lunes, 20 de agosto de 2012

26/08/2012 - 21º domingo Tiempo ordinario (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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26 de agosto de 2012

21º domingo Tiempo ordinario (B)


EVANGELIO

¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabra de vida eterna.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 6,60-69

En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen». Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede».
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: «También vosotros queréis marcharos?». Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
26 de agosto de 2012


PREGUNTA DECISIVA 


El evangelio de Juan ha conservado el recuerdo de una fuerte crisis entre los seguidores de Jesús. No tenemos apenas datos. Solo se nos dice que a los discípulos les resulta duro su modo de hablar. Probablemente les parece excesiva la adhesión que reclama de ellos. En un determinado momento, "muchos discípulos suyos se echaron atrás". Ya no caminaban con él.
Por primera vez experimenta Jesús que sus palabras no tienen la fuerza deseada. Sin embargo, no las retira sino que se reafirma más: "Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen". Sus palabras parecen duras pero transmiten vida, hacen vivir pues contienen Espíritu de Dios.
Jesús no pierde la paz. No le inquieta el fracaso. Dirigiéndose a los Doce les hace la pregunta decisiva: "¿También vosotros queréis marcharos?". No los quiere retener por la fuerza. Les deja la libertad de decidir. Sus discípulos no han de ser siervos sino amigos. Si quieren puede volver a sus casas.
Una vez más Pedro responde en nombre de todos. Su respuesta es ejemplar. Sincera, humilde, sensata, propia de un discípulo que conoce a Jesús lo suficiente como para no abandonarlo. Su actitud puede todavía hoy ayudar a quienes con fe vacilante se plantean prescindir de toda fe.
"Señor, ¿a quién vamos a acudir?". No tiene sentido abandonar a Jesús de cualquier manera, sin haber encontrado un maestro mejor y más convincente: Si no siguen a Jesús se quedarán sin saber a quién seguir. No se han de precipitar. No es bueno quedarse sin luz ni guía en la vida.
Pedro es realista. ¿Es bueno abandonar a Jesús sin haber encontrado una esperanza más convincente y atractiva? ¿Basta sustituirlo por un estilo de vida rebajada, sin apenas metas ni horizonte? ¿Es mejor vivir sin preguntas, planteamientos ni búsqueda de ninguna clase?
Hay algo que Pedro no olvida: "Tú tienes palabras de vida eterna". Siente que las palabras de Jesús no son palabras vacías ni engañosas. Junto a él han descubierto la vida de otra manera. Su mensaje les ha abierto a la vida eterna. ¿Con qué podrían sustituir el Evangelio de Jesús? ¿Dónde podrán encontrar una Noticia mejor de Dios?
Pedro recuerda, por último, la experiencia fundamental. Al convivir con Jesús han descubierto que viene del misterio de Dios. Desde lejos, a distancia, desde la indiferencia o el desinterés no se puede reconocer el misterio que se encierra en Jesús. Los Doce lo han tratado de cerca. Por eso pueden decir: "Nosotros creemos y sabemos". Seguirán junto a Jesús. 

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
23 de agosto de 2009

¿POR QUÉ NOS QUEDAMOS?

Señor, ¿ a quién vamos a acudir?

Durante estos años se han multiplicado los análisis y estudios sobre la crisis de las Iglesias cristianas en la sociedad moderna. Esta lectura es necesaria para conocer mejor algunos datos, pero resulta insuficiente para discernir cuál ha de ser nuestra reacción. El episodio narrado por Juan nos puede ayudar a interpretar y vivir la crisis con hondura más evangélica.
Según el evangelista, Jesús resume así la crisis que se está creando en su grupo: «Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, algunos de vosotros no creen». Es cierto. Jesús introduce en quienes le siguen un espíritu nuevo; sus palabras comunican vida; el programa que propone puede generar un movimiento capaz de orientar el mundo hacia una vida más digna y plena.
Pero, no por el hecho de estar en su grupo, está garantizada la fe. Hay quienes se resisten a aceptar su espíritu y su vida. Su presencia en el entorno de Jesús es ficticia; su fe en él no es real. La verdadera crisis en el interior del cristianismo siempre es ésta: ¿creemos o no creemos en Jesús?
El narrador dice que «muchos se echaron atrás y no volvieron a ir con él». En la crisis se revela quiénes son los verdaderos seguidores de Jesús. La opción decisiva siempre es ésa: ¿quiénes se echan atrás y quiénes permanecen con él, identificados con su espíritu y su vida? ¿Quién está a favor y quién está en contra de su proyecto?
El grupo comienza a disminuir. Jesús no se irrita, no pronuncia ningún juicio contra nadie. Sólo hace una pregunta a los que se han quedado junto a él: «También vosotros queréis marcharos ?». Es la pregunta que se nos hace hoy a quienes seguimos en la Iglesia: ¿Qué queremos nosotros? ¿Por qué nos hemos quedado? ¿Es para seguir a Jesús, acogiendo su espíritu y viviendo a su estilo? ¿Es para trabajar en su proyecto?
La respuesta de Pedro es ejemplar: «Señor, ¿a quién vamos a acudir. Tú tienes palabras de vida eterna». Los que se quedan, lo han de hacer por Jesús. Sólo por Jesús. Por nada más. Se comprometen con él. El único motivo para permanecer en su grupo es él. Nadie más.
Por muy dolorosa que nos parezca, la crisis actual será positiva si los que nos quedamos en la Iglesia, muchos o pocos, nos vamos convirtiendo en discípulos de Jesús, es decir, en hombres y mujeres que vivimos de sus palabras de vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
27 de agosto de 2006

PALABRAS INCREÍBLES

Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida.

En la sociedad moderna vivimos acosados por palabras, comunicados, imágenes y noticias de todo tipo. Ya no es posible vivir en silencio. Anuncios, publicidad, noticiarios, discursos y declaraciones invaden nuestro mundo interior y nuestro ámbito doméstico.
Esta «inflación de la palabra» ha penetrado también en algunos sectores de la Iglesia. Hoy los eclesiásticos y los teólogos hablamos y escribimos mucho. Quizá más que nunca. La pregunta que nos hemos de hacer es sencilla: ¿Qué capta la gente en nosotros?, ¿palabras «llenas de espíritu y vida», como eran las de Jesús, o palabras vacías?
A lo largo de los años he oído muchas críticas a la predicación de la Iglesia. Se nos acusa de poca fidelidad al evangelio o al magisterio del Papa, de alianza con una ideología política de un signo o de otro, de poca apertura a la modernidad... Intuyo que no pocos que se alejan hoy de la Iglesia quieren saber si, al menos para nosotros, nuestras palabras significan algo.
La palabra de Jesús era diferente. Nacía de su propio ser, brotaba de su amor apasionado al Padre y a los hombres. Era una palabra creíble, llena de vida y de verdad. Se entiende la reacción espontánea de Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna».
Muchos hombres y mujeres de hoy no han tenido nunca la suerte de escuchar con sencillez y de manera directa sus palabras. Su mensaje les ha llegado, muchas veces desfigurado y distorsionado por demasiadas doctrinas, fórmulas ideológicas y discursos poco evangélicos.
Uno de los mayores servicios que podemos realizar en la Iglesia es poner la persona y el mensaje de Jesús al alcance de los hombres y mujeres de nuestros días. Ponerles en contacto con su persona. La gente no necesita escuchar nuestras palabras sino las suyas. Sólo ellas son «espíritu y vida».
Es sorprendente ver que, cuando nos esforzamos por presentar a Jesús de manera viva, directa y auténtica, su mensaje resulta más actual que todos nuestros discursos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
24 de agosto de 2003

RUIDO

Son espíritu y vida.

Se ha dicho que el problema del hombre moderno es un problema de ruido. Envuelto en ruido exterior e interior, agitado por toda clase de estímulos y sensaciones, llevado de una parte a otra por la ansiedad y la prisa, el hombre de nuestros días se ha quedado sin silencio y no sabe cómo curarse de esta grave enfermedad que comienza a arruinar su ser.
El ruido impide a la persona conocerse debidamente a sí misma pues obstaculiza el acceso a su mundo interior. El individuo no tiene oído para escuchar lo mejor de sí mismo. Así hablaba hace unos años aquel gran Papa que fue Pablo VI: «Nosotros, hombres modernos, estamos demasiado extrovertidos, vivimos fuera de nuestra casa e incluso hemos perdido la llave para volver a entrar en ella».
Al mismo tiempo, el ruido aliena a la persona pues la disgrega, introduce en ella confusión y la hace vivir desde lo exterior. El hombre sin silencio y sosiego interior corre el riesgo de vivir dirigido desde fuera. Se convierte en un ser vulnerable al que falta consistencia interior y profundidad. Cualquier acontecimiento negativo puede hacerle perder estabilidad.
Por otra parte, al hombre ruidoso se le hace difícil el encuentro con Dios. Pierde el contacto con su núcleo interior, no acierta a escuchar con claridad la voz de su conciencia ni su anhelo de infinito, su religiosidad se hace cada vez más superficial. El problema de no pocas personas indiferentes y desencantadas de Dios es un problema de ruido interior.
El silencio es imprescindible si la persona quiere vivir con cierta hondura. El sosiego interior le ayuda a encontrarse consigo misma y escuchar sus verdaderos deseos. Un cuerpo relajado, una mente serena, un espíritu pacificado ayudan a curarse de muchos problemas pues permiten enfrentarse a ellos con más fuerza interior. El silencio, la atención a nuestro mundo interior, la meditación abren el acceso a todo lo más humano.
La fe en Jesucristo es posible cuando, de alguna manera, se escucha su voz aunque sea de manera casi imperceptible. En el cuarto evangelio se recogen estas palabras de Jesús: «Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida». Sin embargo, cuando se vive lleno de ruido, es difícil escuchar esa voz.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
27 de agosto de 2000

¿QUIERES MARCHARTE?

¿ También vosotros queréis marcharos?

El mundo en que vivimos no puede ser considerado como cristiano. Las nuevas generaciones no aceptan fácilmente la visión de la vida que se transmitía de padres a hijos por vía de autoridad. Las ideas y directrices que predominan en la cultura moderna se alejan mucho de la inspiración cristiana. Vivimos en una época «poscristiana».
Esto significa que la fe ya no es «algo evidente y natural». Lo cristiano está sometido a un examen crítico cada vez más implacable. Son muchos los que en este contexto se sienten sacudidos por la duda y bastantes los que, dejándose llevar por las corrientes del momento, lo abandonan todo.
Una fe combatida desde tantos frentes no puede ser vivida como hace unos años. El creyente no puede ya apoyarse en la cultura ambiental ni en las instituciones. La fe va a depender cada vez más de la decisión personal de cada uno. Será cristiano quien tome la decisión consciente de aceptar y seguir a Jesucristo. En el futuro, el cristianismo será fruto de una opción libre y responsable. Este es el dato, tal vez, más decisivo en el momento religioso que vive hoy Europa: se está pasando de un cristianismo por nacimiento a un cristianismo por elección.
Ahora bien, el hombre moderno necesita apoyarse en algún tipo de experiencia positiva para tomar una decisión tan importante. La experiencia se está convirtiendo en una especie de patente de autenticidad y en factor fundamental para decidir la orientación de la propia vida. Esto significa que, en el futuro, la experiencia religiosa será cada vez más importante para fundamentar la fe. Será creyente aquel que experimente que Dios le hace bien y que Jesucristo le ayuda a vivir.
El relato evangélico de Juan resulta hoy más significativo que nunca. En un determinado momento, muchos discípulos de Jesús dudan y se echan atrás. Entonces Jesús dice a los Doce: « ¿También vosotros queréis marcharos?» Simón Pedro le contesta en nombre de todos desde una experiencia básica: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos». Muchos se mueven hoy en un estado intermedio entre un cristianismo tradicional y un proceso de descristianización. No es bueno vivir en la ambigüedad. Es necesario tomar una decisión fundamentada en la propia experiencia. Muchos abandonan lo religioso pues piensan que les irá mejor. Y tú, ¿también quieres marcharte?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
24 de agosto de 1997

FE CREATIVA

Señor, ¿a quién vamos a acudir?

Hay muchas formas de vivir la fe. Para algunos, todo se reduce a cumplir unas obligaciones religiosas, siguiendo normas u orientaciones que provienen de otros. Su fe consiste en ir repitiendo un determinado comportamiento religioso a lo largo de toda la vida. Nunca aprenden nuevas formas de orar. Nunca han leído personalmente el evangelio. Nunca se han preocupado de ahondar en su fe. Pasan los años y siguen alimentando su relación con Dios mediante esquemas aprendidos en la infancia.
Este tipo de fe es fruto de una educación religiosa que insistía más en la obediencia que en la responsabilidad, en la observancia más que en la creatividad, en la ley más que en la escucha interior a Dios. Este cristianismo no es «obediencia a la verdad» —así define san Pablo la fe—, sino obediencia a la tradición y a las personas revestidas de autoridad religiosa.
Esta fe no ayuda a crecer ni a profundizar. Tampoco despierta la creatividad de la persona. En esta fe falta alegría, deseo de Dios, amor a la vida. El individuo se ¡imita a «cumplir sus obligaciones religiosas». Convertida en algo superfluo, no será difícil un día prescindir de ella sin sentir vacío alguno.
La verdadera fe es otra cosa. El creyente vive una especie de «aventura personal» con Dios. Su fe se va transformando y enriqueciendo a lo largo de los años. Aprende a situarse ante el misterio de Dios con una confianza y humildad siempre nuevas. Descubre caminos antes desconocidos para invocar su gracia y saborear su bondad insondable. Cada vez entiende mejor lo que puede significar la promesa de Dios: «Yo os daré un corazón nuevo y pondré dentro de vosotros un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne» (Ezequiel 36, 26).
Es cierto que también el creyente puede atravesar toda clase de crisis y de oscuridad, y vivir largos años de rutina y mediocridad. Pero siempre es posible «renacer». El relato de Juan nos recuerda una fuerte crisis de fe entre los discípulos de Jesús. Algunos vacilan, pues su modo de hablar les parece «inaceptable». Otros se echan para atrás y lo abandonan. Entonces Jesús se dirige directamente a los Doce. « También vosotros queréis marcharos?» Con su habitual sinceridad, Pedro le contesta: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos» (Juan 6, 68-69).
La crisis de fe puede conducir a captar mejor su importancia. Los Doce descubren que, si abandonan a Cristo, no tendrían a quién acudir, pues no encontrarían en ningún otro «palabras de vida eterna».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
21 de agosto de 1994

EN LENGUAJE HUMANO

Tú tienes palabras de vida eterna.

La Biblia puede ser leída desde perspectivas e intereses muy diferentes. El creyente, por su parte, busca en ella la Palabra de Dios, pues considera que, a través de sus páginas y de la historia que en ellas se recoge, el misterio de Dios se nos manifiesta de forma decisiva. Pero hay muchas maneras de leer la Biblia, y no siempre ayudan a escuchar la Palabra de Dios.
Hay algunos que leen la Biblia desde una actitud fundamentalista y arcaizante. Piensan que el texto es claro y evidente. Basta, por tanto, interpretarlo al pie de la letra, sin tener en cuenta la distancia cultural que nos separa de los autores bíblicos y sin escuchar las aportaciones de la exégesis científica. Por este camino, es fácil llegar a interpretaciones que no tienen nada que ver con el sentido original del texto.
Otros consideran que la Biblia es una especie de depósito de verdades de donde se puede extraer en cada momento lo que más conviene para probar una doctrina u otra. Esta manera de leer los textos, aislándolos de su propio contexto vital, puede llevar a deformar gravemente el mensaje que en realidad encierran.
Hay también quienes leen la Biblia partiendo de la realidad de hoy para encontrar en el texto bíblico una luz orientadora. Este procedimiento es legítimo, pero tiene el riesgo de caer en la subjetividad para buscar en la Biblia las recetas que interesan.
Como se puede ver, acercarse a la Biblia de forma correcta no es sencillo, pero, en cualquier caso, hay que tener en cuenta un principio que ha sido establecido de manera clara por el Concilio Vaticano II: «Dios habla en la Escritura por medio de seres humanos y en lenguaje humano; por tanto, el intérprete de la Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con atención lo que los autores querían decir y lo que Dios quería dar a conocer con dichas palabras.»
No hemos de olvidar que Dios, habla siempre a través del lenguaje humano de Jeremías o Isaías, de san Marcos o san Lucas. Y, por tanto, lo primero que se ha de hacer es conocer bien lo que ellos han querido decir, acudiendo para ello a los procedimientos necesarios para entender su cultura, el contexto vital en que escribieron o los géneros literarios que emplean.
Solo entonces podremos escuchar, encarnada en ese lenguaje humano, la Palabra de Dios que hemos de actualizar hoy para iluminar nuestra vida, orientar nuestra conducta o reafirmar nuestra esperanza. Para escuchar a Dios no bastan, sin embargo, los métodos exegéticos. Es necesario, además, abrirse a su Palabra con corazón limpio, fe humilde y una docilidad grande. Esa actitud de Simón Pedro ante Jesús: «Señor ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
25 de agosto de 1991

VIVIR LAS DUDAS CON SINCERIDAD

¿ También vosotros queréis marcharos?

No pocos cristianos sienten hoy brotar en su interior dudas, no sobre tal o cual punto particular del mensaje de Cristo, sino sobre la totalidad de la fe cristiana.
Lo que les preocupa no son los dogmas sino algo más fundamental y previo: ¿Por qué he de orientar mi vida siguiendo las fórmulas ingenuas de Cristo que encuentro en unos documentos tan arcaicos y, al parecer, tan legendarios? ¿Por qué mi anhelo por la vida, el placer y la libertad han de subordinarse a una moral rigurosa y casi imposible?
Muchas veces, sin formularlo de manera precisa, experimentan en su interior una división profunda: “Quisiera creer pero me siento incapaz de adherirme con sinceridad total al cristianismo”. “Siento que no puedo o no debo abandonar mi fe cristiana pero, al mismo tiempo, me encuentro cada vez más lejano y extraño a todo eso”.
Es fácil entonces sentirse culpable de algo, sin saber con seguridad de qué: ¿Qué me ha pasado? ¿Qué he hecho a lo largo de los años para llegar a esta situación? Es posible, ciertamente, que haya una parte de responsabilidad en todo ello, pero ahora lo importante es vivir esa experiencia de duda religiosa de manera positiva.
Esa duda y falta de certeza interior puede ser precisamente una ocasión para superar la inmovilidad y la rutina, para liberarse de una religión excesivamente infantil y para descubrir a Jesucristo de manera nueva.
Quizás, por vez primera, descubro que soy libre para creer o no creer. Ciertamente, es más cómodo no plantearse cuestión alguna y vivir tranquilo, pero es más digno enfrentarme a mi propia libertad y saber por qué abandono la fe o por qué me comprometo a seguir a Cristo.
Si sigo buscando la verdad, pronto sentiré que no soy yo sólo el que hago preguntas. Ahora es el mismo Cristo el que me interpela a mí: “¿También tú quieres marcharte?”. Y uno se ve obligado a introducir nuevas cuestiones en su planteamiento: ¿Por qué me resisto a reorientar mi vida y reorganizarlo todo desde la llamada de Cristo? ¿Puedo responder sinceramente por qué?
Tarde o temprano llega el momento de tomar una decisión: o bien pongo a Cristo en el mismo plano que a otras grandes figuras de la humanidad o bien me decido a experimentar personalmente qué hay de único en su persona y su mensaje.
Lo importante es la sinceridad del corazón. No hay que fiarse de las certidumbres y seguridades del pasado ni desanimarse cuando comienzan las dudas. La verdadera fe no está en nuestras explicaciones bien fundadas ni en nuestras dudas, sino en la sinceridad del corazón que busca a Dios.
Cuando uno busca con sinceridad, tal vez no encuentre respuesta inmediata a todos sus interrogantes, pero es fácil que sienta en el fondo de su corazón lo mismo que Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
21 de agosto de 1988

FALSIFICACION

El espíritu es quien da vida.
La carne no sirve de nada.

En pocas parcelas de la vida contemporánea se puede percibir hoy más engaño y falsificación que en el ámbito del sexo.
Constantemente se alardea en nuestra sociedad de “liberación sexual” pero, cuando uno observa a esas personas presuntamente “liberadas”, se encuentra con frecuencia con hombres y mujeres sin apenas libertad interior ni capacidad para superar un estadio muy superficial de relaciones interpersonales.
Se habla de la sexualidad como «forma profunda de expresión y comunicación” pero, cuando se vive el sexo en relaciones breves, epidérmicas y cambiantes, con diferentes “partenaires”, es muy poco lo que las personas pueden en realidad comunicarse.
Se proclama la revalorización del cuerpo y el descubrimiento de la dimensión erótica de la vida pero se cae luego en una «genitalización» de las relaciones personales donde el sexo queda reducido a puro instinto.
¿Son experiencias eróticas liberadoras esos “encuentros genitales vividos sin ternura, sin comunicación honda, sin verdadera responsabilidad por el otro, donde el sexo se convierte en instrumento de satisfacción personal desvinculado de todo lo que puede ser amor y afecto?
Se defiende “el amor libre” pero, ¿es realmente amor ese juego sexual donde no hay preocupación por el otro, solicitud y fidelidad? ¿Qué queda de amor verdadero en esos “ligues” y esas fugaces aventuras sexuales?
¿Estamos asistiendo a una revalorización del sexo o a su trivialización y banalización más lamentables? ¿Es realmente liberadora la actual permisividad sexual o se está convirtiendo el sexo en “el nuevo opio” del hombre contemporáneo?
No son fáciles de entender en este clima social las palabras de Jesús: “El espíritu es quien da la vida; la carne (sin espíritu) no sirve de nada”.
Sin embargo, quien ahonde en el contenido que encierran, no despreciará el cuerpo ni el sexo ni lo erótico, pero comprenderá que sólo son fuente de vida, de liberación verdadera y de crecimiento cuando están vivificados por el espíritu y el amor.
Las recetas para el amor y las técnicas del placer sirven de muy poco cuando las personas están vacías interiormente y no saben amar desde lo hondo de su ser.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
25 de agosto de 1985

¿A QUIEN ACUDIREMOS?

Tú tienes palabras de vida eterna.

Quien se acerca a Jesús tiene, con frecuencia, la impresión de encontrarse con alguien extrañamente actual y más presente a nuestros problemas de hoy que muchos de nuestros contemporáneos.
Hay gestos y palabras de Jesús que nos impactan todavía hoy porque tocan el nervio de nuestros problemas y preocupaciones más vitales.
Son gestos y palabras que se resisten al paso de los tiempos y al cambio de ideologías. Los siglos transcurridos no han amortiguado la fuerza y la vida que encierran, a poco que estemos atentos y abramos sinceramente nuestro corazón.
Sin embargo, son muchos los hombres y mujeres que no logran encontrarse con su evangelio. No han tenido nunca la suerte de escuchar con sencillez y directamente sus palabras. Su mensaje les ha llegado desfigurado por demasiadas capas de doctrinas, fórmulas, conceptualizaciones y discursos interesados.
A lo largo de veinte siglos es mucho el polvo que inevitablemente se ha ido acumulando sobre su persona, su actuación y su mensaje. Un cristianismo lleno de buenas intenciones y fervores venerables ha impedido, a veces, a muchos cristianos sencillos encontrarse con la frescura llena de vida de aquel que perdonaba a las prostitutas, abrazaba a los niños, lloraba con los amigos, contagiaba esperanza e invitaba a los hombres a vivir con la libertad y el amor de los hijos de Dios.
Cuántos hombres y mujeres han tenido que escuchar las disquisiciones de moralistas bien intencionados y las exposiciones de predicadores ilustrados, sin lograr encontrarse con El.
No nos ha de extrañar la interpelación de J. Onimus: « ¿ Por qué vas a ser tú propiedad privada de predicadores, doctores y de algunos eruditos, tú que has dicho cosas tan simples, tan directas, palabras que siguen siendo palabras de vida para todos los hombres?».
Sin duda, uno de los mayores servicios que podemos realizar en la Iglesia actual es poner la persona y el mensaje de Jesús al alcance de los hombres y mujeres de nuestros días. Ayudarles a abrirse camino hacia él. Acercarles a su mensaje.
Muchos cristianos que se han ido alejando estos años de la Iglesia, quizás, porque no siempre han encontrado en ella a Jesucristo, sentirían de nuevo aquello expresado un día por Pedro: «Señor, ¿ a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos ».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
22 de agosto de 1982

BASTA DE PALABRERIA

Tú tienes palabras de vida eterna.

Nunca se ha hablado tanto como en nuestra época. Una avalancha imponente de palabras, voces, imágenes e informaciones caen sobre nosotros constantemente.
Desde primeras horas de la mañana, las radios martillean nuestros oídos con las noticias, discursos y comunicados de última hora.
Basta apretar el botón del televisor, y una oleada de imágenes, anuncios, informes y noticiarios invaden la tranquilidad de nuestro hogar. El hombre se ha convertido en una especie de pequeño radar impactado constantemente por palabras e imágenes que le llegan de todo el mundo.
Quizás por esto mismo, acostumbrados a tantas voces y ruidos, se ha extendido entre nosotros lo que alguien ha llamado «el horror al silencio».
No sabemos convivir en silencio. No sabemos estar juntos y callados. Todo el mundo quiere hablar, aunque, en realidad, son pocos los que tienen algo que decir.
Y, cuando alguna vez se hace silencio en nuestras reuniones o en nuestra conversación, todos nos apresuramos a llenarlo rápidamente con nuestra palabra. Y así nuestra convivencia se va llenando de palabras vacías, inútiles y superficiales.
Esta «inflación de la palabra» ha penetrado también en nuestra Iglesia. Hoy los cristianos hablamos y escribimos mucho. Quizás más que nunca. Pero lo que mucha gente percibe en nosotros, no son palabras «llenas de espíritu y vida», sino palabras vacías.
En la mayoría de los casos, no es que los hombres nos acusen de estar mintiendo. Lo que los hombres quieren saber es si, al menos, para nosotros, nuestras palabras significan algo.
La palabra de Jesús era diferente. Una palabra creíble, llena de vida, verdad y transparencia. Palabra nacida desde su mismo ser. Palabra que brotaba de su amor apasionado al Padre y a los hombres. Uno entiende la reacción espontánea de Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna».
Cómo necesitamos los hombres de hoy esa palabra de Jesús capaz de dar un vigor y una fuerza nueva a nuestra vida. Y cómo necesitamos de creyentes que nos hablen, como Jesús, con palabras donde se transparente su experiencia, su fe, su amor.
Basta ya de palabrería. No hablemos tanto, y hagamos algo ahora mismo. El que se deja transformar por el evangelio, comprende enseguida que toda su vida debe convertirse en palabra y anuncio de Jesucristo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

LEER CON FE

Cuando los primeros discípulos de Jesús se convencieron de que Dios lo había resucitado desautorizando a cuantos lo habían condenado, tomaron conciencia de que en la vida y el mensaje y de Jesús se encerraba algo único, confirmado por el mismo Dios.
Entonces sucedió un hecho singular y desconocido en toda la literatura universal. Los discípulos comenzaron a recoger las palabras que le habían escuchado a Jesús durante su vida terrestre, pero no como se recoge el testamento de un maestro muerto ya para siempre, sino como palabras de alguien que está vivo y sigue hablando ahora mismo a los que creen en él. Nació así un género literario nuevo y desconocido: los evangelios.
En las primeras comunidades cristianas se leía el evangelio no como palabras que dijo Jesús en otros tiempos en Galilea, sino como palabras que ahora mismo nos está diciendo el resucitado para iluminar nuestros problemas de hoy. Las escuchaban como palabras que son «espíritu y vida», «palabras de vida eterna», un mensaje que nos hace vivir en la verdad y nos da vida.
Un cristiano no confunde nunca el evangelio con ningún otro escrito. Cuan do se dispone a leer las palabras de Jesús sabe que no va a leer un libro, sino que va a escuchar a Cristo que le habla al corazón. El concilio Vaticano II quiso despertar de nuevo esta fe de los primeros cristianos proclamando solemnemente que «Cristo está presente en la Palabra pues es él mismo quien habla mientras se leen en la Iglesia las sagradas escrituras».
Hemos de aprender de nuevo el arte de leer los evangelios con esta fe. Aquel Jesús que, en Cafarnaum, le declaró a un paralítico: «Perdonados te son tus pecados. Vive siempre sostenido por la bondad y el perdón de Dios». Aquel Jesús que, a orillas del Tiberiades, llamó un día a Pedro con una sola palabra: «Sígueme», hoy, me está diciendo a mí: «Ten fe, no vivas perdido, sigue mis pasos».
Cuando los creyentes abrimos los evangelios, no estamos leyendo la biografía de un personaje difunto. No nos acercamos a Jesús como a algo acabado. Su vida no ha terminado con su muerte. Sus palabras no han quedado silenciadas para siempre. Jesús sigue vivo. Quien saber leer el Evangelio con fe, lo escucha en el fondo de su corazón. Nunca se sentirá sólo.

José Antonio Pagola

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