera más lúcida, sin dejamos arrastrar por la insensatez que, a veces, parece invadirlo todo. Atrevemos a ser diferentes. No dejar que se apague en nosotros el deseo de buscar el bien para todos.
«Vivir despiertos» significa vivir con pasión la pequeña aventura de cada día. No desentendernos de quien nos necesita. Seguir haciendo esos «pequeños gestos» que, aparentemente, no sirven para nada, pero sostienen la esperanza de las personas y hacen la vida un poco más amable.
«Vivir despiertos» significa despertar nuestra fe. Buscarle a Dios en la vida y desde la vida. Intuirlo muy cerca de cada persona. Descubrirlo atrayéndonos a todos hacia la felicidad. Vivir, no sólo de nuestros pequeños proyectos, sino atentos al proyecto de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
3 de diciembre de 2000

CUIDAR LA ESPERANZA

Alzad la cabeza.

Todos vivimos con la mirada puesta en el futuro. Siempre pensando en lo que nos espera. No sólo eso. En el fondo, casi todos andamos buscando «algo mejor», una seguridad, un bienestar mayor. Queremos que todo nos vaya bien y, si es posible, que nos vaya mejor. Es esa confianza básica la que nos sostiene en el trabajo y los esfuerzos de cada día. Por eso, cuando la esperanza se apaga, se apaga también la vida. La persona ya no crece, no busca, no lucha. Al contrario, se empequeñece, se hunde, se deja llevar por los acontecimientos. Si se pierde la esperanza, se pierde todo. Por eso, lo primero que hay que cuidar siempre en el corazón de la persona, en el seno de la sociedad o en la relación con Dios es la esperanza.
La esperanza no consiste en la reacción eufórica y optimista de un momento. Es más bien un estilo de vida, una manera de afrontar el futuro de forma positiva y confiada, sin dejarnos atrapar por el derrotismo. El futuro puede ser más o menos favorable, pero lo propio del hombre de esperanza es su actitud positiva, su deseo de vivir y de luchar, su postura decidida y confiada. No siempre es fácil. La esperanza hay que trabajarla.
Lo primero es mirar hacia adelante. No quedarse en lo que ya pasó. No vivir sólo de recuerdos y nostalgias. No quedarse añorando un pasado tal vez más dichoso, más seguro o menos problemático. Es ahora cuando hemos de vivir afrontando el futuro de manera positiva y esperanzada.
La esperanza no es una actitud pasiva, es un estímulo que impulsa a la acción. Quien vive animado por la esperanza no cae en la pasividad. Al contrario, se esfuerza por transformar la realidad y hacerla mejor. Quien vive con esperanza es realista, asume los problemas y las dificultades, pero lo hace de manera creativa dando pasos, buscando soluciones y contagiando confianza.
La esperanza no se sostiene en el aire. Tiene sus raíces en la vida. Por lo general, las personas viven de «pequeñas esperanzas» que se van cumpliendo o se van frustrando. Hemos de valorar y cuidar esas pequeñas esperanzas, pero el ser humano necesita una esperanza más radical e indestructible, que se pueda sostener cuando toda otra esperanza se hunde. Así es la esperanza en Dios, último salvador del hombre. Cuando caminamos cabizbajos y con el corazón desalentado, hemos de escuchar esas conmovedoras palabras de Jesús: «Alzad la cabeza, pues se acerca vuestra liberación».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
30 de noviembre de 1997

POR FAVOR, QUE HAYA DIOS

Estad siempre despiertos.

Muchas veces había pensado en la importancia que tiene el contexto socio-político en nuestra manera de leer el Evangelio, pero sólo tomé conciencia viva de ello cuando estuve viviendo una temporada un poco más larga en Ruanda.
Todavía recuerdo bien la sensación que tuve al leer el texto evangélico de este primer domingo de Adviento. No es lo mismo escuchar este discurso apocalíptico desde el bienestar de Europa o desde la miseria y el sufrimiento de África.
A pesar de todas las crisis y problemas, en Europa se piensa que el mundo siempre irá a mejor. Nadie espera ni quiere el fin de la historia. Nadie desea que cambien mucho las cosas. En el fondo, nos va bastante bien. Desde esta perspectiva, oír hablar de que un día todo esto puede desaparecer «suena» a «visiones apocalípticas» nacidas del desvarío de mentes pesimistas.
Todo cambia cuando el mismo Evangelio es leído desde el sufrimiento del Tercer Mundo. Cuando la miseria es ya insoportable y el momento presente es vivido como un sufrimiento absolutamente destructor, es fácil percibir por dentro un sentimiento diferente: «Gracias a Dios, esto no durará para siempre.»
Los que sufren así son quienes mejor pueden comprender el mensaje de Cristo: «Felices los que lloran, porque de ellos es el Reino de Dios.» Estos hombres y mujeres cuya existencia es dolor están esperando algo nuevo y diferente que responda a sus anhelos más hondos de vida y de paz.
Un día «el sol, la luna y las estrellas temblarán», es decir, todo aquello en que creíamos poder confiar para siempre se hundirá. Nuestras ideas de poder, seguridad y progreso se tambalearán. Todo aquello que no conduce al ser humano a la verdad, la justicia y la fraternidad se derrumbará y «en la tierra habrá angustia de las gentes».
Pero el mensaje de Cristo no es de desesperanza para nadie: Aún entonces, en el momento de la verdad última, no desesperéis, estad despiertos, «manteneos en pie», poned vuestra confianza en Dios. Viendo de cerca el sufrimiento cruel de aquellas gentes de África, me sorprendí a mí mismo pensando algo que puede parecer extraño en un cristiano. No es propiamente una oración a Dios. Es un deseo ardiente y una invocación ante el misterio del dolor humano. Es esto lo que me salía de dentro: «Por favor que haya Dios.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
27 de noviembre de 1994

¿HACIA DONDE VAMOS?

Estad siempre despiertos.

¿En qué dirección nos estamos moviendo?, ¿hacia dónde vamos? Pocas preguntas producen mayor inquietud. Porque, ¿qué respuesta se puede dar?, ¿quién puede saber qué se está generando en las entrañas de nuestra interminable historia de violencias, enfrentamientos e incapacidad de diálogo?
Este tipo de preguntas provoca, en no pocos, pesimismo: vamos irremediablemente a la catástrofe, a la división de un pueblo, a la descomposición. Otros quieren mantener el ánimo pensando que el futuro, sólo por serlo, será mejor: no es posible seguir así largo tiempo; la sociedad se está cansando; un día las cosas se arreglarán.
Lo primero que hay que decir es que el futuro no está escrito. Las generaciones venideras recogerán lo que ahora sembremos. El porvenir de un pueblo se va gestando en el presente, con nuestra manera de pensar y de actuar, con nuestro estilo de vivir y nuestro modo de enfrentamos a los conflictos. ¿Estamos en el camino de resolver nuestros problemas de fondo?
A mi juicio, el primer error es olvidar una de las lecciones más claras de la historia: las imposiciones violentas no sirven para construir una convivencia política duradera. Se requiere que las ideas sean asumidas por la conciencia colectiva, y obtengan la adhesión libre y pacífica de los ciudadanos. Sólo así se puede avanzar hacia una convivencia más humana.
Esta es mi segunda convicción: lo más decisivo para la dicha o la infelicidad de las futuras generaciones no va a ser la fórmula jurídico-política que se logre imponer, sino la visión de hombre y de sociedad, el talante democrático, el reconocimiento de la propia dignidad y la de los demás, la búsqueda eficaz del bien común. Se discute sin fin sobre «autonomía», «autodeterminación» o «independencia». A mí lo que me preocupa es el tipo de hombre que se está gestando entre nosotros.
Hay, por eso, preguntas que me parecen claves: ¿cómo poner en marcha una corriente social que nos lleve a un desarrollo más humano y justo de la convivencia?, ¿cómo promover una cultura más penetrada de sentido ético?, ¿cómo impulsar una acción política basada en actitudes y compromisos que generen integración, y no separación, unión de fuerzas, y no división? Estas son realidades que han de ser muy cuidadas en un pueblo tan pequeño como el nuestro.
Pero el estilo de vida y la calidad de la convivencia no se improvisan. Se requiere un clima social que los estimule. Un modo de hacer política al servicio del bien común buscado lealmente por todos y para todos. Un esfuerzo de educación integral de las nuevas generaciones. Los cristianos, por su parte, no han de permanecer indiferentes y pasivos. Desde las familias creyentes, desde las parroquias, desde los centros educativos, desde el compromiso personal, han de colaborar en la creación de una convivencia más humana. Las palabras de Jesús nos interpelan: «Estad siempre despiertos.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
1 de diciembre de 1991

EL DIOS DE LA ESPERANZA

Estad siempre despiertos.

No son teorías de los pensadores. Lo sienten así las gentes de los países más desarrollados. Las grandes palabras del siglo XX, «libertad», «justicia», «felicidad», están hoy en crisis. La fe en el progreso comienza a ser sustituida por el pesimismo. ¿Qué nos espera en el futuro?
Por otra parte, la fe cristiana parece haber perdido su fuerza para dar sentido y aliento al ser humano. No son pocos los que consideran la religión como una fase ya superada dentro del desarrollo de la humanidad.
Entre los mismos cristianos, las cosas han cambiado profundamente en pocos años. Crece la indiferencia, el abandono y la «apostasía silenciosa». Se difunde en no pocos un «desafecto interior» hacía la Iglesia. Quizás por vez primera, amplios sectores de gentes que se dicen cristianas perciben de manera difusa, a niveles profundos de su conciencia, una especie de inseguridad o desasosiego en torno a su fe.
Son tiempos en los que la humanidad anda buscando un mensaje de esperanza. Una experiencia nueva capaz de liberar al hombre contemporáneo del escepticismo, el cansancio y la indiferencia.
Lo más importante en estos momentos no es potenciar la autoridad religiosa para imponer desde fuera una seguridad. Como dice H. Zahmt, la renovación no llegará «administrando burocráticamente los residuos de fe» de la sociedad contemporánea.
Lo más importante no es tampoco el desarrollo de la teología especializada. Alguien ha dicho con ironía que «primeramente se hablada con Dios, luego se comenzó a hablar de Dios, más tarde se pasó a hablar del problema de Dios y se ha terminado hablando de la posibilidad de hablar acerca de Dios». La teología es necesaria, pero lo cierto es que la esperanza sólo puede venir de un Dios que es más grande que todas nuestras discusiones doctrinales.
Lo que el hombre de hoy necesita es que alguien le ayude a encontrarse con «el Dios de la esperanza». Un Dios en el que se pueda creer, no por tradición, no por miedo al infierno, no porque alguien lo ordena así, no porque alguno lo explica brillantemente, sino porque puede ser experimentado como fundamento sólido de esperanza para el ser humano.
Ese Dios sólo puede ser anunciado por creyentes que vivan ellos mismos radicalmente animados por la esperanza. El testimonio de «una esperanza vivida» es la mejor respuesta a todos los escepticismos, indiferencias y abandonos.
El Adviento es una llamada a despertar la esperanza. Si el cristianismo pierde la esperanza, lo ha perdido todo. Cristianos «habituados a creer desde siempre», ¿qué hemos hecho de la esperanza cristiana?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
27 de noviembre de 1988

EL CAMINO DE LA NO-VIOLENCIA

Estad siempre despiertos.

De nuevo la sangre ha sido derramada de manera brutal y absurda en nuestra tierra y, una vez más, hemos podido constatar con estremecimiento y dolor que el cese de hechos sangrientos durante un cierto tiempo no ha significado ningún paso hacia la paz.
¿Nadie tiene la audacia de romper esta espiral de violencia? ¿Nadie es capaz de llevar adelante una negociación que traiga por fin la paz que este pueblo anhela y necesita? ¿Durante cuántos años va a quedar estancada la violencia entre nosotros?
La vida de los hombres siempre ha estado fuertemente trabajada por los conflictos. Basta mirar la historia para ver a los pueblos destruyéndose mutuamente en enfrentamientos y agresiones interminables.
Encontramos conflictos en nuestras relaciones sociales, políticas y culturales. Se dan enfrentamientos en el seno de nuestras familias. La violencia está presente en nuestro vivir diario.
Para superar los conflictos el hombre tiene que hacer una opción de importancia decisiva. Ha de escoger entre el camino del diálogo y la razón o bien el camino de la violencia, la agresión o la imposición del más fuerte.
Desgraciadamente, los hombres han escogido casi siempre este segundo camino a pesar de que todas las generaciones han experimentado una y otra vez el poder destructor de la violencia.
Este es, sin duda, el mayor pecado de la humanidad. El hombre no sabe renunciar a la violencia y ni siquiera la amenaza del aniquilamiento total de la vida humana sobre la tierra es capaz de detenerlo en este camino.
Sin embargo, los hombres no hemos nacido para vivir haciéndonos daño unos a otros. Sería gravísimo que nos acostumbráramos a la violencia como algo necesario y normal para resolver nuestros problemas.
Las palabras de Jesús nos piden saber reaccionar ante el mal. “Estad siempre despiertos... Levantad la cabeza”. Los creyentes hemos de mantener una actitud vigilante ante el mal.
Nuestro Obispo ha querido en este Adviento concretar más esa llamada en una importante Carta Pastoral que lleva un título que recoge bien su contenido central: “Por la no-violencia a la paz “.
En ella nos invita a descubrir que los caminos de la no-violencia son más eficaces para alcanzar la paz que los caminos de la mutua destrucción.
¿No podríamos durante este Adviento estudiar esta Carta, recoger su mensaje, reflexionar sobre nuestras actitudes violentas y comprometernos a impulsar la no-violencia a nuestro alrededor? Sería una manera de escuchar la llamada a vivir despiertos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
1 de diciembre de 1985

MATAR LA ESPERANZA

Tened cuidado: no se os embote la mente...

Jesús fue un creador incansable de esperanza. Toda su existencia consistió en contagiar a los demás la esperanza que él mismo vivía desde lo más hondo de su ser.
Hoy escuchamos su grito de alerta: «Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Pero tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero».
Las palabras de Jesús no han perdido actualidad pues los hombres seguimos matando la esperanza y «embotando» nuestra existencia de muchas maneras.
Y no pensemos sólo en aquellos que, al margen de toda fe, viven según aquello de «comamos y bebamos, que mañana moriremos», sino en quienes, llamándonos cristianos, podemos caer en una actitud no muy diferente: «Comamos y bebamos, que mañana vendrá el mesías».
Cuando en una sociedad los hombres tienen como objetivo casi único de su vida la satisfacción ciega de sus apetencias y se encierran cada uno en su propio disfrute, allí muere la esperanza.
Los hombres satisfechos no desean nada realmente nuevo. No quieren cambiar el mundo. No les interesa esperar una vida futura mejor. El presente les satisface y les basta.
No se rebelan frente a las injusticias, sufrimientos y absurdos del mundo presente. En realidad, este mundo es para ellos «el cielo» al que se apuntarían para siempre. Pueden permitirse el lujo de no esperar nada mejor.
Qué tentador resulta siempre adaptarnos a la situación, instalarnos confortablemente en nuestro pequeño mundo y vivir tranquilos y cómodos, sin mayores aspiraciones.
Casi inconscientemente anida en bastantes la ilusión de poder conseguir la propia felicidad sin cambiar para nada el mundo. Pero no lo olvidemos. «Solamente aquellos que cierran sus ojos y sus oídos, solamente aquellos que se han insensibilizado, pueden sentirse a gusto en un mundo como éste» (R. A. Alves).
Quien ama de verdad la vida y se siente solidario de todo hombre, sufre el desasosiego y la intranquilidad de comprobar que todavía no podemos disfrutar de la felicidad a que estamos llamados.
Este sufrimiento alcanza su verdadero sentido cuando nace de la esperanza y nos impulsa a actuar de manera creadora. Es signo de que aún seguimos vivos, de que todavía somos conscientes de que algo no está bien en este orden de cosas y de que nuestro corazón sigue anhelando algo más.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
28 de noviembre de 1982

LA ESPERANZA, ¿UNA ILUSION?

Estad siempre despiertos.

La primera acusación al hombre que trata de dar sentido a su vida desde una actitud de esperanza cristiana, ha sido la de falta de realismo.
Hay que ser realistas. Si vivimos de recuerdos, nos estamos remontando a un pasado que ya no existe. Si nos dejamos llevar por la esperanza, empezamos a soñar en un futuro que todavía tampoco existe. Seamos realistas y aprendamos a enfrentarnos con lucidez y valentía al momento presente, única realidad que tenemos ante nosotros.
Esta acusación ha adquirido un acento más científico desde la crítica a la religión operada por Karl Marx. La esperanza desplaza nuestra atención de los problemas de esta vida a un más allá ficticio y alienante. La religión invita a los hombres a esperar en una vida ultraterrena la solución de todas sus opresiones. Y, mientras tanto, los incapacita para luchar con eficacia y lucidez por la transformación real de la sociedad.
Un creyente honrado no puede menos que escuchar con inquietud la interpelación de la crítica marxista. ¿No hemos justificado muchas veces los cristianos con nuestra actitud falsamente conformista y «resignada», la acusación de vivir adormecidos por «el opio de la religión?». ¿No tendremos que escuchar hoy, de manera nueva, el grito de Jesús que nos llama a vivir despiertos en medio de nuestra sociedad contemporánea?
Para el verdadero creyente, la esperanza no es una ilusión engañosa. Al contrario, si vive con esperanza, es porque quiere tomar en serio la vida en su totalidad, y porque quiere descubrir todas las posibilidades que en ella se encierran para el futuro del hombre.
Precisamente, porque quiere ser realista hasta el final, no se aferra a la realidad tal como es hoy, ni se instala en esta vida como algo definitivo. Al contrario, se acerca a la vida como algo inacabado, algo que es necesario construir con esperanza.
Por eso, la verdadera esperanza no tranquiliza. La esperanza nos inquieta, nos desinstala, nos pone en contradicción con una realidad tan lejana todavía de esta liberación final que esperamos para el hombre.
Cuando se espera de verdad la liberación, comienzan a doler más las cadenas. El que espera una verdadera justicia- para el hombre, no aguanta ya esta sociedad tan injusta. El que cree de verdad en el cielo, siente necesidad de luchar para cambiar la tierra.

José Antonio Pagola

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