lunes, 3 de octubre de 2011

09/10/2011 - 28º domingo Tiempo ordinario (A)

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Homilias de José Antonio Pagola

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9 de octubre de 2011

28º domingo Tiempo ordinario (A)

EVANGELIO

A todos los que encontréis, convidadlos a la boda.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 22, 1-14

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
-«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran:
"Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda.
"Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados:
"La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda."
Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo:
"Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?"
El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros:
"Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes."
Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2010-2011 -
9 de octubre de 2011

INVITACIÓN

A través de sus parábolas Jesús va descubriendo a sus seguidores cómo experimenta a Dios, cómo interpreta la vida desde sus raíces más profundas y cómo responde a los enigmas más recónditos de la condición humana.
Quien entra en contacto vivo con sus parábolas comienza a cambiar. Algo "sucede" en nosotros. Dios no es como lo imaginamos. La vida es más grande y misteriosa que nuestra rutina convencional de cada día. Es posible vivir con un horizonte nuevo. Escuchemos el punto de partida de la parábola llamada «Invitación al Banquete».
Según el relato, Dios está preparando una fiesta final para todos sus hijos e hijas, pues a todos quiere ver sentados junto a él, en torno a una misma mesa, disfrutando para siempre de una vida plena. Esta imagen es una de las más queridas por Jesús para sugerir el final último de la historia humana.
Frente a tantas imágenes mezquinas de un Dios controlador y justiciero que impide a no pocos saborear la fe y disfrutar de la vida, Jesús introduce en el mundo la experiencia de un Dios que nos está invitando a compartir con él una fiesta fraterna en la que culminará lo mejor de nuestros esfuerzos, anhelos y aspiraciones.
Jesús dedica su vida entera a difundir la gran invitación de Dios: «El banquete está preparado. Venid». Este mensaje configura su modo de anunciar a Dios. Jesús no predica doctrina, despierta el deseo de Dios. No impone ni presiona. Invita y llama. Libera de miedos y enciende la confianza en Dios. En su nombre, acoge a su mesa a pecadores e indeseables. A todos ha de llegar su invitación.
Los hombres y mujeres de hoy necesitan descubrir el Misterio de Dios como Buena Noticia. Los cristianos hemos de aprender a hablar de él con un lenguaje más inspirado en Jesús, para deshacer malentendidos, aclarar prejuicios y eliminar miedos introducidos por un discurso religioso lamentable que ha alejado a muchos de ese Dios que nos está esperando con todo preparado para la fiesta final.
En estos tiempos en los que el descrédito de la religión está impidiendo a muchos escuchar la invitación de Dios, hemos de hablar de su Misterio de Amor con humildad y con respeto a todos, sin forzar las conciencias, sin ahogar la vida, despertando el deseo de verdad y de luz que sigue vivo en lo más íntimo del ser humano.
Es cierto que la llamada religiosa encuentra hoy el rechazo de muchos, pero la invitación de Dios no se ha apagado. La pueden escuchar todos los que en el fondo de sus conciencias escuchan la llamada del bien, del amor y de la justicia.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - RECREADOS POR JESÚS
12 de octubre de 2008

EN LOS CRUCES DE LOS CAMINOS

Convidad/os a la boda.

Jesús conocía muy bien la vida dura y monótona de los campesinos. Sabía cómo esperaban la llegada del sábado para «liberarse» del trabajo. Los veía disfrutar en las fiestas y en las bodas. ¿Qué experiencia podía haber más gozosa para aquellas gentes que ser invitados a un banquete y poder sentarse a la mesa con los vecinos a compartir una fiesta?
Movido por su experiencia de Dios, Jesús comenzó a hablarles de una manera sorprendente. La vida no es sólo esta vida de trabajos y preocupaciones, penas y sinsabores. Dios está preparando una fiesta final para todos sus hijos e hijas. A todos los quiere ver sentados junto a él, en torno a una misma mesa, disfrutando para siempre de una vida plenamente dichosa.
Jesús no se contentaba sólo con hablar así de Dios. Él mismo invitaba a todos a su mesa y comía incluso con pecadores e indeseables. Quería ser para todos la gran invitación de Dios a la fiesta final. Los quería ver recibiendo con gozo la invitación y creando entre todos un clima más amistoso y fraterno que los preparara adecuadamente para la fiesta final.
¿Qué ha sido de esta invitación?, ¿quién la anuncia?, ¿quién la escucha?, ¿dónde se puede tener noticias de esta fiesta? Satisfechos con nuestro bienestar, sordos a todo lo que no sea nuestro propio interés inmediato, no creemos necesitar de Dios. ¿No nos estamos acostumbrando poco a poco a vivir sin necesidad de una esperanza última en nada?
En la parábola de Mateo, cuando los que tienen tierras y negocios rechazan la invitación, el rey dice a sus criados: «Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda». La orden es inaudita, pero refleja lo que siente Jesús. A pesar de tanto rechazo y menosprecio, habrá fiesta. Dios no ha cambiado. Hay que seguir convidando.
Pero ahora lo mejor es ir a «los cruces de los caminos» por donde pasan tantas gentes errantes, sin tierras ni negocios, a los que nadie ha invitado nunca a nada. Ellos pueden entender mejor que nadie la invitación. Pueden recordarnos la necesidad última que tenemos de Dios. Pueden enseñarnos la esperanza.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
9 de octubre de 2005

LA INVITACIÓN DE DIOS

Los convidados no hicieron caso.

Al parecer, la parábola del banquete fue muy popular entre las primeras generaciones cristianas, y ha quedado recogida en Lucas, Mateo e, incluso, en el evangelio apócrifo de Tomás. Las versiones son tan diferentes y las aplicaciones que se extraen tan diversas que sólo nos podernos aproximar a los elementos esenciales del relato original.
Dios está preparando una fiesta final para todos sus hijos, pues a todos los quiere ver sentados, junto a él, en tomo a una misma mesa, disfrutando para siempre de una vida plena. Ésta fue ciertamente una de las imágenes más queridas por Jesús para «sugerir» el final último de la existencia. No se contentaba sólo con decirlo con palabras. Se sentaba a la mesa con todos, y comía hasta con pecadores e indeseables, pues quería que todos pudieran ver plásticamente algo de lo que Dios deseaba llevar a cabo.
Por eso, Jesús entendió su vida como una gran invitación en nombre de Dios. No imponía nada, no presionaba a nadie. Anunciaba la buena noticia de Dios, despertaba la confianza en el Padre, quitaba los miedos, encendía la alegría y el deseo de Dios. A todos debía llegar su invitación, sobre todo, a los más necesitados de esperanza.
Jesús era realista. Sabía que la invitación podía ser rechazada. En la versión de Mateo, se describen diversas posibilidades. Unos la rechazan de manera consciente: «no quisieron ir». Otros responden con la indiferencia: «no hicieron caso». Les importan más sus tierras y negocios. Hubo quienes reaccionaron de manera hostil contra los criados.
Son muchos los hombres y mujeres que ya no escuchan llamada alguna de Dios. Les basta con responder de sí mismos ante sí mismos. Sin ser, tal vez, muy conscientes de ello, viven una existencia «solitaria», encerrados en un monólogo perpetuo consigo mismos. El riesgo siempre es el mismo: vivir cada día más sordos a toda llamada que pueda transformar de raíz su vida.
Tal vez, una de las tareas más importantes de la Iglesia sea hoy crear espacios y facilitar experiencias donde las personas puedan escuchar de manera sencilla, transparente y gozosa la invitación de Dios a la Vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
13 de octubre de 2002

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
10 de octubre de 1999

INVITACIONES

…uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios...

La parábola de Jesús es de total actualidad. La invitación a la fiesta del amor y de la fraternidad sigue escuchándose en el corazón de todo hombre; pero los convidados no hacen caso. Están ocupados en sus tierras, sus negocios...
¿Dónde buscan los hombres de hoy la felicidad? ¿A qué puertas llaman buscando salvación? Para la gran mayoría la felicidad está en tener más, comprar más, poseer más cosas y más seguridad. «Acumular, acumular: en esto consiste la ley y los profetas» (K. Marx). Otros buscan el goce inmediato e individualista: sexo, droga, diversión, cenas de fin de semana. Hay que huir de los problemas; refugiarse en el placer del presente. Hay quienes se entregan al cuidado del cuerpo. Es importante mantenerse en forma; ser joven; no envejecer nunca.
Son muchas las ofertas de salvación en nuestra sociedad. Pero son ofertas parciales, reductoras, que no proporcionan todo lo que el hombre anda buscando. El hombre sigue insatisfecho. Y la invitación de Dios sigue resonando. Su invitación la hemos de percibir no al margen, sino en medio de las insatisfacciones, gozos, luchas e incertidumbres de nuestra vida. «Incluso allí donde se busca u ofrece algo parcial que tiene acogida entre los hombres, habrá que atisbar a Dios intentando llegar al hombre» (J.M. Mardones).
Es bueno que el hombre busque un bienestar mayor para todos, pero, ¿qué plenitud puede haber tras ese afán de poseer televisores cada vez más perfectos, coches más veloces, electrodomésticos más sofisticados? ¿No hay personas que poseen ya demasiadas cosas para ser felices? Porque, después de caminar a la búsqueda de tantas cosas, no son pocos los que pierden su libertad, su capacidad de amar, su ternura, el disfrute sencillo de la vida.
Es normal que las nuevas generaciones busquen con afán otro tipo de salvación. Pero, ¿qué plenitud se puede encontrar cuando se han estrujado todas las posibilidades del sexo, se ha vuelto del «viaje» de la droga o se ha hundido uno en el aislamiento de un pasotismo total?
Los hombres seguirán siendo unos eternos buscadores de orientación, felicidad, plenitud, verdad, amor. Los hombres seguirán buscando, de alguna manera, el Absoluto. Por eso, en medio de nuestra vida, a veces tan alocada y superficial, en medio de nuestra búsqueda vana de felicidad total, estemos alertas y veamos si no estamos desoyendo una invitación que, quizás, otros hombres y mujeres sencillos y pobres están escuchando con gozo «en los cruces de los caminos» de este mundo nuestro tan paradójico.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
13 de octubre de 1996

PARARSE

Los convidados no hicieron caso.

Nuestros pueblos y ciudades ofrecen hoy un clima poco propicio a quien quiera buscar un poco de silencio y paz para encontrarse consigo mismo y con Dios. Es difícil liberarse del ruido permanente y del asedio constante de todo tipo de llamadas y mensajes. Por otra parte, las preocupaciones, problemas y prisas de cada día nos llevan de una parte a otra, sin apenas permitirnos ser dueños de nosotros mismos.
Ni siquiera en el propio hogar, escenario de múltiples tensiones e invadido por la televisión, es fácil encontrar el sosiego y recogimiento indispensables para descansar gozosamente ante Dios.
Pues bien, paradójicamente, en estos momentos en que necesitamos más que nunca lugares de silencio, recogimiento y oración, los creyentes hemos abandonado nuestras iglesias y templos, y sólo acudimos a ellos masivamente en las eucaristías del domingo.
Se nos ha olvidado lo que es detenernos, interrumpir por unos minutos nuestras prisas, liberarnos por unos momentos de nuestras tensiones y dejarnos penetrar por el silencio y la calma de un recinto sagrado. Muchos hombres y mujeres se sorprenderían al descubrir que, con frecuencia, basta pararse y estar en silencio un cierto tiempo, para aquietar el espíritu y recuperar la lucidez y la paz.
Cuánto necesitamos hoy ese silencio que nos ayude a entrar en contacto con nosotros mismos para recuperar nuestra libertad y rescatar de nuevo toda nuestra energía interior. Acostumbrados al ruido y a las palabras, no sospechamos el bienestar del silencio y la soledad. Ávidos de noticias, imágenes e impresiones, se nos ha olvidado que sólo alimenta y enriquece de verdad al hombre aquello que es capaz de escuchar en lo más hondo de su ser.
Sin ese silencio interior, no se puede escuchar a Dios, reconocer su presencia en nuestra vida y crecer desde dentro como hombres y como creyentes. La parábola de Jesús es una grave advertencia. Dios no cesa de llamarnos, pero, lo mismo que los invitados del relato parabólico, seguimos cada uno, ocupados en nuestras cosas, sin escuchar su voz con una cierta hondura.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
10 de octubre de 1993

SEDUCCION

Los convidados no hicieron caso.

Los estudios de G. Lipovetsky nos han ayudado a tomar conciencia más clara de la fuerza que la seducción ha ido adquiriendo en nuestros días. La seducción se ha convertido en el principio que organiza, en gran parte, el consumo, las costumbres y la vida cotidiana del hombre contemporáneo.
Lo que rige la vida no son las grandes ideas, sino el reclamo y la comunicación publicitaria. La fascinación de «lo nuevo’> es más fuerte que el interés por la verdad. La actualidad candente interesa más que la exposición de las doctrinas.
Es en el consumismo contemporáneo donde resulta más fácil observar la fuerza seductora que tiene hoy «lo nuevo». Las industrias innovan constantemente sus productos para ganarse nuevos clientes. Lo importante es ofrecer modelos siempre nuevos, aunque sea creando artificialmente nuevas necesidades.
Pero no es sólo un rasgo del consumismo actual. El hombre contemporáneo vive, en general, fascinado por «lo nuevo». Lo conocido le aburre. Necesita la emoción de la novedad, la excitación de lo diferente, lo que cambia. Esta seducción por «lo nuevo» rige hoy la conducta de no pocos. Elegir «lo nuevo» les da la sensación de ser personas libres, independientes, sin ataduras respecto al pasado. Pueden presentarse a la sociedad como «progres».
Por otra parte, los medios de comunicación no hacen sino potenciar este clima. Lo importante es seducir al público, impactar, «lograr el efecto». La información ha de retener la atención, distraer, no aburrir. Los debates han de tener la emoción del directo y mostrar el ingenio y los posibles «rifi-rafes» de los participantes.
La inquietud cultural, la búsqueda espiritual, los valores humanos van quedando arrinconados. Lo anecdótico interesa más que lo fundamental. Lo importante es vivir entretenidos y pasarlo bien, sin más pretensiones.
En este clima no es fácil escuchar un mensaje que nos invite a reaccionar. Las personas se van acostumbrando a vivir distraídas, sin criterios ni sistema alguno de referencia. Las convicciones religiosas y morales se van disolviendo poco a poco. Interesa todo menos lo importante. El hombre se va quedando «sin oído para lo religioso», como diría M. Weber.
La parábola evangélica de las gentes que desoyen la invitación del rey resulta en este contexto un fuerte aldabonazo a la conciencia del hombre contemporáneo. Aunque los hombres sigan desoyendo la llamada de Dios, perdiéndose en mil formas de evasión, Dios no cesa de invitarnos a una vida más humana. Y aunque su invitación sea rechazada por muchos, siempre habrá hombres y mujeres que la escucharán con gozo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
14 de octubre de 1990

SABER RESPONDER

Los convidados no hicieron caso.

El último libro de Victoria Camps, titulado Virtudes Públicas es una llamada vigorosa a mejorar la convivencia social, cultivando virtudes tan maltratadas hoy como la solidaridad, la responsabilidad, la tolerancia, la buena educación o la verdadera profesionalidad.
En el capítulo dedicado a la responsabilidad analiza la profesora catalana un fenómeno que parece extenderse cada vez más entre nosotros y es la escasa capacidad del hombre para responder ante sus obligaciones morales más profundas.
Se piensa que buena persona es la que no crea problemas a los demás. Así, será buen profesor el que no falta a clase y es puntual en su trabajo. Será buen político el que mantiene contentos a sus electores. Será buen hijo el que no decepciona a sus padres.
Parece que todo queda reducido a cumplir aquellas obligaciones que pueden definirse con cierta concreción. ¿Para qué meterse en más profundidades?
Probablemente, ha sido F. Nietzsche uno de los filósofos que más ha influido en la configuración de este modo de entender hoy la responsabilidad. Según Nietzsche, el hombre sólo debe responder de sí mismo y ante sí mismo. N o tiene por qué mirar a nadie. No tiene que rendir cuentas a nadie, sino a sí mismo. Pero, como dice Victoria Camps, si uno se mira sólo a sí mismo, no tiene por qué responder de sí, pues toda respuesta supone la interpelación de otro. Dicho de otra manera, ser responsable es ser capaz de responder a la llamada de otro. Y cuando la persona pierde esa capacidad de responder ante los demás o responder a Dios, termina por desentenderse de todo y no responder de nada.
Tal vez, sin ser muy conscientes de ello, son muchos los que viven hoy esta «moral solitaria» predicada por el filósofo alemán. Una responsabilidad que se reduce a puro monólogo con uno mismo y donde falta la vigorosa interpelación que nos llega de los otros y de Dios.
Jesús ha criticado con fuerza esa actitud de autoengaño de la persona que se encierra en su pequeño mundo y se va haciendo cada vez más sorda a cualquier llamada que le exija un verdadero cambio de conducta.
La «parábola del banquete de bodas» nos habla de esa invitación que llega insistente a los hombres, pero es rechazada cuando uno anda ocupado sólo en sus cosas. «Los invitados no hicieron caso: uno se marchó a sus tierras; otro a sus negocios».
El mensaje es claro: hay que decidirse. Hay que escuchar la llamada que nos llega de Dios a cambiar nuestra vida. N o hay que temerla pues, aun siendo exigente, siempre es llamada que conduce a la fiesta final.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
11 de octubre de 1987

EL RETORNO DE LO RELIGIOSO

Venida la boda.

Esta expresión utilizan hoy los especialistas para designar un he- dio sorprendente que ningún observador había previsto hace sólo algunos decenios.
En occidente vuelve el interés por lo religioso. El fenómeno es complejo y reviste formas muy variadas y de valor diferente.
Por una parte, asistimos al nacimiento y extensión de incontables sectas y comunidades donde se entremezclan diferentes tradiciones y elementos más o menos religiosos. Hasta nosotros ha llegado ya la Asociación Internacional para la Conciencia de Krishna, la secta Moon, el Guru Maharah Ji, la Gnosis, los Niños de Dios, la Meditación Trascendental...
Son también muchos los que practican técnicas de interiorización, frecuentan centros de meditación y buscan la soledad y el silencio en un clima más o menos sagrado.
Por otra parte, crece el interés y el cultivo de lo maravilloso, lo fantástico, lo oculto, lo parapsíquico. Cada vez son más los que acuden a los horóscopos, adivinos, echadoras de cartas, sesiones de espiritismo.
Sin duda, todo esto encierra una gran dosis de ambigüedad. Con frecuencia la religión es sustituida por la superstición, el misterio de Dios queda desfigurado por la magia y la idolatría. A veces se trata solamente de un “barniz religioso» que oculta intereses muy poco puros.
Pero, aun así, este fenómeno que crece día a día entre nosotros puede ser una llamada a la conciencia del hombre contemporáneo. Una de esas invitaciones que el hombre recibe para buscar a Dios y que, tantas veces, rechaza según la parábola de Jesús.
Este fenómeno está manifestando una profunda carencia en esta civilización de carácter predominantemente científico y técnico. El progreso científico y el desarrollo tecnológico no llegan a satisfacer las necesidades más hondas del hombre contemporáneo.
En el ser humano se encierra una necesidad y unas aspiraciones que van más lejos y más allá de lo que pueden aportar las ciencias, la técnica o el puro desarrollo económico.
Pero además hay algo que la Iglesia y las comunidades creyentes deberían escuchar ante este fenómeno creciente. ¿Es que la Iglesia es incapaz de satisfacer “la hambre religiosa» de estas personas?
Si los “gurús” están de moda, ¿no será porque, tal vez, en las Iglesias cristianas no es fácil encontrar hoy verdaderos maestros espirituales?
Si nuestros jóvenes se acercan a sectas extrañas, ¿no será tal vez porque no encuentran en nuestras comunidades el clima cálido, amistoso y fraterno que necesitan?
Si las gentes sencillas buscan con tanto afán lo maravilloso y oculto, ¿no será porque les ofrecemos un cristianismo excesivamente racionalista donde falta el sentido de lo sagrado y la presencia del misterio?
En definitiva, ¿no está el hombre contemporáneo escuchando en el interior mismo de su insatisfacción una invitación a buscar de nuevo el rostro de Dios?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
14 de octubre de 1984

SIN OIDOS PARA LO RELIGIOSO

Uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios...

Son cada vez más los que entre nosotros se confiesan increyentes. Pero si se observa de cerca su postura, quizás haya que decir que su increencia no es tanto fruto de una decisión responsable cuanto resultado de una vida alienada y privada de interioridad.
En la vida de muchos hombres y mujeres contemporáneos faltan las condiciones mínimas para tomar una postura seria y responsable ante la fe o la increencia. Se vive un estilo de vida donde ni siquiera aparece la necesidad de dar un sentido último a la existencia. Como dice un ateo contemporáneo, sencillamente «somos nosotros los que tenemos que dar un sentido a nuestra vida, viviéndola» (F. Jeanson).
Pero cuando uno vive buscando sólo un bienestar material cada vez mayor, interesado únicamente en «tener dinero» y «adquirir símbolos de prestigio»,
preocupado siempre por ser «algo» y no por ser «alguien», la persona pierde capacidad para escuchar las llamadas más profundas que se encierran en el hombre.
Esta persona carece de oídos para cualquier rumor que no sea el que proviene de su mundo de intereses. No tiene ojos para percibir otras dimensiones que no sean las del bienestar material, la posesión y el prestigio social. Como diría M. Weber, son hombres que «carecen de oído para lo religioso».
La parábola de Jesús nos vuelve a recordar a todos que en el tondo de la vida hay una invitación a buscar la libertad y la plenitud por otros caminos. Y nuestra mayor equivocación puede ser desoír ligeramente la llamada de Dios, marchando cada uno a «nuestras tierras y nuestros negocios».
Los hombres seguiremos huyendo de nosotros mismos, perdiéndonos en mil formas de evasión, tratando de olvidarnos de nosotros mismos y de Dios, evitando cuidadosamente tomar en serio la vida. Pero la invitación no cesa.
En el fondo de muchas posturas de increencia, ¿no se esconde un temor al cambio que necesariamente se tendría que producir en nuestra vida si tomáramos en serio a Dios?
Sin duda, se encierra una gran verdad en aquella inolvidable invocación de San Juan de la Cruz: «Señor, Dios mío, tú no eres extraño a quien no se extraña contigo. ¿Cómo dicen que te ausentas tú?»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
11 de octubre de 1981

CADA UNO A SU NEGOCIO

…uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios…

La parábola de Jesús es de total actualidad. La invitación a la fiesta, al amor, a la fraternidad sigue escuchándose en el corazón de todo hombre. Pero, los convidados no hacen caso. Están ocupados en sus tierras, sus negocios...
¿Dónde buscan los hombres de hoy la felicidad? ¿A qué puertas llaman buscando salvación? Para la gran mayoría la felicidad está en tener más, comprar más, poseer más cosas y más seguridad. «Acumular, acumular: en esto consiste la ley y los profetas» (K. Marx).
Otros buscan el goce inmediato e individualista: sexo, droga, diversión, cenas de fin de semana. Hay que huir de los problemas. Refugiarse en el placer del presente.
Hay quienes se entregan al cuidado del cuerpo. Es importante mantenerse en forma. Ser joven. No envejecer nunca.
Son muchas las ofertas de salvación en nuestra sociedad. Pero son ofertas parciales, reductoras, que no proporcionan todo lo que el hombre anda buscando. El hombre sigue insatisfecho. Y la invitación de Dios sigue resonando.
Invitación que la debemos percibir no al margen sino en medio de las insatisfacciones, gozos, luchas e incertidumbres de nuestra vida. «Incluso allí donde se busca u ofrece algo parcial que tiene acogida entre los hombres, habrá que atisbar a Dios intentando llegar al hombre» (J. M. Mardones).
Es bueno que el hombre busque un bienestar mayor para todos, pero ¿qué plenitud puede haber tras ese afán de poseer televisores cada vez más perfectos, coches cada vez más veloces, electrodomésticos cada vez más sofisticados? ¿No hay muchos que poseen ya demasiadas cosas para ser felices?
Porque, después de caminar a la búsqueda de tantas cosas, no son pocos los que pierden su libertad, su capacidad de amar, su ternura, el disfrute sencillo de la vida.
Es normal que las nuevas generaciones busquen con afán otro tipo de salvación. Pero, ¿qué plenitud se puede encontrar cuando se han estrujado todas las posibilidades del sexo, se ha vuelto del «viaje» de la droga o se ha hundido uno en el aislamiento de un pasotismo total?
Los hombres seguirán siendo unos eternos buscadores de orientación, felicidad, plenitud, verdad, amor. Los hombres seguirán buscando, de alguna manera, el Absoluto.
Por eso, en medio de nuestra vida, a veces tan alocada y superficial, en medio de nuestra búsqueda yana de felicidad total, estemos alertas y veamos si no estamos desoyendo una invitación que, quizás, otros hombres y mujeres sencillos y pobres están escuchando con gozo «en los cruces de los caminos» de este mundo nuestro tan paradójico.

José Antonio Pagola

HOMILIA

DIOS NO ESTÁ EN CRISIS

A todos los que encontréis, convidadlos a la boda.

Lo dicen todos los estudios. La religión está en crisis en las sociedades desarrolladas de Occidente. Son cada vez menos los que se interesan por las creencias religiosas. Las elaboraciones de los teólogos no tienen apenas eco alguno. Los jóvenes abandonan las prácticas rituales. La sociedad se desliza hacia una indiferencia creciente.
Hay, sin embargo, algo que nunca ha de olvidar el creyente. Dios no está en crisis. Esa Realidad suprema hacia la que apuntan las religiones con nombres diferentes (Dios, Yahvé, Alah...) sigue viva y operante. Dios está también hoy en contacto inmediato con cada ser humano con una cercanía insuperable. La crisis de lo religioso no puede impedir que Dios se siga ofreciendo a cada persona en el fondo misterioso de su conciencia.
Desde esta perspectiva, es un error «demonizar» en exceso la actual crisis religiosa como si fuera una situación imposible para la acción salvadora de Dios. No es así. Cada contexto socio-cultural tiene sus condiciones más o menos favorables para el desarrollo de una determinada religión, pero el ser humano mantiene intactas sus posibilidades de abrirse al Misterio último de la vida, que le interpela desde lo íntimo de su conciencia.
La parábola de «los invitados a la boda» nos lo recuerda de manera concluyente. Dios no excluye a nadie. Su único anhelo es que la historia humana termine en una fiesta gozosa. Su único deseo, que la sala espaciosa del banquete se llene de invitados. Todo está ya preparado. Nadie puede impedir a Dios que haga llegar a todos su invitación.
Es cierto que la llamada religiosa encuentra rechazo en no pocos, pero la invitación de Dios no se detiene. La pueden escuchar todos, «buenos y malos», los que viven en «la ciudad» y los que andan perdidos «por los cruces de los caminos». Toda persona que escucha la llamada del bien, el amor y la justicia está acogiendo a Dios.
Pienso en tantas personas que lo ignoran casi todo de Dios. Sólo conocen una caricatura de lo religioso. Nunca podrán sospechar «la alegría de creer». Estoy seguro de que Dios está vivo y operante en lo más íntimo de su ser. Estoy convencido de que muchos de ellos acogen su invitación por caminos que a mí se me escapan.

José Antonio Pagola

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