lunes, 23 de marzo de 2015

22/03/2015 - Domingo de Ramos (B)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción". 
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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Para leer, compartir, bajarse o imprimir las homilias de José Antonio Pagola del domingo haz "clic" sobre el título del domingo, o haz "clic" sobre Ciclo A, Ciclo B o Ciclo C, en el menú superior para leer las homilias de cada ciclo.

¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

No dejes de visitar la nueva página de VÍDEOS DE LAS CONFERENCIAS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA .

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Domingo de Ramos (B)


EVANGELIO

Para la lectura dialogada: + Jesús; C Cronista; D Discípulos y amigos; M = Muchedumbre; O Otros personajes.

Pasión de nuestro Señor Jesucristo.

+ Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 14, 1-15, 47

Conspiración para arrestar y matar a Jesús.

C. Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los sumos sacerdotes y los escribas pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte. Pero decían:
O. «No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo».

Una mujer derrama perfume sobre Jesús.

C. Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y lo derramó en la cabeza de Jesús. Algunos comentaban indignados:
O. «LA qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres».
C. Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó:
+ «Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo está bien. Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tenéis siempre. Ella ha hecho lo que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se recordará también lo que ha hecho esta».

La traición de Judas Iscariote.

C. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron dinero. El andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

La Cena del Señor.

C. El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
D. «Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?».
C. El envió a dos discípulos, diciéndoles:
+ «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”. Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena». C. Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
C. Al atardecer fue él con los Doce. Estando a la mesa comiendo, dijo Jesús:
+ «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo».
C. Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro:
D. «,Seré yo?».
C. Respondió:
+ «Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!».
C. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:
+ «Tomad, esto es mi cuerpo».
C. Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo:
+ «Esta es mi sangre. sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».

Jesús anuncia la negación de Pedro.

C. Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos. Jesús les dijo:
+ «Todos vais a caer, como está escrito: “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas”. Pero, cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea».
C. Pedro replicó:
D. «Aunque todos caigan, yo no».
C. Jesús le contestó:
+ «Te aseguro que tú hoy, esta noche, antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres».
C. Pero él insistía:
D. «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré».
C. Y los demás decían lo mismo.

Jesús ora en Getsemaní.

C. Fueron a un huerto, que llaman Getsemaní, y dijo a sus discípulos:
+ «Sentaos aquí mientras voy a orar».
C. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y angustia. y les dijo:
+ «Me muero de tristeza; quedaos aquí velando».
C. Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y dijo:
+ «Abba! (Padre), tú lo puedes todo; aparta de mí este cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres».
C. Volvió y, al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:
+ «Simón, ¿duermes?; ¿no has podido velar ni una hora? Velad y orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne es débil».
C. De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió por tercera vez y les dijo:
+ «Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega».

Jesús es arrestado.

C. Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:
D. «Al que yo bese, ese es; prendedlo y conducidlo bien sujeto».
C. Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo:
D. «Maestro!».
C. Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:
+ «Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras».
C. Y todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho, envuelto sólo en una sábana, y le echaron mano; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.

Jesús ante la Junta Suprema.

C. Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los ancianos y los escribas. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del palacio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados a la lumbre para calentarse. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra él, los testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose en pie, daban testimonio contra él, diciendo:
O. «Nosotros le hemos oído decir: “Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por hombres”».
C. Pero ni en esto concordaban los testimonios. El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús:
O. «No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?».
C. Pero él callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo interrogó de nuevo, preguntándole:
O. «Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?».
C. Jesús contestó:
+ «Sí, lo soy. Y veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo».
C. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras, diciendo:
O. «j,Qué falta hacen más testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué decís?».
C. Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle y, tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:
M. «Haz de profeta».
C. Y los criados le daban bofetadas.

Pedro niega conocer a Jesús.

C. Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró y dijo:
D. «También tú andabas con Jesús, el Nazareno».
C. El lo negó, diciendo:
D. «Ni sé ni entiendo lo que quieres decir».
C. Salió fuera al zaguán, y un gallo cantó. La criada, al verlo, volvió a decir a los presentes:
O. «Este es uno de ellos».
C. Y él volvió a negar. Al poco rato, también los presentes dijeron a Pedro:
O. «Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo»,
C Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:
D. «No conozco a ese hombre que decís».
C. Y enseguida, por segunda vez, cantó un gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: «Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres», y rompió a llorar.

(Comienza la lectura breve)

Jesús ante Pilato.

C. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:
O. «,Eres tú el rey de los judíos?».
C. El respondió:
+ «Tú lo dices».
C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo:
O. «,No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti».
C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.

Jesús es sentenciado a muerte.

C. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó:
O. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».
C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
O. «Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?»
C. Ellos gritaron de nuevo:
M. «¡Crucifícalo!».
C Pilato les dijo:
O. «Pues ¿qué mal ha hecho?».
C. Ellos gritaron más fuerte:
M. «i Crucifícalo!».
C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
C. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio —al pretorio— y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
M. «Salve, rey de los judíos!».
C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo.

Crucifixión de Jesús.

C. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda.
C. Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
M.«Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz».
C. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:
O. «A otros ha salvado, y a sí mismo rio se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos».
C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban.

Muerte de Jesús.

C. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:
+ «Eloí, Eloí, lamá sabaktani».
C. Que significa:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».
C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
M. «Mira, está llamando a Elías».
C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:
O. «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo».
C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

C. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: O. «Realmente este hombre era Hijo de Dios».

(Fin de la lectura breve).

C. Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas, María Magdalena, María, la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, que, cuando él estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.

Jesús es sepultado.

C. Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, noble senador, que también aguardaba el reino de Dios; armándose de valor, se presentó ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la de José observaban dónde lo ponían.

Jaunak esana.

HOMILIA

2014-2015 -
29 de marzo de 2015

EL GESTO SUPREMO

Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era un ingenuo. Sabía a qué se exponía si seguía insistiendo en el proyecto del reino de Dios. Era imposible buscar con tanta radicalidad una vida digna para los «pobres» y los «pecadores», sin provocar la reacción de aquellos a los que no interesaba cambio alguno.
Ciertamente, Jesús no es un suicida. No busca la crucifixión. Nunca quiso el sufrimiento ni para los demás ni para él. Toda su vida se había dedicado a combatirlo allí donde lo encontraba: en la enfermedad, en las injusticias, en el pecado o en la desesperanza. Por eso no corre ahora tras la muerte, pero tampoco se echa atrás.
Seguirá acogiendo a pecadores y excluidos aunque su actuación irrite en el templo. Si terminan condenándolo, morirá también él como un delincuente y excluido, pero su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no excluye a nadie de su perdón.
Seguirá anunciando el amor de Dios a los últimos, identificándose con los más pobres y despreciados del imperio, por mucho que moleste en los ambientes cercanos al gobernador romano. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá también él como un despreciable esclavo, pero su muerte sellará para siempre su fidelidad al Dios defensor de las víctimas
Lleno del amor de Dios, seguirá ofreciendo «salvación» a quienes sufren el mal y la enfermedad: dará «acogida» a quienes son excluidos por la sociedad y la religión; regalará el «perdón» gratuito de Dios a pecadores y gentes perdidas, incapaces de volver a su amistad. Ésta actitud salvadora que inspira su vida entera, inspirará también su muerte.
Por eso a los cristianos nos atrae tanto la cruz. Besamos el rostro del Crucificado, levantamos los ojos hacia él, escuchamos sus últimas palabras… porque en su crucifixión vemos el servicio último de Jesús al proyecto del Padre, y el gesto supremo de Dios entregando a su Hijo por amor a la humanidad entera.
Es indigno convertir la semana santa en folclore o reclamo turístico. Para los seguidores de Jesús celebrar la pasión y muerte del Señor es agradecimiento emocionado, adoración gozosa al amor «increíble» de Dios y llamada a vivir como Jesús solidarizándonos con los crucificados.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2011-2012 -
1 de abril de 2012

IDENTIFICADO CON LAS VÍCTIMAS

Ni el poder de Roma ni las autoridades del Templo pudieron soportar la novedad de Jesús. Su manera de entender y de vivir a Dios era peligrosa. No defendía el imperio de Tiberio, llamaba a todos a buscar el reino de Dios y su justicia. No le importaba romper la ley del sábado ni las tradiciones religiosas, solo le preocupaba aliviar el sufrimiento de las gentes enfermas y desnutridas de Galilea.
No se lo perdonaron. Se identificaba demasiado con las víctimas inocentes del imperio y con los olvidados por la religión del templo. Ejecutado sin piedad en una cruz, en él se nos revela ahora Dios, identificado para siempre con todas las víctimas inocentes de la historia. Al grito de todos ellos se une ahora el grito de dolor del mismo Dios.
En ese rostro desfigurado del Crucificado se nos revela un Dios sorprendente, que rompe nuestras imágenes convencionales de Dios y pone en cuestión toda práctica religiosa que pretenda dar culto a Dios olvidando el drama de un mundo donde se sigue crucificando a los más débiles e indefensos.
Si Dios ha muerto identificado con las víctimas, su crucifixión se convierte en un desafío inquietante para los seguidores de Jesús. No podemos separar a Dios del sufrimiento de los inocentes. No podemos adorar al Crucificado y vivir de espaldas al sufrimiento de tantos seres humanos destruidos por el hambre, las guerras o la miseria.
Dios nos sigue interpelando desde los crucificados de nuestros días. No nos está permitido seguir viviendo como espectadores de ese sufrimiento inmenso alimentando una ingenua ilusión de inocencia. Nos hemos de rebelar contra esa cultura del olvido, que nos permite aislarnos de los crucificados desplazando el sufrimiento injusto que hay en el mundo hacia una "lejanía" donde desaparece todo clamor, gemido o llanto.
No nos podemos encerrar en nuestra "sociedad del bienestar", ignorando a esa otra "sociedad del malestar" en la que millones de seres humanos nacen solo para extinguirse a los pocos años de una vida que solo ha sido muerte. No es humano ni cristiano instalarnos en la seguridad olvidando a quienes solo conocen una vida insegura y amenazada.
Cuando los cristianos levantamos nuestros ojos hasta el rostro del Crucificado, contemplamos el amor insondable de Dios, entregado hasta la muerte por nuestra salvación. Si lo miramos más detenidamente, pronto descubrimos en ese rostro el de tantos otros crucificados que, lejos o cerca de nosotros, están reclamando nuestro amor solidario y compasivo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2008-2009 -
5 de abril de 2009

EL GESTO SUPREMO

(Ver homilía del 29 de marzo de 2015)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
9 de abril de 2006

CARGAR CON LA CRUZ

Lo entregó para que lo crucificaran.

Lo que nos hace cristianos es seguir a Jesús. Nada más. Este seguimiento a Jesús no es algo teórico o abstracto. Significa seguir sus pasos, comprometernos como él a «humanizar la vida», y vivir así contribuyendo a que, poco a poco, se vaya haciendo realidad su proyecto de un mundo donde reine Dios y su justicia.
Esto quiere decir que los seguidores de Jesús estamos llamados a poner verdad donde hay mentira, a introducir justicia donde hay abusos y crueldad con los más débiles, a reclamar compasión donde hay indiferencia y pasividad ante los que sufren. Y esto exige construir comunidades donde se viva con el proyecto de Jesús, con su espíritu y sus actitudes.
Seguir así a Jesús trae consigo, más tarde o más temprano, conflictos, problemas y sufrimiento. Hay que estar dispuesto a cargar con las reacciones y resistencias de quienes, por una razón u otra, no buscan un mundo más humano, tal como lo quiere ese Dios revelado en Jesús. Quieren otra cosa.
Los evangelios han conservado una llamada realista de Jesús a sus seguidores. Lo escandaloso de la imagen sólo puede provenir de él: «Si alguno quiere venir detrás de mí... cargue sobre las espaldas su cruz y sígame». Jesús no los engaña. Si le siguen de verdad, tendrán que compartir su destino. Terminarán como él. Esa será la mejor prueba de que su seguimiento es fiel.
Seguir a Jesús es una tarea apasionante: es difícil imaginar una vida más digna y noble. Pero tiene un precio. Para seguir a Jesús, es importante «hacer»: hacer un mundo más justo y más humano; hacer una Iglesia más fiel a Jesús y más coherente con el evangelio. Sin embargo, es tan importante o más «padecer»: padecer por un mundo más digno; padecer por una Iglesia más evangélica.
Al final de su vida, el teólogo K. Rahner escribió así: «Creo que ser cristiano es la tarea más sencilla, la más simple y, a la vez, aquella pesada “carga ligera” de que habla el evangelio. Cuando uno carga con ella, ella carga con uno, y cuanto más tiempo viva uno, tanto más pesada y más ligera llegará a ser Al final sólo queda el misterio. Pero es el misterio de Jesús».

José Antonio Pagola

HOMILIA

9 de abril de 2006

CON LOS CRUCIFICADOS

El mundo está lleno de iglesias cristianas presididas por la imagen del Crucificado y está lleno también de personas que sufren, crucificadas por la desgracia, las injusticias y el olvido: enfermos privados de cuidado, mujeres maltratadas, ancianos ignorados, niños y niñas violados, emigrantes sin papeles ni futuro. Y gente, mucha gente hundida en el hambre y la miseria.
Es difícil imaginar un símbolo más cargado de esperanza que esa cruz plantada por los cristianos en todas partes: «memoria» conmovedora de un Dios crucificado y recuerdo permanente de su identificación con todos los inocentes que sufren de manera injusta en nuestro mundo.
Esa cruz, levantada entre nuestras cruces, nos recuerda que Dios sufre con nosotros. A Dios le duele el hambre de los niños de Calcuta, sufre con los asesinados y torturados de Irak, llora con las mujeres maltratadas día a día en su hogar. No sabemos explicarnos la raíz última de tanto mal. Y, aunque lo supiéramos, no nos serviría de mucho. Sólo sabemos que Dios sufre con nosotros y esto lo cambia todo.
Pero los símbolos más sublimes pueden quedar pervertidos si no sabemos redescubrir una y otra vez su verdadero contenido. ¿Qué significa la imagen del Crucificado, tan presente entre nosotros, si no sabemos ver marcados en su rostro el sufrimiento, la soledad, el dolor, la tortura y desolación de tantos hijos e hijas de Dios?
¿Qué sentido tiene llevar una cruz sobre nuestro pecho, si no sabemos cargar con la más pequeña cruz de tantas personas que sufren junto a nosotros? ¿Qué significan nuestros besos al Crucificado, si no despiertan en nosotros el cariño, la acogida y el acercamiento a quienes viven crucificados?
El Crucificado desenmascara como nadie nuestras mentiras y cobardías. Desde el silencio de la cruz, él es el juez más firme y manso del aburguesamiento de nuestra fe, de nuestra acomodación al bienestar y nuestra indiferencia ante los crucificados. Para adorar el misterio de un «Dios crucificado», no basta celebrar la semana santa; es necesario, además, acercarnos un poco más a los crucificados, semana tras semana.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 – REACCIONAR
13 de abril de 2003

DIO UN FUERTE GRITO

Dio un fuerte grito.

No tenía dinero, armas ni poder. No tenía autoridad religiosa. No era sacerdote ni escriba. No era nadie. Pero llevaba en su corazón el fuego del amor a los crucificados. Sabía que para Dios eran los primeros. Esto marcó para siempre la vida de Jesús.
Se acercó a los últimos y se hizo uno de ellos. También él viviría sin familia, sin techo y sin trabajo fijo. Curó a los que encontró enfermos, abrazó a sus hijos, tocó a los que nadie tocaba, se sentó a la mesa con ellos y a todos les devolvió la dignidad. Su mensaje siempre era el mismo: «Estos que excluís de vuestra sociedad son los predilectos de Dios».
Bastó para convertirse en un hombre peligroso. Había que eliminarlo. Su ejecución no fue un error ni una desgraciada coincidencia de circunstancias. Todo estuvo bien calculado. Un hombre así siempre es una amenaza en una sociedad que ignora a los últimos.
Según la fuente cristiana más antigua, al morir, Jesús «dio un fuerte grito». No era sólo el grito final de un moribundo. En aquel grito estaban gritando todos los crucificados de la historia. Era un grito de indignación y de protesta. Era, al mismo tiempo, un grito de esperanza.
Nunca olvidaron los primeros cristianos ese grito final de Jesús. En el grito de ese hombre deshonrado, torturado y ejecutado, pero abierto a todos sin excluir a nadie, está la verdad última de la vida. En el amor impotente de ese crucificado está Dios mismo, identificado con todos los que sufren y gritando contra las injusticias, abusos y torturas de todos los tiempos.
En este Dios se puede creer o no creer, pero nadie se puede burlar de él. Este Dios no es una caricatura de Ser supremo y omnipotente, dedicado a exigir a sus criaturas sacrificios que aumenten aún más su honor y su gloria. Es un Dios que sufre con los que sufren, que grita y protesta con las víctimas, y que busca con nosotros y para nosotros la Vida.
Para creer en este Dios, no basta ser piadoso; es necesario, además, tener compasión. Para adorar el misterio de un Dios crucificado, no basta celebrar la semana santa; es necesario, además, mirar la vida desde los que sufren e identificar- nos un poco más con ellos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 – COMO ACERTAR
16 de abril de 2000

UNA MÍSTICA DE OJOS ABIERTOS

Lo crucificaron.

Los expertos nos alertan sobre el nuevo «privatismo» que se extiende hoy por Europa. Triunfa el culto a lo virtual y se desvanece la capacidad de percibir la realidad doliente del entorno, no por falta de información, sino por sobreinformación. Cada vez son más los que se acostumbran a seguir el curso vertiginoso de los acontecimientos de forma distraída y «voyerista», encerrándose detrás de su televisor en su pequeño bienestar, ajenos a todo sufrimiento que no sea el suyo.
En esta Europa moderna es cada vez mayor la tentación de una religión de carácter estético y tranquilizador, una especie de «refugio» que salva del vacío existencial y libera de ciertos sufrimientos y miedos, pero «que ya no intranquiliza a nadie, no tiene ningún aguijón, ha perdido la tensión del seguimiento a Jesús, no llama a ninguna responsabilidad, sino que descarga de ella» (J.B. Metz).
De ahí la necesidad de «plantar» de nuevo en el centro del cristianismo europeo la Cruz, «memoria» conmovedora de un «Dios crucificado» y recuerdo permanente de todos los que sufren de manera inocente e injusta. El grito del Crucificado no es virtual. Introduce en nuestras vidas y en nuestra religión el dolor de todas las víctimas olvidadas y abandonadas a su suerte.
En este «Dios crucificado» está toda la grandeza y también la vulnerabilidad del cristianismo. Buda se encontró con el sufrimiento humano pero terminó refugiándose en su interioridad para vivir una «mística de ojos cerrados», atenta a su mundo interior. Jesús por el contrario, vive una «mística de ojos abiertos», atenta y responsable ante todo el que sufre.
Probablemente tiene razón el conocido teólogo alemán Juan Bautista Metz cuando se pregunta si no hay en el cristianismo actual demasiado canto y demasiado poco grito de los pobres, demasiado júbilo y poco duelo con los que sufren, demasiado consuelo y poca hambre de justicia para todos. En la Iglesia del Primer Mundo necesitamos levantar la mirada hacia el Crucificado para no olvidar a los que sufren, para no olvidar que los estamos olvidando.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 – DESPERTAR LA FE
23 de marzo de 1997

¿CÓMO ES TU DIOS?

Lo crucificaron.

A veces se piensa que la culpa es algo introducido en el mundo por la religión: si no existiera Dios, desaparecería el sentimiento de culpa, pues no habría «mandamientos» y cada uno podría hacer lo que quisiera según lo afirmado por Dosroiewski: «Si Dios no existe, todo está permitido.»
Nada más lejos de la realidad. Ya Freud vio con claridad meridiana que la culpa acompaña siempre a la libertad y es una de las experiencias más primitivas del ser humano, pues aparece antes de que aflore la moral o la religión. Ateos y creyentes, todos experimentan la responsabilidad y la culpa. Todos han de luchar por igual contra la fuerza de su egoísmo.
La diferencia está no en la experiencia de la culpa, sino en el modo de afrontarla. El ateo vive su culpa de forma solitaria. El creyente la vive ante Dios. Esto da a la culpa una «seriedad absoluta», pero, al mismo tiempo, abre la posibilidad de enfrentarse a ella de forma positiva y esperanzada.
Lo importante es ver en qué Dios se cree. Siempre hay que recordar lo que advierte el teólogo Torres Queiruga: «Dime cómo es tu Dios, y te diré cómo es tu pecado.» Si la persona vive ante un Dios justiciero que clava su mirada escrutadora e implacable sobre nuestro pecado, nada hay con mayor capacidad de culpabilizar, deprimir y destruir. Si, por el contrario, la persona siente sobre sí la mirada de un Dios perdonador, siempre dispuesto a comprender y ayudar, es difícil pensar en algo más sanante, liberador y constructivo.
Estoy convencido de que una de las tareas más urgentes en el cristianismo actual es liberarlo de no pocos malentendidos acumulados a lo largo de los siglos, para captar el verdadero rostro de Dios revelado en Jesucristo como «misericordia absoluta y perdón sin condiciones». No es fácil, pues la psicología humana proyecta continuamente miedos, resentimientos y angustias oscureciendo su amor infinito al ser humano. Por algo un artículo fundamental del Credo nos llama a «creer en el perdón de los pecados» sin rebajarlo ni deformarlo.
La celebración de la Pasión y Muerte del Señor estos días de semana santa nos puede ayudar a ahondar en el amor perdonador de Dios. San Pablo resume su visión del Crucificado en esta síntesis inolvidable: «En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo y no imputando a los hombres sus transgresiones» (2 Corintios 5, 19).

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
27 de marzo de 1994

UNA ÉTICA DEMASIADO ALEGRE

Lo crucificaron.

La prensa ha recogido la intervención de F Savater en el Congreso Internacional de Ontología, con estas palabras suyas: «Hay una tendencia a tener una visión un poco penitencial y lúgubre de la ética ya que la gente la ve como renuncia, sacrificio o con carácter de cilicio, cuando la ética es el deseo de potenciar la alegría.» No sé si resumen correctamente su exposición, pero lo cierto es que, desde la publicación de su Ética como amor propio (1988), Savater viene predicando una ética centrada en la afirmación placentera del yo.
Los ingredientes básicos de su propuesta son dos. Según el profesor donostiarra, «el amor propio» es la única raíz sensata de la actitud ética. «No hay otro motivo ético razonable que la búsqueda y defensa real de lo que nos es más provechoso, de lo que más nos conviene.» Savater aclara su pensamiento añadiendo un segundo elemento: la apuesta por el placer como forma excelsa de virtud. «El amor propio del sujeto se cifra en lograr cuanto más placer sea posible.»
A Savater no le preocupan las graves consecuencias de su propuesta ética. ¿Qué hacer, por ejemplo, cuando surge el conflicto entre el placer individual y el bien de la sociedad? ¿Cuál es la dirección a seguir? Savater no duda: «La buena vida debe preceder, paradójicamente, a la buena sociedad.» Ni siquiera intenta establecer algunos criterios para resolver la posible colisión de valores. Naturalmente, en esta ética de la afirmación egoísta del individuo, poca cabida puede tener la moral cristiana del amor. Savater no entra nunca a analizar a fondo el cristianismo. Le basta con caricaturizarlo y, una vez desfigurado, despacharlo con cuatro frases mordaces.
Pero el problema no es «la ética de Savater» ni «la superstición clerical» de la que habla, sino el ser humano, la felicidad de toda persona. ¿Cree de verdad Savater que es ético dedicarse egoístamente a buscar mi «máximo placen>, olvidando a quienes viven humillados, excluidos y maltratados? Sinceramente, no le creo capaz de semejante insensibilidad. Desde una perspectiva cristiana, yo formularía las cosas de otra manera. La felicidad de los hombres y mujeres, de todo ser humano y de toda la humanidad es la meta última de la ética (y es bueno que Savater nos recuerde la alegría). Pero el motor para avanzar hacia esa alegría no es el egoísmo placentero de cada individuo, sino el amor abnegado al desdichado.
Esta semana celebraremos los cristianos a Cristo crucificado. Aunque Savater piense otra cosa, el Crucificado no es para nosotros símbolo de una ética penitencial y lúgubre, sino la actuación ética de alguien que, movido por el amor, busca de forma radical la alegría del ser humano. Jesús ha muerto en la cruz, no porque despreciaba la alegría, sino porque la amaba tanto que no podía consentir que fuera disfrutada solo por unos pocos privilegiados. Murió crucificado, no porque desdeñaba la felicidad, sino porque la defendía y la buscaba para todos, incluso para los más olvidados, despreciados e indefensos. Esta es la fe de quienes siguen al Crucificado: La salvación y la alegría del ser humano no está en el egoísmo hedonista, sino en el amor capaz de sacrificarse por el otro.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
24 de marzo de 1991

DIOS NO ES UN SADICO

Lo crucificaron.

La Cruz es considerada no pocas veces como una negociación entre Jesús y el Padre para lograr la salvación de la humanidad. Una especie de contrato entre el Padre que exige de los hombres una reparación infinita y el Hijo dispuesto a entregar su vida de valor infinito por nuestra salvación.
A lo largo de los siglos, se ha ido desarrollando una rica teología para expresar el significado de la Cruz. Los teólogos la presentan como “rito de pacificación”, “sacrificio de expiación”, “holocausto reparador”, “propiciación satisfactoria”. Este lenguaje trata de interpretar el contenido salvador de la Cruz, pero, cuando se habla de manera descuidada y parcial, puede sugerir falsamente la idea de un Dios que reclama sufrimiento antes de perdonar.
De hecho, no son pocos los cristianos que piensan que Dios ha exigido la destrucción de su Hijo, como condición previa indispensable, para poder salvar a los hombres. No advierten que, de esta manera, queda radicalmente pervertida la imagen de Dios, el cual ya no sería un Padre que perdona gratuitamente, sino un acreedor implacable y justiciero que no salva si previamente no se repara su honor.
Esta manera falsa de entender la Cruz puede llevar a muchos a alejarse de un Dios “sádico” que sólo parece aplacarse al ver sangre y destrucción. Hacen pensar las palabras del renombrado antropólogo René Girard: “Dios no sólo reclama una nueva víctima, sino que reclama la víctima más preciosa y querida: su propio Hijo. Indudablemente, este postulado ha contribuido más que ninguna otra cosa a desacreditar el cristianismo a los ojos de los hombres de buena voluntad en el mundo moderno”.
Sin embargo, la crucifixión no es algo que el Padre provoca directamente para que quede satisfecho su honor, sino un crimen injusto que los hombres cometen rechazando a su Hijo. Si Cristo muere en la cruz, no es porque así lo exige un Dios que busca una víctima, sino porque Dios se mantiene firme en su amor infinito a los hombres, incluso cuando éstos le matan a su Hijo amado.
No es Dios el que busca la muerte y destrucción de nadie y, menos, la de Jesús. Son los hombres los que destruyen y matan, incluso, a su Hijo. Dios sólo podría evitarlo destruyendo la libertad de los hombres, pero no lo hará, pues su amor insondable al ser humano no tiene fin.
Esta Semana Santa celebraremos los cristianos, no la avidez insaciable de un Dios que busca por encima de todo la reparación de su honor, sino el amor insondable de un Padre que se nos entrega en su propio Hijo incluso cuando nosotros lo estamos crucificando. Como dice San Pablo: “En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo y no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres “.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
27 de marzo de 1988

ANTE EL CRUCIFICADO

Lo crucificaron.

Siguiendo una antiquísima tradición romana, el Viernes Santo no se celebra la Eucaristía sino una solemne liturgia que tiene como centro la Pasión y la Muerte del Señor.
Siempre me ha impresionado, dentro de esta celebración, la liturgia sobria y profunda de la adoración de la Cruz, de inspiración probablemente oriental.
En primer lugar, el descubrimiento progresivo del Crucificado y la repetida invitación a la adoración. Luego, la procesión de todos los fieles hacia la Cruz, mientras se canta el admirable himno “Crux fidelis”. Por fin, el beso emocionado de cada creyente al Cristo muerto.
No es un momento de tristeza. Para los creyentes es momento de hondo recogimiento donde se entremezclan, de manera difícil de expresar, el agradecimiento, la adoración, el arrepentimiento.
Ese gran teólogo y gran creyente que fue Karl Rahner nos ha desvelado su alma orante en ese precioso libro que lleva por título «Oraciones de vida».
Tal vez su oración nos pueda ayudar también a nosotros a acercarnos esa tarde del Viernes Santo al Dios crucificado:
“¿En dónde podría yo refugiarme con mi debilidad, con mi dejadez, con mis ambigüedades e inseguridades.., sino en Ti, Dios de los pecadores comunes, cotidianos, cobardes, corrientes?”.
“Mírame, Señor, mira mi miseria. ¿A quién podría huir sino a Ti? ¿Cómo podría soportarme a mí mismo si no supiera que Tú me soportas, si no tuviera la experiencia de que Tú eres bueno conmigo?”.
“Mi pecado no es grandioso, es tan cotidiano, tan común, tan corriente que incluso puede pasar inadvertido... Pero qué hastío suscita mi miseria, mi apatía, la horrible mediocridad de mi ‘buena conciencia’. Sólo Tú puedes soportar tal corazón. Sólo Tú tienes aún para mí un amor paciente. Sólo Tú eres más grande que mi pobre corazón”.
“Dios santo, Dios justo, Dios que eres la Verdad, la Fidelidad, la Sinceridad, la Justicia, la Bondad... ten compasión de mí... Soy un pecador, pero tengo un deseo humilde de tu misericordia gratuita”.
“Tú no te cansas en tu paciencia conmigo. Tú vienes en mi ayuda. Tú me das la fuerza de comenzar siempre de nuevo, de esperar contra toda esperanza, de creer en la victoria, en tu victoria en mí en todas las derrotas, que son las mías”.
Este año tal vez nuestro beso al Crucificado puede ser un poco más sincero y profundo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
31 de marzo de 1985

¿QUE HACE DIOS EN UNA CRUZ?

Lo crucificaron...

La ejecución de Jesús no ha sido algo casual, fruto de un malentendido de las autoridades religiosas y políticas de Israel.
Tampoco basta considerar la cruz como algo permitido por Dios por motivos enigmáticos, pero que ha quedado resuelto con el triunfo glorioso de la resurrección.
La resurrección «no elimina el escándalo de la cruz, sino que lo eleva a misterio» (J. Sobrino). Porque, aún después de la resurrección, nos tenemos que preguntar: ¿por qué y para qué la cruz? ¿qué hace Dios en una cruz?
Un «Dios crucificado» constituye una auténtica revolución y nos obliga a cuestionar todas nuestras imágenes humanas de Dios. La cruz rompe todos nuestros esquemas sobre un Dios al que suponemos conocer ya de antemano.
El crucificado no tiene el rostro que nosotros atribuimos a la divinidad. En la cruz no hay belleza, poder, fuerza, sabiduría, majestad. Dios no aparece como el que tiene poder sobre la muerte, sino como alguien que se ve sumergido dentro de ella.
Con la cruz, o se termina toda nuestra fe en Dios o se abre a una comprensión nueva y sorprendente de un Dios que nos ama de manera insospechada.
Contra todas nuestras concepciones sobre la divinidad, en la cruz descubrimos sorprendidos que Dios es alguien que sufre con nuestros sufrimientos. Nuestra miseria le afecta. Nuestro sufrimiento le «salpica». Dios no puede amarnos sin sufrir. Como ha dicho D. Bonhoeffer, «sólo un Dios que sufre puede salvarnos».
A este «Dios crucificado» no se le puede «entender» desde categorías filosóficas. Es un escándalo y una necedad. A este «Dios crucificado» sólo se le «entiende» cuando sabemos amar a los que sufren y descubrimos por propia experiencia que el amor verdadero a los crucificados hace sufrir.
Este «Dios crucificado» no permite una fe ingenua y egoísta en cualquier Dios poderoso puesto al servicio de nuestros propios intereses. Este Dios nos pone mirando hacia el sufrimiento, el abandono y los gritos de tantas víctimas de la injusticia. A este Dios nos acercamos, cuando sabemos acercarnos al sufrimiento de cualquier abandonado.
Los cristianos seguimos dando muchos rodeos para no encontrarnos con el «Dios crucificado». La Semana Santa nos ha de recordar que la originalidad del cristiano está en «permanecer con Dios en la pasión» de los que sufren (D. Bonhoeffer). Sin esto, no hay fe en el Dios verdadero sino manipulación.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 – APRENDER A VIVIR
4 de abril de 1982

JESUS ANTE SU MUERTE

Era media mañana cuando lo crucificaron.

Jesús ha previsto seriamente la posibilidad de una muerte violenta. Quizás no contaba con la intervención de la autoridad romana ni con la crucifixión como último destino más probable.
Pero no se le ocultaba la reacción violenta que su actuación y su mensaje estaban provocando en los sectores más significativos del judaísmo. El rostro de Dios que presentaba deshacía demasiados esquemas teológicos, y el anuncio de su reinado rompía demasiadas seguridades políticas y religiosas.
Sin embargo, nada ha modificado su actuación. No ha eludido la muerte. No se ha defendido. No ha emprendido la huída.
Tampoco ha buscado su perdición. No es Jesús el hombre que busca su muerte en actitud suicida. Durante su corta estancia en Jerusalén, se esfuerza por ocultarse y no aparecer en público.
Si queremos saber cómo vivió Jesús su muerte, hemos de detenernos en dos actitudes fundamentales que dan sentido a todo su comportamiento final. Toda su vida había sido «des-vivirse» por la causa de Dios y el servicio liberador a los hombres. Su muerte sellará ahora su vida. Jesús morirá por fidelidad al Padre y por solidaridad con los hombres.
Jesús se ha enfrentado a su propia muerte desde una actitud de le total en el Padre. Avanza hacia la muerte convencido de que su ejecución no podrá impedir la llegada del reino de Dios que sigue anunciando hasta el fin.
En la cena de despedida, Jesús manifiesta su fe total en que volverá a comer con los suyos la Pascua verdadera cuando se establezca el reino definitivo de Dios, por encima de todas las injusticias que podamos cometer los hombres.
Cuando todo fracasa y hasta Dios parece abandonarlo como a un falso profeta equivocado lamentablemente y condenado justamente en nombre de la ley, Jesús grita con fe: «Padre, en tus manos pongo mi vida».
Por otra parte, Jesús muere en una actitud de solidaridad con los abandonados, y de servicio a los hombres. Toda su vida había sido defender a los pobres frente a la inhumanidad de los ricos, solidarizarse con los débiles frente a los intereses egoístas de los poderosos, anunciar el perdón a los pecadores frente a la dureza inconmovible de los «justos».
Ahora sufre la muerte de un pobre, de un abandonado que nada puede ante el poder de los que dominan la tierra. Y vive su muerte como un servicio. El último y supremo servicio que puede hacer a la causa de un Dios de amor y a la salvación de unos hombres abandonados a su propia injusticia.

José Antonio Pagola



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