lunes, 27 de agosto de 2012

02/08/2012 - 22º domingo Tiempo ordinario (B)

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Homilias de José Antonio Pagola

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2 de septiembre de 2012

22º domingo Tiempo ordinario (B)


EVANGELIO

Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 7,1-8.14-15.21-23

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas).
Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?». El les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2011-2012 -
2 de septiembre de 2012


LA QUEJA DE DIOS 


Un grupo de fariseos de Galilea se acerca a Jesús en actitud crítica. No vienen solos. Los acompañan algunos escribas, venidos de Jerusalén, preocupados sin duda por defender la ortodoxia de los sencillos campesinos de las aldeas. La actuación de Jesús es peligrosa. Conviene corregirla.
Han observado que, en algunos aspectos, sus discípulos no siguen la tradición de los mayores. Aunque hablan del comportamiento de los discípulos, su pregunta se dirige a Jesús, pues saben que es él quien les ha enseñado a vivir con aquella libertad sorprendente. ¿Por qué?
Jesús les responde con unas palabras del profeta Isaías que iluminan muy bien su mensaje y su actuación. Estas palabras con las que Jesús se identifica totalmente hemos de escucharlas con atención, pues tocan algo muy fundamental de nuestra religión. Según el profeta, esta es la  queja Dios.
"Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí". Este es siempre el riesgo de toda religión: dar culto a Dios con los labios, repitiendo fórmulas, recitando salmos, pronunciando palabras hermosas, mientras nuestro corazón "está lejos de él". Sin embargo, el culto que agrada a Dios nace del corazón, de la adhesión interior, de ese centro íntimo de la persona de donde nacen nuestras decisiones y proyectos.
"El culto que me dan está vacío". Cuando nuestro corazón está lejos de Dios, nuestro culto queda sin contenido. Le falta la vida, la escucha sincera de la Palabra de Dios, el amor al hermano. La religión se convierte en algo exterior que se practica por costumbre, pero donde faltan los frutos de una vida fiel a Dios.
"La doctrina que enseñan son preceptos humanos". En toda religión hay tradiciones que son "humanas". Normas, costumbres, devociones que han nacido para vivir la religiosidad en una determinada cultura. Pueden hacer mucho bien. Pero hacen mucho daño cuando nos distraen y alejan de la Palabra de Dios. Nunca han de tener la primacía.
Al terminar la cita del profeta Isaías, Jesús resume su pensamiento con unas palabras muy graves: "Dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres". Cuando nos aferramos ciegamente a tradiciones humanas, corremos el riesgo de olvidar el mandato del amor y desviarnos del seguimiento a Jesús, Palabra encarnada de Dios. En la religión cristiana lo primero es siempre Jesús y su llamada al amor. Solo después vienen nuestras tradiciones humanas por muy importantes que nos puedan parecer. No hemos de olvidar nunca lo esencial. 

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
30 de agosto de 2009

NO AFERRARNOS A TRADICIONES HUMANAS

… para aferraros a la tradición de los hombres.

No sabemos cuándo ni dónde ocurrió el enfrentamiento. Al evangelista solo le interesa evocar la atmósfera en la que se mueve Jesús, rodeado de maestros de la ley, observantes escrupulosos de las tradiciones, que se resisten ciegamente a la novedad que el Profeta del amor quiere introducir en sus vidas.
Los fariseos observan indignados que sus discípulos comen con manos impuras. No lo pueden tolerar: « ¿Por qué tus discípulos no siguen las tradiciones de los  mayores?». Aunque hablan de los discípulos, el ataque va dirigido a Jesús. Tienen razón. Es Jesús el que está rompiendo esa obediencia ciega a las tradiciones al crear en torno suyo un "espacio de libertad" donde lo decisivo es el amor.
Aquel grupo de maestros religiosos no ha entendido nada del reino de Dios que Jesús les está anunciando. En su corazón no reina Dios. Sigue reinando la ley, las normas, los usos y las costumbres marcadas por las tradiciones. Para ellos lo importante es observar lo establecido por "los mayores". No piensan en el bien de las personas. No les preocupa "buscar el reino de Dios y su justicia".
El error es grave. Por eso, Jesús les responde con palabras duras: «Vosotros dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres ».
Los doctores hablan con veneración de "tradición de los mayores" y le atribuyen autoridad divina. Pero Jesús la califica de "tradición humana". No hay que confundir jamás la voluntad de Dios con lo que es fruto de los hombres.
Sería también hoy un grave error que la Iglesia quedara prisionera de tradiciones humanas de nuestros antepasados, cuando todo nos está llamando a una conversión profunda a Jesucristo, nuestro único Maestro y Señor. Lo que nos ha de preocupar no es conservar intacto el pasado, sino hacer posible el nacimiento de una Iglesia  y de unas comunidades cristianas capaces de reproducir con fidelidad el Evangelio y de actualizar el proyecto del reino de Dios en la sociedad contemporánea.
Nuestra responsabilidad primera no es repetir el pasado, sino hacer posible en nuestros días la acogida de Jesucristo, sin ocultarlo ni oscurecerlo con tradiciones humanas, por muy venerables que nos puedan parecer.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
3 de septiembre de 2006

RELIGIÓN VACÍA DE DIOS

El culto que me dan está vacío.

Los cristianos de la primera y segunda generación recordaban a Jesús, no como un hombre religioso, sino como un profeta que denunciaba con libertad los peligros y trampas de toda religión. Lo suyo no era la observancia piadosa por encima de todo, sino la búsqueda apasionada de la voluntad de Dios.
Marcos, el evangelio más antiguo y directo, presenta a Jesús en conflicto con los sectores más piadosos de la sociedad judía. Entre sus críticas más radicales hay que destacar dos: el escándalo de una religión vacía de Dios, y el pecado de sustituir su voluntad que sólo pide amor por «tradiciones humanas» al servicio de otros intereses.
Jesús cita al profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos». Luego denuncia en términos claros dónde está la trampa: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
Éste es el gran pecado. Una vez que hemos establecido nuestras normas y tradiciones, las colocamos en el lugar que sólo debe ocupar Dios. Las respetamos por encima incluso de su voluntad. No hay que pasar por alto la más mínima prescripción, aunque vaya contra el amor y haga daño a las personas.
En esta religión lo que importa no es Dios sino otro tipo de intereses. Se le honra a Dios con los labios pero el corazón está lejos de él, se pronuncia un credo obligatorio pero se cree en lo que conviene, se cumplen ritos pero no hay obediencia a Dios sino a los hombres.
Poco a poco olvidamos a Dios y, luego, olvidamos que lo hemos olvidado. Empequeñecemos el evangelio para no tener que convertimos demasiado. Orientamos caprichosamente la voluntad de Dios hacia lo que nos interesa y olvidamos su exigencia absoluta de amor. Con el tiempo, no echamos en falta a Jesús; olvidamos qué es mirar la vida con sus ojos.
Éste puede ser hoy nuestro pecado. Agarrarnos como por instinto a una religión desgastada y sin fuerza para transformar las vidas. Seguir honrando a Dios sólo con los labios. Resistimos a la conversión y vivir olvidados del proyecto de Jesús: la construcción de un mundo nuevo según el corazón de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
31 de agosto de 2003

CON EL CORAZÓN LEJOS

Su corazón está lejos de mí.

Por mucho que se habla de secularización y pérdida de fe, la gente sigue siendo, en general, bastante religiosa. Seguramente, mucho más religiosa de lo que se piensa. Basta observar cómo siguen bautizando a sus hijos, enterrando a sus muertos o, incluso, celebrando sus bodas.
No es fácil saber por qué. Pero el hecho está ahí. La fuerza de la costumbre es grande. Los convencionalismos sociales se imponen. Y, por otra parte, se busca de alguna manera estar a bien con Dios y contar con su protección divina.
Pero, de hecho, estas celebraciones no son, muchas veces, un encuentro sincero con Dios. Muchas bodas, bautizos y primeras comuniones quedan reducidos a una reunión de carácter social, un acto impuesto por la costumbre o un rito que se hace sin comprender muy bien lo que significa y sin que, por supuesto, implique compromiso alguno para la vida.
Y cuando en la comunidad cristiana se dan orientaciones para celebrar la liturgia con más verdad o cuando el sacerdote trata de ayudar a vivir la celebración de manera más responsable, se le pide que no moleste demasiado, que termine cuanto antes su predicación y que siga administrando los sacramentos como se ha hecho toda la vida.
Lo que realmente importa es el vestido de la niña, la foto de los novios, las flores del altar o el reportaje de vídeo de la ceremonia. Que todo salga «muy bonito y emocionante».
Sería necesario repetir en medio de estas celebraciones las palabras de Isaías, citadas por Jesús para criticar tantos ritos y ceremonias celebrados de manera rutinaria y vacía en la sociedad judía: «Así dice Yahvé. Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío».
En estas celebraciones hay cantos y música, se cumplen fielmente los ritos, se observan las normas de las ceremonias, pero cuando se honra a Dios con los labios, ¿dónde está el corazón? Este culto lleno de convencionalismo e intereses diversos, ¿no está demasiado vacío de Dios?
El culto agrada a Dios cuando se produce un verdadero encuentro con Él, cuando se experimenta con alegría y gozo su amor salvador y cuando se escucha una llamada a vivir una vida más fiel al evangelio de Cristo.
Está bien preparar los detalles de la boda o la primera comunión. Es bueno cuidar la reunión festiva de la familia, pero si se quiere celebrar algo desde la fe, lo primero es preparar el corazón para el encuentro con Dios. Sin ese encuentro sincero con El, todo queda reducido a culto vacío donde, como diría Jesús, se deja de lado a Dios para aferrarse a tradiciones de hombres.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
3 de septiembre de 2000

INDIFERENCIA

Su corazón está lejos de mí.

La crisis religiosa se va decantando poco a poco hacia la indiferencia. De ordinario, no se puede hablar propiamente de ateísmo ni siquiera de agnosticismo. Lo que mejor define la postura de muchos es la indiferencia religiosa donde no hay preguntas ni dudas ni crisis.
No es fácil describir esta indiferencia. Lo primero que se observa es una ausencia de inquietud religiosa. Dios no interesa. La persona vive en la despreocupación, sin nostalgias ni horizonte religioso alguno. No se trata de una ideología. Es, más bien, una «atmósfera envolvente» donde la relación con Dios queda bloqueada.
Hay diversos tipos de indiferencia. Algunos viven en estos momentos un alejamiento progresivo; son personas que se van distanciando cada vez más de la fe, cortan lazos con lo religioso, se alejan de la práctica; poco a poco Dios se va apagando en sus consciencias. Otros viven sencillamente absorbidos por las cosas de cada día; nunca se han interesado mucho por Dios; probablemente recibieron una educación religiosa débil y deficiente; hoy viven olvidados de todo.
En algunos la indiferencia actual es fruto de un conflicto personal vivido a veces en secreto; han sufrido miedos o experiencias frustrantes; no guardan buen recuerdo de lo que vivieron de niños o de adolescentes; no quieren oír hablar de Dios pues les hace daño; se defienden olvidándolo.
La indiferencia de otros es más bien resultado de circunstancias diversas. Salieron del pequeño pueblo y hoy viven de manera diferente en un ambiente urbano; o se casaron con alguien poco sensible a lo religioso y han cambiado de costumbres; o se han separado de su primer cónyuge y viven una situación de pareja no «bendecida» por la Iglesia. No es que estas personas hayan tomado la decisión de abandonar a Dios, pero de hecho su vida se va alejando de Él.
Hay todavía otro tipo de indiferencia encubierta por la piedad religiosa. Es la indiferencia de quienes se han acostumbrado a vivir la religión como una «práctica externa» o una «tradición rutinaria». Todos hemos de escuchar la queja de Dios. Nos la recuerda Jesús con palabras tomadas del profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
31 de agosto de 1997

LA TRADICIÓN

Dejáis de lado el mandamiento de Dios.

Son bastantes los cristianos que tienen la sensación de no saber ya exactamente qué es lo que hay que creer, lo que hay que cumplir y lo que hay que celebrar. ¿Qué hacer ante la marea de inseguridad y confusión que amenaza con disolverlo todo? ¿Cómo reaccionar ante esa ola de incredulidad que parece penetrar más y más en las conciencias?
Es natural que muchos busquen refugio en una «ortodoxia reforzada». Un cuerpo doctrinal seguro, un código de conducta bien definido, una organización religiosa fuerte. Ante la anarquía de posiciones, se busca la seguridad de la tradición. Ante la irrupción de tantas novedades, la solidez del pasado.
Sin duda, hay una intuición acertada en esa postura. Sería una equivocación pretender interpretar el acontecimiento cristiano exclusivamente a partir de nuestro presente, saltando por encima la tradición cristiana y prescindiendo de la larga vida de fe que ha animado a las iglesias durante veinte siglos.
El cristiano que pretende releer el evangelio sin acudir a la tradición corre el riesgo de empobrecer grandemente su lectura, desconociendo toda la riqueza y posibilidades que ese evangelio ha puesto ya de manifiesto en estos siglos.
Pero, al acudir a la tradición, es necesario evitar un grave riesgo. La fe no es algo que se va transmitiendo mecánicamente, como un objeto que se pasa de mano en mano. La fe es una vida que no puede ser comunicada sino en la misma vida. Y la única manera de vivir lo mismo en un contexto cultural nuevo consiste en vivirlo de manera nueva.
Una transmisión que no sea sino la transmisión de unas fórmulas ortodoxas o unas rúbricas litúrgicas, conducirá siempre a una asfixia mortal. En el corazón de la verdadera tradición está siempre la búsqueda del evangelio y de la verdadera voluntad del Padre hoy.
Es bueno que todos escuchemos sinceramente la advertencia de Jesús: «Dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres» (Marcos 7, 8). Ni progresistas ni tradicionalistas tienen derecho a sentirse un grupo más cristiano que el otro. Todos hemos de dejarnos juzgar por la palabra de Jesús que nos llama siempre a buscar desde el amor la verdadera voluntad de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
28 de agosto de 1994

LAS MANOS

Lo que sale de dentro.

Se nos ha dicho que tocarse es pecado. Y ciertamente lo es cuando nuestra mano golpea y hiere, o cuando el contacto sirve para manipular al otro, humillarlo o abusar de él. Pero, tocarse puede ser también otras muchas cosas.
A veces, tocarse es incómodo; nos molesta la proximidad física en el autobús o el metro, y cuando nos apretujamos en el ascensor. Otras veces, tocarse es algo frío y rutinario; hay que saludarse, y no se puede evitar el apretón de manos o el abrazo, aunque la persona nos sea casi extraña. Pero tocarse puede ser también comunicar afecto íntimo y ternura gozosa a la persona querida; la caricia sentida, el beso sincero son gestos en los que crece el amor.
Hay todavía otra posibilidad. El contacto que nos acerca al débil, la mano que acoge al que se siente enfermo o desvalido. Es esto precisamente lo que los evangelistas destacan en Jesús. De él se nos dice que «tocaba» a los leprosos, «abrazaba y bendecía» a los niños, «imponía sus manos» sobre los enfermos y los curaba. Sus manos eran acogida, bendición, fuerza sanadora. Por eso, cuando los fariseos, desde una visión estrecha y legalista, critican a los discípulos porque comen con «manos impuras», Jesús reacciona diciendo: «lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre»; las manos, por el contrario, son una bendición si irradian nuestra bondad interior.
Coger la mano de un enfermo grave, estrechar entre las nuestras la de un anciano solo y desorientado, acariciar la frente de un moribundo, abrazar a quien se derrumba al perder a su ser más querido, son gestos cargados de cercanía y amor. Una manera profunda de decirle al otro: «Estoy contigo. No sé qué decirte. Me siento tan impotente como tú. Pero comparto tu dolor.»
Esta cercanía no siempre es fácil. Se nos hace duro estrechar la mano de ese enfermo y tenerla cogida largamente y en silencio. Es más fácil distanciamos, defendemos detrás de las palabras y distraer de alguna forma nuestra impotencia y nuestra pena.
Pero ese contacto siempre es terapia. Libera de la soledad y el desamparo. Alivia el miedo y la ansiedad. Infunde aliento y esperanza. Cuando ya no hay nada que hacer y no podemos ofrecer a esa persona ningmi remedio eficaz, quedan todavía nuestras manos.
Lo saben bien muchos médicos, enfermeras y cuidadores que se acercan a los enfermos acogiendo su dolor y su impotencia. Cogidos por la prisa y atrapados en el engranaje de la organización sanitaria, no siempre pueden actuar como quisieran. Pero su trato afectuoso y cálido a los pacientes siempre hace bien. A todos ellos les quiero recordar las palabras que san Camilo de Lelis, experto en la atención a los enfermos, les decía hace ya cuatro siglos a sus compañeros: «Más corazón en esas manos, hermanos.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
1 de septiembre de 1991

CON EL CORAZON LEJOS

Su corazón está lejos de mí.

Por mucho que se habla de secularización y pérdida de fe, la gente sigue siendo, en general, bastante religiosa. Seguramente, mucho más religiosa de lo que se piensa. Basta observar cómo siguen bautizando a sus hijos, enterrando a sus muertos o, incluso, celebrando sus bodas.
No es fácil saber por qué. Pero el hecho está ahí. La fuerza de la costumbre es grande. Los convencionalismos sociales se imponen. Y, por otra parte, se busca de alguna manera estar a bien con Dios y contar con su protección divina.
Pero, de hecho, estas celebraciones no son, muchas veces, un encuentro sincero con Dios. Muchas bodas, bautizos y primeras comuniones quedan reducidos a una reunión de carácter social, un acto impuesto por la costumbre o un rito que se hace sin comprender muy bien lo que significa y sin que, por supuesto, implique compromiso alguno para la vida.
Y cuando en la comunidad cristiana se dan orientaciones para celebrar la liturgia con más verdad o cuando el sacerdote trata de ayudar a vivir la celebración de manera más responsable, se le pide que no moleste demasiado, que termine cuanto antes su predicación y que siga administrando los sacramentos como se ha hecho toda la vida.
Lo que realmente importa es el vestido de la niña, la foto de los novios, las flores del altar o el reportaje de vídeo de la ceremonia. Que todo salga “muy bonito y emocionante”.
Sería necesario repetir en medio de estas celebraciones las palabras de Isaías, citadas por Jesús para criticar tantos ritos y ceremonias celebrados de manera rutinaria y vacía en la sociedad judía: “Así dice Yahvé: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío”.
En estas celebraciones hay cantos y música, se cumplen fielmente los ritos, se observan las normas de las ceremonias, pero cuando se honra a Dios con los labios, ¿dónde está el corazón? Este culto lleno de convencionalismo e intereses diversos, ¿no está demasiado vacío de Dios?
El culto agrada a Dios cuando se produce un verdadero encuentro con él, cuando se experimenta con alegría y gozo su amor salvador y cuando se escucha una llamada a vivir una vida más fiel al evangelio de Cristo.
Está bien preparar los detalles de la boda o la primera comunión. Es bueno cuidar la reunión festiva de la familia, pero si se quiere celebrar algo desde la fe, lo primero es preparar el corazón para el encuentro con Dios. Sin ese encuentro sincero con él, todo queda reducido a culto vacío donde, como diría Jesús, se deja de lado a Dios para aferrarse a tradiciones de hombres.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
28 de agosto de 1988

GESTOS VACIOS

Pero su corazón está lejos.

Según los evangelios, una de las citas más queridas de Jesús es ésta del profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.
Estas palabras me suelen recordar casi inevitablemente ese momento en el que el sacerdote, al comienzo de la anáfora eucarística, invita a los fieles diciendo: “Levantemos el corazón» y los presentes responden: “Lo tenemos levantado hacia ci Señor».
¿Será realmente así? Exteriormente, en ese momento todos nos ponemos de pie, pero ¿levantamos de verdad nuestro corazón hacia Dios?
En general, los cristianos de occidente cuidamos poco los gestos litúrgicos y no sabemos vivirlos como expresión viva de nuestra actitud interior. A veces, ni siquiera sospechamos la fuerza que pueden tener para elevar nuestro corazón hacia Dios.
Pensemos en esas posturas y gestos sencillos que adoptamos con tanta rutina en muchas celebraciones.
Ponerse en pie es un gesto que, naturalmente, significa respeto, atención, disponibilidad. Pero es mucho más. Es la actitud más característica del orante cristiano que se siente “resucitado” por Cristo y «levantado” para siempre a la vida.
Ponerse de rodillas es un gesto de humildad y adoración. Reducimos nuestra estatura y nos hacemos “pequeños” ante Dios. No queremos medirnos con El. Preferimos confiarnos a su bondad de Padre.
Sentarse es adoptar una actitud de escucha. Somos discípulos que necesitamos acoger la Palabra de Dios y aprender a vivir con «sabiduría cristiana”.
Elevar los brazos con las palmas de las manos abiertas y vueltas hacia arriba es invocar a Dios mostrándole nuestro vacío y nuestra pobreza radical.
Inclinar la cabeza es aceptar la gracia y la bendición de Dios sobre toda nuestra persona. Dejarnos envolver por su presencia amorosa.
Golpearse el pecho con la mano es un signo humilde de arrepentimiento que expresa el deseo de romper y ablandar ese corazón nuestro demasiado duro y cerrado a Dios y a los hermanos.
Darse el gesto de la paz mirándonos al rostro y estrechando nuestras manos es acoger al hermano y despertar en nosotros el amor fraterno y la solidaridad antes de compartir la misma mesa del Señor.
Hacer el signo de la cruz es expresar nuestra condición cristiana, aceptar sobre nosotros la cruz de Cristo y consagrar nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestros deseos a ese Dios que es nuestro Padre y hacia el cual caminamos siguiendo al Hijo movidos por el Espíritu.
José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
1 de septiembre de 1985

CAMBIAR DESDE DENTRO

«Esas maldades salen de dentro».

Hay algo que los hombres y mujeres de hoy queremos ingenuamente olvidar una y otra vez. Sin una transformación interior, sin un esfuerzo real de cambio de actitud, no es posible crear una nueva sociedad.
Hemos de valorar, sin duda, muy positivamente, todos los intentos de ayudar, ennoblecer y dignificar al hombre desde fuera. Pero, las estructuras, las instituciones, los pactos y los programas políticos no cambian ni mejoran automáticamente al hombre.
Es inútil lanzar consignas políticas de cambio social si los que gobiernan el país, los que dirigen la vida pública y todos los ciudadanos, en general, no hacemos esfuerzo personal alguno para cambiar nuestras posturas. No hay ningún camino secreto que nos pueda conducir a una transformación y mejora social, dispensándonos de una conversión personal.
Los pecados colectivos, el deterioro moral de nuestra sociedad, el mal encarnado en tantas estructuras e instituciones, la injusticia presente en el funcionamiento de la vida social, se deben concretamente a factores diversos, pero tienen, en definitiva, una fuente y un origen último: el corazón de las personas.
La sabia advertencia de Jesús tiene actualidad también hoy, en una sociedad tan compleja y organizada como la nuestra. «Las maldades salen de dentro del hombre». Los robos, los homicidios, los adulterios, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, la envidia, la difamación, el orgullo, la frivolidad, que de tantas maneras toman cuerpo en las costumbres, modas, instituciones y estructuras de nuestra sociedad, «salen de dentro del corazón».
Es una grave equivocación pretender una reconversión industrial justa, sin «reconvertir» nuestros corazones a posturas de mayor justicia social con los más oprimidos por la crisis económica.
Es una ilusión falsa creer que vamos camino de una sociedad más igualitaria y socializada, si apenas nadie parece dispuesto a abandonar situaciones privilegiadas ni a compartir de verdad sus bienes con las clases más necesitadas.
Es una ingenuidad creer que la paz llegará al País Vasco con medidas policiales, acciones represivas, negociaciones o pactos estratégicos, si no existe una actitud sincera de diálogo, revisión de posturas y búsqueda leal de vías políticas.
¿Pueden cambiar mucho las cosas si cada uno de nosotros cambiamos tan poco?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
29 de agosto de 1982

AFERRARSE A LA TRADICION

… para aferraros a la tradición de los hombres.

Son bastantes los cristianos que tienen la sensación de no saber ya exactamente qué es lo que hay que creer, lo que hay que cumplir ni lo que hay que celebrar.
¿Qué hacer ante la marea de inseguridad y confusión que amenaza con disolverlo todo? ¿Cómo reaccionar ante esa ola de incertidumbre e incredulidad que parece penetrar más y más en nuestras comunidades cristianas?
Es natural que muchos creyentes busquen el refugio de una «ortodoxia reforzada». Un cuerpo doctrinal seguro, un código de conducta bien definido, una organización religiosa fuerte.
Ante los excesos del individualismo y la anarquía de las diversas posiciones, se buscan la seguridad de la tradición. Ante la irrupción de tantas novedades, la solidez del pasado.
Sin duda, hay una intuición muy acertada en esta postura. Sería una equivocación pretender interpretar el acontecimiento cristiano exclusivamente a partir de nuestro presente, saltando por encima de la tradición cristiana y prescindiendo de la larga vida de fe que ha animado a las comunidades cristianas durante veinte siglos.
El cristiano que pretenda releer el evangelio sin acudir a la tradición, corre el riesgo de empobrecer grandemente su lectura, desconociendo toda la riqueza y las posibilidades que ese evangelio ha puesto ya de manifiesto en estos siglos.
Pero, al acudir a la tradición, es necesario evitar un grave riesgo. La fe no es algo que se va transmitiendo mecánicamente, como un objeto que se pasa de mano en mano.
La fe es una vida que no puede ser transmitida sino en la misma vida. y la única manera de vivir lo mismo en un contexto cultural nuevo, consiste en vivir lo mismo de una manera nueva.
Una tradición que no sea sino la transmisión de unas fórmulas ortodoxas o unas rúbricas litúrgicas, conducirá siempre a los creyentes a una asfixia mortal. En el corazón de la verdadera tradición cristiana está siempre la búsqueda del evangelio y de la verdadera voluntad del Padre hoy.
Es bueno que todos escuchemos sinceramente la advertencia de Jesús: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de lo hombres».
Ni «progresistas» ni «tradicionalistas» tienen derecho a sentirse un grupo más cristiano que el otro. Todos nos debemos dejar juzgar por la palabra de Jesús que nos llama siempre a buscar el amor.

José Antonio Pagola

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