lunes, 12 de noviembre de 2012

18/11/2012 - 33º domingo Tiempo ordinario (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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18 de noviembre de 2012

33º domingo Tiempo ordinario (B)



EVANGELIO

Reunirá a los elegidos de los cuatro vientos.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 13, 24-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán, Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.
Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
18 de noviembre de 2012

NADIE SABE EL DÍA

El mejor conocimiento del lenguaje apocalíptico, construido de imágenes y recursos simbólicos para hablar del fin del mundo, nos permite hoy escuchar el mensaje esperanzador de Jesús, sin caer en la tentación de sembrar angustia y terror en las conciencias.
Un día la historia apasionante del ser humano sobre la tierra llegará a su final. Esta es la convicción firme de Jesús. Esta es también la previsión de la ciencia actual. El mundo no es eterno. Esta vida terminará. ¿Qué va a ser de nuestras luchas y trabajos, de nuestros esfuerzos y aspiraciones.
Jesús habla con sobriedad. No quiere alimentar ninguna curiosidad morbosa. Corta de raíz cualquier intento de especular con cálculos, fechas o plazos. "Nadie sabe el día o la hora..., sólo el Padre". Nada de psicosis ante el final. El mundo está en buenas manos. No caminamos hacia el caos. Podemos confiar en Dios, nuestro Creador y Padre.
Desde esta confianza total, Jesús expone su esperanza: la creación actual terminará, pero será para dejar paso a una nueva creación, que tendrá por centro a Cristo resucitado. ¿Es posible creer algo tan grandioso? ¿Podemos hablar así antes de que nada haya ocurrido?
Jesús recurre a imágenes que todos pueden entender. Un día el sol y la luna que hoy iluminan la tierra y hacen posible la vida, se apagarán. El mundo quedará a oscuras. ¿Se apagará también la historia de la Humanidad? ¿Terminarán así nuestras esperanzas?
Según la versión de Marcos, en medio de esa noche se podrá ver al "Hijo del Hombre", es decir, a Cristo resucitado que vendrá "con gran poder y gloria". Su luz salvadora lo iluminará todo. Él será el centro de un mundo nuevo, el principio de una humanidad renovada para siempre.
Jesús sabe que no es fácil creer en sus palabras. ¿Cómo puede probar que las cosas sucederán así? Con una sencillez sorprendente, invita a vivir esta vida como una primavera. Todos conocen la experiencia: la vida que parecía muerta durante el invierno comienza a despertar; en las ramas de la higuera brotan de nuevo pequeñas hojas. Todos saben que el verano está cerca.
Esta vida que ahora conocemos es como la primavera. Todavía no es posible cosechar. No podemos obtener logros definitivos. Pero hay pequeños signos de que la vida está en gestación. Nuestros esfuerzos por un mundo mejor no se perderán. Nadie sabe el día, pero Jesús vendrá. Con su venida se desvelará el misterio último de la realidad que los creyentes llamamos Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
15 de noviembre de 2009

Verán venir al hijo del hombre.

CONVICCIONES CRISTIANAS

Poco a poco iban muriendo los discípulos que habían conocido a Jesús. Los que quedaban, creían en él sin haberlo visto. Celebraban su presencia invisible en las eucaristías, pero ¿cuándo verían su rostro lleno de vida? ¿cuándo se cumpliría su deseo de encontrarse con él para siempre?
Seguían recordando con amor y con fe las palabras de Jesús. Eran su alimento en aquellos tiempos difíciles de persecución. Pero, ¿cuándo podrían comprobar la verdad que encerraban? ¿No se irían olvidando poco a poco? Pasaban los años y no llegaba el Día Final tan esperado, ¿qué podían pensar?
El discurso apocalíptico que encontramos en Marcos quiere ofrecer algunas convicciones que han de alimentar su esperanza. No lo hemos de entender en sentido literal, sino tratando de descubrir la fe contenida en esas imágenes y símbolos que hoy nos resultan tan extraños.
Primera convicción. La historia apasionante de la Humanidad llegará un día a su fin. El «sol» que señala la sucesión de los años se apagará. La «luna» que marca el ritmo de los meses ya no brillará. No habrá días y noches, no habrá tiempo. Además, «las estrellas caerán del cielo», la distancia entre el cielo y la tierra se borrará, ya no habrá espacio. Esta vida no es para siempre. Un día llegará la Vida definitiva, sin espacio ni tiempo. Viviremos en el Misterio de Dios.
Segunda convicción. Jesús volverá y sus seguidores podrán ver por fin su rostro deseado: «verán venir al Hijo del Hombre». El sol, la luna y los astros se apagarán, pero el mundo no se quedará sin luz. Será Jesús quien lo iluminará para siempre poniendo verdad, justicia y paz en la historia humana tan esclava hoy de abusos, injusticias y mentiras.
Tercera convicción. Jesús traerá consigo la salvación de Dios. Llega con el poder grande y salvador del Padre. No se presenta con aspecto amenazador. El evangelista evita hablar aquí de juicios y condenas. Jesús viene a «reunir a sus elegidos», los que esperan con fe su salvación.
Cuarta convicción. Las palabras de Jesús «no pasarán». No perderán su fuerza salvadora. Han de de seguir alimentando la esperanza de sus seguidores y el aliento de los pobres. No caminamos hacia la nada y el vacío. Nos espera el abrazo con Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
19 de noviembre de 2006

AL FINAL VENDRÁ

Verán venir al Hijo del Hombre.

No se les hacía fácil a los primeros cristianos perseverar fieles a Jesús: ¿Cuándo llegaría a implantarse el reino de Dios?, ¿cuándo dejarían de sufrir los pobres y desgraciados?, ¿no iban a terminar nunca los abusos e injusticias de los poderosos?
Al final de su escrito, Marcos quiso ofrecer a sus lectores la visión del «Final». Quería infundirles luz y esperanza. Recogió dichos auténticos de Jesús, acudió también a escritos de carácter apocalíptico y les recordó el último secreto que encierra la vida: al final, Jesús, el «hombre nuevo» dirá la última palabra.
La escena es grandiosa. El sol «se hará tinieblas», ya no pondrá luz y calor en el mundo. La luna «no dará su resplandor», se apagará para siempre. Las estrellas «se irán cayendo del cielo» una detrás de otra. Las fuerzas de los cielos «temblarán». Este mundo que parece tan seguro, estable y eterno, se hundirá.
En medio de esa oscuridad total, hará su aparición Jesús, el «Hijo del Hombre», el «hombre nuevo», el verdaderamente humano. Todos le verán venir con «gran poder y esplendor». Ya no habrá otros poderes ni imperios. Nadie le hará sombra. Él lo iluminará todo poniendo verdad y justicia.
No hay propiamente juicio. Basta «verle venir». Es el «Hombre nuevo». Todo queda confrontado con él. Entonces aparecerá lo que es realmente una vida humana. Se verá dónde está la verdad y dónde la mentira. Quiénes han actuado con justicia y quiénes han sido injustos e inhumanos.
Entonces se desvelará la realidad. Las cosas quedarán en su verdadero lugar. Se verá el valor último del amor. Se hará justicia a todas las víctimas inocentes: los muertos por desnutrición, los esclavos, los torturados, las maltratadas por el varón, los excluidos de la vida, los ignorados por todos.
Como dice otro texto cristiano: Dios «creará unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habitará la justicia». Entonces se verá que la manera más humana de vivir es trabajar por un mundo más humano. Esta vida, a veces tan cruel e injusta, pasará. Las «palabras» de Jesús no.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
16 de noviembre de 2003

CALLEJÓN

Mis palabras no pasarán.

(Ver homilía del 17 de noviembre de 1991)
José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
19 de noviembre de 2000

AL FINAL, DIOS

El cielo y la tierra pasarán.

El fin del mundo no es un mito desfasado, sino un horizonte que sigue fascinando o estremeciendo al hombre de hoy. Basta pensar en tantas películas que reflejan la inseguridad última de la especie humana (El coloso en llamas, La Profecía, Apocalypse Now) o asomarse a las pesadillas apocalípticas de Günter Grass sobre el final de la Humanidad cuyo mundo sería heredado por las ratas (La ratesa).
Más desconcertante resulta recordar los «suicidios en masa» que se han repetido estos últimos años entre miembros de diferentes sectas: 912 en Guayana (1978), 78 en Tejas y 52 en Vietnam (1993), 53 en Canada y Suiza (1994), 39 en California (1997). El motivo que los impulsó a tan trágica decisión siempre parece el mismo: liberarse de este mundo próximo ya a ser destruido, para ser trasladados a un mundo mejor.
En el fondo, siguen vivas las visiones apocalípticas de origen judío sobre el final de la historia como una catástrofe cósmica en la que el mundo es destruido por un gran incendio mientras los astros se apagan y las estrellas se derrumban, aunque hayan sido sustituidas en parte por los temores modernos a una conflagración mundial o a un desastre ecológico universal.
Todas estas fantasías son muy apocalípticas pero no son cristianas. Lo cristiano no es la destrucción y el final de la vida, sino la creación nueva del universo y el comienzo de la verdadera vida. Lo propio de la esperanza cristiana no es la destrucción, sino la nueva creación, no la aniquilación de la vida, sino el nuevo comienzo de Dios. Esta es la afirmación central del libro cristiano del Apocalipsis: «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap 21, 5).
Al final, está Dios. No cualquier Dios, sino el Dios revelado en Jesucristo. Un Dios que quiere la vida, la dignidad y la dicha plena del ser humano. Todo queda en sus manos. Él tiene la última palabra. Un día cesarán los llantos y el terror, y reinará la paz y el amor. Dios creará «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habitará la justicia» (2 Pe 3, 13). Esta es la firme esperanza del cristiano enraizada en la promesa de Cristo: «El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán» (Mc 13, 31).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
16 de noviembre de 1997

¿QUÉ FUTURO NOS ESPERA?

El cielo y la tierra pasarán.

El hombre moderno no espera ya el fin del mundo a breve plazo, y difícilmente se lo imagina a la manera de una catástrofe cósmica, como en los relatos clásicos de la apocalíptica judía. Pero el hombre contemporáneo como el de todas las épocas, sabe que en el fondo de su corazón está latente siempre la pregunta más seria y difícil de responder: « ¿Qué va a ser de nosotros?»
Cualquiera que sea nuestra ideología, nuestra fe o nuestra postura ante la vida, el verdadero problema al que estamos enfrentados todos es nuestro futuro. ¿En qué van a terminar los esfuerzos, las luchas y las aspiraciones de tantas generaciones de hombres? ¿Cuál es el final que le espera a la historia dolorosa pero apasionante de la humanidad?
Evidentemente, se puede responder que la vida del hombre es un breve paréntesis entre dos nadas. Pero, entonces, no es honrado escamotear rápidamente la turbación que surge en lo íntimo de nuestro ser: «Si lo único que espera a cada hombre y, por lo tanto, a todos los hombres es la nada, ¿qué sentido último pueden tener todas nuestras luchas, esfuerzos y trabajos?»
Sin duda, muchos pensarán que aún así, la vida no es «una pasión inútil», sino que se justifica suficientemente como lucha por lograr un futuro mejor para las siguientes generaciones. Esa es la fe oculta del hombre moderno que piensa que el progreso científico o la renovación total de la estructura económica y política de la sociedad llevarán un día a los hombres a una satisfacción suficiente de sus aspiraciones.
Un día el hombre «aprenderá» a morirse sin tristeza porque habrá disfrutado de una sociedad suficientemente feliz y gratificante. Pero, ¿no será entonces precisamente cuando la muerte adquiera un tono más trágico que ahora? Cuando se haya alcanzado un nivel tan alto de bienestar, de justicia, de solidaridad social, de disfrute de la vida, ¿no será más duro todavía tener que morirse?
Es aquí donde hay que situar el reto y la promesa de resurrección del mensaje cristiano; es una opción libre de fe, pero no es absurda ni irracional la postura del creyente que lucha y se esfuerza en la renovación y mejora de la sociedad humana, pero lo hace animado por la esperanza de una resurrección final.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
13 de noviembre de 1994

UNA PALABRA DIFERENTE

Mis palabras no pasarán.

Son muchos los que nunca han tomado en sus manos los evangelios. Acostumbrados a escuchar en la iglesia algunos pasajes, no se les pasa por la cabeza que también ellos podrían leer personalmente las palabras de Jesús y conocer su actuación. Quedan así privados de una de las experiencias más importantes para alimentar su fe. ¿Es difícil leer el evangelio? ¿Se necesita alguna preparación especial? 
Lo importante es abrir los evangelios convencido de que Jesús tiene algo que decir a mi vida. Sus palabras pueden dar un sentido nuevo a todo. Ese evangelio leído y releído con fe puede transformar mi estilo de vivir. Ahí encontraré luz y fuerza para enfrentarme a la vida de manera más humana.
Hay muchas formas de leer el evangelio. Algunos lo hacen para defender mejor sus propias posiciones y atacar con más contundencia a sus adversarios. Otros buscan normas seguras para saber a qué atenerse. Solo acierta el que busca encontrarse sinceramente con la persona de Cristo. Es Él quien puede transformar nuestra vida.
Esta postura de búsqueda es esencial. Quien lo sabe ya todo y todo lo tiene claro, nunca aprenderá del Maestro de Nazaret; los que se sienten propietarios satisfechos de su fe permanecen por lo general impermeables a su palabra. El evangelio es para quienes andan buscando. Estoy convencido de que solo lo descubren los que se sienten mal, los que se saben pecadores, los que necesitan luz, los que buscan a Dios.
El evangelio hay que leerlo sin prisas, dedicándole tiempo. El encuentro con una persona no se produce mirando al reloj. Se necesita calma y sosiego. No hemos de tener prisa alguna por acabar un pasaje. No se trata de leer un libro para ver lo que dice, sino de escuchar a una persona que puede iluminar mi existencia con luz nueva.
Hay muchos métodos para iniciarse en la lectura de los evangelios. El más sencillo y práctico es leer despacio un relato observando qué dice y qué hace Jesús. Sus palabras y su actuación me irán descubriendo cuál es la manera más acertada de vivir ante Dios y ante los demás. Conviene detenerse en cada momento para hacerse preguntas como éstas: ¿Qué me enseña Jesús con esto? ¿Cómo he de entender ahora mi vida? ¿A qué le tengo que dar importancia? En adelante, ¿dónde encontraré fuerzas para vivir?
Me encuentro con frecuencia con personas decepcionadas por ciertas actuaciones de la Iglesia. Cristianos que buscan sinceramente más verdad. Gentes necesitadas de comprensión y de esperanza. Todos ellos se encontrarían en el evangelio con Alguien diferente. Podrían comprobar por experiencia lo que un día proclamó el mismo Jesús: «El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
17 de noviembre de 1991

CALLEJON

Mis palabras no pasarán.

Al hombre contemporáneo no le atemorizan ya los discursos apocalípticos sobre “el fin del mundo”. Tampoco se detiene a escuchar el mensaje esperanzador de Jesús que, empleando ese mismo lenguaje, anuncia sin embargo el alumbramiento de un mundo nuevo. Lo que le preocupa es la “crisis ecológica”.
No se trata sólo de una crisis del entorno natural del hombre. Es una crisis del hombre mismo. Una crisis global de la vida en este planeta. Crisis mortal no sólo para el hombre, sino para los demás seres animados que la vienen padeciendo desde hace tiempo.
Los hombres comienzan a darse cuenta de que se han metido a sí mismos en un callejón sin salida, arrastrando consigo a todo el planeta y poniendo en crisis todo el sistema de la vida en el mundo. Hoy “progreso” no es una palabra de esperanza como lo fue el siglo pasado, pues se teme cada vez más que el progreso termine sirviendo no ya a la vida sino a la muerte.
La humanidad comienza a tener el presentimiento de que no puede ser acertado un camino que nos conduce a una crisis global, desde la extinción de los bosques hasta la propagación de las neurosis, desde la polución de las aguas hasta el “vacío existencial” de tantos habitantes de las ciudades masificadas.
Para detener el “desastre” es urgente cambiar de rumbo. No basta sustituir las tecnologías “sucias” por otras más “limpias” o la industrialización “salvaje” por otra más “civilizada”. Son necesarios cambios profundos en los intereses que hoy dirigen el desarrollo y el progreso de las tecnologías.
Y aquí comienza el drama del hombre moderno. Las sociedades no se muestran capaces de introducir cambios fundamentales en su sistema de valores y de sentido. Los intereses económicos inmediatos son más fuertes que cualquier otro planteamiento. Es mejor desdramatizar la crisis, descalificar a “los cuatro ecologistas exaltados” y favorecer la indiferencia.
¿No ha llegado el momento de plantearse las grandes cuestiones que nos permitan recuperar el “sentido global” de la existencia humana sobre la Tierra, y de aprender a vivir una relación más pacífica entre los hombres y con la creación entera?
Qué es el Mundo?  ¿Un “bien sin dueño” que los hombres podemos explotar de manera despiadada y sin miramiento alguno o la casa (oikos) que el Creador nos regala para hacerla cada día más habitable? ¿Qué es el Cosmos? ¿Un material bruto que podemos manipular a nuestro antojo o la creación de un Dios que mediante su Espíritu lo vivifica todo, y conduce “los cielos y la tierra” hacia su consumación definitiva? ¿Qué es el hombre? ¿Un ser perdido en el cosmos, luchando desesperadamente contra la naturaleza pero destinado a extinguirse sin remedio, o un ser llamado por Dios a vivir en paz con la creación, colaborando en la orientación inteligente de la vida hacia su plenitud en el Creador?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
13 de noviembre de 1988

JUICIO FINAL

Verán venir al Hijo del Hombre.

Al recitar el credo, los cristianos repetimos una y otra vez que Cristo “vendrá con gloria a juzgar vivos y muertos”. ¿Qué significa esta confesión que hacemos tantas veces de manera distraída y rutinaria?
Probablemente muchos pensarán enseguida en un proceso judicial o discriminación última que decidirá la suerte final de los hombres en base a su comportamiento moral en esta vida.
Pero el juicio final que esperamos los creyentes entraña algo más que la suerte última de cada individuo.
Con fe humilde pero firme los cristianos proclamamos que Jesucristo es el destino último del mundo y de la humanidad.
Para nosotros, el hombre no es, como piensa J. Rostand ese “átomo irrisorio, perdido en un cosmos inerte y desmesurado, que sabe que su febril actividad no es más que un pequeño fenómeno local, efímero, sin significación y sin sentido”. Ni tampoco, como imagina J. Monod ”el producto de la más ciega y absoluta casualidad”.
Nosotros creemos que en la raíz de la existencia no reina la soledad, la crueldad o el caos, sino el misterio de un Dios que se nos ha revelado en Cristo como destino final de la humanidad.
Es cierto que la historia de los hombres está teñida de dramática ambigüedad y la existencia se nos presenta muchas veces como una maraña de contradicciones e incoherencias absurdas difícil de descifrar.
Pero nosotros creemos que “las palabras de Cristo no pasarán». Un día se desvelará el sentido profundo de todo, las cosas quedarán en su sitio verdadero, se revelará el valor último del amor y se hará justicia a todos los vencidos, los humillados, los ofendidos, los pequeños, los olvidados y marginados.
Ese será el verdadero juicio final que aclarará todas las ambigüedades y «justificará» todos los esfuerzos por caminar hacia una humanidad siempre mejor.
El juicio que dejará en evidencia todos esos otros juicios con los que tantas veces los vencedores pretenden enjuiciar la historia anterior y condenar a los que los han precedido.
Se terminarán entonces todos nuestros interrogantes y preguntas. Y descubriremos de dónde proviene esa voz que se hace oír ya en el interior de la vida y del mundo llamándonos hacia Dios.
Entonces experimentaremos de alguna manera esa visión tan misteriosa y consoladora de la gran mística Juliana de Norwich: “Y todo estará bien; y todo estará bien; toda clase de cosas estará bien».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
17 de noviembre de 1985

PALABRAS QUE NO PASAN

Mis palabras no pasarán.

Los signos de desesperanza no son siempre del todo visibles, pues la falta de esperanza puede disfrazarse de optimismo superficial, activismo ciego o secreto pasotismo.
Por otra parte, son bastantes los que no reconocen sentir miedo, aburrimiento, soledad y desesperanza porque, según el modelo social que se lleva, se supone que un hombre que triunfa en la vida, no puede sentirse solo, aburrido o temeroso. Eric Fromm, con su habitual perspicacia, ha señalado que el hombre contemporáneo está tratando de librarse de algunas represiones como la sexual, pero se ve obligado a «reprimir tanto el miedo y la duda, como la depresión, el aburrimiento y la falta de esperanza».
Otras veces, nos defendemos de nuestro «vacío de esperanza», sumergiéndonos en la actividad. No soportamos estar sin hacer nada. Necesitamos estar ocupados en algo, para no enfrentarnos a nuestro futuro.
Pero, la pregunta es inevitable: ¿qué nos espera después de tantos esfuerzos, luchas, ilusiones y sinsabores? ¿No tenemos los hombres otro objetivo sino producir cada vez más, distribuirnos cada vez mejor lo producido, y consumir más y más, hasta ser consumidos por nuestra propia caducidad?
El hombre necesita una esperanza para vivir con plenitud. Una esperanza que no sea «una envoltura para la resignación», como la de aquellos que se las arreglan para organizarse «una vida tolerable» y aguantar bastante bien la aventura de cada día.
Una esperanza que no debe confundirse nunca con una espera pasiva, que no es, con frecuencia, sino «una forma disfrazada de desesperanza e impotencia» (Eric Fromm).
Una esperanza que no es tampoco el arrojo ciego y falto de realismo de quien actúa a la desesperada, sin amor a la vida, y por tanto, sin temor a destruir a otros o a que le destruyan a él.
El hombre necesita en su corazón una esperanza que se mantenga viva aunque otras pequeñas esperanzas se vean malogradas e incluso completamente destrozadas.
Los cristianos encontramos esta esperanza en Jesucristo y en sus palabras que «no pasarán». No esperamos algo que «no puede ser». Nuestra esperanza se apoya en el hecho inconmovible de la resurrección de Jesús.
A partir de las palabras del resucitado nos atrevemos a ver la vida presente en «estado de gestación» como algo que no nos ha entregado todavía su último secreto, como germen de una vida que alcanzará su plenitud final sólo en Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
14 de noviembre de 1982

¿QUE FUTURO NOS ESPERA?

El cielo y la tierra pasarán...

El hombre moderno no espera ya el fin del mundo a breve plazo, y difícilmente se lo imagina a la manera de una catástrofe cósmica, como en los relatos clásicos de la apocalíptica judía.
Pero el hombre contemporáneo como el de todas las épocas sabe que en el fondo de su corazón está latente siempre la pregunta más seria y difícil de responder: « ¿Qué va a ser de nosotros?».
Cualquiera que sea nuestra ideología, nuestra fe o nuestra postura ante la vida, el verdadero problema al que estamos enfrentados todos es nuestro futuro. ¿En qué van a terminar los esfuerzos, las luchas y las aspiraciones de tantas generaciones de hombres? ¿Cuál es el final que le espera a la historia dolorosa, pero apasionante de la humanidad?
Evidentemente, se puede responder que la vida del hombre es un breve paréntesis entre dos nadas. Pero, entonces, no es honrado escamotear rápidamente la turbación que surge en lo íntimo de nuestro ser: «Si lo único que espera a cada hombre y, por lo tanto, a todos los hombres es la nada, ¿qué sentido ultimo pueden tener todas nuestras luchas, esfuerzos y enfrentamientos?».
Sin duda, muchos pensarán que aún así, la vida no es «una pasión inútil», sino que se justifica suficientemente como lucha por lograr un futuro mejor para las futuras generaciones. Es la fe oculta del hombre moderno que piensa que el progreso científico o la re- novación total de la estructura económica y política de la sociedad llevarán un día a los hombres a una satisfacción suficiente de sus aspiraciones.
Un día el hombre «aprenderá» a morirse sin tristeza porque habrá disfrutado de una sociedad suficientemente humana y gratificante.
Pero, ¿no será entonces precisamente cuando la muerte adquiera un tono más trágico que ahora? Cuando se haya alcanzado un nivel tan alto de bienestar, de justicia, de solidaridad social, de disfrute de ¡a vida, ¿no será más duro todavía tener que morirse?

Es aquí donde hay que situar el reto y la promesa de resurrec. ción del mensaje cristiano. Es una opción libre de fe, pero no es absurda ni irracional la postura del creyente que lucha y se esfuerza en la renovación y mejora de la sociedad humana, animado por la esperanza de üna resurrección final.

José Antonio Pagola

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