lunes, 10 de octubre de 2011

23/10/2011 - 30º domingo Tiempo ordinario (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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23 de octubre de 2011

30º domingo Tiempo ordinario (A)


EVANGELIO

Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 22, 34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús habla hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
-«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»
Él le dijo:
-«"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser."
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
"Amarás a tu prójimo como a ti mismo."
Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2010-2011 -
23 de octubre de 2011


LO PRIMERO


En cierta ocasión los fariseos se reunieron en grupo y le hicieron a Jesús una pregunta que era motivo de discusión y debate entre los sectores más preocupados de cumplir escrupulosamente los seiscientos trece preceptos más importantes sobre el sábado, la pureza ritual, los diezmos y otras cuestiones: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?».
La respuesta de Jesús es muy conocida entre los cristianos: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser». Este es el más importante. Luego añadió: «El segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo». Y concluyó con esta afirmación: «Estos dos mandamientos sostienen la Ley y los profetas».
Nos interesa mucho escuchar bien las palabras de Jesús pues también en la Iglesia, como en el antiguo Israel, ha ido creciendo a lo largo de los siglos el número de preceptos, normas y prohibiciones para regular los diversos aspectos de la vida cristiana. ¿Qué es lo primero y más importante? ¿Qué es lo esencial para vivir como seguidores de Jesús?
Jesús deja claro que no todo es igualmente importante. Es un error dar mucha importancia a cuestiones secundarias de carácter litúrgico o disciplinar descuidando lo esencial. No hemos de olvidar nunca que sólo el amor sincero a Dios y al prójimo es el criterio principal y primero de nuestro seguimiento a Jesús.
Según él, ese amor es la actitud de fondo, la fuerza clave e insustituible que pone verdad y sentido a nuestra relación religiosa con Dios y a nuestro comportamiento con las personas. ¿Qué es la religión cristiana sin amor? ¿A qué queda reducida nuestra vida en el interior de la Iglesia y en medio de la sociedad sin amor?
El amor libera nuestro corazón del riesgo de vivir empobrecidos, empequeñecidos o paralizados por la atención insana a toda clase de normas y ritos. ¿Qué es la vida de un practicante sin amor vivo a Dios? ¿Qué verdad hay en nuestra vida cristiana sin amor práctico al prójimo necesitado?
El amor se opone a dos actitudes bastantes difundidas. En primer lugar, la indiferencia entendida como insensibilidad, rigidez de mente, falta de corazón. En segundo lugar, el egocentrismo y desinterés por los demás.
En estos tiempos tan críticos nada hay más importante que cuidar humildemente lo esencial: el amor sincero a Dios alimentado en celebraciones sentidas y vividas desde dentro; el amor al prójimo fortaleciendo el trato amistoso entre los creyentes e impulsando el compromiso con los necesitados. Contamos con el aliento de Jesús.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - Recreados por Jesús
26 de octubre de 2008

PASIÓN POR DIOS, COMPASIÓN POR EL SER HUMANO

Estos dos mandamientos sostienen la ley entera.

Cuando olvidan lo esencial, fácilmente se adentran las religiones por caminos de mediocridad piadosa o de casuística moral, que no sólo incapacitan para una relación sana con Dios, sino que pueden desfigurar y destruir gravemente a las personas. Ninguna religión escapa a este riesgo.
La escena que se narra en los evangelios tiene como trasfondo una atmósfera religiosa en que maestros religiosos y letrados clasifican cientos de mandatos de la Ley divina en «fáciles» y «difíciles», «graves» y «leves», «pequeños» y «grandes». Imposible moverse con un corazón sano en esta red.
La pregunta que plantean a Jesús busca recuperar lo esencial, descubrir el «espíritu perdido»: ¿cuál es el mandato principal?, ¿qué es lo esencial?, ¿dónde está el núcleo de todo? La respuesta de Jesús, como la de Hillel y otros maestros judíos, recoge la fe básica de Israel: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser».
Que nadie piense que se está hablando aquí de emociones o sentimientos hacia un Ser Imaginario, ni de invitaciones a rezos y devociones. «Amar a Dios con todo el corazón» es reconocer humildemente el Misterio último de la vida; orientar confiadamente la existencia de acuerdo con su voluntad: amar a Dios como fuerza creadora y salvadora, que es buena y nos quiere bien.
Todo esto marca decisivamente la vida pues significa alabar la existencia desde su raíz; tomar parte en la vida con gratitud; optar siempre por lo bueno y lo bello; vivir con corazón de carne y no de piedra; resistirnos a todo lo que traiciona la voluntad de Dios negando la vida y la dignidad de sus hijos e hijas.
Por eso el amor a Dios es inseparable del amor a los hermanos. Así lo recuerda Jesús: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No es posible el amor real a Dios sin descubrir el sufrimiento de sus hijos e hijas. ¿Qué religión sería aquella en la que el hambre de los desnutridos o el exceso de los satisfechos no planteara pregunta ni inquietud alguna a los creyentes? No están descaminados quienes resumen la religión de Jesús como «pasión por Dios y compasión por la humanidad».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
23 de octubre de 2005

QUEDARSE CON LO ESENCIAL

Estos dos mandamientos sostienen la ley entera.

No era fácil para los contemporáneos de Jesús tener una visión clara de lo que constituía el núcleo de su religión. La gente sencilla se sentía perdida. Los escribas hablaban de seiscientos trece mandamientos contenidos en la ley. ¿Cómo orientarse en una red tan complicada de preceptos y prohibiciones? En algún momento, el planteamiento llegó hasta Jesús: ¿Qué es lo más importante y decisivo? ¿Cuál es el mandamiento principal, el que puede dar sentido a los demás?
Jesús no se lo pensó dos veces y respondió recordando unas palabras que todos los judíos varones repetían diariamente al comienzo y al final del día: «Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser». El mismo había pronunciado aquella mañana estas palabras. A él le ayudaban a vivir centrado en Dios. Esto era lo primero para él.
Enseguida añadió algo que nadie le había preguntado: «El segundo mandato es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Nada hay más importante que estos dos mandamientos. Para Jesús son inseparables. No se puede amar a Dios y desentenderse del vecino.
A nosotros se nos ocurren muchas preguntas. ¿Qué es amar a Dios? ¿Cómo se puede amar a alguien a quien no es posible comprender ni ver? Al hablar del amor a Dios, los hebreos no pensaban en los sentimientos que pueden nacer en nuestro corazón. La fe en Dios no consiste en un «estado de ánimo». Amar a Dios es sencillamente centrar la vida en él, vivirlo todo desde su voluntad.
Por eso añade Jesús el segundo mandamiento. No es posible amar a Dios y vivir olvidado de gente que sufre y a la que Dios ama tanto. No hay un «espacio sagrado» en el que podamos «entendemos» a solas con Dios, de espaldas a los demás. Un amor a Dios que olvida a sus hijos e hijas es una gran mentira.
La religión cristiana les resulta hoy a no pocos complicada y difícil de entender. Probablemente, necesitamos en la Iglesia un proceso de concentración en lo esencial para desprendemos de añadidos secundarios y quedamos con lo importante: amar a Dios con todas mis fuerzas y querer a los demás como me quiero a mi mismo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
27 de octubre de 2002

Difunde el Amor a Dios

¿Sentirse bien?

No es difícil observar entre nosotros los rasgos más característicos del individualismo moderno. Para muchos, el ideal de la vida es «sentirse bien». Todo lo demás viene después. Lo primero es mejorar la calidad de vida, evitar lo que nos puede molestar, y asegurar, como sea, nuestro pequeño bienestar material, sicológico y afectivo.
Para lograrlo, cada uno debe organizarse la vida a su gusto. No hay que pensar en los problemas de los demás. Lo que haga cada uno es cosa suya. No es bueno meterse en la vida de otros. Bastante tiene uno con sacar adelante su propia vida.
Este individualismo moderno está cambiando la vida de los creyentes de occidente. Poco a poco, se va difundiendo una «moral sin mandamientos». Todo es bueno si no me hace daño. Lo importante es ser inteligente y actuar con habilidad. Naturalmente, hay que respetar a todos y no perjudicar a nadie. Eso es todo.
Va cambiando también la manera de vivir la fe. Cada uno sabe «lo que le va» y «lo que no le va». Lo importante es que la religión le ayude a uno a sentirse bien. Se puede ser un «cristiano majo» y sin problemas. Lo que hace falta es «gestionar» lo religioso de manera inteligente.
El resultado es una clase media instalada en el bienestar, compuesta por individuos respetables que se comportan correctamente en todos los órdenes de la vida, pero que viven encerrados en sí mismos, separados de su propia alma y apartados de Dios y de sus semejantes.
Hay una manera muy sencilla de saber qué queda de «cristiano» en este individualismo moderno y es ver si todavía nos preocupamos de los que sufren. Jesús precisó con toda claridad lo esencial: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón» y «amarás al prójimo como a ti mismo». Ser cristiano no es sentirse bien ni mal, sino sentir a los que viven mal, pensar en los que sufren y reaccionar ante su impotencia sin refugiarnos en nuestro propio bienestar.
No hay que dar por supuesto que somos cristianos, pues puede no ser verdad. No basta preguntarnos si creemos en Dios o lo amamos. Hemos de preguntarnos si amamos como hermanos a quienes sufren.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
24 de octubre de 1999

¿PUEDE AMAR A DIOS EL AGNÓSTICO?

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón.

«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser» (Mt 22, 37). Éste es, según Jesús, el primer mandato que ha de escuchar el ser humano. Sorprende, por ello, la poca atención que se le presta, pues, muchas veces, sólo sirve de introducción para pasar a comentar el mandato del amor prójimo. El mandato del amor a Dios resulta insólito y extraño. Es cierto que el amor es un valor que ocupa un lugar preeminente en la civilización occidental, pero un amor orientado al Misterio de un Dios trascendente, y exigido de forma tan radical y absoluta significa un desafío ante el que hay que tomar postura (ver el último y excelente estudio del teólogo y psicoanalista de Lovaina, A. Vergote, Amarás al Señor tu Dios. La identidad cristiana, Sal Terrae 1999).
Bien miradas las cosas, el problema decisivo de la fe no consiste en «afirmar que Dios existe», sino en «amar a Dios» y amarlo de todo corazón y sobre todas las cosas. Dicho de otra manera, Dios no es una hipótesis teórica que hay que demostrar con argumentos hasta concluir que existe o no. Dios es un Misterio que se puede atisbar o sospechar y, una vez sospechado, amar o rechazar.
Por eso, aunque hoy se habla de forma generalizada de ateísmo o agnosticismo, las posturas concretas pueden ser bastante diferentes. Hay un tipo de agnósticos que tienen mil razones para mantener su postura, pero, en el fondo, lo que decide su actitud es el «no querer creer en Dios». Hay, por el contrario, otro tipo de agnósticos que quieren creer en Dios porque aman su posible existencia, pero no pueden hacerlo por diversos motivos.
La actitud básica es, por tanto, diferente. Los primeros no preguntan por Dios. No quieren ni necesitan hacerlo; la existencia de Dios no sería para ellos una «buena noticia». Los segundos, por el contrario, buscan a Dios de todo corazón precisamente porque no lo han encontrado. No se atreven a afirmar su existencia, pero no pueden dejar de buscarlo porque lo aman (aunque sea como un Dios hipotético) y siguen acariciando el posible encuentro con Él.
Según el teólogo catalán, González Faus, el agnosticismo actual es, en buena parte, «reflejo de una cultura que ha perdido el amor a Dios antes de perder la fe en él». Puede ser cierto. Por ello, puede ser oportuno recordar que el amor, la añoranza y la búsqueda sincera de un Dios hipotético por parte de un agnóstico puede responder al mandato de Jesús mejor que la actitud descuidada e indiferente de quien afirma que Dios existe, pero ni lo busca ni lo ama de corazón.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
27 de octubre de 1996

MITOS

Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

A cualquier cosa se le llama hoy «amor». Pocas realidades han quedado tan desfiguradas por la propagación de ideas, costumbres y corrientes de todo tipo. No es, por ello, superfluo tratar de algunos mitos que circulan entre nosotros.
Para bastantes personas, «amar» significa sentir una atracción de carácter sentimental o sexual. Esta atracción desencadena un comportamiento amoroso de entrega a otro; cuando esa atracción se apaga, desaparece el amor. Este mito del «amor romance» contiene, como todos los mitos, verdad. En esa relación hay muchas veces amor verdadero. Pero esa atracción puede surgir también de la biología, del aburrimiento, del egoísmo o del afán de aventura.
Está también bastante extendido el mito de que, si se ama, se termina siempre sufriendo, y no poco. Es cierto que amar es arriesgarse; quien ama puede experimentar en algún momento el desengaño, la decepción e, incluso, la traición. Pero es falso relacionar el amor con el sufrimiento. El dolor es inevitable para todos. Pero lo es todavía más si una persona se va encerrando egoístamente en sí misma sin amar ni dejarse amar.
Existe también el mito que exalta el amor como la panacea que lo resuelve todo. Algunos piensan que lo importante para la persona es encontrar «el amor de su vida». Este amor terminará con su soledad, transformará su vida, les aportará seguridad y alegría. Qué duda cabe que una experiencia amorosa sana es un estímulo inapreciable para vivir. Pero, lo es, sobre todo, cuando la persona no se contenta con «recibir amor», sino que desarrolla su capacidad de amar y no sólo al «ser amado», sino también a quienes día a día va encontrando en su camino.
El mito de la espontaneidad dice que el amor ha de ser espontáneo. De lo contrario, es algo forzado, artificial y falso. Sin duda, el amor puede nacer de forma espontánea. Lo falso es pensar que ésa es la única forma de amar. En realidad el amor es un arte que se ha de aprender día a día, muchas veces en circunstancias adversas. Amar significa comprender, perdonar, respetar, aliviar el sufrimiento del otro, y todo esto no brota siempre espontáneamente. Se necesita atención, esfuerzo, determinación.
Otro mito dice que amar es difícil y complicado. Lo importante es encontrar un hueco en la sociedad y establecer relaciones «interesantes» con las personas. La pareja y los amigos interesan en la medida en que te ayudan a soportar la vida. Sin embargo, el ser humano está hecho para amar y no sólo para ser amado. La persona conoce una alegría honda cuando es capaz de amar y de amar gratuitamente.
El verdadero amor cristiano se aprende de Jesucristo. Es él quien nos enseña a amar no sólo a quien despierta en nosotros una atracción agradable, sino también a aquellos que necesitan una mano amiga que los sostenga. «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Más aún: «Os amaréis unos a otros como yo os he amado

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
24 de octubre de 1993

NADA HAY MAS IMPORTANTE

¿Cuál es el mandamiento principal de la ley? 

Los judíos llegaron a contar hasta seiscientos trece mandamientos que debían ser observados para cumplir íntegramente la Ley. Por eso, no era extraño en los círculos rabínicos hacerse preguntas como la que plantean a Jesús en un intento de buscar lo esencial: ¿Qué mandamiento es el primero de todos?
Jesús responde de manera clara y precisa: «El primero es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que éstos. » ¿ Como escuchar hoy estas palabras fundamentales de Jesús?
Hay algo que se nos revela con toda claridad: el amor lo es todo. Lo que se nos pide en la vida es amar. Ahí está la clave. Podremos luego sacar toda clase de consecuencias y derivaciones, pero lo esencial es vivir ante Dios y ante los demás en una actitud de amor. Si pudiéramos actuar siempre así, todo estaría salvado. Nada hay más importante que esto, ni siquiera la práctica de una determinada religión.
Pero, ¿por qué el amor es la fuerza que da sentido, verdad y plenitud a la vida? Esta centralidad del amor se enraíza, según el cristianismo, en una realidad: Dios, el origen de toda vida, El mismo es amor. Esa es la definición osada e insuperable de la fe cristiana: «Dios es Amor» (1 Juan 4, 8). Por decirlo de alguna manera aunque sea deficiente, Dios consiste en amar; Dios no sabe, no quiere y no puede hacer otra cosa que amar. Podemos dudar de todo, pero de lo que no hemos de dudar nunca es de su amor.
Precisamente por esto, amar a Dios es encontrar nuestro propio bien. Lo que da verdadera gloria a Dios no es nuestro mal, sino nuestra vida y plenitud. Quien ama a Dios y se sabe amado por El con amor infinito, aprende a mirarse, estimarse y cuidarse con verdadero amor. Qué fuerza y dinamismo generaría en nosotros esta peculiar manera de entendernos. Cuántos miedos y angustias se diluirían dentro de nosotros. Qué diferente es la vida cuando la persona aprende a decir: «Señor, que se haga tu voluntad porque así se va forjando también mi bien.»
Por otra parte, es entonces cuando se comprende en su verdadera profundidad el segundo mandamiento: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Quien ama a Dios sabe que no puede vivir en una actitud de indiferencia, despreocupación u olvido de los demás. La única postura humana ante cualquier persona que encontremos en la vida es amarla.
Esto no significa que se haya de vivir de la misma forma la intimidad con la esposa, la relación con el cliente o el encuentro fortuito con alguien en la calle. Lo que se nos pide es actuar, en cada caso, buscando positivamente el bien que queremos para nosotros mismos. En unos tiempos en que parece cuestionarse todo, es bueno recordar que hay algo incuestionable: el hombre es humano cuando sabe vivir amando a Dios y a su prójimo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
28 de octubre de 1990

LÓGICA INDIVIDUALISTA

Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Sigue creciendo entre nosotros, de manera irresistible, el culto a la vida privada y la obsesión por satisfacer, antes que nada, las aspiraciones individuales.
Los sociólogos hablan de «sacralización de lo individual» en la sociedad moderna, del narcisismo como tendencia dominante en nuestros días o de la disgregación de los vínculos sociales.
Para ilustrar este fenómeno, se suele evocar, tal vez de manera poco rigurosa, el auge de deportes individuales como el «jogging» o el «windsurf», la atracción de los vídeo-juegos solitarios o los bailes modernos que aíslan a los individuos unos de otros, para sentir cada uno su propio cuerpo entre decibelios que hacen imposible la comunicación.
Lo cierto es que una «lógica individualista» domina hoy la sociedad. Los intereses privados prevalecen sobre cualquier otra consideración. Pocos están dispuestos a sacrificar sus aspiraciones particulares a causas de interés general. Incluso, el motor principal de las movilizaciones sociales suele ser casi siempre la reivindicación de derechos individuales.
Pero, con todo ello, aumenta la soledad y el aislamiento de los individuos. Cada cual busca lo suyo. Hay un déficit de comunicación interpersonal. Un poco por todas partes, la gente se queja de no ser comprendida o escuchada.
Crece también la apatía e indiferencia hacia el otro. No interesan los problemas de los demás. Lo que busca cada uno es no quedarse fuera del sistema, situarse mejor en la competición por el puesto de trabajo, prosperar cada vez más.
La preocupación por los demás queda reducida al mínimo y se concreta casi siempre en un compromiso intermitente y pasajero, sin exigencias de sacrificio o abnegación.
En este «reino del Ego», no parece que el mensaje evangélico del amor pueda tener mucha acogida y, menos aún, operatividad. Sin embargo, ese «amarás a tu prójimo como a ti mismo» puede tener eco precisamente en este ascenso del individualismo, pues vincula el amor al otro con lo que deseamos para cada uno de nosotros.
Como advierte G. Lipovetsky, cuanto más avanza la sociedad hacia el individualismo, con mayor claridad aparece el individuo como valor último. Cuanto más se sacraliza lo individual, más ignominiosa se nos presenta la marginación y miseria de los desheredados.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
25 de octubre de 1987

AMAR A DIOS

Este mandamiento es el principal.

El hombre contemporáneo parece sentir una necesidad grande de desmitificarlo todo, destruir fachadas, echar abajo sistemas e ideologías para preguntarse qué es lo que puede quedar realmente como importante.
Pues bien, para Jesús lo único importante y decisivo es que el hombre sepa amar a Dios y al prójimo. Ahí se encierra como en germen todo lo que la humanidad ha de desarrollar. Ese es el secreto de la vida.
Del amor al prójimo se habla y escribe mucho hoy en día. Del amor a Dios apenas habla nadie en esta sociedad cada vez más insensible al encuentro con el Dios vivo y eterno.
Y sin embargo, según Jesús, «este mandamiento es el principal y primero”. Sería una grave equivocación el olvidarlo.
El mandato de amar a Dios no consiste en cumplir una determinada acción de manera que, una vez cumplido nuestro deber, podamos ya olvidarnos de El.
Amar a Dios es algo mucho más profundo. Nosotros estamos dispuestos a dar cualquier cosa antes que darnos a nosotros mismos. Y el amor a Dios consiste precisamente en esa entrega radical de nuestro propio yo.
El amor a Dios exige la entrega total de nuestro ser, la liberación progresiva de nuestro egocentrismo, la orientación de nuestra existencia hacia el amor.
Cuando este amor se despierta en el interior de un hombre, Dios ya no es para él el nombre de un gobernador supremo y lejano al que se respeta, con el que es peligroso entrar en conflicto y al que, en el fondo, se evita observando sus mandamientos.
Dios es una presencia amorosa que vivifica y alienta nuestro ser y nuestro obrar. Una fuente de vida y libertad que nos empuja a amar con hondura la vida, los seres vivos, las cosas y, sobre todo, los hombres y mujeres todos.
Este amor al Dios vivo no nos aleja del amor concreto al prójimo. Al contrario, sólo cuando vivimos habitados por este amor es posible liberarnos de nosotros mismos y acercarnos realmente al otro. Sólo entonces es posible perdonar en silencio, dar con desinterés, «tocar” amorosamente el misterio del hermano.
Más aún. Este amor a Dios nos descubre con frecuencia que casi todo lo que hacemos día tras día no es en realidad “amor al prójimo” sino una hermosa fachada tras la cual se esconde y crece un egoísmo secreto e inconfesable.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
28 de octubre de 1984

¿LIBERACION SEXUAL?

Amarás...

Se ha ido extendiendo cada vez más entre nosotros la convicción de que una persona es verdaderamente sana y adulta cuando sabe liberarse de las represiones que impiden la expansión de sus impulsos.
Predicadores radicales del pensamiento de S. Freud han invitado a las nuevas generaciones a alcanzar la libertad, rompiendo con cualquier normativa ética que pudiera «bloquear» el libre dinamismo de sus instintos.
Es la satisfacción del placer la que conducirá a los hombres a la libertad. Es la «revolución sexual» la que nos traerá la verdadera liberación (W. Reich).
¿Cuál ha sido el resultado? Lejos de ver nacer un hombre más sano y maduro, somos testigos de nuevas neurosis, represiones y frustraciones. Hombres y mujeres obsesionados por el placer, encerrados en una soledad cada vez mayor, incapaces de amar y abrirse al otro.
Un científico de categoría tan reconocida como E. Fromm ha podido decir que «la completa satisfacción de todas las necesidades sexuales no solamente no es la base de la felicidad sino ni siquiera garantiza la salud».
Ciertamente, son muchos los interrogantes que provoca la «revolución sexual» cuando vemos crecer el número de jóvenes alienados arrastrando una vida enfermiza y distorsionada, incapaces de enfrentarse a la realidad.
¿Qué libertad es ésta que consiste en liberarnos de las «represiones» para quedar sometidos a la esclavitud de los instintos? ¿No es ésta una liberación sin libertad? ¿ Una liberación engañosa de la que no surge un hombre realmente dueño de su destino?
En el corazón del mensaje de Jesús hay una llamada a abrirnos radicalmente al amor. Una llamada que nos recuerda a todos que una liberación en la que se prescinde del amor es siempre caída en la esclavitud. Un hombre incapacitado para amar no es libre, por mucho que proclame su libertad.
Los creyentes estamos llamados hoy a mostrar que el amor, la entrega generosa y la solidaridad, lejos de hacernos vivir de manera reprimida y enfermiza, son camino acertado para saborear con gozo la existencia y para crecer como hombres sanos, libres y felices.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
25 de octubre de 1981

LA UNICA TAREA

¿Cuál es el mandamiento principal?

Hacemos muchas. cosas en la vida. Nos movemos y agitamos tras muchos objetivos. Pero, ¿qué es lo verdaderamente importante? ¿qué hay que hacer en la vida para acertar?
Jesús lo ha resumido todo en el amor, asociando de manera íntima e inseparable dos preceptos que conocía muy bien el pueblo judío: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser» (Deuteronomio); «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico).
Todo se reduce a vivir el amor a Dios y el amor a los hermanos. Según Jesús, de aquí se deriva todo lo demás. A más de uno, todo esto podrá parecer demasiado conocido, demasiado viejo y demasiado ineficaz. Y sin embargo, hoy más que nunca necesitamos recordarlo: Saber amar es la única cosa que importa.
¿Por qué tanta gente no tiene un aspecto más feliz? ¿Por qué las cosas que poseemos nos dejan, a fin de cuentas, tan vacíos e insatisfechos? ¿Por qué no acertamos a construir una sociedad mejor, sin recurrir a la extorsión, la mentira y el asesinato? Es amor lo que nos falta.
Poco a poco, la falta de amor va haciendo del hombre un solitario, un ser siempre atareado y nunca satisfecho. La falta de amor va deshumanizando nuestros esfuerzos y luchas por obtener unos determinados objetivos políticos y sociales.
Nos falta amor. Y si nos falta amor nos falta todo. Hemos perdido nuestras raíces. Hemos abandonado la fuente ms importante de vida y felicidad.
Y aunque. pocos se atrevan a confesarlo, los hombres de hoy tienen necesidad de Dios, no como alguien vago, impersonal, abstracto, sino como un Padre cercano, capaz de cambiar nuestra vida, y capaz de renovar nuestra existencia cada mañana.
Jesús no ha confundido el amor a Dios con el amor a los hombres. El «mandamiento principal y primero» sigue siendo amar a Dios, buscar su voluntad, escuchar su llamada.
Pero, o se puede amar «con todo nuestro ser» a ese Dios Padre, sin amar con todas nuestras fuerzas a los hermanos. Y si no somos capaces de amar a los otros, nuestra existencia no sirve sino para ocuparnos de nosotros mismos o de cosas intranscendentes y sin vida.
Se oye hablar mucho de una renovación de nuestra sociedad, de una reforma de las estructuras. Pero pocos se preocupan de acrecentar su capacidad de amar.
Por muchos que sean nuestros logros sociales, poco habrá cambiado todo si seguimos tan inmunizados al amor, la atención a los desvalidos, el servicio gratuito, la generosidad desinteresada, el compartir con los necesitados.

José Antonio Pagola

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