lunes, 12 de junio de 2017

18-06-2017 - SOLEMNIDAD DEL SANTISIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (A)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.

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Para leer, compartir, bajarse o imprimir las homilias de José Antonio Pagola del domingo haz "clic" sobre el título del domingo, o haz "clic" sobre Ciclo A, Ciclo B o Ciclo C, en el menú superior para leer las homilias de cada ciclo.

¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

No dejes de visitar la nueva página de VÍDEOS DE LAS CONFERENCIAS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA .

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SOLEMNIDAD DEL SANTISIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (A)


EVANGELIO

Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
-«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí:
-«¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo:
-«Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2016-2017 -
18 de junio de 2017

ESTANCADOS

El papa Francisco está repitiendo que los miedos, las dudas, la falta de audacia… pueden impedir de raíz impulsar la renovación que necesita hoy la Iglesia. En su Exhortación La alegría del Evangelio llega a decir que, si quedamos paralizados por el miedo, una vez más podemos quedarnos simplemente en «espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia».
Sus palabras hacen pensar. ¿Qué podemos percibir entre nosotros? ¿Nos estamos movilizando para reavivar la fe de nuestras comunidades cristianas o seguimos instalados en ese «estancamiento infecundo» del que habla Francisco? ¿Dónde podemos encontrar fuerzas para reaccionar?
Una de las grandes aportaciones del Concilio Vaticano II fue impulsar el paso desde la «misa», entendida como una obligación individual para cumplir un precepto sagrado, a la «eucaristía» vivida como celebración gozosa de toda la comunidad para alimentar su fe, crecer en fraternidad y reavivar su esperanza en Jesucristo resucitado.
Sin duda, a lo largo de estos años hemos dado pasos muy importantes. Quedan muy lejos aquellas misas celebradas en latín en las que el sacerdote «decía» la misa y el pueblo cristiano venía a «oír» la misa o a «asistir» a la celebración. Pero, ¿no estamos celebrando la eucaristía de manera rutinaria y aburrida?
Hay un hecho innegable. La gente se está alejando de manera imparable de la práctica dominical, porque no encuentra en nuestras celebraciones el clima, la palabra clara, el rito expresivo, la acogida estimulante que necesita para alimentar su fe débil y vacilante.
Sin duda, todos, presbíteros y laicos, nos hemos de preguntar qué estamos haciendo para que la eucaristía sea, como quiere el Concilio, «centro y cumbre de toda la vida cristiana». ¿Cómo permanece tan callada e inmóvil la jerarquía? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación y nuestro dolor con más fuerza?
El problema es grave. ¿Hemos de seguir «estancados» en un modo de celebración eucarística tan poco atractivo para los hombres y mujeres de hoy? ¿Es esta liturgia que venimos repitiendo desde hace siglos la que mejor puede ayudarnos a actualizar aquella cena memorable de Jesús donde se concentra de modo admirable el núcleo de nuestra fe?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2013-2014 -
22 de junio de 2014

ESTANCADOS

El Papa Francisco está repitiendo que los miedos, las dudas, la falta de audacia... pueden impedir de raíz impulsar la renovación que necesita hoy la Iglesia. En su Exhortación “La alegría del Evangelio” llega a decir que, si quedamos paralizados por el miedo, una vez más podemos quedarnos simplemente en “espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia”.
Sus palabras hacen pensar. ¿Qué podemos percibir entre nosotros? ¿ Nos estamos movilizando para reavivar la fe de nuestras comunidades cristianas, o seguimos instalados en ese “estancamiento infecundo” del que habla Francisco? ¿Dónde podemos encontrar fuerzas para reaccionar?
Una de las grandes aportaciones del Concilio fue impulsar el paso desde la “misa”, entendida como una obligación individual para cumplir un precepto sagrado, hacia la “eucaristía” vivida como celebración gozosa de toda la comunidad para alimentar su fe, crecer en fraternidad y reavivar su esperanza en Cristo.
Sin duda, a lo largo de estos años, hemos dado pasos muy importantes. Quedan muy lejos aquellas misas celebradas en latín en las que el sacerdote “decía” la misa y el pueblo cristiano venía a “oír” la misa o “asistir” a la celebración. Pero, ¿no estamos celebrando la eucaristía de manera rutinaria y aburrida?
Hay un hecho innegable. La gente se está alejando de manera imparable de la práctica dominical porque no encuentra en nuestras celebraciones el clima, la palabra clara, el rito expresivo, la acogida estimulante que necesita para alimentar su fe débil y vacilante.
Sin duda, todos, pastores y creyentes, nos hemos de preguntar qué estamos haciendo para que la eucaristía sea, como quiere el Concilio, “centro y cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana”. Pero, ¿basta la buena voluntad de las parroquias o la creatividad aislada de algunos, sin  más criterios de renovación?
La Cena del Señor es demasiado importante para que dejemos que se siga “perdiendo”, como “espectadores de un estancamiento infecundo” ¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana?. ¿Cómo permanece tan callada e inmóvil la jerarquía? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación y nuestro dolor con más fuerza?
El problema es grave. ¿Hemos de seguir “estancados” en un modo de celebración eucarística, tan poco atractivo para los hombres y mujeres de hoy? ¿Es esta liturgia que venimos repitiendo desde hace siglos la que mejor puede ayudarnos a actualizar aquella cena memorable de Jesús donde se concentra  de modo admirable el núcleo de nuestra fe?

José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
26 de junio de 2011

Reavivar la memoria de Jesús

La crisis de la misa es, probablemente, el símbolo más expresivo de la crisis que se está viviendo en el cristianismo actual. Cada vez aparece con más evidencia que el cumplimiento fiel del ritual de la eucaristía, tal como ha quedado configurado a lo largo de los siglos, es insuficiente para alimentar el contacto vital con Cristo que necesita hoy la Iglesia. El alejamiento silencioso de tantos cristianos que abandonan la misa dominical, la ausencia generalizada de los jóvenes, incapaces de entender y gustar la celebración, las quejas y demandas de quienes siguen asistiendo con fidelidad ejemplar, nos están gritando a todos que la Iglesia necesita en el centro mismo de sus comunidades una experiencia sacramental mucho más viva y sentida.
Sin embargo, nadie parece sentirse responsable de lo que está ocurriendo. Somos víctimas de la inercia, la cobardía o la pereza. Un día, quizás no tan lejano, una Iglesia más frágil y pobre, pero con más capacidad de renovación, emprenderá la transformación del ritual de la eucaristía, y la jerarquía asumirá su responsabilidad apostólica para tomar decisiones que hoy no nos atrevemos ni a plantear.
Mientras tanto no podemos permanecer pasivos. Para que un día se produzca una renovación litúrgica de la Cena del Señor es necesario crear un nuevo clima en las comunidades cristianas. Hemos de sentir de manera mucho más viva la necesidad de recordar a Jesús y hacer de su memoria el principio de una transformación profunda de nuestra experiencia religiosa.
La última Cena es el gesto privilegiado en el que Jesús, ante la proximidad de su muerte, recapitula lo que ha sido su vida y lo que va a ser su crucifixión. En esa Cena se concentra y revela de manera excepcional el contenido salvador de toda su existencia: su amor al Padre y su compasión hacia los humanos, llevado hasta el extremo.
Por eso es tan importante una celebración viva de la eucaristía. En ella actualizamos la presencia de Jesús en medio de nosotros. Reproducir lo que él vivió al término de su vida, plena e intensamente fiel al proyecto de su Padre, es la experiencia privilegiada que necesitamos para alimentar nuestro seguimiento a Jesús y nuestro trabajo para abrir caminos al Reino.
Hemos de escuchar con mas hondura el mandato de Jesús: "Haced esto en memoria mía". En medio de dificultades, obstáculos y resistencias, hemos de luchar contra el olvido. Necesitamos hacer memoria de Jesús con más verdad y autenticidad.
Necesitamos reavivar y renovar la celebración de la eucaristía.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - Recreados por Jesús
25 de mayo de 2008

EXPERIENCIA DECISIVA

El que me come vivirá por mí.

Como es natural, la celebración de la misa ha ido cambiando a lo largo de los siglos. Según la época, teólogos y liturgistas han ido destacando algunos aspectos y descuidando otros. La misa ha servido de marco para celebrar coronaciones de reyes y papas, para rendir homenajes o para conmemorar victorias de guerra. Los músicos la han convertido en concierto. Los pueblos la han integrado en sus devociones y costumbres religiosas...
Después de veinte siglos, puede ser necesario recordar algunos de los rasgos esenciales de la última Cena del Señor, tal como era recordada y vivida por las primeras generaciones cristianas.
En el fondo de esa cena hay algo que jamás será olvidado: sus seguidores no quedarán huérfanos. La muerte de Jesús no podrá romper su comunión con él. Nadie ha de sentir el vacío de su ausencia. Sus discípulos no se quedan solos, a merced de los avatares de la historia. En el centro de toda comunidad cristiana que celebra la eucaristía está Cristo vivo y operante. Aquí está el secreto de su fuerza.
De él se alimenta la fe de sus seguidores. No basta asistir a esa cena. Los discípulos son invitados a «comer». Para alimentar nuestra adhesión a Jesucristo, necesitamos reunimos a escuchar sus palabras e introducirlas en nuestro corazón, y acercamos a comulgar con él identificándonos con su estilo de vivir. Ninguna otra experiencia nos puede ofrecer alimento más sólido.
No hemos de olvidar que «comulgar» con Jesús es comulgar con alguien que ha vivido y ha muerto «entregado» totalmente por los demás. Así insiste Jesús. Su cuerpo es un «cuerpo entregado» y su sangre es una «sangre derramada» por la salvación de todos. Es una contradicción acercamos a «comulgar» con Jesús, resistiéndonos egoístamente a preocuparnos de algo que no sea nuestro propio interés.
Nada hay más central y decisivo para los seguidores de Jesús que la celebración de esta cena del Señor. Por eso hemos de cuidarla tanto. Bien celebrada, la eucaristía nos moldea, nos va uniendo a Jesús, nos alimenta de su vida, nos familiariza con el evangelio, nos invita a vivir en actitud de servicio fraterno, y nos sostiene en la esperanza del reencuentro final con él.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
29 de mayo de 2005

CADA DOMINGO

Yo soy el Pan vivo.

Para celebrar la eucaristía dominical no basta con seguir las normas prescritas o pronunciar las palabras obligadas. No basta tampoco cantar, santiguarse o damos la paz en el momento adecuado. Es muy fácil asistir a misa y no celebrar nada en el corazón; oír las lecturas correspondientes y no escuchar la voz de Dios; comulgar piadosamente sin comulgar con Cristo; damos la paz sin reconciliamos con nadie. ¿Cómo vivir la misa del domingo como una experiencia que renueve y fortalezca nuestra fe?
Para empezar, es necesario escuchar desde dentro con atención y alegría la Palabra de Dios y, en concreto, el evangelio de Jesús. Durante la semana hemos visto la televisión, hemos escuchado la radio y hemos leído la prensa. Vivimos aturdidos por toda clase de mensajes, voces, ruidos, noticias, información y publicidad. Necesitamos escuchar otra voz diferente que nos cure por dentro.
Es un respiro escuchar las palabras directas y sencillas de Jesús. Traen verdad a nuestra vida. Nos liberan de engaños, miedos y egoísmos que nos hacen daño. Nos enseñan a vivir con más sencillez y dignidad, con más sentido y esperanza. Es una suerte hacer el recorrido de la vida guiados cada domingo por la luz del evangelio.
La plegaria eucarística constituye el momento central. No nos podemos distraer. «Levantamos el corazón» para dar gracias a Dios. Es bueno, es justo y necesario agradecer a Dios por la vida, por la creación entera, por el regalo que es Jesucristo. La vida no es sólo trabajo, esfuerzo y agitación. Es también celebración, acción de gracias y alabanza a Dios. Es un respiro reunirnos cada domingo para sentir la vida como regalo y dar gracias al Creador.
La comunión con Cristo es decisiva. Es el momento de acoger a Jesús en nuestra vida para experimentarlo en nosotros, para identificamos con él y para dejamos trabajar, consolar y fortalecer por su Espíritu.
Todo esto no lo vivimos encerrados en nuestro pequeño mundo. Cantamos juntos el Padrenuestro sintiéndonos hermanos de todos. Le pedimos que a nadie le falte el pan ni el perdón. Nos damos la paz y la buscamos para todos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
2 de junio de 2002

ABUSOS

El que come mi carne... habita en mí.

Se ha publicado recientemente un documento romano que tiene como finalidad «proteger» la celebración litúrgica de la eucaristía frente a determinados «abusos» en la observancia del ritual. Sin embargo, el mismo documento advierte en su introducción que «la mera observancia externa de las normas, como resulta evidente, es contraria a la esencia de la sagrada liturgia».
No basta observar correctamente los ritos. Nos puede preocupar que no se observe estrictamente la normativa, pero lo que nos ha de inquietar es seguir celebrando rutinariamente la Cena del Señor sin planteamos una renovación más profunda de nuestra vida. Lo dijo Jesús. Lo decisivo no es gritarle «Señor, Señor», sino hacer la voluntad del Padre. Por eso, hemos de recordar otros posibles abusos.
Es un grave abuso terminar convirtiendo la misa en una especie de «coartada religiosa» que tranquiliza nuestra con ciencia, y nos dispensa de vivir día a día en el seguimiento fiel a Jesús. El teólogo y biblista Von Allmen llega a decir: «La Cena hace enfermar a las Iglesias cuando no es un lugar de un amor confesado y compartido, y cuando no lanza a los creyentes al mundo para que den en él testimonio del evangelio».
Es un abuso comulgar con Cristo ritualmente sin preocuparnos de comulgar con los hermanos; compartir el pan eucarístico ignorando el hambre de millones de seres humanos privados de pan, justicia y dignidad; celebrar «correctamente» el memorial del Crucificado y seguir insensibles ante los crucificados que prolongan hoy su pasión.
Es un abuso celebrar semanalmente el sacramento del amor sin hacer algo más por suprimir nuestros egoísmos y sin cultivar con más cuidado la amistad y la solidaridad. Es una «comedia» darnos sonrientes la paz del Señor y no eliminar de nuestro corazón resentimientos, odios y actitudes de exclusión.
Hoy celebramos los cristianos la fiesta del «Corpus Christi» ¿Qué diría hoy Jesús de nuestras eucaristías? ¿Qué le preocuparía? ¿Nos mandaría de nuevo interrumpir nuestros ritos ante el altar, para ir antes a crear una sociedad más justa y reconciliada?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
6 de junio de 1999

EL NUEVO DOMINGO

El que come este pan vivirá para siempre.

El domingo ya no es lo que era hace unos años. En poco tiempo ha crecido y se ha convertido en el «fin de semana», que comienza ya el viernes por la tarde y en el que gran parte de la población puede vivir de manera diferente escapando de las obligaciones del trabajo, de los horarios impuestos y de la rutina diaria.
No todos vivimos este «nuevo domingo» de la misma manera. Para algunos es una verdadera suerte; tienen iniciativa, posibilidades y fantasía para disfrutar a su gusto de estos días. Para otros es un tiempo cruel, pues sienten con más fuerza su soledad, enfermedad o vejez; el domingo sólo despierta en ellos tedio y nostalgia. Otros temen el domingo, no saben qué hacer con él, se aburren; si no hubiera fútbol sería insoportable.
Teólogos y liturgistas se preguntan hoy cómo será en el futuro el domingo cristiano. ¿Se reducirá a una celebración de la misa, aislada y sin conexión alguna ‘con el fin de semana de la gente? Por el contrario, «¿no será posible —se pregunta X. Basurko— una integración dinámica de los valores humanos del fin de semana en la mística del domingo?» El liturgista vasco ofrece en su libro «Para vivir el domingo» (Verbo Divino) algunas pistas.
El domingo cristiano puede ser el alma del fin de semana, que ayude a los creyentes a experimentar mejor su libertad de hijos de Dios, sin imposiciones ni fines utilitaristas. La Eucaristía podría ayudar a recuperar el sosiego y reavivar el aliento interior. El fin de semana podemos ser un poco más «nosotros mismos».
Por otra parte, se podría recuperar el sábado como fiesta de la creación; de esta manera se podría proseguir el domingo con la celebración de la salvación. Así piensan algunos liturgistas. La fe ayudaría entonces a vivir el fin de semana como una celebración al Creador y un encuentro con la naturaleza, no por medio del trabajo, sino del disfrute y de la contemplación.
Por último, la celebración de la «asamblea eucarística» puede animar y dar un sentido más hondo a esa otra dimensión del fin de semana que es la comunicación entrañable y gratificante con amigos y familiares o el encuentro con otras personas y otros pueblos. El fin de semana puede ser experiencia de encuentro y comunión de hermanos. ¿Crecerá el domingo cristiano hasta ser «fermento y sal» del fin de semana de la actual cultura? En cualquier caso, podemos hacernos una pregunta en esta fiesta de la Eucaristía: ¿sabemos los cristianos extraer de la Eucaristía dominical aliento y alegría para vivir el nuevo domingo?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
9 de junio de 1996

LA EXPERIENCIA DE LA MISA

El que come este pan vivirá para siempre.

El pueblo cristiano ya no es mero espectador en la celebración de la eucaristía dominical. Puede escuchar la Palabra de Dios en su propia lengua, toma parte activa con sus cantos y oración, y son bastantes los que intervienen animando la acción litúrgica, leyendo o distribuyendo la comunión. Todo ello constituye uno de los frutos más positivos del último Concilio.
Bastantes, sin embargo, no conocen la estructura básica de la eucaristía, ignoran el sentido de los símbolos y las expresiones más habituales, nadie les ha enseñado de manera práctica cómo vivir cada momento de la misa. Una de las tareas más urgentes de nuestra Iglesia es, sin duda, ofrecer a los fieles una catequesis que les ayude a vivir mejor la eucaristía del domingo. Propongo en esta fiesta del Corpus unas sugerencias elementales.
La misa comienza con un conjunto de ritos de introducción (canto de entrada, saludo, rito penitencial, gloria y oración). No se trata de unos minutos sin importancia para dar tiempo a que la gente se acomode. Es el momento de recoger nuestra vida concreta de la semana con sus alegrías y sufrimientos, sus preocupaciones y pecados, para prepararnos a vivir un encuentro con Dios. El nos está esperando. Cantamos meditando lo que decimos, pedimos perdón, nos sentimos unidos a los demás creyentes y preparamos nuestro corazón.
Viene luego la escucha de la Palabra de Dios (lecturas bíblicas, homilía). Durante este tiempo estamos sentados, en actitud de escucha a Dios. Lo importante no es oír lo que dice el sacerdote, sino escuchar internamente a Jesucristo. Hemos oído toda clase de palabras, voces y ruidos a lo largo de la semana. Ahora escuchamos algo diferente, que puede iluminar nuestra vida y poner otra alegría en nuestro corazón. Es un momento importante para alimentar nuestra fe.
Después del ofertorio, comienza la plegaria eucarística que se inicia con el prefacio y concluye con una alabanza final. Es el momento de «levantar el corazón» hasta Dios y agradecer su amor salvador manifestado en la muerte y resurrección de Cristo. Es «justo y necesario», es «nuestro deber y salvación», es lo más grande que podemos hacer. Para un creyente, el momento más gozoso e intenso de la semana.
Sigue después la comunión. Nos preparamos todos juntos, como hermanos. Por eso recitamos o cantamos el «Padre nuestro» y nos damos la paz del Señor. Luego nos acercamos con fe a recibir a Cristo. Lo acogemos con alegría, pues él alimenta y sostiene nuestra vida. Nos sentimos más unidos que nunca a él. No sabríamos ya vivir sin Cristo.
La misa termina con unos ritos de conclusión. Nos despedimos recibiendo la bendición de Dios. Comenzamos así una nueva semana renovados interiormente. Dios nos acompaña.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
13 de junio de 1993

UN PASO DECISIVO

El que come de este pan vivirá para siempre.

Uno de los hechos sociológicos más significativos de estos años y que más impacto tendrán en el futuro de Europa es, sin duda, el «distanciamiento religioso». Un número de personas cada vez mayor se va distanciando de la experiencia religiosa que anteriormente había vivido.
¿Cómo se está produciendo este fenómeno que algunos llaman «revolución silenciosa»? ¿Qué sucede en esas personas que van abandonando la fe? Sin duda, el itinerario de cada persona es único, pero ¡os estudios que se vienen realizando permiten describir algunas etapas fundamentales de ese distanciamiento.
Por lo general, todo comienza con el abandono de la asistencia regular a la misa dominical. Las razones que se dan son de todo tipo. De hecho, se abandona la práctica habitual. La persona sigue afirmando «soy creyente, pero no practicante».
Esta situación va evolucionando hacia un alejamiento progresivo de la Iglesia. El no practicante se siente cada vez menos integrado en la comunidad cristiana. Pierde el contacto. Mira a la Iglesia cada vez más desde fuera. Es fácil entonces decir: «Creo en Jesucristo, pero no en la Iglesia.»
Sin embargo, poco a poco, la persona va perdiendo el «sentido cristiano» de la vida. Su experiencia religiosa se va disolviendo. La fe no es reactualizada. El individuo se organiza su vida desde sus propias opciones e intereses. «Yo no hago daño a nadie. ¿Para qué necesito algo más?»
En este momento se puede llegar ya a perder la fe en sentido estricto. La persona olvida totalmente a Jesucristo. Cada vez le resulta más extraño rezar. Ya no hay comunicación con un Dios personal. Cuando se le pregunta, la persona titubea: «No sé si creo o no. Tal vez, haya algo.»
En muchos puede seguir creciendo la indiferencia religiosa y la apatía. Dios no interesa ya ni como planteamiento. La persona vive en un «ateísmo práctico». El proceso ha terminado.
Este esquema de distanciamiento, analizado por el Centro Service Incroyance et Foi de Montreal, pone de relieve un hecho ampliamente constatado en Europa. Está claro que no se puede identificar el abandono de la práctica religiosa con la increencia. Pero, de hecho, quien abandona la misa dominical da un paso decisivo hacia el deterioro y la pérdida progresiva de su fe.
La fiesta del «Corpus» o fiesta de la Eucaristía nos recuerda una experiencia elemental. Quien no alimenta su fe, la va perdiendo. Quien no se encuentra nunca con otros creyentes para recordar el Evangelio, orar a Dios y reavivar su espíritu, terminará vaciando su vida de fe.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
17 de junio de 1990

DE LA MISA A LA EUCARISTÍA

El que come este pan vivirá para siempre.

Así reza el subtítulo de un excelente estudio en el que el teólogo guipuzcoano X. Basurko nos ofrece la síntesis adecuada para entender y vivir la eucaristía en toda su riqueza.
Durante muchos siglos, «la misa» ha sido el término familiar empleado en occidente para designar la reunión eucarística de los cristianos. Como es bien sabido, esta palabra viene de aquella despedida pronunciada en latín: «Itte, missa est». Con el tiempo, «misa» llegó a significar la bendición final y, más tarde, toda la celebración.
Este viejo nombre de «misa» está lleno de resonancias socio-religiosas y puede ser considerado como el indicador de una determinada mentalidad que ha configurado la práctica religiosa de muchos cristianos («oír misa», «decir misa», «sacar misas», «misa homenaje», «misa polifónica», «misas gregorianas»...).
Hoy se observa una tendencia generalizada a sustituir el viejo nombre de «misa» por el de «eucaristía», término más antiguo, de raíces bíblicas más hondas y que significa «acción de gracias». Este cambio de palabras no es un capricho de teólogos y liturgistas. Está sugiriendo todo un cambio de actitud, el descubrimiento de unos valores nuevos y una voluntad de vivir esta celebración en toda su riqueza. Como dice X. Basurko: «Celebrar la eucaristía no es lo mismo que decir misa u oír misa».
El cambio apunta a ir pasando de una misa entendida como acto religioso individual hacia una eucaristía que alimenta y construye a toda la comunidad.
De un asunto que concierne fundamentalmente al clero que «dice la misa» mientras los demás asisten pasivamente «oyéndola», a una celebración vivida por todos de manera activa e inteligible.
De una obligación sagrada, unida a un precepto bajo pecado mortal, a una reunión gozosa que la comunidad necesita celebrar todos los domingos para alimentar su fe, crecer en fraternidad y reavivar su esperanza en Cristo resucitado.
De una misa que ha servido de marco para toda clase de aniversarios, fiestas, homenajes o lucimiento de coros y solistas, a la celebración de la Cena del Señor por la comunidad creyente.
De la conmemoración ritual del sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz, a una celebración que recoja también las demás dimensiones de la eucaristía como banquete eucarístico, comunión fraterna y acción de gracias a Dios.
Del cumplimiento de un deber religioso que nada tiene que ver con la vida, a una celebración que es exigencia de amor solidario a los más pobres y de lucha por un mundo más justo.
La fiesta del «Corpus Christi» puede ser momento adecuado para que, en cada comunidad parroquial, pastores y creyentes nos preguntemos qué estamos haciendo para que la eucaristía sea, como quiere el Concilio, «centro y cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
21 de junio de 1987

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
24 de junio de 1984

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
21 de junio de 1981

Título

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José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com


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